Microrrelato Ojos de enamorado

Pasan los días y sigue siendo para mi hipnótico verla dormir.

Su pelo cuidadosamente colocado sobre la almohada y con un mechón despistado que dulcemente la besa la mejilla y cae sobre sus gruesos y bellos labios rosados, tan suculentos como el fruto más dulce conocido e infinitamente mas sabrosos, sus párpados suavemente cerrados con la dulzura de un ángel precioso, su tierna nariz de punta redondeada y todo su cuerpo cubierto delicadamente por las sábanas recreando un perfil acostado y sereno que más que en una cama parece dormir en una esponjosa nube de algodón.

En verdad mis ojos profanos no son dignos de contemplar tal hermosura.

Ella se despierta, me mira y me da los buenos días. Yo me sonrojo mientras me apoyo con una mano en el arco de la puerta, sonrío y le doy los buenos días. Mientras se incorpora yo me acerco pausadamente, me siento a la altura de su cadera y la observo detenidamente y ella responde acercándose a mi con el mismo tacto.

A escasos centímetros de mi boca la suya frena su avance. Yo la miro nuevamente a los ojos. Sus ojos. Sus ojos son como un apacible desierto en el que descansar al sol, solos tú, la arena y el cielo azul, tienen una chispa que apela de manera inevitable a la vida y al amor. De veras adoro bañarme en su mirada desnuda y sincera de amor, de amor verdadero.

Reanuda el camino y se aproxima a mi hastaque siento su cálido aliento y me besa. Me besa con el amor con el que un músico toca, me besa con la delicadeza con la que una madre trata a su pequeño, me besa con la pasión con la que una pequeña llama se convierte en un incendio. Es como si el tiempo se parara y todo desapareciera menos su alma que baila junto con la mía en una danza que durará eternamente.

Me entran escalofríos y entonces la miro de nuevo y me siento a salvo, pues nada más importará, y vuelvo a probar de esos labios tan jugosos que me hacen sentir en paz. Una paz de la que me gustaría no despertar jamás.