Observatorio

Estaba inclinándome sobre la mira del telescopio cuando la voz de Suiren me alcanzó. Al erguirme noté que se había acomodado junto a la mesa y estaba desenvolviendo su almuerzo. Recorrí la cúpula vidriada con la vista, imaginando el cielo nocturno a través de ella, y murmuré un sonido afirmativo en respuesta. Me reuní junto a él, apoyé también las caderas en el mueble y le eché un vistazo a su comida exagerando apenas el gesto, con intención de volverlo jocoso.

—Absolutamente. Incluso si no entiendo mucho, debe ser una linda experiencia. Besides, I'm more of a night owl than you think. You?

Lo murmuré junto a una risa ligera, despreocupada, habiendo despojado por completo la frase de su sentido original. Detallé brevemente su rostro, las gafas, de forma más concreta, y fruncí apenas el ceño.

—¿No prefieres que vayamos abajo, cielo? —indagué, con cierta precaución.

En líneas generales no me gustaba meterme en estos temas, no por indiferencia, sino porque cada quien reaccionaba de forma muy diferente y era... bueno, era un poco una lotería. Suiren me importaba, en cualquier caso, y con las personas más cercanas a mí sí metía el hocico. Sólo procuraba hacerlo con cuidado.

 

Estaban las gafas de por medio, pero por la orientación de su rostro noté que me estaba mirando y le correspondí el gesto, aún sin entender muy bien sus intenciones. Lo que acabó por soltar me hizo enarcar las cejas y dibujó una sonrisa incipiente en mis labios, entre confundida y sorprendida. ¿Mosquero cardenal? Sonaba a una especie de ave, aunque no tenía idea cuál concretamente. Se identificó con la noche, ya de paso, y recorrí su cabello con la vista. No respondió a nada particular, sólo fue el impulso de preguntarme si su elección era honesta o condicionada por sus ojos, y cuántas veces en realidad acabábamos en esa clase de dilemas.

Cuánto elegíamos y cuánto nos era impuesto.

Su sonrisa fue suave y aceptó, por lo cual volvimos abajo. En el camino por las escaleras había sacado el móvil y, relajando las caderas contra el escritorio, busqué el nombre del pajarillo. Mientras la página cargaba lo miré, procesando su... ¿era una invitación? La idea me hizo sonreír y solté una risa liviana.

—Tengo entendido que hay un club de astronomía, probablemente deberíamos hablar con ellos. —Iba a seguir hablando, pero las imágenes aparecieron y el ave era tan pequeñita y adorable que me arrancó otra risa enternecida—. Aw, it's so tiny and fluffy. —Lo miré de repente y me imposté una expresión de reclamo—. Espera, ¿me estás diciendo pequeñita y esponjosa?

Para terminar de hacerla, la variedad de nombres del pequeñín era hilarante. ¿Churrinche, pechirojo, capiturrín, chapaturrín? Sonaba a trabalenguas decirlos todos al hilo.

 

Al buscar al pajarillo en el móvil recordé que había recibido unos mensajes antes y los revisé, encontrando que eran de Rowan. Fruncí ligeramente el ceño y me reprendí por haber olvidado como imbécil hablarle del proyecto. Se podía argumentar que habíamos tratado temas más delicados pero aún así. Le sonreí a Suiren, en un pedido silencioso de que me esperara un instante, y grabé un audio.

—Right, I forgot, sorry. Ayer hablé con una de nuestras compañeras, Ilana, y dijimos de entrevistar a su papá, que es policía... o detective, más bien. O las dos, no sé. ¿Te parece bien, Rowie? En ese caso avísame así ya le aviso a ella.

Con eso hecho, bloqueé el aparato y lo dejé sobre el escritorio, tras mi espalda, lugar donde estaba mi bento. Lo recogí y miré a Suiren, quien me molestó al Suiren style y ya finalmente reconoció que la similitud provenía del color. Tomé un mechón de mi cabello entre mis dedos y lo observé un par de segundos, bajo aquellas luces lucía más opaco pero, en general, nunca me había parecido un color particularmente vívido. Era oscuro y podía incluso recordar a la sangre. Pensé en mamá, pero lo solté y le sonreí.

—Pequeña, esponjosa y colorinche —recapitulé, divertida—. Se lo contaré a mis nietos cuando crezca.

Comí de mi almuerzo entonces, parte de la cena de ayer y un poco de arroz fresco mezclado. Su pregunta me alcanzó mientras masticaba y, supuse, haber estado hablando de aves me lanzó al recuerdo de mis abuelos de forma más o menos directa.

—Los azulejos. Son unas aves azules muy bonitas. Mi abuelo cantaba mucho una canción que hablaba de ellos y siempre me gustó mucho. —Sonreí, regresando la vista al frente, y entoné unas pocas líneas del estribillo en voz muy baja—. So maybe you're a bluebird, darling, tearing through the darkness of my days. And maybe you’re a drop of water, running down the lines upon my face. En realidad la canción es de un amigo de mi abuela, de cuando eran muy jóvenes. Tenía una guitarra, alma de artista y estaba enamorado. —Me reí—. La abuela me contó que siempre lo molestaban, pero que el día que conoció a mi abuelo, la canción tonta apareció en su mente sin pedirle permiso. Es especial para mí también.

La abuela la había entonado en el jardín una y otra vez cuando un azulejo pasaba a visitar, mientras yo regaba los hibiscos y papá reunía fuerzas en algún lugar más oscuro. El abuelo había fallecido hacía poco, el fantasma de mamá aún palpitaba en la casa, y entonces ella y yo nos hacíamos compañía mutua. La había invocado hacía poco, también, en la soledad del cuarto oscuro. Recluida en una pequeña esquina.

—¿Y tú, cielo? —le regresé la pregunta, aprovechando para comer, y alcé las cejas al recordar otra cosa de repente—. Oh, right! Me contó un pajarito que estuviste hablando bien de mí~

Andábamos temáticos, claramente.

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only for the record, la canción que Sasha menciona es esta

 

Su apunte me estiró una sonrisa en los labios que cargó consigo una mezcla de ternura y resignación. Era una idea que había sopesado alguna que otra vez, puede que con la esperanza o anhelo de que obrara como un encantamiento mágico, cuando fui más pequeña, más ingenua y más inocente. La relación de mis padres había sido compleja y turbulenta, y Eloise se había ido demasiado pronto. No creía tener idea de lo que era enamorarse o cómo permitirme hacerlo.

—Dicen que los buenos amantes vienen de buenos amores —murmuré, al aire, y lo miré de soslayo con aquellas emociones aún impresas en mi semblante—, y no estaría siendo mi caso.

Mencionó el búho nival, lo recordaba de los programas que le gustaban a Danny y... la vida en general, suponía. Era un ave blanca, muy bonita y bastante reconocible, y la similitud con Suiren enfatizó la ternura de mi sonrisa. Deslicé la mirada a su cabello y colé la mano tras su espalda, para alzarla y acariciar las hebras de nieve ligeramente. Estaba en eso cuando rescató el nombre de Ilana y asentí; acababa de nombrarla, al fin y al cabo.

—Te delató, pero en su defensa sólo hicimos un intercambio de información, así que cayeron tú y otra pobre alma. —Regresé la mano a mi espacio para seguir comiendo—. ¿Qué tal tu proyecto? ¿Ya definieron algo?

 

Ya sabía que le gustaban las caricias, de por sí me lo había mencionado directamente la otra noche y siendo mano suelta, como algunos dirían por ahí, era información muy valiosa. Desde esa vez aprovechaba el bug. En general, suponía, al menos de mi parte había comenzado a tomarme otras licencias a su alrededor. Me pareció que se relajaba un poco y mi sonrisa se suavizó, ensanchándose con una pizca de diversión tras oír sus palabras.

—En tanto me los pidas a mí —murmuré, inclinándome ligeramente en su dirección; era y no era una broma.

Estaba comiendo de mi almuerzo, y mientras me contaba de su proyecto noté que recogía el primer, famoso y poderosísimo palito de queso. Lo seguí con la mirada y, ya de paso, la tontería me sirvió para ignorar el detalle de que mencionara a Alisha. Hizo la relación de la actriz con una tal Miller, pero no sabía quién era. Había olvidado que era la chica del evento de baile.

—Sounds nice —concedí, tranquila.

Él ya había oído lo relevante de nuestro proyecto en el audio que le dejé a Rowan, así que seguí comiendo un poco más hasta que decidí sacar el tema infame del cajón.

—¿Te los vas a comer todos tú? —cuestioné al aire, medio indiferente, para luego mirarlo de reojo con una sonrisilla—. That's low, baby.

 

El señor Palitos de Queso me negó el derecho que ya me había ganado a probar la comida de su mamá, y la traición se me enterró como una estaca en el alma. Lo miré así, como el traidor que era, todo con tal de disimular el hecho de que habíamos llegado aquí con mi promesa de ganarme su perdón... y sin hacer nada al respecto.

—¿Para qué querrías probar mi almuerzo feo teniendo las maravillas de tu madre? —me defendí, aunque en el proceso bastardeé mi pobre comida y ya no supe para qué bando jugaba.

Revolví ligeramente el arroz con los palillos, el teatro se me desbarató y solté una risa nasal, despegándome del escritorio. Me detuve frente a él, sin poner mucha distancia entre medio, y le extendí mi bento.

—¿O sea que me trajiste hasta aquí planeando pedirme algo más? You, cheater —lo acusé, sin disimular mi diversión, y exhalé corriéndome el cabello hacia la espalda con un movimiento simple. Su última pregunta ya fue real y respondí con calma, sonriéndole—. Sí, cielo, la pasé muy lindo. ¿Te gustó el bar?

Lindo era una forma de decirlo, no falsa, pero quizá sí insuficiente. No era necesario ahondar en los detalles indecorosos a esta hora, ¿verdad? En cualquier caso, entre tanta broma había comenzado a dudar ligeramente de lo ocurrido y volví a mirarlo, un poco dubitativa.

—Sui... lo de que me fuera no te molestó, ¿o sí?

 

Aceptó mi oferta y mantuve el almuerzo suspendido frente a él en lo que seleccionaba el bocado de comida. La reformulación de mi reclamo me hizo mirarlo con los ojos entrecerrados, aún sin ir en serio. Más allá de la broma igual tenía sentido. Suiren nunca pedía nada, sólo fluía y fluía amoldándose a lo que la vida le ofreciera. Puede que en ese sentido yo fuera un poco más caprichosa, o más egoísta, o más... ¿ambiciosa?

—Son restos de la cena de ayer con arroz fresco de esta mañana —amplié mi respuesta tras haber asentido con la cabeza y me reí apenas—, que tenía que rellenar muchos bentos y no alcanzaba. Me fallaron los cálculos, can you believe it? Shame, shame on me.

Ahora bromeaba, frente a la mirada ajena sería así siempre, pero esta mañana, de hecho, sí me había molestado un poco descubrir que mi planificación había estado errada. Eventualmente relajé los brazos, dejé mi almuerzo ya vacío sobre el escritorio y me quedé parada frente a él. Dijo que el bar le había gustado y sonreí, y entonces le pregunté respecto a la mañana siguiente a la salida. Su semblante se suavizó, me resultó evidente aún con las gafas y mi expresión se arrugó ligeramente cuando me jaló la mejilla. Fruncí el ceño y un poco acabé haciendo un mohín, no tanto por su acercamiento, sino porque las gafas entre medio empezaban a molestarme. ¿Era egoísta?

Posiblemente.

En cualquier caso relajé el semblante casi al instante. Calificó lo ocurrido como una tontería y con la duda aclarada pude quitarme esa preocupación de la cabeza por completo. Iba a responder algo, pero él me extendió su almuerzo y reparé en el único palito de queso que quedaba allí. ¿Lo había reservado para mí? Busqué sus ojos cuando volvió a hablar y lo que dijo, fuera una tontería o no, fuera broma o fuera realidad, me hizo abrir un poco más los ojos.

—¿De verdad? —murmuré, la sorpresa le dejó paso a la ilusión y mi sonrisa se amplió.

Fue una especie de emoción contenida que no procesé del todo, y así regresé la vista al palito de queso para tomarlo. La familia era fundamental para mí, puede que lo más valioso que tenía, donde siempre encontraba descanso y podía reconectar conmigo misma. Amaba a papá, amaba a los niños, aún amaba a Eloise, y... conocer ese aspecto de las personas que me importaban, valiera la redundancia, también era muy importante para mí. La mamá de Maze, los hermanos de Arata, los papás de Kenneth, la hermana de Suiren y ahora su mamá, eran personas por las cuales preguntaba e indagaba casi sin darme cuenta, y eran todos pequeños archivos que guardaba a buen recaudo. Pero no ocurría con frecuencia. Por los motivos que fueran no había podido conocer casi a nadie, y esta era la primera vez que recibía una invitación directa. Fuera broma, fuera realidad.

Era... especial para mí.

Le di un mordisco al palito de queso, lo saboreé y estaba rico, sí, pero en definitiva me habría gustado de cualquier forma. Era más que una porción de comida, al menos para mí, y las emociones se me revolvieron en el pecho.

—Están a la altura de su reputación, absolutamente —concedí, contenta, y antes de llevarme el resto a la boca se me aflojó una risa alegre—. Extiéndele mis felicitaciones a la chef.

No quise decir nada respecto a la idea de la invitación, no creí que me correspondiera. Tragué el último bocado, me limpié apenas las comisuras con el dorso del pulgar y sacudí las manos entre sí, dando el almuerzo por concluido. Miré entonces a Suiren, fue una suerte de anuncio silencioso, y alcancé sus gafas con las manos. Entendía que lo protegieran, pero aquí dentro no había riesgo, ¿verdad? Procuré que todos mis movimientos fueran precavidos, cosa de detenerme si encontraba alguna señal de rechazo, y le hice la pregunta con un ligero alzamiento de cejas. Removí el accesorio, entonces, y cuando por fin encontré su mirada mi sonrisa se amplió. Quizás a él no le gustaran y a mí sí, pero eran sus ojos y precisamente por eso los buscaba. No por su color o por lo llamativos que me parecieran.

Porque eran sus ojos y punto.

—¿Ya me perdonaste? —murmuré, divertida, mientras plegaba las patas de las gafas con calma—. ¿O tengo que seguir esforzándome?

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we salió re emocional culpa de esta rolita

 

Ya había esperado su respuesta, había sido el propósito de mi pregunta realmente, pero eso no impidió que fingiera una pizca de indignación al oírlo referirse a mi acto de extrema bondad como "el trozo de arroz con verdura". Una cocinaba con paciencia y amor y así la trataban, de verdad. Seguí el movimiento de su cabeza, fue sutil y finalmente definió que no, aún no me había perdonado. Ah, estos muchachos de hoy en día.

—Público difícil, ¿eh? —me lamenté, impostando un suspiro.

Había seguido jugueteando con las gafas entre mis manos, en un gesto distraído. Esbocé una pequeña sonrisa y me estiré para dejarlas sobre el escritorio, ligeramente detrás de su posición, lo cual me acercó a él. Consumí la distancia hasta casi tocarlo, miré sobre su hombro y deposité el accesorio con delicadeza. ¿Cómo había dicho hoy en la mañana, cuando le pregunté si me había extrañado?

—"Un poco, quizá" —murmuré, afianzando las manos en sus hombros, y antes de buscar sus ojos le dejé un beso liviano en la mejilla—. Parece que tengo un montón de problemas que enmendar. Besides... I missed you too~

Me importaba de poco a nada si la tontería era obvia a cagar. Me incliné hacia sus labios con suavidad y lo besé, una mera presión de primera mano. Uno, dos besos, entreabrí la boca y deslicé las manos hasta ajustarlas a ambos lados de su cuello. La punta de mis dedos alcanzó su nuca, rocé su cabello y lo atraje hacia mí, profundizando el contacto sin prisa.

 

Sentí el contacto en la cintura, primero, las caricias leves, y luego de besarlo noté que reacomodaba mi cabello sobre uno de mis hombros. No supe por qué y tampoco pregunté, algunos rizos me hicieron cosquillas en la mejilla y ladeé la cabeza hacia el lado opuesto, profundizando el beso. Despegué un pie del suelo un par de centímetros, mi rodilla encontró la cara interna de una de las suyas y lo insté a separar las piernas un poco más, permitiéndome colarme en el espacio.

Sentirlo mordiéndome el labio me estiró una sonrisa, retrocedí para mirarlo y mis manos se deslizaron hasta reposar ligeramente por encima de su pecho, más o menos sobre sus clavículas. La tontería que dijo me recordó a la noche en el bar, cuando se clavó una jugada similar, y mi sonrisa se ensanchó con gusto.

—Oh, you liked it —murmuré, fingiendo un atisbo de sorpresa, y rocé la piel de su cuello con aire distraído—. Ten cuidado con lo que pides, Sui, o tú acabarás debiéndome a mí.

En cualquier caso, extinguí las últimas palabras en sus labios. Esta vez me presioné contra su boca con un poco más de velocidad, el movimiento lo echó ligeramente hacia atrás y hundí una mano en su nuca, atrayéndolo de regreso. Volví a ladear la cabeza, exhalé por la boca en un instante de tregua y con la mano libre acuné su mejilla. Estiré el pulgar, sin embargo, lo colé entre nosotros y me detuve para bajar la vista. Presioné su labio inferior, lo jalé con suavidad hacia abajo y, habiendo abierto su boca, me sonreí justo antes de volver a besarlo, entrometiendo mi lengua suavemente. Fui consciente de su cabello entre mis dedos, arrastré la mano por la simple manía de tocarlo y acabé enredándome a su cuello con ambos brazos para pegar mi pecho al suyo.

 

A juzgar por su temperamento, en esta clase de situaciones sí que le entretenía bastante no ceder. Me tragué la gracia y la asociación implícita, aunque no pude evitar pensar que parecía elegirlos a dedo de forma casi instintiva. Ni modo, ¿no?

—You wish —insistí, de testaruda como podía ser, y una sonrisa me bailó en los labios—. Mis besos son muy valiosos, cielo, me ofende que no lo sepas.

No dejaba de ser una estupidez, una que condimentaba el momento y ya. El calor me palpitó en el cuerpo aquí y allá, fue suave y corrió bajo mi piel como estática. Sentirlo presionándome contra su cuerpo acentuó la electricidad, afiancé casi en automático la mano en su nuca y fui extremadamente consciente del recorrido de las suyas. Fuera en mis caderas, en mi cabello, o cuando se deslizó hasta la parte baja del sostén. La expectativa me tensó apenas el cuerpo, pero él se limitó a trazar su contorno de forma casi superficial y, al cortar el beso, solté el aire por la nariz.

Desenredé los brazos hasta regresar las manos a sus hombros. Dijo que le apetecía pedir algo más y estuve por replicarle cuando noté sus intenciones de moverse. Se escondió en mi cuello, pestañeé con pesadez y cerré los ojos un instante al sentir su aliento tibio, sintiendo otra vez la expectativa de recién; pero no concretó nada, retrocedió y volví a exhalar por la nariz con una mezcla de gracia y resignación. Suponía que le quedaba poco al receso, sí.

—Cuando quieras~ —concedí, pesqué el cuello de su camisa y lo tracé hasta alcanzar el primer botón, donde me quedé jugueteando al regresar a sus ojos—. Y donde quieras, también.

Era una invitación bastante descarada, pero ya le había contado superficialmente de algunas de mis... andanzas aquí en la escuela, así que no me quedaba decencia que conservar. Con el asunto finalizado, exhalé en una suerte de suspiro y despegué las manos de su cuerpo, retrocediendo. La verdad era que no me apetecía nada cortar el numerito, pero en la balanza también estaba mi sentido de la responsabilidad y ese pesaba bastante. Me deslicé a su lado, en el movimiento le dejé una caricia en el muslo, y comencé a ordenar mis cosas con calma.

—¿Y qué tal? ¿Tienes algún plan de cara al fin de semana? —pregunté, por hacer conversación, y lo miré de soslayo con una sonrisa divertida—. By the way, me autoconcederé el derecho de asumir que ya purgué mis pecados. Eso si no tienes nada que objetar, claro.