Exterior Observatorio

Tema en 'Planta baja' iniciado por Gigi Blanche, 28 Junio 2022.

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    Zireael

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    La indiferencia de su respuesta en vez de aburrirme lanzó una chispa sobre un montón de hojarasca, porque la mierda agarró fuego con una facilidad que rozaba lo ridículo, fue parte de lo que impulsó todo lo que hice después. Además puede que la respuesta rozara lo obvio, era siempre así, ¿no? Incluso si acababa de estar aquí soltándole un montón de pecados y cosas que de verdad sentía, bueno, a la larga no dejaba de ser el motociclista hijo de puta con el que se liaba porque le salía de los ovarios.

    Porque necesitaba su dosis de adrenalina en sangre.

    Había escuchado, o más bien sentido, su exhalación y seguí con la mierda incluso cuando sentí que por fin retomaba su misión. Desabotonó la camisa, de vez en cuándo tiraba de la tela y yo continué revolcándome cada cosa como un cabrón, ni siquiera me interesaba disimularlo. El roce que vino cuando estaba con los últimos botones me hizo respirar con cierta pesadez, una mera reacción, y sonreí cuando arrastró las manos para seguir con el objetivo.

    Me despegué de su cuello y no me dio tiempo para quejarme, me besó con ganas, le correspondí de la misma manera y mandé la camisa a la mierda apenas tuve la oportunidad. No dejó las manos quietas, una encontró mi rostro, la otra buscó la mía después de haber descansado en mi pierna y la llevó al lazo; era una pequeñez, quería decir en el contexto general, pero me arrancó una risa de mierda que murió en medio del beso, apenas un segundo antes de que lo interrumpiera.

    —Mejor —afirmé mientras deshacía el lazo y lo dejaba caer. La noté deleitarse con las vistas, no la interrumpí ni nada, pero su comentario hizo que la sonrisa me alcanzara el rostro de nuevas cuentas, oscura a cagar—. Eh, me vas a subir los humos... Más, quiero decir.

    Fue decir la mierda e írmele encima de nuevo, encontré sus labios con las ganas que ella le había impreso al gesto antes, mi mano encontró su rostro, la instó a ladear la cabeza y busqué profundizar el contacto. La solté nada más para ocupar las manos en los botones de su propia camisa, al encontrar los primeros dejé de comerle la boca un instante, pero le hablé prácticamente encima.

    —Como que esto estorba también —murmuré deshaciendo los botones sin particular prisa.


    violent zukulemtho a esa cinta im weak
     
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    Gigi Blanche

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    Ya a esta altura del partido había dejado demasiadas cosas de lado, vete a saber si por resignación o asimilamiento. Era rígida pero también sabía adaptarme si me interesaba, y puede que Arata fuera la prueba viviente de ello. Habíamos tildado varias casillas desde aquel encuentro azaroso en la mesa de beer pong y quizá sólo fuera el tiempo acomodando las cosas, para el caso me había habituado a él y punto. Las resistencias se habían aflojado, con ello el estúpido orgullo se retiró del juego y pude comenzar a permitirme cosas. Sincronizarme a su frecuencia, seguirle las bromas, no prestarles atención o comerle la oreja.

    Se lo había dicho, ¿no?

    Me gustaba malcriarlo.

    Su boca estaba caliente, o al menos así me lo pareció. Su camisa desapareció, la tinta de los tatuajes lucía más oscura bajo aquellas luces y lo que solté fue prácticamente un pensamiento en voz alta; no atravesó un solo filtro. Era la primera vez que lo veía así, pretendí detallar los diseños en los escasos segundos antes de que volviera a buscar mi boca e, incluso en medio del beso, siguieron palpitando contra mis ojos cerrados. Había serpientes, caninos, mierdas japonesas y demás animales. Podían ser los caprichos de un adicto a la tinta pero, si debía ser sincera, no me lo parecía.

    Como si cada trozo de piel poseyera una impronta diferente.

    Si acaso me sonreí cuando me advirtió que le inflaría el ego, sin intenciones de replicar o defenderme. Era cien por ciento culpable, sí, ¿y? ¿Qué iba a hacer al respecto? Mi gesto cargó la misma indiferencia que usé al reconocer muy tranquila que quizá quisiera sacarle la ropa y punto. Nunca había sido de andarme con rodeos y menos me lo apetecía en una situación así. De vez en cuando se me volaba la pinza y... y punto.

    El armario de enseres había sido mi idea, por ejemplo.

    Su mano me instó a ladear la cabeza y cedí, empujándome dentro de su boca. Colé la lengua, en la movida se me escapó un suspiro y arrastré los dedos a su cabello con firmeza, presionándolo contra mí. Mi lazo ya no estaba y una correntada de electricidad, de mera expectativa, me recorrió el cuerpo cuando lo sentí encima de mis botones. Su aliento me chocó directamente en la cara y exhalé de golpe, empuñando su pelo.

    —¿Sí? —repliqué, sin despegarme un milímetro, y le mordí suavemente el labio inferior—. ¿Y esta vez sí harás algo al respecto?

    Ya la estaba desabotonando, se lo había soltado por la pura gracia de tocarle los huevos. Relajé la mano en su cabello para deslizarla a su nuca, el costado de su cuello, el pecho, el abdomen. Tras alcanzar el borde del pantalón, la despegué y retrocedí antes de que pudiera acabar la tarea. Me prendí a sus ojos, distancia de por medio, y retomé su trabajo.

    —Te estabas tardando mucho~ —argumenté porque sí, ni siquiera era cierto.

    El último botón cedió, deslicé los dedos a las solapas de la camisa y la abrí con movimientos sumamente lentos, sin perderlo de vista ni un instante.


    llevaba mucho tiempo con ganas de una cintita de Sasha en modo fucker (???) aND IM SATISFIED

    as i am satisfied with these views
     
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    Zireael

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    Mi momento de buen samaritano o de cabeza hueca durante la mascarada de Akaisa se había acabado hace mucho, era obvio. ¿Qué me había durado? ¿Un par de días? Ni siquiera me acordaba y me daba lo mismo, pero ese tiempo muerto, los días posteriores y la cagada de los móviles habían brindado un período de adaptación de puta madre. El suficiente para que me acercara a Sasha con mis sombras llenas de garras y colmillos y su cuerpo en lugar de reaccionar se adaptara a esas deformidades. Había sabido ajustarse a esa oscuridad de la forma perfecta para no recibir un rasguño.

    Porque uno solo se sentía seguro si confiaba en la sombra que lo protegía.

    Había sido el chispazo de la tinta completa, ¿no? Fueron las líneas, el color y el bestiario por fin bajo la luz lo que la hizo hablar sin filtrar una mierda. Se la pasaba mirando los tatuajes, me daba cuenta y lo dejaba estar. Además solía pasar y no perdía el encanto nunca, pero puede que con todo este tira y afloja que nos manejábamos hace tiempo solo me resultara más satisfactorio que otras veces.

    Anda, cielo, mira todo lo que quieras.

    Tanto como haga falta para que los memorices.

    Cedió, ladeó la cabeza y pronto recibí su lengua, caliente, junto al suspiro y su mano arrastrándose a mi cabello. Me empujé contra su boca con una necesidad que no debía ser aceptable en ningún código moral, pero no pudo importarme menos y solo la dejé en paz para soltarle la mierda de turno, que resultó en que me regresara la movida. La sentí afianzar el agarre en mi cabello, me mordió el labio y me permití una risa baja, entre resignada y satisfecha.

    —¿Estaría desvistiéndote si no? —repliqué bajando el tono un par de octavas.

    El recorrido de su mano me envió un escalofrío por el cuerpo, solté el aire por la nariz y volví a reír cuando me relevó en la tarea para decirme que me estaba tardando mucho. Eran sus inventos de siempre, como mis quejas, así que levanté las manos en señal de rendición y me comí el espectáculo cuando abrió la camisa con movimientos lentos, sin sacarme los ojos de encima.

    Me sonreí sin decir nada, la observé varios segundos con las manos apoyadas en el escritorio y me puse en movimiento poco después, deslizándome para bajar del mueble por fin. Me incliné hacia ella sin tocarla, invadí su espacio sin prisa para acercarme a su cuello y tomé aire, luego lo solté cerca de su oído medio porque sí; aproveché para colar las manos alcancé sus hombros, corrí la camisa esperando que la gravedad hiciera el resto y hablé por fin, todavía allí en su oído.

    —¿Te lo he dicho antes? No recuerdo —comencé tragándome una risilla—. Me encantas.

    Mis manos encontraron su cintura, la rocé primero, afiancé el agarre después y la insté a girar conmigo hasta que su cadera encontrara el escritorio. Con el movimiento concretado le ajusté una mano en el costado, justo bajo pecho y volví a comerle el cuello para luego deslizarme a su clavícula. Presioné la lengua allí, le corrí la tira del sostén del hombro con la mano libre y seguí bajando los labios hasta su escote donde me entretuve unos segundos, repartiendo besos en desorden.

    —La última vez el numerito se me terminó aquí —murmuré desde allí, dándole una mordida suave por encima de la tela, y lo que dije después podía sonar a sugerencia, solicitud u orden dependiendo de cómo quisiera entenderlo—. Sube al escritorio, linda.


    my son approves this mood violently
     
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    Gigi Blanche

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    El aire estaba frío dentro de aquella torre, no demasiado pero sí lo suficiente para lamerme la piel expuesta. A Arata le tomó algunos segundos ponerse en movimiento, aunque tampoco me molestaba la idea de que se quedara apreciando las vistas. Tomé aire lentamente con cada paso de distancia que consumió, lo esperé y me amoldé a sus intenciones. Se escondió en mi cuello, alcé un poco el rostro y pestañeé. No me tocó, siquiera me rozó, pero estaba cerca y la energía relampagueó dentro de mi cuerpo, aquí y allá. Lo sentí moverse a mi oído, su aliento cálido, y coló los dedos dentro de la camisa. La piel se me erizó allí donde tocó, fue inevitable y pasé saliva, cerrando los ojos. El aire me pareció aún más frío. Habló.

    Me encantas.

    Y sonreí.

    Good to know —susurré, bastante distraída en el resto de la cuestión.

    El build up prácticamente se me atoró en la garganta cuando lo sentí cerca de mi cintura. Rozó, se afianzó, me giró y retrocedí hasta topar con el escritorio. Sus manos estaban tibias, el aire se me escapó y quise buscar su rostro para besarlo, pero el cabrón volvió a hundirse en mi cuello y presionó justo contra mis costillas. Recorrí su brazo con la mano, básicamente me di el gusto de tocarlo sin más hasta aferrarme a su cabello. Siguió bajando, presionó la lengua cerca de mi hombro, corrió el tirante y sonreí al aire, resignada. La respiración ya me iba bastante mal.

    Me remojé los labios y bajé la vista porque sí, porque me ponía verlo allí y punto. Me había aferrado a su cabello con más fuerza de la que había pretendido, lo noté cuando habló y relajé los dedos. Sentía las piernas ligeramente débiles y un calor cosquilleante bastante demandante bajo el vientre.

    Y hablando de demandas.

    Sonreí, fue suave y retiré las manos al escritorio para obedecerle. Me subí sin prisa, acomodándome en el borde, y separé las piernas. Lo jalé sin fuerza de los brazos para que ocupara aquel espacio libre, luego busqué su rostro con ambas manos y lo besé. Me hundí en su boca, suspiré, me hundí aún más y presioné los muslos a ambos costados de su cuerpo. Insistí, otro suspiro, arrastré las manos por su torso y de regreso.

    Done —murmuré contra sus labios, conteniendo las ganas de volver a besarlo—. ¿Algo más?
     
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    Zireael

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    Había pretendido posicionarme en la cima de una cadena ilusoria desde que tenía uso de razón, en base a eso hacía todo en mi vida, puede que incluso esto, y no me importaba lo suficiente. Había afilado los sentidos para recibir cada reacción del cuerpo de Sasha, por pequeña que fuese, desde su piel erizándose, el hecho de que pasara saliva y su intención de buscar mi boca un instante antes de que regresara a su cuello.

    Mi ego, como el de cualquier diablo, se alimentaba de esas cosas.

    Sentí su mano recorrer mi brazo, posiblemente por el mero capricho de tocarme, y afirmé los dedos contra sus costillas con algo más de insistencia. En lo que a mí me concernía a ella la respiración ya le iba un poco como el culo, lo que era un punto ganado si me lo preguntaban, así que seguí con el espectáculo incluso cuando me pareció notar que bajaba la mirada; se había aferrado a mi cabello con fuerza, pero no dije nada y tampoco reaccioné visiblemente cuando relajó el agarre.

    Mi solicitud, demanda, orden, la mierda que fuese la puso en movimiento y atendió al asunto sin prisa, de modo que aflojé el agarre alrededor de su cuerpo para permitírselo. Separó las piernas, me arrastró hacia allí, buscó mi rostro y me besó de nuevas cuentas; se hundió en mi boca, correspondí, empujé la lengua hacia ella y mis manos encontraron sus muslos, presionando suavemente.

    Tenía un calor de mierda ya, pero su tacto, el beso y sus muslos presionando mis costados solo lo empeoraron, así que cuando me habló tenía el cerebro pastoso ya. Parpadeé con pesadez, retrocedí un poco para poder deleitarme con las vistas y su pregunta me conectó la neurona los segundos suficientes para reírme.

    Si acaso fue un aviso, nada más, pero ajusté mejor el agarre en sus muslos y la arrastré hasta que básicamente choqué la entrepierna contra ella, sin más. La estupidez me hizo soltar el aire por la nariz, fue pesado a su manera, y deslicé las manos de sus muslos a su cintura, arrastré la falda un poco hacia arriba en esa movida y seguí por sus caderas, su cintura y llevé las manos a su espalda. Hice el tonto con el cierre del sostén un rato, por la pura gracia, me moví para presionarme contra ella y volví a soltar el aire con pesadez.

    —No sé, me lo estoy pensando —murmuré prácticamente contra sus labios y solté el cierre de un movimiento, sonreí para mí mismo ya de paso—. Puede que tenga amnesia o esté demasiado tonto, ¿qué tal si me recuerdas qué sigue después de esto?
     
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    En líneas generales no me estaba molestando demasiado en disimular mis reacciones, no le veía el punto ni la utilidad. Tampoco me daba la gana. Prefería escuchar mi propia respiración rebotando entre esas paredes y el roce sutil de su piel contra la mía. Prefería sentir sus labios recorriendo la cantidad de terreno que quisiera, fuera caliente, fuera húmedo. Prefería profanar esta pequeña porción de escuela y hacer lo que me diera la putísima gana, así fuera por media hora. No era un privilegio que gozara a menudo.

    Y si en el proceso me lo arrastraba, que así fuera.

    Tampoco iba a quejarse, ¿cierto?

    Ya encima del escritorio lo besé y sentí su lengua buscar la mía. A la corriente de electricidad no le quedaba demasiado orden, me estaba chamuscando las neuronas una a una con una rigurosidad casi demente. Sus manos presionaron mis muslos, yo presioné sus caderas y también su nuca, como si quisiera devorarlo de un bocado o fusionarlo a mi cuerpo. Ni siquiera estaba segura, era un impulso corriéndome debajo de la piel.

    Arata se reía todo el tiempo, daba igual la situación. Lo vi pestañear con lentitud, repasar mi silueta y por un único segundo me pregunté qué cojones estábamos haciendo. No importó demasiado. Su gesto fue un anuncio, pero no lo interpreté como tal y me pilló desprevenida. El cabrón me arrastró, lo sentí directamente contra mi ropa interior y la pulsación de calor que me bañó el cuerpo me derritió el cerebro. Cosquilleó, se sintió jodidamente bien y contuve por los pelos el impulso de removerme. Sus manos ascendieron, levantaron la falda, trazaron líneas de fuego y me quedé quieta, mirándolo como imbécil. Tenía la cabeza liviana.

    Solté el aire por la boca, con pesadez, cuando tanteó el broche del sostén. Se arrimó a mí, presionándose, y deslicé una pierna por su costado hasta medio encajarla en su cintura. Estaba duro, estaba caliente y el broche cedió. ¿Que qué tocaba ahora? Lo miré ligeramente de soslayo, recorrí su torso con la vista y me incliné. Presioné los labios en su cuello, volví a exhalar y regresé. Prefería profanar esta pequeña porción de escuela y hacer lo que me diera la putísima gana. Arrastrarlo al desastre, quitarle la ropa, presionarle los botones correctos e inflarle el ego como un jodido dirigible. Prefería darle lo que me pidiera y recibir lo mismo a cambio. Saborear esa libertad, saborearlo a él y apagar el cerebro, así fuera por media hora.

    ¿Y qué seguía después de esto?

    —Es un trabajo muy sencillo, de hecho —murmuré, dejando caer el sostén por mis brazos para depositarlo en el escritorio. Acuné su mejilla y lo miré a los ojos, con la intensidad de quemar la foto o el mismísimo caos que Frank me había presentado—. Ahora haces la mierda que te salga del culo. Me da exactamente igual.

    Quería, no, necesitaba borrar muchísimas cosas de mi cuerpo. Había tinta, manos ajenas, alientos desagradables y sonrisas que no me pertenecían. Había tantísima mierda fuera de mi control y era muy simple, realmente. Un cuento de niños. Sólo quería que me absorbiera.

    —Si quieres instrucciones más detalladas te las puedo facilitar —agregué inmediatamente después, y busqué su mano para presionarla contra mi pecho desnudo. La tontería me envió otra oleada de calor y me incliné sobre su oído, suspirando—. Puedes empezar ahí, pero te advierto una cosa: la vara está un poco alta. Dentro de la escuela, quiero decir.

    Una sonrisa jodidamente amplia me estiró los labios y le mordí apenas la oreja. Dios, ¿había necesidad de picarlo así?

    We don't have much time left, babe.
     
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    Esta mierda parecía un respiradero del Infierno, ¿no? ¿Qué nos había detonado de por sí? ¿La idea de Sasha? ¿Planear una estupidez nueva que nos permitiría aprovechar los errores en la matrix o qué? Daba lo mismo, pero de repente fui consciente de que esta fracción de fuego revuelto y roca derretida era una de las pocas cosas sobre las que teníamos verdadero control. Después de las cagadas, de las manos ajenas, la ira aplastante, la sangre y quién sabe qué más esto era nuestro borrón. Habíamos construido la tensión como imbéciles para poder reventar el cilindro de gas con toda su fuerza.

    Hazlo en grande o vete a casa, ¿era así?


    Si queríamos absorber al otro o fusionarnos ya no estaba muy claro, aunque en realidad desde hace días no estaba muy seguro dónde empezaba su cuerpo y terminaba el mío. La línea de separación era difusa, moralmente incomprensible, y todo lo que sabía en este momento era que en esta torre podía sentir la electricidad de su cuerpo. Era lo único que necesitaba.

    El calor siguió viajando en direcciones azarosas con cada acción, nuestras lenguas encontrándose, el punto de contacto de nuestros cuerpos y cada lugar que podía alcanzar con las manos. Se había quedado mirándome como tonta luego de la movida, eso me ensanchó la sonrisa y si no le pregunté qué le pasaba, solo por joder, fue porque estaba con la otra tontería.

    Su pierna se ajustó a mi cintura, volvió a mi cuello obligándome a tomar aire e insistí moviendo las caderas para presionarme contra ella, el ritmo era medio tortuoso pero tampoco había que joder la fiesta antes de empezarla. Su voz me alcanzó, sí, pero sonó algo embotada con la cantidad de sangre que ya me había abandonado la cabeza que tenía sobre el cuello, y sostuve su mirada aunque noté que su pecho había quedado libre ya.

    Ahora haces la mierda que te salga del culo.

    Me da exactamente igual.

    —No me mires así —advertí en voz baja—. Que cuando parece que llevas "Peligro" escrito en la frente es cuando más ganas te tengo. Es delito federal.

    Lo de las instrucciones detalladas me aflojó una risa bastante ronca, aunque la interrumpió mi propia respiración cuando me hizo encontrar su pecho con la mano. Presioné de inmediato, fue automático, y solté el aire por la nariz. La estupidez que me dijo me alcanzó el cerebro a medias porque me mordió la oreja después, comprimí los gestos y no atendí del todo al comentario del tiempo porque de por sí lo soltó en inglés.

    Me hundí en su cuello sin aviso, besé, mordí y lamí tanto como me vino en gana sin dejar su pecho quieto un mísero segundo, también retomé el movimiento contra su ropa interior. Cuando bajé por fin tomé una pausa para deleitarme con las vistas, ni siquiera lo disimulé, y unos segundos más tarde le eché la respiración en el pecho que había dejado desatendido. El otro, bueno, seguía en mi mano.

    Alcé la mirada, encontré sus ojos un momento y presioné la lengua contra su pezón antes de rodearlo con la boca. Jugué con él, succioné suavemente y seguí con el numerito un rato mientras hacía los movimientos en espejo con los dedos en el otro. Cuando me dio la gana corté el show, incluso la solté solo para instarla a recostarse en el mueble y después deslizar ambas manos a su cintura para comenzar a trazar un recorrido con la lengua. La movida implicó que medio me acomodara sobre ella, echándole parte de mi sobra encima.

    Entre la luz tenue de esa torre, el fuego que me corría bajo la piel y mi nulo interés por frenarlo, el rojo, profundo, me parpadeó frente a ojos y supe qué quería que Sasha borrara de mi memoria a cambio de lo que yo podía borrar de su piel.

    La sangre que llevaba en las manos, la que había limpiado del suelo de la cocina.

    Déjame ayudarte.

    Y ayúdame.

    Tracé un camino con los labios y la lengua al valle entre sus pechos, su torso, su vientre y continué hasta que topé con el borde de la falda. Descansé las manos en sus piernas un segundo y la sonrisa que me alcanzó el rostro fue el mal augurio de siempre.

    Me retiré de entre sus piernas solo para quitarle la falda, la dejé caer al suelo sin más y regresé al espacio que acababa de abandonar, pero me arrodillé sin detenerme en avisar nada. Tomé su pierna, le dejé un beso en la cara interna del muslo y presioné su piel con los dedos, fue firme. Con la mano libre guié su otra pierna para que descansara en mi hombro, pues porque sí.

    —Qué tan alta esté la barra me importa tres mierdas —murmuré desde allí, con pausas por cada beso que le dejaba—. No planeaba un almuerzo tan importante. Voy a tener que improvisar.

    Había seguido subiendo por la cara interna de su muslo y cuando estuve terriblemente cerca de su intimidad le dejé un beso mucho más húmedo que el resto, le eché el aliento encima incluso, y solo entonces me desvié. Presioné los labios sobre su ropa interior, la lengua después y corrí la tela antes de ajustarle las manos en las piernas para volver a arrastrarla ligeramente en mi dirección. Fue apenas para ajustarla, ni más ni menos.

    Tendríamos poco tiempo para lo iba a aprovechar.

    Mi lengua encontró su intimidad de una vez por todas, hizo un recorrido amplio, lento, antes de centrarse en donde correspondía. Aproveché que tenía la mano anclada a su pierna todavía para instarla a separarla más, dándome espacio, y me dediqué a comérmela sin ninguna clase de vergüenza.

    Como correspondía.

    Hasta dejarla al borde del acantilado.
     
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    Gigi Blanche

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    No sabía yo si lo hacía de masoquista o instigador a secas, pero el imbécil insistió con el vaivén de caderas cuando me acerqué a su cuello y tuve que tomarme un segundo extra para dejarle el beso. El abdomen se me había tensado, el cuerpo entero, y lo reflejé casi al instante. La mierda me estalló en el centro del cerebro con cada cuota de presión. Contrario a agotarme, sólo aumentaba y aumentaba la carga.

    La advertencia me estiró una sonrisa de mierda en el rostro, fue amplia y me descubrió la dentadura. Era clara y delatora. Ya lo sabía, ya me sabía ese cuento de principio a fin y por eso lo hacía, ¿no? Daba igual la frecuencia con la que lo usara, sabía que tenía ese poder al alcance de la mano. Era un don y una maldición, suponía. Podía rascarme una cerveza entre un grupo de imbéciles y concederme estos pequeños placeres tras bambalinas, podía conseguirme trabajos de mierda que relajaran el flujo de dinero. Y también podía marcarme como puto ganado, atraer atención indeseada. Atarme a una maldita pira y dejarme ahí, amordazada. A Frank le había dicho que no tenía tanto que perder.

    ¿Era cierto?

    No respondí nada, supuse que mi sonrisa haría ese trabajo y Arata presionó mi pecho apenas guié su mano hacia él. Estaba sensible, joder, hacía calor y le solté el suspiro sobre la oreja. El cabrón se hundió en mi cuello sin aviso previo, besó, mordió y otro vaivén. Sentí la cabeza liviana y el primer gemido, suave, fue a morir contra su oído. Retrocedí después, conforme fue descendiendo, me acompasé al movimiento de sus caderas y marcamos un ritmo que me siguió lamiendo la piel. Parpadeé con fuerza, encontré sus ojos y solté el aire por la boca, empuñando su cabello con una cuota de demanda y ansiedad. Y cumplió.

    Vaya que lo hizo.

    Mis jadeos rebotaban y emitían un eco ligero. Me recosté en el escritorio apenas me lo indicó, la madera estaba fría y me lanzó un escalofrío por la columna. Su silueta se cernió sobre mí, los bordes recortados contra la luz tenue y suspiré, deslizando la mirada por su cuerpo. Probablemente no fuera correcto ni debiera estar allí, ni siquiera debería haberlo buscado tras la fiesta. Debería haber dado media vuelta e irme apenas sacó el jodido cuchillo. Arrastró la lengua entre mis pechos, le jalé del pelo y enredé las piernas a su cintura, emitiendo un gemido agitado. Le clavé los talones en la espalda baja, lo insté a reanudar el ritmo de antes y, Dios, ya no podía pensar en nada. Ni siquiera sabía cuánto quedaba de receso. No debía estar ahí, no así, no con él.

    Such a pity.

    Lo sentí alejarse de mí y alcé la cabeza. Se encargó de la falda, levanté las caderas para ayudarlo e intenté usar esos pocos segundos para, qué sé yo, hilar dos pensamientos. No tuve mucha suerte, no cuando se arrodilló y la expectativa me cosquilleó en todo el cuerpo. Pasé saliva, mirándolo aún algo sorprendida, y volví a recostar la cabeza en la madera. ¿De verdad iba a...?

    Holy shit.

    Sentí sus labios en mi muslo, su voz me alcanzó y solté una risa floja, sin encontrar nada decente en mi cerebro para responderle. No podía, realmente, no con cada centímetro que estaba consumiendo. Cerré los ojos y me quedé allí, suspirando, hasta que finalmente alcanzó la ropa interior. Presionó la lengua, el techo se llenó de parchones negros y me tapé la boca de puro reflejo. La respiración se me había atorado en la garganta, cada músculo tensionado. Corrió las bragas, lo sentí directamente en mi intimidad y el aire me desgarró los pulmones en un gemido. Presioné mi boca, apreté los párpados, los dedos de los pies, y se me fue todo a la mierda.

    Fuck —jadeé, contrayendo el semblante.

    Quise que me importara pero ni siquiera supe si lo intenté. La puta torre se llenó de sonidos, deslicé los dedos lejos de mi boca y los pasé por mi propio cuerpo. Mi cuello, mis pechos, mi abdomen, hasta el cabello de Arata. Me aferré, lo jalé, empujé y revolví sin concederle una gota de pensamiento. Me incorporé un poco, clavé el codo en el escritorio y comencé a mover las caderas, buscando maximizar su trabajo ahí abajo. Era la misma idiotez de hace un rato, verlo hacer me ponía un huevo y los gemidos se entremezclaron con mierdas inconexas, todas en inglés.

    Yes.

    Just like that.

    Keep going, babe.

    Please, don't stop.

    Don't stop, baby.
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
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    Zireael

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    ¿En qué me diferenciaba realmente de otros imbéciles a mi alrededor, que trataban de no parecerse a mí ni en las pestañas? No lo tenía muy claro, si al final del día todos caíamos en los mismos pecados en diferentes intensidades. En este respiradero del infierno a todos nos hablaba el mismo demonio, uno que nos hacía alimentarnos de la tensión, las reacciones ajenas y cuanta mierda hubiese en medio. La sonrisa de Sasha, que alcanzó para descubrirle los dientes, fue la prueba innegable de ese argumento.

    Lo habíamos admitido a los cuatro vientos de por sí.

    Éramos demasiado corporales para nuestro propio bien.

    La sonrisa era una respuesta en sí misma, como también lo fue el suspiro que me soltó en la oreja y luego el primer gemido que murió en el mismo lugar. La chispa que había caído en el montón de hojas secas agarró fuego con una fuerza que fue hasta preocupante, o lo sería de no ser porque yo me la pasaba instigando ese tipo de cosas. Digamos que todo salía de acuerdo a un muy desestructurado plan.

    Se había acompasado a mi movimiento de caderas, la gracia comenzó a descontrolarme la respiración a mí también aunque seguí atendiendo mis... tareas con la diligencia que correspondía. El sonido de sus jadeos rebotando en el espacio fue una maravilla, para qué decir otra cosa, sus piernas se enredaron a mi cintura y me instó a reanudar el ritmo de antes, cosa que hice sin siquiera pasarla por el filtro de la conciencia.

    ¿Qué mierda hacía yo aquí metido con la buena estudiante que se partía la espalda para cuidar a su familia? ¿La que era la representación de ser demasiado amable en un contexto que debería destruir a cualquiera? Debía haberla dejado quieta como en la fiesta, debí recoger el cuchillo y desaparecer. No tenía que haberle puesto un dedo encima, mucho menos aceptar vender los teléfonos y ahora falsificar joyas. No tendría que haberla buscado de nuevo, con mi ira y mi eterna sorna.

    Esta chica era una oveja que se vestía de lobo cuando hacía falta.

    ¿Y yo? Bueno, era un oportunista.

    Encontraba oro y me lo quedaba.


    La sentí jalarme el cabello, no fue nada nuevo pero entre la cantidad de cosas que me estaban sobrecargando el cuerpo se me escapó una suerte de gruñido bajo, ni siquiera yo entendí su naturaleza y me dio igual. De todas formas mi atención la absorbió su cara de sorpresa cuando me arrodillé, ¿qué pasaba con eso? Había dicho que ahora me tocaba hacer lo que me diese la gana y yo le estaba tomando la palabra, como siempre.

    El gemido le rasgó la garganta en cuanto la alcancé sin la tela de por medio, maldijo en inglés y si le importó todo lo que vino después, la verdad no debió durarle ni dos segundos. Sus manos siguieron en movimiento por su propio cuerpo, notaba el movimiento de refilón, y pronto volvieron a mi cabello a hacer lo que le saliera de los ovarios.

    Se medio incorporó, me hacía un poco de gracia que siempre quisiera ver, ¿pero quién era yo para negarle el gusto? Sobre todo cuando había comenzado a mover las caderas para añadirle intensidad al trabajo que yo estaba haciendo. Me sonreí a mitad del asunto, no lo pude evitar, y presioné su muslo con los dedos con algo más de fuerza de la que planeaba. Culpa de la sarta de mierdas que había empezado a decir en inglés, quizás, revueltas con los gemidos.

    Lo hijo de puta que podía ser era debatible, dependía del día, la hora y qué tan aburrido estuviese, qué sabía yo. El punto fue que la empujé, la empujé y la empujé hasta que simplemente dejé de hacerlo, cuando creí que estaba a un paso de irse de boca al fondo del acantilado. Luego de otro movimiento amplio con la lengua me separé, tomé aire y subí para dejarle un beso en el vientre antes de levantarme.

    La miré desde mi posición, me relamí los labios y solté su muslo para colar la mano en el espacio entre nosotros, al hacerlo le ajusté los dedos a ambos lados de la mandíbula. No era ciego, Sasha era muy guapa y me había dado cuenta al verla en su vestido fino, los tacones y la mansión de Akaisa a su alrededor, ¿pero ahora? Qué decir, era más bonita cuando su voz rebotaba en las paredes.

    —Se te escucha bien en esta torre, ¿no crees? —pregunté en un murmuro grave, entretenido, y con la mano libre alcancé su intimidad de nuevo solo para presionar apenas su clítoris—. La acústica para otras cosas debe ser una mierda, claro. Todo rebota.

    Solté su rostro, pero mi mano se deslizó a su cuello, de allí a su nuca y sujeté sin fuerza real un puñado de su cabello. No la había dejado quieta abajo, no hasta ese momento, porque quité la mano para sacarme la billetera del bolsillo, medio abrirla y sacar un forro. Dejé la billetera por ahí en el escritorio, alcé la mano entre nosotros sujetando el preservativo en su empaque y le sonreí con una calma que no sentía realmente.

    —¿Me ayudas, cielo? Prometo terminar lo que comencé~
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    No había podido ya cuestionarme nada, cualquier tren de pensamiento decente sencillamente me había quedado fuera de alcance. El hijo de puta me siguió comiendo como le vino en gana y el aumento de la electricidad era lento, pero constante. Por eso logró predecirlo, quizá. Cuando ya siquiera recordaba dónde estábamos ni me interesaba el volumen de mi propia voz, en ese preciso momento, el cabrón de mierda retrocedió. Me dejó fuera de base, le quité la mano del cabello en automático y lo seguí con la mirada al incorporarse. La frustración que sentí fue tal que estuve a punto de soltar algo, lo que fuera, en el idioma que saliera.

    Bajé las piernas lentamente, relajándolas; con el puto incendio a un lado había notado cuán resentidas las sentía. Arata me encajó la mano en la mandíbula, lo dejé hacer y no le quité la vista de encima, severa. Ya sabía yo que era un hijo de puta y probablemente le pusiera más esta clase de enfado que los propios gemidos. Lo sabía, era la clase de irritación con la que conseguía instigarme desde que lo había conocido. Se aprovechaba y lo disfrutaba, era odioso.

    Y me daban aún más ganas de follármelo.

    Dijo no sé qué de mi voz, volvió a estimularme sobre la ropa interior y me removí apenas. Una pequeña porción de mi orgullo de repente no quería ceder y presionarse contra su mano como una jodida desesperada y por ello lo evité, así fuera por los pelos. Arrastró los dedos a mi nuca, se aferró a mi cabello y la tontería me forzó a levantar un poco la barbilla.

    —¿Sí? —repliqué, sin molestarme demasiado en disimular la chispa de enfado calentándome la sangre. Lo que solté, de hecho, fue irónico a cagar—. ¿Y lo disfrutaste?

    Me había seguido estimulando hasta que detuvo el movimiento un poco de golpe. Bajé la vista, lo vi sacar su billetera y comprendí por fin las intenciones de su numerito. Me sonreí, mordiéndome el labio, y meneé apenas la cabeza.

    —¿Qué pasó con lo de improvisar? ¿El almuerzo no tan memorable? —reclamé, en un murmullo bajo, mientras dejaba caer la mierda en el escritorio.

    Ya no tenía idea si lo que sentía era mera calentura o si genuinamente se había mezclado con enfado, hastío, impaciencia, lo que fuera. No tenía idea y tampoco me importaba. Presentó el flamante paquetito entre ambos, deslicé la mirada del plástico a sus ojos y se lo quité de la mano pellizcándolo entre dos dedos. Lo dejé a un lado, me incliné hacia él y no negocié nada, sólo apreté la mano contra su entrepierna, por encima del pantalón. Lo masajeé un poco y con la mano libre le barrí el pulgar sobre los labios, secándoselos.

    —Te ayudo —convine, acercándome a su boca, y dediqué ambas manos a abrirle el pantalón—, pero ahora, con un par de condiciones por cabrón.

    Le di un ligero empujón y la prenda cayó de pura gravedad. Volví a presionarlo, esta vez sobre la ropa interior, y pude sentir su temperatura. Suspiré, pasé saliva y seguí respirando con pesadez justo encima de sus labios. Me tomé varios segundos hasta que colé los dedos en el elástico del calzoncillo, bajándolo también. Si me separé fue sólo para poder mirar abajo y reí casi sin volumen, envolviendo su miembro lentamente.

    —Te devolvería el favor —murmuré, volviendo a sus ojos, aunque por la distancia si acaso llegaba a enfocarlos—, pero no me sale ser tan nasty. Invítame a un café primero, no sé.

    No estaba filtrando mucho nada, tenía demasiadas neuronas ocupadas tocándolo y pensando en lo que quería hacer. Lo torturé un rato más hasta que retrocedí por fin, recogiendo el preservativo. No había mucha ciencia ahí. Lo rasgué, posicioné y desenrollé hasta dejarlo bien protegidito. Alcé las piernas y le rodeé las caderas con ellas, instándolo a acercarse. Le eché los brazos al cuello también, su miembro tocó mi entrada y volví a perder un montón de neuronas de un bocado. Estuve a punto de mandar todo a la mierda.

    Pero a estos chicos había que enderezarlos un poquito, ¿no?

    Lo besé, fue una movida un poco errática y me hundí en su boca hasta que, también de repente, lo empujé. Aproveché el espacio para incorporarme del escritorio y, sin una pizca de vergüenza, me deshice de las bragas. Las dejé caer sobre el mueble, volví a buscar a Arata y me presioné contra él, de pies a cabeza. Le acaricié el cabello, tomé aire y rocé su mejilla con la punta de la nariz hasta alcanzar su oído.

    —Las condiciones, ¿recuerdas?

    Lo insté a girar en redondo y lo empujé contra el escritorio, en una mezcla algo confusa entre movimientos suaves y bruscos. Le indiqué que se subiera, que se sentara más al fondo y alcé las piernas, hincando las rodillas a ambos lados de su cuerpo. Relajé las manos en sus hombros, su cuello, y le alcé el rostro. Volví a besarlo, y conforme lo besaba bajé las caderas poco a poco. Primero me presioné contra él, por fin sin ropa entre medio, y la mierda me hizo ahogar un gemido en su boca. Busqué frotarme, colé una mano para enderezar su miembro y lo ubiqué justo en mi entrada. Tenía tanta electricidad acumulada en el cuerpo que estaba a punto de volverme loca.

    Say —murmuré, agitada, y descendí lentamente. Lo sentí llenándome, presionando, hasta la puta base—, no te molesta si lo hago yo, ¿cierto, cariño?
     
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    Zireael

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    Quizás en otra vida hubiéramos sido la definición de pretender revolver agua y aceite, era consciente de ello, pero aquí estábamos y digamos que la mezcla había logrado funcionar mejor de lo que cualquiera habría estimado. Sasha sabía que era un hijo de puta y yo que ella tenía más orgullo del que parecía, una cosa alimentaba a la otra y no había remedio. Su enfado tenía cierto encanto, le daba fuerza de carácter, y era porque así como se enfadaba suponía que querría regresarme a mi lugar, fuese el que fuese.

    Supuse que su orgullo inflado era bastante más importante que reaccionar a mi mano, porque si acaso se removió por reflejo o lo que fuera, pero no me dio nada más. Me hizo su debida cuota de gracia, combinada con su molestia, que fue suficiente para estirarme la sonrisa de a poco. Tampoco estaba disimulando la chispa que le había puesto a hervir la sangre, su pregunta fue irónica que dio gusto y volví a relamerme los labios.

    —Bastante —resolví ignorando el tono con el que había hecho la pregunta, luego soltó la otra cuando saqué el condón y se me escapó la risa por la nariz en lo que aflojaba el agarre en su cabello—. Sigo improvisando, ¿te parece que esté leyendo un manual o algo?

    Su mirada se paseó entre el dichoso paquetito y mis ojos antes de que lo tomara entre sus dedos para dejarlo a un lado. Ni siquiera dijo nada, no siguió refunfuñando ni avisó, su mano simplemente se apretó contra mi entrepierna, me pasó el pulgar por los labios y me prendé a sus ojos en lo decía que me ayudaba pero con condiciones por haberme puesto de imbécil. No respondí, solo ajusté las manos en el borde del escrito para reposar parte del peso del cuerpo y tomé aire para soltarlo con cierta pesadez.

    Condiciones y todo.

    Era lo que me llevaba por molestar a la señorita.

    Se encargó del pantalón, yo lo mandé a la mierda cuando encontró el suelo y el asunto general me regresó la sonrisa a los labios. Esta vez solté el aire por la boca al sentir su mano y para cuando coló los dedos en el elástico me fui a la mierda. Escuché lo que me dijo, sí, también la vi mirar hacia abajo antes de volver a mis ojos, pero ya tenía la neurona hecha puré y tardé unos segundos en que me carburaran las ideas.

    —¿Vas a querer flores con el café también? —pregunté porque lo cabrón no se me quitaba nunca, aunque la voz me salió un poco amortiguada por mi propia respiración.

    No tenía intenciones de que me comiera la polla, la verdad, quería decir si sucedía no iba a quejarme pero tampoco era un paso vital en el proceso ni se lo iba a pedir. Claro que para hacerle de balanza a eso la cabrona me torturó un rato, se detuvo de repente para ponerme el forro y luego regresó las piernas a mis caderas, lo que me devolvió la capacidad de reacción.

    Mis manos encontraron sus muslos, se me escapó un suspiro cuando la distancia se consumió y en el momento en que se hundió en mi boca deslicé el tacto hasta su cintura, otro suspiro murió en medio del beso que de por sí fue bastante errático. Me empujó de repente, me dejó medio desconcertado pero se deshizo de las bragas y me la comí con los ojos, ni modo.

    Era pecado no mirar lo que uno se estaba comiendo, ¿o no?

    Cuando se presionó contra mí la rodeé con los brazos, fue por el mero capricho de sentir su piel, y parpadeé con pesadez otra vez. Asentí con la cabeza cuando me habló al oído, la mierda de las condiciones, y atendí al revoltijo de suavidad y brusquedad en la forma en que me hizo encontrar el escritorio pero no dije nada. Le pesqué las intenciones al vuelo, así que cuando me dijo que subiera al escritorio simplemente hice caso, pues porque había que ser idiota para no hacerlo.

    Recibí su cuerpo cuando se acomodó encima, presioné sus muslos con las manos, subí por sus caderas, su cintura y desvié una mano a su pecho desnudo, envolviéndolo. La miré cuando me instó a alzar el rostro, la luz recortó su silueta dándole un halo rojizo por el cabello y el gris de sus ojos recordó más al plateado oscuro de un revólver que al del simple metal pulido.

    Dios, ¿en qué puto momento a esta criatura se le ocurría venir a meterse conmigo?

    Me hundí en su boca apenas volvió a besarme, ni siquiera me detuve en sutilezas, y el gemido que murió allí entre nosotros fue amortiguado por el suspiro pesado que se me escapó en ese mismo momento, cuando se frotó contra mí. Presioné su pecho con algo más de firmeza y enredé el otro brazo a su cintura como una jodida serpiente, pero no la moví, no hice nada más que aferrarme a ella como si fuese el fin del mundo.

    Cuando se separó, me habló y descendió por fin, empujándome dentro de ella, el cerebro me quedó reducido a nada. Las caderas me respondieron sin permiso de nadie empujándome en su dirección, fue instintivo a cagar, también aumentó la fuerza de mi agarre en su cuerpo y dejé su pecho solo para alcanzarle el rostro con la mano. Entre toda la tensión que llevábamos acumulando hace días, haciendo el imbécil sin concretar nada, puede que estuviese algo más sensible de la cuenta porque el suspiro que le dejé ir encima fue bastante traicionero, si me hubiera pillado a media oración me hubiese cortado la voz.

    —Voy a robarme tus propias palabras —comencé en un murmuro, le encajé la mano en la nuca y volví a enredarla en su cabello después—. Ahora haces la mierda que te salga del culo.

    Me obligué a aflojar la mano que rodeaba su cintura, fue un esfuerzo consciente, todo para poder deslizarla por su espalda baja hasta alcanzar uno de sus glúteos. No le saqué los ojos de encima durante el numerito, por mucho que el calor de su interior me estuviese distrayendo de absolutamente todo, y presioné con ganas. La estupidez de paso me sirvió para instarla a moverse, el ritmo al que lo hiciera ya sería cosa suya.

    —Me da exactamente igual.

    Seguía en automático, así que me estiré para alcanzar su cuello y besarla, un beso jodidamente húmedo y desesperado que no me interesó modular. Ya no tenía control alguno sobre la electricidad que me corría por el cuerpo, si era que lo había tenido alguna vez para empezar.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Con lo suavecito que se había puesto últimamente era casi... encantador que la vena hija de puta se le hubiera reactivado justo en un momento como este. En el fondo del cerebro lo entendía y hasta podría decir que era casi predecible, pero nadie me pediría demasiada capacidad neuronal justo ahora, ¿verdad? Me valía con mantenerlo justo encima de la piel para permitirle erizarla de a ratos, para obrar de gasolina y limitarse a alimentar el fuego lamiéndome el cuerpo. Lo del manual primero, las flores con el café después. Tuvo la gracia de soltarlo cuando ya estaba haciendo el imbécil sin ropa de por medio y apreté su entrepierna con mayor firmeza al estimularlo.

    Fuck you —fue todo lo que le respondí, en un murmullo grave.

    El resto procedió sin altercados. Me correspondió cada beso, me tragué los suspiros, se enredó a mi cuerpo y obedeció cuando le convino. Mirarlo desde arriba se sintió ligeramente extraño, era la primera vez que mi sombra se cernía sobre él y no al revés. Atendí a sus ojos, oscurecidos bajo mi silueta, y su mano volvió a encontrar mi pecho. Consumí un suspiro en el beso y se me atravesó una idea espontánea, salida de la mismísima nada. Con ello lo sujeté fuertemente y me hundí en su boca, silenciando el mundo apenas un instante.

    Yo también podía protegerlo, ¿verdad?

    Daba igual la letra chica, podía hacerlo.

    Sus caderas reaccionaron, acentuando repentinamente la intromisión, y la mierda me lanzó una mezcla de placer y dolor por el cuerpo que se disipó a los pocos segundos. Me sostuvo con fuerza, arrastró la mano a mi nuca y me tragué su suspiro. Oírlo usando mis palabras me aflojó una risa breve, bastante floja, con lo distraída que estaba en las... otras cuestiones. Lo sentí en mi glúteo, me instó a moverme y el incendio, brevemente suspendido, se reanudó como un soplido de brisa. Levanté las caderas unos pocos centímetros y marqué un vaivén pronunciado. La presión se aflojó, regresó, se aflojó y regresó de vuelta. Era lento, profundo y cada mínimo movimiento, jodidamente placentero. Hice todo prendida a sus ojos, respirando con fuerza por la boca, hasta que el cabrón se lanzó a mi cuello.

    Lo hizo sin mucha sutileza, empujé las caderas hasta hundirme lo más posible y gemí, aferrándome a su cabello. Me seguí moviendo de atrás hacia adelante, tensando el vientre para puntualizar la presión, prácticamente buscando incluso lo que no podía darme. Mi voz rebotaba, cada maldito sonido, el aire me quemaba en la garganta y lo jalé lejos de mi cuello para comerle la boca. Los gemidos siguieron muriendo contra sus labios y cuando el multitasking empezó a fallarme, escondí el rostro en su cuello. La respiración me iba como el culo, le clavé los dedos en los hombros, las uñas en los omóplatos y mordí la porción de piel que tuviera al alcance. Fue una pequeña descarga, si se quiere.

    Asshole —murmuré desde allí, jadeante, y reduje el ritmo de mis caderas al buscar sus ojos. Fue casi un pedido implícito, extraño—. ¿Así va bien? ¿Seguro no quieres el manual?

    Eres un instigador, ¿no?

    Instígame, entonces.
     
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    Zireael

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    Me pasaba la vida tensando las cuerdas de todo Dios, desde Sonnen hasta Sasha con un montón de infelices en el medio que tenía la desgracia o la fortuna de topar conmigo, lo sabía. Que me hubiese relajado a su alrededor era, más bien, una suerte de error en el sistema, pero bastaba encontrar el cable y volver a ponerlo en su lugar para que las cosas regresaran al orden que les correspondía. Era evidente que en esta situación iba a volver a... los viejos hábitos, para llamarlos de alguna forma.

    Como le solté la pregunta estúpida de turno cuando ya había puesto manos a la obra, la cabrona presionó con más firmeza, me dijo que me jodiera y otra respiración se me atoró en la garganta. Me dio risa también, no supe ni por qué, puede porque el cerebro me lanzó de inmediato a la estupidez esa que veía en línea a cada rato, la de "Fuck me yourself, coward" pero no me daba el poco inglés para decirlo sin descojonarme y joder el asunto, así que me quedé callado y el resto sucedió como correspondía.

    Algo en sus movimientos en el momento en que su sombra se proyectó hacia mí cambió, la forma en que me sujetó fue distinta y cuando se hundió en mi boca un parchazo de la sangre que me rodeaba pareció borronearse, al menos disminuyó de intensidad. Las mierdas que seguía sin contarle a Sasha dejaban de existir en ese espacio, en esta sombra y este calor. Por eso correspondía a cada maldito contacto, como un imbécil, por eso había dejado de resistirme.

    No se me ocurrió hasta entonces que los dos proyectábamos una sombra.

    El poder de esa penumbra era el mismo en tanto el otro lo permitiera.

    El vaivén que marcó, profundo, me hizo sentir la cabeza liviana y absorbí cada oleada de placer que me embotó los sentidos. Mis manos siguieron entreteniéndose en sus lugares correspondientes, pero ella no dejó de mirarme ni de respirar por la boca y fue lo que me hizo lanzarme a su cuello. Se empujó de tal manera que la respiración se me entrecortó en medio de la comida de cuello, no le encajé los dientes de puro milagro y el ritmo que marcó, la presión que mantuvo, comenzó a volverme loco. Si solté alguna maldición en los intermedios ni siquiera me di cuenta.

    Seguía con una mano aferrada a su cabello aunque no le restringía el movimiento y para cuando volvió a comerme la boca le dejé el culo quieto solo para poder enredar el brazo en su cintura de nuevo, con tal de hacerle un poco de soporte en el asunto. Me hundí en su boca como me dio la gana, busqué su lengua, presioné y me tragué cada maldito gemido que le abandonó la garganta hasta que se le fundieron las funciones y escondió el rostro en mi cuello.

    La jodida me clavó las uñas, mordió donde pudo y la mierda me hizo suspirar al aire cada vez. Me insultó, así de la puta nada, y cuando bajó el ritmo solté el aire por la nariz, entre hastiado y resignado, pero su pregunta de mierda cumplió con la fusión que le correspondía. Pasé saliva, seguía con la mano en su cabello y ahora sí afiancé el agarre de forma completamente distinta, con fuerza, y la saqué de mi cuello.

    —No sabía que te gustaba insultar —murmuré, serio, pero la sonrisa me estiró los labios después y alcanzó a descubrirme los dientes en un gesto un poco extraño—. Quédate el manual, ¿tú no estabas en medio de algo acaso? ¿Te lo recuerdo?

    Me valí del brazo que la tenía sujeta de la cintura para levantarla unos cuantos centímetros y empujarla en mi dirección, a la vez impulsé las caderas en su dirección, hundiéndome en ella. La movida fue más brusca, para qué negarlo, y no me detuve un puto segundo a esperar reacciones, marqué ese como el ritmo y tiré de su cabello para que me dejara espacio.

    Le comí el cuello unos segundos, la mordí y ajusté los movimientos para regresar a su boca. Le mordí el labio, me hundí de inmediato y aunque la respiración me iba como la mierda no me pudo importar menos; no cuando buscaba consumir cuanto tuviera al alcance.
     
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    Gigi Blanche

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    La respuesta inmediata a mi provocación fue el agarre que afirmó en mi cabello. Dolió apenas, jaló y me quitó de su cuello a la fuerza, lanzándome un relámpago que me forzó a contraer el gesto brevemente. Estaba serio, pero la sonrisa no tardó en oscurecerle el rostro y lo sentí encajándome los dedos en la cintura. Me levantó, me forzó a bajar y acompañó la mierda con un impulso de sus caderas. Se presionó en mi interior con fuerza, fui jodidamente consciente de cada puto centímetro y solté el aire por la boca de golpe. Insistió, me descargó con fuerza y obedecí al ritmo impuesto sin razonarlo demasiado. Le presioné las caderas entre mis piernas tensando buena parte del cuerpo, perdiendo la cabeza, volvió a jalarme del pelo y gemí, fue una mezcla de quejido y vete a saber qué más.

    Había planeado replicarle algo pero no me quedaba mucho oxígeno en los pulmones con aquella brusquedad. Seguí subiendo y bajando, prácticamente rebotando sobre él, el aire me quemaba y sentía un calor insoportable. El imbécil estaba en mi cuello, seguía aferrado a mi cabello y me empujó hacia su boca. Mordió mi labio, dolió, le enterré las uñas en los costados del cuello y las arrastré por sus pectorales. Encajé una mano en sus costillas, la otra la regresé a su hombro y la usé de soporte para mantener aquel ritmo del puto demonio.

    Me mantuve sobre su boca sin demasiado motivo, lanzándole encima todas las mierdas en inglés, los jadeos y lo que fuera que llegara a mi garganta, y me seguí follando al imbécil hasta que el cuerpo se me tensó de pies a cabeza. Me dejé caer sobre él y me presioné con fuerza, cerrando los ojos y disfrutando la jodida explosión que me anuló hasta el último sentido. Transcurrieron varios segundos en los que no tuve mucha noción de nada. Aflojé el agarre en torno a su cuerpo y dejé caer la frente en su hombro, totalmente agotada. Si él aún no había acabado y me instó a seguir moviéndome, pues lo hice sin más.

    Poco a poco recobré varios tipos de consciencia, aunque la moral seguía de vacaciones. Oí nuestras respiraciones agitadas mermando, sentí la película fría de sudor y la punta de mi nariz rozó su cuello al reajustar la posición. Se me aflojó una risa de nada, vete a saber por qué, y busqué su cabello a tientas para hundir los dedos. Lo acaricié sin pensarlo.

    —Sólo para que quede claro: no me gusta insultar —recapitulé, en voz baja, y se me coló la sonrisa en el tono—. Pero te lo merecías.
     
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    El placer de mierda que me bañó el cuerpo desde que la forcé a bajar sobre mí, desde que me empujé en su interior, tuvo la fuerza suficiente para que olvidara la hora, el día y el lugar. Estábamos en la puta escuela, a la una de la tarde, y no podía importarme menos en tanto pudiera seguir este ritmo del diablo hasta que ambos reventáramos. Había tensado demasiados cables como para que no estuvieran lo suficientemente apretados como para doler, ese maldito dolor que se mezclaba con el placer y no dejaba espacio a nada más.

    A veces uno no necesitaba nada más que esto, una follada y a seguir.

    Me enterró las uñas, las arrastró y me arrancó algo parecido a una queja que se fue a morir en sus labios, ni siquiera lo modulé. Se las arregló para buscar soporte en mi cuerpo y se mantuvo sobre mi boca lanzándome encima todo, las mierdas inconexas en inglés, los jadeos y así hasta que todo parecía la misma cosa. Su voz rebotaba en las paredes, se revolvía con el sonido de nuestros cuerpos y fui terriblemente consciente de la tensión que la bañó no mucho más tarde.

    Fueron unos segundos de diferencia, ni que los hubiese contado, pero cuando se presionó contra mí y prácticamente se deshizo aflojé el agarre en su cuerpo un mísero instante solo para reajustarlo. La insté a seguir moviéndose y el estallido se anunció con una oleada de calor que me parchó la vista de negro; la presioné contra mí y embestí una última vez hacia ella en cuanto la presión, ya insoportable, se liberó. De inmediato sentí que se me aflojaba la tensión de cada músculo.

    Era como morirse un instante.

    Lo que le siguió a aquel desastre fue lo más parecido al silencio que escuchaba desde que se nos voló la pinza. Relajé el brazo, le solté el cabello y deslicé la mano por su espalda, notando la capa de sudor y dejé caer la cabeza sobre la suya, cerrando los ojos. Sentí su caricia en el cabello, la reflejé en su espalda y la envolví en mis brazos sin pensarlo siquiera, todavía con la respiración descontrolada.

    Se había reído, vete a saber por qué, pero tenía el cerebro vuelto aire y me dio algo de risa también. Medio giré la cabeza para dejarle un beso en la sien, pues porque era una idiota de las grandes y ya, pero hace nada acababa de decirle que era mi amiga.

    Se me podía volar la cabeza del cuerpo, pero esa verdad ya estaba escrita en piedra.

    —Me vas a romper el corazón —respondí en un tono parecido, aguantándome las ganas de reír—. Era mejor que solo te pusieran los insultos. Existen las mentiras blancas, ¿sabes?

    Alcancé su muslo con la mano izquierda, le di un apretón suave y la acaricié después. ¿Por qué? Porque sí, qué más daba, acabábamos de estar follando y yo quería seguir tocándola, lo de siempre. Al final el mano suelta era yo y todo.

    —Levántate, cariño. Te van a doler más las piernas si te quedas más rato así —resolví en un murmuro y la estupidez que pensé me estiró los labios en una sonrisa un segundo antes de que la dijera—. ¿Te ayudo a vestirte?
    yes im speed cuz im biased
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Arata se quedó quieto un poco después que yo, sentí los ligeros espasmos en mi interior y no le di importancia, de muerta en vida que estaba. Su cuerpo se relajó de a poco, me soltó el cabello y sentí sus brazos envolviéndome. Me encogí en automático, sin siquiera pensarlo, y seguí acariciando su cabello. Mi otra mano había acabado entre nosotros, inerte.

    Mi risa estúpida se le contagió y cerré los ojos al sentir el beso en la sien, exhalando por la nariz con calma. Su respuesta me hizo gracia, me amplió la sonrisa y pestañeé con pesadez, con la vista perdida en su piel desenfocada. El cuello, las clavículas, el hombro opuesto.

    —Vale, reformulo: no me gusta insultar, pero sí me pone insultarte —murmuré y volví a reírme, liviana—. ¿Así te gusta más?

    Sentí su caricia en mi muslo y recordé poco a poco que estábamos en la escuela y debíamos regresar a clases porque nobleza obliga. Poniéndolo en perspectiva igual y tendríamos que habernos montado este numerito la noche de la quedada, con tiempo, espacio y libres de obligaciones. Pero bueno, era lo que era. Su voz me alcanzó, sonó suave y fruncí el ceño, emitiendo un gruñido leve que murió en mi garganta. La mano que había quedado inerte entre ambos se encargó de sostener el preservativo desde la base para quitarme sin riesgos, pero volví a echarle mi peso encima y suspiré. Las piernas me dolían un huevo.

    Too late —murmuré y volví a quejarme, envolviéndole el cuello con los brazos. Seguí escondida en su cuello porque sí—. ¿Te piensas que siento las piernas o algo? No, not at all, absolutely not, zero, not found. Más que ayudarme a vestirme, prefiero que me ayudes a levantarme. ¡Hazte cargo de tus actos!

    Que técnicamente eran los míos, pero ¿quién los contaba?
     
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    Zireael

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    Siempre había tenido humo en la cabeza, pero ahora genuinamente no podía hilar un solo pensamiento relevante ni aunque me forzara a ello. En ese sentido la cosa había logrado su cometido de dejarme con amnesia temporal, si éramos honestos, y si volvía a clases sería para quedarme muerto en el pupitre porque de por sí no me importaba lo suficiente dar una imagen de alumno ejemplar. Después de todo no lo era.

    Su corrección ante mi reclamo me aflojó otra risa estúpida, digna de cualquier cerebro lleno de aire, y le piqué las costillas por la pura gracia. Ahora no podía encontrarle demasiada diferencia a una cosa de la otra, pero no importaba mucho.

    —Supongo que sí. Ya no me rompes el corazón si lo pones así —concedí en voz baja.

    Se quejó ante lo que le dije, la pobre criatura, y volví a presionar los labios en su sien dejándola hacer sin más, aunque volvió a echarme el peso encima después. Me dediqué a acariciar el costado de su cuerpo, su pierna y la sonrisa se me estiró cuando dijo que ni siquiera sentía las piernas y que me hiciera responsable de mis actos. No sabía si eran míos en realidad, pero tampoco le llevaba mucho el apunte.

    —Ya, ya. Lo de antes fue un momento de debilidad, pero te recuerdo que sigo en labores de caballero —solté porque sí, con la diversión impresa en la voz aunque seguía hablándole bastante bajo—. Sin lo de la castidad, ¡pero labores de caballero!

    Tomé aire, volví a rodearla con los brazos esta vez con firmeza y me levanté con movimientos bastante lentos, para que pudiera estirar las piernas sin ningún gesto demasiado brusco. Con la misma paciencia que vete a saber de dónde me salía la bajé despacio, hasta que pudo encontrar el suelo con los pies y me separé un poco de ella, apenas lo suficiente para poder encontrar su rostro. Busqué sus labios, la besé sin la intensidad desesperada de antes, pero fue profundo de todas formas y le sujeté el rostro.

    —¿Alguna otra labor asistencial que requiera la señorita? —pregunté cuando me separé de nuevo, sonriéndole—. Aunque preferiría poder ponerme los pantalones antes, que esto de ir como vine al mundo no está tan bien.
     
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    Gigi Blanche

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    La picada de costillas me pilló desprevenida y de por sí era un poco cosquilluda, así que di un respingo de puro reflejo. Su voz me alcanzó, habíamos alcanzado un acuerdo en la negociación improvisada y sonreí, estirándome apenas para dejarle un beso en el cuello.

    Good.

    Otro beso, las caricias se expandieron y encima pretendía que me quitara de allí, había que ser cruel. Que retomara la tontería del caballero me hizo sonreír y lo dejé terminar de hilar las ideas. La ausencia de la castidad sí me arrancó una risa suave y noté que me sostenía con firmeza, así que hice lo mismo en torno a su cuello. Se bajó del escritorio, estiré las piernas de a poco y contraje el gesto, tragándome la molestia. Bah, qué molestia, me estaba doliendo de veras.

    Mis zapatos alcanzaron el suelo y solté el aire por la nariz con cierta pesadez. Cuando me aseguré que la sangre volvía a correr y que no iba a irme a la mierda, me desenredé por fin de su cuello. Él coló las manos, encontró mi rostro y recibí sus labios poco después de volver a mirarlo. Fue distinto a los anteriores, claro, cargó una sensación cálida, pero serena, y se lo correspondí con todo el gusto y la paciencia del mundo. Sólo el tiempo lo diría, suponía, para el caso no importaba demasiado. En este pequeño fragmento de realidad, los desastres por fin se habían pausado.

    Me preguntó si requería algo más y lo de los pantalones me quitó un poco del trance, arrancándome otra risa. Meneé la cabeza suavemente y bajé la vista a mis manos, que se deslizaron por su pecho hasta regresar a mi espacio. Retrocedí, echando un vistazo para localizar mi ropa interior.

    —El caballero se merece un poco de dignidad, ¿no? —convine, ocupándome de las bragas, y me barrí el cabello sobre un hombro para abrocharme el sostén—. Además, ¿me parece a mí o estábamos almorzando?

    El resto de mi uniforme estaba un poco desparramado, así que lo apilé todo en el escritorio y volví a sentarme allí, quedándome en ropa interior. A la pasada revisé la hora, confirmando que quedaban unos quince minutos de receso. Habíamos sido bastante eficientes, ¿eh? Me crucé de piernas, devolví el pelo a mi espalda y deposité el bento en mi regazo, juntando algo de pollo y arroz para extenderlo en su dirección.

    —No puedo permitir que almuerces un miserable sándwich de fiambre, en especial ahora. ¿Y si te me desmayas ahí afuera? ¿Dónde queda mi honor de dama?

    Honor de dama, sí. Por eso acababa de montarlo sobre el escritorio del observatorio, ¿no? Había que ver el descaro.
     
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    Zireael

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    El respingo que dio por la picada de costillas me agarró un poco desprevenido, pero me hizo gracia y si no la seguí molestando era porque me correspondía tenerle piedad. Entre la ausencia de piernas si le hacía cosquillas se iba a ir de boca al suelo, me lo imaginé, así que la dejé quieta y seguí con lo mío luego de escuchar su respuesta.

    Lo de la castidad la hizo reír, que era parte del cometido, y así la bajé haciéndole de soporte hasta que sintiera que no iba a irse a la mierda. El beso fue porque era un necio, ya estaba visto, necesitaba contacto cada tres minutos o me daba un síncope seguramente, así que ni siquiera lo pasé por la conciencia, lo hice y punto. Fue cálido, incluso yo lo percibí, y así como me había aferrado al infierno en la tierra me aferré a ese fragmento de calma luego de la tormenta. El aire había dejado girar sobre sí mismo, no sabía cuánto duraría, pero me bastaba.

    Era una dosis de anestesia directo al cerebro.

    Cuando me separé esperé a que me respondiera lo de las labores asistenciales, meneó la cabeza unos segundos después y sus manos recorrieron mi pecho antes de volver a su espacio para buscar su ropa interior. Acordó que merecía algo de dignidad, me hizo reír mientras buscaba mis propias cosas y me ocupaba del resto del asunto. Pude camuflar la mierda entre la basura del sándwich, por precario que pareciera, y me ajusté los pantalones casi con pereza. La camisa y el blazer los apilé con el uniforme de Sasha.

    —Bueno, pero una cosa llevó a la otra y cambié el menú —respondí mientras me pasaba la mano por el cabello, alborotándolo con la fe de que la humedad del sudor se disipara antes de salir de allí—. En nuestra defensa las prioridades suenan bastante en orden.

    La miré, se había sentado en el escritorio y luego de regresar la hora recuperó le bento, acomodándolo en su regazo. Juntó algo de comida, la estiró en mi dirección y se me escapó una risa entre divertida y resignada, porque siempre era así. Me acomodé frente a ella, me estiré para tomar el bocado de comida y escuché la tontería de turno mientras masticaba, pero le respondí hasta que había tragado.

    —Eh, respeto eran... eran dos —apañé y me puse a ubicar el otro, lo encontré casi en el otro extremo del escritorio, envuelto como si no hubiese presenciado el caos que acababa de suceder—. ¿Ves? Dos. Mejor que sobre que falte.

    Alcancé el sándwich, lo desenvolví y lo estiré en su dirección para que comiera también. La miré con cierta intensidad, como diciéndole que tampoco aceptaba desmayos por ahí, y sonreí cuando procesé lo del honor de dama.

    —No pasa nada, haré un esfuerzo para no morir por ahí. Todo sea por el honor de la señorita, claro —añadí entonces, aunque el sueño me estaba poseyendo el cuerpo. Como fuese, estiré la mano para pellizcarle la mejilla—. A ti, bueno, habrá que llevarte en brazos a la clase o algo.

    Apenas había terminado de hablar cuando escuché mi teléfono vibrar en alguna parte del escritorio, el brillo de la pantalla me permitió verlo y pude leer la previa de la respuesta de Ikari desde donde estaba. Ponía algo de que me mandaría las fotos más tarde y no sé qué, no era la gran cosa pero una sonrisa me alcanzó los labios y volví la atención a Sasha para sentarme a su lado en el escritorio. Teníamos como quince minutos para volver a parecer seres normales, deberían ser suficientes.
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    Seguí sus movimientos vagamente una vez estuve sentada en el escritorio, mientras se sacudía el cabello y soltaba la estupidez de haber cambiado el menú. Me reí y meneé la cabeza, como diciéndole que no tenía remedio. Tampoco tenía nada que argumentar contra semejante lógica, de modo que me encogí de hombros y le di la razón.

    Aceptó mi bocado de comida y buscó su segundo sándwich, al cual le di un mordisco pequeñito en cuanto me lo ofreció. Genuinamente ya estaba inclinándome cuando noté la intensidad de su mirada, así que se me coló una risa mientras lo mordía y me tapé la boca al masticar. Siguió hablando, me jaló de la mejilla y solté el aire por la nariz. Llevarme en brazos hasta el aula sonaba un pelín exagerado, ¿no?

    —Sería una imagen bastante graciosa. Lástima que no tengo alma de comediante. —Ya se había acomodado a mi lado y le choqué la rodilla suavemente con la mía—. Pero ya que suenas tan comprometido con tu título, recuerda que me debes unas flores y un café.

    De improviso recordé la tontería de los dientes de león aplastados que habíamos mencionado en la quedada y se me ensanchó la sonrisa. Un móvil había vibrado, al ver de reojo comprobé que era el suyo y no busqué husmear más que eso, de modo que no noté el nombre del famoso Ikari. Nos quedamos comiendo y recuperando la compostura, aunque en los intervalos distraje mis ojos aquí y allá. En cierto punto lo miré de reojo, su brazo, y quité una mano de debajo del bento para repasar apenas al pajarillo, el Indicador. En el estudio de Tess me había dicho que eran recordatorios, buenos o malos. Cayden, en el campamento, había hablado de una muerte. Me mordí ligeramente el labio y la duda salió sola.

    —¿Por qué te los hiciste? —pregunté, en voz baja—. O sea, ¿por qué... quisiste hacértelos?


    No era exactamente lo que había pretendido averiguar, pero un segundo antes de abrir la boca temí estar excediéndome.

    soy consciente que quedan HORAS de receso pero weno, el post salió así ehe
     
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