Exterior Observatorio

Tema en 'Planta baja' iniciado por Gigi Blanche, 28 Junio 2022.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —Hasta que alguien reconoce el poder del fangirleo, ¿no crees? ¡Ya era hora!

    Me reí ligeramente y más tarde, respecto a nuestra cita, mi primera respuesta fue un murmullo quedo. Estaba haciéndome a la idea, evidente de por sí, que no había procesado enteramente hasta ahora. Ni siquiera lo había visto nunca por fuera de la academia o de eventos escolares. Lo imaginé bien vestidito, con las luces nocturnas de Tokio iluminando sus tonos oscuros aquí y allá, y mi sonrisa se ensanchó.

    —El finde está más que bien —concluí.

    Una vez en el observatorio, recibí su regalo y el beso que dejó entre mi flequillo me supo cálido. Se sentó en el suelo, apoyó la cabeza en mis piernas y una de mis manos viajó automáticamente a su cabello, confiriéndole caricias lentas. No podía parar de sonreír y su respuesta me aflojó una risilla. Esto me traía recuerdos de aquel día desastroso, cuando habíamos acabado en el cuarto oscuro del club de fotografía.

    —El rosita es muy noble —acordé, en voz baja, y recibí sus ojos desde abajo; sentí el corazón genuinamente ablandarse dentro de mi pecho—. Lo hicimos juntos, Al. El esfuerzo, quiero decir. De otra manera no habríamos llegado aquí.

    Era consciente de que esto podía asemejarse a haberle dado una segunda oportunidad, pero tampoco veía sentido en cargar sobre su espalda todas las responsabilidades. Sólo quería quererlo, que me quisiera, y si él agradecía la paciencia y la espera, yo valoraba su perseverancia. No podía decir que nunca nadie me había querido, que Al era el primero, pero había algo en todo esto que se sentía correcto. Mucho más correcto que antes.

    Mis dedos no habían dejado quieto su cabello. Colándose entre las hebras, cepillándolo, acariciándolo. Alcancé su cuero cabelludo, se lo rasqué sin fuerza y quité los bombones del medio para inclinarme y dejarle un beso en la sien. La postura me arrojó la idea de envolver su cuerpo y deseé tener alas, alas lo suficientemente amplias para abrazarlo y mantenerlo tibio. No quería que nada malo le pasara, y era difícil poner en palabras la intensidad del anhelo. Lo llevaba grabado en el corazón.

    Era grande y tan, tan pequeño.

    —¿Me darás un iPhone, entonces? —bromeé, sin despegarme de su piel, y le dejé otro beso antes de erguirme—. Tú también, Al. Lo sabes, ¿verdad? Y si no lo sabes te abriré el cráneo y lo estamparé en tu cerebro. Cortaré aquí, con un bisturí bien afilado. —Tracé el recorrido con un dedo y me reí, reanudando los mimos—. Has confiado siempre en mí, me has protegido incluso sin conocerme. Me permitiste verte reír, verte llorar, has dormido conmigo y me has abrigado. ¿Eres consciente de lo cálido que es tu cuerpo, de lo dulces que son tus sonrisas? Algunas, al menos. —Volví a reírme—. Igual, cuando sonríes como un crío prepotente también me gusta. Creo que me gusta todo de ti.

    Hundí los dedos en el pelo de su nuca y lo rasqué allí, en un llamado silencioso. Esperé a recibir sus ojos y le sonreí, deslizando las caricias por la curvatura de su cuello. Eran apenas roces con el dorso de los dedos.

    —Te quiero, Al, y también te estoy agradecida por un montón de cosas. —Lo insté a erguir el cuello y volví a sostener su rostro con una mano para besarlo; no me cansaba nunca—. Te quiero, te quiero muchísimo.

    Y lo seguí besando, y me estiré para apoyar los bombones en el suelo y ladeé la cabeza, hundiéndome en su boca. Deslicé los dedos de una mano a su nuca, el pulgar de la otra por su nuez de Adán, y me bajé del taburete para poder besarlo mejor.
     
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    Zireael

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    Leo
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    Lo de reconocerle el poder al fangirleo tuvo su gracia, no pude hacer más que negar con la cabeza, resignado a darle razón y seguimos con el asunto de la cita. Procuraría tomar una decisión de aquí al viernes como mucho, podía contemplar que fuese un plan de tarde-noche, quizás. Tenía una idea inicial, pero podía hacerle unos ajustes pues finalmente seguía siendo nuestra primera cita oficial y la redención del noviazgo iniciado bajo el árbol random. Quería que fuese uno de nuestros nuevos recuerdos, que fuese especial.

    Stay tuned then, te daré pistas del dress code ya más cerca del finde —dije junto a una sonrisa suave.

    Ya en el suelo sus caricias en el cabello, lentas, me hicieron parpadear con pesadez y comencé a respirar bastante despacio, relajado bajo su tacto. El comentario del rosita me hizo reír, pero lo siguiente rebotó en mi mente como lo que había traducido al vuelo y traté de balancear las nociones, separar la culpa y la gratitud para formar algo nuevo, algo que pudiéramos sostener juntos. Así pude asentir con la cabeza, para comenzar a ver todo desde otra arista.

    Sus caricias me había seguido aflojando el cuerpo, cómo me rascó me erizó un poco la piel, pero su beso en la sien me distrajo y la forma en que me envolvió fue cálida y protectora. Incluso sin ellas, la idea de imaginarle alas no fue complicada porque desde hace tiempo esta chica, a pesar de lo pequeña que era, me envolvía y de alguna manera me protegía del mundo. Un mundo que era siempre grisáceo y algo insípido, entre los grises el rosa de sus ojos vibraba y procuraba guiarme.

    Su fuego no flaqueaba.

    No se rendía.

    Mis manos reaccionaron un poco después y rodeé sus piernas, abrazándome a ellas. Le conferí un apretón suave cerca de las pantorillas, apenas en el afán necio de tener contacto con ella y mi risa ante lo del iPhone acabó sumida en algún lugar entre nuestros cuerpos. Cuando se enderezó yo no la solté y su amenaza, advertencia como quisiera llamarlo me hizo asentir con la cabeza casi como niño regañado.

    —Prefiero no tener una raya de bisturí en toda la cabeza, si me preguntas. Me portaré bien y te escucharé.

    Lo que vino después me hizo pasar por nuestros recuerdos, a la primera vez que sentí un atisbo de ternura al verla o cuando me preocupé por su asma y la calidez que encontré en su cuerpo. Pensé en cada vez, intensa, en que habíamos estado juntos y otras más tranquilas, en que había descansado a su lado. Toda la tontería empezó a darme algo de vergüenza y me reí por lo bajo.

    —A mí también me gusta todo de ti —afirmé en voz baja y luego solté la tontería de turno—. Hasta cuando vas por ahí amenazando con castrar personas.

    Atendí a su solicitud, aflojé el agarre en sus piernas y alcé la vista, su sonrisa me derritió el cuerpo y las caricias, el roce de sus dedos en el cuello, volvieron a ponerme la piel de gallina. Habría sido estúpido fingir que sus palabras no me alborotaron el corazón, ya de plano habría que admitir que me habían puesto a revolotear las mariposas en el estómago. Recibí su beso, sus palabras y su cariño.

    —Te quiero muchísimo, An —respondí casi encima de su boca y lo repetí, casi como un eco—. Te quiero, mi cielo. Mi niña.

    Fui consciente de su movimiento, de los bombones en el suelo y la forma en que se hundió en mi boca. El camino de sus dedos me forzó a tomar aire y mis manos alcanzaron su cuerpo una vez bajó del taburete, encontré su rostro un momento, como si todavía estuviera procesando que podía permitirme esto.

    Que podía besarla tanto como quisiera.

    Respiré con algo de pesadez, mis manos entonces buscaron su cintura y reajusté mi propia postura para hacerla acercarse más a mí. Busqué su boca con algo de ansiedad, me hundí en ella y me colé despacio, presionando la lengua contra la suya. Fue lento, profundo y me envió una onda tibia por el cuerpo; aunque en un espacio ínfimo en que tomé aire hablé prácticamente en su rostro.

    —No es justo que me digas que me quieres y me beses así después —murmuré en algo que ni de cerca fue una queja y volví a su boca sin siquiera pensarlo.

    Llevaba demasiado tiempo ansiándolo.
     
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