Exterior Observatorio

Dado que se había encaminado hacia la escalera caracol, estuve a punto de dar por hecho que pasaría su tiempo en la planta superior, y que a mí me correspondería seguir con la revisión de los viejos volúmenes de la estantería, así como de los otros libros que permanecían, durmientes, sobre el escritorio. La perspectiva de convivir con otra persona, en esta hora y espacio, no me suponía una contrariedad en tanto él se comportara; de la misma forma que, por otro lado, tampoco buscaría detenerle si iba en busca de más privacidad.

Algo pareció detenerlo de su intención, luego de darle una mirada a los peldaños. En todo momento lo miré con atención, con mi semblante invariable, tan estoico como el suyo. Dejó escapar una leve exhalación, luego de la cual optó por regresar sobre sus pasos para, esta vez, ocupar un sitio en el escritorio. Fue allí cuando me dio la libertad de asumir que no había problemas que con que estuviese aquí, a lo que respondí con un simple asentimiento de cabeza.

Eso garantizaba una convivencia pacífica.

El muchacho, quien debía ser un senpai de tercero, empezó nuestro diálogo con una pregunta lógica, infaltable. En casi todas las ocasiones, yo sólo concedía mi nombre cuando el interés provenía del otro lado, no me caracterizaba por iniciar una presentación personal. Fue debido a eso que Morgan y yo estuvimos varios días sin saber el nombre de la otra, luego de esa intrigante conversación en la biblioteca.

—Melinda Frenerich —respondí, aún desde la estantería.

En respuesta a la otra pregunta, cerré con suavidad el libro. Las páginas emitieron un quejido, de papel quebradizo y desgastado por el tiempo, mientras que unas pocas motas de polvo se elevaron cuando todas las páginas se reencontraron con un sonido sordo, leve. Repasé el título de la portada, antes de alzar los ojos hacia el chico.

—Tales of Caunterbury, de Geoffrey Chaucer —dije—. Obra que data de la Edad Media, y parte importante de la literatura inglesa. Aunque sólo la saqué por azar, pues estos libros parecen antiguos y captaron mi interés —hice una pausa tras ofrecerle estas respuestas, lo que me permitió hacer la devolución correspondiente— Y tú, ¿cuál es tu nombre?

 

De repente estar aquí metido con esta chica que tampoco cambiaba de expresión me causó algo de gracia, aunque ni siquiera la manifesté, porque me acordé de Kashya y los pequeños logros de Anna con ella. Al final quizás tendríamos que abrirnos un club entre todos, podíamos meter a Kashya, a esta muchacha, a Sugawara y a mí, nos reuníamos todos y matábamos a alguien de una crisis nerviosa.

En fin, que me senté, hice dos preguntas y mientras esperaba la respuesta comencé a comer. La chica dio nombre y apellido, me limité guardar la información, me llevé un poco de arroz a la boca y miré a Frenerich cuando creí percibir que cerraba el libro, que resultó ser Los cuentos de Canterbury y de pasó me zampó algo de contexto.

—Altan Sonnen —respondí a su pregunta antes de comer un poco más y al bajarme el bocado regresé la atención al escritorio ahora sí, allí noté el libro y el bento—. ¿No vas a comer?

Ni idea de por qué me pintó hacer la pregunta, la verdad, pero en su defecto daba un poco igual. Mis ojos se distrajeron en el libro de Goethe, estaba en alemán y me hizo algo de gracia venir a dar con una alemana de toda la gente posible, yo a duras penas sabía algo del idioma, siquiera tenía muy presentes mis raíces, pero no dejaba de parecerme una probabilidad simpática.

—¿Era este el libro de Mefistófeles apostándole a Dios que puede corromper a su humano predilecto y luego Fausto hacía un pacto con el diablo o algo así?

 

Me dijo su nombre completo, tal como hice yo. Si bien no hubo mayor reacción de mi parte, el mismo quedó bien conservado en mi memoria, sin más ánimo que el registro. No era de tomar la iniciativa con las presentaciones, pero recordaba con precisión cada nombre que me era concedido. Altan me había ofrecido el suyo sin variar la expresión de su rostro, y este estoicismo se mantuvo cuando dio cuenta de otra porción de su almuerzo. Su carácter inexpresivo no alteró mi fuero interno, mucho menos mis gestos corporales, considerando que yo debía verme de la misma forma a ojos de la mayoría de la gente. Al menos, en vistas de este inicial parecido, ambos podíamos dar por sentado que no habría inquietud o cuestionamientos.

Mientras él comía, yo había girado nuevamente hacia la pequeña biblioteca, de modo que su pregunta me alcanzó por la espada.

—Es la idea —respondí con calma, sin voltearme a verlo.

Encajé el Tales of Caunterbury en el hueco de donde lo había sacado. Restos de polvo permanecieron sobre las yemas de mis dedos y parte de los nudillos, los sacudí con movimientos leves, pero firmes, de la mano contraria. Como siempre, casi sin hacer ruido, con el murmullo de la lluvia ahogando el sonido de los roces. Sólo volvió a escuchar la voz de Altan… mencionando a Mefistófeles, Dios y Fausto.

Me volteé para mirarlo, a la luz de las tenues luces amarillentas, y luego me aproximé hasta el escritorio, con esa calma y silencio envolviéndome. En uno de los extremos del escritorio se encontraba una silla extra, que pasaba desapercibida por algunos libros que habían abandonado sobre y bajo ésta.

—Así se puede resumir la introducción del Fausto de Goethe, sí —afirme, a la vez que dejaba en el suelo los libros que había sobre el asiento.

Antes de ocupar la silla ya despejada, tomé el bento del escritorio y lo destapé sobre mi regazo. Mi libro, sin embargo, permaneció sobre el escritorio, todavía frente a la vista de Altan. Lo miré desde mi posición, sin tocar aún la comida.

—¿Lo has leído alguna vez? —pregunté, en vistas que había descrito muy bien los primeros hechos de esta obra— Es un libro al que regreso de vez en cuando.

 

Si ya de por sí no me detenía mucho en preocuparme por lo que pudiera hacer sentir a las personas con lo serio que parecía on a daily basis, cuando topaba con otro como yo cualquier angustia de protocolo social acababa por desaparecer. Si ella no cambiaba de cara, mucho menos tendría que hacerlo yo y eso facilitaba mucho las cosas teniendo en cuenta que no la conocía.

Su respuesta me alcanzó, no vi nada que acotar y seguí concentrado en mi propio almuerzo, más o menos atento a su movimientos. Creí notar que regresaba el libro, fue antes de que preguntara por Fausto y tal, pero tampoco fue que volteara a mirarla, al menos no hasta que percibí que ella lo hizo. Fue cuando se acercó, quitó unos libros que estaban en una silla que no había notado y me fue contestando antes de sentarse.

—Qué va, no leo mucho en realidad —confesé sin más, regresando a la comida—. Mi abuelo creo que me habló de Fausto alguna vez, él o mi padre, ya no estoy seguro. Me acuerdo porque me hizo gracia que el diablo le apostara eso a Dios y luego Fausto, con sus santos huevos, hiciera un pacto.

Pasé otro bocado de comida, respiré con cierta pesadez y se me ocurrió que volver a clases con este clima no tenía sentido. Me estaba entrando sueño y de todo.

—¿De qué más va el libro de todas formas?

 

Su conocimiento sobre la introducción de Fausto provenía de un diálogo familiar, sobre el que no pudo especificar si se lo había transmitido su padre o su abuelo. A pesar de que no era entregado a la lectura como podía llegar a serlo yo, Altan terminó conectado en un punto específico de la obra, aquel que se refería a los dos grandes pactos que la fundaban, que habían sido objeto de su atención. A juzgar por cómo se expresó, parecía considerar lo del doctor Fausto como una gran osadía. También me pregunté por su familia, interesada por su conocimiento de esta historia.

Se permitió otro instante para comer, en el cual yo destapé el bento e hice lo propio, sin hacer ruido y sin mirarlo. No me pregunté el por qué de su pesada respiración, que había irrumpido con suavidad entre el sonido de las gotas de lluvia rebotando en las afueras. Sólo volví a centrarme en él cuando preguntó sobre el libro en general, sobre los otros asuntos que tocaba.

—El pacto del que hablas, trata de lo siguiente: El demonio hará todo lo que Fausto quiera mientras esté en la Tierra, y éste le servirá en la otra vida —me detuve para comer un poco de arroz, no tardé en proseguir—. Fausto toma este camino porque está insatisfecho con su vida: es un humano que estudia incansablemente para aprender todo lo que puede ser conocido, pero llega un punto en el que se desespera porque considera insuficiente sus conocimientos —me giré levemente, con los ojos puestos en la estantería— En mi opinión, siempre me resultó incomprensible. ¿Cuál es el sentido de querer saberlo todo? ¿El conocimiento con el sólo objetivo de adquirir conocimiento? Algo así es imposible.

Regresé la atención a Altan.

—Ese pacto, por cierto, incluía algo más: si durante el tiempo que Mefistófeles le sirve, Fausto queda inmensamente complacido con lo que recibe… simplemente morirá. La historia se complica cuando se enamora de Margaret, y todo lo que acontece después de eso no es feliz para nadie… salvo por el propio Mefistófeles.

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Estaba medio complicado cerrarlo. Al menos, espero que Altan haya disfrutado su clase sobre pactos quilomberos (?)

También podemos asumir que se quedaron comiendo con carita de póker hasta el final del receso. Gracias por aceptar rolearlos uvu

 

Comenzaba a creer que este espacio se estaba volviendo uno de mis predilectos, aunque eran contadas las ocasiones en las que había estado dentro. Tenía pensado pasar el receso con los gemelos, pero al llegar a la escuela -tras el anuncio todo dió un vuelco imprevisto- observé el tablón de anuncios, fue un vistazo rápido antes de que Zoldryck llegase. Era básicamente una invitación a celebrar el día de san valentín, con chocolates y eso... amistades, ligues o amantes. Sentí que medio hiperventilé, buscando dejar de lado el pensamiento intrusivo de... de que no quería que siguiese siendo solo mi amigo, comenzaba a pesarme muchas cosas que no hacía más que reprimir, una y otra vez.

Como fuese, al llegar me encontró ya en el casillero, subimos juntos. Las clases fluyeron como de costumbre, tomé todos los apuntes que creí necesarios y al sonar el timbre del descanso le mencioné que estaría en la biblioteca, hizo casi un mohín a lo que me enternecí. Me levanté sabiendo que no me seguiría porque no era fanático de estar en dicho lugar, y menos cuando el día anterior lo había mandado a buscarme un libro, por lo que imaginaba y hoy desearía estar al aire libre, más con el día soleado que estaba haciendo.

No le mentí totalmente, pues si pasé por la biblioteca, me sumergí en un área desconocida y pedí prestado uno de los libros. Lo abracé entre mis brazos y continué hasta el observatorio, dejando escapar el aire de mis pulmones con cierto descanso al cerrar la puerta, recostándome en una de las estanterías, las hebras doradas cayeron en desorden sobre mis hombros, como si desde mi cabeza hasta la punta de los pies me hubiese relajado al no sentirme descubierta. Parpadeé con cierta suavidad y me dediqué a observar la portada.

Recetas de pastelería moderna.

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Zireael

 

Tenía la cantidad de cero ganas de montar una escena con Wickham de nuevo, por eso me fui a la mierda al asumir que Altan se acercaría a Hiradaira porque no tenía remedio y me revolví con un grupo de gente para irme de allí. Pasé por la cafetería, compré un sándwich para almorzar y salí al patio sin saber muy bien dónde meterme. Todavía le daba vueltas al asunto de los chocolates, lo de Riamu y lo de hacer algo digno para Sasha, aunque ella sabía que era un burro en la cocina.

Con mi dilema moral seguí el camino al observatorio medio porque sí, porque no me quería quedar frito bajo el sol, y abrí la puerta de la torreja sin molestarme en pensar que hubiese alguien en su interior. Apenas estaba cerrando de nuevo cuando noté la mata de cabello rubio y por un segundo temí haberme encontrado con Rockefeller cuando mi intención, de hecho, era no volver a hablarle en la vida luego del incidente de la piscina.

El susto me duró poco, incluso con la iluminación cálida del espacio noté que el tono de cabello era diferente y entonces reconocí a Allen, la rubita que se echaba la vida pegada a Kasun. Igual le había interrumpido la sesión de lectura, así que ni modo.

—Sólo venía a almorzar —dije entonces—, puedes fingir que no existo.

A pesar de eso tuve que navegar el espacio y acercarme un poco a ella para ver dónde me sentaba, al final opté por apartar algunas cosas del escritorio y sentarme encima. Me quiso hacer gracia porque me acordé de cómo habían terminado las cosas con Sasha en este mismo lugar, pero bueno... Eso era secreto de Estado, ¿verdad~?

Igual dejé el sándwich a un lado un momento y saqué el teléfono para escribirle a Altan dónde me había quedado, por si se le antojaba venir luego, fuese solo o con Hiradaira.

 

Bizcochos, tartas, flanes, pudines... el mundo de la cocina era demasiado amplio hasta en cosas como postres, comenzaba a sentir que se hacía más distante el que me quedase lo que sea que escogiera bien, digamos, no era maestra en la cocina, solía hacer cosas muy sencillas y con respecto a mi alimento diario se encargaba un empleado contratado por mis padres y direccionado por mi nutricionista, pero no pediría a dicha persona que me ayudase, le diría a mi madre y se haría un caos, por lo que ya estaba estructurada a hacer las cosas sola.

Supuse que lo primero era elegir que hacer, pensando en eso medité qué era lo que más le gustaba a Zoldryck, lo conocía hace muchísimo tiempo y sabía de antemano que le gustaban los dulces, pero no quería darle una barra de chocolate comprada, quería que fuese algo especial para decirle que. La puerta se abrió y di un respingo al sentir la espalda tensa, esperé a ver de quién se trataba y no era nadie más que Arata. Solté el aire por la nariz en lo que decía que solo almorzaría, no dije nada, si a mucho traté de cubrir con mis delgados dedos el título del libro.

No me daba vergüenza, pero si tenía algo de zozobra sobre que se fuese a burlar de mí, a fin de cuentas creía que era obvio asociar el por qué estaba leyendo el libro con ese panfleto tan colorido de la entrada.

 

Entre la distancia y la iluminación de este lugar lo cierto fue que no determiné bien el libro que la chica tenía en las manos, no de primera entrada. Por otro lado, esta mocosa era casi frígida cuando se trataba de gente fuera de Kasun, así que tampoco esperaba grandes cosas de ella, pero incluso Altan parecía menos burro social a su lado. ¿Tanto costaba un "Buenas tardes" al menos? No lo creía, pero tampoco lo diría en voz alta, mira que luego me saltaban los defensores de las damas.

El punto era que estaba desenvolviendo el sándwich cuando le eché un vistazo de nuevo, ella había cubierto el título, pero no es que fueran alcanzarle las manos para tapar toda la condenada portada en sí y uní puntos con más rapidez de la que pretendía. Iba a darle un bocado al emparedado, pero entonces lo dejé suspendido en el aire y pasé de no preguntarle a mi hermano de dieciséis años, a preguntarle a la compañera de clase que perdía las bragas por su amiguito. No era muy honroso para mi orgullo masculino, pero las palabras se me escaparon antes de conectar lengua con cerebro.

—¿Vas a preparar algo para eso del White Valentine? —dije con una pizca de esperanza, como si la pobre mocosa fuese mi salvavidas de repente. Medio segundo después se me ocurrió que una pregunta así viniendo de mí podía sonar... mal—. ¡No voy a reírme, te lo juro por mi madre!

Alcé ambas manos en señal de rendición o lo que fuese, en una sujetaba el sándwich y poco faltó para que se le saliera un trozo de pollo.

—Estaba en medio de una crisis existencial porque soy una bestia para la cocina. ¿Tú sabes algo? ¿Me puedes dar consejos o lo que sea?

 

Cuando regresé mi atención al texto con el fin de lo que él mismo sugirió -ignorarlo- me dispuse a ver lo de los materiales antes que la cantidad de sabores o rellenos que podían hacerse, de nuevo, era algo tan amplio que volvía a preguntarme sino era mejor comprarlos, pero la insistencia por la duda acabó muriendo cuando la pregunta de Arata me alcanzó, lo miré con sospecha, como si estuviese a punto de sentir que iba a burlarse de mí por lo que ya había pensado en retirarme del lugar, sin embargo casi inmediatamente juró por su madre que no se burlaría de esto.

Mordí el interior de mi mejilla con la intención clara de regular la ansiedad y él levantó la manos. Luego pidió consejos y por Dios, a mí que no sabía ni a qué temperatura se debía poner un horno.

—¿A quién se lo darás? —tanteé primero, no porque me importara, sino porque me hacía sentir más segura de que fuese la situación real—, supongo que lo primero es saber qué gustos tiene la persona o personas a quienes les compartirás tu detalle.

Improvisé ocultando los nervios de que no supiese que yo tampoco sabía, pero era más o menos lo que estaba pensando.

—Creería que ese es el inicio, para determinar si quieres dar un chocolate, uno relleno, de figuritas, o algo diferente que también contenga chocolate como un pastel, un pudín o algo así.

Sí, definitivamente, no sabía nada de lo que estaba hablando, solo había recopilado y parafraseado lo leído.

 

La cautela de la mocosa estaba justificada, en otro contexto seguro la habría molestado o la mierda que fuera, porque era ese tipo de hijo de puta, pero ahora estábamos aquí. ¡Y yo tenía una misión que cumplir! ¡Importantísima! Bien podría pedirle ayuda a Sonnen, suponiendo que supiera lo que hacía, pero a él no le importaba nada más que su adorada Anna y seguro me haría el vacío, es que me lo veía venir.

No me anticipé a que la chica preguntara a quién iba a dárselos, eso tenía que reconocerlo, y me pregunté qué importaba hasta que se me ocurrió que quizás buscaba corroborar que no estuviera mintiéndole. Al pensar en esa posibilidad suspiré, derrotado, y supuse que podía darle el nombre de uno de los objetivos mientras seguía contemplando qué hacer con mi otra idea.

—Sasha Pierce, de la 3-1. ¿La ubicas? Pelirroja, de ojos grises, guapísima —dije sin una pizca de vergüenza—. Experta de la cocina, también. Me da miedo quedar como un imbécil haciendo algo y que quede feo.

De nuevo suspiré, dejando mi comida a un lado y pensé que su consejo pecaba de obviedad. Lo de los postres era una opción, pero se me ocurrió que si no podía asegurar que derretir chocolate y ponerlo en moldes me saliera bien, mucho menos podría estar seguro de poder hacer un postre desde cero. Para eso tendría que pedirle ayuda a Sei y prefería hacer un agujero y enterrarme. Sin embargo, se me ocurrió otra cosa.

Mason.

Ah, pobre desgraciado. Tendría que ayudar a la competencia.​

—Suena a que tú tampoco tienes idea de nada —solté sin malicia alguna y me bajé del escritorio, olvidándome por completo del sándwich. Me acerqué a la rubia y husmeé encima de su libro—. ¿Piensas intentar con chocolates o con un postre?

 

—Bueno, si es experta en la cocina si la tienes más complicada —el comentario no fue con el ánimo de ofenderlo ni mucho menos, era más un análisis lógico de la situación, aunque no aplicase en realidad.

La verdad es que si la ubicaba, en sí porque la había visto con Suiren en algunas ocasciones que Zoldryck lo saludaba de pasada, siempre pensé que eran algo más que amigos pero quizá estaba equivocada. Como fuese, me vi descubierta más rápido de lo que pensé, suspiré derrotada bajando mis hombros y el libro quedó sobre mis piernas.

—La verdad no... estaba tratando de ver este libro de recetas pero me siento bombardeada de información. ¿Qué tan malo crees que sea comprarlo? Lo siento como fuera de lugar, no sé.

En sí, porque estaba pensando en el de Zoldryck, pero por ejemplo si pensaba en el de Zeldryck si lo compraría.

—Creo que con un chocolate, imagino que empezaré comprando los materiales hoy en la noche, pero no estoy segura. ¿Tú?

 

Me desinflé los pulmones al escuchar la otra obviedad de Allen, que sí, que sabía que lo tenía difícil y no hacía falta decirlo. Igual sabía que Sasha se alegraría incluso si sólo le compraba algo, con el dinero de las entregas del dot&blue me lo podía permitir, pero quería que fuese diferente. Algo más pensado, que compensara y agradeciera un poco de todo lo que hacía por mí desde soportarme hasta dejarme entrar a su casa y conocer a sus hermanos menores. Luego estaba lo de Riamu, ocupaba una maravilla del mundo si quería al menos disculparme por ser un asno y que ella viera si me mandaba por un tubo o no.

En fin, que descubrí la mentira de la mocosa que aceptó su derrota y dejó el libro sobre su regazo, de forma que seguí husmeando desde arriba. Ella preguntó entonces qué tan malo creía que fuese comprarlo y quité la vista del libro para mirarla, encogiéndome de hombros.

—No creo que al Kasun suavecito le importe un carajo si lo compras —contesté como si nada. Notaba muchas cosas, no era difícil sobre todo si personas como esta chica siquiera lo disimulaban. Lo mismo ocurría con algunos de los idiotas que me rodeaban y conmigo mismo—. Lo que quiero decir es que está bien reconocer cuando algo se te escapa de las manos, pero entonces buscas otra manera de resolver para poder dar el detalle de todas formas. Y sí, quizás debería seguir mi propio consejo, pero también hay que admitir que hay algo especial en las cosas hechas por uno mismo.

Bajé la vista al libro de nuevo, esta vez cruzando los brazos sobre el pecho. Solté el aire por la nariz unos segundos más tarde.

—La comida que me comparte Sasha sabe a casa. Es... hay amor en las cosas hechas por las propias manos —murmuré con sinceridad—, pero también la hay en los regalos comprados y entregados con intencionalidad. En la certeza de que otra persona pensó en ti.

Dejando de lado la respuesta mortalmente honesta, atendí a su siguiente pregunta luego de que me dijera que compraría los materiales hoy en la noche. Suponía que era mejor empezar el proceso de prueba y error pronto, con tal de poder hacer algo decente la siguiente semana.

—Tengo que husmear dónde comprar las cosas, supongo. Quizás lo haga mañana. —Suspiré con algo de pesadez—. Aunque tal vez debería hacerlo hoy, mejor. No estoy seguro tampoco.

Debía medir bien los tiempos, con el fin de semana encima Unigwe me querría disponible y las madrugadas me dejarían agotado. Tenía que pescar a Mason además y pedirle ayuda, aunque el cabrón seguro se meaba encima o me escupía o ambas.

 

Sabía de antemano que a Zold no le importaría si le diese un detalle comprado, pero claro que notaría si era algo realizado por uno mismo, que era en parte lo que buscaba, pero si me ponía de los nervios pensar en que podría tener una mala presentación, o peor, saber mal. Pasé por alto lo obvio de por quién estaba buscando como hacer chocolates, posiblemente porque lo tenía tan en la cabeza que no me di cuenta de lo expuesta que estaba a los ojos de los demás, aunque me lo estuviese diciendo en la cara. A la final el llegó a la misma conclusión que yo estaba pensando.

Hay que admitir que hay algo especial en las cosas hechas por uno mismo.

Habló de casa y no sé qué. No lo había visto así, nunca, ningún espacio o persona como a casa, más bien la compañía de Zoldryck me representaba paz, me hacía sentir tranquila, bajaba todas mis guardias y me arriesgaba a hacer, comer, o hablar de cosas que pensaba y no podría compartir con nadie más.

—Entiendo —murmuré más para que se viese escuchado—, estaba pensando en una chocolatería o tienda de repostería, supongo que en ambas podría conseguir lo que necesito, y empezar a probar el fin de semana.

Miré las páginas del libro con detalle. Las ilustraciones eran preciosas y no... sentí que no quedaría ni parecido a eso.

>>¿Qué harás si te quedan horribles? ¿Compras a último minuto o no das nada?

 

No conocía los embrollos parentales de esta mocosa y mucho menos me interesaban, aunque podía imaginármelos. Quería decir, la gente no tenía cara de moco porque sí, ¿verdad? Y no había que ser ingeniero de la NASA para intuir que algo pasaba con la chica que era tremendamente aburrida con todo el mundo menos con el amor de su vida que, seguramente, debió ser de las pocas personas que se mantuvo estable en su vida. Todos pecábamos de lo mismo de por sí. El afecto tampoco nacía del aire.

En fin, que tenía suerte de que yo no me ofendiera por estupideces, porque responder a mi sinceridad con un "Entiendo" era casi para encajarle un zape en toda la cabeza. Era una burra social absoluta, no sabía si me daba risa o pena, pero no hacía falta decírselo tampoco. Me limité a escucharla pues ella sí tenía el privilegio de disponer del tiempo de su fin de semana y entonces me aparté para regresar al escritorio por mi comida.

—Si se ven mal pero saben bien creo que los regalaría de todas formas. Si directamente saben mal iría a comprar algo —contesté sentándome en el escritorio de nuevas cuentas, tomé el sándwich, le di una mordida y hablé por la boca llena porque de por sí no estaba exactamente frente a ella—. No dar nada sería muy hijo de puta de mi parte. Así que ya sabes, Rubita, si te sale mal todo prepárate para ir a la tienda y, no sé, compra una envoltura bonita donde meter los bombones para tu enamorado.

 

El color me alcanzó la cara cuando fui consciente de lo que decía con respecto a mi enamorado, no me consideraba tan obvia pero evidentemente si lo era… suspiré y me revolví el cabello con algo de insistencia, dejando las hebras en paz luego de soltar el aire de los pulmones y mirar la hora en el móvil. No había sido como tal una conversación, lo sentía más intercambio de angustias de unos tontos que no preguntaban a alguien que si pudiese ayudarlos.

Me levanté del suelo y guardé el móvil en el bolsillo de la falda, cerrando el libro. Me lo llevaría a casa y bueno, a probar destreza y suerte.

—Igual para ti —hice referencia a que si le salía mal aplicara sus mismas palabras, comprar una envoltura y dar chocolates de alguna tienda—, nos vemos.

Caminé hasta la puerta para salir de ahí. Compraría una botella de agua en la máquina y subir a mi salón de clase.

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por aquí cierro

 

El hecho de que recién el rostro se le sonrojara me quiso hacer gracia, porque desde el principio le había soltado en la cara el apellido del cara de perrito mojado por el que perdía las bragas. Ella no se había dado cuenta, claro, hasta que me referí a él de otra forma y gracias debía dar porque de haber sabido que según ella no era tan obvia me había descojonado de risa. En esta puñetera escuela todos eran tan obvios con esas mierdas que casi parecía competencia.

Como fuese, la vi levantarse para irse y cuando me dijo que igual para mí alcé una mano e hice un remedo de saludo militar, sin dejar de comer. Pronto veríamos el desenlace de esta película, de momento yo necesitaba ir buscando a Mason o, para empeorar el circo, a Cayden que seguro ya estaba haciendo la lista mental de cosas que necesitaría. Si uno me bateaba siempre me quedaba el otro, aunque no entendía que tanto habíamos barrido la cagada de la piscina bajo la alfombra en realidad.

—Nos vemos, Rubita. Suerte con tu misión.

No era un estudiante ejemplar, así que me terminaría mi comida, me fumaría un cigarro en el baño y luego subiría a clase. Todavía necesitaba decidir qué coño iba a hacer más allá de Sasha.

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por acá cierro x2, gracias por aceptarme al pendejo (?