Exterior Observatorio

Tema en 'Planta baja' iniciado por Gigi Blanche, 28 Junio 2022.

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    Insane

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    Lo supuse, sí, el hecho de que los felinos solían ser más ariscos a los ruidos ambientales, exceptuando a Copito y probablemente a una pequeña parte de la población gatuna, por lo que en caso de que volviésemos a hablar podría retomar el tema; mencionó que se sentía acompañado en lo que estaba de acuerdo. La gente solía creer que los gatos eran menos cariñosos o apegados a sus dueños, pero lo cierto era que hacían compañía de una manera distinta, y también expresaban su cariño diferente.

    La conversación continuó en un supuesto, escuché su respuesta y en ambas tenía algo de certeza dentro de la poca lógica del asunto.

    —¿Un pecador? ¿Tú? —solté una risa suave, sin ser burla sino más bien, incrédulo—. Te escuchas suave como un pastel, así que prefiero esa imagen por el momento.

    Para cumplir el deseo infantil solo se necesitaban ganas, pero no era un tema que quisiera tocar con él.

    Me quedé en silencio luego, dejando de mover los dedos para traerlos a mi cabello, los arrastré por la nuca e hice una pequeña mueca de fastidio. Seguía doliendo y dudaba encontrar más oscuridad en esta ratonera donde me había escabullido. Acomodé la rodilla y recosté la frente en ella, encorvándome por busca de algo similar al alivio. En algún momento, el movimiento tosco sobre mi piel lo terminé convirtiendo en una caricia, respiré con suavidad también.

    Debía ir al médico, de lo contrario podía terminar en este estado de manera permanente...

    Pero salir de aquí en dirección a un hospital, sin ver ni el carro que iba a tomar en una ciudad extraña me resultaba desgastante. Podía esperar un poco, estirar el destino más de lo que había hecho la semana pasada y aguardar un chispazo de suerte, de que solo fuese una recaída por el inicio del verano y el constante flash de las cámaras.
     
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    Esta conversación sobre el tiempo detenido era una cagada en todas sus posibles formas, desde el anhelo de muerte hasta la posibilidad de secuestrar un ave para meterla en una jaula. Ninguna opción era en verdad mejor que la otra, pero solo eran y ya, eran escenarios hipotéticos, delirios nacidos del miedo o el agotamiento y por eso mismo respondían a cierta lógica incluso en su sinsentido.

    Cuestionó la mierda del pecador y su respuesta de que me escuchaba como un pastel me arrancó una risa que quiso volverse una carcajada, porque recordé la estupidez que le había dicho a Hubert medio en broma, medio en serio, de que los amables eran los más peligrosos. Que Craig no fuese capaz de imaginarme como un pecador por cualquier tontería hablaba de lo fácil que había caído, como muchos otros, en la ilusión de que nada ocurría más allá de esto. ¿Se llevaría un fiasco si se daba cuenta de por qué no había sentido casi nada cuando le saqué el móvil? No interesaba, este chico y yo no éramos nada en verdad.

    Era el salvavidas y cuando lo dejara solo de nuevo, lo que decidiera no era de mi incumbencia.

    Guardamos silencio, seguí sus movimientos con la atención usual hasta que lo vi acomodar la rodilla para apoyar la frente allí. La acción lo dejó algo más cerca de mí, me pareció que buscaba alivio con esa postura y pasado un rato respiró diferente, pero no creía que nada hubiese cambiado en realidad. Suspiré, mandé por la cañería cualquier idea ilógica y estiré la mano con cuidado, hundiéndola entre su cabello.

    Sabía que viniendo de mí era un poco extraño, no solía invadir el espacio de la gente y ellos no invadían el mío si tenía algo de suerte, pero tampoco encontré mucho más que hacer por este pobre desgraciado. El contacto se convirtió en una caricia constante, suave, y no dije nada durante un rato porque tampoco encontré nada que sirviera.

    —Quédate con la imagen de mí que te sirva —murmuré al final, sin detener la caricia—, aunque sea el mismo que te dijo que ha pensado en la posibilidad de condenar a otros conmigo con tal de vivir en un bucle. Puede que no sea tan terrible como suena para mí, así como tu deseo por detener el tiempo antes de nacer tampoco me parece tan terrible a mí.

    Pero lo era, ¿cierto? Sus implicancias eran horribles de hecho.
     
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    Insane

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    Lo que este chico pensara no representaba demasiado para los dos, simplemente lo tenía en el concepto de que había sido empático con mi situación, y eso era suficiente, si volvíamos a hablar estaría bien, sino también, no era algo que me preocupara así como suponía y para él no significaba más que este momento, incómodo podía ser, pero no tenía el espacio para reflexionar sobre esto aún.

    Seguí con la caricias, deteniéndome gradualmente cuando sentí la mano ajena encima. Más que el mimo del movimiento era el hecho de que sentía real su presencia, un poco de donde agarrarme para no estar a la deriva, aunque era él quien me tendía el hilo conector con la yema de sus dedos, y no sentía propio pedirle que no dejara de hacerlo, aunque me apetecía solicitarlo.

    Descansé la mano en el nulo espacio entre ambos, rozando su pantalón escolar y permaneciendo el pulgar en el contacto con la tela, relajando apenas las facciones en lo que lo escuchaba hablar nuevamente.

    Agregué algo luego de unos minutos de silencio:

    —La imagen que me dejas ver —corregí. No estaba tomando lo que me servía, sino lo que él se le antojaba mostrarme en este receso amargo—. Aunque hablándolo así, lo que te muestro de mí ha de ser deprimente —murmuré con cierta gracia impostada.

    No era ignorante a que este muchacho podría estar con sus amigos almorzando y decidió quedarse aquí, para hacer compañía a un ave con las alas rotas.
     
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    Zireael

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    En esta posición tan rara que dejaba claro que buscaba una comodidad o alivio de la clase que fuese, cuando dejó caer el brazo suspendiéndolo en el espacio entre nosotros sus dedos rozaron mi pantalón y noté que su pulgar mantuvo el contacto. Imaginaba que si no podía ver lo único que lo conectaba al mundo además del oído era el tacto. No parecía tan descabellado que esta fuese un ancla.

    Hablé, hubo otro silencio y su corrección me volvió a lanzar a las conversaciones del viernes. Le estaba dejando ver una imagen de mí que no correspondía del todo con la realidad y recordé a Ilana preguntando si quería lucir siempre como una buena persona porque era más fácil o si lo hacía por miedo. La verdad era que solo pretendía serlo con ciertas personas, con otros no me desgastaba con teatros, pero eran los que me habían conocido haciendo mierdas de por sí.

    ¿Qué era, después de todo, lo que sostenía el pacto de silencio?

    —Quizás —resolví a lo de que la imagen que mostraba era deprimente—. Pero no me importa demasiado en realidad, somos humanos al final. Todos tenemos momentos de mierda, imagina pensar que tenemos que estar siempre bien. Es una estupidez.

    Como no percibí molestia, rechazo o resistencia había continuado con las caricias en su cabello. Pasados unos segundos me moví un poco para poder apoyar la cabeza en las gavetas del escritorio, pero seguí con los mimos de forma automática. Era esta clase de cosas las que solía hacer a veces sin darme cuenta. Era anular mi miedo para quedarme con mis amigos cuando eran ellos los que necesitaban soporte o reducir mi ansiedad para acompañar a otros, los conociera o no. Era esta la versión de mí la que quería que fuese más real que las demás, pero luego todo se jodía y tenía dificultades para saber si mi mejor versión era una ilusión y la realidad era más decepcionante.

    Hasta dónde eran buenas acciones o solo egoísmo.

    Excusas para atar a los otros a mí.

    Este chico no podía ver ni quería que lo vieran, pero yo era su único puente con el mundo ahora. Podía estirar esa idea hasta deformarla y entonces dudaría, una vez más, hasta perder la razón. Respiré, cerré los ojos y seguí con las caricias. Dejé pasar unos minutos de silencio otra vez, volví a trastabillar, pero estiré la mano libre hasta la suya y rocé sus dedos.

    —Puedes sujetarme si quieres, imagino que le da algo más de límites al mundo.
     
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    Escuché lo que tenía para decir pero no tenía intenciones de agregar algo más. La escena era deprimente de por sí, al autocompasión era algo que tendía a dejar de lado, no por rechazo ni evitación, simplemente sabía que estaba ahí y dejaba que flotara a mi alrededor, como el resto de emociones que me acompañaban, como si estuviesen congeladas por momentos en el espacio - tiempo. Algo similar había dicho el médico en Rusia, pero con la edad que tenía en ese entonces no lo había comprendido ni retenido lo suficiente.

    Continué con esa sensación de resignación ante la oscuridad, prefiriendo ya no abrir más los párpados. No encontraba ni manchones de colores, comprendiendo el por qué mi hermana me preguntaba tanto sobre las tonalidades cuando escuchaba una película o serie, ese anhelo de no perder la realidad o olvidar algo tan básico y esencial que nos ayudaba a reconocer y otorgar.

    Las caricias continuaron, dejé mi pulgar rozando la tela de su pantalón porque en algún punto imaginaba y retiraría su tacto, por lo que sabía que cuando sucediera la angustia tocaría mi puerta y en ese momento volvería a preguntarme si seguía aquí conmigo, o si en realidad había existido siquiera. Mi sanidad mental estaba inestable, permeado de incertidumbre. Sentí luego -por reflejo- mis dedos moverse ante el roce, entreabrí los labios aún en la posición en que me encontraba, iba a decir algo pero sus palabras llegaron primero.

    Me terminé sonriéndo.

    Llevé mi mano hasta donde estaba la suya, invitándolo a que dejara de acariciarme para enderezarme, haciéndolo deslizar el tacto por mi cuello hasta mi mejilla, lo continué guiando hasta mi hombro y de ahí lo pasé hasta mi rodilla, dejando mi mano sobre el dorso de la suya. Entrelacé ligeremante los dedos por sus nudillos, suspirando para mantenerme con la serenidad de costumbre pese a seguir buscando contención en un desconocido que había decidido acompañarme.

    >>Siento miedo —recosté la cabeza en la pared y elevé el mentón para descansar el cuello—. De tener que reconocer a las personas de esta forma, por medio de la voz, o tocarlas en su defecto para no sentir la incertidumbre de si están o no presentes.
     
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    No había pretendido quitarle peso al asunto, solo validé el hecho de que sí, estaba hecho una desgracia, pero así eran las cosas. Al menos sabía que a mí no me importaba demasiado, que no era la prioridad ahora mismo, que de hecho solo había dos: entretenerlo y luego sacarlo de aquí. Lo que pasara después, cuando el día acabara, escapaba a mi control y se alejaba demasiado de mi empatía. Podría olvidarme de él en dos horas, ¿no?

    Quizás eso había pensado Ilana al ayudarme a mí y luego se le había ido todo a la mierda.

    Comencé a pensar en la vista de este chico, si era algo temporal o algún día sería permanente e incluso a mí, que no corría riesgo de quedarme ciego de no ser que tuviera demasiada mala suerte, una sensación de miedo inmensa me lamió el cuerpo. Pensé en los atardeceres que no podría ver, en el rostro de mi madre y mis tíos diluidos en recuerdos, en los de mis amigos, y fue espantoso. Fue genuinamente horrible.

    Craig estaba quebrado, vulnerable, y sabía que justo por eso y porque era lo único que tenía que le estaba brindando el tacto como una suerte de confort. En otras condiciones jamás lo habría tocado ni para quitarle el teléfono, mucho menos para acariciarlo ni le habría ofrecido mi mano. La sola idea me habría dado ansiedad, pero ahora no había nada más. Solo esto podía ofrecerle y estaba en él aceptarlo o rechazarlo.

    En caso de aceptarlo pensé que solo accedería a eso, a tomarme la mano que acababa de ofrecerle, pero llevó la suya a la que estaba usando para acariciarlo, notarlo me hizo abrir los ojos de nuevo y fue cuando me instó a dejar de hacerlo. Primero pensé que era un rechazo amable, pero me guio de la cabeza al cuello, a la mejilla, al hombro y luego depositó mi mano en su rodilla.

    No percibí ninguna intención más allá de esa, de poder conectarse al mundo y mostrarme a mí a lo que estaría condenado, y quizás por eso no me causó la vergüenza que me habría provocado en otro momento. Dejó su mano sobre el dorso de la mía, pero unos segundos después entrelazó los dedos en mis nudillos. Cuando se diera cuenta de quién era yo iba a fingir demencia, ¿cierto? Me lo estaba oliendo.

    —Es normal que lo sientas, no creo que se pueda sentir otra cosa que no sea miedo en realidad —contesté pasados unos segundos y estiré apenas el pulgar para brindarle una caricia liviana en la mano—. Solo decirte que te acostumbrarás es cruel y minimiza demasiado la cosa. No estoy aquí para poner una curita en una herida que necesita sutura.

    >>Pero quizás sea un idealista sin remedio, ¿sabes? Es tanto bueno como malo. Y me niego a pensar que pase lo que pase, quieras o no, las personas a las que les importas buscarán tus manos y te recordarán siempre que están allí, que harán todo lo posible para disminuir esa incertidumbre incluso si saben que no tiene remedio.
     
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    Mi intención había sido basicamente para que se hiciera una idea de lo que tendría que hacer yo en caso de no volver a visualizar absolutamente nada, lo que debería pasar para reconocer un rostro, un cuerpo, las facciones en general. El por qué lo había hecho sobre mí... para no hacerlo sentir incómodo de ser yo quien lo recorriera a él; ya estaba haciendo bastante por mí con solo decidir quedarse y tenderme un ancla, aunque fuese temporal.

    No tenía en la cabeza el evitarlo luego. Si el chico había sido sincero posiblemente, contando con algo de suerte de mejorar esta semana preguntaría en segundo por él, por darle las gracias más que nada, y ya después lanzaría todo esto a la canasta del olvido como hacía siempre.

    Sus palabras amable me hicieron sonreír con un deje de satisfacción.

    —Eres muy amable, ¿te lo han dicho? —dejé a un lado si fuese por la situación, porque aún así con la decisión de quedarse algo se había tornado menos pesado.

    Giré el rostro hasta el suyo, abrí los ojos despacio y las oscuridad se diluyó en parches de colores, entre el blanco del uniforme, un pincelazo rojo, el gris de las sombras y un destello naranja, como una combinación de tonalidades, sin tener aún la capacidad de discernir las formas especificas; pestañeé suavemente.

    —Parece que es solo una recaída —murmuré, cerrándolos de nuevo para evitar cansar la vista, y poder -al salir de aquí- notar cosas como esa y llegar a casa a salvo—. Como la llamarada de un dragón, con un muñeco de nieve. ¿Sabes que no podrían ser amigos por fuera del mundo imaginario? —agregué por la gracia.

    El muñeco terminaría derritiéndose, o en su defecto la llama apagándose.

    >>Ya sabes de lo que huyo, supongo. ¿De qué huyes tú
     
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    Preferí no atorarme demasiado en ideas hipotéticas del posible destino de este chico con su ceguera porque solo imaginarlo daba ansiedad, así que aunque estaba presente en cierta medida también desconecté. Era siempre así, elegir el cable correcto, despegarlo de la toma de corriente y seguir funcionando, a veces me salía mejor o peor. A veces no lograba sacarlo a tiempo y entonces pasaba lo que pasaba.

    Incluso si Craig no me evitaba lo cierto es que la mentira le iba a reventar en la cara en algún momento y allí la historia cambiaría, pero de nuevo ese era su problema por ahora y a mí me daba lo mismo. En este momento era el que estaba aquí, le había ofrecido mi mano y se acabó. Estaba pensando en esas estupideces cuando el otro soltó tan pancho que si me habían dicho que era muy amable y me dejó un poco fuera de base.

    Sonreí en una mezcla de vergüenza y agradecimiento que él no podría ver, pero en cierta forma aunque la frase era directa y sencilla sus palabras me recordaron a las de Ko sobre el fuego que poseía, también las de Yuzu e incluso las del viejo hijo de puta, al recordarme que poseía gentileza desgarradora de quienes me habían criado. Aún así, porque el fantasma no moría, haber pensado en el infeliz por poco me empujó a dejarme absorber por su sombra.

    Era lo que le estaba dejando ver a Craig, ¿cierto? Solo eso.

    —Algunas veces —contesté luego de haber batallado contra el fragmento incorrecto del espejo unos segundos.

    Noté que giró el rostro hacia el mío, abrió los ojos y esperé, deteniendo el regaño un segundo antes de que me abandonara la boca. Dijo que parecía solo una recaída, cerró los ojos de nuevo y luego soltó lo de la llamarada de un dragón con un muñeco de nieve. La tontería me hizo reír por lo bajo. Era como una tragedia predestinada, ¿no? Vaya cosa triste.

    —Hay fuegos demasiado moribundos como para derretir nada —dije en algo que sonó más a pensamiento en voz alta.

    Era posible que el fuego se extinguiera antes.

    Luego el cabrón me preguntó de qué huía, de haber estado bien seguramente le habría contestado algo que valiera de empujón mental para regresarlo a su lugar, que no metiera la nariz donde no le incumbía y me dejara solo en mi cueva, con el crepitar el fuego a media vida. Habría hecho justo lo que hice con Ilana el viernes: recordarle cuál era su lugar. Sin embargo, este idiota estaba aquí y yo estaba viendo la peor versión de sí, quizás algo de reciprocidad no fuese tan terrible.

    Quizás se la debiera y ya.

    —Del miedo —resolví con una simpleza absoluta, como si fuese la mierda más obvia del mundo—. Quisiera no sentir miedo nunca, pero lo siento todo el tiempo. En diferentes intensidades, por distintos motivos y cambia la persona que quisiera ser, cambia incluso cómo trato a las personas y me pierdo allí con facilidad.
     
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    A diferencia de él yo no desconectaba, basicamente decidía qué ir conectando. Tendía a racionalizar para evitar culpa o remordimiento, como ya había hecho un par de veces en esta escuela, manteniéndome al margen de lo que sucedía a mi alrededor; ocultando mis sentimientos bajo la gruesa capa de hielo, mi sentido de protección con base a mis resistencias. No me pesaban de ninguna manera, no podía pesar aquello que imaginariamente organizaba para no cargar.

    Mencionó tiempo después lo del fuego moribundo, no me inmuté, pensando si era su autopercepción. No podía afirmar ni negar, porque basicamente no sabía nada de él, y aunque lo supiese tampoco lo habría dicho. Era más de escuchar que cualquier otra cosa, ya estaba visto; hasta con Paimon, siendo más silencios que cualquier otra cosa el tiempo que compartíamos, excepto si estaba Ilana presente, porque había detectado algo diferente en el moreno desde su aparición, así que mis temas de conversación solían inclinarse más a que la rubia no se aburriera de lo taciturno del otro.

    Lo del parque de diversiones iba en la misma línea, esa tarde había llegado, estaba en la tienda del frente tomando un helado para tantear si el otro aparecería o no, y bueno, solo me confirmó parte de lo que pensaba. Ya después de verlo reunirse con ella me regresé a casa, desentendiéndome del asunto. En parte me alegraba por verlo haciendo algo que no disfrutaba por acompañar a otra persona, por otra parte, esperaba que Rockefeller no se hubiese defraudado por la compañía de un gato negro.

    En esta instancia, la pregunta formulada no representaba más que el ingreso a una charla profunda, no tenía interés en hurgar la vida de los demás, tampoco me interesaba repartir secretos ajenos, era más la cuestión de sostener la mano de un desconocido para sentir algo de luz bañarme el cuerpo, una luz que no me hacía sentir como si me estuviese quemando vivo, una voz que no me irritaba como el ruido ambiental, y una distracción de interés.

    Habló del miedo, aguardé y pensé que se refería a algo en especifico, por el contrario lo generalizó más de lo que se quisiera. Mentalicé la producción de ansiedad, el aumento de cortisol del pobre y luego, quizá una ansiedad social. Imaginé que podría tratarse de una persona de pocos amigos y aún así, los que tendría debían tenerle bastante cariño.

    —Nunca sería demasiado, a fin de cuentas el miedo en parte nos protege, por otra parte nos detiene y en exceso nos agobia —comencé a mover la mano lastimada, por búsqueda de movilidad en la muñeca, sintiendo como si pequeñas hormigas me caminaran al estar encalambrada—. Probablemente con el tiempo te irás convirtiendo en tu propia brújula.

    Retiré con suavidad mi tacto del dorso de su mano para comenzar a palpar la palma de mi izquierda, fruncí ligeramente el ceño por el dolor pero continué unos segundos más hasta dejar de sentir el pequeño cosquilleo, regresando a la posición original de mantenerlo -egoístamente- como mi ancla a la realidad. Re-dirigí la conversación después, por plana curiosidad.

    >>¿Estás en algún club?
     
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    No sabía qué era mejor o peor, desconectar a voluntad o conectar mediante comando. De hecho puede que ambas versiones tuvieran ventajas y desventajas, como elegir el pasado o el futuro o cualquier decisión que uno tomara en sí, pues elegir algo implicaba dejar otra cosa atrás, siempre. Siempre algo se perdía, uno solo elegía lo que parecía acarrear menos pérdidas o las que importaban menos.

    Igual su pregunta, aunque demasiado… metiche, supuse que solo seguía haciendo las veces de guía y pensé que ante la falta de visión uno también podía seguir el calor de una antorcha o el crepitar de su fuego, que eso era yo ahora aunque sin querer había terminado metido en este observatorio, otra vez, como si fuesen mis propias ruinas y aquí albergara los grimorios que poseían el conocimiento con el que me movía por la vida.

    No era diferente de Hubert en su torre.

    Había encontrado la mía, física, y no sabía si me alegraba o me frustraba. Creía haber salido de la cueva y seguía aquí, viendo sombras en las paredes, prisionero sin haber podido conocer nunca el exterior. Era todo siempre una ilusión inmensa. Pensarlo me obligó una vez más a buscar entre los fragmentos de espejo, desesperado, para no olvidar que existía una verdad menos nefasta, pero me di cuenta que la cabeza me estaba dando vueltas.

    Que no dejaba de darme vueltas una maldita vez.

    Puede que Craig no estuviese equivocado al pensar en ansiedad con mi respuesta, después de todo le había dicho a Ilana que uno se acostumbraba a esto, a estar inquieto casi siempre e incluso si fuese el caso, lo cierto era que seguía siendo una mierda. Me preocupaba por todo a la vez y luego no hacía nada porque me preocupaba, también, convertirme en una molestia. No soportaba la idea de ser una molestia y que eso empujara a alguien lejos de mí.

    Fight or flight —murmuré en inglés, casi picoteando entre sus palabras—. Se supone que nos mantiene seguros, sí, ¿pero de qué en verdad?

    Lo de que me convertiría en mi propia brújula me recordó a más de la conversación con el viejo y por más que me jodiera tenía razón. Había momentos en que parecía haberlo conseguido, haber domado al monstruo, pero luego retrocedía y hacía todo mal de nuevo. Entendía que seguía siendo un mocoso, pero igual.

    Lo dejé apartarse cuando lo hizo, mantuve la mano en su rodilla para anular un poco de la incertidumbre que había mencionado antes y me sorprendí al ver que luego de revisar su mano herida volvía a buscar el contacto. Dudé porque, bueno, el tipo seguía siendo hombre y solo Dios sabría hasta dónde, por más perdido que estuviese, el asunto se dejaba pasar o solo era yo viéndolo como algo normal, pero giré la mano con cuidado, descansando el dorso en su pierna, para poder tomar la suya un poco mejor, envolviéndola con los dedos.

    —¿Club? No —mentí de nuevas cuentas, pues Sasha me había buscado para el club tapadera con Shimizu, Ikari y Sakai, pero seguía sin estar en las listas. Igual era parte de mí, a los que les debía lealtad era a Arata y a Sasha, no al cegatón—. ¿Y tú? ¿O te interesa alguno?
     
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    ¿De qué? Entre el miedo y la ansiedad la brecha era casi inexistente, cuando amenazaba en vulnerar tu funcionalidad diaria, tu actuar contigo mismo o los demás... una respuesta que probablemente una persona con una mayor experiencia podría brindarnos, pero por ahora nos encontrábamos en una etapa de ensayo y error, al menos en cuestiones como éstas.

    Al regresar mi mano a la suya me di cuenta del giro pese a la suavidad de su movimiento, sus dedos me envolvieron, y aunque me patinó la intención de girar el rostro hacia el suyo para comprobar el chispazo de duda lo omití con tranquildad, sin comportarme diferente por eso, porque en caso de estar en lo cierto tampoco significaría nada. Y posiblemente era mi mente la que me estaba haciendo una jugada; por mi parte, estaba seguro de mi sexualidad, pero también me pensé un poco de repente que podría dar una señal incorrecta, o también en que me estaba fijando en una tontería y para él tampoco estaba pasando nada fuera de lo "normal".

    Que para todo esto, ¿qué era normal?

    —No. Hace unos meses abandoné el Parkour —. Y vete a saber si en otra instancia podría retomarlo. También, me había llamado la atención el esgrima, pero simplemente me ahorré la información—. Dejé los dedos relajados permitiendo que fuese él quien me mantuviese abrazado—. La escena que estamos dando ha de ser digna de una obra de teatro, ¿no crees?

    Fue entonces que el móvil comenzó a vibrar en donde lo había dejado él, sobre el escritorio. Reconocí que habían sido varios mensajes por el timbre recurrente, y pedí prestado sus ojos al no tener los míos.

    —¿Puedes revisarlo por mí?

    Esperé, basicamente a que no fuese mi madre la cual estaba trabajando, pero solía escribirme algunos días en su horario de almuerzo, el cual se cruzaba media hora con el mío. La pantalla táctil mantuvo su brillo, aunque para mí era nulo.

    Sui, confirmaron lo de la sesión de fotos.

    Hoy en la noche, luego de tus clases. ¡Logré que nos apartaran un espacio! Van a armar el estudio fotográfico en Shibuya para que firmemos el comercial. Me avisas si paso por tí, te mando un beso.
     
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    No tenía caso quedarnos dando vueltas en preguntarnos de qué nos protegía el miedo en verdad cuando sentíamos miedo de un montón de mierdas y en mi caso particular temía los espacios vacíos. Temía lo que escapaba de mi control, lo que ocurría fuera de mi vista y no podía cambiar, ¿de qué me protegía el miedo entonces? De nada, no surtía mayor función que obstaculizar. Era un despropósito.

    Luego fue que decidí lo otro, lo de la mano, y si hubiese buscado una respuesta a su duda se la habría brindado porque tampoco implicaba nada. Era un tipo ciego en una torreja, no me lo estaba ligando y no me interesaba, pero en cierta manera y cómo había dicho Arata no era bueno manteniendo contacto con aquello que no podía tocar. Incluso con un par de ojos funcionales había cosas que solo podía transmitir mediante el tacto y ya, aunque entendía que en ciertos contextos podía entenderse diferente. Por demás, la falta de rechazo no implicaba tampoco que fuese a hacer nada raro.

    Si había algo que apreciaba en el mundo, además de la lealtad, era la claridad de ciertos límites.

    Su respuesta me vino en gracia aunque no solté risa alguna, pero no imaginaba a este muchacho haciendo parkour un poco como me costaba imaginar a Vero repartiendo piñas, pero eso ya era parte de mis prejuicios simplemente. De la forma que fuese, lo escuché y le brindé caricias distraídas en la mano, como las que se le dan a un niño pequeño, pero igual algo de color me alcanzó el rostro cuando dijo lo de la obra de teatro por este cuadro y una caricia se me quedó congelada. Poseía demasiada conciencia de mí mismo cuando no estaba en un espacio de confianza, por eso nunca hacía nada.

    —Si te incomodo me lo dices.

    Que su teléfono empezara a vibrar al menos sirvió para que dejara de pensar en el asunto, cuando me preguntó si podía revisarlo por él estiré la mano libre para buscarlo en el escritorio y leí las notificaciones, tenía cero contexto y de repente me importó tres mierdas. Suspiré con cierto hastío y sin darme cuenta tomé su mano con algo más de firmeza.

    —Te confirman una sesión de fotos, Snowflake, pero tendrías que estar loco para aceptar en este estado.
     
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    Insane

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    Era una lástima mi ceguera, porque hubiese sido bastante gracioso notar por ejemplo su interés genuino cuando mencioné mi gusto por los gatos, y ahora la vergüenza que lo había bañado por solo mencionar una obra de teatro; pero lo que si pude notar fue que detuvo su movimiento, me informó que si me incomodaba podía decírselo, y la verdad es que para este momento no, solo me había surgido una duda que olvidaría al final del día. Él había pedido permiso para acercarse desde un inicio, había desgastado su tiempo y me había ayudado a sacar cada uno de los vidrios incrustados.

    No podía incomodarme por algo como esto.

    Por su movimiento supuse que estaba alcanzando el móvil, suspiró y creí que sería un mensaje spam por ello, pero por el contrario la firmeza se coló, giré el cuello para dedicarle con mayor claridad mi atención y duda por el cambio repentino, pero lo que dijo luego le dio sentido. Una sonrisa de nada se me coló en las facciones, daba cierto confort que un extraño se estuviese preocupando por algo como eso.

    —Odio las cámaras —murmuré.

    Era la primera vez que lo decía abiertamente, y probablemente sería la última.

    —Escríbele por favor que pase por mí a eso de las siete.

    De seguro ya estaría mejor para ese momento, de lo contrario tendría que cancelar pero también perdería dinero por ello. Apreté con suavidad su mano, más como un llamado de atención a que relajara la firmeza de su agarre y aunque el dolor de cabeza continuaba presente mi estado de ánimo había mejorado.

    >>Sino estuviese ciego te preguntaría que somos —solté el aire por la nariz, jocoso y tranquilo, hablando nada enserio.
     
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    Zireael

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    No solía ver mis propias acciones como sujetas a una suerte de intercambio equivalente, hacía ciertas cosas sin buscar agradecimiento o pago, solo ocurría y ya, pero suponía que visto desde fuera no era que este chico tuviese mucho derecho a incomodarse por esta pequeñez. Era él que había admitido tener miedo de depender del tacto para conocer el mundo y no saberse solo, yo él que le había dicho que huía del miedo. Sujetarle la mano como Dios mandaba debía ser en verdad la menor de las preocupaciones de cualquiera de los dos.

    Cuando revisé el teléfono y se me resbaló el modo de caballero regañón, por decir algo, él giró el rostro y noté la sonrisa que se le coló en los gestos. Mira, podían llamarme aguafiestas, idealista o simplista incluso, pero a mí no me hacía mucha gracia mandar al ciego y herido a ninguna sesión de fotos ni aunque fuese organizada por el Primer Ministro de Japón, es que no podía darme más igual. Encima el idiota soltó que odiaba las cámaras y me dieron ganas de meterle una hostia con más razón, aunque no dije nada. Desbloqueé el móvil, escribí lo que me pidió un poco de mala gana y regresé el aparato al escritorio.

    —Bueno, estás loco o eres tonto. That's on you, so good luck.

    Noté la presión de su mano, solo allí noté la firmeza de mi agarre y lo aflojé murmurando un "Lo siento" bastante bajo y un poco avergonzado. Podía haberse ido en limpio, pero soltó la estupidez de que de no estar ciego preguntaría qué éramos y solté el aire en un suspiro que casi se convirtió en un bufido.

    —Eres tú el lo está volviendo raro, al final te lo voy a tener que preguntar yo a ti —apañé entonces, tampoco fue en serio ni por asomo—. Debería estarte regañando una novia, no el tipo random que te encontró en tu escondite.
     
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    Pensando en las cortadas de las que no tenía dimensión, fui consciente que debía usar alguna prenda con bolsillos para obviar el detalle, la posición del cuerpo ladeado, dar un frente en algún punto para aplicar el producto, mirar la cámara y recibir el flash en las corneas. Las manos encima de las maquilladoras, el producto que te aplicaban en el rostro para resaltar facciones, la cantidad de luz artificial y el seguimiento de las cámaras; además, cabía la posibilidad de que dejaran el fragmento de los ojos con el frasco traslucido del producto como una de las tomas principales, si era lo que según Hana les había llamado más la atención. Una prenda clara en el torso y una tenuemente más oscura en el resto del cuerpo, los botones a medio abrochar y ella con un conjunto similar, posando.

    Al ser fotos nocturnas en Shibuya era muy probable que no se hiciesen en un espacio cerrado, sino más bien caminando entre los reflectores en la ciudad, con el molesto sonido de los autos, el ruido y los curiosos asomándose como si fuese la gran cosa.

    Como fuese, el caballero me ofendió y luego me deseó suerte en el proceso. Él no lo sabía pero a mí no me agradaba que se expresaran conmigo de esa forma, tampoco se lo iba a decir en este momento; a fin de cuentas recibí unas disculpas y no supe a qué otorgarlas, por lo que asentí de manera tal que supiese que las aceptaba. Aliviané el momento con una tontería de turno, la cual me siguió no mucho después.

    Ya luego me sonreí, sin gracia.

    —¿El chico random se arrepiente de acompañarme? —el móvil volvió a sonar pero murmuré un ignórala al no querer lidiar más con la energía de Hana.

    Sus palabras me hicieron pensarla igual, la extrañaba, ¿no? Lo había sentido en este momento más fuerte que las veces anteriores pese a que seguía hablando con ella cada cierto tiempo, pese a ser su primer semestre en la universidad sacaba algunos momentos para escribirme o llamarme, y los recuerdos se me deslizaron entre la neblina; repentinamente se sintió más profunda su ausencia a lo que algo de resignación se me filtró en las facciones, soltando con suavidad la mano del chico, posando la mía sobre su pierna para no perder su presencia, desistiendo de tenerlo amarrado de los dedos.

    Posiblemente fuese porque en mi condición el tiempo se sentía más pesado, más denso y lento.

    Apoyé la palma abierta sobre su pierna, en donde la tenía reposada con anterioridad, usé un poco su cuerpo y la pared tras de mí para apoyarme, comenzando a levantarme con algo de torpeza, terminando sujeto de su hombro. Solté el aire por la nariz, sintiendo ganas de tallarme los ojos, pero evitándolo.

    El cuerpo se me estaba durmiendo por estar en la misma posición tanto tiempo, vaya desastre.

    >>¿Me lo pasas? —pedí el móvil, para guardármelo en el bolsillo. Tenía la sensación de que faltaba poco para acabar el receso, fue entonces que me di cuenta que no sabía el nombre de la criatura, me causó algo de gracia pero prefería seguir así.

    Quizá después podría preguntárselo.

    Mi intento de cierre <3
    Me encantó lo que terminó saliendo de esto, gracias por lanzar a esta muchacho
     
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    Zireael

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    Odiaba las cámaras decía y luego me ponía a contestar que pasaran por él a las siete, era descabellado en sí mismo, pero pensé que muchos hacíamos mierdas que odiábamos porque suplían a un beneficio de otras características. Aún así, con esa comprensión, tuve que contener las ganas de zarandearlo como habría hecho con alguien conocido, porque no estaba en condiciones de ver la luz del día, menos un flash o la mierda que fuese. Tenía que meterse en un cuarto oscuro, anular el mundo e incluso ir al hospital, por más que lo odiara también seguramente.

    ¿Pero quién era yo para darle órdenes a nadie en realidad?

    Igual si me soltaba que no le gustaba que se expresaran con él de la manera en que yo lo estaba haciendo, bueno, le habría dicho que tendría derecho a pedir gustos cuando no accediera a sesiones de fotos medio muerto, pero a mí qué coño me importaba eso también. Sabía que con mi amabilidad se revolvía una brusquedad un poco extraña, venía del mundo en el que me había metido y del que no podía o quería salir ya, en realidad lo del mundo de sombras era medio excusa. También respondía así cuando me daba la gana, venía de no ser lo que se dice un genio social.

    —¿De acompañarte? No. Quizás de ver tu falta de sensatez, pero eso no es mi asunto, ¿cierto? —apañé junto a una risa floja—. El esfuerzo de los caballeros igual muchas veces acaba siendo humo al viento.

    Otro mensaje había sonado en su teléfono, pero la verdad incluso antes de recibir su indicación ya tenía ganas de pasar de ello, así que ni siquiera dije nada, solo lo dejé estar. Sin dudas yo no era el mejor secretario, así que mejor iba desconectándome de eso también.

    Noté algo de resignación en sus facciones que no pude asociar a nada en particular, solo me limité a dejar ir su mano cuando noté sus intenciones de soltarme. Se apoyó en mi pierna, usó mi cuerpo de soporte y porque no tenía remedio, porque lo llevaba escrito en la sangre y a veces aborrecía esa bondad, estiré las manos hacia él para afianzarlas en su brazo para darle algo más de firmeza a su sostén. También tensé la espalda para no doblarme cuando usó mi hombro de apoyo.

    Suspiré una vez estuvo de pie, me quedé en el suelo un momento a pesar de que me pidió que le pasara el móvil y me levanté muy despacio, usando el escritorio de apoyo. Otra vez de pie me rasqué las raíces del cabello, inquieto, ante de tomar su teléfono y girar el cuerpo, el resto no lo pensé, pude dárselo en la mano, pero solo volví a colarlo en su bolsillo con la misma discreción que lo había sacado y todo lo que debió anunciar la devolución fue el peso del aparato.

    Con eso hecho busqué la limonada que había dejado en el escritorio al principio, la abrí para darle un trago y apoyé las caderas en el borde de la mesa. Luego de esta gracia la verdad era que mejor me alejaba del observatorio unos días, por el bien de mis neuronas y la privacidad de cualquier alma que buscara encerrarse aquí.

    —El plan es el siguiente, Snowflake. Dejaremos que suene la campana y pase un rato, entonces saldremos e iremos a la enfermería a curarte esa mano como corresponde, lo que hagas luego no es asunto mío. Puedes ir con los ojos cerrados y yo te llevo, por el sol ese endemoniado de afuera —dije trazando el mapa en la cabeza y luego reí por lo bajo, la estupidez de repente era un chiste interno surgido del aire—. Mientras te vendo la mano puedes ir pensando tu respuesta al qué somos.


    imagino que por acá cierro con Cay igual (?) it was a pleasure uwu
     
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    Bruno TDF

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    Fui indiferente a las miradas que recayeron sobre mí, cuando abandoné el salón de clases. Como la gran mayoría que salía al pasillo en respuesta a la campana del receso, en una de mis manos llevaba el bento del almuerzo, en conjunto con un libro de aspecto viejo. Pero lo que más llamaba la atención de la gente era aquello que portaba en la otra: un paraguas largo, de un negro intenso que destacaba en el sombrío aire de esta tarde.

    La lluvia invitaba al refugio. El mundo se hallaba apagado, bajo el murmullo incesante de las gotas fragmentándose contra las superficies. En los interiores del Sakura, el panorama no distó del cuadro que se veía afuera, pues pocos estudiantes optaron por aventurarse fuera de sus aulas para almorzar. No tuve que amoldarme a la rutinaria marea humana y eso me permitió alcanzar la expendedora de la cafetería con relativa rapidez, donde sólo debí esperar a un par de personas que, mención aparte, se sobresaltaron al advertir mi presencia a sus espaldas. Balbucearon unas torpes disculpas, como si me hubieran hecho esperar demasiado tiempo, ante lo cual les dije que no se preocuparan, en un tono escueto que no los dejó del todo convencidos. Se marcharon sin decir más y yo, en cambio, compré una botella de agua en la máquina, sin cambiar mi expresión ni otorgar mayor pensamiento al asunto. Entonces me dirigí a una de las puertas que daban al exterior y desplegué el paraguas, que se abrió hasta verse como un agujero negro en la tierra.

    Caminé bajo la lluvia, en la soledad de un patio norte desbordado, hasta que pronto alcancé el camino que conducía hacia la gran torre que, desde el comienzo, había sido objeto de mi interés. Era una construcción que no se correspondía del todo con la arquitectura general de la academia, como si allí la hubiera colocado el capricho de un poder divino. En los pasillos, durante algún otro receso, había escuchado una suerte de broma que, de a ratos, adquiría la forma de un rumor: que aquel observatorio había aparecido de un día para otro, como por arte de magia.

    Atravesar su puerta de madera… fue como adentrarme en un portal que te arrastraba al pasado. La torre era de un aspecto antiguo, pero aún así lograba cierta armonía con el diseño más moderno del Sakura; su interior era un asunto por completo diferente. Cada rincón, cada piedra, rebosaba de un aire medieval muy bien logrado. Estaba iluminado por unas linternas, que emitían un brillo tenue desde las paredes y permitían adivinar la ubicación y forma del mobiliario, tan antiguo como todo lo demás. Incluso el aroma del sitio parecía provenir de otra era.

    Lo primero que llamó mi atención fue, como era de esperarse, la estantería que se alzaba no muy lejos de la entrada. Dejé el paraguas cerrado junto a la puerta y mi bento fue a parar a un viejo escritorio, junto con el libro que originalmente había traído para leer: el Fausto de Goethe, en su idioma original. Se trataba de una de las primeras ediciones de tal obra, en su alemán original, y por lo tanto un libro muy raro de conseguir; y con todo, era el ejemplar más nuevo en el interior del observatorio. Conforme fui examinando los libros de la estantería, mientras daba la espada a la puerta de entrada, reparaba en la incalculable antigüedad de estos.

    Extraño y curioso espacio, este observatorio.

     
    Última edición: 25 Septiembre 2024
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    Zireael

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    Supuse que Dunn me arrojó el mechero para desentenderse de que fuese a pedírselo otra vez, ni idea, no tenía tanta importancia en realidad. Me lo guardé en el bolsillo antes de salir, dejando a Shimizu atrás para que se encargara de sus estupideces por su cuenta, tampoco tenía ganas de lidiar con el bufón. Entendía lo brusco e hiriente que era este imbécil cuando se molestaba, así que no me apetecía buscarle las cosquillas.

    Entré a la clase de nuevo para sacar el almuerzo, volví a salir y bajé por el ascensor pensando en dónde ir a meterme con este clima horrible, un lugar donde también pudiera pensar sin acabar en los dramas de otras personas o donde siquiera las posibilidades se redujeran Luego de unos segundos tomé la opción que seguro parecía más exagerada, pero daba igual; suspiré, fui al casillero, saqué la sombrilla y encaminé los pasos a mi destino.

    No planeaba convertir este asunto en un "Me asusté" 2.0 ni nada, solo necesitaba oxigenar un poco los nervios y listo, porque no era de piedra. Lo que sentía no se borraba y entendía, de hecho, que funcionaba así hacia ambos lados y por eso la decisión aparentemente madura y lógica costaba tanto. Seguía dándole vueltas a eso cuando llegué a la puerta del observatorio, la abrí y sacudí la sombrilla antes de entrar para dejarla a un costado. Fue cuando noté el paraguas extra.

    Es que de verdad, ¿no había lugar donde no hubiese una persona en este agujero?

    Me desinflé los pulmones casi con pereza, no quería regresar sobre mis pasos luego de hasta haber sacado la sombrilla, pero suponía que eso dependía de otras cosas. Noté el almuerzo ajeno en el escritorio, luego la silueta femenina y no creí reconocerla, supuse que con eso era suficiente. El desconocimiento permitía que existiera distancia suficiente.

    —Perdona, no creí que nadie viniera con esta lluvia —dije desde mi posición y le eché un vistazo a la escalera—. ¿No te importa si me quedo?
     
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  19.  
    Bruno TDF

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    En un principio, me limité al ámbito de la contemplación de los libros. Sus lomos, así como el borde superior de sus hojas amarillentas, estaban cubiertos por finas capas de polvo, en algunas de las cuales podían divisarse las huellas de manos ajenas que habían pasado por este lugar. Movidas por un impulso de curiosidad, como era mi caso; o bien, arrastrados por la necesidad de un refugio en el que depositar la mente. La torre, en sí misma, te aislaba del resto de la academia, como si ya no pertenecieras a esa realidad; el cambio de lugar no era únicamente físico, sino que invitaba a pensarse como un traslado en el tiempo, hacia una época lejana. Amén de este curioso efecto sobre la percepción, también dejaba a disposición esta serie de libros, que ofrecían sus respectivos viajes.

    Retiré, de la estantería que quedaba a la altura de mis ojos, uno de los volúmenes. Su encuadernación de cuero seguía dando cuenta de su antigüedad, y en su portada, también cubierta de polvo blanquecino, habían impreso las letras del título con un material brillante, del color del oro. Desprendía el perfume del papel viejo, con un condimento de humedad. Su estado de conservación era decente, lo que me llevó a una intriga bastante lógica: el por qué las autoridades escolares optaban por dejar una colección como ésta fuera de la biblioteca. Ni siquiera allí, en mis constantes visitas, me había encontrado con libros de estas características.

    Lo abrí luego de apartar el polvo de la portada con el dorso de mi mano, y me limité a contemplar sus letras, la calidad de las hojas de tiempos remotos. Bajo esta tenue pero envolvente iluminación, que se encontraba con las sombras con la suavidad de una danza fantasmagórica.

    En cierto momento, escuché la puerta abriéndose a mis espaldas y, con ello, el murmullo de la lluvia penetró en el espacio junto con una fresca brisa. El hecho no me arrancó una reacción que se vinculara con la sorpresa o el desconcierto, tan sólo me volteé con suavidad para mirar, de perfil, al recién llegado.

    Se trataba de una persona con una estatura considerable, estuve segura de que era ligeramente más alta que Dunn. Eso, sin embargo, no fue en lo primero en lo que me fijé. Fue el tinte oscuro de su cabello y, sobre todo, de sus ojos; en este espacio, esa oscuridad se acentuaba, como resistiéndose a las pocas luces de las que disponíamos. Su expresión era severa, y podría jurar que lo había escuchado respirar con hastío al entrar, no supe si por mi presencia u otros factores; el asunto me fue indiferente.

    —Tampoco contemplé la idea de que alguien más apareciese —respondí, girándome con la misma calma con la que hablé, para esta vez observarlo de frente, con el libro aún abierto entre mis manos—. Pero no me importa que te quedes, si es lo que quieres —lo observé un momento, antes de añadir:—. ¿Debería asumir que yo tampoco te molesto?
     
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  20.  
    Zireael

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    Me quedé aparcado allí cerca de la puerta a medio camino de ser una estatua, bastaría una señal de molestia ajena para que me largara, pero la chica se giró y detallé su perfil. La iluminación era diferente aquí, pero estuve seguro de que sus gestos no cambiaron, tenía el cabello claro y las luces del observatorio le arrancaron destellos que no supe si encasillar en el dorado o, tal vez, el cobre. No detallé nada mucho más, si acaso me recordó un poco a Kashya por la inexpresividad, pero yo pecaba de lo mismo.

    Contestó, me miró de frente y esperé por la confirmación de que no le molestaba mi presencia. Retomé la marcha, no corté distancia en su dirección sino que seguí hacia las escaleras, me habría sentado allí, pero los peldaños eran algo angostos y prefería no partirme la espalda con diecisiete años. Respiré, tuve que acercarme al escritorio y moví la silla para sentarme ahí.

    —Puedes asumirlo —contesté con la misma cara de póker que ella.

    Fui desenvolviendo el almuerzo sin prestarle mucha atención a lo que ya estaba en la mesa, hice un repaso de lo que había visto en mi recorrido hasta la silla y, como con Allen, tuve que hacer un esfuerzo consciente por hacer el intento de, ni idea, al menos determinar si quería conversar o el silencio estaba bien.

    —¿Cómo te llamas? —Busqué saber porque sonaba como lo más lógico, luego añadí otra pregunta solo porque sí—. ¿Qué sacaste del estante?

    cada vez que tengo que poner a Altan a continuar una conversación con alguien que no sea su círculo de confianza se me mueren conexiones neuronales JAJAJS
     
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