Llegó el día en el que salió de la cárcel, mi mamá y yo le esperábamos con un pastel hecho por ella. Solía regalarle todos los cumplidos que traía consigo cuando alcanzaba a comer un trozo, tras los inacabables de otrora días de fiesta. —Gracias. Era un escueto agradecimiento, pero lo entendíamos. Años que mi papá dejó de ir a verle, sólo la muerte detuvo la puntual visita dominical. Le contaba del fútbol y como su equipo parecía no querer reconciliarse con la victoria desde hace tiempo ya. De haber estado en libertad, a mi tío -así le llamaba afectuosamente, mas no había lazo sanguíneo entre nos- no lo habrían podido sacar del estadio. Me fui enterando por sus cada vez menos frecuentes visitas que le costaba conseguir trabajo. Pocos confiaban en un ex convicto, pero su encarcelamiento tenía un motivo tan burdo que francamente ya olvidé. De hecho, ni siquiera aceptó la oferta que le hice de trabajar conmigo por miedo a dejarme mal. Desde que salió de las rejas, caminaba más encorvado que nunca y parecía no poder solucionar nada sino a través del puño limpio. Un día lo pillé tomando el sol con los perros callejeros que había aguachado. Bebía de estas cervezas que necesitan un par de minutos solamente para desvanecerse de lo malas que eran. Me senté junto a él, juré que conversamos pero en realidad creo que estuvimos en silencio por más de media hora. Su mirada perdida, que a veces se encontraba de reojo con la mía, me decía lo suficiente. —No tengo ganas de nada, flaquito. —Se despidió aplastando la lata y golpeándome suavemente el hombro. Vino una tarde como cualquier otra una señora a contarnos la noticia: lo encontraron muerto. Al Rucio, mi tío. Apuñalado no sé cuantas veces, no importaba ya: algunas de esas o todas juntas le arrebataron la vida. El Rucio solía quejarse conmigo de lo mala que estaba la juventud, y de que pobre del que le caldeara los ánimos. El hombre perdió a su mejor amigo y, sin duda, sus ganas de vivir el día también se fueron con él. Se sentía inútil, mi tío, el Rucio, Él. Pena, sí, tengo, ojalá mi papá lo reciba como corresponde.
Aún en su corta duración me dio en todos los feels, no voy a negarlo, y eso siempre lo veo como un mérito para un relato. Me gustó la forma en la que está narrado, casi como si te lo estuviera contando un amigo en medio de una conversación algo personal, todo muy natural.
Ojalá no haya sido una vivencia tuya, porque en verdad es muy triste. Coincido con los comentarios anteriores, la narración se siente muy cercana, tanto en la forma como en el contenido. Es como si un amigo te abriera su corazón completamente y te contara esa trágica historia en la que ha muerto su padre y todo viene en picada. Completamente su vida cambia, pasando de la inocencia hasta llegar a presenciar a su tío día a día perder las ganas de seguir adelante, y aquél día en que por fin da un paso fuera de la cárcel, se materializa y confirmas que sí, todo ha cambiado. Y luego ver y sentir esto ese día sentado junto a él, es algo que se le quedará por siempre en sus recuerdos. Quizá de pequeños no entendemos bien, pero una vez que pasan los años todo cobra sentido. Ahora creo que solo queda esperar que la vida de ese niño haya mejorado, aunque sea de a poco. Que todo esto haya sido solamente una tragedia, muy dolorosa y larga, pero que tenga un fin y que terminen siendo solo recuerdos, horribles, sí, pero recuerdos. Que tenga una hermosa vida...