Muriendo en la loquera.

Muriendo en la loquera.

Recostados sobre la cama, dormidos, sin ganas de levantarse, con los ojos cerrados y lagañas sobre estos. Así, mi mundo y el de mi familia era perfecto.
Suena el teléfono, mi madre contesta y empieza a hablar felizmente.

—¿Quién es?—Pregunté metiéndome entre las deliciosas cobijas que estaban a mi lado.
—La tía Linda nos invita a la fiesta de su hijo.

Mis tres hermanas y yo empezamos a saltar por todas partes, y como todos, un ¨ ¡Qué bien!¨ se nos escapaba cada vez que lo recordábamos. Obviamente nos encantaba ir con ella, todo era divertido, eran nuestra única familia aquí.

Nos arreglamos a toda prisa, nos bañamos, arreglamos, y por supuesto, conseguimos un regalo para mi primo. ¡La emoción revoloteaba dentro de mí!... todo iba ser perfecto.

—¡Comadre!—Saludó mi tía, seguido del saludo de mi mamá.

Toda la noche mi padre estuvo molestando a mi mamá para que cuidara a mi hermana mientras el tomaba y se emborrachaba sin temor. Enfrente de todos, gritos, alcohol, y golpes en el aire. Todos enojados, todos los adultos peleando ¿Por qué?, por culpa del alcohol.

—¡Cállate!—Gritaba mi tío golpeando a su hija con una botella de cerveza.

—¡Cuídala tú!, ¡Eres un inútil!—Le gritaba mi mamá a mi padre mientras señalaban a mi hermana de apenas un año y medio.

Mi hermana de siete años no se encontraba presente, ella estaba en el castillo inflable con otra prima. Mientras yo, sola entre tanta desgracia, tome a mi hermana y me la recosté en el pecho, subí a una hamaca, y empecé a dormirla.

Amor chiquito,
Acabado de nacer…
Tú eres mi encanto,
Y eres todo mi querer…

Las lágrimas empezaron a salir conforme a la música. Ella solo me señalaba su boquita, justo donde tenía un golpe gracias a mi madre.

Ven a mis brazos…
Ámame con ilusión,
Por que te qui-quiero,
Y te doy mi corazón…

Cuando volteé con ella, ya estaba dormida. Mi cabeza procesaba todo lento, yo solo miraba las botellas de licor volar por el aire, a mi hermana riendo en el castillo inflable, mi madre llorando en una esquita, mi padre tumbado y con sangre, mis tíos y tías golpeándose entre sí… y yo, acostada, llorando, como toda una cobarde…

Cobarde… ¡Cobarde!

¿No podía escuchar otra cosa?, en mi mente sólo retumbaba esa palabra. Como quisiera matarlos, ¡Matarlos a todos!

Tomé una botella quebrada que voló a mi costado, y empecé a atacar a todos, mis tíos, mis padres, e incluso, a mi hermana de siete años.

—N-No… ¡No!—Grité con las manos llenas de sangre. Miré el mar de sangre en el suelo, y empecé a revolcarme en el…

—Si… ¡Jajaja!, ¡Si!—Grité de nuevo. Mi cabeza no sabía si llorar, gritar, reír… así que solamente solté una carcajada, al ver a todos muertos.
Volteé con mi hermana de un año y medio, la tomé, y marche con ella.

Encontré una comisaría, toqué, y dejé a mi hermana. Corrí todo lo que pude ha esconderme, y observé como una secretaria la tomaba en brazos. No pude evitar llorar… mi loquera aumentaba cada vez más.

Caminé riéndome de todos, ellos solo me observaban, unos me gritaban, y otros solo decían ¨Pobre niña, está loquita.¨

Me harté, ya no tenía nada más que hacer, así que fui a media calle, esperando a ese carro rojo, el último objeto que vi, antes de morir.

Como quisiera… volver a matar.