Muertos en el viejo oeste

— Hijo, las leyendas nunca se olvidan. Cuando tú crezcas, tengas un hijo y demás, le contarás esto, estoy seguro.

— Abuelo, ¿sobre que trata esa historia?

El abuelo dejó la pipa de fumar en la mesa, y con una pequeña carcajada, prosiguió su relato.

— No Muertos. — Respondió el abuelo a su nieto, siendo observado por este.

...

La estepa se volvía dura, fría como el hielo, solitaria como la muerte, oscura como la noche. Bandidos, ladrones y otras bestias de la humanidad pululaban por allí, en busca de victimas a las que robar, pegar, y en otros casos, matar.

Jack Bonney no era de esa clase de personas que les gusta tentar a la suerte, jugarse la vida, ni pasear con su caballo negro por la noche. Pero hoy era una excepción, ya que Jack había oído hablar de algo que le revolvió, algo que despertó su curiosidad.

Los cuentos que narraban en el bar de Dodge City (ciudad que Jack habitaba) hicieron despertar la curiosidad de dicho vaquero, que sin nada que perder, se echó hacía Tucson, ciudad hecha bajo unos asentamientos antiguos.

¿Porque se lanzó Jack Bonney a una aventura solo por oír las conversaciones de cuatreros en un triste bar para borrachos? Porque no solo escuchó dicha historia en el bar, sino en toda la ciudad.

Dodge City era conocida por ser la ciudad mas violenta de toda América, no había mucha civilización y las leyes no existían prácticamente. Nadie sabe porque Jack vivía allí, pero eso ahora es lo de menos. Con la carabina Spencer colgando de su espalda y la Cold 45 en su cinturón.

Iba vestido con un guardapolvos (prenda que se utilizaba en aquella época para el polvo que se levantaba en el desierto) y unas botas marrones, algo desgastadas. Jack cabalgaba por el sendero de aquella estepa, atento a cualquier ruido extraño.

...

— ¡Pero abuelo, dime que historia escuchó Jack Bonney en aquella ciudad! — Exclamo el nieto, con picardia.

— ¡Tranquilo, tranquilo, hijo! Todo a su tiempo. — Señaló el abuelo, prosiguiendo.

...

Jack Bonney cabalgó hasta Tucson porque se rumoreaba que aquella ciudad fue asediada... por muertos.

...

— ¡¿Muertos?! — Exclamo el nieto, asombrado.

— ¡Si, muertos vivientes! Y ya, no me interrumpas o no te cuento más. — Respondió el abuelo, un poco molesto.

...

Jack no creía en esas cosas, no era muy supersticioso, ni si quiera creía en Dios. Él, simplemente no creía, en nada. Continuó cabalgando hasta ver al fondo del camino, la ciudad enmurallada en llamas. Las puertas cerradas no auguraban nada bueno.

Tucson estaba enmurallada porque era una fortaleza en tiempos de guerra contra los nativos de la zona. Jack se acercó a unos metros de las murallas y ató el caballo a un pequeño establo.

— Esperate aquí, Perla. Un silbido y vienes a por mí, ¿entendido? Buen chico.

Perla era el nombre del caballo de Jack, aunque era cuestionado, pues decían que era nombre de hembra, no de macho. Jack Bonney no pesaba en eso, y Perla era un nombre que le gustaba.

Bueno, Jack sacó su Cold 45 y la levantó, mirando a su alrededor, esperando que algo le saltase. Por poco no dispara a un hombre que apareció detrás suya. Jack dio un brinco y apuntó al señor que apareció.

— ¿Quién es usted? Casi me mata. — Dijo Jack, apuntando con su revolver a dicho señor.

El señor, con las manos levantadas y tartamudeando, comenzó a hablar.

— Me... me... me llamo McKinsley, Michael McKinsley.

— Jack, Jack Bonney.

— Sr. Bonney, ¿donde va tan armado? — Preguntó Michael.

— Iba a entrar a Tucson, ¿algún problema?

El Sr. McKinsley se puso pálido y cogió por el cuello a Jack.

— NO-ENTRE-AHÍ. — Dijo, asustado. — Están todos locos ahí. Pasa algo, extraño.

Acto seguido, el Sr. McKinsley se fue corriendo del lugar, alejándose de la vista de Jack. Jack se fijó en que el hombre dejó un rastro de sangre, pero no le preocupó. Se concentró en entrar a aquella ciudad. No sabe si por curiosidad, o por no aburrirse, o simplemente porque quería ver algo increíble.

Y lo que estaba a punto de ver no es que fuese increíble, precisamente. Tildalo de "brutal". Jack abrió las puertas con ambas manos y acto seguido empuñó su revolver, mientras observaba a todos lados.

Lo que estaba a punto de averiguar era que los residentes de dicho lugar estaban "descontentos" con su visita. Unos gruñidos provenientes de las bocas de esa gente hizo que hasta Perla diese un brinco, y un alarido de caballo.

— Jo-der. Dios... — Fueron las últimas palabras de Jack Bonney, antes de que su instinto le obligase a correr en dirección a su caballo y trotar hacía el horizonte, sin darse cuenta de que desataría el apocalipsis en la joven América, en la estepa.

Ha hecho escapar a los muertos en el viejo oeste.