Mirame

En la mitología griega Perseo y Medusa son enemigos, incluso su historia culmina con el deceso de ella a manos del guerrero, pero imaginemos por un segundo darle un giro completo a las cosas, imaginémoslos enamorados, ¿Qué es lo que podría generar esta unión atípica e incluso prohibida?. Pueden y lo averiguaran.

Perseo había descendido hasta su morada y entre las decenas de cuerpos petrificados se mantenía oculto para no delatar su presencia. Un sudor frío descendía en su frente y un dolor en el cuerpo como un relámpago helado le recorría el organismo. Empuñó su espada con fuerza y recogió uno de los escudos de entre los cuerpos inertes, "este será la clave para vencer", pensó.

El crujir de unas armaduras al ser arrastradas por el cuerpo de la criatura delataron su presencia y el guerrero lo alertó para esto que se sería su último enfrentamiento, buscó sorprenderla por la espalda pero la Gorgona era rápida y lista y antes de que se diera cuenta se encontraba tras de él, titubeó un poco, sus pies se entrecruzaron y estuvo a punto de caer, buscó destellar con su escudo su reflejo y esta pereciera por su propia facultad, pero en ese instante algo sucedió.

Sus miradas se encontraron a través del espejo y entonces el odio injustificado, el furor de la batalla desaparecieron y un sentimiento más puro y fuerte surgió en su lugar. Perseo soltó su espada fascinado por su belleza, en su vida había visto mirada tal dulce como la que ahora observaba, sorprendido de que aquellos ojos aun emanaran tanta ternura y amor aún resintiéndose a ser consumidos por lo terrible y oscuro de esa maldición, Medusa observó, en el guerrero, manifestado aquel amor que jamás pudo ser, aquel anhelo que se vio desvanecido al ser manchada y luego culminada a este estado, se acercaron temerosos, poco a poco, tal vez desconfiaban un poco no por que fueran a atacarse no por lo menos con la espada y su fuerza, si no tal vez con el corazón.

El héroe se mantenía cabizbajo intentando dejar los prejuicios atrás de esa pasión prohibida que surgía más y más, palpó su rostro y se maravilló de lo terso y suave de su piel, uno de los cabellos de serpiente rozó por instantes su brazo y el muchacho retrocedió asustado, ella sin hablar buscó alcanzarlo y con sus garras tomó su mano nuevamente y la dirigió hasta ella emitiendo una bella sonrisa que él no logró percibir, le hizo pasar por sus labios y por instante besó sus dedos, Perseo dejó atrás su temor y la rodeó con ambos brazos y se fundieron en un beso.
Surgió aquel día en las fauces del tártaro mismo un nuevo amor imposible, afecto impedido entre aquel hombre y dios y aquella mujer y demonio, que el mismo Olimpo y el padre de los dioses pudiesen obstaculizar este amor no les importó. Hasta que un día pudieron cruzar ambos sin temor su mirada pues aquella maldición era solo de Medusa, su miedo encarnado a amar.