Kaede abrió los ojos, apoyándose débilmente en el cuerpo de Don. Aturdida y sintiendo punzadas de dolor alrededor de su cuerpo, no alcanzó a escuchar las palabras que intercambiaron el Kitsune y su maestro. Solo podía observar, con los dientes apretados, cómo los zorritos habían sido soltados. Todo su trabajo no había servido para nada. Y lo peor de todo, era que había sido noqueada. Aquella misión había asestado un duro golpe al orgullo de la pequeña. Cuando el Kitsune se dirigió hacia ella, alzó la mirada, impasible. Había observado con sus propios ojos la fuerza con la que contaba aquel espíritu. Y si su objetivo era volverse más fuerte e independiente... Lo necesitaría. —...Está bien —murmuró al fin, sin desviar la mirada de su interlocutor. Se apartó débilmente de Don para acercarse al Kitsune—. Acepto.
Liza White ahora debes dirigirte a la capital para completar la misión. Aprovecha el bonus del mes en curso.
El líder, satisfecho con nuestro trabajo, no tardó en avisarless de que era la hora de partir hacia la capital. Habían completado la misión bajo su punto de vista, dado que los zorros ya no volverían a molestar a los pescadores por orden de su jefe, pero aún así Kaede no se sentía satisfecha consigo misma. En absoluto. Sin dirigir ninguna palabra a los presentes, aún con sus ropas empapadas y con cierto castañeo de sus dientes, comenzó a partir hacia la capital. Suspiró: no le apetecía realmente volver a aquel lugar. [1/3]
El puerto pronto quedó atrás, con los pescadores despidiéndonos llenos de alegría. Después de todo, llevaban mucho tiempo siendo atacados por aquellos ladronzuelos, y algo de paz al fin no les vendría mal. No prestó atención a los elogios que le dieron por ser la "princesita" de la región, su rostro siguió mostrándose tan frío e impasible como el hielo que pisaban. Por alguna razón, el viaje se le estaba haciendo más corto que la primera vez. Pronto llegarían a la capital. [2/3]
Desde el puente que les llevaba a la entrada de la capital, el puerto se veía demasiado lejano. Los pescadores se habían convertido en pequeños puntos en la distancia, y la capital comenzaba a alzarse ante sus ojos. Su padre debía estar esperándola con impaciencia. Dirigió una mirada de soslayo hacia sus acompañantes: mientras que uno se veía enérgico y orgulloso, el otro parecía tan impasible y ajeno como ella. Era curioso verse reflejada en alguien más. Finalmente, la entrada a la capital no se hizo de esperar. [3/3]