Long-fic Meliora [Pokémon Rol Championship]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Andysaster, 10 Abril 2025.

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    Andysaster

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    Escritora
    Título:
    Meliora [Pokémon Rol Championship]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    4309
    Omfg nunca creí que volvería a escribir algo. Simplemente ese pilotito se me apagó hace mucho, y ya me había hecho a la idea. Pero aquí estamos, de vuelta a mis 3k usuales y con pretensiones de hacer más LETS GOOO.

    No tenía intenciones de volver a mover a Liz en el rol, pero las estrellas se alinearon y al final terminaré haciéndolo junto a alguien más, hype. El caso es que llevaba mucho tiempo pensando que, de traerla a la vida, quería que muchas cosas cambiasen. Quería darle espacio para crecer, para evolucionar y para humanizarla aún más si cabía. Y como el post que haré en el rol será en el futuro, quise dedicar mi tiempo en plasmar todo lo que sucede tras bambalinas, y que es completamente canon en el rol.

    Creo que es la primera vez que me siento tan conectada con una historia. Quizás se debe a que ya la tenía más que masticada, quizás es porque es Liz, mi primera niña, y porque sentía que se merecía una conclusión en su historia. El caso es que la terminé en cuestión de horas y me siento muy satisfecha con esta primera parte.

    El fic trata temas serios como la depresión, el estrés post-traumático y, en resumen, la importancia de la salud mental en general. Son temas que nos tocan de cerca, y creo que nunca está de más darle la importancia que se merecen. Me ha resultado muy interesante investigar cosas y darle una vuelta de tuerca a cómo los eventos del rol pudieron afectar a la psique de los holders.

    Sin más dilación, dentro historia.






    Meliora
    [Semper ad meliora]

    "Always moving forward to better things"




    Cuando era tan solo una cría, podía pasarme horas escuchando a los adultos relatar, con voces exageradas y un cómico espíritu teatral, decenas de historias sobre grandes héroes y sus memorables hazañas. Todas y cada una de ellas tenían la intención de traspasar las barreras del tiempo y encender el espíritu de sus oyentes; casi podía imaginar cómo el héroe de turno me señalaba en la distancia, y sus labios reflejaban lo que todo niño con sueños de grandeza deseaba escuchar.


    “Ahora es tu turno”.


    Con el transcurrir del tiempo noté una verdad inefable. Y es que el mundo estaba repleto de historias sobre esos héroes, sobre los entrañables inicios que invitaban a humanizarlos y las encarnizadas batallas que libraban (la parte favorita de muchos), donde siempre salían victoriosos. Pero, si buscabas más allá del conflicto, más allá de la celebración, de los emotivos reencuentros entre los personajes…

    No había nada.

    Una profunda laguna cubría el resto de la historia, invitando al lector a dejar volar su imaginación sin restricciones de ningún tipo.

    Nadie parece reparar en ese eslabón perdido. Quizás, en cierta medida, era un reflejo del temor que nos causaba pensar en el futuro. Una forma banal, también, de restarle importancia. Queríamos creer que el héroe sabrá lo que debe hacer cuando llegue el momento. Si ha podido salvar al mundo con anterioridad, el resto no sería nada para él.


    Pero el héroe nunca supo lo que debía hacer.

    Nunca supe qué venía después.


    Y me tocaba averiguarlo ahora.


    Habían pasado un par de meses desde los eventos en la región de Gérie. La Liga finalizó, y pese a que no nos coronamos como campeones, nuestro nombre se esparció como la pólvora por la región. Los foros se llenaban de mensajes de todo tipo; polémicas aquí y allá, noticias sensacionalistas de todo tipo (¿Qué narices era una ship?). Pero, sobre todo, lo que más apreciaba eran los mensajes de apoyo de la comunidad. A pesar de la posición en la que terminamos, no se sentían decepcionados conmigo. Estaban satisfechos con nuestra autenticidad, y eso era algo que deseé grabarme en el alma.

    Estaba tan acostumbrada a sobrexigirme, a buscar validación en los demás, que saber que podía permitirme fracasar tambaleó mis esquemas con inusitada fuerza. La paz trajo consigo el cansancio acumulado, y supe en ese entonces que necesitaba con urgencia un buen descanso.

    Los finales siempre traían consigo despedidas. Los holders, a pesar de volcarse en ayudar al prójimo, seguían teniendo vidas que atender. Por eso no me sorprendió saber que varios de nosotros separaríamos nuestros caminos en ese instante. Lucas deseaba seguir fortaleciéndose en el Frente de Batalla; Mimi, por su parte, seguiría abriéndose paso hasta alcanzar su sueño de ser modelo. Los chicos de Gérie aún tenían todo un año para prepararse para la siguiente Liga, y encontré en el interés de Nikolah de perseguir esa meta una suerte de refugio temporal. Desconocía cuáles serían mis siguientes pasos… pero esa vez deseé desconectar los cables de mi mente y simplemente dejarme llevar.

    Hacer un poco de turismo, viajar con buena compañía.

    No tenía por qué tener todas las respuestas a mi alcance aún, ¿cierto? Podía limitarme a que el tiempo las trajese con el viento.

    Las semanas que pasé viajando con Niko genuinamente me hicieron feliz. Aunque estaba segura de que hasta la actividad más anodina adquiriría su encanto si el chico se encontraba cerca. Me dediqué enteramente a entrenarle, transmitiéndole todo el conocimiento que había adquirido en mis viajes, si bien me enseñó a alternar sabiamente entre trabajo y ocio. A veces, en forma de rutas de senderismo improvisadas que acababan de forma desastrosa; otras, con picnics en los lugares que coronábamos como las mejores vistas de la zona.

    Para una amante de los dulces como yo, que el chico que te gustaba se le diese tan bien la repostería sumaba demasiados puntos a su marcador. Y vaya que sabía mimarme.

    Cuando creí que el peso sobre mis hombros se había liberado del todo, y que por fin estaba empezando a disfrutar de verdad, comprendí que el tiempo libre era una terrible arma de doble filo. Mantenerme ocupada había sido mi mecanismo de defensa para obviar muchas cosas; barrerlas bajo la alfombra, sin necesidad de enfrentarlas. Y solo cuando me deshinibí por completo, comenzaron a aparecer todas en tropel.

    Las pesadillas.

    Cada noche la historia se repetía sin descanso. Un bucle macabro donde se mostraban todos los eventos traumáticos por los que había pasado en los últimos años. No era la primera vez que sucedía, pero sí la primera vez que se sentía tan vívido. Casi como si pudiese verme allí de nuevo.

    La muerte de Bruno. El incidente de Melissa. La masacre en la cárcel. Iota. Zach. El futuro.

    Mi propia muerte.


    Cada noche despertaba, en mitad de un grito desgarrador, con la frente perlada en sudor. Nikolah acudía a socorrerme y terminaba quebrándome en llanto, sintiéndome pequeña y estúpida entre sus brazos. Débil. A pesar de su preocupación, tan solo podía pronunciar palabras inconexas. La agitación me impedía serenar mis pensamientos, y cuando lograba sentir que ya no me estaba ahogando, el sueño me inutilizaba hasta arrancar los cables de cuajo.

    El ambiente, que en un inicio había sido cálido y jovial entre nosotros, comenzó a volverse opresivo por momentos. Me despertaba con la tensión esparcida por el cuerpo, manteniéndome en un estado de alerta perpetuo que no tenía sentido cuando mi único enemigo era mi propia mente. La ansiedad regresaba con fuerza cuando las luces se apagaban, temiendo quedarme indefensa en una realidad a la que nadie más podía acceder. Donde nadie más podía ayudarme.

    Me notaba más irritable, más esquiva, más desconectada de la realidad, y los síntomas solo iban a peor. Una punzada de dolor me atravesó el pecho cuando comprendí que había empezado a evitar también a Nikolah.

    Mi pobre niño no tenía la culpa de nada.

    Era yo.

    Siempre había sido yo.



    —¡Muchas gracias por el combate! ¡Eres más guapa en persona!

    Dibujé una sonrisa en mis labios, despidiéndose con un gesto vago de mi mano. Amber se sacudió el pelaje, rascándose la oreja con una pata. Situaciones así se habían vuelto comunes en las últimas semanas; entrenadores promesa nos detenían en medio de la calle, reconociéndome con ilusión, y me solicitaban un combate de cortesía. Algo así había sucedido tras los eventos de Melissa en Galeia y, sin embargo, el alcance que había tenido nuestro nombre había sido muy superior gracias a la afición que retransmitía el paso de los aspirantes por Gérie.

    Nikolah se llevó las manos a la cintura, asintiendo con satisfacción.

    —Podríamos volver esta mecánica parte de la Agencia de Detectives Nikolah and co. Piénsalo: por su primera visita, tendrá una batalla de regalo con la famosa Liza White.

    Le di un golpecito al pasar por su lado, fingiendo una molestia que no sentía realmente.

    —No me uses como una atracción de circo, ¿quieres?

    —¡Era broma, era broma!

    La tontería hizo que soltase una pequeña risa nasal, apenas audible. Pero Nikolah llevaba el suficiente tiempo reparando en mis gestos, preocupado por mi estado actual como para no notar la suavidad en mi mirada.

    >>¿Te sientes mejor ahora?

    El apremio implícito en sus palabras se me clavó con la contundencia de una estaca. Lo miré, y fue como sostenerle la mirada a un cachorrillo bajo la lluvia. Me miraba con cierta esperanza, pero también con lástima.

    Algo dentro de mí se removió; la parte convulsa, irritable y fuera de sí que había estado ganando terreno en los últimos días. El corazón se me aceleró, presa de un repentino arranque de frustración.

    —Deja de mirarme así.

    El rubio parpadeó, con esa mezcla de confusión e ingenuidad tan suyas.

    —¿Así… cómo? —cuestionó, dudoso—. Osea, puedo taparme los ojos al hablarte, si quieres, pero mientras caminamos sería algo engorroso. Podría chocarme contra una farola. Y entonces ni podría verte ni podría responderte, probablemente.

    En otros momentos, su verborrea me resultaría cómica. Pero no podía verlo así cuando la ansiedad me nublaba el juicio de esa forma. Solo podía sentir una abrumadora condescendencia en sus ojos, la misma que había creído haber visto en la mirada preocupada de la enfermera Joy, cuando se percató de las ojeras bajo el maquillaje. Su preocupación me hacía más y más consciente de la inestabilidad de mi psique. De mi debilidad, de lo rota que había estado siempre en realidad.

    No era más que una muñeca a punto de ser desechada.

    Quizás en mi familia siempre habíamos estado destinados a ser unos fracasados.

    Quién sabe.

    Tomé una bocanada de aire, tratando de serenar los latidos desbocados de mi corazón sin éxito. Amber se refregó con cuidado, sacándome de mi ensimismamiento, y decidí que lo mejor sería salir de allí. Pasear quizás despejase mi mente. De modo que comencé a avanzar en automático, ignorando la pregunta de Nikolah deliberadamente, sin ser capaz siquiera de sostenerle la mirada.

    —Vamos. El siguiente gimnasio no debe quedar muy lejos.

    Debí verlo venir. Que no se contentaría con algo así. Su mano me detuvo con gentileza, sosteniéndome del brazo. Yo no hubiese actuado muy distinto: estaba siendo una idiota y una huidiza de mierda, sin darle explicaciones de ningún tipo a pesar de mi deplorable estado durante las noches.

    Pero no me sentía lo suficientemente yo como para poder razonar algo así.

    —Liza, espera. Si hay algo que pueda hacer para…

    Fue un chispazo, una fuga de gas tan volátil que fue imposible de frenar. Mis pupilas se contrajeron y el terror invadió cada una de mis células. Fue una reacción primitiva, un mecanismo de defensa que buscaba mi propia preservación.

    Aparté su mano con brusquedad, como si su tacto me quemase la piel.

    Me costó reconocer mi voz como propia.

    —¡No me toques!

    El grito reverberó en la zona, al cual le sucedió un tenso silencio. Amber me miró sin comprender, agachando las orejas. Jamás le había levantado la voz a nadie así. Por lo general, a pesar de mi carácter, era una persona tranquila y pacífica. Quizás por eso en los ojos de Nikolah el dolor se mezcló con la perplejidad.

    En un inicio me costó reaccionar. Pero cuando un atisbo de lucidez se abrió paso en mi mente, la realización me golpeó con contundencia. Le había negado el contacto físico a Nikolah. Le había gritado, en mitad de la calle, captando la atención de los viandantes. La culpabilidad hizo que me ardiesen las lágrimas tras las cuencas, y agaché la cabeza, sintiendo mi voz quebrarse por momentos.

    Deseé tanto desaparecer en ese instante.

    —Lo siento —musité—. Lo siento mucho, yo no…

    ¿Yo no… qué?


    Si tenía intención de decirme algo, no le di tiempo. Tensé los labios en una fina línea, y con un movimiento rápido devolví a Amber a su esférico, echando a correr lejos de allí. Lejos de los viandantes entrometidos, de los susurros y cuchicheos, de la mirada entristecida de Nikolah.

    Me encerré en mi habitación del centro pokémon, ignorando todo tipo de mensajes y llamadas durante los siguientes días. Tenía chats sin abrir de varias personas, pero no podía importarme menos en ese instante. Si Dante se preocupaba, si Mimi me reclamaba por no haberle avisado de mi ausencia, si Nikolah trataba de contactarme sin éxito para hablar, eran problemas que resolvería la Liza del futuro.

    Arceus, estaba tan cansada.

    Los siguientes días estaban repletos de parches en mi memoria. Salir de la cama para satisfacer mis necesidades fisiológicas se había vuelto la tarea más difícil a la que me había enfrentado jamás. Los científicos locos y el fin del mundo dejaban de tener relevancia cuando tenías que enfrentarte a tu propia mente. Era una completa locura.

    Mis pokémon se habían mantenido cerca de mí para evitar que muriese de inanición o deshidratación. Decir que les debía mi vida no era una exageración. Archer y Akira me traían periódicamente bandejas con comida de la cafetería, de las que apenas probaba bocado, mientras que Amber se mantenía echa un ovillo en el suelo, alzando la cabeza de vez en cuando para asegurarse de mi estado. Nana se acurrucaba entre mis brazos y sentí por días que era mi fuente de calor, mi única toma a tierra.

    El frío no se iba de mis huesos a pesar de que los días no estaban siendo particularmente invernales.

    Algo me decía que no podía seguir así. Conocía esas señales; era el mismo pozo sin fondo en el que me sumergí tras la muerte de Bruno o tras los incidentes en el laboratorio de Zach, y del que a duras penas logré salir. Esa tristeza, esa desidia me arrastraban hacia las arenas movedizas en las que más me hundía cuanto más trataba de zafarme de su agarre. La bofetada de realidad que me impulsó a ponerme en movimiento fue ver mi reflejo en el espejo.

    Mi mirada, usualmente despierta y llena de vida, era una mera sombra de lo que fue alguna vez. Las aguas prístinas dieron paso a un pantano de aguas lodosas y por primera vez las ojeras se volvieron imposibles de ocultar. El cabello enmarañado me enmarcaba las facciones, y me noté mucho más delgada. La palidez de mi piel parecía anunciar a gritos el tiempo que llevaba sin ver la luz del sol.

    Yo, que había estado rodeada de naturaleza toda mi vida.

    Era más que evidente.

    Necesitaba recibir terapia.


    Y aunque el paso asustaba, el primer peldaño lo había subido ya, aceptando que necesitaba ayuda. Siempre había tenido grandes conflictos delegando tareas, porque me sentía autosuficiente de esa forma. Y sin embargo por más que lo intentaba, en esta ocasión no veía una solución que estuviese al alcance de mi mano.

    Necesitaba ese puente, ese nexo para alcanzar una mejor versión de mí misma. Para empezar a entenderme mejor, para ponerle nombre y rostro a cada uno de mis demonios.

    Ese día cité a Nikolah en la cafetería más cercana al centro pokémon. El chico había acudido con presteza, aliviado de ver que me encontraba sana y salva. Pese a todo no me juzgó ni me echó mi falta de tacto en cara, y eso solo me hizo sentirme peor conmigo misma. Porque no podía culpar a nadie que no fuese yo misma.

    Me tomó mucho esfuerzo, pero intenté poner en palabras todo lo que no le había transmitido en el último mes. Le conté acerca de las pesadillas que me asolaban, los traumas no sanados que habían resurgido de sus cenizas. Mi miedo de quedarme atrás, de ser una fracasada. El terror que me producía el futuro, el no saber con exactitud qué deseaba hacer con mi vida.

    Hacía tiempo que combatir no me hacía feliz, también. Pero después de tantos años dedicada a ello era lo mejor que sabía hacer.

    Nikolah se tomó su tiempo. Por primera vez fui incapaz de leerle. No me transmitió compasión, mucho menos lástima. Había cierta comprensión en sus gestos, si bien existían tantas cosas que se escapaban de la ecuación. Pero, pese a todo, estaba haciendo el esfuerzo por escucharme.

    Y ese gesto me llegó al alma.

    —Hay muchas cosas que, a pesar de esforzarme mucho, me cuesta entender —se sinceró, con una sonrisa apenada—. Pero es similar a mi trauma con Zekrom y esta fea cicatriz. Me escuchaste a pesar de que no podías vivir lo que viví yo, e hiciste tuyo mi dolor, para poder compartir la carga entre los dos. Y eso ayuda, o al menos lo hizo en mi caso.

    Buscó mi mirada y me encogí sobre mí, tensa, sin saber muy bien qué esperar. Pero había tanto cariño en su mirada que mi ansiedad retrocedió un paso prudencial.

    >>Pero irás, ¿verdad? Al médico de la mente —Parpadeé ante sus palabras. ¿Médico… de la mente? Su sonrisa se amplió, esperanzada—. Si es así, estoy seguro de que él podrá ayudarte. No sé muy bien cómo… Pero lo hará.

    Noté cómo algo húmedo me recorría la mejilla. Antes de darme cuenta estaba llorando, pero esa vez no lloraba de tristeza. Era un profundo alivio. Alivio de ser comprendida, de no sentirme juzgada o apartada, quizás.

    No me encontraba bien, eso era evidente. Pero si ellos reaccionaban con esa normalidad, suponía que podía permitirme no estarlo.

    Sostuve sus mejillas, soltando una risa cristalina que me vibró en el pecho y deposité un beso sobre su frente. No necesité ocultar en mis gestos todo el amor que sentía por mi niño, mi gigante amable.

    —Sí, mi vida —asentí entre risas. Las lágrimas no cesaron en ningún instante—. Iré al médico de la mente. Te lo prometo.



    ***​



    —Los resultados del diagnóstico indican que tienes un cuadro severo de estrés post-traumático, Liza.

    La respuesta de la psicóloga me llegó embotada, como si estuviese contemplando la escena desde fuera de mi cuerpo. Si aún tenía control de este no tenía idea, pues permanecí clavada en mi asiento en todo momento. La mujer, una joven promesa de su campo que debía llevar menos de diez años ejerciendo en el oficio, me dejó todo el tiempo del mundo para digerir la noticia.

    No me sorprendía, pero poner lo que sentía finalmente en palabras era algo que difícilmente aceptabas en dos minutos de reloj.

    Solté una risa nasal sin gracia.

    —Supongo que tarde o temprano terminaría por perder la cabeza.

    —Teniendo en consideración todo lo que me has contado, que no debe ser más que la punta del iceberg —teorizó, mirándome a los ojos. Le sostuve la mirada sin sentir la necesidad de lanzar excusas superfluas. Podía notar que veía con facilidad a través de mí, ¿así que qué sentido tenía?—, me sorprende que hayas tardado tanto en llegar a un punto de quiebre. Nadie soportaría vivir eventos así sin que afectasen severamente a su psique.

    —Quizás la clave está en que nos manteníamos ocupados constantemente. Terminábamos una aventura para saltar a la siguiente sin descanso —me recargué en el respaldo con cierta pesadez. Mis dedos se entretuvieron con los pliegues de mi ropa, lo que fuera que mantuviese mis manos ocupadas—. A diferencia del resto, es la primera vez que tengo tanto tiempo para mí.

    Era la única que no sabía qué hacer con mi vida”, quise decir. Pero sentí que me expondría demasiado, de modo que opté por suavizar mis palabras.

    La mujer se detuvo a revisar sus anotaciones, con aire ausente. Reparé en el Musharna que flotaba a su lado, liberando esa nube rosa que contenía decenas, tal vez cientos de sueños entremezclados entre sí.

    —Fingir que los traumas no están ahí es la respuesta más nociva que podéis escoger. Enfrentarlos no es un acto agradable, y requiere grandes esfuerzos. Pero de no hacerlo, con el tiempo solo se vuelven más y más difíciles de erradicar —Entrelazó sus dedos, como en una maraña de hilos cruzados entre sí—. Piensa en un trauma como un solo nudo. Cuesta, pero puede desenredarse con algo de esfuerzo. Imagina ahora varios de esos nudos, entrelazados entre sí. ¿Qué pasaría si deseas desenredarlos?

    —...Que me costaría mucho más esfuerzo lograrlo, ¿no?

    —Exacto. Y ese es el punto en el que estás tú —Separó sus dedos, descansando sus manos sobre su regazo—. Por suerte no considero que estés en un punto de no retorno. Hay mucho margen de mejora.

    Me aliviaba oír eso. En el fondo esa voz insidiosa, aquella que me comparaba con todos todo el tiempo, me susurraba al oído mi debilidad por permitir que algo así me tumbase. El resto de holders había vivido lo mismo que yo, y sin embargo ahí seguían. Creciendo, fortaleciéndose, abriéndose paso hacia sus propias metas.

    —Cada quien tiene sus propios tiempos —me respondió, cuando finalmente me atreví a transformar mis pensamientos en palabras—. Quizás ellos pasaron el duelo de forma distinta. No podemos saber lo que contiene la cabeza de otras personas. Pero sí podemos intentar entender qué hay en la de uno.

    >>Y esa es la piedra angular de esta sesión.

    —¿Qué debería hacer ahora? —musité, clavando la mirada en el suelo. Había tensado la mandíbula sin ser siquiera consciente—. Ya no viajo con Nikolah. No quería ser un lastre para él, y necesito tiempo para aclarar mis ideas. Irónicamente, me aterra estar a solas con mis pensamientos —Negué con la cabeza, una sonrisa incrédula impresa en mis labios—. Arceus. ¿Quién me entiende?

    La mujer suavizó sus facciones.

    —Dijiste que venías de Teselia, ¿verdad? De una región rural, alejada de la gran ciudad —asentí, sin comprender el rumbo al que se dirigían sus pensamientos—. A veces, cuando más perdidos nos sentimos, es cuando más necesitamos volver sobre nuestros pasos, recordar nuestras raíces.

    Una sonrisa adornó sus facciones.

    >>¿No crees que ya va siendo hora de hacerles una visita?



    Rumié la idea de la psicóloga en los días posteriores. La última vez que había estado en casa había sido hace cinco años. Me había escapado, llevando conmigo algunos de mis ahorros mezclados con los de mis padres, y no tenía intención de volver hasta encontrar a mi hermano, quien había desaparecido sin dejar rastro. No obstante, con el tiempo aprendí a mantener una comunicación más o menos asidua con mis progenitores. Les contaba de mis avances, y dejaba a su cuidado parte de mi equipo pokémon cuando era necesario, en la guardería que regentaban en el pueblo.

    No teníamos una mala relación, si bien había muchos trapos sucios que aún no se habían puesto sobre la mesa. La razón de la partida de mi hermano, el hecho de que mi madre buscaba alcanzar su sueño frustrado a través de sus propios hijos. La presión de seguir el negocio familiar, en el caso de que nos fuese imposible abrirnos paso como entrenadores pokémon.

    Yo no deseaba ninguna de esas cosas, y sin embargo no me encontraba en el mejor momento para encararlos como se debía. Aún así, la idea de regresar a casa no sonaba del todo mal. Estar en contacto con la naturaleza siempre había sido la cura para todos mis males.

    No veía por qué no podía serlo ahora.

    De modo que aquella mañana me situé frente al comunicador del centro pokémon. Amber me dio un pequeño empujón con su cabeza al notar mis dudas, e intuí que esa era su forma de darme ánimos. Le acaricié con mimo entre su largo pelaje, escuchando un tenue ronroneo de su parte, y respiré hondo, notando mi corazón golpeando con fuerza una vez más.

    Si debía enfrentar mis traumas uno a uno, sabía bien por dónde debía empezar.


    El teléfono comenzó a sonar. Un pitido, dos, tres. El agarre en torno al teléfono se aflojó cuando creí que no lo cogerían, y estaba por terminar con la llamada cuando, en la pantalla, una figura conocida me recibió con la sorpresa impresa en sus gestos.

    No le culpaba. No solía llamar dos veces en el mismo mes.

    —¡Liza! No esperé recibir noticias tuyas tan rápido —Mi padre parecía genuinamente feliz de saber de mí. Su felicidad remitió, sin embargo, cuando notó mis ojeras y la mirada cansada. Se acercó con preocupación a la cámara—. ¿Va todo bien?

    —Hola, papá —saludé. Paseé la mirada por el espacio, dubitativa, buscando las palabras adecuadas para dirigirle. Había tanto, tanto que contar. Sentí que, de empezar desde el inicio, no acabaría en lo que restaba de día.

    Amber notó la tensión en mis hombros, y me dio un aviso con la cola. Su expresión, siempre afable, se había tornado severa por primera vez en mucho tiempo.

    "Has luchado mucho para llegar aquí. No dudes ahora".

    Eso fue todo cuanto necesité.

    >>Sé que es algo precipitado, pero… —Alcé la mirada hacia la pantalla. El brillo determinado en mis ojos me demostró que estaba dando pasos en la dirección correcta—. Me gustaría haceros una visita.
     
    Última edición: 10 Abril 2025
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    Muchas gracias a todos los que leyeron este coso <3 No esperaba mucha gente, en realidad, pues este fic es más que nada una ayuda para mí misma, para complejizar al fin mi propio personaje. Tardé demasiados años, pero más vale tarde que nunca, ¿no?

    Este capi está más orientado en presentar varios personajes y problemáticas, más que abordar el problema de Liza en sí. Como vi que cada vez le estoy dando mas profundidad a mi idea base, cambié el three-shot por long fic. Quizás sean cuatro capis, cinco como muy mucho.






    El avión aterrizó en el hidropuerto, con una precisión sobre la hora de llegada digna de elogio. Había olvidado comprar más gominolas para dormir durante el viaje, de modo que no tuvo caso combatir contra el insomnio desarmada. Había perdido demasiadas batallas ya como para interesarme en mantener actualizado el contador. Las dos horas de vuelo las invertí en una película insulsa de fondo, con mi mente muy lejos de allí.

    La brisa marina arrastró consigo el olor a sal cuando mis pies tocaron tierra firme, y el graznido de varios Wingull en la distancia pareció darme la bienvenida a casa. Pueblo Arcilla era uno de los enclaves turísticos más afamados de la región, pues poseía grandes conexiones con el resto de regiones. Se trataba de un pueblo pintoresco, de vivos colores y aldeanos de naturaleza hogareña, que abrazaban su flora y fauna con respeto y comprensión. La paz que se respiraba entre sus calles era suma, lejos de la contaminación sonora y lumínica de las grandes urbes. Si me preguntaban qué la hacía tan especial, pues no poseía una atracción turística como tal, no era más que su ubicación estratégica, en el primer punto de partida de Teselia, y el mayor reclamo de cualquier entrenador novato de la región:

    El laboratorio de la Profesora Encina.

    El claxon de un vehículo me trajo de vuelta a la realidad, y me aparté del muelle para divisar una melena rubia que reconocí al instante. La joven se llevó las gafas de sol a su cabello, buscándome entre la multitud. Al reconocerme sonrió, sin esconder la emoción en sus gestos. A pesar de haber crecido, seguía teniendo los mismos hoyuelos que se le formaban cuando no era más que una niña.

    —¡Liza! —me saludó, agitando el brazo en la distancia. No obstante el reclamo de un turista malhumorado le borró el entusiasmo y resopló, haciendo que apurase la marcha—. ¡Ya va, ya va! Qué impaciente está todo el mundo últimamente.

    —Es la temporada de inscripción de nuevos entrenadores —señalé, mientras colocaba el equipaje atrás y me abría paso en el interior del coche. Nos abrazamos, y aproveché ese instante para señalar un detalle de vital importancia—. Aunque tú lo sabes de sobra, ¿no es así, flamante profesora becaria de Encina?

    —¿¡Quién te lo ha contado!? —Bel hizo una mueca, mezcla de la sorpresa y el disgusto, y arrancó de nuevo el coche, un poco de mala gana. Entrecerró los ojos, pensativa, y al caer en la cuenta soltó una exclamación ahogada, un par de metros más adelante—. Fue Cheren, ¿verdad? ¡Le dije que quería contártelo yo primero!

    Solté una risa vaga, meneando la cabeza con resignación. Había cosas que nunca cambiaban.

    —Ambas sabemos lo impaciente que es cuando algo le emociona —acoté. Mis gestos se suavizaron, genuinamente feliz por su ansiado logro—. Me alegro mucho por ti, Bel.

    En pueblos pequeños como Arcilla era inevitable que todos nos conociéramos entre nosotros. Eso solía ser contraproducente a la larga, pues no daba espacio para la privacidad, pero me permitió conocer a quienes fueron mis cómplices y compañeros de aventuras durante toda mi infancia. En nuestro grupo de tres, Bel siempre había sido la voz de la razón. Centrada, con bastante carácter y un gran amor por los pokémon, siempre había tenido claro lo que deseaba hacer de mayor. Así, tras mucho esfuerzo, terminó abriéndose camino en el laboratorio para alcanzar su sueño de seguir los pasos de la Profesora Encina. A pesar de todas las travesuras en las que la había metido cuando éramos niñas, siempre había estado dispuesta a seguirme hasta el fin del mundo.

    El cariño que le tenía era proporcional a todo lo que la pobre había tenido que aguantarme durante todos estos años.

    —Tendré que perdonarlo por esta vez. No me queda de otra —suspiró, con un dramatismo impostado que le salió del alma. Me miró desde el espejo retrovisor, cauta, temiendo mi reacción a sus siguientes palabras—. Hablando de él… No va a poder alcanzar a verte, Liz. Con el aumento de entrenadores no da a basto en su gimnasio y en la escuela, y tendrá que quedarse en ciudad Engobe por una temporada.

    En realidad no me sorprendía en lo absoluto. Era algo que iba con él. Cheren siempre había sido un niño introvertido, taciturno. Tenía una mente prodigiosa y no había un solo dato de los pokémon de tipo normal que no supiese. Los adoraba. Con el tiempo y mucha insistencia de mi parte se convirtió en el cerebro del grupo, y si nuestras aventuras más arriesgadas habían tenido un final feliz había sido por su inestimable ayuda. Ahora simplemente volcaba su intelecto en algo que le hacía sentirse realizado.

    Y estresado. Muy estresado.

    —Lo entiendo, no te preocupes —Apoyé la mejilla en la palma de mi mano, contemplando la espesura del bosque que rodeaba los límites del pueblo. Regresar a casa era como ver siluetas del pasado en cada recoveco, reproduciendo ecos de un pasado distante en ellos—. No pienso quedarme demasiado tiempo. Solo ha sido solo un…

    —...Un impulso del momento —completó la joven, divertida, con la mirada puesta en la carretera. Mis labios esbozaron una mueca; ¿tan predecible me había vuelto?—. Solías decir eso cuando nos echaban la bronca por alguna trastada —Hizo una pequeña pausa, mirándome de soslayo—. Hacía tiempo que no te lo escuchaba.

    En su voz se filtró la nostalgia, pero también la aceptación de extrañar tiempos y versiones de nosotros mismos que ya no volverían. No lo dijo, pero podía notarlo. Que no era más que una sombra de la niña desinhibida y libre que había sido alguna vez. Una versión apagada y marchita. La realización me golpeó con más fuerza de la que esperaba, y permanecí en silencio el resto del viaje. Las siluetas que me conectaban con mi yo del pasado parpadearon, como si fuesen castigadas por una intermitencia repentina.

    Desvié la mirada hasta dejar de verlas del todo.

    Bel aparcó en las afueras del pueblo, en un desvío que conducía a una amplia zona de fincas. Cuando mis padres decidieron crear una guardería pokémon ambos estuvieron de acuerdo, por primera vez en mucho tiempo, en hacerla en un espacio tranquilo y aislado. A pesar de que las fincas delimitaban unas con otras, los vecinos solían usar sus hogares como residencias de verano, de modo que la quietud que se respiraba allí era perfecta para la crianza.

    Respiré hondo, recibiendo el olor dulzón de flores silvestres y la caricia del sol de la mañana, y ambas caminamos a través del camino empedrado, hacia el amplio terreno que delimitaba mi hogar. Conversamos sobre temas banales, poniéndonos al día con muchas cosas. Rememoramos todas las tardes que habíamos pasado allí jugando, recordando a su vez nuestra base secreta, una casa del árbol maltrecha que aún resistía las inclemencias del tiempo, escondida en el claro del bosque más cercano. Quise proponerle ir a hacerle una visita, por los viejos tiempos, pero los ladridos de los Stoutlands guardianes de papá captaron toda mi atención, mandando aquel pensamiento al fondo de mi cabeza.

    —¡Scotty! ¡Scruffy! —Los pokémon ladraban animosamente al otro lado de la verja, dando saltos por ver quién se abalanzaba primero, sacudiendo con brusquedad la verja. La imagen me arrancó una risa y llamé al timbre varias veces, contagiada por la impaciencia del peludo par.

    —Me resulta cómico que tus perros guardianes tengan nombres tan dulces —observó Bel, aguardando con las manos entrelazadas tras la espalda. Apuntó al cartel de “Peligro, pokémon peligrosos” que se encontraba colgado en la fachada—. Si no fuera porque los he visto en acción, te diría que es el mejor farol de la historia.

    —Digamos que es un cincuenta-cincuenta —convine, liviana. Una voz masculina nos avisó que ya iba a nuestro rescate, y los Stoutlands dieron media vuelta, volcando su emoción en la nueva figura que entró en escena.

    Edward White era un hombre alto y corpulento, de complexión atlética y tez tostada por el tiempo que pasaba expuesto al sol. Sus brazos, completamente visibles, cargaban decenas de cicatrices, conteniendo grandes historias detrás de cada una de ellas. Su cabello, castaño, caía a ambos lados de su frente como un libro abierto, y en sus vibrantes ojos azules se abrió paso el regocijo de ver una vez más a su querida hija regresar a casa.

    —Tranquilidad, fieras. Estáis agobiando a las invitadas —El hombre cerró la puerta de la casa y avanzó por el jardín central, cargando consigo una pechuga de Unfezant que lanzó a un lado del camino. Los pokémon hicieron temblar el suelo en mitad de su carrera, despejando el camino por tiempo limitado. Se dirigió hacia nuestro encuentro, haciendo a un lado el seguro para poder abrir la verja—. Disculpad la tardanza, niñas. Tu madre me ha dejado a cargo del almuerzo y estoy que no doy a basto.

    —Dime por favor que no vamos a volver a comer tu “plato especial” —temí, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. Desde luego que era especial; especialmente desastroso. Le dirigí una sonrisa tranquila cuando ya no tuvimos una barrera entre nosotros, contenta de verle de nuevo—. Si necesitas ayuda con algo solo tienes que decirl… ¡W-Wah!

    Sin esperarlo, mi padre nos rodeó a ambas en un efusivo abrazo, levantándonos inclusive del suelo. Podía parecer amenazante por su estatura y su aspecto recio y tosco, pero lo cierto era que su tamaño no era más que el recipiente perfecto para su corazón de oro.

    —Qué alegría teneros a las dos de nuevo por aquí. ¿Cheren no se quiere pasar? —reparó en la ausencia del chico, meciéndonos con entusiasmo aún de lado a lado—. Tenemos hueco para todos. Como siempre, se me da horrible calcular las porciones de la comida. Espero que os apetezca el arroz con curry también para la cena.

    —Está bien, señor White, no se preocupe —Bel soltó una risa nerviosa desde las alturas. Nunca terminaría de acostumbrarse del todo a ese tipo de bienvenidas—. Aunque me gustaría, la profesora Encina me necesita más tarde en el Laboratorio. Tenemos que tener preparados a los iniciales para la nueva tanda de jóvenes promesas.

    —Ah, no me acostumbro a que estéis tan mayores —El hombre nos dejó con cuidado en el suelo, dándonos un pequeño apretón en el hombro a ambas. Su mirada se posó en Bel entonces, vivaracho—. ¡Ya me he enterado de la noticia! Siempre supe que lo lograrías, Bel. Debes estar que no cabes en ti, ¿verdad?

    El intercambio entre ambos debería haberme resultado entrañable. Bel y Cheren eran como parte de la familia, habían pasado demasiado tiempo bajo su techo como para no considerarlos como tal. Y sin embargo mi sonrisa fue mermando, hasta sentir una oleada de incomodidad atenazarme el corazón. Temí que en cualquier momento sus miradas se posasen sobre mí, en medio de un silencio pesado y recriminatorio. “Todos tus amigos están logrando grandes cosas”, imaginé la voz de mi padre con angustia.

    Me hice pequeña en el lugar.

    “¿Y tú?”

    “¿Qué hay de ti?”


    Mi cuerpo, en profunda tensión, terminó por dar un ligero brinco de manera inconsciente cuando la voz de mi padre me alcanzó. Sentí que el corazón se me saldría del pecho, pero contra todo pronóstico no le sucedió ninguna pregunta incómoda. Su expresión afable calmó mis nervios en cierta medida y parpadeé, tragándome las lágrimas como mejor pude.

    —Vamos dentro —Me invitó con suavidad. Si había notado algo en mi expresión, tanto Bel como él supieron disimularlo bien—. Mamá está deseando verte.



    ***​



    El hogar de la familia White olía a lavanda y a leña recién cortada. Corría una suave brisa a través de las ventanas, generando una corriente fresca en el interior de la casa, como una caricia. Atravesamos los azulejos de terracota, que imitaban el color del barro y le conferían a la vivienda de un toque rústico y natural, y seguimos la marcha de papá hacia el salón. Deslicé los dedos por la superficie de los estantes, abstraída, reparando en cada jarrón, cada fotografía y cada recuerdo enlazado a ellos. Rocé con las yemas el borde de uno de los cuadros, que enmarcaba una fotografía de mi hermano y de mí de cuando éramos solo unos niños. Lucho me sostenía en sus hombros, mostrando sus paletas melladas en una sonrisa brillante, mientras que yo observaba mi entorno con ojillos curiosos, demasiado pequeña para reparar en la cámara.

    Volver a casa suponía dejar de ignorar el Donphan en la habitación. Implicaba reparar en las estanterías vacías, en las cajas apiladas, en el pesado vacío que había dejado entre nosotros su partida. Era una de las razones por las que evitaba regresar a menudo. El peso de los recuerdos me obstruía el corazón, y la tristeza que me asolaba me resultaba insostenible. Había huído de casa para salir en su búsqueda, y después de años siguiendo la fina línea de su rastro, comprendí que todo este tiempo no había sido más que un Rattata recorriendo un laberinto sin salida. Supe que mi hermano había seguido cada uno de mis pasos en la distancia, adelantándose a mis movimientos.

    Y comprendí que no deseaba ser encontrado.

    Que aunque me negase, debía dejarlo ir.


    Dejé el cuadro en su lugar cuando Bel pasó por mi lado, acariciándome el brazo en un gesto que interpreté como su forma de reconfortarme sin necesidad de palabras y asentí, dejándolo estar. Escuché la voz de papá amortiguada por la distancia, pidiéndonos ayuda para poner la mesa, y ambas soltamos un sonido afirmativo al unísono que nos hizo compartir una breve sonrisa.

    La luz natural se filtraba con suavidad por los visillos de lino beige, acariciando los muebles y bañando la estancia de una escala de dorado y miel. Las paredes, pintadas en un tono crema suave, estaban adornadas por cuadros abstractos, de trazos firmes. La firma de mi madre brillaba bajo la luz del mediodía sobre su superficie, con una caligrafía sofisticada y minimalista.

    Reparé en sus obras más recientes, aquellas que había dado a luz en mi ausencia. Papá siempre decía que para ella el arte era un medio de desahogo, y que cuando no lográsemos comprenderla, sus obras hablarían por ella. Por ello solía reparar en cada uno de sus cuadros, buscando en ellos una actualización de su estado de ánimo. Algo que me hiciese llegar finalmente hasta ella.

    Pero no importaba el tiempo que transcurriese, cada vez que volvía mis ojos hacia sus obras el mismo sentimiento, complejo y visceral, se sobreponía a todos los demás.

    Melancolía.

    —¿Puedes llevar estos vasos, Bel? —Papá se encontraba en la entrada de la cocina, tendiéndole a mi amiga tres vasos de cristal cuando se acercó para ayudar. Alcé la mirada, encontrándome con mis mismos ojos. Las mismas aguas prístinas de un mar en calma—. Despeja la mesa, Liza. Puedes colocar las cosas en la repisa de la chimenea.

    Obedecí, un poco en automático. La oleada de sensaciones me tenía un tanto anestesiada, pero al menos podía cumplir esa tarea. Sostuve la pila de libros que papá debía estar leyendo, historias sobre el pasado de Teselia y la flora y fauna de la época, y los coloqué en la superficie de la chimenea de hierro negro, que adornaba la esquina del salón. El florero de lavanda seca que decoraba el centro de la mesa sufrió el mismo destino y desde allí alcancé a ver el jardín trasero, con el pequeño huerto de hortalizas y flores silvestres que mamá estaba cuidando.

    Regresé sobre mis pasos, directa hacia la cocina, allí donde Edward continuaba apilando platos y cubiertos que llevar a la mesa. Reparé en la pronunciada cojera, que no hacía más que agravarse con el transcurrir de los años, y apresuré el paso para detener su agitada marcha.

    —Deja que termine yo el resto, ¿sí? —pedí, solícita—. No deberías hacer tantos esfuerzos, papá.

    A pesar de la suavidad en mi voz, mi mirada no daba espacio a negativas. Me dirigí hacia la olla, dispuesta a repartir el arroz cuando sus manos me detuvieron en mitad de mi acción.

    Lo miré sin comprender, un tanto exasperada por su insistencia.

    —Bel y yo nos encargaremos bien de esto —Mi tozudez, sin lugar a dudas, rivalizaba con la de mi progenitor. Pero él llevaba en sus hombros, por mucho que me pesase, la experiencia necesaria para usar la baza correcta contra mí en cada ocasión. Señaló las escaleras con un movimiento vago de su cabeza, animándome a subir al piso de arriba—. Mamá está en el estudio. Ve a saludarla.

    Le miré, intranquila, y pareció comprender lo que pensaba al vuelo, pues flexionó uno de sus brazos con una actitud desenfadada, que en cierta medida rozaba lo pedante.

    Rodé los ojos, disimulando la gracia que me causaba cuando se comportaba así.

    >>Tu viejo ha pasado por cosas mucho más difíciles. ¿Tan poca fe le tienes a este carcamal? —Soltó una risotada y me dio la espalda, haciendo un gesto con la mano como quien sacudía una mosca—. Ve tranquila. No me moveré mucho de la cocina, de todas formas.

    —Tampoco es como si fuera a permitírselo —secundó Bel, regresando de colocar los vasos, con una mirada de reproche al escucharnos. Suponía que la vigilancia de mi amiga era suficiente para serenar mis preocupaciones—. ¿Falta alguna cosa más, señor White?

    —Un par más y habremos terminado.



    Los escalones de madera crujieron bajo mi peso, y su quejido se mezcló con la cacofonía de voces que continuaba fluyendo desde el salón. La casa se llenaba de vida con cada visita, eso era un hecho, y podía entrever en el brillo en la mirada de papá que era algo que agradecía profundamente. Era difícil acostumbrarse a un hijo que abandona el nido para volar lejos, pero lo era aún más cuando el nido quedaba completamente solo.

    El estudio de mamá se situaba al fondo del pasillo. Todos nuestros dormitorios se encontraban arriba, y al ver la puerta de mi habitación entreabierta no pude evitar ceder al impulso de asomarme. Todo seguía tal y como lo dejé el día que me marché de casa de manera precipitada: la cenefa blanca y las paredes rosas, los posters de pokémon dragón y de campeones varios desperdigados por la habitación; la lámpara de Chandelure que tanto me gustaba, con una de sus bombillas estalladas por el uso. Si no la cambiaba no era más que por el cariño que le profesaba.

    En el techo, repartidas a conciencia, se encontraban decenas de estrellas luminiscentes, que simulaban el reluciente cielo nocturno de la región. Cada vez que me encontraba mal solo necesitaba tumbarme en la cama y alzar la mirada para sentirme en calma.

    Abandoné la habitación, sintiendo una calidez agradable asentarse en mi pecho. La sensación no duró demasiado, pues solo me bastó reconocer de soslayo la estantería de trofeos y medallas de mi hermano, en el lado contrario del pasillo, para sentir que se me revolvía el estómago. Aceleré el paso y llamé a la puerta del estudio.

    Una voz aterciopelada me invitó a entrar, y me reconocí a mí misma conteniendo el aliento antes de pasar.

    Estaba nerviosa, ¿verdad?

    ¿Hace cuánto me sentía cómoda con mamá en realidad?

    Al entrar al estudio me recibió el olor a óleo seco, trementina y polvo. Se trataba de una habitación amplia, con techos altos y grandes ventanales que permitían el paso de una luz grisácea, ligera, tamizada por las cortinas. El suelo de madera estaba cubierto por una alfombra vieja, deshilachada, que fue beige alguna vez. La atmósfera siempre se sentía pesada allí dentro: era el santuario de mamá, intocable e inmutable, pero también su propia burbuja. El tiempo pasaba de manera distinta allí dentro, si es que transcurría en primer lugar.

    En el centro de la habitación, un caballete de madera gastada sostenía un lienzo a medio terminar: manchas profundas de negro y azul se arrastran sobre la tela, como si fueran heridas internas volcadas con rabia. Junto al caballete se encontraba un banco simple de madera, cubierto por una manta que parecía no haber sido movida en días. Pinceles sin lavar descansaban en un frasco de vidrio con agua turbia, y tubos de pintura arrugados permanecían esparcidos sin orden, como si el caos se hubiera convertido en rutina.

    —Es una agradable sorpresa verte de nuevo, Liza.

    Elisabeth White poseía una belleza singular a ojos de muchos, de esas difíciles de encontrar. Se trataba de una mujer esbelta, de piel nacarada y facciones imperturbables, como las de una muñeca de porcelana. Su cabellera castaña, larga y ondulada, enmarcaba sus finas facciones, recordándome a mi propio cabello si me permitiese a mí misma llevarlo suelto. Sus ojos violáceos, sin embargo, contrastaban enormemente con la esencia que evocaba. Poseía una mirada afilada, recrudecida por la vida y carente de brillo alguno. Siempre había sentido que podía ver a través de todos con una facilidad absurda, analítica y perspicaz, pero en contraposición sus ojos nublados reflejaban la nada absoluta. Mirarla era como mirar una ventana empañada desde dentro.

    Era simplemente injusto.

    La mujer giró su rostro una vez más hacia la ventana. Se encontraba sentada en ese instante en un banco junto al alféizar, contemplando las vistas en silencio. La imagen resultaba casi etérea, y por un instante regresó a sus facciones la eterna melancolía que la rodeaba. Siempre había sido una mujer de pocas palabras; elegirlas para ella era similar a quien acomodaba piezas de un rompecabezas: sin prisa, sin emoción, sin permitir que nadie adivinase si lo que decía era lo que realmente pensaba. Había algo en su tono que hace que uno dude de si ha sido consolado o reprendido. Era imposible para mí entenderla.

    —Papá me dijo que estabas aquí —comenté, mientras daba un par de pasos hacia el interior de la estancia. Mi mirada se paseó por las paredes, contemplando sus creaciones a medio terminar; solía saltar de una idea a otra, sin orden ni concierto, guiada por el espíritu de la inspiración. Traté de suavizar mis facciones al volverme hacia ella—. ¿Estabas en mitad de algún trabajo?

    —Estaba, sí —Fue todo cuanto dijo. Palmeó el banco a su lado, con movimientos cuidados—. No me interrumpes, si es lo que te preocupa. Ven, siéntate.

    A diferencia de Edward, Elisabeth no era una mujer efusiva. Solía, de hecho, eludir el contacto físico. No por rechazo explícito, si no porque simplemente no le nacía. Su forma de mostrar “cariño”, si podía llamarse así, era preguntando si ya había comido, o si llevaba algo con lo que abrigarme al salir de casa. Pero incluso eso sonaba mecánico, como si se tratase de un deber como madre más que como una preocupación en sí.

    Tomé asiento a su lado, reparando en las vistas al otro lado del cristal. Podía ver la extensa pradera donde los pokémon de la guardería jugaban, y reconocí a varios de mis pokémon corretear por allí. Me anoté mentalmente ir a hacerles una visita más tarde.

    La voz de mi madre me trajo de vuelta a la realidad.

    —Ese ejemplar que trajiste resultó ser fascinante —Su tono sonó contenido; eran pocas las veces en las que la emoción se deslizaba entre sus palabras—. Ese Zorua de Hisui de tonalidades extrañas… ¿Cómo es posible que hayas hallado algo así?

    —Mi viaje ha estado cargado de cosas imposibles —Me arriesgué a decir, dejando escapar una risa nasal, irónica. Intenté localizar a Inari desde allí—. ¿Cómo ha estado? Su hábitat es muy distinto al nuestro, y el choque resultó demasiado fuerte como para llevarlo en mis viajes de momento. Consideré que permanecer en la guardería una temporada sería una buena transición para él.

    —Tu padre ha intentado acercarse a él en incontables ocasiones, pero es un pokémon muy receloso y desconfiado —La mujer llevó un mechón de su cabello tras su oreja, con movimientos delicados—. Parece temer hasta su propia sombra. Resulta inviable tratar de mezclarlo con los otros pokémon del grupo.

    Suspiré. Había temido escuchar algo así. Inari era un pokémon muy tímido y asustadizo, aún estábamos intentando entendernos en realidad. Creí erróneamente que aquel lugar le haría bien, pero una oleada de culpabilidad me invadió al ser consciente de que le había arrancado de su hogar para dejarlo en cierta medida allí, a su suerte. Necesitaba ir a verlo más tarde sin falta.

    En determinado momento mamá se volvió hacia mí. Tenía esa sonrisa calmada e indescifrable revoloteando en sus labios, y permanecí en sus ojos con precaución, tratando de dilucidar hacia dónde se dirigían las aguas esa vez.

    —Lo hiciste bien en la liga de Gérie —me felicitó. Parpadeé, tomada por sorpresa, y estuve por separar los labios cuando ella misma continuó—. Hubieron detalles a mejorar, pero en esta ocasión cuentas con todos los combates guardados para verlos en diferido. Podemos repasar la ejecución más tarde.

    Sentí en ese instante los inicios de una migraña.

    Ah. Aquí íbamos de nuevo.

    —No es necesario, mamá —atajé, sin medias tintas. Cerré mis manos en torno a los pliegues de mi ropa, tratando de contener la rabia que me repiqueteaba en la punta de los dedos—. He aprendido mucho con la propia experiencia. La próxima vez será distinto.

    —Eso no difiere mucho de lo que dijiste en las otras ocasiones, ¿no es así?

    La mirada de mi madre se tornaba severa y mordaz cada vez que afloraban en la conversación los combates pokémon. Para ella no había nada más importante, ni siquiera el arte que le salvaba de la oscuridad que habitaba en su propia mente. Para una entrenadora retirada como ella, que había anhelado con desesperación alcanzar la cima y disfrutar el dulce sabor de la victoria, nada era suficiente. Jamás lo sería cuando se vio obligada a retirarse a una temprana edad de su brillante carrera, obligada a regresar a su hogar por obra de una familia que se interpuso entre su sueño y ella. El mundo había perdido sus colores hacía ya demasiado tiempo como para reparar en detalles nimios como los sentimientos del resto de los mortales.

    Para alguien que había perdido todo cuanto tenía, descubrió con el tiempo que el único alivio que podía llegar a cosechar era a través de sus propios hijos. Para unos niños, que admiraban a su madre por sobre todas las cosas, cumplir un sueño así debía resultarles insignificante, pues la sonrisa genuina que les dedicaba al elogiar sus hazañas era comparable con todo el oro del mundo.

    Si mamá pudiese notar la presión a la que me había estado sometiendo todos esos años desde que Lucho se fue, si hubiese sido consciente de las señales que gritaban que algo en la psique de su hijo no estaba bien, ¿habría cambiado algo?

    Quizás Lucho estaría allí, con nosotros.

    Quizás nunca le hubiese hecho huir de casa, lejos de su férreo dominio.


    No éramos más que una sombra, una extensión de su persona. Quizás nunca escapé al destino de Tau, después de todo.

    Quise decirle tantas cosas. Mostrarle los estragos que su constante imposición estaba causando en mí, el rechazo que había empezado a generarme siquiera sostener una pokéball en la mano. Lo lejos que me encontraba de saber quién era Liza White en realidad.

    Pero todo el arrojo que bullía dentro de mí desaparecía al mirarle a los ojos. Me petrificaba, y todos mis pensamientos desaparecían de golpe, hasta quedarme completamente en blanco. Elisabeth sonrió con suavidad, con una mezcla de condescendencia y comprensión. Me acarició brevemente la mejilla; su piel estaba fría al tacto, y más que calmarme redobló la tensión en mi cuerpo.

    —Debes estar cansada del viaje. Vayamos a comer, ¿sí? —Propuso, y se separó de mí para ponerse en pie. Seguí sus movimientos en todo momento—. Tu padre debe tener la comida lista. Dejemos el ayuno intermitente y los entrenamientos excesivos para los Rangers con los que trabajaba.

    Aquel sutil comentario me cayó encima con la contundencia de un mazo. Quizás simplemente fue la gota que colmó el vaso. No era la primera vez que mamá mostraba su desagrado hacia el resto de profesiones: quería a mi padre, por supuesto, y respetaba sus gustos. Pero sus preferencias estaban claras, y se aseguraba de que sus hijos las tuviesen presentes de igual forma.

    Me erguí en mi asiento, mis talones clavados en el lugar. Por más que quisiese no podía moverme. El corazón y mi propia mente iban demasiado rápido como para poder recuperar las riendas de mi autocontrol.

    —¿Qué problema tienes con los Rangers? —cuestioné. Fui incapaz de filtrar la rabia sorda que se desbordaba con cada palabra que emitía—. Su trabajo es tan válido como el nuestro.

    Mi madre alzó las cejas ante mi inesperada reacción. Reparó en silencio en cada uno de mis gestos, buscando comprender el origen de mi enojo. No pareció encontrarlo, pero tampoco mostró una verdadera inquietud por ello.

    —No lo negué en ningún momento —resolvió con calma. Que se mantuviese tan impasible cuando me encontraba tan molesta solo le echaba gasolina al incendio—. Pero dudo que arriesgar sus vidas cada uno de sus días sea una empresa demasiado inteligente —Su gesto se tornó severo, producto de un recuerdo que le pesó en el cuerpo—. Tan solo mira lo que le pasó a tu padre.

    —¡Papá sufrió ese accidente por proteger a los pokémon del bosque!

    El grito hizo que mi madre se quedase en silencio. Podría jurar que las voces en la distancia también perdieron su volumen, dejando al hogar al completo expectante. Apreté los puños, tensando mis labios en una fina linea. Las lágrimas de frustración se me acumularon en los ojos, mirándola con una expresión desencajada por la rabia.

    Siempre había respetado el trabajo de mi padre. Protegían a la naturaleza y a sus criaturas por sobre todo, aún si debían sacrificar su propia integridad física en el proceso. Era un oficio loable que tenía mi completa admiración desde que era una niña. Y sabía que papá también lo amaba.

    A mi mente acudieron escenas aisladas. El periodo de hospitalización, las despedidas, el brillo nostálgico en sus ojos cada vez que veía las noticias. Jamás profirió una sola queja. Nunca le escuché extrañar a sus compañeros o su anterior vida en voz alta.

    Pero sabía que lo hacía.

    Cada uno de los días de su vida.

    Elisabeth se cruzó de brazos. La inmutable calma se fue transformando en una sutil molestia con el transcurrir de los segundos. La conversación comenzaba a exasperarla.

    —¿A qué viene esa actitud? —me increpó. El ambiente se sintió enrarecido; la tensión podía contarse con un cuchillo. Soltó un suspiro, negando con la cabeza—. Creí que te había criado de otra forma.

    La fina linea que mantenía mi cordura a raya se quebró con un ruido sordo.

    —Si supieses lo que significa en realidad criar a un hijo, él jamás se habría ido de aquí en primer lugar.

    La puerta se cerró con un sonoro portazo, que vibró en las paredes contiguas del hogar. Me deslicé casi sin pensarlo hacia mi cuarto y eché el seguro. Bajé las persianas y me tiré sobre la cama, echa un ovillo. Solo entonces pude permitirme sollozar, sacando todo el dolor, la angustia y la frustración que llevaba cargando conmigo desde hacía demasiado tiempo.

    Las estrellas de mi habitación brillaron, cobijándome bajo la luz de mi más fiel confidente.





    PD: Dejo referencia de la familia White de paso, que tengo todas las imágenes en un tablerito:


    IMG-20250422-WA0018.jpg
     
    Última edición: 25 Abril 2025 a las 1:44 AM
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