Long-fic Meliora [Pokémon Rol Championship]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Andysaster, 10 Abril 2025.

Cargando...
  1. Threadmarks: Parte 1
     
    Andysaster

    Andysaster Game Master

    Acuario
    Miembro desde:
    17 Junio 2013
    Mensajes:
    14,504
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Meliora [Pokémon Rol Championship]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4309
    Omfg nunca creí que volvería a escribir algo. Simplemente ese pilotito se me apagó hace mucho, y ya me había hecho a la idea. Pero aquí estamos, de vuelta a mis 3k usuales y con pretensiones de hacer más LETS GOOO.

    No tenía intenciones de volver a mover a Liz en el rol, pero las estrellas se alinearon y al final terminaré haciéndolo junto a alguien más, hype. El caso es que llevaba mucho tiempo pensando que, de traerla a la vida, quería que muchas cosas cambiasen. Quería darle espacio para crecer, para evolucionar y para humanizarla aún más si cabía. Y como el post que haré en el rol será en el futuro, quise dedicar mi tiempo en plasmar todo lo que sucede tras bambalinas, y que es completamente canon en el rol.

    Creo que es la primera vez que me siento tan conectada con una historia. Quizás se debe a que ya la tenía más que masticada, quizás es porque es Liz, mi primera niña, y porque sentía que se merecía una conclusión en su historia. El caso es que la terminé en cuestión de horas y me siento muy satisfecha con esta primera parte.

    El fic trata temas serios como la depresión, el estrés post-traumático y, en resumen, la importancia de la salud mental en general. Son temas que nos tocan de cerca, y creo que nunca está de más darle la importancia que se merecen. Me ha resultado muy interesante investigar cosas y darle una vuelta de tuerca a cómo los eventos del rol pudieron afectar a la psique de los holders.

    Sin más dilación, dentro historia.






    Meliora
    [Semper ad meliora]

    "Always moving forward to better things"




    Cuando era tan solo una cría, podía pasarme horas escuchando a los adultos relatar, con voces exageradas y un cómico espíritu teatral, decenas de historias sobre grandes héroes y sus memorables hazañas. Todas y cada una de ellas tenían la intención de traspasar las barreras del tiempo y encender el espíritu de sus oyentes; casi podía imaginar cómo el héroe de turno me señalaba en la distancia, y sus labios reflejaban lo que todo niño con sueños de grandeza deseaba escuchar.


    “Ahora es tu turno”.


    Con el transcurrir del tiempo noté una verdad inefable. Y es que el mundo estaba repleto de historias sobre esos héroes, sobre los entrañables inicios que invitaban a humanizarlos y las encarnizadas batallas que libraban (la parte favorita de muchos), donde siempre salían victoriosos. Pero, si buscabas más allá del conflicto, más allá de la celebración, de los emotivos reencuentros entre los personajes…

    No había nada.

    Una profunda laguna cubría el resto de la historia, invitando al lector a dejar volar su imaginación sin restricciones de ningún tipo.

    Nadie parece reparar en ese eslabón perdido. Quizás, en cierta medida, era un reflejo del temor que nos causaba pensar en el futuro. Una forma banal, también, de restarle importancia. Queríamos creer que el héroe sabrá lo que debe hacer cuando llegue el momento. Si ha podido salvar al mundo con anterioridad, el resto no sería nada para él.


    Pero el héroe nunca supo lo que debía hacer.

    Nunca supe qué venía después.


    Y me tocaba averiguarlo ahora.


    Habían pasado un par de meses desde los eventos en la región de Gérie. La Liga finalizó, y pese a que no nos coronamos como campeones, nuestro nombre se esparció como la pólvora por la región. Los foros se llenaban de mensajes de todo tipo; polémicas aquí y allá, noticias sensacionalistas de todo tipo (¿Qué narices era una ship?). Pero, sobre todo, lo que más apreciaba eran los mensajes de apoyo de la comunidad. A pesar de la posición en la que terminamos, no se sentían decepcionados conmigo. Estaban satisfechos con nuestra autenticidad, y eso era algo que deseé grabarme en el alma.

    Estaba tan acostumbrada a sobrexigirme, a buscar validación en los demás, que saber que podía permitirme fracasar tambaleó mis esquemas con inusitada fuerza. La paz trajo consigo el cansancio acumulado, y supe en ese entonces que necesitaba con urgencia un buen descanso.

    Los finales siempre traían consigo despedidas. Los holders, a pesar de volcarse en ayudar al prójimo, seguían teniendo vidas que atender. Por eso no me sorprendió saber que varios de nosotros separaríamos nuestros caminos en ese instante. Lucas deseaba seguir fortaleciéndose en el Frente de Batalla; Mimi, por su parte, seguiría abriéndose paso hasta alcanzar su sueño de ser modelo. Los chicos de Gérie aún tenían todo un año para prepararse para la siguiente Liga, y encontré en el interés de Nikolah de perseguir esa meta una suerte de refugio temporal. Desconocía cuáles serían mis siguientes pasos… pero esa vez deseé desconectar los cables de mi mente y simplemente dejarme llevar.

    Hacer un poco de turismo, viajar con buena compañía.

    No tenía por qué tener todas las respuestas a mi alcance aún, ¿cierto? Podía limitarme a que el tiempo las trajese con el viento.

    Las semanas que pasé viajando con Niko genuinamente me hicieron feliz. Aunque estaba segura de que hasta la actividad más anodina adquiriría su encanto si el chico se encontraba cerca. Me dediqué enteramente a entrenarle, transmitiéndole todo el conocimiento que había adquirido en mis viajes, si bien me enseñó a alternar sabiamente entre trabajo y ocio. A veces, en forma de rutas de senderismo improvisadas que acababan de forma desastrosa; otras, con picnics en los lugares que coronábamos como las mejores vistas de la zona.

    Para una amante de los dulces como yo, que el chico que te gustaba se le diese tan bien la repostería sumaba demasiados puntos a su marcador. Y vaya que sabía mimarme.

    Cuando creí que el peso sobre mis hombros se había liberado del todo, y que por fin estaba empezando a disfrutar de verdad, comprendí que el tiempo libre era una terrible arma de doble filo. Mantenerme ocupada había sido mi mecanismo de defensa para obviar muchas cosas; barrerlas bajo la alfombra, sin necesidad de enfrentarlas. Y solo cuando me deshinibí por completo, comenzaron a aparecer todas en tropel.

    Las pesadillas.

    Cada noche la historia se repetía sin descanso. Un bucle macabro donde se mostraban todos los eventos traumáticos por los que había pasado en los últimos años. No era la primera vez que sucedía, pero sí la primera vez que se sentía tan vívido. Casi como si pudiese verme allí de nuevo.

    La muerte de Bruno. El incidente de Melissa. La masacre en la cárcel. Iota. Zach. El futuro.

    Mi propia muerte.


    Cada noche despertaba, en mitad de un grito desgarrador, con la frente perlada en sudor. Nikolah acudía a socorrerme y terminaba quebrándome en llanto, sintiéndome pequeña y estúpida entre sus brazos. Débil. A pesar de su preocupación, tan solo podía pronunciar palabras inconexas. La agitación me impedía serenar mis pensamientos, y cuando lograba sentir que ya no me estaba ahogando, el sueño me inutilizaba hasta arrancar los cables de cuajo.

    El ambiente, que en un inicio había sido cálido y jovial entre nosotros, comenzó a volverse opresivo por momentos. Me despertaba con la tensión esparcida por el cuerpo, manteniéndome en un estado de alerta perpetuo que no tenía sentido cuando mi único enemigo era mi propia mente. La ansiedad regresaba con fuerza cuando las luces se apagaban, temiendo quedarme indefensa en una realidad a la que nadie más podía acceder. Donde nadie más podía ayudarme.

    Me notaba más irritable, más esquiva, más desconectada de la realidad, y los síntomas solo iban a peor. Una punzada de dolor me atravesó el pecho cuando comprendí que había empezado a evitar también a Nikolah.

    Mi pobre niño no tenía la culpa de nada.

    Era yo.

    Siempre había sido yo.



    —¡Muchas gracias por el combate! ¡Eres más guapa en persona!

    Dibujé una sonrisa en mis labios, despidiéndose con un gesto vago de mi mano. Amber se sacudió el pelaje, rascándose la oreja con una pata. Situaciones así se habían vuelto comunes en las últimas semanas; entrenadores promesa nos detenían en medio de la calle, reconociéndome con ilusión, y me solicitaban un combate de cortesía. Algo así había sucedido tras los eventos de Melissa en Galeia y, sin embargo, el alcance que había tenido nuestro nombre había sido muy superior gracias a la afición que retransmitía el paso de los aspirantes por Gérie.

    Nikolah se llevó las manos a la cintura, asintiendo con satisfacción.

    —Podríamos volver esta mecánica parte de la Agencia de Detectives Nikolah and co. Piénsalo: por su primera visita, tendrá una batalla de regalo con la famosa Liza White.

    Le di un golpecito al pasar por su lado, fingiendo una molestia que no sentía realmente.

    —No me uses como una atracción de circo, ¿quieres?

    —¡Era broma, era broma!

    La tontería hizo que soltase una pequeña risa nasal, apenas audible. Pero Nikolah llevaba el suficiente tiempo reparando en mis gestos, preocupado por mi estado actual como para no notar la suavidad en mi mirada.

    >>¿Te sientes mejor ahora?

    El apremio implícito en sus palabras se me clavó con la contundencia de una estaca. Lo miré, y fue como sostenerle la mirada a un cachorrillo bajo la lluvia. Me miraba con cierta esperanza, pero también con lástima.

    Algo dentro de mí se removió; la parte convulsa, irritable y fuera de sí que había estado ganando terreno en los últimos días. El corazón se me aceleró, presa de un repentino arranque de frustración.

    —Deja de mirarme así.

    El rubio parpadeó, con esa mezcla de confusión e ingenuidad tan suyas.

    —¿Así… cómo? —cuestionó, dudoso—. Osea, puedo taparme los ojos al hablarte, si quieres, pero mientras caminamos sería algo engorroso. Podría chocarme contra una farola. Y entonces ni podría verte ni podría responderte, probablemente.

    En otros momentos, su verborrea me resultaría cómica. Pero no podía verlo así cuando la ansiedad me nublaba el juicio de esa forma. Solo podía sentir una abrumadora condescendencia en sus ojos, la misma que había creído haber visto en la mirada preocupada de la enfermera Joy, cuando se percató de las ojeras bajo el maquillaje. Su preocupación me hacía más y más consciente de la inestabilidad de mi psique. De mi debilidad, de lo rota que había estado siempre en realidad.

    No era más que una muñeca a punto de ser desechada.

    Quizás en mi familia siempre habíamos estado destinados a ser unos fracasados.

    Quién sabe.

    Tomé una bocanada de aire, tratando de serenar los latidos desbocados de mi corazón sin éxito. Amber se refregó con cuidado, sacándome de mi ensimismamiento, y decidí que lo mejor sería salir de allí. Pasear quizás despejase mi mente. De modo que comencé a avanzar en automático, ignorando la pregunta de Nikolah deliberadamente, sin ser capaz siquiera de sostenerle la mirada.

    —Vamos. El siguiente gimnasio no debe quedar muy lejos.

    Debí verlo venir. Que no se contentaría con algo así. Su mano me detuvo con gentileza, sosteniéndome del brazo. Yo no hubiese actuado muy distinto: estaba siendo una idiota y una huidiza de mierda, sin darle explicaciones de ningún tipo a pesar de mi deplorable estado durante las noches.

    Pero no me sentía lo suficientemente yo como para poder razonar algo así.

    —Liza, espera. Si hay algo que pueda hacer para…

    Fue un chispazo, una fuga de gas tan volátil que fue imposible de frenar. Mis pupilas se contrajeron y el terror invadió cada una de mis células. Fue una reacción primitiva, un mecanismo de defensa que buscaba mi propia preservación.

    Aparté su mano con brusquedad, como si su tacto me quemase la piel.

    Me costó reconocer mi voz como propia.

    —¡No me toques!

    El grito reverberó en la zona, al cual le sucedió un tenso silencio. Amber me miró sin comprender, agachando las orejas. Jamás le había levantado la voz a nadie así. Por lo general, a pesar de mi carácter, era una persona tranquila y pacífica. Quizás por eso en los ojos de Nikolah el dolor se mezcló con la perplejidad.

    En un inicio me costó reaccionar. Pero cuando un atisbo de lucidez se abrió paso en mi mente, la realización me golpeó con contundencia. Le había negado el contacto físico a Nikolah. Le había gritado, en mitad de la calle, captando la atención de los viandantes. La culpabilidad hizo que me ardiesen las lágrimas tras las cuencas, y agaché la cabeza, sintiendo mi voz quebrarse por momentos.

    Deseé tanto desaparecer en ese instante.

    —Lo siento —musité—. Lo siento mucho, yo no…

    ¿Yo no… qué?


    Si tenía intención de decirme algo, no le di tiempo. Tensé los labios en una fina línea, y con un movimiento rápido devolví a Amber a su esférico, echando a correr lejos de allí. Lejos de los viandantes entrometidos, de los susurros y cuchicheos, de la mirada entristecida de Nikolah.

    Me encerré en mi habitación del centro pokémon, ignorando todo tipo de mensajes y llamadas durante los siguientes días. Tenía chats sin abrir de varias personas, pero no podía importarme menos en ese instante. Si Dante se preocupaba, si Mimi me reclamaba por no haberle avisado de mi ausencia, si Nikolah trataba de contactarme sin éxito para hablar, eran problemas que resolvería la Liza del futuro.

    Arceus, estaba tan cansada.

    Los siguientes días estaban repletos de parches en mi memoria. Salir de la cama para satisfacer mis necesidades fisiológicas se había vuelto la tarea más difícil a la que me había enfrentado jamás. Los científicos locos y el fin del mundo dejaban de tener relevancia cuando tenías que enfrentarte a tu propia mente. Era una completa locura.

    Mis pokémon se habían mantenido cerca de mí para evitar que muriese de inanición o deshidratación. Decir que les debía mi vida no era una exageración. Archer y Akira me traían periódicamente bandejas con comida de la cafetería, de las que apenas probaba bocado, mientras que Amber se mantenía echa un ovillo en el suelo, alzando la cabeza de vez en cuando para asegurarse de mi estado. Nana se acurrucaba entre mis brazos y sentí por días que era mi fuente de calor, mi única toma a tierra.

    El frío no se iba de mis huesos a pesar de que los días no estaban siendo particularmente invernales.

    Algo me decía que no podía seguir así. Conocía esas señales; era el mismo pozo sin fondo en el que me sumergí tras la muerte de Bruno o tras los incidentes en el laboratorio de Zach, y del que a duras penas logré salir. Esa tristeza, esa desidia me arrastraban hacia las arenas movedizas en las que más me hundía cuanto más trataba de zafarme de su agarre. La bofetada de realidad que me impulsó a ponerme en movimiento fue ver mi reflejo en el espejo.

    Mi mirada, usualmente despierta y llena de vida, era una mera sombra de lo que fue alguna vez. Las aguas prístinas dieron paso a un pantano de aguas lodosas y por primera vez las ojeras se volvieron imposibles de ocultar. El cabello enmarañado me enmarcaba las facciones, y me noté mucho más delgada. La palidez de mi piel parecía anunciar a gritos el tiempo que llevaba sin ver la luz del sol.

    Yo, que había estado rodeada de naturaleza toda mi vida.

    Era más que evidente.

    Necesitaba recibir terapia.


    Y aunque el paso asustaba, el primer peldaño lo había subido ya, aceptando que necesitaba ayuda. Siempre había tenido grandes conflictos delegando tareas, porque me sentía autosuficiente de esa forma. Y sin embargo por más que lo intentaba, en esta ocasión no veía una solución que estuviese al alcance de mi mano.

    Necesitaba ese puente, ese nexo para alcanzar una mejor versión de mí misma. Para empezar a entenderme mejor, para ponerle nombre y rostro a cada uno de mis demonios.

    Ese día cité a Nikolah en la cafetería más cercana al centro pokémon. El chico había acudido con presteza, aliviado de ver que me encontraba sana y salva. Pese a todo no me juzgó ni me echó mi falta de tacto en cara, y eso solo me hizo sentirme peor conmigo misma. Porque no podía culpar a nadie que no fuese yo misma.

    Me tomó mucho esfuerzo, pero intenté poner en palabras todo lo que no le había transmitido en el último mes. Le conté acerca de las pesadillas que me asolaban, los traumas no sanados que habían resurgido de sus cenizas. Mi miedo de quedarme atrás, de ser una fracasada. El terror que me producía el futuro, el no saber con exactitud qué deseaba hacer con mi vida.

    Hacía tiempo que combatir no me hacía feliz, también. Pero después de tantos años dedicada a ello era lo mejor que sabía hacer.

    Nikolah se tomó su tiempo. Por primera vez fui incapaz de leerle. No me transmitió compasión, mucho menos lástima. Había cierta comprensión en sus gestos, si bien existían tantas cosas que se escapaban de la ecuación. Pero, pese a todo, estaba haciendo el esfuerzo por escucharme.

    Y ese gesto me llegó al alma.

    —Hay muchas cosas que, a pesar de esforzarme mucho, me cuesta entender —se sinceró, con una sonrisa apenada—. Pero es similar a mi trauma con Zekrom y esta fea cicatriz. Me escuchaste a pesar de que no podías vivir lo que viví yo, e hiciste tuyo mi dolor, para poder compartir la carga entre los dos. Y eso ayuda, o al menos lo hizo en mi caso.

    Buscó mi mirada y me encogí sobre mí, tensa, sin saber muy bien qué esperar. Pero había tanto cariño en su mirada que mi ansiedad retrocedió un paso prudencial.

    >>Pero irás, ¿verdad? Al médico de la mente —Parpadeé ante sus palabras. ¿Médico… de la mente? Su sonrisa se amplió, esperanzada—. Si es así, estoy seguro de que él podrá ayudarte. No sé muy bien cómo… Pero lo hará.

    Noté cómo algo húmedo me recorría la mejilla. Antes de darme cuenta estaba llorando, pero esa vez no lloraba de tristeza. Era un profundo alivio. Alivio de ser comprendida, de no sentirme juzgada o apartada, quizás.

    No me encontraba bien, eso era evidente. Pero si ellos reaccionaban con esa normalidad, suponía que podía permitirme no estarlo.

    Sostuve sus mejillas, soltando una risa cristalina que me vibró en el pecho y deposité un beso sobre su frente. No necesité ocultar en mis gestos todo el amor que sentía por mi niño, mi gigante amable.

    —Sí, mi vida —asentí entre risas. Las lágrimas no cesaron en ningún instante—. Iré al médico de la mente. Te lo prometo.



    ***​



    —Los resultados del diagnóstico indican que tienes un cuadro severo de estrés post-traumático, Liza.

    La respuesta de la psicóloga me llegó embotada, como si estuviese contemplando la escena desde fuera de mi cuerpo. Si aún tenía control de este no tenía idea, pues permanecí clavada en mi asiento en todo momento. La mujer, una joven promesa de su campo que debía llevar menos de diez años ejerciendo en el oficio, me dejó todo el tiempo del mundo para digerir la noticia.

    No me sorprendía, pero poner lo que sentía finalmente en palabras era algo que difícilmente aceptabas en dos minutos de reloj.

    Solté una risa nasal sin gracia.

    —Supongo que tarde o temprano terminaría por perder la cabeza.

    —Teniendo en consideración todo lo que me has contado, que no debe ser más que la punta del iceberg —teorizó, mirándome a los ojos. Le sostuve la mirada sin sentir la necesidad de lanzar excusas superfluas. Podía notar que veía con facilidad a través de mí, ¿así que qué sentido tenía?—, me sorprende que hayas tardado tanto en llegar a un punto de quiebre. Nadie soportaría vivir eventos así sin que afectasen severamente a su psique.

    —Quizás la clave está en que nos manteníamos ocupados constantemente. Terminábamos una aventura para saltar a la siguiente sin descanso —me recargué en el respaldo con cierta pesadez. Mis dedos se entretuvieron con los pliegues de mi ropa, lo que fuera que mantuviese mis manos ocupadas—. A diferencia del resto, es la primera vez que tengo tanto tiempo para mí.

    Era la única que no sabía qué hacer con mi vida”, quise decir. Pero sentí que me expondría demasiado, de modo que opté por suavizar mis palabras.

    La mujer se detuvo a revisar sus anotaciones, con aire ausente. Reparé en el Musharna que flotaba a su lado, liberando esa nube rosa que contenía decenas, tal vez cientos de sueños entremezclados entre sí.

    —Fingir que los traumas no están ahí es la respuesta más nociva que podéis escoger. Enfrentarlos no es un acto agradable, y requiere grandes esfuerzos. Pero de no hacerlo, con el tiempo solo se vuelven más y más difíciles de erradicar —Entrelazó sus dedos, como en una maraña de hilos cruzados entre sí—. Piensa en un trauma como un solo nudo. Cuesta, pero puede desenredarse con algo de esfuerzo. Imagina ahora varios de esos nudos, entrelazados entre sí. ¿Qué pasaría si deseas desenredarlos?

    —...Que me costaría mucho más esfuerzo lograrlo, ¿no?

    —Exacto. Y ese es el punto en el que estás tú —Separó sus dedos, descansando sus manos sobre su regazo—. Por suerte no considero que estés en un punto de no retorno. Hay mucho margen de mejora.

    Me aliviaba oír eso. En el fondo esa voz insidiosa, aquella que me comparaba con todos todo el tiempo, me susurraba al oído mi debilidad por permitir que algo así me tumbase. El resto de holders había vivido lo mismo que yo, y sin embargo ahí seguían. Creciendo, fortaleciéndose, abriéndose paso hacia sus propias metas.

    —Cada quien tiene sus propios tiempos —me respondió, cuando finalmente me atreví a transformar mis pensamientos en palabras—. Quizás ellos pasaron el duelo de forma distinta. No podemos saber lo que contiene la cabeza de otras personas. Pero sí podemos intentar entender qué hay en la de uno.

    >>Y esa es la piedra angular de esta sesión.

    —¿Qué debería hacer ahora? —musité, clavando la mirada en el suelo. Había tensado la mandíbula sin ser siquiera consciente—. Ya no viajo con Nikolah. No quería ser un lastre para él, y necesito tiempo para aclarar mis ideas. Irónicamente, me aterra estar a solas con mis pensamientos —Negué con la cabeza, una sonrisa incrédula impresa en mis labios—. Arceus. ¿Quién me entiende?

    La mujer suavizó sus facciones.

    —Dijiste que venías de Teselia, ¿verdad? De una región rural, alejada de la gran ciudad —asentí, sin comprender el rumbo al que se dirigían sus pensamientos—. A veces, cuando más perdidos nos sentimos, es cuando más necesitamos volver sobre nuestros pasos, recordar nuestras raíces.

    Una sonrisa adornó sus facciones.

    >>¿No crees que ya va siendo hora de hacerles una visita?



    Rumié la idea de la psicóloga en los días posteriores. La última vez que había estado en casa había sido hace cinco años. Me había escapado, llevando conmigo algunos de mis ahorros mezclados con los de mis padres, y no tenía intención de volver hasta encontrar a mi hermano, quien había desaparecido sin dejar rastro. No obstante, con el tiempo aprendí a mantener una comunicación más o menos asidua con mis progenitores. Les contaba de mis avances, y dejaba a su cuidado parte de mi equipo pokémon cuando era necesario, en la guardería que regentaban en el pueblo.

    No teníamos una mala relación, si bien había muchos trapos sucios que aún no se habían puesto sobre la mesa. La razón de la partida de mi hermano, el hecho de que mi madre buscaba alcanzar su sueño frustrado a través de sus propios hijos. La presión de seguir el negocio familiar, en el caso de que nos fuese imposible abrirnos paso como entrenadores pokémon.

    Yo no deseaba ninguna de esas cosas, y sin embargo no me encontraba en el mejor momento para encararlos como se debía. Aún así, la idea de regresar a casa no sonaba del todo mal. Estar en contacto con la naturaleza siempre había sido la cura para todos mis males.

    No veía por qué no podía serlo ahora.

    De modo que aquella mañana me situé frente al comunicador del centro pokémon. Amber me dio un pequeño empujón con su cabeza al notar mis dudas, e intuí que esa era su forma de darme ánimos. Le acaricié con mimo entre su largo pelaje, escuchando un tenue ronroneo de su parte, y respiré hondo, notando mi corazón golpeando con fuerza una vez más.

    Si debía enfrentar mis traumas uno a uno, sabía bien por dónde debía empezar.


    El teléfono comenzó a sonar. Un pitido, dos, tres. El agarre en torno al teléfono se aflojó cuando creí que no lo cogerían, y estaba por terminar con la llamada cuando, en la pantalla, una figura conocida me recibió con la sorpresa impresa en sus gestos.

    No le culpaba. No solía llamar dos veces en el mismo mes.

    —¡Liza! No esperé recibir noticias tuyas tan rápido —Mi padre parecía genuinamente feliz de saber de mí. Su felicidad remitió, sin embargo, cuando notó mis ojeras y la mirada cansada. Se acercó con preocupación a la cámara—. ¿Va todo bien?

    —Hola, papá —saludé. Paseé la mirada por el espacio, dubitativa, buscando las palabras adecuadas para dirigirle. Había tanto, tanto que contar. Sentí que, de empezar desde el inicio, no acabaría en lo que restaba de día.

    Amber notó la tensión en mis hombros, y me dio un aviso con la cola. Su expresión, siempre afable, se había tornado severa por primera vez en mucho tiempo.

    "Has luchado mucho para llegar aquí. No dudes ahora".

    Eso fue todo cuanto necesité.

    >>Sé que es algo precipitado, pero… —Alcé la mirada hacia la pantalla. El brillo determinado en mis ojos me demostró que estaba dando pasos en la dirección correcta—. Me gustaría haceros una visita.
     
    Última edición: 10 Abril 2025
    • Fangirl Fangirl x 2
    • Ganador Ganador x 1
    • Adorable Adorable x 1
  2. Threadmarks: Parte 2
     
    Andysaster

    Andysaster Game Master

    Acuario
    Miembro desde:
    17 Junio 2013
    Mensajes:
    14,504
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Meliora [Pokémon Rol Championship]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    5362
    Muchas gracias a todos los que leyeron este coso <3 No esperaba mucha gente, en realidad, pues este fic es más que nada una ayuda para mí misma, para complejizar al fin mi propio personaje. Tardé demasiados años, pero más vale tarde que nunca, ¿no?

    Este capi está más orientado en presentar varios personajes y problemáticas, más que abordar el problema de Liza en sí. Como vi que cada vez le estoy dando mas profundidad a mi idea base, cambié el three-shot por long fic. Quizás sean cuatro capis, cinco como muy mucho.






    El avión aterrizó en el hidropuerto, con una precisión sobre la hora de llegada digna de elogio. Había olvidado comprar más gominolas para dormir durante el viaje, de modo que no tuvo caso combatir contra el insomnio desarmada. Había perdido demasiadas batallas ya como para interesarme en mantener actualizado el contador. Las dos horas de vuelo las invertí en una película insulsa de fondo, con mi mente muy lejos de allí.

    La brisa marina arrastró consigo el olor a sal cuando mis pies tocaron tierra firme, y el graznido de varios Wingull en la distancia pareció darme la bienvenida a casa. Pueblo Arcilla era uno de los enclaves turísticos más afamados de la región, pues poseía grandes conexiones con el resto de regiones. Se trataba de un pueblo pintoresco, de vivos colores y aldeanos de naturaleza hogareña, que abrazaban su flora y fauna con respeto y comprensión. La paz que se respiraba entre sus calles era suma, lejos de la contaminación sonora y lumínica de las grandes urbes. Si me preguntaban qué la hacía tan especial, pues no poseía una atracción turística como tal, no era más que su ubicación estratégica, en el primer punto de partida de Teselia, y el mayor reclamo de cualquier entrenador novato de la región:

    El laboratorio de la Profesora Encina.

    El claxon de un vehículo me trajo de vuelta a la realidad, y me aparté del muelle para divisar una melena rubia que reconocí al instante. La joven se llevó las gafas de sol a su cabello, buscándome entre la multitud. Al reconocerme sonrió, sin esconder la emoción en sus gestos. A pesar de haber crecido, seguía teniendo los mismos hoyuelos que se le formaban cuando no era más que una niña.

    —¡Liza! —me saludó, agitando el brazo en la distancia. No obstante el reclamo de un turista malhumorado le borró el entusiasmo y resopló, haciendo que apurase la marcha—. ¡Ya va, ya va! Qué impaciente está todo el mundo últimamente.

    —Es la temporada de inscripción de nuevos entrenadores —señalé, mientras colocaba el equipaje atrás y me abría paso en el interior del coche. Nos abrazamos, y aproveché ese instante para señalar un detalle de vital importancia—. Aunque tú lo sabes de sobra, ¿no es así, flamante profesora becaria de Encina?

    —¿¡Quién te lo ha contado!? —Bel hizo una mueca, mezcla de la sorpresa y el disgusto, y arrancó de nuevo el coche, un poco de mala gana. Entrecerró los ojos, pensativa, y al caer en la cuenta soltó una exclamación ahogada, un par de metros más adelante—. Fue Cheren, ¿verdad? ¡Le dije que quería contártelo yo primero!

    Solté una risa vaga, meneando la cabeza con resignación. Había cosas que nunca cambiaban.

    —Ambas sabemos lo impaciente que es cuando algo le emociona —acoté. Mis gestos se suavizaron, genuinamente feliz por su ansiado logro—. Me alegro mucho por ti, Bel.

    En pueblos pequeños como Arcilla era inevitable que todos nos conociéramos entre nosotros. Eso solía ser contraproducente a la larga, pues no daba espacio para la privacidad, pero me permitió conocer a quienes fueron mis cómplices y compañeros de aventuras durante toda mi infancia. En nuestro grupo de tres, Bel siempre había sido la voz de la razón. Centrada, con bastante carácter y un gran amor por los pokémon, siempre había tenido claro lo que deseaba hacer de mayor. Así, tras mucho esfuerzo, terminó abriéndose camino en el laboratorio para alcanzar su sueño de seguir los pasos de la Profesora Encina. A pesar de todas las travesuras en las que la había metido cuando éramos niñas, siempre había estado dispuesta a seguirme hasta el fin del mundo.

    El cariño que le tenía era proporcional a todo lo que la pobre había tenido que aguantarme durante todos estos años.

    —Tendré que perdonarlo por esta vez. No me queda de otra —suspiró, con un dramatismo impostado que le salió del alma. Me miró desde el espejo retrovisor, cauta, temiendo mi reacción a sus siguientes palabras—. Hablando de él… No va a poder alcanzar a verte, Liz. Con el aumento de entrenadores no da a basto en su gimnasio y en la escuela, y tendrá que quedarse en ciudad Engobe por una temporada.

    En realidad no me sorprendía en lo absoluto. Era algo que iba con él. Cheren siempre había sido un niño introvertido, taciturno. Tenía una mente prodigiosa y no había un solo dato de los pokémon de tipo normal que no supiese. Los adoraba. Con el tiempo y mucha insistencia de mi parte se convirtió en el cerebro del grupo, y si nuestras aventuras más arriesgadas habían tenido un final feliz había sido por su inestimable ayuda. Ahora simplemente volcaba su intelecto en algo que le hacía sentirse realizado.

    Y estresado. Muy estresado.

    —Lo entiendo, no te preocupes —Apoyé la mejilla en la palma de mi mano, contemplando la espesura del bosque que rodeaba los límites del pueblo. Regresar a casa era como ver siluetas del pasado en cada recoveco, reproduciendo ecos de un pasado distante en ellos—. No pienso quedarme demasiado tiempo. Solo ha sido solo un…

    —...Un impulso del momento —completó la joven, divertida, con la mirada puesta en la carretera. Mis labios esbozaron una mueca; ¿tan predecible me había vuelto?—. Solías decir eso cuando nos echaban la bronca por alguna trastada —Hizo una pequeña pausa, mirándome de soslayo—. Hacía tiempo que no te lo escuchaba.

    En su voz se filtró la nostalgia, pero también la aceptación de extrañar tiempos y versiones de nosotros mismos que ya no volverían. No lo dijo, pero podía notarlo. Que no era más que una sombra de la niña desinhibida y libre que había sido alguna vez. Una versión apagada y marchita. La realización me golpeó con más fuerza de la que esperaba, y permanecí en silencio el resto del viaje. Las siluetas que me conectaban con mi yo del pasado parpadearon, como si fuesen castigadas por una intermitencia repentina.

    Desvié la mirada hasta dejar de verlas del todo.

    Bel aparcó en las afueras del pueblo, en un desvío que conducía a una amplia zona de fincas. Cuando mis padres decidieron crear una guardería pokémon ambos estuvieron de acuerdo, por primera vez en mucho tiempo, en hacerla en un espacio tranquilo y aislado. A pesar de que las fincas delimitaban unas con otras, los vecinos solían usar sus hogares como residencias de verano, de modo que la quietud que se respiraba allí era perfecta para la crianza.

    Respiré hondo, recibiendo el olor dulzón de flores silvestres y la caricia del sol de la mañana, y ambas caminamos a través del camino empedrado, hacia el amplio terreno que delimitaba mi hogar. Conversamos sobre temas banales, poniéndonos al día con muchas cosas. Rememoramos todas las tardes que habíamos pasado allí jugando, recordando a su vez nuestra base secreta, una casa del árbol maltrecha que aún resistía las inclemencias del tiempo, escondida en el claro del bosque más cercano. Quise proponerle ir a hacerle una visita, por los viejos tiempos, pero los ladridos de los Stoutlands guardianes de papá captaron toda mi atención, mandando aquel pensamiento al fondo de mi cabeza.

    —¡Scotty! ¡Scruffy! —Los pokémon ladraban animosamente al otro lado de la verja, dando saltos por ver quién se abalanzaba primero, sacudiendo con brusquedad la verja. La imagen me arrancó una risa y llamé al timbre varias veces, contagiada por la impaciencia del peludo par.

    —Me resulta cómico que tus perros guardianes tengan nombres tan dulces —observó Bel, aguardando con las manos entrelazadas tras la espalda. Apuntó al cartel de “Peligro, pokémon peligrosos” que se encontraba colgado en la fachada—. Si no fuera porque los he visto en acción, te diría que es el mejor farol de la historia.

    —Digamos que es un cincuenta-cincuenta —convine, liviana. Una voz masculina nos avisó que ya iba a nuestro rescate, y los Stoutlands dieron media vuelta, volcando su emoción en la nueva figura que entró en escena.

    Edward White era un hombre alto y corpulento, de complexión atlética y tez tostada por el tiempo que pasaba expuesto al sol. Sus brazos, completamente visibles, cargaban decenas de cicatrices, conteniendo grandes historias detrás de cada una de ellas. Su cabello, castaño, caía a ambos lados de su frente como un libro abierto, y en sus vibrantes ojos azules se abrió paso el regocijo de ver una vez más a su querida hija regresar a casa.

    —Tranquilidad, fieras. Estáis agobiando a las invitadas —El hombre cerró la puerta de la casa y avanzó por el jardín central, cargando consigo una pechuga de Unfezant que lanzó a un lado del camino. Los pokémon hicieron temblar el suelo en mitad de su carrera, despejando el camino por tiempo limitado. Se dirigió hacia nuestro encuentro, haciendo a un lado el seguro para poder abrir la verja—. Disculpad la tardanza, niñas. Tu madre me ha dejado a cargo del almuerzo y estoy que no doy a basto.

    —Dime por favor que no vamos a volver a comer tu “plato especial” —temí, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. Desde luego que era especial; especialmente desastroso. Le dirigí una sonrisa tranquila cuando ya no tuvimos una barrera entre nosotros, contenta de verle de nuevo—. Si necesitas ayuda con algo solo tienes que decirl… ¡W-Wah!

    Sin esperarlo, mi padre nos rodeó a ambas en un efusivo abrazo, levantándonos inclusive del suelo. Podía parecer amenazante por su estatura y su aspecto recio y tosco, pero lo cierto era que su tamaño no era más que el recipiente perfecto para su corazón de oro.

    —Qué alegría teneros a las dos de nuevo por aquí. ¿Cheren no se quiere pasar? —reparó en la ausencia del chico, meciéndonos con entusiasmo aún de lado a lado—. Tenemos hueco para todos. Como siempre, se me da horrible calcular las porciones de la comida. Espero que os apetezca el arroz con curry también para la cena.

    —Está bien, señor White, no se preocupe —Bel soltó una risa nerviosa desde las alturas. Nunca terminaría de acostumbrarse del todo a ese tipo de bienvenidas—. Aunque me gustaría, la profesora Encina me necesita más tarde en el Laboratorio. Tenemos que tener preparados a los iniciales para la nueva tanda de jóvenes promesas.

    —Ah, no me acostumbro a que estéis tan mayores —El hombre nos dejó con cuidado en el suelo, dándonos un pequeño apretón en el hombro a ambas. Su mirada se posó en Bel entonces, vivaracho—. ¡Ya me he enterado de la noticia! Siempre supe que lo lograrías, Bel. Debes estar que no cabes en ti, ¿verdad?

    El intercambio entre ambos debería haberme resultado entrañable. Bel y Cheren eran como parte de la familia, habían pasado demasiado tiempo bajo su techo como para no considerarlos como tal. Y sin embargo mi sonrisa fue mermando, hasta sentir una oleada de incomodidad atenazarme el corazón. Temí que en cualquier momento sus miradas se posasen sobre mí, en medio de un silencio pesado y recriminatorio. “Todos tus amigos están logrando grandes cosas”, imaginé la voz de mi padre con angustia.

    Me hice pequeña en el lugar.

    “¿Y tú?”

    “¿Qué hay de ti?”


    Mi cuerpo, en profunda tensión, terminó por dar un ligero brinco de manera inconsciente cuando la voz de mi padre me alcanzó. Sentí que el corazón se me saldría del pecho, pero contra todo pronóstico no le sucedió ninguna pregunta incómoda. Su expresión afable calmó mis nervios en cierta medida y parpadeé, tragándome las lágrimas como mejor pude.

    —Vamos dentro —Me invitó con suavidad. Si había notado algo en mi expresión, tanto Bel como él supieron disimularlo bien—. Mamá está deseando verte.



    ***​



    El hogar de la familia White olía a lavanda y a leña recién cortada. Corría una suave brisa a través de las ventanas, generando una corriente fresca en el interior de la casa, como una caricia. Atravesamos los azulejos de terracota, que imitaban el color del barro y le conferían a la vivienda de un toque rústico y natural, y seguimos la marcha de papá hacia el salón. Deslicé los dedos por la superficie de los estantes, abstraída, reparando en cada jarrón, cada fotografía y cada recuerdo enlazado a ellos. Rocé con las yemas el borde de uno de los cuadros, que enmarcaba una fotografía de mi hermano y de mí de cuando éramos solo unos niños. Lucho me sostenía en sus hombros, mostrando sus paletas melladas en una sonrisa brillante, mientras que yo observaba mi entorno con ojillos curiosos, demasiado pequeña para reparar en la cámara.

    Volver a casa suponía dejar de ignorar el Donphan en la habitación. Implicaba reparar en las estanterías vacías, en las cajas apiladas, en el pesado vacío que había dejado entre nosotros su partida. Era una de las razones por las que evitaba regresar a menudo. El peso de los recuerdos me obstruía el corazón, y la tristeza que me asolaba me resultaba insostenible. Había huído de casa para salir en su búsqueda, y después de años siguiendo la fina línea de su rastro, comprendí que todo este tiempo no había sido más que un Rattata recorriendo un laberinto sin salida. Supe que mi hermano había seguido cada uno de mis pasos en la distancia, adelantándose a mis movimientos.

    Y comprendí que no deseaba ser encontrado.

    Que aunque me negase, debía dejarlo ir.


    Dejé el cuadro en su lugar cuando Bel pasó por mi lado, acariciándome el brazo en un gesto que interpreté como su forma de reconfortarme sin necesidad de palabras y asentí, dejándolo estar. Escuché la voz de papá amortiguada por la distancia, pidiéndonos ayuda para poner la mesa, y ambas soltamos un sonido afirmativo al unísono que nos hizo compartir una breve sonrisa.

    La luz natural se filtraba con suavidad por los visillos de lino beige, acariciando los muebles y bañando la estancia de una escala de dorado y miel. Las paredes, pintadas en un tono crema suave, estaban adornadas por cuadros abstractos, de trazos firmes. La firma de mi madre brillaba bajo la luz del mediodía sobre su superficie, con una caligrafía sofisticada y minimalista.

    Reparé en sus obras más recientes, aquellas que había dado a luz en mi ausencia. Papá siempre decía que para ella el arte era un medio de desahogo, y que cuando no lográsemos comprenderla, sus obras hablarían por ella. Por ello solía reparar en cada uno de sus cuadros, buscando en ellos una actualización de su estado de ánimo. Algo que me hiciese llegar finalmente hasta ella.

    Pero no importaba el tiempo que transcurriese, cada vez que volvía mis ojos hacia sus obras el mismo sentimiento, complejo y visceral, se sobreponía a todos los demás.

    Melancolía.

    —¿Puedes llevar estos vasos, Bel? —Papá se encontraba en la entrada de la cocina, tendiéndole a mi amiga tres vasos de cristal cuando se acercó para ayudar. Alcé la mirada, encontrándome con mis mismos ojos. Las mismas aguas prístinas de un mar en calma—. Despeja la mesa, Liza. Puedes colocar las cosas en la repisa de la chimenea.

    Obedecí, un poco en automático. La oleada de sensaciones me tenía un tanto anestesiada, pero al menos podía cumplir esa tarea. Sostuve la pila de libros que papá debía estar leyendo, historias sobre el pasado de Teselia y la flora y fauna de la época, y los coloqué en la superficie de la chimenea de hierro negro, que adornaba la esquina del salón. El florero de lavanda seca que decoraba el centro de la mesa sufrió el mismo destino y desde allí alcancé a ver el jardín trasero, con el pequeño huerto de hortalizas y flores silvestres que mamá estaba cuidando.

    Regresé sobre mis pasos, directa hacia la cocina, allí donde Edward continuaba apilando platos y cubiertos que llevar a la mesa. Reparé en la pronunciada cojera, que no hacía más que agravarse con el transcurrir de los años, y apresuré el paso para detener su agitada marcha.

    —Deja que termine yo el resto, ¿sí? —pedí, solícita—. No deberías hacer tantos esfuerzos, papá.

    A pesar de la suavidad en mi voz, mi mirada no daba espacio a negativas. Me dirigí hacia la olla, dispuesta a repartir el arroz cuando sus manos me detuvieron en mitad de mi acción.

    Lo miré sin comprender, un tanto exasperada por su insistencia.

    —Bel y yo nos encargaremos bien de esto —Mi tozudez, sin lugar a dudas, rivalizaba con la de mi progenitor. Pero él llevaba en sus hombros, por mucho que me pesase, la experiencia necesaria para usar la baza correcta contra mí en cada ocasión. Señaló las escaleras con un movimiento vago de su cabeza, animándome a subir al piso de arriba—. Mamá está en el estudio. Ve a saludarla.

    Le miré, intranquila, y pareció comprender lo que pensaba al vuelo, pues flexionó uno de sus brazos con una actitud desenfadada, que en cierta medida rozaba lo pedante.

    Rodé los ojos, disimulando la gracia que me causaba cuando se comportaba así.

    >>Tu viejo ha pasado por cosas mucho más difíciles. ¿Tan poca fe le tienes a este carcamal? —Soltó una risotada y me dio la espalda, haciendo un gesto con la mano como quien sacudía una mosca—. Ve tranquila. No me moveré mucho de la cocina, de todas formas.

    —Tampoco es como si fuera a permitírselo —secundó Bel, regresando de colocar los vasos, con una mirada de reproche al escucharnos. Suponía que la vigilancia de mi amiga era suficiente para serenar mis preocupaciones—. ¿Falta alguna cosa más, señor White?

    —Un par más y habremos terminado.



    Los escalones de madera crujieron bajo mi peso, y su quejido se mezcló con la cacofonía de voces que continuaba fluyendo desde el salón. La casa se llenaba de vida con cada visita, eso era un hecho, y podía entrever en el brillo en la mirada de papá que era algo que agradecía profundamente. Era difícil acostumbrarse a un hijo que abandona el nido para volar lejos, pero lo era aún más cuando el nido quedaba completamente solo.

    El estudio de mamá se situaba al fondo del pasillo. Todos nuestros dormitorios se encontraban arriba, y al ver la puerta de mi habitación entreabierta no pude evitar ceder al impulso de asomarme. Todo seguía tal y como lo dejé el día que me marché de casa de manera precipitada: la cenefa blanca y las paredes rosas, los posters de pokémon dragón y de campeones varios desperdigados por la habitación; la lámpara de Chandelure que tanto me gustaba, con una de sus bombillas estalladas por el uso. Si no la cambiaba no era más que por el cariño que le profesaba.

    En el techo, repartidas a conciencia, se encontraban decenas de estrellas luminiscentes, que simulaban el reluciente cielo nocturno de la región. Cada vez que me encontraba mal solo necesitaba tumbarme en la cama y alzar la mirada para sentirme en calma.

    Abandoné la habitación, sintiendo una calidez agradable asentarse en mi pecho. La sensación no duró demasiado, pues solo me bastó reconocer de soslayo la estantería de trofeos y medallas de mi hermano, en el lado contrario del pasillo, para sentir que se me revolvía el estómago. Aceleré el paso y llamé a la puerta del estudio.

    Una voz aterciopelada me invitó a entrar, y me reconocí a mí misma conteniendo el aliento antes de pasar.

    Estaba nerviosa, ¿verdad?

    ¿Hace cuánto me sentía cómoda con mamá en realidad?

    Al entrar al estudio me recibió el olor a óleo seco, trementina y polvo. Se trataba de una habitación amplia, con techos altos y grandes ventanales que permitían el paso de una luz grisácea, ligera, tamizada por las cortinas. El suelo de madera estaba cubierto por una alfombra vieja, deshilachada, que fue beige alguna vez. La atmósfera siempre se sentía pesada allí dentro: era el santuario de mamá, intocable e inmutable, pero también su propia burbuja. El tiempo pasaba de manera distinta allí dentro, si es que transcurría en primer lugar.

    En el centro de la habitación, un caballete de madera gastada sostenía un lienzo a medio terminar: manchas profundas de negro y azul se arrastran sobre la tela, como si fueran heridas internas volcadas con rabia. Junto al caballete se encontraba un banco simple de madera, cubierto por una manta que parecía no haber sido movida en días. Pinceles sin lavar descansaban en un frasco de vidrio con agua turbia, y tubos de pintura arrugados permanecían esparcidos sin orden, como si el caos se hubiera convertido en rutina.

    —Es una agradable sorpresa verte de nuevo, Liza.

    Elisabeth White poseía una belleza singular a ojos de muchos, de esas difíciles de encontrar. Se trataba de una mujer esbelta, de piel nacarada y facciones imperturbables, como las de una muñeca de porcelana. Su cabellera castaña, larga y ondulada, enmarcaba sus finas facciones, recordándome a mi propio cabello si me permitiese a mí misma llevarlo suelto. Sus ojos violáceos, sin embargo, contrastaban enormemente con la esencia que evocaba. Poseía una mirada afilada, recrudecida por la vida y carente de brillo alguno. Siempre había sentido que podía ver a través de todos con una facilidad absurda, analítica y perspicaz, pero en contraposición sus ojos nublados reflejaban la nada absoluta. Mirarla era como mirar una ventana empañada desde dentro.

    Era simplemente injusto.

    La mujer giró su rostro una vez más hacia la ventana. Se encontraba sentada en ese instante en un banco junto al alféizar, contemplando las vistas en silencio. La imagen resultaba casi etérea, y por un instante regresó a sus facciones la eterna melancolía que la rodeaba. Siempre había sido una mujer de pocas palabras; elegirlas para ella era similar a quien acomodaba piezas de un rompecabezas: sin prisa, sin emoción, sin permitir que nadie adivinase si lo que decía era lo que realmente pensaba. Había algo en su tono que hace que uno dude de si ha sido consolado o reprendido. Era imposible para mí entenderla.

    —Papá me dijo que estabas aquí —comenté, mientras daba un par de pasos hacia el interior de la estancia. Mi mirada se paseó por las paredes, contemplando sus creaciones a medio terminar; solía saltar de una idea a otra, sin orden ni concierto, guiada por el espíritu de la inspiración. Traté de suavizar mis facciones al volverme hacia ella—. ¿Estabas en mitad de algún trabajo?

    —Estaba, sí —Fue todo cuanto dijo. Palmeó el banco a su lado, con movimientos cuidados—. No me interrumpes, si es lo que te preocupa. Ven, siéntate.

    A diferencia de Edward, Elisabeth no era una mujer efusiva. Solía, de hecho, eludir el contacto físico. No por rechazo explícito, si no porque simplemente no le nacía. Su forma de mostrar “cariño”, si podía llamarse así, era preguntando si ya había comido, o si llevaba algo con lo que abrigarme al salir de casa. Pero incluso eso sonaba mecánico, como si se tratase de un deber como madre más que como una preocupación en sí.

    Tomé asiento a su lado, reparando en las vistas al otro lado del cristal. Podía ver la extensa pradera donde los pokémon de la guardería jugaban, y reconocí a varios de mis pokémon corretear por allí. Me anoté mentalmente ir a hacerles una visita más tarde.

    La voz de mi madre me trajo de vuelta a la realidad.

    —Ese ejemplar que trajiste resultó ser fascinante —Su tono sonó contenido; eran pocas las veces en las que la emoción se deslizaba entre sus palabras—. Ese Zorua de Hisui de tonalidades extrañas… ¿Cómo es posible que hayas hallado algo así?

    —Mi viaje ha estado cargado de cosas imposibles —Me arriesgué a decir, dejando escapar una risa nasal, irónica. Intenté localizar a Inari desde allí—. ¿Cómo ha estado? Su hábitat es muy distinto al nuestro, y el choque resultó demasiado fuerte como para llevarlo en mis viajes de momento. Consideré que permanecer en la guardería una temporada sería una buena transición para él.

    —Tu padre ha intentado acercarse a él en incontables ocasiones, pero es un pokémon muy receloso y desconfiado —La mujer llevó un mechón de su cabello tras su oreja, con movimientos delicados—. Parece temer hasta su propia sombra. Resulta inviable tratar de mezclarlo con los otros pokémon del grupo.

    Suspiré. Había temido escuchar algo así. Inari era un pokémon muy tímido y asustadizo, aún estábamos intentando entendernos en realidad. Creí erróneamente que aquel lugar le haría bien, pero una oleada de culpabilidad me invadió al ser consciente de que le había arrancado de su hogar para dejarlo en cierta medida allí, a su suerte. Necesitaba ir a verlo más tarde sin falta.

    En determinado momento mamá se volvió hacia mí. Tenía esa sonrisa calmada e indescifrable revoloteando en sus labios, y permanecí en sus ojos con precaución, tratando de dilucidar hacia dónde se dirigían las aguas esa vez.

    —Lo hiciste bien en la liga de Gérie —me felicitó. Parpadeé, tomada por sorpresa, y estuve por separar los labios cuando ella misma continuó—. Hubieron detalles a mejorar, pero en esta ocasión cuentas con todos los combates guardados para verlos en diferido. Podemos repasar la ejecución más tarde.

    Sentí en ese instante los inicios de una migraña.

    Ah. Aquí íbamos de nuevo.

    —No es necesario, mamá —atajé, sin medias tintas. Cerré mis manos en torno a los pliegues de mi ropa, tratando de contener la rabia que me repiqueteaba en la punta de los dedos—. He aprendido mucho con la propia experiencia. La próxima vez será distinto.

    —Eso no difiere mucho de lo que dijiste en las otras ocasiones, ¿no es así?

    La mirada de mi madre se tornaba severa y mordaz cada vez que afloraban en la conversación los combates pokémon. Para ella no había nada más importante, ni siquiera el arte que le salvaba de la oscuridad que habitaba en su propia mente. Para una entrenadora retirada como ella, que había anhelado con desesperación alcanzar la cima y disfrutar el dulce sabor de la victoria, nada era suficiente. Jamás lo sería cuando se vio obligada a retirarse a una temprana edad de su brillante carrera, obligada a regresar a su hogar por obra de una familia que se interpuso entre su sueño y ella. El mundo había perdido sus colores hacía ya demasiado tiempo como para reparar en detalles nimios como los sentimientos del resto de los mortales.

    Para alguien que había perdido todo cuanto tenía, descubrió con el tiempo que el único alivio que podía llegar a cosechar era a través de sus propios hijos. Para unos niños, que admiraban a su madre por sobre todas las cosas, cumplir un sueño así debía resultarles insignificante, pues la sonrisa genuina que les dedicaba al elogiar sus hazañas era comparable con todo el oro del mundo.

    Si mamá pudiese notar la presión a la que me había estado sometiendo todos esos años desde que Lucho se fue, si hubiese sido consciente de las señales que gritaban que algo en la psique de su hijo no estaba bien, ¿habría cambiado algo?

    Quizás Lucho estaría allí, con nosotros.

    Quizás nunca le hubiese hecho huir de casa, lejos de su férreo dominio.


    No éramos más que una sombra, una extensión de su persona. Quizás nunca escapé al destino de Tau, después de todo.

    Quise decirle tantas cosas. Mostrarle los estragos que su constante imposición estaba causando en mí, el rechazo que había empezado a generarme siquiera sostener una pokéball en la mano. Lo lejos que me encontraba de saber quién era Liza White en realidad.

    Pero todo el arrojo que bullía dentro de mí desaparecía al mirarle a los ojos. Me petrificaba, y todos mis pensamientos desaparecían de golpe, hasta quedarme completamente en blanco. Elisabeth sonrió con suavidad, con una mezcla de condescendencia y comprensión. Me acarició brevemente la mejilla; su piel estaba fría al tacto, y más que calmarme redobló la tensión en mi cuerpo.

    —Debes estar cansada del viaje. Vayamos a comer, ¿sí? —Propuso, y se separó de mí para ponerse en pie. Seguí sus movimientos en todo momento—. Tu padre debe tener la comida lista. Dejemos el ayuno intermitente y los entrenamientos excesivos para los Rangers con los que trabajaba.

    Aquel sutil comentario me cayó encima con la contundencia de un mazo. Quizás simplemente fue la gota que colmó el vaso. No era la primera vez que mamá mostraba su desagrado hacia el resto de profesiones: quería a mi padre, por supuesto, y respetaba sus gustos. Pero sus preferencias estaban claras, y se aseguraba de que sus hijos las tuviesen presentes de igual forma.

    Me erguí en mi asiento, mis talones clavados en el lugar. Por más que quisiese no podía moverme. El corazón y mi propia mente iban demasiado rápido como para poder recuperar las riendas de mi autocontrol.

    —¿Qué problema tienes con los Rangers? —cuestioné. Fui incapaz de filtrar la rabia sorda que se desbordaba con cada palabra que emitía—. Su trabajo es tan válido como el nuestro.

    Mi madre alzó las cejas ante mi inesperada reacción. Reparó en silencio en cada uno de mis gestos, buscando comprender el origen de mi enojo. No pareció encontrarlo, pero tampoco mostró una verdadera inquietud por ello.

    —No lo negué en ningún momento —resolvió con calma. Que se mantuviese tan impasible cuando me encontraba tan molesta solo le echaba gasolina al incendio—. Pero dudo que arriesgar sus vidas cada uno de sus días sea una empresa demasiado inteligente —Su gesto se tornó severo, producto de un recuerdo que le pesó en el cuerpo—. Tan solo mira lo que le pasó a tu padre.

    —¡Papá sufrió ese accidente por proteger a los pokémon del bosque!

    El grito hizo que mi madre se quedase en silencio. Podría jurar que las voces en la distancia también perdieron su volumen, dejando al hogar al completo expectante. Apreté los puños, tensando mis labios en una fina linea. Las lágrimas de frustración se me acumularon en los ojos, mirándola con una expresión desencajada por la rabia.

    Siempre había respetado el trabajo de mi padre. Protegían a la naturaleza y a sus criaturas por sobre todo, aún si debían sacrificar su propia integridad física en el proceso. Era un oficio loable que tenía mi completa admiración desde que era una niña. Y sabía que papá también lo amaba.

    A mi mente acudieron escenas aisladas. El periodo de hospitalización, las despedidas, el brillo nostálgico en sus ojos cada vez que veía las noticias. Jamás profirió una sola queja. Nunca le escuché extrañar a sus compañeros o su anterior vida en voz alta.

    Pero sabía que lo hacía.

    Cada uno de los días de su vida.

    Elisabeth se cruzó de brazos. La inmutable calma se fue transformando en una sutil molestia con el transcurrir de los segundos. La conversación comenzaba a exasperarla.

    —¿A qué viene esa actitud? —me increpó. El ambiente se sintió enrarecido; la tensión podía contarse con un cuchillo. Soltó un suspiro, negando con la cabeza—. Creí que te había criado de otra forma.

    La fina linea que mantenía mi cordura a raya se quebró con un ruido sordo.

    —Si supieses lo que significa en realidad criar a un hijo, él jamás se habría ido de aquí en primer lugar.

    La puerta se cerró con un sonoro portazo, que vibró en las paredes contiguas del hogar. Me deslicé casi sin pensarlo hacia mi cuarto y eché el seguro. Bajé las persianas y me tiré sobre la cama, echa un ovillo. Solo entonces pude permitirme sollozar, sacando todo el dolor, la angustia y la frustración que llevaba cargando conmigo desde hacía demasiado tiempo.

    Las estrellas de mi habitación brillaron, cobijándome bajo la luz de mi más fiel confidente.





    PD: Dejo referencia de la familia White de paso, que tengo todas las imágenes en un tablerito:


    IMG-20250422-WA0018.jpg
     
    Última edición: 25 Abril 2025
    • Ganador Ganador x 2
    • Fangirl Fangirl x 1
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
  3. Threadmarks: Parte 3
     
    Andysaster

    Andysaster Game Master

    Acuario
    Miembro desde:
    17 Junio 2013
    Mensajes:
    14,504
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Meliora [Pokémon Rol Championship]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    9557
    Solo dios sabe el tiempo que llevo con este capítulo. He ido escribiendo a trozos hasta en el trabajo, cada vez que me venía la inspiración divina. Me disculpo de antemano si alguien se va a leer este tochaco QUÉ SERÁ LO SIGUIENTE, 14K!?

    *Ya lo hacía en el pasado*

    PD: He disfrutado mucho escribiendo esto. Me hace muy feliz poder conectar con mi niña de esta forma.




    —Lizzie.

    La voz sonó lejana, embotada. Arrugué los gestos, sin llegar a abrir los ojos.

    —¡Lizzie, rápido! ¡Nos van a atrapar!

    Cuando enfoqué el mundo de nuevo, lo hice con la tenue sensación de que algo había cambiado en él. Las ramas del árbol en el que dormitaba se alzaban imponentes, mucho más lejos de mí de lo que recordaba. Al extender el brazo para cubrirme de los insistentes haces de luz descubrí una mano pequeña, que apenas servía de escudo contra la inclemencia del sol de verano. Comprendí en ese entonces que no era mi entorno el que había cambiado, si no yo.

    Cheren y Bel también estaban allí. Lo supe al erguirme con la lentitud y el sopor de quien despierta de una plácida siesta, descifrando aquella voz misteriosa y ese apodo que provenía de una versión más joven de mi amiga de la infancia. Los recuerdos se amoldaron con una conveniente precisión y recordé la travesura de turno en la que nos encontrábamos enfrascados. Una que, para mi sorpresa, habían descubierto con más prontitud de la usual.

    La plaza central de pueblo Arcilla pronto se vio invadida por un grupo de Miltanks que un ganadero errante, quien se alojaba en el pueblo por un par de días, tenía a su cuidado. Atraídos por los pokochos más dulces que habían probado, cortesía de la mejor pastelería del pueblo, que pertenecía a la madre de Bel, aprovechamos un descuido del pobre ganadero para corretear por las calles, ondeando en el aire el codiciado cebo. Fue así como terminamos atrayendo y liderando la marcha del gran grupo de Miltanks hambrientos. Los Electrik guardianes corrían en la lejanía tras el rebaño, podía escucharlos correr hacia nosotros, pero sus ladridos insistentes no hicieron de mucho contra el grupo que amenazaba con perderse de vista.

    Me erguí cuando el último de los perros guardianes pasó por mi lado, sintiendo una oleada de emoción y adrenalina recorrerme el cuerpo. Una que hacía mucho que no sentía. Esbocé una sonrisa radiante y agité el brazo, echando a correr tras ellos.

    —¡Hey, esperadme!

    Cheren y Bel se giraron, compartiendo una risa vibrante y alegre. Esquivar a los Miltank que se me cruzaban por el camino se volvió la tarea más divertida en la que me había visto envuelta nunca. Las exclamaciones ahogadas de los habitantes del pueblo nos alcanzaron, reprendiendo nuestro comportamiento con una exasperación que solo surgía cuando un suceso se repetía demasiadas veces en el tiempo. No era la primera, ni sería la última vez que tendrían noticias de nosotros. Y ellos lo sabían bien. Ya estaban acostumbrados.

    Si había algo que conocía como la palma de mi mano, eso era el bosque que rodeaba Arcilla. Había pasado demasiado tiempo allí como para no hacerlo. El dato era pertinente pues en determinado momento de la persecución recordé una suerte de atajo, y di la indicación de separarnos con un movimiento de mi mano, calle abajo. La conmoción en la plaza y la presencia de unos obstáculos tan grandes como lo eran un grupo de Miltanks descarriados nos proporcionaba la ventana perfecta para huir de los adultos. Los chicos asintieron, reconociendo en el brillo confiado de mis ojos el nacimiento de una idea, y ambos supieron al instante cuál sería nuestro próximo punto de encuentro.

    El caos en el pueblo quedó así atrás. Fue una mezcolanza de reproches, ladridos desorientados y los mugidos exaltados de los Miltank, quienes habían vivido probablemente el día más emocionante de sus vidas.



    —Eso… ha sido… ¡Alucinante!

    Bel extendió los brazos hacia el cielo, profundamente exaltada, y se dejó caer hacia atrás, sobre un puff acolchado con la forma de un Solosis deformado por el uso.

    Las risas inundaron nuestra base secreta, orgullosos de lo que calificaba para nosotros como una de nuestras mayores proezas. La casa del árbol, nuestro refugio secreto y base de todas nuestras operaciones nos arropó bajo su cobijo, ocultándonos de las miradas indeseadas de nuestros incansables perseguidores.

    Era, sin lugar a dudas, nuestro mayor y más viejo confidente.

    —¿Qué puntuación le darás a esta misión, capitana?

    Cheren cruzó sus piernas, tomando asiento en el suelo de madera, con una actitud mucho más relajada ahora que todo había terminado. Una sonrisa disimulada, claramente orgulloso de su propio plan, danzaba en sus labios en ese mismo instante. Era imposible no contagiarse de la emoción que se respiraba en aquel escondite en el corazón del bosque Arcilla.

    —Hmm… —Caminé en círculos, echándome encima cierto aire solemne, los brazos detrás de la espalda. Los niños siguieron mis movimientos con curiosidad, pero era difícil tomarme en serio cuando estaba haciendo equilibrio con un rotulador entre mi nariz y mis labios. Alcé el mentón con un movimiento rápido, atrapando el rotulador en el aire—. El listón está muy alto, almirante Cheren. ¿Deberíamos darle un nueve? Eso lo pondría por encima del incidente de los dulces. Y ese fue muuuy bueno.

    —Mamá me castigó un fin de semana entero sin salir con vosotros —Bel hizo un mohín desde la comodidad de su asiento, hundiéndose lentamente entre el relleno del Solosis y deformándolo en el proceso—. A mí no me hizo tanta gracia.

    —Y tú acabaste mala de la tripa como por cuatro días —señaló Cheren, tragándose la gracia como podía—. ¿Cómo pudiste comerte todos esos dulces?

    —¡Es culpa de la madre de Bel, que me consiente demasiado! —inflé las mejillas, en un ademán infantil—. Nos dijo que podíamos probar todo lo que quisiésemos… Y bueno…

    —¡Pero no diez de ellos, idiota!

    Nos miramos por unos segundos, con el ceño fruncido y una expresión enfurruñada, para terminar segundos después compartiendo una carcajada colectiva. Éramos niños, después de todo. Ninguna emoción negativa pesaba lo suficiente como para prolongarse innecesariamente en el tiempo.

    Me entretuve dibujando en la pizarra en los minutos siguientes, asignándole un nueve por petición popular a la trastada. Nuestro tablón de travesuras iba a necesitar de un espacio más amplio como siguiésemos así de inspirados en las próximas semanas. Noté por el rabillo del ojo cómo varios dibujos de pokémon diversos se amontonaban por los bordes, acumulándose como recuerdos que se mantenían a flote con el paso del tiempo; algunos se parecían mucho y otros, bueno, quizás no tanto. ¿Esa cosa alargada se suponía que era un Snivy o un espagueti?

    Pensé en ese instante lo útil que sería haber heredado el talento de mamá para el arte, pero yo apestaba para ese tipo de cosas. Al que mejor se le daba, sin lugar a dudas, era a Cheren. No necesité preguntar de quién era el Reshiram dibujado en la pared de la cabaña para saber que había sido cosa suya.

    —...Hey.

    La voz del chico me llegó al poco tiempo, vacilante. A pesar de romper el silencio que se había asentado en el refugio, la paz se seguía respirando en el ambiente. Era nuestro pequeño momento de relax, después de todo.

    >>¿Alguna vez habéis pensado qué queréis ser de mayor?

    La pregunta me resultó curiosa, sobre todo viniendo de alguien como él. No solía hablar de cómo se sentía o de lo que pensaba acerca de muchas cosas. Bel se me adelantó con la respuesta, pero no le di mayor importancia. Estaba más interesada en finalizar un intento de Victini bastante cuestionable si me preguntaban.

    —Uhm… Papá no me quiere dejar ser entrenadora, pero yo quiero empezar ese viaje igualmente. La profesora Encina me prometió que me reservaría un pokémon cuando llegase el momento, ¡pero es un secreto! ¡Nada de decírselo a mis padres! —La rubia nos miró con un gesto amenazador que no debíamos tomar a la ligera; aprendí por las malas. Suerte que estaba de espaldas, me habría puesto tensa hasta yo. Sus ojos adquirieron un brillo especial al ser consciente de algo, y su tono se suavizó considerablemente—. ¡Ah! Hoy ha llegado una nueva ayudante de la profesora y se ve super joven. Cuando acabe mi viaje, ¡creo que ayudaré a la señora Encina también en su laboratorio!

    Bel notó que su amigo la escuchaba, pero a su vez parecía encontrarse muy lejos de allí, meditando acerca de algo en algún lugar recóndito de su mente. Intrigada por su repentina seriedad gateó hasta alcanzarlo, picándole la mejilla para traerlo de vuelta a la realidad.

    >>¿Y tú? —Ladeó el rostro con curiosidad cuando sus ojos se encontraron—. ¿Qué quieres ser de mayor?

    Las mejillas del chico se colorearon por la repentina cercanía y se inclinó hacia atrás, desviando la vista hacia la ventana. La confusión de Bel solo pareció incrementar por momentos, pero Cheren no le dio tiempo a indagar demasiado.

    —¿Qué pasa si… si quieres ser muchas cosas a la vez? —dejó caer la cuestión en el aire, vacilante. Su expresión se ensombreció un tanto. Podía ser un genio y quizás un chico más maduro que los de su edad, pero seguía siendo un niño de ocho años, después de todo—. Entrenador, líder de gimnasio, profesor… ¿Cómo voy a poder elegir entre todo eso?

    —Uhm… Bueno…

    —¿Quién dijo que tienes que elegir?

    Bel y Cheren giraron su rostro hacia mí sin comprender. Me volví hacia ellos, con los brazos en jarra y varias manchas de tinta en las mejillas, mostrándoles los dientes en una sonrisa repleta de seguridad. La falta de uno de mis dientes de leche solo me confería un aspecto mucho más aniñado si cabía.

    Cheren ladeó el rostro, inseguro.

    —¿No… tengo que elegir? Pero yo…

    —Si tienes tantas cosas que te gustan, ¿por qué no las haces todas?

    La idea podía sonar descabellada, pero para un niño tenía todo el sentido del mundo. El chico abrió los ojos, sintiendo una repentina chispa de esperanza en su pecho.

    —¿Tendré tiempo suficiente para todo eso?

    —¡Claro que sí! —Aseguré, con toda la seguridad del mundo—. Y si no, haz algo para juntar todas las cosas que te gustan en un mismo sitio. Como… ¡Como una escuela-gimnasio pokémon!

    Cheren enarcó una ceja, incrédulo.

    —Estás loca —Soltó una risa baja, y su voz disminuyó unas octavas. Su mirada se posó en su mano y cerró los dedos en un puño, sintiendo que sus energías regresaban lentamente. Sonrió—. …Pero supongo que por eso eres nuestra capitana.

    La rubia asintió con vehemencia, y me llevé ambas manos tras la nuca, en una pose despreocupada. No era para tanto, pero tampoco iba a decir que se detuviesen con sus repentinas alabanzas.

    —¿Y tú, Lizzie? —Bel me miró con ojillos brillantes—. ¿Qué vas a ser?

    Mis labios dibujaron una sonrisa orgullosa, con la evidente certeza de que mi sueño era el más impresionante de todos. Subí mi pie sobre una caja de madera, una donde almacenábamos juguetes varios, y apunté al techo con toda la decisión del mundo.

    —¡Escuchadme bien, tripulación! —llamé la atención de todos, mi mirada encendida y despierta—. Cuando sea mayor, mi sueño es llegar a ser…


    Es llegar a ser…

    Quería ser…


    ¿Huh?



    La escena a mi alrededor se congeló. El carrete se prendió fuego, corrompiendo el resto del recuerdo real que se sucedía frente a mis ojos. Cuando quise ser consciente ya no formaba parte de la escena, si no que lo observaba en tercera persona, como un ente translúcido que no pertenecía a este plano.

    Intenté moverme, pero mis músculos se encontraban rígidos, agarrotados por una fuerza extraña que me mantenía anclada al suelo. Quise gritar, pero ninguna voz salió de mis labios. La sensación opresiva y agobiante se extendió por cada célula de mi ser, y de repente me sentí aterrada. La cabaña se desvaneció frente a mis ojos; Cheren y Bel ya no estaban allí, tampoco los dibujos o el Solosis de peluche que nos acompañaba cada tarde.

    Tan solo quedó la nada.

    Una nada absoluta, ominosa e insondable.

    La oscuridad se cernió a mi alrededor, y de entre la bruma visualicé siluetas, teñidas del color de la sangre. Fue una premonición de lo que estaba por venir, las conocía bien. Monstruos, abominaciones deformes, cortadas por la mitad. Vísceras, cadáveres, muerte y desesperación.

    Una única voz reverberó entre los recovecos de mi mente. Una voz que me erizó la piel y me hizo sentir asquerosamente vulnerable. Era la misma voz que me perseguía, noche tras noche. Podía reconocerla con una claridad absurda.

    Deseé con toda mi alma no hacerlo.

    La silueta de una mujer se alzó ante mí, imponente. Una sonrisa ladina y cruel bailaba en sus labios, recreándose con el brillo atemorizado de mis ojos. Una mano envuelta en sombras acarició mi mejilla, y sentí una gota de sudor frío deslizarse por mi frente.

    Contuve el aliento. Mi cuerpo empezó a volverse transparente, y dejé de sentir las piernas que me habían sostenido hasta ese momento. Ahora tan solo flotaba.


    “Ya habéis cumplido con vuestro cometido”


    La realización me golpeó con contundencia, comprendí el alcance de sus palabras y quise salir de allí con todas mis fuerzas. Huir lejos, vivir una vida feliz, una vida plena que me perteneciese a mí misma, y no a un amasijo de energía vital.


    Pero ya no había cuerpo que mover. Ya no había vida que salvar.



    “Queridas creaciones…”


    No. Por favor, no.


    No, no, no, no.


    Aún no… Aún no quiero morir.


    “Es vuestro momento de desaparecer”




    ***​



    Desperté con un grito desgarrador, bañada en sudor frío. Cuando pude enfocar de nuevo el mundo comprendí que me encontraba de vuelta en mi habitación, y que nunca me había ido de allí en realidad. Me llevé una mano al rostro, tratando de calmar mi respiración agitada y el latido desbocado de mi corazón. La verdadera sorpresa llegó cuando noté que no me encontraba tumbada en la cama, donde debería estar, si no que me encontraba de pie, cerca de la puerta de mi habitación.

    Chasqueé la lengua con disgusto, sintiéndome repentinamente mareada. Apoyé una mano en la pared. No era la primera vez que pasaba.

    Tras mis visitas con la psicóloga, comprendimos que el fuerte estrés post-traumático había traído una nueva consecuencia a mi vida, como si no fuese suficiente ese maldito trastorno de por sí: el sonambulismo.

    La primera vez que sucedió desperté en las escaleras del centro pokémon. Por suerte, alguien que pasaba por allí había evitado que cayese escaleras abajo en mitad de un sueño. Ese evento me dejó muy asustada, tanto, que había empezado a temer el momento de apagar la luz e irme a la cama. Pero, por suerte, no era algo que sucediese con asiduidad. Solía estar directamente relacionado con mis pesadillas más fuertes, como si no pudiese contener mis emociones dentro del sueño y terminase moviendo mi cuerpo en la propia realidad.

    Me concedí unos minutos para recuperar el aliento y serenar mis emociones revueltas. Mi mirada se desvió hacia el reloj de Ducklet que tenía sobre la mesita de noche, el cual marcaba las cinco y media de la tarde. Recordé el almuerzo, la visita de Bel y el suceso con mamá, y me sentí culpable por haber dejado a mi amiga de lado en una casa ajena, sin avisar. Al revisar el teléfono noté que me había dejado varios mensajes hacía un par de horas, preocupada por mi estado, pero me garantizaba que comprendía la situación, y que no se había molestado en realidad.

    Suponía que para ese entonces todos en la casa se habrían enterado ya. Cómo no.

    Le mandé un mensaje disculpándome, garantizándole que me encontraba mejor, y le prometí que iría a visitarla al laboratorio en otro momento, para compensar el gesto de hoy. Dejé el teléfono sobre el colchón y deslicé mi flequillo hacia atrás, con un movimiento de mi mano. Que me encontraba mejor era una mentira a medias, pero no podía quedarme encerrada en mi habitación todo el día. No había venido hasta allí para eso.

    Abrí la puerta, y una bandeja de color verde con motivos florales me recibió en el suelo, haciéndome parpadear con lentitud. Tenía una parte del curry del almuerzo, un vaso de agua y una porción de un bizcocho casero bastante apetitoso. Reconocí en el envoltorio el sello de la pastelería que más adoraba del pueblo, y el detalle me arrancó una sonrisa pequeña, genuina. Al sujetar la bandeja con cuidado distinguí en la servilleta la caligrafía de mi padre.

    No había necesitado ver el mensaje para intuir que todo esto era cosa suya. Tampoco era la primera vez que pasaba. Dudaba que fuese la última.

    “Si no comes, te vas a quedar enana para siempre. Más te vale hacer caso a los consejos de tu padre, no quiero arrepentimientos luego”.

    El detalle de que la frase viniese junto a un dibujo de un monigote sacando la lengua era muy suyo.

    Rodé los ojos, soltando el aire por la nariz en una risa de circunstancias. En el fondo era solo un crío en un cuerpo de gigante. Me recordaba a Nikolah en cierta medida.

    —Ni siquiera soy tan baja —espeté a media voz, sin poder esconder la diversión que me causaba en el fondo la situación en sí.

    Cerré la puerta con el pie detrás de mí, dispuesta a acallar los gruñidos de mi estómago, que imploraban por algo de alimento de una vez por todas.



    ***​


    La guardería pokémon Little Sunshine había surgido como uno de esos proyectos que nacían de un delirio repentino, de una motivación fugaz del que uno tenía la certeza que no tardaría demasiado en olvidarse. Yo era muy pequeña para recordarlo, pero Lucho me contó la anécdota muchas veces. De cómo todo surgió de una conversación banal, de esas que solían desarrollarse sobre la mesa, y de cómo papá y mamá terminaron compenetrándose mejor de lo que los había visto en toda su corta existencia.

    Teniendo en cuenta lo diferentes que eran, sonaba a que me había perdido un acontecimiento histórico.

    Con el tiempo y la madurez necesarias comprendí que aquella inocente idea fue justo lo que necesitaron para llenar el vacío que asolaba sus corazones en esos momentos. Un proyecto a largo plazo que les devolviese la ilusión por algo; la excusa necesaria, también, para obligarlos a permanecer juntos, a no aislarse el uno del otro. Para alguien que acababa de perder el trabajo por el que su corazón latía, o para aquella a la que le arrebataron sus sueños, haciéndole sentir miserable y perdida, fue el madero a la deriva que evitó ahogarlos en su propia tristeza.

    Todo el pueblo se volcó en la construcción del nuevo proyecto de los White. No era extraño que las noticias corrieran como la pólvora en un pueblo diminuto como lo era Arcilla, pero mis padres contaban de por sí con el cariño de muchos de los aldeanos. La profesora Encina y mamá eran buenas amigas desde la adolescencia, de modo que financió parte de la instalación, volviendo su laboratorio como afiliado de la guardería; una parte de los servicios irían, así, destinados al cuidado y crianza de los pokémon que serían entregados a los entrenadores promesa más adelante. Por otro lado, los amigos del escuadrón Ranger que mi padre lideró decidieron hacer una recolecta en agradecimiento por sus años de servicio y su inestimable ayuda.

    El diploma de agradecimiento que adornaba la entrada de la guardería desde el día de su apertura atesoraba el nombre de todos ellos, uno por uno.

    Una melodía, repetitiva pero pegadiza, resonó en el establecimiento cuando abrí la puerta, celebrando de alguna manera mi llegada. Era la misma tonalidad que llevaba sonando desde hacía más de una década. Una parte de mí ardía en deseos de arrancarla de la puerta y lanzarla lejos, donde ya no alcanzase a escucharla más. La otra, presa de la nostalgia y de los recuerdos que estaban enlazados a ella, optó por cerrar la puerta como una persona civilizada y caminar hacia el mostrador.

    La guardería, para ser casi las siete de la tarde, se encontraba bastante animada en apariencia. Identifiqué por el rabillo del ojo a algún que otro entrenador novato; los delataban sus ademanes inseguros, casi inconscientes, y los pequeños pokémon que tenían como acompañantes, llenos de energía y vitalidad. Pero lo que más solía mover el negocio, por desgracia, eran los clientes habituales. Esos que tenían una extraña fijación por la crianza óptima de los pokémon para sacar sus mejores habilidades y bla, bla, bla.

    Ese oscuro lado de los entrenadores pokémon prefería mantenerlo alejado de mi persona. Iba bastante en contra de mis principios. Pensar en cómo el índice de abandono Pokémon crecía solo con su existencia me llenaba el corazón de tristeza y de ira.

    —Pero qué ven mis ojos —Una voz, grave y animada, no tardó en saludarme al otro lado del mostrador. Ver a mi padre, a ese enorme individuo de aspecto fornido con un delantal adorable con motivos de Happiny era demasiado cómico de contemplar, dado el tremendo contraste—. La princesa de la casa ya ha despertado.

    Sentí las mejillas arderme de la vergüenza, tanto por sus palabras como por la presencia de numerosos desconocidos en la sala. Siempre había tenido ese apodo al ser la menor y la niña consentida de la casa, pero ya iba siendo hora de dejar esa etapa atrás, digo yo. Noté a uno de los novatos aguantarse la risa y fruncí el ceño, abriéndome paso hasta deslizarme por la diminuta puerta del mostrador.

    —Papá, voy a cumplir diecisiete años el mes que viene —le reproché y me crucé de brazos, apoyando la espalda en la encimera—. ¿Cuándo vas a dejar de llamarme así? ¿Cuando tenga cincuenta?

    —Vas a ser mi princesita aún cuando estés vieja y arrugada como una pasa —me confirmó, y no necesité indagar si era o no una broma. Sabía que hablaba completamente en serio. El gesto, pese al claro bochorno que me provocaba y las estúpidas sonrisitas del resto de presentes, que no ayudaban en nada, me reflejó en el fondo cierta ternura. No tenía caso. Suspiré, apartándome así del mostrador para darles la espalda al resto—. ¿Vienes a ayudarme un rato?

    —No tengo nada mejor que hacer —mentí. Si estaba allí, con él, era precisamente porque buscaba su compañía. Me asomé en la trastienda con un movimiento disimulado, sintiendo una tensión repentina bañarme el cuerpo.

    Pero, como siempre, Edward sabía leerme como un libro abierto.

    —Está encargándose de las gestiones y de los suplementos de la guardería en el Laboratorio de Encina —me informó, con calma y cierta complicidad en la voz. Le tendió un huevo de tonalidades grises al entrenador, envuelto en una pequeña manta, y el joven le agradeció antes de pagar y marcharse del lugar—. Puedes pillar ese delantal de allí. En breve cerraré la tienda al público; tengo algo que enseñarte.

    —Me niego a escoger ese delantal —solté una risa nasal sin gracia cuando vi el otro accesorio de Happiny colgado, y rebusqué entre las perchas tratando de localizar algo en concreto. Mis ojos se abrieron con ilusión cuando encontré el que siempre había usado: un hermoso delantal amarillo pastel, con expresiones varias de Eevee y sus huellas esparcidas por la tela—. ¡Ah, lo sigues guardando!

    Edward sonrió; el gesto le descubrió los dientes y suavizó sus facciones, haciendo que las mías se relajasen en consecuencia. Me anudé la prenda tras la espalda, notando que mi padre regresaba la atención a su infinidad de gestiones, y decidí esperarlo en la trastienda. No fuera a ser que empezase a contarles a sus clientes anécdotas vergonzosas de cuando aún iba en pañales.

    Lo veía completamente capaz.

    Me deslicé sin prisa hacia la sala contigua y repasé la estancia con la mirada, apoyando la espalda en uno de los muebles. Una sensación cálida se asentó en mi pecho, repentinamente embargada por los recuerdos. Había pasado una gran parte de mi vida allí dentro. Era natural cuando eras pequeño y tus padres no podían dejarte sola durante las horas de trabajo. Lucho y yo aprendimos gran parte del oficio de criador entre juegos inocentes, que guardaban detrás el interés de nuestros progenitores por salvaguardar una posible tradición en ciernes.

    Los tiempos y el delicado funcionamiento detrás de la incubación Pokémon, la alimentación específica para cada especie, los grupos huevo y las especies compatibles para la crianza. Dominaba todos y cada uno de ellos y poseía la paciencia y el cuidado que requería una profesión de ese calibre, me lo habían confirmado muchas veces.

    Que tenía talento. Que podía heredar la guardería si así lo quería.

    Pero la sola idea de anclarme en un mismo lugar, rodeada de la misma gente y la misma rutina cada día me llenaba de angustia y de incomodidad. Mi cuerpo no estaba hecho para eso. Necesitaba adrenalina, experiencias nuevas, conocer otros lugares. Lo que más disfrutaba como Holder era precisamente eso; llenaba esa necesidad con creces.

    Pero también me quitaba mucho.

    Mucho más de lo que deseaba admitir en voz alta.

    El sonido de pasos y la llegada del hombre a la trastienda me sacó de la espiral de pensamientos nefastos en la que me había acostumbrado a sumergirme en los últimos meses. Me había abrazado a mí misma con mi mano contraria, ensombreciendo mi expresión sin darme cuenta. Edward no dijo nada; me hizo un gesto con la cabeza en su lugar, liviano, invitándome a que le siguiese si así lo quería.

    Me apresuré en seguirle el paso.

    —¿Qué es eso que tienes que enseñarme?

    Caminamos uno al lado del otro durante unos minutos, y aproveché para repasarlo de soslayo con la mirada. Noté la diferencia de alturas entre ambos, lo diminuta que me hacía sentir a su lado, y la insistente cojera que ralentizaba sus movimientos de manera considerable. Adecué mis pasos a su ritmo, el corazón se me arrugó en el pecho, y determiné que las personas buenas no siempre tenían lo que merecían.

    Su expresión lucía tan compuesta como siempre. Recibir su sonrisa afable no me hizo sentir mejor.

    —Lo verás en un momento.

    Nos dirigimos así al ala lateral de la guardería, la cual estaba dedicada enteramente a la incubación. Se trataba de un espacio silencioso y pacífico, bañado con una luz muy tenue y cálida. Sabía que la humedad estaba controlada a conciencia por los humidificadores que percibí, alternados entre las estanterías especiales, donde se colocaban los diversos huevos Pokémon. Cada uno de ellos tenía en su incubadora un pequeño cartel con información sobre la criatura que yacía en su interior: especie, progenitores, fecha estimada de eclosión, entre otras.

    Paseé la mirada entre las incubadoras y los monitores de signos vitales, tratando de procesar el hecho de que algo tan pequeño como un huevo contenía a una criatura viva en su interior. Era un detalle que aún a día de hoy me fascinaba. De pequeña podía pasarme horas enteras observándolos sin aburrirme, imaginando los pokémon que habitaban en su interior, o las vidas que les esperaban allá afuera. A veces imaginaba que se movían, y corría presa de una intensa emoción a llamar a mis padres. Usualmente era obra de la impaciencia y de la vívida imaginación que poseía; otras, cuando ya nadie confiaba en la credibilidad de una niña ilusionada por ver una eclosión, sucedía frente a mis ojos de verdad, sin ningún adulto a mi alrededor.

    El milagro de la vida era francamente fascinante.

    El peso de los recuerdos me atrapó por más tiempo del que creí, pero al regresar a la realidad encontré la mirada de mi padre fija en mí, con la sutil expectación de quien espera que me te percates de algún detalle que debía de haber cambiado en tu ausencia. Parpadeé con lentitud, sin comprender, pero fue entonces cuando noté el cesto bajo sus pies, cubierto por una manta para conservar el calor de quien se encontrase dentro. Una cola bífida, morada, se deslizó desde un costado, y percibí del lado contrario una oreja negra, alargada, con un anillo dorado cercano a su extremo.

    —¿Espeon? ¿Umbreon? —cuestioné en voz alta, emocionada de verles allí, pero sin comprender del todo a qué se debía tanto misticismo. Me acuclillé junto a la cesta y levanté la manta con cuidado, recibiendo la brillante mirada de mis pokémon al reconocerme de inmediato. No tardaron en refregarse con mimo, pero me quedé congelada en el lugar al notar que había algo más allí. Un huevo de color marrón, protegido cuidadosamente entre ambos. Abrí los ojos en su máximo, volviéndome hacia mi padre al comprender la relevancia de un detalle así—. ¿Han… Han tenido un huevo? ¡No me lo puedo creer!

    La alegría que me embargó en ese instante se sintió ajena. Después de tanto tiempo expuesta a emociones diametralmente opuestas, era todo un soplo de aire fresco. Los rodeé entre mis brazos, repartiendo caricias y besos entre su pelaje, negándome a esconder la enorme felicidad que sentía por ambos. Espeon y Umbreon parecían felices de verme, pero lo eran aún más al saber que me alegraba por su futura cría casi tanto como ellos.

    >>¿Cuándo ha sido? —cuestioné entonces entre risas. Había caído sobre mi retaguardia y ahora yacía sentada en el suelo, con mis pokémon subidos a mi regazo. Edward me observaba en silencio, probablemente conmovido con la entrañable escena.

    Sus expresiones, en ocasiones, solían ser casi tan transparentes como las mías.

    —Hace dos meses —respondió y cubrió al pequeño huevo con la manta, buscando preservar su calor—. Si todo sale bien, es posible que sigas aún aquí cuando suceda la eclosión.

    La idea me emocionaba enormemente. Me sentía como una niña de nuevo, ansiando el momento exacto en el que notase ese movimiento ligero, casi imperceptible. Probablemente acabase alguna que otra noche colándome en la guardería para vigilar el huevo, pero sabía que mi padre era consciente de a qué se exponía contándome todo eso. Quizás, la sonrisa que estaba mostrándole en ese instante merecía completamente la pena para él.

    En ese instante, el sonido de algo cayendo con un golpe seco al suelo nos alertó. Nos volvimos hacia la fuente del ruido sin comprender; una de las cajas había caído al suelo, y una figura escurridiza salió de su interior, con el corazón en la garganta y el miedo latente en sus grandes orbes dorados. La figura, pequeña y peluda, comenzó a corretear entre nosotros, buscando una salida con desesperación, como si acabase de ser despertado de su siesta. Me pareció distinguir el pelaje níveo y las tonalidades de azul, como un fuego fatuo que desaparecía en la distancia.

    —¿I… Inari?

    No fui capaz de reaccionar a tiempo: cuando mi voz emergió de mi garganta, el pokémon ya se había ido.

    Mi padre dejó escapar un suspiro, agachándose para recoger el desastre.

    —Suele hacerlo mucho, ese pequeño —me informó, sereno, bajo mi mirada atenta e intranquila. Introdujo los objetos en el interior de la caja, y la ubicó en la estantería adecuada—. Suele esconderse del resto, y este lugar es especialmente tranquilo para él. Debimos asustarle con nuestra llegada.

    —¿Va a estar bien? —inquirí, sintiendo el peso de la culpa asentarse en mi pecho. Dejé a Espeon y a Umbreon en el suelo, irguiéndome con cierto esfuerzo para poder girarme hacia la puerta—. Debería ir a buscarle y…

    Edward colocó su mano sobre mi hombro, negando con la cabeza. El movimiento hizo que las palabras muriesen en mi boca.

    —Ahora no —me aseguró—. Estoy seguro de que apreciará un gesto así de su entrenadora cuando no esté al borde del colapso.

    Por mucho que me pesase, sabía que tenía razón. Me sentía una entrenadora horrible por haber dejado a mi pequeño en esas condiciones, lejos de su hábitat y sin nadie de confianza a su alrededor. Pero, si me acercaba ahora, solo empeoraría todo. Tenía que hacer algo por él, sí.

    Pero ese momento no sería ahora.

    >>¿Qué tal si descansamos un rato en el invernadero, Liza? —me propuso y la idea, si bien no calmaba mi angustia del todo, al menos me permitiría despejar mi mente un poco. Me revolvió el cabello al pasar por mi lado, haciendo que cerrase uno de mis ojos. Su gesto me recordó al de Dante y me pregunté qué estaría haciendo en esos instantes—. Borra esa cara larga. He colocado una nevera portátil en la zona del comedor y sé que hay ciertas cosas en su interior que pueden llegar a interesarte. Yo solo digo.

    ¿Huh? ¿Estaba intentando sobornarme ahora, acaso? Solté una risa nasal, resignada, llevándome los brazos en jarra. Era absurdamente fácil convencerme cuando quería.

    —Bueno. Parece que ahora tienes toda mi atención.




    ***​



    Detrás del edificio principal de la guardería Little Sunshine se extendía una amplia pradera cercada por setos y árboles. Allí, los pokémon podían jugar y descansar con completa libertad al aire libre. El lugar estaba conformado por pequeñas colinas y charcas, y decorado aquí y allá con juguetes varios como columpios, cajas de arena y redes.

    Mi recibimiento fue tan efusivo como solía serlo; mi equipo reparó en mi presencia al poco tiempo de llegar a la explanada, y no tardaron en abalanzarse como si se les fuera el alma en ello. El pelaje de Amber y de Nana me hizo cosquillas en el rostro, la cola que Kiba agitaba frenéticamente tampoco ayudaba a dejarme respirar y noté a Umiko, mi Primarina, sosteniendo a los más pequeños para que alcanzasen a verme entre la muchedumbre que se arremolinaba a mi alrededor. Divisé a Samurott y a Archer en la distancia entre otros, de brazos cruzados, esbozando una sonrisa tranquila, casi divertida que me hizo dirigirles una mirada de circunstancias. No les costaba nada echarme una mano, pero suponía que algo así le quitaría toda la gracia, a su modo de ver las cosas.

    —Te has tardado menos que la última vez —me saludó mi padre al verme llegar, sin levantar la mirada del libro—. Debe ser un nuevo récord.

    Entré al invernadero bastante más tarde de lo que esperé en un inicio, recolocando mi cabello revuelto, la coleta desecha y los restos de pelaje esparcidos por toda mi ropa. Mi padre ya había tomado asiento hacía rato, permitiendo que fuese a saludar a mi equipo sin prisa. Pese a que lo disimulaba bien, se le notaba la gracia en la aparente neutralidad en su voz.

    Me dejé caer sobre el asiento con un suspiro, agotada.

    —Te lanzaría un cojín a la cara si lo tuviese a mi alcance.

    El invernadero era el lugar favorito de mi padre por excelencia. Un invernadero anexo y autosuficiente, que producía bayas y hierbas frescas para la alimentación apropiada de cada uno de nuestros pokémon. Tenía equipado a su vez un área que hacía las veces de comedor Pokémon, con mesas bajas y compartimentos varios que contenían mezclas equilibradas según la especie. Teníamos menús personalizados para cada pokémon, desde snacks crocantes para los tipo Roca hasta sopas nutritivas para los tipo Agua.

    Recordaba que solían dejarnos a menudo de pequeños repartir las porciones de comida, siendo esta nuestra tarea favorita en la guardería. Nuestros padres nos enseñaron desde niños a cuidar con amor y responsabilidad a los pokémon. Los recuerdos alegres de mi infancia me hacían preguntarme cuándo y por qué llegó a torcerse todo.

    Había sido tan feliz allí dentro.

    —¿Y bien? —Edward se llevó la lata de cerveza a los labios, y me tendió una de refresco en mi caso. Una cola fresquita después de un día agotador siempre era de agradecer—. ¿Qué tal tu primer día de vuelta en casa, después de tanto tiempo?

    Abrí la lata, notando parte de la espuma deslizarse hacia afuera.

    —Se siente como si no hubiese pasado el tiempo —le respondí, absorta en algún punto fijo del invernadero—. Como si… como si todo este lugar permaneciese intacto dentro de una burbuja o algo así.

    —¿Es eso algo bueno? —Quiso saber con curiosidad. Entonces se acicaló el cabello, con esos manierismos tan propios de su persona—. Tu padre sigue estando igual de joven que siempre, al menos. Supongo que eso de la cápsula del tiempo no está tan mal. ¿Sabías que tu viejo las volvía a todas loquitas a tu edad?

    —Eres un creído, ¿lo sabías? —Solté una risa baja, negando con la cabeza. Apoyé la mejilla en la palma de mi mano, dirigiéndole una mirada algo más centrada—. ¿Qué tal has estado tú, papá?

    El hombre cerró el libro, recargándose en el respaldo del asiento. Hizo un gesto con ambos brazos, abarcando el espacio de esa forma.

    —Es difícil aburrirse en un lugar así. Siempre hay algo por hacer por aquí —me explicó, y supuse que tenía sentido para él. El tiempo y las circunstancias adversas le habían acostumbrado a disfrutar de los ritmos tranquilos y pausados de la vida. Me pregunté, no sin cierto temor, si yo también podría acostumbrarme a algo así. No quise saber la respuesta—. Los chicos están de servicio por aquí estos días, por cierto. Vinieron a hacerme una visita ayer en la mañana.

    Abrí mis ojos, presa de la sorpresa ante esa inesperada noticia.

    —¿Spencer y la cuadrilla ranger? —inquirí, interesada—. ¿Qué hacen aquí?

    —Por lo que me han contado han recibido un aviso local sobre un grupo conflictivo que se encuentra haciendo de las suyas por la zona. Una banda que trata de proteger a los Pokémon de una forma… un tanto extrema, digamos. Iniciaron salvando pokemon de redes de tráfico y mercado negro, todo bien hasta ahí —Asentí con la cabeza desde mi lugar; no sonaba a algo malo per se—, hasta que terminaron por desviarse por el camino de juzgar qué pokémon son o no felices junto a sus dueños, liberandolos en ocasiones forzadamente.

    La noticia me resultó chocante. Resonaba en cierta medida con los sucesos del equipo Plasma en Teselia, hacía ya tantos años. Me pregunté si serían remanentes de esa agrupación, si es que eso tenía alguna clase de sentido a esas alturas.

    —Suena a que intentan tomarse la justicia por su mano —murmuré, distraída, hundida en mis propios pensamientos—. ¿Se sabe algo más de ellos?

    —Puedes preguntárselo tú misma mañana —La propuesta repentina hizo que alzase la mirada sin comprender. ¿Eh? ¿Yo?—. Estarán todo el día en el pueblo, todos ellos. Dudo que te reconozcan, eso sí —Sonrió con cierto orgullo y nostalgia—, has crecido mucho desde entonces.

    Ver a los amigos de mi padre sonaba… ¿Bien? Ese grupo era algo así como mi segunda familia. Me habían visto crecer desde que llevaba pañales, era la niña de papá y en consecuencia me habían mimado de la misma forma. Aunque había sido un torbellino desastroso y no podía quedarme quieta ni un solo instante, me guardaban un gran cariño, al igual que yo a ellos. No obstante, que me viesen en esos momentos tan convulsos de mi vida me hacía sentir… insegura.

    ¿Qué les diría? ¿Cómo les miraría a la cara cuando les dijese que la niña soñadora y feliz que recordaban ya no existía en realidad?

    —Liza.

    Edward pronunció mi nombre con una seriedad que se sintió extraña en él. Al mirarle no noté molestia, si no más bien tristeza y confusión en su semblante. Aquel hombre siempre fluía con naturalidad, sin sentir la necesidad de meterse en la vida de los demás. Respetaba los límites, y recibía con los brazos abiertos todo cuanto quisieras darle, siempre y cuando saliese de ti, sin presiones externas de ningún tipo. Podía pecar de desinteresado o distante según el prisma con el que se viese, pero a mí me agradaba. No resultaba invasivo, y me permitía ir a mi ritmo.

    Pero hasta él tenía sus límites. Quizás por esa razón, por primera vez, fue él quien cruzó la línea de mi espacio, motivado por la creciente preocupación que sentía.

    >>Sucede algo, ¿verdad? —cuestionó entonces, cauto—. No sueles venir a casa, mucho menos llamarnos con tanta frecuencia. Tienes las ojeras de un zigzagoon con insomnio y cuando te miro, siempre suelo encontrarte ausente, perdida en batallas de las que nunca nos hablas. Tienes… tienes la misma mirada de mamá, por Arceus. Esa insondable y llena de tristeza.

    Y eso me aterra.

    Su preocupación era comprensible y me comprimió el corazón en el pecho. Siempre había confiado en él… Pero lo cierto era que desde hacía un par de años me había desvinculado emocionalmente de mi padre en gran medida. De toda la familia, en realidad, más preocupada en crecer y en lograr mis objetivos que en notar a quienes dejaba atrás.

    Y era simplemente injusto. Él no merecía pagar por algo que no había hecho en realidad.

    Pero ya no sabía cómo reducir la distancia que yo misma había establecido.

    —Me pregunto si hay algo que no me suceda en estos momentos, en realidad —fue lo único que atiné a decir. Dibujé una sonrisa falsa, ensombreciendo mis gestos. La lata con la que jugaba entre los dedos terminó sobre la mesa, con un movimiento ligero. Fui incapaz de sostener su mirada ni por un instante—. No lo sé, papá. Ni siquiera yo sé lo que me pasa. Solo sé que estoy terriblemente cansada… Y que desearía con todas mis fuerzas poder silenciar mi mente.

    —La Liza que conozco se pasearía por la pastelería del pueblo para recobrar los ánimos —En un intento por alivianar el ambiente, mi padre intentó sonreír. Mis labios se tensaron en una fina línea—. Eso y una siesta reparadora deberían ser suficien…

    —No soy la Liza que conoces, papá —le espeté con más brusquedad de la que pretendí en un inicio. Edward enmudeció, mirándome a los ojos sin comprender. Las lágrimas me ardieron de regreso pero estaba cansada de llorar por todo—. Y eso es algo que ni Bel, ni tú, ni nadie parece entender en realidad. He vivido cosas que me han cambiado, he perdido el rumbo de lo que realmente me importaba y ahora solo soy una copia barata de quien alguna vez fui. No sé quién soy, no sé a dónde quiero ir, y estoy harta de fingir. De pretender que tengo mucha más vida dentro cuando me siento terriblemente vacía en realidad.

    >>Y toda esta carga se siente insoportable cuando todos a tu alrededor están alcanzado sus sueños menos tú. Tampoco ayuda que tu familia se desmorone por momentos y todos pretendan que nada ha pasado cuando mi maldito hermano está ahí fuera, en alguna parte, desterrándonos de su vida sin merecerlo —Cerré mi mano en un puño y golpeé la mesa con él. Sentía que mis emociones burbujeaban de tal forma que me era imposible retenerlas dentro. Como una bomba de relojería a punto de estallar—. ¿¡Acaso a nadie le importa dónde esté!? ¡Es vuestro hijo, maldita sea! ¡Es vuestra responsabilidad que…!

    Edward se levantó del asiento con brusquedad, cortando las palabras en mi garganta. Fue tal la fuerza de sus movimientos, que la silla cayó atrás con un ruido sordo. Sus pupilas contraídas y sus orbes cristalizados por las lágrimas me golpearon con una contundencia inesperada. La severidad de su expresión se vio alterada por el rictus de dolor que trataba de contener sin éxito.

    ¿Por qué estaba…?

    —¿Qué te hace pensar que a nosotros no nos importa lo que está pasando? —me recriminó con dureza, haciendo que me encogiese en el lugar por un instante. Nunca… le había visto levantar la voz de esa forma—. Nuestros dos hijos huyeron de casa, Liza. Mi hijo mayor ha bloqueado todo canal para poder contactarle, y no sé nada de él desde hace seis años. Mi hija pequeña regresa y cuando lo hace no puedo reconocerla, por mucho que lo intente. Me duele que la relación con tu madre sea tan tensa desde hace un par de años, y cada noche antes de cerrar los ojos me cuestiono una vez tras otra qué es lo que hemos hecho mal. Si no he sido un buen ejemplo para vosotros, si pude haber hecho algo para evitar que todo se desmoronase como un castillo de naipes frente a mis ojos.

    —Papá, tú no has hecho nad…

    —Tu madre también se arrepiente de todo —Aquello hizo que el corazón me diese un vuelco, y me congelé en el lugar, incapaz de creer lo que oía—. Se arrepiente como no te haces una idea. Ni siquiera creo que a día de hoy comprenda del todo la trascendencia de sus actos. Pero para alguien que vive en su propia mente, hundida entre recuerdos y sus propios demonios, se vuelve mucho más difícil saber comunicarse con los demás. Hasta a mí me cuesta entenderla a veces, Liza, y he vivido veinte años a su lado —Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y sentí unas ganas irrefrenables de abrazarle. Pero flaqueé, quedándome paralizada en el lugar—. Cuando habla de combates pokémon puedo notar cómo regresa a sus ojos el brillo que alguna vez vi en ellos. El color de sus ojos se suaviza y recuerdo que fue de ellos de los que me enamoré alguna vez. Y debe creer que los combates son también el vínculo que realmente la une a sus hijos, el único suelo seguro que sabe pisar, porque no sabe de qué otra forma acercarse. Comprende muy bien lo que hizo. Simplemente no sabe cómo arreglarlo.

    Porque ya éramos una familia rota en realidad.

    En ese momento me fue imposible seguir conteniendo las lágrimas. Mis hombros se sacudieron por el llanto y agaché la cabeza, cubriéndome con las manos. Odiaba esto. Odiaba que todo fuera tan difícil. En mitad del silencio, únicamente opacada por mis sollozos, sentí dos brazos fuertes rodearme con fuerza contra su cuerpo. Abrí los ojos al inicio, y cuando mi cerebro comprendió la situación redoblé el llanto, ocultándome en su pecho como si volviese a ser una niña buscando su consuelo.

    Edward acarició mi cabeza, dejando libres sus propias lágrimas.

    —Recuerdo que de pequeña solías venir a mí cada vez que algo te molestaba. También te acariciaba así, como ahora, hasta que te calmabas del todo —Su tono se suavizó poco a poco, junto al volumen de su voz. Mis dedos se arrugaron en su espalda, en torno a su camiseta—. Me gustaría que volvieras a confiar en mí, Liza. Quizás no puedo darte la solución a todo lo que estás sintiendo en este instante, pero podemos compartir la carga.

    No guardes tus emociones dentro. Acabarán destruyéndote a la larga.

    >>Sé que sabrás salir de esta —Me garantizó, haciendo que sintiese cierta calidez dentro—. Eres mi hija, después de todo.

    Los minutos pasaron, y permanecimos allí, en silencio, hasta que logré calmar lentamente mi llanto. Aún tenía infinidad de miedos e inseguridades revoloteando en mi pecho… pero me sentía extrañamente liberada. Poder sacar lo que sentía, hacerlo de verdad después de tanto tiempo… no fue tan horrible como creí en un principio.

    Sorbí por la nariz, soltando el aire en una risa nerviosa cuando logré encontrar mi voz de nuevo.

    —...La adolescencia es una mierda.

    —Lo es —convino, compartiendo la risa a pesar de estar ambos hecho un absoluto desastre—. Pero ya pasaste lo peor al menos. Ya eres casi una adulta.

    —Mhm —convine, cerrando los ojos. La idea me daba vértigo, pero también me ilusionaba. Quizás ahora sí fuese el momento. Ahora que la época convulsa estaba terminando, ahora que debía empezar a asentar la cabeza—. Podríamos intentarlo. Ya sabes… volver a hablar, y esas cosas.

    La idea pareció removerle infinidad de cosas dentro. Me estrujó con algo más de fuerza y noté que su voz se quebraba por un instante; tan breve, que casi pudo pasar por un producto de mi propia imaginación.

    —Nada me gustaría más.

    Me pregunté si también podría alcanzar a mamá alguna vez. Si podría hablarle con la misma franqueza que había tenido con mi padre, si podríamos arreglar las diferencias entre ambas algún día. Era mi madre, por Arceus, y la quería. Si ella reconocía sus errores y estaba dispuesta a cambiar, podía hacer la vista gorda por ella.

    Pero, de momento, deseaba seguir disfrutando de aquella felicidad momentánea.

    Tomé la mano de mi padre, quien me miró sin comprender. Le guiñé uno de mis ojos, resuelta, dirigiéndome de nuevo hacia mi asiento frente a la mesa de madera.

    —¿Qué tal si empezamos a ponernos al día? Hay muchas personas que quiero que conozcas —Edward alzó las cejas, entretenido con el ambiente distendido que comenzaba a asentarse entre ambos. Saqué mi teléfono, allí donde guardaba algunas fotos ocasionales, tanto mías como la de los otros holders—. ¿Sabes que tengo una amiga que es modelo? ¡Y va a ser una actriz famosa algún día!

    —¿Oh? —El hombre tomó asiento a mi lado, curioseando la pantalla con genuino interés—. ¿Y cómo se llama?

    —Mimi Honda —le comenté, con algo similar al orgullo en mi voz. Me encantaba presumir de eso—. Es súper bonita, así que es normal, pero no le digas que te lo he dicho, ¿vale? Se le subirá a la cabeza como a ti —rodé los ojos cuando empezó a reírse. Algo me decía que esos dos se llevarían bien si se conocieran. Pasé a otra de las fotos, formando una sonrisa ligera en los labios de manera inconsciente—. Ah, este es Dante. Me ha cuidado mucho durante todo mi viaje en Galeia, ¿sabes? Ahora trabaja en una cafetería, y será suya en un futuro. ¡Se le da genial hacer dulces!

    Pero a diferencia de en el caso de Mimi, la expresión de mi padre se tornó repentinamente severa. Enarqué una ceja. ¿Y ese cambio repentino? ¿De dónde salía esa aura sombría?

    —No me digas… —musitó, dejando un tenso silencio entre frase y frase. Cuando finalmente habló, no podía dar crédito a lo que escuchaba—. ¿...Ese es tu novio?

    Enrojecí al instante.

    —¿Qué? ¡No! —exclamé, incrédula y avergonzada a partes iguales—. ¡Es como mi hermano, papá! ¡Nada más!

    Mi padre se dejó caer en el respaldo del asiento, repentinamente liberado.

    —Más te vale —suspiró con alivio, llevándose una servilleta a la frente de manera cómica—, porque no quiero novios hasta los dieciocho años.

    —¡Papá…!

    Ambos terminamos por compartir una risa cristalina. Había olvidado lo sobreprotector que podía ser este hombre. Seguí pasando las fotos, y la idea que cruzó por mi mente me causó cierta gracia. Cuando la foto del rubio apareció en mi pantalla la aparté de la vista de Edward, tapando la imagen con la mano. Este me miró con suspicacia, repentinamente ansioso por ver qué escondía con tanto ahínco.

    Musité, aguantándome la risa mientras desviaba la vista hacia otro lado.

    >>Entonces mejor no te presento a Nikolah hasta dentro de un año.

    —¿¡...Y ese quién es ahora!?

    La reacción que obtuve de él fue tal y como la esperaba.


    ***​


    La noche se había asentado ya sobre pueblo Arcilla, y con ella concluyó mi primer día en mi regreso a casa. Había sido un día cargado de emociones intensas, pero me sentía optimista al respecto. La psicóloga me advirtió de la necesidad de reconectar con mi niña interior, así que suponía que no debía ir tan mal encaminada, ¿no?

    No obstante, decidí acabar el día haciéndole una visita al lugar que más vinculado estaba a la niña con la que trataba de conectar. Ese lugar en el que había pasado tantas horas en el pasado, y el mismo con el que había soñado en la tarde.

    La casa del árbol, nuestra fortaleza perdida en el tiempo.

    Acaricié el tronco que sostenía aún aquel vejestorio con una sonrisa nostálgica cuando lo tuve delante. Podía notar aún las marcas talladas en su superficie, que reflejaban las distintas alturas que habíamos alcanzado durante nuestra niñez. Reparar en el estirón que Cheren había pegado ese verano en concreto me causaba aún cierta ternura y gracia.

    —¿Seguirán nuestras cosas ahí dentro? —murmuré para mí misma, y alcé la mirada hacia la cabaña, con la intención de pasar un rato en su interior contemplando las estrellas, como solía hacer en el pasado. Tenía especial interés en rebuscar entre las cajas; quizás hubiese cosas que me desbloqueasen recuerdos que ya no tenía a mi alcance.

    Esa fue mi intención, al menos. Pues cuando puse un pie en el primer peldaño, los arbustos cercanos se estremecieron de improviso, haciendo que todo mi cuerpo se congelase en el acto. Agudicé el oído, apartándome lentamente del árbol. Si me habían estado siguiendo, no debía darles el lujo de que notasen el cambio en mi actitud. De modo que disimulé llevarme la mano a mi cinturón, buscando una pokéball en realidad, pero en ese instante una sombra se deslizó tras mi espalda, con una agilidad envidiable.

    La voz en mi oído me hizo comprender que había actuado con excesiva lentitud en esa ocasión. Pudo haber sido un Game Over.

    —Los niños a estas horas deberían estar en la cama.

    Ni siquiera lo pensé; mi brazo se movió más rápido que mis pensamientos, clavándole el codo en el estomágo a quien fuera que había decidido venir a secuestrarme. Eso era lo primero que pensé, pero al girarme pude ver a mi supuesto agresor llevándose las manos al estómago, tosiendo por el golpe y la impresión, y algo me hizo pensar que me resultaba extrañamente familiar. Se trataba de un joven de unos veintitrés años, de cabello oscuro revuelto y ojos del mismo color. El individuo retrocedió, y alzó una de sus palmas hacia mí en señal de rendición.

    Llevaba encima una sonrisa cargada de suficiencia; tan burlona, que me redobló la ira que de por sí sentía en el cuerpo.

    >>No te recordaba tan agresiva, renacuaja.

    —¿Quién demonios…? —mascullé, pero entonces algo en mi mente simplemente hizo click. La voz, el apodo, la figura que se mostraba entre los haces de luz de la noche. Todo me llevó a una sola persona—. ¿Hugh…?

    La sonrisa se estiró en sus labios.

    —El mismo que viste y calza.

    Si Cheren y Bel habían sido mis cómplices desde que era una cría, el equivalente de Lucho era Hugh. Se trataba de un muchacho altivo y molesto, de la edad de mi hermano y su mejor amigo, que había tenido siempre una especial fijación por molestarme. Pasaban las tardes siempre juntos, así que había vivido prácticamente en mi casa también. No me agradaba especialmente, pero hacía demasiados años que no sabía nada de él.

    Verlo allí, sabiendo que me había seguido hasta aquel lugar recóndito del bosque, hizo que le fulminase con la mirada, sin comprender sus intenciones en lo absoluto.

    —¿Qué estás…? —solté una exclamación ahogada, indignada—. ¿No tenías maneras más civilizadas de acercarte a la gente?

    —Solo estaba de paso por Arcilla, y dio la casualidad de que supe que tú también volviste a casa —me repasó con la mirada, alzando las cejas con interés. El gesto me resultó nauseabundo y me crucé de brazos, protegiéndome de su mirada—. Estás bastante crecidita, quién lo diría.

    —Y tú sigues tan desagradable como siempre.

    No me molesté en disimular el rechazo que me producía; él tampoco estaba resultando ser míster simpatía. Suspiré, apoyando mi espalda contra el árbol, como si de manera inconsciente estuviese protegiendo ese rincón tan importante de individuos indeseados como él.

    Busqué su mirada con evidente resignación.

    >>¿Qué es lo que quieres exactamente de mí, Hugh?

    —Nada, realmente —El chico se encogió de hombros con tranquilidad, manos en los bolsillos del pantalón—. Solo saludar a una vieja amiga. Varias noticias corrieron como la pólvora, y quise enterarme de qué se cocía por aquí —Sus ojos adquirieron un brillo singular cuando mencionó lo siguiente—. ¿Escuchaste que los rangers amigos de tu padre están por aquí de vuelta? Esos tipos parecen enfocados en atrapar a una banda de tres al cuarto, ¿no es así? Deben aburrirse bastante, si no tienen nada mejor que hacer.

    Su tonito condescendiente con respecto a los rangers me crispó los nervios, pero decidí no darle el espectáculo que deseaba. Desvié la mirada sin más, esperando a que se cansase de la charla. Con suerte no debía quedarle demasiado.

    —Me trae sin cuidado.

    —Quizás no debería dártelo tanto, preciosa —Se llevó una mano al cuello, masajeándolo con pereza. Hablaba como quien no quería la cosa, pero sus palabras captaron por completo mi atención, abriendo mis ojos en su máximo—. Estás hablando con uno de sus integrantes, después de todo.

    Me aparté del árbol, cargando en mis orbes un brillo de advertencia. Si estaba bromeando, no era un tema con el que debiese jugar. Hugh, en su lugar, pareció más que encantado con mi reacción. Ahora que me tenía donde quería, se relamió la información que estaba a punto de soltar, recreándose en cada una de mis expresiónes, como si hubiese estado esperando ese momento con ganas.

    Jamás hubiese estado preparada para escuchar lo que tenía para decirme.

    Mi corazón se detuvo en mi pecho en ese preciso instante.

    >>Y el líder de la banda de tres al cuarto es tu hermano, Liza.
     
    Última edición: 4 Junio 2025
    • Ganador Ganador x 1
    • Impaktado Impaktado x 1
Cargando...
Cargando...

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso