Drama Mayo del '77

Tema en 'Relatos' iniciado por Gigi Blanche, 26 Octubre 2022.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    Mayo del '77
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1419
    Mayo del '77

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    Por alguna razón, el aire entra y sale de mis pulmones como estacas de hielo áspero y seco. La velocidad frenética con la que inhalo y exhalo agrieta mis labios, convierte mi lengua en un bloque de plomo dentro de mi boca. Las piernas me tiemblan y los cardos puntiagudos se entierran en las plantas de mis pies a medida que corro. Pero nada de eso importa, pues el sol asoma entre las nubes y comprendo que por fin soy capaz de volver a ver el cielo.

    Diviso a lo lejos una pequeña y modesta casa. Apresuro el paso, a pesar de cuán dificultoso me resulta, y al llegar golpeo a la puerta. Intento regular mi respiración al ser recibido por un hombre de unos cuarenta años.

    —¿Señor? —le digo, sosteniéndome del marco de la puerta para no desplomarme en el suelo—. Por favor, ¿tendría un vaso de agua?

    Veo cómo el hombre me inspecciona de pies a cabeza y, asegurándose que no hubiese nadie en las inmediaciones, me permite ingresar a la morada.

    —Pasá, hijo, pasá —me murmura, ayudándome a entrar.

    Me siento en una silla de la cocina, pequeña y acogedora, mientras el hombre me sirve un vaso de agua que yo ingiero de a tragos cortos. Se sienta frente a mí, aguardando por que termine, aunque yo percibo la inquietud y el temor que se van acrecentando en su mirada a medida que pasan los segundos.

    —Mi nombre es Carlos, Carlos Alberto Moreno —le digo, algo apresurado—. Soy de Olavarría, y hace cuatro días que me tienen secuestrado en una quinta a unas diez cuadras de acá, para allá —le indico, señalando por la ventana lateral—. Por favor, se lo ruego: póngase en contacto con alguien de Olavarría y transmítale la información que acabo de darle. Mi esposa es Susana Lofeudo, y vivo en Lamadrid al 2986. Por favor, por favor.

    Me incorporo luego de recibir un asentimiento del hombre algo dubitativo, y sin mayores dilataciones comienzo a dirigirme hacia la puerta.

    —Esperá —exclama detrás mío, a lo que me doy vuelta—. ¿No… no te querés quedar acá? —continúa, vacilante—. Es peligroso allá afuera.

    El tiempo, que me muerde los talones, logra detenerse por un breve instante. Me las arreglo para regalarle una pequeña sonrisa y abro la puerta de la casa. Si había algo peligroso era convertirlo en un cómplice de mi huída, y no podía poner en riesgo la vida de la única persona que me había socorrido.

    —No se preocupe, señor; ya me ayudó mucho.

    Me apresuro hacia las canteras que lindaban con aquella casa, considerándolas mi mejor opción. Comienzo a correr hacia terrenos cada vez más elevados, sintiendo el agotamiento en cada hueso de mi cuerpo, los pulmones quemándome con cada gota de aire que recibían. Entonces, un disparo a mis espaldas resuena en mis tímpanos y me congelo de improviso. Trago saliva y mis latidos están por perforarme el pecho. No me atrevo a darme la vuelta; porque sé lo que hay, conozco el par de ojos que voy a encontrar. El pasto seco comienza a quebrarse de forma cada vez más audible y comprendo que se están acercando. Sigo siendo incapaz de voltear.

    El corazón me asfixia.

    —Che, Moreno, ¿en serio pensaste que ibas a poder escaparte?

    ¿Lo había creído? Ya no tenía idea, realmente. De mis labios brotan sollozos que no controlo, el cuerpo exhausto me tiembla y suelto un alarido de dolor. Los huesos de mi espalda crujen, crujen bajo la contundencia de un golpe feroz y caigo de bruces al suelo. Mi mente se va en blanco.

    Con el segundo golpe aparece ante mí Susana, mi querida Susanita.

    Con el tercero, Matías viene correteando con sus piernitas regordetas hacia donde estoy yo, riendo a carcajadas.

    Con el cuarto, beso el vientre de mi Susanita, y le digo que me gustaría llamarlo “Martín”.

    Con el quinto, estoy charlando en casa con Héctor cuando suena el teléfono a mitad de la conversación. Al oído me susurran las palabras que yo me veía venir, y con una sonrisa triste volteo hacia mi hermano. Le digo tres simples palabras: ya estoy jugado.

    No hay un sexto, aunque para el cuarto ya había dejado de sentir dolor. Por el rabillo del ojo, aturdido, veo la pala ensangrentada mientras me levantan tirándome del pelo, y allá, medio lejos, cuatro civiles aprecian la escena como estatuas de hielo. Me arrastran hasta un auto, ni siquiera se molestan en encapucharme. Entonces lo comprendo.

    Ya estoy jugado.

    De regreso en la quinta, me siguen arrastrando hasta tirarme junto a un galpón de cemento. Resollo, intento incorporarme y dejo un rastro de sangre en la pared blanca, cuando el Coronel Tommasi se acuclilla junto a mí y menea la cabeza.

    —No, no, no —murmura, mostrándome sus dientes blancos por debajo del bigote en una amarga sonrisa, y el corazón se me desploma—. Quedate ahí, agachadito.

    No comprendo, no comprendo nada. Clavo los ojos en el pasto y los sollozos involuntarios se reanudan, en voz baja. Una sucesión tortuosa de imágenes se reproduce en mi mente a medida que alzo los brazos para ponerlos detrás de mi cabeza.

    Mi infancia en el Barrio El Fortín, vendiendo diarios con Héctor para ayudar a la viejita, jugando al barrilete, pateando la pelota en el potrero de la esquina. Cuando me voy a La Plata a estudiar, y en una fiesta solidaria que se hacía en mi pensión una chica hermosa de largo cabello rubio me saca a bailar. A mí, el “Negro” Moreno, ¿se imaginan? Después se va, pero no sin antes hacer una apuesta con la única intención de vernos otra vez. Y cuando la vuelvo a ver, Dios, llovía a cántaros y ella estaba empapada; pero seguía siendo tan hermosa. Y me recibo y vuelvo a Olavarría, así la viejita no tiene que trabajar más. Laburo, junto unos pesos y me tomo un micro de regreso a La Plata. Susana me recibe en la terminal, su sonrisa de miel, y las primeras palabras que le dedico palpitan en mi pecho.

    ¿Te querés casar conmigo?

    —Susanita —sollozo, oyendo el seguro del arma hacer un click. Las lágrimas me empañan la vista—. Susanita, perdoname.

    Las nubes se habían disipado y era una mañana soleada. Mis lágrimas cayeron sobre el pasto, volviendo a la tierra, de donde todos venimos. Y la brillante sonrisa de Susanita aparece en mi visión nublada, cada vez más borrosa, hasta oscurecerse por completo.

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    A diferencia del orden natural de las cosas, decidí dejar el n/a al final del relato para no... estropear la experiencia, si se quiere. Ayer vi Argentina, 1985, una película que salió hace poco y que desarrolla el juicio que se llevó a cabo contra el gobierno de la dictadura militar que hubo en Argentina desde 1976 hasta 1983. La película está ok, pero hoy hablando con mamá recordé esto que había escrito hace un par de años.

    Si en mi ciudad te tomás el bondi (bus(?) azul para ir a la facu, recorrés la Avenida Fleming y pasás por una mini rotonda que, muy agraciadamente, se llama la Curva de la Muerte. Y si te bajás ahí y caminás diez minutos, pasás por un predio grande con una casa chiquita, escondida entre los árboles y el monte. Esa casa ahora tiene un cartel en la entrada, uno que comparte con todos los centros de detención clandestinos del país. En esa casita, hace cuarenta y cinco años, secuestraban gente para torturarla y asesinarla.

    La misma casita que está a diez minutos del camino que hago en bondi casi todos los días.

    Este relato está enteramente basado en hechos reales, recuerdo que por la época me investeé un huevo y conseguí las declaraciones de los testigos y todo, así que todos los datos concretos que puse son reales. No recuerdo qué me llevó a escribir esto, ni por qué elegí a este hombre en particular, pero sí recuerdo pasar un día por la casita y darme cuenta del horror inmenso que me significó imaginarlo todo. Porque pasó, pasó decenas, cientos y miles de veces a lo largo y ancho del país. Porque desaparecieron más de treinta mil personas durante la dictadura.

    Y por eso, como llevamos proclamando desde el regreso a la democracia, me sumo a la demanda.

    Nunca más.
     
    Última edición: 26 Octubre 2022
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