Maravilloso Email

Maravilloso Email​

Existen los amigos y de entre esos amigos, surge aquel que por complacimiento de los sentimientos, se constituye en un mejor amigo. Yo, Marina, he experimentado las delicias de contar con una mejor amiga: Ros.

Ros y yo nos conocimos muy jóvenes y en cuanto comenzamos a tratarnos, nació de inmediato un lazo especial entre ella y yo, un lazo tejido con el amor fraternal, la confianza, la consideración, la paciencia, el interés mutuo y la comunicación. Muchas veces reímos y lloramos juntas, nos aconsejamos, nos censuramos y nos apoyamos, siempre contando una con la otra, pero entonces un día, todo eso cambió.

Cambió porque junto con mi familia, me mudé de mi país, México, a Estados Unidos y desafortunadamente, ella vivía en una zona rural donde no había internet y donde los teléfonos celulares no recibían la señal, además de que la telefonía en casa era mediocre, así como el antiguo medio de comunicación, el correo por carta y ella no podía mudarse a la ciudad porque cuidaba de su madre avanzada en años, quien amaba vivir lejos de la civilización. Jamás me sentí tan incrédula como esa tarde en que nos despedimos.

Abrazada a ella, tratando de contener mis lágrimas por la despedida, le dije:

—Ros, no es posible que en esta era de la comunicación, no tengamos un medio para seguir en contacto.

—Lo siento —me respondió mirándome con sus grandes ojos, irritados por el llanto—, pero el rancho donde vivo ha quedado en el pasado. Me lastima pensar que no sabré si les fue bien en el viaje. Me duele no verte más. Eres mi mejor amiga, gracias por todos esos momentos que pasaste a mi lado. Gracias por ser mi amiga.

Comprendí su gratitud, porque yo me sentía exactamente igual que ella. Durante años había sido mi confidente y estaba por perderla en la enorme distancia que se interpondría en nuestra linda amistad, pero traté de confortarnos diciéndole que volvería de vacaciones y que lo primero que haría, sería buscarla. Volveríamos a vernos y platicaríamos de nuestras vivencias de nuevo, no obstante, a pesar de esa esperanza, fue difícil vivir sin verla. La nostalgia me visitaba de continuo y el extrañarla demasiado, nublaba mis buenos momentos, entonces, después de año y medio de ausencia, en enero del 2013, se me presentó la oportunidad de volver a mi país.

Durante todo el vuelo me sentí entusiasmada, pensando en aquellas palabras que le había dicho; la de buscarla en cuanto volviera, con la esperanza rebozando en mi anhelante corazón, pero… ¡Oh, desolación! Mi querida Ros ya no estaba en la localidad. Afectada por la tristeza, con mi ilusión agonizando, investigué a dónde se había ido y un alma bondadosa me informó que ella se había casado y ahora vivía en Estados Unidos. No sabía dónde, pero me dijo que se había encontrado un buen esposo y era muy feliz.

Sentimientos encontrados se entrelazaron ese día. Por un lado, la decepción y la tristeza que habían matado mi esperanza de verla, y por el otro, la alegría de saber que estaba bien y era feliz y aunque realmente me dolió mucho no encontrarla ya, traté de pasarla bien en esas vacaciones y cuando retorné a los Estados Unidos, la sensación de pérdida ya era tolerable.

En los siguientes días me pregunté varias veces si en el futuro volvería a verla. Ahora vivíamos en el mismo país, pero ninguna de las dos sabía nada la una de la otra. Con frecuencia me decía que el mundo es pequeño y que era posible que la vida nos juntara de nuevo, así, fomentando una hermosa expectativa, llegó un día en que revisando mi correo electrónico, me encontré con un Email desconocido.

Siempre recibo correos de agencias o personas que no conozco, así que sin abrirlos, los elimino, pues tengo por precaución abrir solo aquellos que tengo en mis contactos, pero por alguna razón, antes de darle “Eliminar” a ese Email, miré la fecha: 30/3/2013 y la única palabra: “Hola”.

¿Quién me saluda?, me pregunté. Dudé un momento, abrir o no, pero finalmente abrí y… ¡Oh, bendición! Era ella. Ros. Casi de inmediato, la emoción anudó mi garganta. Mis ojos escocieron y no pude evitar llorar. La alegría mientras leía su mensaje fue tanta que el día se volvió más radiante y por un buen rato estuve bendiciendo el internet.

Quizás esta anécdota deba llamarse maravilloso Internet, porque gracias a él, mi querida Ros y yo hemos vuelto a estar en contacto. Nos mandamos correos tanto como podemos y ambas esperamos con ansias el momento de volver a vernos, pero mientras, nos conformamos con esta maravilla que permite que nuestra amistad siga tan linda y estrecha como siempre.