Chiyoda Mansión Middel [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 3 Marzo 2024.

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    Bruno TDF

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    Su primer asentimiento mostró que llegamos a alcanzar un fugaz instante de conexión, pues con mis palabras supe construir su pensamiento, su visión sobre lo que la elegancia traía consigo. Esa suerte de unión se estableció por pocos segundos, hasta que el giro que le di al concepto provocó que sus cejas amagaran con unirse en un gesto de curiosidad, que puede que rozase asimismo la confusión. Creía en que la elegancia podía tener una faceta natural, auténtica y desprovista de etiquetas; era, si se quiere, una visión literaria. No me preocupaba que hubiese discrepancia con Jenkin en este punto, pues creía que las diferencias nutrían las charlas, al punto de devenirlas en debate. Nuestra conversación podría tomar el derrotero que debería haber seguido desde el comienzo, si no hubiese respondido a cierta resistencia que no sabía por qué habían surgido.

    Al final asomó una sonrisa en sus labios y halagó mis respuesta, aunque… Lo de “pequeño” amenazó confundirme, el apelativo fue inesperado. Y el comentario que hizo al final, sobre lo de que no le extrañaba el porqué de mi amistad con Bleke… Intenté desapegarme de la faceta analítica, pero mi mente ávida no consiguió quedarse quieta. La duda se filtró.



    ¿Había más de un significado detrás de aquella frase?



    Pude mantener la sonrisa tranquila en mi semblante, y fue entonces cuando Bleke regresó con nosotros. No consideraba que su demora fuese condenable, pero su hermano no dejó pasar la ocasión para bromear al respecto, con carácter tan desenvuelto… Pero hubo una sombra de frialdad en la voz de Bleke. Me mantuve impávido ante el intercambio, sin saber muy qué pensar… Hasta que algo, otra disrupción en el aire, hizo desviara la mirada a Jenkin, cuando explicó la razón de su presencia en el jardín...


    ¿Por qué… afirmaba que me vio solo, si antes me dijo que había querido saludarnos a ambos?

    ¿A qué se debía el cambio de relato?


    La intriga hormigueó en mi piel y no supe si la extrañeza se manifestó en mis ojos. La sonrisa de Bleke, con todo, permitió que no me desviara del entorno. Le devolví el gesto a la que vez que negaba tranquilamente con la cabeza, para que no se preocupara por la demora. Y cuando sugirió la posibilidad de que Jenkin se quedara, lo miré con una cuota de interés, a la expectativa de su respuesta, que fue una negativa.

    Abrí los ojos, ahora sí con la confusión cruzando por completo mi expresión, al sentir su mano revolviendo mi cabello. Fue tanta la familiaridad de su despedida, que hasta parecía que yo era el hermano pequeño aquí. El contacto me alcanzó con la guardia baja, pese a lo cual logré esbozar una sonrisa cortés al mirarlo y asentir, en respuesta al comentario de las galletas.

    —El placer fue mío, Jenkin —llegué a responder, antes de que se marchara.

    Quedé a solas con Bleke, aún desconcertado por aquel contacto, y por el tono repentinamente dulce y cariñoso que había adquirido su voz. Alcé una mano y pasé los dedos suavemente por mis cabellos. Pensé en Cayden, quien también me había sorprendido de una manera similar, con una caricia en la cabeza. Pero lo suyo me había dejado una sensación más amena, de cercanía.

    No sabía muy bien qué pensar de este encuentro.

    —Una persona interesante, tu hermano —fue lo único que atiné a decir, mirando a Bleke; bajé la mano tras asegurarme de que estaba presentable, y le sonreí:—. Ahora que regresaste, supongo que podemos sentarnos, ¿verdad?

    La había esperado de pie, todo ese tiempo.
     
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    Gigi Blanche

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    El eco de mis pasos me siguió con la forma de una sombra silenciosa conforme recorría la casa. Volví al recibidor, subí las escaleras y atravesé los inmensos pasillos llenos de puertas eternamente cerradas, puertas que ya no veía, que no existían, y que aún así susurraban desde su letanía. Toqué tres veces a la habitación de Jenkin, repetí la acción, y al no oír respuesta alguna me tomé el atrevimiento de abrir. Mis ojos se pasearon por las paredes claras, el tablón de corcho abarrotado de notas y papeles, la librería que rozaba el techo, sus equipos deportivos, el edredón azabache y la mullida alfombra que amortiguaba el corazón de la recámara. Parpadeé y lo vi acurrucado allí mismo, cubriéndose la cabeza con ambas manos, gimoteando. Apestaba a vómito y saboreé el resabio de sus lágrimas, saladas, al fondo de la garganta.

    Como supuse, no se encontraba aquí.

    Probé con un par de espacios más hasta que me rendí y salí al jardín. Llegados a este punto, era muy probable que nos hubiese visto desde un primer momento y ya estuviese con Hubert. Lo único que llegué a escuchar fue una idea referida a nuestra amistad y entonces su atención, la atención de ambos, viró hacia mí. Lo invité a quedarse por cortesía, él se negó y finalmente se retiró. ¿Le daban curiosidad mis amigos? Era muy probable, pues su cabeza seguía sin ser capaz de comprender cómo existíamos y funcionábamos en el mundo. Cómo alguien, quien quiera que fuera, sentiría la inclinación de concedernos una pizca de simpatía. Su existencia era una disrupción, una interferencia y una amenaza en esta casa, en nuestras vidas.

    Era un recordatorio constante.

    Por eso sufría.

    Miré a Hubert. Su confusión había sido palpable al Jenkin revolverle el cabello, pese a ello mantuvo la gentileza y seguí en silencio su intento por acomodarse el pelo. ¿De qué habrían hablado? Jenkin era una disrupción, una interferencia, y como tal, era impredecible. Ni siquiera estaba muy segura a qué le temía en un primer lugar, si mis preocupaciones estaban fundamentadas o si sólo alimentaban una paranoia antigua, tan antigua como el tiempo y nuestras raíces.

    A su vez, respondían a un capricho contradictorio y egoísta.

    La voz de Hubert se alzó sobre el silencio y me acerqué a él, consumiendo parte de la distancia para observar con más detalle su pelo. Jenkin lo había tocado y la idea me resultaba extraña, ajena, como si existiera en una frecuencia inaudible. Las puntas de los dedos me cosquillearon y alcé el brazo, acomodando un único mechón de su flequillo. Tras acabar mi tarea bajé la vista a sus ojos y me permití volver a sonreír.

    —Interesante es una forma de verlo. —Fue una réplica y una confirmación, y asentí a su pregunta—. Discúlpame, tardé bastante. ¿Estuviste de pie todo este tiempo?

    Giré sobre mis talones y fui al banco que, desconociéndolo, había ocupado Jenkin. Esperé a que Hubert se reuniera conmigo y apoyé las manos en mi regazo, una encima de la otra. Interrumpí mis intenciones de hablar al oír que alguien se acercaba, y dos segundos más tarde apareció un par de las chicas que asistían a la señora Drika. Una de ellas sostuvo la bandeja mientras la otra sorteaba las escalinatas con el carrito donde traían las cosas. Aquí no había mesa, después de todo. Acomodaron la merienda frente a nosotros, con diligencia y en silencio, y al acabar les agradecí. Ellas inclinaron la cabeza y se retiraron.

    Estaban las dos tazas de cerámica que iban a juego con el resto del set, con la tetera, azucarera y lechera. En el centro de la bandeja, un centro de mesa de dos pisos contenía las famosas galletas de canela y otra variedad de delicatessen. Recogí la tetera con movimientos calmos y comencé a servirnos el té.

    —Puedes agregarle leche y azúcar como gustes, también hay miel. Aunque te recomiendo probarlo primero.
     
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    Bruno TDF

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    El silencio otra vez nos envolvió, cuando se desvanecieron nuestras distancias.

    Bleke se aproximó en unos pocos pasos, cercanía que recibí con calma, manteniendo la sonrisa. Ya lo había pensado durante el trayecto en el coche: que la falta de palabras era otra forma en la que conectábamos, en sí solíamos permitirnos algunos segundos de reflexión antes de contestarnos. Sin embargo, fue cuando busqué su mirada que noté sus iris apuntando por encima de mis ojos; no tardé a darme cuenta de que observaba mi cabello, y la sola idea estuvo a punto de hacerme sentir una chispa de pudor, por creer que no había corregido del todo mi cabello.

    Pero su mano no me dio tiempo a pensar nada más.

    Bleke me tomó tan desprevenido, del mismo modo que lo hizo su hermano. Parpadeé repetidas veces al percibir lo cerca que estaban sus dedos de mi rostro y, aunque la sonrisa logró mantenerse en mi semblante, ésta adquirió un tinte entre dubitativo y confuso. Con un contacto amable, mucho menos efusivo que el de Jenkin, ella acomodó un mechón de mi cabello que aparentemente había quedado desordenado. La vergüenza, que había quedado como un amague, finalmente se derramó en mi fuero interno como una ola pequeña, no muy estruendosa; y quién sabe si en eso también tuvo que ver el hecho de volver a sentir la piel de Bleke rozándome, sus yemas deslizándose tan cerca de mi frente. La sensación se asemejó a lo ocurrido momentos atrás, cuando tocamos el narciso.

    Por otra parte, me sentía gratamente sorprendido: era la primera vez que Bleke atravesaba esa suerte de muro invisible que había alrededor de su figura. Ni de lejos desmerezco la confianza que habíamos construido, con nuestras bromas y hasta permitiendo molestarnos un poco. Pero creo era la primera vez que ella me alcanzaba de esta manera...

    Poniendo su mano fuera de la capa de hielo.

    Terminada su tarea, me dirigió una sonrisa que reflejé con calidez. Las sensaciones se enderezaron a la misma velocidad con la que me azotaron, escuché la respuesta que me dio sobre Jenkin, sin estar seguro de si Bleke estaba confirmando o replicando mi dicho. Negué levemente con la cabeza cuando se disculpó por su tardanza.

    —Así es —confirmé, cuando preguntó si había estado en pie todo ese tiempo—. Creo que habría estado mal de mi parte no esperarte de pie. Pero descuida, no fue una contrariedad ni nada.

    Cuando ella me dio la espalda para acercarse al banco donde casualmente estuvo Jenkin, observé su cabello, sus hombros; fue sólo un instante fugaz, antes de que la siguiera para tomar asiento a su lado. Pareció estar a punto de decir algo más, pero entonces hicieron acto de presencias dos trabajadoras de la mansión. Me había adaptado bien al ambiente de esta fuente por si similitud con la que había en mi hogar, la biblioteca de Estocolmo; por lo que la aparición de estas personas hizo que volviera a tomar conciencia de la magnitud del lugar en el que me encontraba. Se movieron con una precisión y diligencia pasmosas, no supe muy bien qué expresión o postura debía tomar un en estas situaciones; Bleke, que debía estar más que acostumbrada, debió de haberse entretenido con la manera en que las miré, como fascinado. También las agradecía cuando terminaron de acomodar la merienda; incluso reflejé un poco la inclinación que nos dedicaron, algo que fue probablemente no era tan necesario. Pero supongo que no podía con mi carácter tan educado.

    Bleke nos sirvió el té, cuyo aroma no tardó en elevarse en el aire. Aún sin ser un experto en la materia, supe por la fragancia que la infusión era de una calidad extraordinaria, y lo mismo podía decirse de las variedades que habían dejado frente a nosotros. Era un poco abrumador en cierto punto.

    —Muchas gracias —dije una vez que estuvo mi taza servida.

    La tomé con cuidado, sin querer pensar mucho en lo caro que debía de ser el objeto. La acerqué a mi rostro y cerré los ojos para sentir su aroma una vez más; la sensación, sus notas, me arrancaron una sonrisa leve, y finalmente me permití darle un pequeño sorbo. Sabía bien, aún así estiré un brazo para proveerme con una pizca de miel para endulzar.

    —Es un té delicioso —convine tras beber otro poco, sereno; entonces tuve una pequeña idea—. ¿Es tu favorito, quizás?
     
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