Chiyoda Mansión Middel [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 3 Marzo 2024.

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    Bruno TDF

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    Que negara la rareza de mi hábito sirvió para apaciguar el repentino bochorno que me había asaltado, amortiguando de este modo los primeros efectos de su latigazo. No tuve tan claro el origen sustancial de esta reacción; tal vez surgía de mi propio contexto y el pasado que traía sobre mis hombros, porque había momentos en los que era consciente de que no tuve, por decirlo de algún modo, la vida de la mayoría de los jóvenes. Se había dividido entre las paredes del observatorio y de la biblioteca, sobre páginas de libros y a través de los telescopios; como si fueran mis cuevas, mis castillos, mundos cuyas fronteras había traspasado en pocas ocasiones. Por eso creía estar normalizando cosas que a otros podían resultarles llamativas, como organizar la mente sobre un tablero que cabía entre mis manos… Pero Bleke le otorgó sentido con sus palabras y yo la escuché con genuino interés y un disimulado alivio, ya que confiaba en su raciocinio.

    Así, afirmó que el potencial de juegos como el ajedrez se alcanzaba desde el momento que los interpretábamos como un reflejo del mundo real. Asentí frente a este primer planteo, y cuando la escuché decir que con eso honrábamos sus orígenes, una sonrisa más amplia me alcanzó el semblante. Fue bastante más amplia de que lo que me hubiera gustado, siendo que solía expresarme con algo más de discreción, pero no hubo mucho que hacerle y tampoco me preocupé, pues estuve más interesado en seguir escuchándola, como siempre hacía. Me había animado que me dijera aquello, se sintió como si valorara esta faceta de mi personalidad, y pude sentirme tranquilo del todo. Menos acomplejado conmigo mismo.

    Surgió la mención del chaturanga, del tenía unas nociones vagas que Bleke se encargó de matizar con su relato. Su origen se remontaba a una guerra de sucesión que, curiosamente, no implicaba un derramamiento de sangre. Los conflictos bélicos de aquel entonces se desenvolvían sobre un tablero, de la misma manera que yo buscaba ordenar mis ideas entre los casilleros simétricos. Asentí mientras la oía, pensativo…

    “¿Qué clase de supremacía se persigue cuando prima la violencia por sobre la inteligencia?”

    Era un tema complejo que sin dudas merecía un espacio de reflexión, y un poco sin querer volví a recordar a Sorec, la misteriosa persona que me había citado a jugar al Go en el Club de Toshima, el día de ayer. Su visión del mundo era algo ominosa, pero me generaba una curiosidad similar a la que me había despertado Morgan en su momento. Esta pregunta quizá sirviera para conocer más de su punto de vista. También me habría gustado ofrecerle un primer punto de vista a Bleke, pero me quedé más con lo que dijo al final: que le alegraba que encontrara a mi familia cuando jugaba, y la importancia de conservar los lazos que nos reconfortaban.

    —No es solamente la familia —maticé, mirándola a los ojos—. Mi abuelo paterno, a quien una vez perteneció este tablero, decía que todas las personas con quienes lo compartimos pasan a formar parte de él, de su historia. No es necesario jugar, basta con, por ejemplo —esbocé una sonrisa serena—, tomar una de sus piezas entre los dedos para apreciarla de cerca.

    En un futuro, muy seguramente encontraría a Bleke en este ajedrez… pero no era algo que mereciese pensamiento ahora mismo. Mis palabras, quizá, también fueron una forma muy indirecta de expresarle que valoraba el lazo que estábamos formando.

    POR FIN, lamento la tardanza y gracias por la paciencia (?)

    Creo que con ésto dejo abierta la posibilidad del time-lapse, pero ya me dirás vos :P
     
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    Desconocía una buena parte de los conflictos mentales que a veces asaltaban a Hubert por motivos que, a mi entendimiento, podrían considerarse circunstanciales. Identificaba ciertos bochornos, ciertos reparos, pero no les otorgaba trascendencia o, quizá, la importancia que merecían. No lo sabía. Desde mis ojos, desde el mundo que conocía, no había vergüenza alguna en permitirse sonreír, o analizarse a sí mismo en un tablero de ajedrez, o emplear términos poco coloquiales a la hora de hablar. Eran, simplemente, características que conformaban a Hubert.

    Y estaban bien.

    La amplitud de su sonrisa, sin embargo, no me pasó desapercibida. Quizá no buscara significados profundos ni pretendiera indagar, pero nunca dejaba de observar el mundo. Había comenzado a absorber y estandarizar sus expresiones usuales sin ser plenamente adrede y en consecuencia, las desviaciones saltaban a la vista. El hecho, en cualquier caso, sólo volvió a confirmarme el aprecio que este chico sentía hacia el ajedrez.

    Me permitió hilar ideas y, finalmente, regresó sobre lo último que dije. Lo que comenzó como una suerte de réplica mutó hasta permitirme anticipar su resultado, aún si con ello pecaba de vanidosa. Siquiera fue voluntario, se asemejó más bien a una chispa que parpadeó en mi mente, dentro de mi pecho, antes de que pudiera ahogarla entre mis manos. Era y no era lo que quería, pues seguía cargando este apellido a mis espaldas y no creía ostentar el derecho de albergar tales esperanzas.

    Parpadeé, sintiéndome repentinamente abrumada por la intención de sus palabras, y bajé la mirada. El conflicto colisionó hasta que una sonrisa modesta brotó de mis labios, una que, en silencio, me pidió que dejara de torturarme con esto, y asentí con un movimiento ligero.

    —Igual podemos jugar —repliqué e invité, y al buscar sus ojos mi gesto se ensanchó—. Si te apetece, claro está.

    El resto del viaje transcurrió con la calma previa. Conversamos de algunos libros, intercambiamos ideas y el tiempo, liviano, se deslizó hasta sorprenderme ingresando a Chiyoda. Le mencioné a Hubert que ya estábamos cerca y le comenté algunos... datos curiosos del barrio, fuera que los conocía o no. Allí se alojaban muchas embajadas, lugares que mantenían contacto frecuente con mi familia, además de haber alojado algunos eventos importantes: el atentado en el metro, el asesinato de un primer ministro, un intento de golpe de estado... Era el corazón de Tokyo, el hogar del Palacio Imperial.

    Nos deslizamos por la calle que bordeaba el costado oeste del Palacio y finalmente llegamos a casa. El chofer activó la apertura automática de la reja con la sincronización usual e ingresamos en el terreno de la residencia, rodeando la fuente decorada con arbustos hasta detenernos frente a la puerta principal. La broma del comienzo se sostenía y, con disimulo, busqué presenciar las reacciones de Hubert a todo momento.

    —Llegamos —murmuré, como si no fuera terriblemente obvio.

    El chofer descendió del coche y abrió mi puerta, desviándose al instante para hacer lo mismo con la de Hubert. Me bajé, cerré mi lado con un movimiento suave y rodeé el auto hasta reunirme con el muchacho. Entre tanto, el hombre inclinó su cabeza en señal de respeto y despedida, y dispuso del vehículo para retirarlo de la entrada.

    —¿Te apetece un tour? —indagué, otra vez, más por molestarlo que otra cosa.
     
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    En respuesta a mis palabras, Bleke dijo que podríamos jugar al ajedrez. Su invitación provocó que una sensación agradable entusiasmo en mi fuero interno. Mi mente se centró en esa zona de la conversación y quedó apartada de otra cosa que observé: la fugaz desconexión de nuestras miradas, cuando sus ojos descendieron mientras le decía que ella también era parte de este tablero, de los pequeños cofres que traía conmigo. De haberme detenido en este punto específico, era probable que mis engranajes mentales hubiesen comenzado sus incontrolables giros para hacerme sospechar que algo ocurría. Pero ella no tardó en regresar a mis ojos, sonreír y conceder la mencionada invitación.

    —Es indiscutible que me apetece —concedí medio en broma, si bien estaba sumamente interesado en lo que tenía que mostrarme sobre el tablero.

    Fue así como el tópico de los juegos de estrategia tuvo un cierre momentáneo. más aún quedaban otros temas en los que explayarnos. Hablamos principalmente de libros, como era de esperarse en una conversación que nos involucrase; además de ideas en torno a diversas cuestiones de nuestro interés.

    Era algo que disfrutaba sin darme cuenta: Bleke era una chica muy instruida en diversos temas y sabía transmitirlos de una forma asequible, por lo que cada vez que me encontraba con ella sentía que aprendía algo nuevo. Era satisfactorio para alguien como yo, que me movía con la intención de ampliar mis conocimientos sobre todo tipo de asuntos… Y, sin embargo, las palabras de Morgan seguían reverberando como una suerte de recordatorio. De que la vida no se trataba de eso. El encuentro en el oscuro salón actos se había producido ayer, pero había echado importantes raíces entre mis pensamientos, porque me ofreció elementos con los que nutrir la visión de las cosas.

    Por eso, también llegué a pensar que esto, el rato que compartíamos en la cabina del coche, me gustaba por el sólo hecho de quién era la persona a mi lado, a quien consideraba mi amiga.

    Porque era Bleke.

    El tiempo transcurrió en suspiro para ambos. Supe que llegamos a Chiyoda porque así me lo hizo saber, comentándome qué sitios de interés había y eventos de índole oscura, catastrófica. El coche de Middel bordeó un costado del Palacio Imperial, donde dediqué unos largos segundos a observar cómo se alzaba a la distancia, al otro lado del agua. Pero no me esperé que la residencia de Bleke quedara tan cerca de este lugar: cuando quise darme cuenta, nos encontrábamos frente a una verja que Kyoshi activó para que se abriera automáticamente.


    Y más allá, una imponente mansión.


    Mis ojos permanecieron clavados en el parabrisas. Mi semblante permaneció sereno, pero fue más que evidente que mi atención había quedado por completo absorbida por la edificación, de tres pisos, con una cantidad de ventanas que indicaba un buen número de espacios, y algunas de las cuales no se podían divisar del todo por las aguas de una fuente que funcionaba en el medio de camino, como si fuera la corona del terreno frontal. El murmullo acuoso inundó mis oídos cuando Kyoshi la rodeó para ubicarnos cerca de la entrada principal de la mansión. El anuncio de Bleke me arrancó una pequeña sonrisa, donde además de la gracia se vislumbró mi incredulidad. No la miraba porque estaba analizando cada aspecto del edificio, reparando sobre todo en su estilo occidental, pero no me cabía duda de que Middel debía estar divirtiéndose como cuando apareció el coche en el Sakura.

    Me despedí del chofer con una leve inclinación antes de que partiera con el coche, y entonces volví a mirar a Bleke a los ojos. Fue entonces cuando me ofreció un tour, frente a lo cual asentí con una pequeña risa que no pude contener, porque estaba algo impresionado.

    Esto superaba cualquiera de mis deducciones.

    —¿Nos alcanzará la tarde para verlo todo? —bromeé, siguiéndole el juego; me giré hacia la mansión para apreciarla nuevamente, tras lo cual regresé a sus ojos, sonriéndole— Pero no veo por qué no, admito que mi curiosidad se encuentra en las nubes ahora mismo.
     
    Última edición: 18 Abril 2024
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    Las reacciones de Hubert, aún sutiles, se mantuvieron a la altura de lo que había esperado, entreteniéndome bastante. Observó y observó la casa, casi como si pretendiera contar los ladrillos bajo el revoque, y junto a la aceptación de mi sugerencia me alcanzó el sonido de su risa. Pestañeé, sonriendo un poco más, y se adecuó a la broma. Al recibir sus ojos me mantuve en ellos unos pocos segundos y finalmente avancé hacia la puerta.

    Saqué las llaves del maletín e introduje la correspondiente en la cerradura, girando luego el pomo de la hoja derecha. Al pasar la arcada nos recibió un espacio amplio y de techos muy altos, increíblemente luminoso. A la derecha nacía la escalera que giraba hasta abrir un balcón por encima de la entrada y seguir su camino sobre la pared opuesta, dando acceso a las habitaciones superiores. A la izquierda, las puertas que conducían a la sala estaban abiertas. El estilo era más sobrio que la fachada, mantenía una gama cromática fría con las baldosas de mármol, los muebles en madera de ébano, las barandillas de hierro negro y las variadas pinturas de tonos opacos. Mi padre atendía a la elegancia y la efectividad. Cada incorporación había sido cuidadosamente seleccionada y minuciosamente elaborada, pero casi todo respondía a objetivos y utilidades. Por ello la decoración, aunque exquisita, no era fastuosa.

    Mis pasos hicieron eco en el mármol y esperé a Hubert en el centro del espacio, girándome hacia él. En la pared opuesta a la entrada principal había una arcada que conectaba un inmenso pasillo con decenas de habitaciones y su puerta vidriada brindaba una vista panorámica del jardín trasero. La iluminación del recibidor se componía de una araña principal y varias farolas ancladas en puntos estratégicos.

    —¿Qué te gustaría recorrer primero? —indagué, y mi voz, así como mis pasos, proyectó un eco vacío.

    Había muchísimo silencio, como siempre.


    perdón la tardanza, Brunito, i had a hard time con esta travesía llamada meterme en la cabeza de ricachones cuasi aristocráticos PERO encontré una mansión preciosa que me encantó para ejemplificar la casa de Blee, así que voy a ir dejando acá fotitos de referencia. En este caso, el recibidor:

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    Si hay discrepancias entre mi descripción y las imágenes, lo canon es lo primero (?
     
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    Bleke se mantuvo sobre mis ojos tras mi aceptación de recorrer la mansión, reacción frente a la cual no mostré intención de apartar la mirada. La luz solar bañaba el patio incluso en esta hora vespertina, encendiendo la tonalidad de todos sus colores. Los vi reflejados en el celeste oscuro de sus ojos, donde mi propia figura destacaba en el centro, como una mancha predominantemente negra. Sólo cuando se giró para introducir la llave en la puerta me permití sonreír para mí mismo, sin que lo notase, debido a un pensamiento que irrumpió en mi mente: "Incluso los muros de hielo pueden ser cristales capaces de reflejar la luz del mundo y hasta fragmentarla en colores."

    Con un escueto “permiso”, atravesé el umbral de la puerta para desembocar en el recibidor. Había aprovechado los segundos en el exterior para mentalizarme sobre la suntuosidad del lugar, en el afán de aminorar las reacciones que de seguro seguiría exhibiendo; me daba pudor quedar en excesiva evidencia, pese a que no me molestaba que Bleke se entretuviera con mis ademanes. Pero como era de esperarse, tales esfuerzos no rindieron como hubiera querido. Mis ojos pronto comenzaron a recorrer el lugar con suavidad, deteniéndose en algunos muebles y pinturas, además de analizar su arquitectura. El recibidor era más moderado que la fachada de la mansión pero, aun así, creí detectar una meticulosidad en la disposición de cada objeto. Como si siguiera los lineamientos de una determinada estrategia.

    Era la primera mansión que pisaba en mi vida, pero deduje que todas buscaban reflejar algo más, aparte de la riqueza.

    La voz de Bleke se alzó entre las paredes, difuminándose en un eco. En este punto, mi indagación visual se había detenido en la puerta que se alzaba al final de un corredor. Volví a sonreírme, aunque en esta oportunidad no lo oculté.

    —El jardín —respondí al girarme hacia ella; mi gesto se amplió, entrecerrándome los ojos—. Quisiera ver los narcisos de los que me hablaste el otro día. Y las demás flores, por supuesto.
     
    Última edición: 2 Mayo 2024
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    Aguardé a que Hubert absorbiera tantos detalles como le apeteciera, de por sí era una reacción habitual que había visto en muchas personas al venir aquí por primera vez. Lo imité sin un objetivo concreto, y estar a su lado, en cierta forma, me permitió imaginarme cómo se vería frente a sus ojos; o intentarlo, al menos. Era natural en las personas dar por sentado lo cotidiano, y era insignia de mi familia reducir la belleza a su elegancia y funcionalidad. Pero ¿qué veía Hubert? ¿Qué había visto Ophelia? ¿Mamá? ¿Jenkin?

    Escogió el jardín. Recibí sus ojos con calma y la sonrisa le estrechó la mirada al mencionar los narcisos. Así que los recordaba. Pestañeé, mi semblante se suavizó con modestia y asentí, comenzando a caminar. Atravesé el recibidor hasta la puerta que daba al patio trasero, también de doble hoja y con los vidrios trabajados en un diseño sutil y sobrio. La casa poseía un gran balcón que permitía una vista panorámica de los jardines desde que ponías pie fuera. Estaba la amplia extensión de césped en medio, la piscina al fondo, el invernadero a la derecha y cada pared, cada baranda y columna decorada a su alrededor con setos y canteros perfectamente cuidados.

    Crucé el balcón y descendí los breves escalones que conectaban con el corazón del parque. Una vez allí aminoré la marcha y me acerqué al lateral derecho, transformando el recorrido en un paseo junto a las flores. No era muy versada en paisajismo y mucho menos en botánica, de eso se encargaba el jardinero, sólo sabía que los canteros estaban repletos de flores de todas las posibles formas y colores. Respecto a los narcisos, allí se veía lo que le había contado en la escuela: los había de varios colores y se organizaban siguiendo el mismo patrón de los tulipanes.

    —Era maravillosa la tristeza oscuramente bella de aquel amor, su locura y su desesperanza —cité en voz baja, otra vez, la obra de Hesse, acuclillándome frente a los narcisos blancos. Acuné uno en mi palma, con delicadeza—. Eran hermosas aquellas noches sin sueño llenas de cavilaciones y de temores del corazón.

    Retiré mi mano, una brisa sopló sobre el silencio y sonreí.

    —¿Cuál es tu flor favorita, Mattsson-kun?


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    Salimos a un gran balcón, desde donde pude apreciar cómo el terreno de los jardines se desplegaba bajo el cielo vespertino. Mi sonrisa se extendió sutilmente ante la belleza de aquel lugar, mientras continuaba avanzando detrás de Bleke, a la vez que registraba la piscina, el invernadero y, principalmente, las flores. Resplandecían a la distancia gracias a la luz solar que las bañaba, y admito que no había esperado tanta variedad de colores. A mi madre le gustaban las flores blancas y con ellas decoraba el patio central de la biblioteca; aunque no había visitado tantas veces ese espacio de mi hogar, puede que me hubiese acostumbrado al espectro níveo de sus pétalos.

    Descendimos la escalinata y giré en la misma dirección que Bleke lo hizo, acompañándola más de cerca. Con una inspiración silenciosa me embargué del aroma floral, fresco y relajante. Miré los tulipanes y otras flores que captaron mi atención; seguían un orden tan meticuloso como el de la mansión, siguiendo patrones precisos. Pero yo me centré en la belleza de cada una. A Bleke le había dicho que me gustaban las flores, pero que no me detenía tanto a observarlas, y ahora que estaba caminando frente a tanta cantidad y variedad, me alegró que me diera la oportunidad de estar aquí.

    Nos detuvimos ante los narcisos florecidos. Lucían preciosos, tal como los había descrito Middel la mañana que me los mencionó. Ella se puso de cuclillas, yo hinqué una rodilla en el suelo para que estuviésemos a la misma altura. Su mano acunó una flor con cuidado y escuché la cita de Narciso y Goldmundo que me ofreció esta vez…Una frase sobre la belleza que existía en el lado más conflictivo del amor.

    Antes de que Bleke terminara de citar a Hesse, mi mano se alzó para acariciar un pétalo del narciso que sostenía. Lo hice porque la flor me gustaba, pero también para que su suave tacto erradicara el brote que melancolía que quiso apoderarse de mi pecho.

    —"Toda vida se enriquece y florece con la división y oposición." —acompañé con una cita del mismo libro, manteniendo la calma de mi sonrisa.

    La brisa revolvió mis cabellos, lanzando hebras desordenadas sobre mi rostro, otra vez. Al final mi expresión se tornó divertida por este pequeño infortunio, que me obligó a apartar la mano del narciso para despejar mi visión. Justo en ese momento me llegó una nueva pregunta de Bleke.

    —Mi flor favorita también se encuentra aquí, la he reconocido incluso en la distancia —respondí, sereno.

    Me puse de pie con movimiento calmo y le extendí una mano a Bleke, para ayudarla a incorporarse. El gesto me salió con naturalidad y no lo pensé mucho honestamente, sólo esperé con una sonrisa a que ella decidiera si tomarla o no. Y hecho esto, le indiqué dónde había visto mi flor favorita.

    Las magnolias.

    Había de diferentes colores, como los narcisos y tulipanes. Rosas, amarillas, púrpuras. Pero mi mano viajó automáticamente a una magnolia blanca, de pétalos grandes y casi lisos. Apenas la rocé con las yemas de los dedos, como si temiera romperla, y el tacto hizo que danzara suavemente.


    —No tengo una frase sobre magnolias, lo siento —me disculpé a modo de broma, se me notaba relajado; miré a Bleke—. Dan una cierta sensación de elegancia, ¿no te parece? Creo que eso es lo que hace que me gusten, además de su perfume. Es la primera vez que veo tantas juntas, ya que no son muy comunes en Europa —eché un vistazo al cantero, a nuestros alrededores, y luego retorné la atención a ella—. Es un bello jardín, ¿sueles pasear seguido por aquí?

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    Última edición: 14 Mayo 2024
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    Hubert se agachó a mi lado, movimiento que percibí de reojo; con disimulo deslicé la mirada a la rodilla que había hincado sobre el césped y regresé a las flores, seleccionando una para sostenerla con delicadeza, acunarla y volver a citar el libro de aquella mañana. La mano del muchacho se coló en mi campo visual y, al trazar la textura de los pétalos, noté que su piel rozó levemente la mía. Era bastante absurdo, considerando que incluso habíamos bailado juntos, pero de alguna forma el contacto se sintió diferente.

    Pestañeé, viré el rostro en su dirección y, apenas selló su propia cita, la brisa le alborotó el cabello. Sus palabras habían evocado una idea que logró perturbarme en su momento, pero la imagen y su semblante, repentinamente divertido, me distrajeron de mis cavilaciones. Mantuve la vista sobre él hasta que recibí sus ojos y entonces indagué por su flor favorita. Se incorporó, volví a mirar su rodilla y de ahí atendí su mano, extendida en mi dirección. Una sonrisa brotó de mis labios y acepté su ofrecimiento en silencio, poniéndome de pie.

    Seguí a Hubert, atravesamos el jardín en una diagonal estrecha y acabamos frente a las magnolias. Seleccionó una blanca y la acarició con cuidado. Una idea se coló en mi mente y presté atención a sus palabras. Habló de su elegancia y aroma, y yo asentí. En la época que florecían siempre había magnolias frescas adentro de la casa, perfumaban los ambientes con notas sobrias que podría evocar el instante, en cualquier lugar. Las recorrí con la vista y, quizás impulsada por esa idea, corrí el cabello tras mi oreja y me acerqué a una para olerla.

    —Quizá no tanto como podría, pero sí, en especial cuando el clima lo permite —respondí, volviendo a erguirme, y comencé a caminar tras echar un vistazo a espaldas de Hubert—. Me gusta salir a leer.

    Recordaba lo que me había contado la otra mañana, sobre el jardín de su casa natal con la pequeña fuente y la banca. Bordeamos el lado opuesto al de los narcisos hasta acceder a una apertura lateral en el centro del espacio. Subí los escalones y el rumor del agua borboteó ante nosotros. Esta fuente era considerablemente más pequeña que la de la entrada y, a su alrededor, había dispuestas cuatro bancas de hierro y madera. Los arbustos se alzaban alrededor, brindándole al espacio cierta sensación de privacidad. Era acogedor.

    —¿Te gustaría beber el té aquí? —ofrecí, volteando a mirarlo.

    Lo prefería así, honestamente. Prefería, quizás, evocar una imagen de su infancia y disfrutar la tarde fuera de la casa, donde el silencio no se aplastara contra las paredes ni las puertas selladas se alinearan una tras otra, como vigilantes dormidos.


    En la imagen anterior llega a verse a la izquierda, pero acá se aprecia mejor:

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    A causa de haber pensado en las implicancias de la cita de Bleke, no fui plenamente consciente de que había deslizado mi mano muy cerca de la suya al acariciar el narciso. El roce que conectó nuestras pieles, combinado con la suavidad de los pétalos, me arrojó lejos de mi melancolía con una fuerza llamativa, porque el punto de contacto lo percibí de una manera distinta, sin saber que a ella le sucedía algo similar. Aunque no hubo alteraciones de ningún tipo por parte de ambos, por lo menos en un plano más visible, seguimos fluyendo como veníamos haciendo hasta ahora. Yo le recité la cita que hablaba del florecimiento a través de la oposición; porque teníamos una flor en nuestras manos, y sobre todo porque en eso pensé ante la imagen de que las penurias del amor, con su poder devastador, también podían tener su lado bello. Era complicado, pero invitaba a reflexionar.

    El viento terminó de distraerme, al lanzar sobre mis ojos hebras de cabello, y no pude evitar que la diversión se colara en mi semblante al pensar en el cuadro que debía estar dando. Simplemente corregí mi apariencia y esperé a que ella tomara la mano que le extendía; sus ojos me habían recorrido en el proceso, se detuvieron por un instante en mis dedos, y finalmente sus labios se curvaron. Le devolví esa sonrisa cuando terminé de ayudarla a ponerse en pie, y entonces pasamos a apreciar las magnolias.

    Con mi mano en torno a la magnolia blanca, destaqué la elegancia y el aroma, como los motivos que hacían que me gustaran y las considerara mis predilectas, además de añadir el detalle de que no crecían en mi tierra natal, lo que quizá contribuía a incrementar su atractivo. Ella las recorrió con su mirada de celeste oscuro, en esa actitud observadora que tantas veces le notaba y recordaba a la mía. No dijo nada enseguida. En su lugar, Bleke acomodó el cabello rubio detrás de su oreja para, luego, inclinarse a sentir el perfume de una de las magnolias. Mis ojos no se apartaron de su figura, en lo que duró esa acción.

    Transmitía mucha elegancia.

    Parpadeé ligeramente. Bajé la mano, que había quedado por un instante suspendida sobre la magnolia blanca, y no me quedó más remedio que reaccionar a este pensamiento, que cruzó mi mente sin permiso, con una sonrisa leve. Escuché su respuesta cuando se irguió. Bleke salía a pasear cuando el día era óptimo y dijo que le gustaba salir a leer. Asentí, comprendiendo ese placer que, sin embargo, yo no me había permitido tanto como cabría de esperar.

    —Podríamos probar una lectura al aire libre en la academia, en algún espacio relativamente tranquilo —se me ocurrió sugerir al conocer ese dato, mientras la acompañaba al lateral opuesto a los narcisos—. Además, nos daría la oportunidad de hacerlo en voz alta.

    Sentí el murmullo del agua, más leve y calmo que el de la entrada de la mansión. Al alzar la vista, vi la pequeña fuente alzándose en el centro de una abertura, que estaba bordeada por prolijos arbustos. Intuí enseguida el porqué habíamos venido a este lugar apenas noté las bancas, por lo que ya estaba sonriendo cuando Bleke se volteó para ofrecerme beber el té aquí.

    —Me encantaría —respondí con serenidad—. No sé si planeas darme a elegir qué tipo de té beber, pero de ser el caso te estaría agradecido si me das alguna sugerencia.
     
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    Mientras caminábamos, Hubert propuso realizar una lectura al aire libre en la escuela. No era una idea que no hubiésemos sopesado antes, la dificultad radicaba, precisamente, en los exteriores de la Academia. El patio norte era el espacio más agradable para disfrutar de la lectura, pero durante los recesos y bajo buen clima se llenaba de gente. Estaba el invernadero, de características similares y muy pacífico, sin embargo ¿calificaba como "aire libre"?

    —En la piscina, quizá... —murmuré, verbalizando una parte inconexa de mi cadena de pensamiento, y pasados unos segundos busqué los ojos de Hubert—. Sería una buena idea, sí.

    Una vez alcanzamos el sector de la fuente, el muchacho sonrió y aceptó mi sugerencia de beber aquí el té. Asentí, echándole un vistazo a una de las bancas.

    —Por supuesto. Iré a avisarle a la señora Drika, espérame aquí.

    Me giré y tracé el camino de regreso hasta el recibidor, de allí giré a la derecha y accedí a una de las salas, primero, la cocina después. La señora Drika se encontraba batiendo un bowl bastante grande mientras otro par de empleados iban y venían. Mis pasos fueron silenciosos, pero ella los distinguió al instante y alzó a verme.

    —Señorita —saludó, inclinando la cabeza un instante.

    —Beberemos el té en el jardín, junto a la fuente —anuncié, con calma y seriedad—. Prepara todas las variedades que tenemos, elegiremos allí.

    —Como guste, señorita.

    Eché un vistazo alrededor, noté el horno encendido y olisqueé el aire, percibiendo las notas de canela. La señora Drika acostumbraba hacer unas galletas esponjosas para la hora del té, sobre todo en el pasado, cuando éramos pequeños y pasábamos mucho tiempo aquí. Ahora... Fruncí ligeramente el ceño y regresé los ojos a la mujer. No hubo apremio ni preocupación en mi voz, tampoco sorpresa, nada que evidenciara la ligera aprehensión que sentí.

    —¿Jenkin está en casa? —le pregunté.

    . . .

    Probablemente no había transcurrido ni un minuto de la ausencia de Bleke cuando, ante Hubert, se presentó otra persona. No lo percibió hasta tenerlo frente a él, como si sus pasos fueran los de un fantasma. Era un muchacho alto y delgado, de piel pálida, cabello rubio ceniza y ojos de hielo. En resumen, una versión masculina de Bleke. Parecía mayor que Hubert, pero no por mucho. Sus manos en los bolsillos del pantalón marfil, la camisa blanca algo desalineada y la sonrisa le daban un aspecto desenfadado, incluso sobre la elegancia que su porte y vestimenta exudaban.

    —Hola~ ¿Quién serías tú?


    esperé media vida rolera para este momento (!!!) dejo acá el físico de Jenkin:

    Jenkin Middel.jpg
     
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    Bruno TDF

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    Le hice saber con una leve inclinación de cabeza que la esperaría, que se tomara el tiempo que hiciera falta para los preparativos del té. Era mejor de este modo; no me estaba considerando una carga ni mucho menos, pero separarnos por un instante le permitiría a Bleke desenvolverse con mayor agilidad. Dediqué un instante en observar su figura alejándose a lo largo del jardín, pasando entre la enorme variedad de flores que embellecían el sitio. Durante su caminata, volví a detallar la forma y colores de los narcisos. No demoré mucho en esta contemplación, no obstante. En el momento que Bleke atravesó la puerta por donde habíamos arribado al jardín, me encontraba con la atención puesta en la pequeña fuente.

    El regular vaivén del agua me hizo pensar en la piscina de la academia, que Bleke mencionó tras mi sugerencia de leer al aire libre. Me sonreí un poco, tal vez con algo de gracia: también había pensado en ese lugar como opción más viable, junto a la azotea. Estas coincidencias de pensamiento se estaban tornando ciertamente habituales y, si bien no dejaba de ser curioso a veces, hablaba de un entendimiento mutuo. En cualquier caso, asenté la idea en mi mente, como un plan para un futuro cercano.

    Repasé el pequeño espacio. Las bancas junto al agua, los arbustos que servían de fronteras para construir un espacio acogedor, la calma reinante. Me recordó al patio central de la biblioteca, allá en Suecia, por el tono tan calmo del ambiente, con la fuente que se hacía escuchar, como un murmullo suave. Me pregunté si sería una coincidencia o si, por el contrario, se trataba de…

    Justo enfrente mío, alguien...

    Sólo logré advertirlo cuando estuvo en la totalidad de mi campo visual. Alcé ligeramente las cejas, desconcertado por su aparición silenciosa, que eludió por completo mi percepción del entorno. Creía haber prestado honda atención a mis alrededores, a la espera del regreso de Bleke. Pero esta persona sólo se presentó ante mí, con un silencio rallante en lo fantasmal. Era un muchacho de elevada estatura y complexión delgada, con ojos glaciales y un cabello rubio muy claro; evidentemente, en lo que más reparé fue en el parecido que guardaba con Bleke. Contrario a lo que podría haber esperado, este chico lucía un aspecto más bien desenvuelto, que no iba a tono con el orden y la sofisticación de la mansión Middel, ni con el lujo de su vestimenta.

    Llamó mi atención la manera en que esbozó su pregunta, que era esperable de por sí. Lo atribuí, de momento, a un carácter aparentemente libre de formalidades, cosa que sólo podría confirmar con los siguientes intercambios. Le concedí una sonrisa serena, ya recompuesto de su súbita aparición.

    —Buenas tardes —saludé con educación—. Soy Hubert Mattsson, estoy de invitado —no tardé en extenderle una mano, a modo de reforzar tanto el saludo como la presentación; mi sonrisa se ensanchó un poco, apacible— ¿Con quién tengo el placer de hablar?

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    Última edición: 23 Mayo 2024
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    Jenkin.png

    La expresión de Jenkin, relajada, no cambió de forma visible hasta que Hubert comenzó a hablar. Sus cejas se alzaron ligeramente y esbozó una muy pequeña sonrisa al recibir su nombre. Descendió la mirada a la mano que le estaba ofreciendo, sostuvo el gesto escasos segundos y retiró una propia del bolsillo para saludarlo con firmeza; el sol le arrancó destellos pálidos al reloj dorado que sobresalió bajo el puño de la camisa.

    —Vaya, ¿Blee ni siquiera te ha hablado de mí? —Su suspiro fue ligeramente impostado, aunque quién sabe cuánta verdad hubiera en aquella decepción, y rompió el contacto para regresar su mano al bolsillo—. Jenkin Middel... ¿Mattsson? ¿Mattsson-kun? ¿Hubert? En fin, es un gusto~

    Había ladeado la cabeza al enumerar las opciones, casi como un niño conflictuado, pero poco tardó en recuperar la expresión despreocupada. Recorrió brevemente el espacio, pasando junto a Hubert y deteniéndose cerca de la fuente. Giró sobre sus talones y desde allí volvió a mirar al muchacho, esta vez, con la extensión del jardín frente a sus ojos. Su mirada se paseó entre las flores unos breves segundos y entonces repasó al moreno. En efecto, llevaba el uniforme del mismo instituto que su hermana.

    —Soy hermano de Blee, por cierto —aclaró, como si lo hubiese recordado de repente, y ante el desliz su sonrisa se ensanchó brevemente—. ¿Tienen que hacer una tarea? ¿Están en algún comité juntos?

    Había comenzado a caminar hacia la banca que le quedaba a pocos pasos. Tomó asiento, cruzó una pierna sobre la otra y entrelazó las manos al frente de su rodilla, observando a Hubert con clara diversión.

    —¿O son amigos, quizá~?
     
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    Incluso sus gestos se asemejaban, en parte, a los de Bleke. Estaban cargados de sutileza. Desde el principio di por asumido que se trataba del hermano que ella mencionó en una de nuestras conversaciones, el parecido físico era impresionante. No obstante, me pareció inadecuado preguntarle de forma directa si me hallaba ante ese hermano; sobre todo cuando yo, para él, no era más que un completo desconocido al que acababa de encontrar en el jardín la mansión Middel. Solo. Así que, en su lugar, opté por pedir su nombre mientras mantenía la mano extendida. Esta persona mantuvo los ojos allí durante algunos segundos, los suficientes para que tuviera un principio de dudas, hasta que finalmente recibió mi mano, imprimiendo con firmeza su piel contra la mía. El resplandor de su reloj de oro me alcanzó los ojos, haciéndome parpadear.

    Fue entonces cuando, en lugar de darme su nombre al instante, formuló una pregunta con la que apuntó a Bleke. Insinuando que ella nunca me había hablado de él. Mantuve la sonrisa serena en mi rostro, pero el tono de aquella frase volvió a hacer que parpadeara, ya que me había tomado desprevenido. Tampoco supe bien cómo interpretar el posterior suspiro: si aquella decepción era auténtica o, por el contrario, se trataba de una teatralización bromista. Mantuve la mirada sobre Jenkin Middel, con ese nombre se presentó, viendo además cómo su cabeza se ladeaba mientras enumeraba las formas en que podía llamarme. Pareció sumido en un conflicto interno, hasta que su expresión volvió a mutar en serenidad.

    —El gusto es mío, Jenkin —correspondí suavemente, mientras pasaba junto a mí—. Puedes llamarme Hubert si gustas.

    Seguí su recorrido hasta la fuente y le devolví la mirada cuando giró sus talones para observarme con más detenimiento. Pensé que iba a hacer una pregunta sobre mí, pero en su lugar volvió a poner a Bleke como centro. Para aclararme, sin motivo, que era su hermano. El desconcierto que me alcanzó fue mayor y esta vez tuve que acaparar mucha concentración mental, para evitar que se manifestara en mi rostro.

    —Lo sé —fue lo que atiné a decir, concediéndole una sonrisa amable.

    Me pareció la mejor forma de darle a entender que Bleke se refirió a él en mi presencia, sin inmiscuirme demasiado en un asunto que me era ajeno. Porque, si me detenía a pensarlo, no sabía que tipo de relación tenían. Hasta podían existir conflictos de fondo, en torno a los cuales debía tener cuidado. Mi intervención se sintió como deslizar una pieza sobre un tablero de ajedrez. Puede que fuese innecesaria, pero por algún motivo me surgió la necesidad de defender a Bleke, ante algo que comencé a interpretar como una acusación…

    Jenkin, tras sentarse en una de las bancas, me miró. Ignoré la diversión que parecía reflejar su figura y tan sólo escuché sus preguntas, aún de pie, con las flores de fondo. Quiso saber el motivo de mi visita, aunque al final se interesó sobre mi relación con Bleke.


    ¿O son amigos, quizá~?


    Siempre había considerado que lo nuestro se trataba de un proceso, en donde
    comenzaba a considerarla una amiga. Hasta que Jenkin pronunció aquella pregunta final, no me había parado a pensar si lo que mantenía con Bleke era, a estas alturas, una realidad consolidada. No un comienzo, sino algo que ya había echado raíces, sus cimientos.
    Recordé fugazmente. Nuestra primera conversación frente a la fogata. Las tardes en la biblioteca, con Kashya. El evento de baile, en donde nos acercamos un poco más, en diversos sentidos. Nos gustaba el mismo autor, Hesse; habíamos leído los libros que tenían gran significado para el otro, Antígona y Los crímenes de la calle Morgue; las citas literarias eran parte de nuestras conversaciones. Los intercambios de bromas, de sonrisas. Su mano sosteniendo el caballo de madera del ajedrez.

    Nuestras manos en el narciso.

    Miré a Jenkin.

    —Asuntos de la academia —respondí, pues no olvidaba que Bleke quería hablar conmigo sobre algo relacionado con el campamento escolar; sospechaba que era algo que nos involucraba a nivel personal, pero preferí responder de ese modo; no estaba faltando a la verdad, de todos modos.

    >>Y también, en efecto, somos amigos.

    Mi sonrisa se ensanchó levemente, no fui consciente de eso. Mantuve mis ojos oscuros sobre Jenkin, poniendo atención a sus gestos. Costaba un poco leerlo y los giros de su actitud me habían provocado algo de interés... Tal como me ocurrió con Morgan, en la oscuridad salón de actos; con Sorec, en su sala privada en el club de Go en Toshima. Eran misteriosos y removían mi curiosidad eterna.

    —¿También viniste a ver a los flores? —pregunté, tras echar un solemne vistazo a mi alrededor— ¿Hay una que te guste en especial, quizás?
     
    Última edición: 25 Mayo 2024
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    Jenkin.png

    Al recibir la habilitación de Hubert para llamarle por su nombre, la sonrisa de Jenkin se ensanchó y llegó a entrecerrarle los ojos en el momento que asentía, al parecer, contento por la decisión del muchacho. Sus palabras posteriores se encargaron de aclarar la cuestión, una que podía resultar confusa al tener en cuenta que los Middel llevaban dos generaciones siendo autóctonos de Japón. No que Mattsson contara con esa información, claro.

    —Me gusta, sí, nunca me acostumbré del todo a llamar a las personas por su apellido, ¡y ni te digo los honoríficos! Además, tu nombre es mucho más fácil y bonito de pronunciar. ¿Cómo te dicen tus amigos?

    Su tono era amistoso y no denotaba lejanía. Tras acercarse a la fuente y aclarar su parentesco con Bleke, Hubert le afirmó que ya contaba con dicha información. Aún si su respuesta fue amable, Jenkin creyó dilucidar un dejo de firmeza que lo hizo parpadear y que no modificó su semblante relajado en ninguna dirección. Vino entonces la catarata de preguntas, de opciones, más bien, y al recibir la primera respuesta Middel parecía preparado para decir algo; sus intenciones, sin embargo, se evaporaron en un punto intermedio al oír que también eran amigos. Otro parpadeo sobre su semblante aparentemente desenfadado y sonrió. Fue una sonrisa amplia, de hecho.

    —¿Eh~? —Su tono se moduló con un asombro sutil al retroceder y volver a su lugar suavemente, sin desenredar sus manos—. ¿Estoy conociendo a un amigo de Blee? Qué honor~

    En su voz se coló una risa ligera, casi pueril, que volvió aún más ardua la tarea de discernir sus auténticas emociones. Fuera alegría o fuera sarcasmo, lo cierto era que Bleke realmente no acostumbraba llevar a nadie a su casa.

    —Siempre era la misma niña, y tan seria y callada... —Emitió un suspiro breve—. ¿Y de la última vez que la vi? ¡Años! Llevaba un tiempo preguntándome si Blee tendría amigos en la escuela o si la estaría pasando bien. Me alegra que estés aquí, Hubby~

    Tipo confianzudo, se ve. Eso, o que le gustaba medir a las personas. Al recibir la última pregunta de Mattsson, Jenkin alzó las cejas y siguió la dirección de sus ojos con ligero desconcierto. Al responder se le coló una risa nasal de primera mano, gesto que no pareció corresponder a lo que verdaderamente dijo.

    —Venía del anexo, los vi aquí y no pude resistir la curiosidad. Pretendía saludarlos a ambos, obviamente, pero Blee justo se fue y ya estaba muy cerca, habría sido extraño quedarme clavado a mitad de camino, ¿no crees? —Otra risa fresca—. ¿Estuvieron hablando de las flores, entonces?

    La forma en que mantuvo su mirada sobre Hubert, tan atento y amistoso, daba la evidente sensación de estar esperando una respuesta desarrollada.


    duuuude me siento rara narrando en tercera persona
     
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    Bruno TDF

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    Jenkin dejó entrever la alegría que le supuso el poder llamarme por mi nombre. No tardó en aclarar que esto se debía a que no acostumbraba a dirigirse a las personas por sus apellidos. Me mostré comprensivo con su dificultad, en eso nos parecíamos. Mi caso personal no dejaba de ser curioso, ya que hablaba con formalidad pero prefería dirigirme a los demás por su nombre pila, y también me costaba un poco que se dirigieran a mí como ”Mattsson”. La excepción a esta regla era, precisamente, Bleke; escucharlo por parte de ella no me provocaba la inquietud antes mencionada. Tal vez, por el respeto que me inspiraba su cortesía y dignidad.

    —Casi todos me dicen Hubert, pero también me llaman “Hu” —respondí, manteniendo la sonrisa serena; entonces, recordé a Verónica—. "Hubby" es un apodo que me pusieron hace poco.

    También estaba el “príncipe” de Cayden, pero era largo de explicar y temí que lo malinterpretara. Además, aunque Jenkin se comportaba con ese tono desprovisto de lejanía, había algo indefinible rodeándonos, envolviendo el aire, que me llevaba a medir mis palabras con una precisión de cirujano. No tenía reparo en satisfacer su curiosidad, aunque tampoco deseaba exponerme con tanta ligereza, sobre todo tras escuchar sus llamativos apuntes alrededor de su parentesco con Bleke.

    Lo que detonó su reacción más notoria… fue mi afirmación de la amistad que mantenía con ella. Parpadeó, de la misma forma que lo hizo cuando defendí a Bleke, luego de lo cual la sonrisa estiró sus labios, tan indescifrables como las anteriores. Su voz se mantuvo suave, pero en ella detecté el asombro que parecía haberlo alcanzado. No comprendí el por qué de aquello, de modo que lo miré con un dejo de curiosidad, transmitiendo quizás una pregunta silenciosa a través de mis ojos oscuros. ¿Era algo de lo que había que sorprenderse, acaso?

    Jenkin añadió que llevaba un tiempo preguntándose si Bleke tendría amigos, si la estaba pasando bien en la escuela. Tuve una veloz reflexión sobre lo que aquellas palabras podían implicar. Recordaba que, el día que bailamos, sus ojos me parecieron muros de hielo a través de los cuáles no podía pasar. Incluso si nos consideraba amigos, existían puntos específicos en los que ella parecía trazar una distancia. Nunca me había preguntado cómo sería con los demás, si existían más personas con las que podía sentirse cómoda, además de Kashya y yo…

    Exhalé en silencio, sin cambiar mi semblante, mirando a Jenkin a los ojos, que también eran muros de hielo, infranqueables. Pero, aunque me estaba costando hallar una completa transparencia en su figura, lo cierto es que este punto de su conversación logró… que mi sonrisa se suavizara. Llegué a verlo como un hermano mayor preocupado por su familia. Aunque, eso sí, me sentí un poco incómodo cuando terminó diciéndome “Hubby”, sonaba muy extraño cuando provenía de personas que no fuesen Verónica o Cayden.

    De todos modos, seguía sin estar plenamente seguro de la honestidad de sus expresiones, por lo que seguimos midiéndonos.

    Mi pregunta sobre si había venido a ver el jardín… reconozco que no fue completamente inocente. Jenkin se presentó ante mí casi un minuto después de la retirada de Bleke, y me pregunté hasta qué punto podía tomar esto como una coincidencia. Él aclaró que sí nos vio previamente, pero que Bleke se había ido justo cuando él se estaba acercando y que no quiso quedarse a medio camino. Pero, en resumidas cuentas, que había venido por mera curiosidad.

    Era una curiosidad mutua, si me preguntaban.

    —Pienso lo mismo, también habría seguido mi camino con tal de no quedar a la mitad —le dije.

    Volví a mirar a las flores, meditativo por la pregunta que me hizo a continuación. Me había dado cuenta de que deseaba una respuesta más elaborada, por lo que decidí saltar mi propia resistencia, movido por la idea de que Jenkin tal vez se preocupaba por Bleke. A la vez, ilustraría la amistad que acababa de referirle.

    —No es la primera vez que hablamos de flores —conté—. En la academia, Bleke una vez me contó que los narcisos estaban floreciendo y que lucían preciosos. Le recuerdan a los molinetes de viento, los de papel —me sonreí por el repentino recuerdo del último detalle, que añadí casi como si se hubiera escapado de mis pensamientos—. Esa conversación me quedó presente, por lo que le pedí que me mostrara esos narcisos cuando me ofreció recorrer la mansión. Por eso me encontraste aquí, en esta zona repleta de fragancias —asentí—. Antes de que llegaras, ella había preguntado por mi flor favorita y le estuve hablando de las magnolias, a las que destaco, sobre todo, por su elegancia.

    Miré a Jenkin a los ojos. De pie, con el jardín de fondo.

    —Si para tí es un honor conocer a un amigo de Bleke, a mí me alegra poder hablar con su hermano en persona —le dije, sonriendo—. ¿Qué más puedes decirme sobre tí, Jenkin?


    Esto se siente como jugar al ajedrez mientras camino por un campo minado. 10/10 la experiencia *Pacha meme*
     
    Última edición: 31 Mayo 2024
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    Gigi Blanche

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    Jenkin asintió al recibir los diversos apodos de Hubert y, como quedó demostrado al poco tiempo, decidió emplear uno sin más. ¿Por ello se los había pedido? ¿O había sido una pregunta meramente destinada a mantener fluyendo la conversación? Su desconcierto al oír al muchacho autoproclamándose amigo de su hermana se traspasó a Mattsson y Jenkin lo notó. Sin embargo, no dijo nada. ¿Qué se suponía que hiciera, de todos modos? ¿Echar luz sobre una de las mil verdades que Bleke muy seguramente mantenía en secreto? No le correspondía y, siendo honestos, tampoco le apetecía. Ya se había rendido con ella así como se había rendido con su padre, su abuelo y el resto de los Middel.

    Eran todos iguales.

    Cuando la sonrisa de Hubert se suavizó fue evidente, en demasía transparente, y Jenkin se mordió la lengua para no echar a reírse o algo. No se trataba de burla, al menos no era esa su intención. Había una inocencia en la figura del niño que le impulsaba a oscilar entre la simpatía, la ternura y la pena. Claro que aún era muy pronto para sacar conclusiones, ¿cierto? Vandor le habría regañado respecto a tener en demasiada estima sus propios preconceptos. El hombre sabio era quien equilibraba exitosamente su ego y su inteligencia.

    No que le llevara el apunte a las enseñanzas de su padre, de todos modos.

    Finalmente, Hubert atendió al capricho silencioso de Jenkin y le brindó una respuesta extensa respecto a lo que habían estado haciendo. Los narcisos, los molinetes de viento, el papel. Por otro lado, las magnolias. Como venía siendo usual, su expresión no se modificó en ningún punto del relato. Le brindó su entera atención a Mattsson, no movió sus ojos ni un instante, como si en ese inmenso jardín repleto de distracciones sólo existiera el niño. Al final, la declaración de sus sentimientos le ensanchó la sonrisa. Estaba siendo honesto, no le quedaban dudas, y confirmaba su idea de ser un muchacho bastante adorable. Pobrecillo, ¿no? Dudaba que su emoción fuera producto del cariño con el cual Bleke hubiese hablado de él.

    Estaba alimentando sus ilusiones del puro aire.

    La pregunta, sin embargo, amenazó con desbaratar los pocos ladrillos que había apilado hasta el momento. Fue directo, casi incisivo, y dudó hasta qué punto era algo que se le decía a alguien que apenas ibas conociendo. ¿Acaso el niño... no estaba comprando su actitud? ¿La encontraría artificial? ¿O extraña, viniendo de un Middel?

    —¿Has visto que entramos en cortocircuito cuando el espacio de decisión es demasiado amplio? —replicó, junto a una risa breve, y suspendió un silencio muy breve entre ellos—. Claro que el recorte puedo hacerlo yo mismo, pero me sentaría mal no ser capaz de saciar satisfactoriamente tu curiosidad.

    Pese a que su semblante no mutó, en cierta forma su mirada se afiló ligeramente. Casi como si fuera... un reto.

    —¿Qué quieres saber, Hubby?

    O una advertencia.
     
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    Curiosidad. Intriga. Inquietud.

    Eran las tres premisas con las me desenvolvía entre las personas. No dominaban mi espíritu con fuerzas equilibradas, puesto que, dependiendo de la persona, una de estas nociones prevalecía sobre las otras. Era un curioso innato pero, por lo general, no me sentía inquieto con aquellos con quienes trataba habitualmente en la academia, como lo eran Verónica, Cayden y los demás; entre esas figuras que me aportaban comodidad, estaban a su vez quienes despertaban una sana intriga, tales eran los casos de Bleke y Kashya. También destacaba a Morgan, con su presencia fantasmagórica en medio de la oscuridad; y ella, además, me había hecho orbitar alrededor de una sensación de inquietud, de la misma forma que me sucedió frente a Sorec. Y como acontecía ahora, ante los ojos misteriosos de Jenkin.

    Pero no consideraba la inquietud como algo necesariamente malo. Sin embargo, me impulsaba a actuar para saciar la curiosidad, enfrentarme a las intrigas, conocer. Y sólo caía en cuenta de mis imprudencias cuando era demasiado tarde.

    No iba a negar la cautela con la que conversé en un comienzo, me parecía lógico guardar cierta reserva al momento de corresponder a la curiosidad de Jenkin. No obstante, una mínima parte de esa resistencia se esfumó cuando asumí, en esa cima de inocencia que alcanzamos los ignorantes, que sólo parecía querer lo mejor para su hermana. Sacié su curiosidad y, en ese proceso, expuse mi alma más de la cuenta. Entonces, como esperando un intercambio, aconteció mi pregunta.

    Una jugada arriesgada.

    Al escucharme, Jenkin pareció quejarse sobre lo vasto que era el campo de decisión al que lo enfrenté. Mantuve la sonrisa serena en el rostro mientras lo miraba. Efectivamente, mi idea fue exponerlo a una pregunta amplia para ver qué parte de sí mismo decidía destacar; la novedad estaba en lo atípico de mí interés. No sabría definir si mi pregunta implicó un acto de desconfianza, me inclinaba más por pensar que no era el caso. Manifestaba, más bien, un genuino interés en conocerlo mejor. Más allá de la cautela, también quería saber quién era, además del hermano de Bleke. Descubrirlo.

    Y por eso… terminé enfrentado a la amenaza de un filo helado.

    Sus ojos cambiaron, lo percibí al instante. Con su pregunta atajó la mía… Y no tuvo la liviandad de las anteriores. Algo en él, invisible, me hacía llegar una clara advertencia. Fue como sin un relámpago impactara demasiado cerca de mi posición. La sonrisa en mi rostro se desvaneció apenas, al tomar consciencia de que acababa de meterme en un terreno difícil de definir. Había vuelto a dejarme llevar por nociones previas y tirado de la cuerda con excesivo ahínco. No esperé que la mirada de Jenkin adquiriera esa fuerza intimidante.

    Conservé la sonrisa, pero en cambio alcé un dedo para rascar mi mejilla. Como siempre me ocurría cuando los nervios comenzaban a hormiguearme por dentro. Sentía que acababa de ofenderlo de algún modo.

    —Desde luego, mi pregunta fue en exceso amplia. Me disculpo por el atrevimiento —reconocí, retornando lentamente la sonrisa tranquila a pesar de que sus ojos me estaban inquietando, en el sentido más negativo del término; llevé la mano a mi mentón, pensativo.

    >>¿A qué te gusta dedicar tu tiempo? —pregunté— Una actividad, un hobby o simplemente detenerte en una contemplación... ¿Hay algo que disfrutes de realizar?


    Ay, Hubby, dónde te fuiste a meter.

    (¡y a saber qué más te espera en el futuro!)
     
    Última edición: 4 Junio 2024
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