Maniquíes

Tema en 'Relatos' iniciado por Lionflute, 28 Noviembre 2015.

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    Lionflute

    Lionflute Usuario popular Comentarista empedernido

    Aries
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    Título:
    Maniquíes
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Drama
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    Miraba hacia la ventana sin hablar y con el cigarrillo en la boca, casi quemándole los labios. Miraba por la ventana como esperando encontrar a Amparo al otro lado, esperando ver su cara entre los caminos que formaban las gotas en el vidrio, entre las infinitas figuras que desde la mañana se estaban formando. Pensaba en ella todos los días desde que llegó a esa ciudad, o incluso antes, desde que se subió al avión, condenándose a sentir el asiento vacío a su lado, ese vacío casi tangible que le acompañó desde Santiago hasta París sin darle espacio a pensar en otra cosa sino en Amparo.


    Decidió salir de casa ese día. Ya llevaba un par de semanas encerrado en un departamento, intentando no pensar en el futuro, pero el miedo a éste le comenzaba a quemar las entrañas, a retorcer el estómago y ahí, en medio de un pequeño estudio en las afueras de París, solo cabían él y Amparo y todo lo que venía con ella por añadidura, incluído el futuro incierto, por lo que salir a recorrer la ciudad no era tanto una decisión como una necesidad para el bien de su sanidad mental, a demás de la excusa para ir por más cigarros luego de fumarse el último que le quedaba desde Chile. Se detuvo frente a una tabaquería e hizo la fila necesaria para llegar hasta la caja y, al estar ahí, frente a la vendedora, notó que su francés tan básico no le proveía de las palabras ni la agilidad mental necesarias para poder pedir lo que necesitaba. Ninguno de los dos hablaba inglés tampoco, pero ambos pudieron reconocer la palabra smoke, gracias a la cual pudo salir de la situación. El precio de los cigarrillos le pareció un robo y pensó que podría haber traído más desde Chile, o al menos más dinero.


    El cielo se iba abriendo de a poco a las dos de la tarde y la lluvia amainaba de a poco, dándole espacio en una esquina, antes de llegar al metro, para encender un cigarro y mirar al rededor. El barrio de Saint Ouen tenía un aspecto decadente que no había notado sino hasta ahora y de repente el cielo le pareció más gris de lo que hubiera creído dos minutos antes. Las caras extranjeras invadían las calles en la periferia, caras árabes, caras africanas tan lejanas a lo que él creía de París. “Tan cerca de la ciudad y tan lejos del estereotipo”, pensó mientras apagaba el cigarrillo y giraba su cara hacia la escalera del metro y entonces ahí la vio, entrando al metro, la inconfundible espalda de Amparo. La consternación no lo dejó actuar de inmediato. No podía ser posible, su sola presencia ahí mismo sería una burla, una broma y de las peores. Aún podía recordar las palabras que resonaron en su cabeza en pleno aeropuerto: “Lo siento, pero no puedo” y los pasajes que le dejó en sus manos, verla desaparecer entre la gente y saber que ya no había marcha atrás, tener que enfrentar el vuelo, vacío de Amparo.


    Se puso en movimiento y entró al metro, casi vacío a esa hora y siguió el rastro de Amparo cuya espalda se movía entre la gente que, como un río, se abalanzaban en flujo contrario al suyo, hasta que la perdió por un segundo y la volvió a encontrar sobre el vagón en el mismo momento que la puerta se cerraba en sus narices y que el tren partía del andén dejándolo en completa impotencia. Estaba completamente estresado con lo que acababa de ver. Las manos le sudaban y caminaba en círculos en la estación mientras esperaba el siguiente tren, llamando la atención de todos los que se encontraban ahí y que iban llegando.


    ¿Qué haría Amparo ahí? ¿Que querría lograr? Recordaba los buenos días con ella, los fines de semana en Valparaíso, amándose en un cuarto viejo en uno de los cerros. Ella con su perfume natural salvaje de morena y él observando su silueta dibujándose en la ventana mientras fumaba un cigarro desde la comodidad de la cama. Los planes a futuro, el sueño de París que sonaba tan lejano, la negativa de su familia y el apoyo de Amparo, su apoyo incondicional. Todo parecía tan mentira en este momento, todo tan de papel picado soplado por el viento.


    El metro llegó con su gentío habitual. Recambio de pasajeros y entonces sentirse entrar en el vagón casi inconscientemente, sentirse fluir con la gente como una misma masa, sin saber dónde o cómo desconectarse de eso, pero estar ahí, mirar a los lados y entonces sentirse tan distinto, tan ajeno. Caras serias y miradas fijas en la nada. El silencio reinaba en el vagón y su ruido cubría el del tren recorriendo los túneles subterráneos. Por un momento, al observar los rostros, llegó a pensar que todos pensaban en Amparo, no en la misma Amparo, sino cada cual en su propia Amparo, una Amparo quizás más rubia, quizás pelirroja. Quizás una Amparo hombre, con bigote o sin él. Una Amparo sin forma, una Amparo atemporal, una situación de carácter Amparo. Amparo recortándose en la ventana y tarareando una canción en plena noche, acurrucándose en su pecho y mintiendo, diciendo “te amo”, diciendo “siempre”, esuciándose la boca cada vez más y uno saberlo, ir hundiéndose poco a poco en el fango pensando que Amparo esta afuera para sacarnos en cualquier momento pero sabiendo que es quien nos jala los pies desde el fango, pero siempre creyendo, queriendo creer, porque “te amo”, porque “siempre”, porque Amparo.


    La estación “Saint Lazare” lo pilla desprevenido en el momento en que una lágrima le rodaba por la mejilla y entonces decidió salir del vagón al ver que algunos volteaban a verlo y la sola idea de dejar entrever su interior le aterró un poco. Ya estando en el andén, pensó en salir, pero era su primera vez en París y salir a la calle le asustaba. Tenía que estar al menos a la altura de sus espectativas y, estando lejos del centro, decidió tomar la línea catorce y bajar en Chatêlet, más cerca del centro y de un París real, según pensaba, lejos de la Torre Eiffel, que a decir verdad, sin Amparo de por medio no le llamaba mucho la atención. Ella siempre la mencionaba desde que decidieron irse juntos de Chile, irse a la vida, como correspondía. Decía que “lo primero que quiero hacer en París es ir a recorrer la Torre Eiffel contigo, porque es un lugar para los enamorados”. Los sitios así nunca le llamaron la atención a él y menos ahora, porque le parecía ahora más mentira que nunca y creía que de estar allá, vería a Amparo en todos lados y le sería insoportable. Entonces tomó rumbo hacia Châtelet.


    Salió de la estación por la Rue de Rivoli y la gran calle le pareció tan vacía a eso de las tres y algo de la tarde, tan llena de gente y tan vacía. Rostros fríos e indiferentes pasaban en lenguas extrañas a su oído, hablando tranquilamente mientras él observaba los enormes edificios que, según pensó, deberían estar igual de vacíos que las calles. Tal revelación le hacía pensar en Chile, en volver. Pero luego de aquella discusión, aquella en que su madre le pidió que no se fuera, en que le pidió que reflexionara, por Dios, hijo mío y que le echó a Amparo en la cara, se la escupió a insultos y él, impotente en la palabra decidió levantar el brazo. Deseaba que su ya fallecido padre hubiese estado en ese instante para detenerlo, por que aquel acto cobarde no se lo ha podido perdonar. Su madre no le respondió nada en ese instante. Se quedó inmovil, como esperando recibir algo más, esperando que la mano bajara de nuevo, sin mirarlo a los ojos y resoplando como bestia por la impotencia. El aire estaba seco y el silencio era agudo como un cuchillo. Ni siquiera su ya fallecido marido había jamás osado levantarle la mano de esa manera. Entre lagrimas y sollozos intentó él disculparse, pero antes de que cualquier palabra entendible saliera de su boca, su madre le dijo, sin mirarlo a los ojos: “Vete”. Sólo eso bastó para que se tragara las lágrimas y se las atorara en la garganta antes de soltarlas todas tras la puerta al salir. Ya no había vuelta atrás y desde entonces no había vuelto a hablar a Chile, se desligó completamente de él y entonces Amparo, el vuelo, el vacío.


    El cielo se le oscureció de repente aquel día de invierno. Pasó horas recorriendo las calles y las caras de la gente en busca de algún alma y se encontró caminando entre maniquíes, cada uno en su estantería, al otro lado del vidrio en plena calle y entonces la noche le cayó sobre los hombros. A eso de las seis de la tarde decide por fin ingresar a un bar, por una cerveza o lo que pudiese pagar, cualquier excusa era buena para no volver a casa, para evitar el futuro y a Amparo; para evitar los fantasmas, las quimeras que nos acosan en la soledad de un cuarto cerrado y silencioso. Pidió una cerveza y comenzó a mirar a su al rededor, cada cara, cada expresión, cada movimiento y le parecía ser parte de una obra de teatro, donde todo estaba escrito con sumo cuidado y él no era el personaje principal, sino un extra más, parte del escenario, quizás. Frente a él, hacia el fondo del salón, había un grupo de amigos. Dos chicos y una chica que conversaban felizmente. Los había visto entrar y en la chica reconoció la espalda que vio antes en el metro, pero no era Amparo, para su alivio . No comprendía cómo podían estar felices, cómo era posible que los maniquíes estuvieran tan contentos con tantas Amparo sueltas por el mundo, tanta mentira desperdigada. Los observaba con mucha minucia, cada detalle era importante para él. Uno de los chicos, el rubio (el otro tenía el pelo castaño) le tomaba la mano a la chica y esta de tanto en tanto se le pegaba al hombro, por lo que era posible suponer que algo había entre ellos. Pareja o no, poco importaba, algo había. El otro chico se les acercaba amistosamente y, a juzgar por un par de palmadas en el hombro mutuas, se podía asumir que entre todos se conocían hace ya tiempo. Era imposible para él no comparar a la chica con Amparo. Su pose, su forma de hablar, su piel morena y el cabello medio rizado. Ya después de la tercera cerveza le parecía que no podía ser sino, al menos, una familiar lejana de Amparo y entonces sucedió. Ella se levantó hacia el baño dejando a los dos chicos solos. Al ponerse de pie, besó al chico rubio en los labios, dejando ahora en claro que con éste algo pasaba y, luego, se dirigió al baño, pero él no pudo mirarla, porque a penas desapareció de escena, comenzó a notar algo raro. Ambos chicos se miraban sin hablarse, pero se sonreían tímidamente. Se murmuraron un par de cosas y entonces su atención volvió a focalizarse en la mesa. Se hablaban con gran cercanía, con mucha ternura y entonces, la mano del chico rubio atravesó el espacio muerto bajo la mesa y la mano del chico castaño salió en su encuentro y ahí, al sentir la puerta del baño que se abría, un escalofrío les recorrió a ambos la espalda y volvieron a la dinámica original. Observó entonces al rededor y se dio cuenta entonces que todos estaban al tanto del libreto, porque a nadie parecía importarle que Amparo estuviera ahí, pero ya no era ella, sino él, el chico rubio y ya no lo pudo soportar. Se puso de pie y fue a pagar las cervezas antes de partir de aquel sitio hacia las calles parisinas.


    Salió con Amparo pegado en la mente, con la claridad de un flash atravesándole el pensamiento. Recordó entonces aquel día en el aeropuerto. Amparo entrando sin sus maletas, dejándolo perplejo. Amparo con una chica de la mano acercándose a él y con los boletos de avión en la mano. “No puedo hacerte esto. Lo siento, pero no puedo”. Verla partir entre la gente y recordar nuevamente las noches en Valparaíso y tanta mentira junta en un solo cuarto viejo. Haberlo visto venir meses antes, la chica mirándola en el bar, pero no era posible, cómo Amparo le haría algo así, como París la empujaría tan fuerte a ella y ella a mí. Terminar en ésta ciudad finalmente sin ella y sin vuelta atrás, con un futuro incierto, con Amparo en todos lados, pero de todos modos sin ella. Se dirigió entonces al Sena, al Pont Neuf para pedirle explicaciones al cielo, a París con sus luces, a los candados del Pont des Arts que se dibujaba sobre el río en la distancia. Preguntarle a los maniquíes que pasaban tan ajenos al lado de él en la inmensidad de aquella noche. Miró entonces hacia el río y pudo ver a Amparo por última vez, la vio ahí en el fondo, jugando con su reflejo, jugando con las lágrimas que iban cayendo una a una sobre el río que apenas se agitaba entonces. A nadie pareció importarle cuando subió el primer pie a la baranda del puente. Nadie pareció inmutarse ante su presencia de pie sobre esta. La gente solamente volteó a ver cuando cayó como una marioneta a la que le cortan los hilos y su cuerpo se estrelló con la superficie del Sena a eso ya de las nueve. Su cuerpo lo sacaron ahogado en unas horas en que una parte de la ciudad detuvo su movimiento para contemplar el acontecimiento. Los maniquíes que por ahí pasaban se volvieron quizás más humanos durante esas horas y, aunque muerto, dicen algunos que lo volvieron a ver por las calles de París, hablando un francés bastante decente, montado en la línea trece, camino a Saint Ouen, mirando fijo a la nada, pensando en quizás qué cosa.
     
    Última edición: 28 Noviembre 2015
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    Ruki V

    Ruki V Usuario popular

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    Aquí y ahora en donde vivo estamos a menos de quince grados, pero leer este one-shot me hizo sentir escalofríos de los agradables. Tu forma de narrar me atrapó por completo desde que terminé de leer el primer párrafo; todo tan nada exageradamente descriptivo y encantador. Debo decir que entre más leía más me intrigaba Amparo y lo que hubiera llevado al protagonista hasta aquel punto. No podía dejar de hacer suposiciones palabra a palabra que leía en el párrafo más largo, sobre el bar. No me esperaba aquello del chico rubio y el castaño -miladofangirlseapoderódemiporunsegundoporelquetuvequedejardeleer...-, mucho menos la mención de Amparo al final de dicho párrafo, hasta que leí la explicación.

    Estoy sencillamente maravillada. Y no noté ninguna falta ortográfica, o al menos ninguna que molestara la lectura. En cuanto a la... ¿cómo decirlo? Persistencia de la estructura, solo un detalle mínimo:

    Si recuerdo bien lo que leí hace un par de minutos, estaba todo en tercera persona/narrador omnisciente, y de pronto ese "a mí" está fuera de sitio.

    Sin comentarios mayores sobre el final. Me pareció trágico porque el protagonista me pareció fácilmente entrañable, pero no me sorprende que su situación lo orillara a tal desenlace.

    En verdad deseo leer más de tus escritos. Saludos c:
     
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