Maldita carta.

Sus ojos se centraron en el lago que lo veía inerte. Ni siquiera su dolor era capaz de compadecerle, sus ojos no querían dar crédito a una lágrima, no le daban paso.
Aquel nudo formado por el orgullo y el sufrimiento en carne propia que vivía, como una cuchilla que se clava con fuerza y de forma certera en el blanco, inundaban su razonamiento y toda clase de pensamiento positivo acerca de la situación.

¿Y quién podría soportarlo? Después de todo, la infidelidad no es asimilable, no es algo que se disculpe. De todas formas, deja un dolor punzante y humillación enorme en el individuo que lo sufre; y es que no es como si le doliera, no, sentía rabia, una rabia que lo ahogaba en su agonía y doliente soledad.

—Maldita seas —empezó a decir entre gemidos contenidos —, ¡maldita seas, Yuuki!

Pero, ¿por qué solo ella? No, tampoco estaba siendo justo. Su juicio sin medida no era justo, ese maldito compartía culpa, ese bastardo.

—Me vieron la cara de idiota —unas carcajadas burlonas y fuertes resonaron en el sitio adornado con rosas blancas.
Ese día, ese maldito día en el calendario, Yuuki le entregaría su lealtad. El pacto de sangre que se daría, no permitiría que ella le fuese infiel, ni que él se atreviese al mismo pecado. Pero no, justo en aquel entonces, faltando minutos para ello, Yuuki, su debilidad y por ende, su perdición, no apareció, dejando una carta que, probablemente, hubiese escrito llorando. Pero por favor, era ridículo si quiera pensar que le pesaba. Tanto ella como el maldito debían ahora de estarse burlando de su inocencia. ¿Cómo diablos no se percató antes? ¿Cómo fue tan ciego?

Volvió a abrir la carta que no se había atrevido a arrugar; su aroma permanecía ahí, el de la joven castaña que le había sonreído con falsedad durante los últimos meses.
Las letras habían sido hechas con tanta delicadeza, que simulaban haber sido practicadas por horas, como si fuese una letra falsa, un plagio. Quiso convencerse de ello, pero conocía bien su forma de escribir.

Bueno, realmente no sé cómo podría decírtelo, pero en verdad que, ya no siento lo mismo de antes…

Lloriqueó como un idiota, le dolía, más aun así buscaba algún indicio de broma en la carta, algo que refutara su viabilidad.

Durante algunos meses, he intentado reforzar lo que sentía hacia ti, ese amor ciego del principio; pero me es imposible, y me parece demasiado injusto contigo que te jure fidelidad, cuando en realidad te he estado faltando durante tanto tiempo…

— ¡Maldición! —sorbió su nariz con furia contenida, sus manos temblaban por completo.

Además, quiero que entiendas que, también cometo errores, y me dejé tentar por el atractivo físico de un hombre. Sé que es demasiado vil que lo haya hecho, más aún que me dejase llevar a sabiendas de que estaba mal; pero sucedió y ya no hay marcha atrás.
Lo que en verdad me duele decirte, es quién fue la persona con quien te engañé, y aunque no lo creas, realmente me agobia no poder decírtelo de frente, pero no me considero capaz…

Se detuvo, no quiso continuar leyendo, en verdad sentía como su algo dentro de él se rompía en mil pedazos, se sintió vacío, torpe, iluso, utilizado.

Lo diré de una sola vez…

Estuvo atento, como si le hablasen en persona, con los ojos nublados y fríos.

Ese alguien con quien me deje llevar, y a quien descubrí que amo enteramente es…

Apretó la mandíbula.

Kaname.

— ¡Maldita! —esta vez arrugó el papel sin remordimiento y lo lanzó con fuerza, sin ver dónde había caído. No era él, estaba demasiado descontrolado, furibundo.
—Púdranse los dos.

La carta bailó en el viento, quedando en una rama. Claro estaba, no leería más de eso, no lo necesitaba, era ridículo volver a hacerlo, después de todo una disculpa no lo arreglaría, no enmendaría el daño; peor aún: no arreglaría el resultado.

Lo lamento, Zero.