Madre — ¡TE LO RUEGO! ¡DEJANOS EN PAZ!— los vecinos del lugar vieron su apacible sueño en aquella noche de tormenta interrumpido por el grito de una mujer y, alarmados, intentaban observar lo que sucedía por las ventanas— ¡Es nuestro hijo! ¿¡Como puedes pensar en hacerle daño!?— la escena se desarrollaba bajo las luces de la calle principal y la lluvia que caía torrencial. La mujer, evidentemente embarazada, apuntaba, exhausta y temblorosa, con un arma al hombre de pie frente a ella mientras continuaba suplicando por su vida y la del niño en su vientre. El hombre, con pánico en cada expresión del rostro, se veía débil por heridas de disparo en el cuerpo, pero a pesar de eso se acercaba amenazante a la mujer, sosteniendo un cuchillo en las manos — ¡Esa cosa no es mi hijo! ¡Reacciona, maldita sea! ¡No te haré daño, pero debemos matarlo ahora mismo!— fue la respuesta del hombre a las suplicas de la mujer antes de abalanzarse sobre ella. Los testigos quedaron sin aliento cuando la pareja cayó al suelo entrelazada en feroz combate, todo terminó con el estruendo de dos disparos. La mujer exhalaba su último aliento, sonriente por haber protegido a su hijo enterrando el cuchillo en su pecho ante el ataque; mientras el hombre yacía muerto con su expresión de pánico imperturbable en el rostro. La mujer fue llevada con urgencia al hospital, con pocas probabilidades de sobrevivir; pero ella continuaba luchando, soportando aquel dolor infinito, suplicando que salvaran la vida de su hijo antes que la suya. Los médicos procedieron a una cesárea de emergencia para cumplir la última voluntad y sacrificio de aquella mujer... Los gritos de pánico, desconcierto y terror que se escucharon en el quirófano helaron la sangre de todos en el hospital. Cuando el personal de seguridad acudió al lugar se unieron a las miradas de horror que todos le daban al ser diminuto que devoraba el cadáver de lo que fue su madre. Cuernos sobre la cabeza, piel del color de la sangre, pezuñas en lugar de pies; manitas con garras duras como el acero, las cuales usaba para desgarrar la carne de la mujer, y en su rostro, además de dientes puntiagudos con los que devoraba a su madre, unos ojos amarillos con pupilas alargadas que expresaban una malicia sin igual. Cuando la policía llego no encontraron nada, ni el cadáver de la mujer, ni al monstruo que todo el personal implicado relataba sin cesar, tan solo una gran mancha de sangre en el suelo del quirófano y unas huellas de algún animal que se alejaban hasta desaparecer en la calle. Este caso era extraño, la mujer era una persona desaparecida desde hace solo una semana y era imposible que en ese tiempo gestara a un bebe de ocho meses; y el supuesto padre, resulto ser un ex novio que fue asesinado y llevaba muerto seis años, y su cadáver también desapareció.
