Lunas y Arenas

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Taisha StarkTaisho, 27 Febrero 2013.

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    Taisha StarkTaisho

    Taisha StarkTaisho Usuario común

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    Lunas y Arenas
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Aventura
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    2
     
    Palabras:
    4063
    N/A: Este por ahora seria un capitulo unico, me gustaria que me den su opinion si deberia seguirla. Aceptó toda clases de sugerencias y la idea para un titulo nuevo jeje xD. Espero que les guste.

    *-*-*

    Lunas y Arenas:

    Las olas se alzaban varios metros sobre la superficie en una noche que parecía sacada de la más horrible pesadilla. Negra como la misma oscuridad reinante, las aguas chocaban con fuerza contra los maderos de la goleta que intentaba abrirse paso a través de aquellas escalofriantes turbulencias. El viento no dejaba nada de pie en cubierta, así que todos los marineros, agazapados en los almacenes, se encomendaron a Dios por lo que suponían era su inevitable muerte. Excepto él, su Capitán, que se encontraba erguido apenas resistiendo el agitado vaivén, con sus manos puestas con extremada firmeza en el timón, intentando salvar la nave. Sus ojos azulados centrados con preocupación en el frente, apenas vislumbrando lo que sucedía. Unos cuantos metros más, una manta blanca de espuma lo hizo arrugar el ceño tragando de inmediato saliva. Allá estaba el roquerío y las olas chocaban con brutalidad contra ellas, produciendo una extraña espuma blanca que contrastaba enormemente con la oscuridad de las aguas del mar.



    —Diablos...—masculló con rabia sin siquiera percatarse que la lluvia lo tenía completamente empapado, su cola de caballo rubio estilaba agua a chorros por el piso de madera. Sus dedos giraron hacia babor el timón, intentando esquivar aquellas rocas que serían su perdición, pero la fuerza de las aguas en aquella endemoniada tormenta era más fuerte y los llevaba directo a la muerte. Apretó la mandíbula mientras veía como se acercaban, pero él no se daría por vencido.

    Sus manos movieron nuevamente con fuerza la rueda del timón, mientras sentía que los músculos de su espalda crujían por el esfuerzo hecho. Nada.



    ¿Quieres que te ayude?—dijo una voz burlona a su izquierda, el joven de ojos dorados y mirada burlona posó ambas manos en el timón, al lado de las del maduro capitán. Ambos hicieron girar nuevamente la rueda, y como si fuera un milagro, la nave finalmente cambió el curso, hacia babor, alejándose poco a poco de los roquerios.



    —Estúpido clima... —dijo el capitán entre dientes, la carcajada de su compañero no se hizo esperar. — ¿Y tú? ¿Porque no viniste a ayudarme al inicio de la tormenta? ¡Me habrías ahorrado el susto de muerte que tuve que sufrir a causa de no poder manejar la nave! —le grito molesto, la lluvia se suavizo conforme rodeaban la nueva isla.

    Eric exhaló todo el aire contenido, aliviado de saberse a salvo gracias a la ayuda de su mejor amigo. Miró al joven, que se quitaba el agua de su cabello negro con la vista dorada fija en la isla, cerca ahora.

    —Pero si eras tú el que quería venir a esta isla, Eric... —dijo Felipe mientras se cruzaba de brazos—Y tampoco sé por qué nos quedaremos aquí... —acotó finalmente, intentando que con aquellas palabras el otro se confesase, pero esperó en vano, Eric no lo hizo. La tormenta poco a poco fue amainando, Felipe suspiro con aburrimiento— Iré a ver a tu "valiente" tripulación, amigo —dijo el pelinegro con sarcasmo, pues ni apenas había empezado a llover esos se habían ido a refugiarse sin pensarlo dos veces a los almacenes.

    Eric negó divertido, tal vez su tripulación no era las más valientes de todas, pero con un licántropo como amigo ¿Que más quería? Con Felipe de su lado, las cosas se volvían más fáciles.

    Al estar ya en la Bahía del Príncipe, lanzaron cuatro anclas, una por cada ángulo de la nave, para que la fuerza de las aguas no la arrastrasen nuevamente hasta el mar. No querían volver a sufrir la perdida de otro barco por culpa de sus descuidos. Los marineros miraron con algo de confusión las luces de la isla que eran visibles desde la goleta. Felipe enfocó sus caninos ojos dorados sin importarle la lluvia que caía inclemente sobre su cabeza, observando el paraje, muy visible en la oscuridad de la noche, que tenía enfrente. ¿Por qué habían tenido que navegar hasta tan lejos? Estas eran otras aguas, otras culturas, otras tierras... ¿Por qué Eric los había alejado tanto de casa?. Al oji-dorado no le gustaba la incertidumbre, eso lo ponía más rabioso de lo que ya era.

    Un golpe, como si algo hubiera caído al mar, lo hizo volver a la realidad asomándose preocupado hacia las barandas sin ver al capitán ¿Acaso Eric se había caído?. Sonrió apenas cuando lo vio en un pequeño bote, remando con rumbo directo a la playa. Felipe movió la cabeza, aquel hombre era totalmente impredecible ¿Qué sería lo que haría?... ¿Por qué no esperar hasta el amanecer para recalar en la isla? ¿Que era tan importante como para....? Oh...

    El joven de corto cabello negro, como si de pronto dios iluminara su cabeza, entendió el porqué de la impaciencia de su amigo y hermano. Gruño por lo bajo con molestia, Eric se lo había ocultado todo el viaje. Felipe se subió a la barandilla del barco y dio un gran salto, justo aterrizando en el bote de su "querido" capitán.

    Eric remaba con destreza abriéndose curso a través de las aguas. Nada parecía importarle, ni la tormenta, ni la peligrosidad del mar, ni el aullido de rabia que dio Felipe al estar sentado detrás de él. Había esperado tanto tiempo por ver al herrero del que le habían hablado.



    —Malnacido... —gruñó Felipe entre dientes/colmillos, Eric respingo ante la voz ronca del hombre lobo. Miro sobre su hombro y pudo ver a Felipe, quien lo miraba con cara de pocos amigos.

    —Oh, así que ya estas aquí... —dijo con normalidad y tranquilidad— Creí que te quedarías en el barco... —dijo mientras volvía a ver hacia adelante.

    —No, la verdad temí que te quedaras con la información de la localización de la Isla de la Juventud para ti solo, querido Eric —dijo enfadado el licántropo, el capitán sonrió nerviosamente y carcajeo divertido.

    —No te pongas así, Felipe... —dijo Eric, tratando así de poder tranquilizar a su compañero— Solo iba a adelantarme, sabes muy bien que no voy a dejarte solo en esta aventura —dijo él con entusiasmo.

    —Eso es porque necesitas a alguien para que cuide tu estúpido trasero de los peligros... —dijo Felipe con molestia y Eric volvió a reírse— Humano tonto... —susurro el oji-dorado sintiéndose ofendido... y usado.

    Al fin el pequeño bote tocó el fondo arenoso de la playa y ellos bajaron, arrastrándolo hasta la orilla para que las corrientes marinas no se lo llevasen. Nuevamente. Felipe se encargó de amarrar fuertemente el bote a un palo viejo que se encontraba estancado alli, mientras que Eric solo miraba la isla tratando de memorizarla. Pero la lluvia hacia nula su vista y no llegaba a divisar nada. El hombre de cabello rubio miro a su compañero y le sonrió nerviosamente.



    —No veo nada ¿Y tú? —preguntó, Felipe sonrió arrogante y asintió mientras caminaba rumbo al pueblo costero.

    —Claro, recuerda que aprendí a ver entre la lluvia en ese viajecito nuestro... —dijo con obviedad y Eric se apresuró a estar a su lado.

    —¿Lo dices por la vez que nos perdimos una semana en la selva y que no dejaba de llover? ¿Y que nos quedamos atrapados una hora en un árbol por culpa de la creciente de un arroyo? —pregunto Eric, perdido en los recuerdos de ese viaje.

    —Tú sabes que sí, no te hagas... —dijo Felipe molesto, ese no había sido precisamente su viaje preferido.

    Ambos amigos caminaron hasta llegar a las primeras casas de los pescadores, el olor a pescado nauseabundo empezó hacer efecto en Felipe. Que inevitablemente tuvo que taparse la nariz a causa de no poder soportarlo, Eric reprimió su burlona carcajada. Eso era uno de los defectos de tener un olfato desarrollado. Una vez alejados del muelle Felipe pudo respirar más tranquilo, el único olor que habitaba en el primer pueblo era el de agua y barro.

    Ambos viajeros marinos miraron a los alrededores, ni un alma podía verse en las mojadas calles. El pelinegro no pudo más que bufar, no estaba lloviendo tan fuerte como para que nadie quisiese salir a las calles.



    —Humanos, se asustan de una simple lluvia... —dijo Felipe con molestia, Eric le dio un codazo a las costillas para callarlo— Auch ¡Oye! —le reclamó, su amigo solo negó con la cabeza.

    —Mejor quédate callado, perrito...—le dijo el rubio, luego le señalo una cabaña, donde decía que tenía habitaciones disponibles— Mejor quedémonos unas horas allí... —decía mientras caminaba hacia la casona, Felipe le miro incrédulo.

    —¿Y qué pasa con lo que venias hacer? —pregunto curioso mientras seguía a su amigo, ambos llegaron a la galería de la casa y Eric busco entre sus múltiple bolsillos.

    —Solo por un rato... Y con respecto a eso que venimos a buscar ni siquiera debe estar despierto, creo que me deje llevar por el entusiasmo —dijo él apenado de haber arrastrado a Felipe hacia el pueblucho por nada— Me falta una moneda de oro... —susurro mientras buscaba más monedas para la estadía.

    —Toma, yo tengo... —dijo el licántropo mientras le entregaba varias monedas a su capitán. Eric sonrió abiertamente al ver las suficientes monedas en su mano como para quedarse una noche—El tonto ni cuenta se dio que esas monedas eran suyas... —pensó el joven con una sonrisa en su rostro.

    Ya adentro una mujer robusta los recibió de mala gana, tomo el dinero de los nuevos huéspedes y les dio las llaves de un camarote. Eric se había mantenido educado todo lo que pudo mientras eran atendidos por la mala señora, pero Felipe, en cambio, no dudo en gruñirle a la maleducada mujer mostrándole sus afilados colmillos. La señora había palidecido ante eso y se quedó bien calladita cuando ambos hombres se despidieron para ir a su camarote.

    Felipe dio un suspiro entrando a la habitación, el otro le siguió.

    El hombre mitad bestia se recostó en el camastro de la que ahora era su cama, con ambas manos sujetando su cabeza y mirando hacia el techo de la vivienda. Sabía que esto sólo era momentáneo, pero no pudo evitar bostezar con la boca bien abierta, mostrando sus peligrosos colmillos. Eric le miro divertido y se sentó en su cama.

    —Puedes descansar si quieres, Felix... —dijo mientras se despojaba de su cinturón, donde solo habían dos armas cargadas junto con varios cuchillos, y sus botas con barro— No creo que encontremos al herrero... —dijo Eric mientras se acostaba y se estiraba hasta que sus huesos de su espalda sonasen. El esfuerzo que había echo tratando de mantener la nave le había dejado los músculos adoloridos.

    Felipe se sentó en la cama, mirándolo con sus dorados ojos fijamente. Eric lo vio de medio lado.

    —Con que un herrero, ¿Eh? —dijo mientras se rascaba la cabeza— ¿Y porque buscamos precisamente a este herrero? ¿El hombre sabe algo sobre la Isla de la Juventud? —preguntó con una sonrisa de tiburón en el rostro.

    —No es un hombre, es una mujer... —le hizo saber Eric, la sonrisa de Felipe calló rápidamente y lo miro seriamente.

    —¿Una mujer? —pregunto incrédulo— Debes estar bromeando... —dijo y Eric nego suavemente.

    —No, de verdad es una mujer a la que buscamos... Se llama Zaira de la Cruz y ella es la repuesta a la pregunta que nos veníamos haciendo por estos diez largos años, amigo—dijo Eric, sentándose en su cama quedando frente a Felipe— ¿Recuerdas las veces que nos encontramos con esos "viajeros" que decían haber estado tan cerca de la Isla de la Juventud? —pregunto mientras que hacia raras señas con sus dedos.

    —Si, los recuerdos a todos ellos lamentablemente —dijo en un suspiro de cansancio— Solo eran unos locos, Eric... —decía mientras apoyaba su cabeza sobre sus manos, Eric le negó.

    —No, perrito tonto... —le dijo como si fuera un niño pequeño— Es verdad que cada vez que nos encontrábamos con cada viejo nos contaban una historia distinta... Pero escucha esto—Eric se sentó sobre el borde de la cama— Cada historia, cada relato siempre tenían algo en común... —dijo en un suave susurro, Felipe le presto toda su atención— Ellos siempre mencionaban la Isla del Príncipe y sobre una herrera que forjaba sus espadas... ¿Recuerdas? —dijo emocionado, el canuto frente a él asintió mientras su mirada se perdía en la habitación.

    —Es verdad, no sé como no lo había notado antes... —dijo más para si mismo que para Eric, su compañero asintió— ¿Cómo te habías dado cuenta? —le pregunto aun incrédulo.

    —Fácil... —Eric sonrió mostrando sus dientes— Me di cuenta que en cada relato, ellos siempre mencionaban que eran acompañados por una tripulación y un herrero, en este caso siempre era una mujer. Que antes de llevarlos hacia la Isla de la Juventud, ella les pedía pasar por Bahía del Príncipe... Eso me llevo a pensar que la mujer debía tener una relación con la isla que buscamos—Eric junto sus manos y las movió de un lado al otro— No creo que haya sido simple coincidencia el hecho de que esta isla y la misma mujer estuvieran presentes en todos los relatos... —le dijo el capitán y Felipe rasco su cabello rápidamente sintiéndose confundido.

    —¿Y cómo sabes el nombre de ella? —le pregunto el mitad bestia y Eric sonrió.

    —Porque hace dos años, el anteúltimo viajero que había dicho ver la isla, menciono a la bella mujer que lo acompañaba y dijo su nombre—Eric hizo una breve pausa, luego prosiguió— Y el ultimo anciano, el que vimos hace seis semanas también la menciono, diciendo que ella era la encargada de forjar sus propias espadas... —dijo Eric mientras aplaudía para si mismo.

    —Y es por eso que aventaste al anciano al mar cuando apenas si termino su oración ¿Verdad? —le dijo Felipe mientras sonreía retorcidamente, Eric carraspeo y llevo su mano a la boca.

    —Bueno, tampoco fue para tanto. Ni que hubiésemos estados tan lejos de la playa... —dijo Eric excusándose sin éxito— No importa, mejor descansemos. Cuando esta estúpida tormenta termine iremos a ver a la señorita De La Cruz... —decía mientras volvía a acostarse.

    Felipe asintió mientras apagaba la luz de la vela que había en la mesita de noche, se acostó en la cama pero no cerró sus ojos como lo había echo su capitán. Eric se dormía rápidamente, a él le costaba un poco. Su mirada se posó en la ventana, las gotas de agua caían sin piedad contra el vidrio de esta. No podría decir que era una lluvia torrencial, ni mucho menos una tormenta como aquellas que se viven sólo en mar abierto, cuando el infortunio llega y el navío se ve envuelto en la más dura de las batallas, enfrentándose al contrincante más despiadado: La Naturaleza. Tampoco puedo decir que era apenas una llovizna o sólo un chapuzón.
    Caían de vez en cuando, pero eran goterones tan grandes que con sólo estar de pie un tiempo bajo el cielo, ya comenzarías a estilar. Era una lluvia poderosa. Pero no muy rara en esta gran isla. Nadie en las calles, ninguna pelea callejera. No había barcos que llegaban ni que zarpaban. Todo estaba sumido en el más profundo de los silencios.

    Felipe ya estaba sintiéndose extrañado, común mente ellos siempre se alojaban en islas donde la diversión, el alcohol y las mujeres abundaban. Donde los piratas blandían espadas entre ellos y los marineros bailaban al son de la música mientras reían como borrachos. El oji-dorado bostezo de aburrición, ya se imaginaba que no iba a dormir así que decidió husmear por la vieja casa. Tomo sus botas negras y su chaqueta. Se movió por el camarote sin hacer ruido, no quería despertar a Eric pues se ponía de muy mal humor cuando tenía sueño. Esquivo todas las tablas lloronas hasta que llego a la puerta, la cual fue inevitable no hacerla sonar mientras la abría. Pero Eric no despertó, aliviando así a Felipe. Camino por el semi iluminado pasillo hasta la sala donde se encontraba una mujer de unos venti tantos, fumando y leyendo una revista. Felipe se la quedó mirando, ella exaló el humo y volteo a verlo.

    —Se libre de sentarte, viajero... —le dijo ella sin interés en retenerle la mirada— Eso si, no hagas ruido. No quiero que andes de molesto por los pasillos... —dijo en advertencia, el licántropo bufó y paso de largo— Y más te vale no dejar barro, porque serás tú el que limpie luego... —volvió a advertirle y Felipe gruño por lo bajo.

    Mujer idiota ¿Que se cree?... —pensó rabioso, llevo las manos a sus bolsillos y salió de la casona hacia la galería que tenía goteras— Estúpido hospedaje, debimos buscar uno donde las mujeres al menos sean amables... —Felipe agudizo su sentido del oído, pudo escuchar los pasos de alguien acercándosele. La misma chica de antes se asomaba por la puerta, ella lo miro con sus ojos chocolates fijamente.

    —¿Necesita algo? —le dijo de mala gana, ella se abrazó a si misma. Seguramente tenia frío, pensó el hombre lobo.

    —¿Hay algún bar por aquí? —dijo igual de descortés que ella, la joven de corto cabello castaño le frunció la mirada.

    —Sí, hay uno a tres cuadras de aquí. Se llama El Bastón Ebrio... —dijo mientras le señalaba con su mano la oscura calle.

    Felipe miro la calle, aun llovía y empezaba a darle sueño. Quería un poco de ron, pero mejor lo dejaba para el otro día. Así que con sus manos en sus bolsillos camino nuevamente dentro de la vivienda, haciendo caso omiso a la presencia de la joven. Retomo la ruta hacia su camarote y entro, cerro suavemente la puerta tras de él y fue hacia su cama. Sin tocar ninguna de las tablas chirriantes y volvió a acostarse. Que aburrido era todo eso. Luego, el sueño lo venció.

    /

    Arrastrando sus pies, avanzó por el camino, sin rumbo, que llevaba. Su pequeño cuerpo aún temblaba a causa de los recientes acontecimientos. Su mente turbada, sólo le mostraba fragmentos borrosos de las pasadas horas, antes que perdiera el control de su cuerpo y mente.

    El fuerte olor a sangre inundó sus fosas nasales. Un profundo sentimiento de culpa, invadió su inocente ser. Asustado y con el corazón latente, se detuvo a observar sus manos. Con pánico, notó restos de piel humana y sangre en sus filosas y crecidas garras.

    La mirada fiera que a tantos había aterrado, se suavizó; y al instante, pequeñas lágrimas aparecieron, derramándose sobre su rostro.

    Mami, tengo miedo… —dijo, abrazándose fuertemente a las ropas de su madre.

    No temas, pequeño, yo te protegeré —le aseguró, ocultándolo detrás de ella.

    Esos malditos bandidos habían matado a su madre, fríamente, delante de sus ojos; y él, la había vengado de la misma manera, destazándolos sin piedad.

    Fue el despertar de su desconocido instinto asesino.

    ¿Cómo había sucedido? Ni él mismo se lo explicaba. Sólo recordaba una espada, atravesando el cuerpo del único ser que lo había amado y dado la vida por protegerlo. Su visión se había nublado y la incontenible ira, apoderado de su mente. La sensación de la sangre herviente en sus venas, lo había descontrolado, llevándolo a cometer aquel primer crimen que lo marcaria toda la vida.

    Con profunda tristeza, alzó sus dorados ojos al cielo y contempló el astro nocturno en su fase de plenitud. Su peculiar decoloración escarlata le recordó, muy a su pesar que, sus actos, habían marcado la noche con una luna de sangre, que nunca olvidaría.

    Paso un mes y él seguía con su conciencia manchada de sangre humana. El ruido de las hojas de otoño rompiéndose lo había traído a la realidad, el niño se puso a la defensiva. Un hombre humano salió de entre los espinosos arbustos, quejándose por los pinchazos que había recibido y lo vio. Esa fue la primera vez que Felipe vio al abuelo de Eric.

    /

    Felipe despertó asustado y sudado, nuevamente las pesadillas lo volvían a torturar. Suspiro pesadamente y se froto la cara con sus ásperas manos, dejo su mirada dorada perdida en el techo y se volteo a ver a su compañero. Eric ya no estaba allí, Felipe supuso que se había marchado en busca del desayuno. El hombre lobo gruño por lo bajo, más le valía a su capitán regresar con comida. Desde ayer por la mañana que no probaba bocado alguno.

    Felipe reprimió un bostezo, llevo sus manos detrás de su cabeza y se acomodó mejor en la cama. Había soñado con Don Torcuato, el abuelo de Eric ¿Hace cuánto que Torcuato había fallecido? No lo sabía, había perdido la cuenta desde que el padre de Eric murió a causa de una enfermedad cuando él era más joven. No podía mentirse a si mismo, pero había a veces en las que miraba el cielo cuando las dos lunas estaban en lo alto y no podía evitar extrañar aquellos días de su niñez con Don Torcuato. Obviamente cuando este era joven y ambos salían en una pequeña aventura entre los viñedos o cuando acampaban en las noches estrelladas. Hasta que Torcuato tuvo un hijo, el padre de Eric, y ya no eran solo ellos porque un miembro más se había sumado a sus pequeñas e inocentes aventuras. Luego Don Torcuato envejeció, como todo ser humano, y murió a causa de la edad.

    Felipe no pudo reprimir el nudo que se había formado en su garganta, la muerte de "su" padre adoptivo lo había destrozado. El hombre que lo había cuidado cuando más lo necesitaba se había ido, dejando a un adolescente mitad bestia dolido. Pero ya no más solo, porque ahora tenía otro miembro de la familia con quien pasar la tarde. Eric había sido solo un niño cuando Don Torcuato había muerto, su inocente capitán aun no entendía lo que significaba la muerte. Así que no lo había padecido tanto como él y al pasar los años el padre de Eric también falleció, dejando a ambos solos.
     
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    wow muy buena, me gusto muchisimo(piratas, licantropos y una aventura) tienes una narracion a mi parecer muy buena, creo que no vi faltas de ortografia, solo que te comiste creo que un "y" en alguna parte (me parecio no se la verdad) claro que deberias seguirla y espero con ansias el proximo cap
     
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    Taisha StarkTaisho

    Taisha StarkTaisho Usuario común

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    N/A: Gracias a Entrenador Cubo por su comentario :D, me alegra que le haya gustado. A cualquier lector los invito a dejar su comentario.

    Capitulo 2:
    El licántropo frunció las cejas, gruño para si mismo dándose cuenta de lo patético que se veía en esos momento. Odiaba verse débil a causa de los recuerdos. Además, siempre era un estorbo para su capitán cuando él estaba en las “lunas de recueros”.

    La puerta del camarote se abrió y Felipe dio un pequeño salto en la cama, vio a Eric entrar y cerrar la puerta suavemente tras él. Su capitán camino hacia él con un pan en una mano y dos tazas humeantes en la otra, le entrego una de las tazas de café y le ofreció el pan. Felipe lo tomo gustoso y sin dudarlo le dio un gran mordisco al pan recién horneado. Eric se sentó en su cama y le dio un sorbo al café.


    —Cuando termines partiremos a buscar a De la Cruz… —le dijo mientras volvía a tomar del líquido negro— Tuviste una pesadilla anoche, lo sé. Te escuché… —le hizo saber el rubio, Felipe dejo de comer su preciado pan— Pensé que habías dejado de tener esos sueños, Felipe—dijo algo molesto, el joven negó y le dio un sorbo a su café.

    —No fue una pesadilla, Eric —Felipe le dio un mordisco a su pan— Fue un recuerdo, soñé con tu abuelo… De la primera vez que lo vi, cuando aún era joven—decía mientras tenia pedazos de pan masticado en la boca y entre los colmillos.

    Eric se sorprendió pero no dijo nada, siguió tomando de su café en silencio. Se notaba que Felipe aun no dejaba ir sus recuerdos, y aunque sonase mal, él debía olvidarlos y dejarlos guardados en una parte de su memoria. No quería que su hermano volviese a tener esos sueños donde los demonios de su pasado lo tenían en vilo toda la noche. Pues no era agradable de ver, además eso ponía a Pipe más frio y distante.



    —¿Dónde conseguiste la comida, Eric? —le pregunto Felipe luego del incomodo silencio, el capitán sonrió y señalo con su dedo hacia la ventana.


    —Una muchacha me lo dijo… —Eric notó rápidamente la mueca de fastidio que había hecho el lobo —Me dijo que la panadería más famosa de aquí quedaba a unas calles y que no vendían tan caro… — el oji-azul terminó su café y dejo la taza en la mesa de noche— Vístete y nos vamos, iré por nuestras monedas… —dijo mientras salía de la habitación haciendo mucho ruido.



    Felipe lo voy marcharse y miro el último pedazo de pan en su mano, el apetito de pronto se le había ido. Guardo el pan en una tela que llevaba consigo, abrió la ventana y arrojó el café por ella. Un hombre que pasaba por allí tuvo la mala fortuna de recibir el líquido caliente encima, este dio un grito de dolor y se sentó en la húmeda calle. Felipe miro la escena con los ojos abiertos como platos y con disimulo cerró la ventana. Se puso sus botas, su cinturón, luego engancho a él el pequeño muñequito de perro negro y su chaqueta. Camino distraído por el pasillo con sus manos en los bolsillos, sumidoen sus pensamientos. La lluvia le traía recuerdos que luego le hacían muy difíciles de sacar de su mente, Felipe sonrió melancólicamente. A nadie dejaba verlo así de vulnerable a causa de sus recuerdos. Ni siquiera a Eric.

    El licántropo llego al salón principal y vio a Eric hablando con la señora, esta le dijo algo y su capitán asintió mientras volteaba a verlo y le hacía señas con una mano para que lo siguiera. Felipe dejó salir el aire de sus pulmones, puso su mejor cara malhumorada y camino hasta salir del feo lugar. No sin antes gruñirle a la mujer que los había atendido. Una vez fuera el chico lobo pudo ver a Eric ajustando una montura a un magnifico caballo negro, alzo una ceja incrédulo y se acercó más hacia su capitán. Lo observo por un instante.



    —¿De dónde sacaste este caballo, Eric?— pregunto con curiosidad mientras trataba de acarician al pura sangre, este relincho en rechazó y se sacudió para que Felipe no lo acariciase— Estúpido caballo… —murmuro molesto, Eric se rio burlándose.


    —El caballo tiene un buen olfato, amigo. Se dio cuenta de tu sangre canina y teme a que lo lastimes… —le informo el rubio mientras ajustaba la silla marrón claro a su nuevo caballo y lo acariciaba para que se tranquilizase— Y respondiendo a tu pregunta, lo conseguí a un buen precio…. —Eric sonrió misteriosamente y Felipe lo miro sin creerle.


    —No querrás decir que le robaste nuestras monedas a la vieja del hospedaje para comprar este feo animal… —decía Felipe y Eric solo sonrió suavemente—Luego se ofende si lo tratan como pirata… —pensó el joven con fastidio.

    Eric se montó al animal y sujetando bien fuerte las cuerdas miro a su hermano.


    —¿Puedes ir tu solo o quieres un aventón? —le pregunto en broma y Felipe chasqueo la lengua mientras negaba, el pelinegro se quitó las botas negras y se las entregó al capitán, este las agarro y las puso en el bolso que colgaba a un costado del animal— De acuerdo, como tú quieras… ¡Ya! —dijo mientras golpeaba las cuerdas y el caballo empezaba a galopar lejos de Felipe.



    El oji-dorado suspiro con cansancio y fastidio, dio un paso hacia adelante con el pie izquierdo y apoyo su mano derecha en el suelo. Mientras lo hacía un pelaje negro como la noche brotaba rápidamente por su piel, cubriendo su ropa. Le creció un hocico con grandes colmillos afilados y unas orejas caninas alzadas se posaron en su cabeza. Un enorme lobo negro aulló mientras estiraba sus patas y movía su peluda cola a los lados. Por puro instinto olfateo el aire, había muchos distintos aromas, pero el de Eric se lo conocía de memoria y le fue muy fácil localizarlo. Corrió rápidamente por las calles mojadas del pueblucho, los humanos a su alrededor lo miraban extrañados y algunos con miedo, eso le recordó cuando era pequeño y los otros niños no querían jugar con él a causa de sus instintos, a causa de su condición de lobo. Eric cabalgando adelante con su caballo lo saco de sus recuerdos, sonrió arrogante y corrió más rápido para poder alcanzarlo, no le costó nada ponerse a su altura. Eric ignoro su presencia, Felipe se molestó por eso y lo hubiese pasado dejando a su capitán atrás si supiera a donde se dirigían.

    Ambos corriendo a la par, uno yendo en un caballo y el otro con sus cuatro patas sobre la tierra, llegaron hasta donde había una casa blanca y linda. No como las otras, esta era distinta. Tenía dos pisos, con ventanas a los costados de la puerta y un pequeño jardín delantero. Eric se bajó del caballo y lo ato a un poste cualquiera, le acaricio entre los ojos mientras le sonreía. Felipe dejo de ser un gran lobo negro para volver a ser un hombre con los pies descalzos, el rubio sacó del saco de su caballo las botas del pelinegro y se las arrojó. Felipe gruño por lo bajo y se las puso mientras trataba de mantener el equilibrio con un solo pie, cuando ya las tenía puestas miro desinteresado la casa blanca frente a él.



    —¿Estás seguro que es aquí, Eric? —pregunto Felipe mientras se apoyaba sobre el palo largo en el que estaba apoyado el caballo, saco un cigarro de unos de los bolsillos que tenía la mochila que colgaba sobre el animal y lo encendió llevándoselo a la boca—Porque la verdad esto no tiene pinta de ser una herrería… —le comento mientras expulsaba el humo de su boca, Eric se encogió de hombros y volteo a ver al licántropo.


    —No perdemos nada con preguntar, perro… —dijo burlándose mientras cruzaba el jardín adornado con varios rosales de color rojas y rosas.



    Eric, ignorando a Felipe que se había quedado apoyado en el poste, tocó suavemente la puerta. Espero varios minutos pero nadie contestaba, tocó otra vez y aun nadie contestaba al llamado ¿Acaso no había nadie? Tocó más fuerte y la puerta se entre abrió. Curioso la abrió solo un poco para poder ver dentro, todo estaba quieto y el viento mecía suavemente la cortina de una de las ventanas laterales. Metió su cabeza y abrió la puerta.



    —¿Hola? —preguntó Eric, un eco retumbo por la casa que solo era iluminada por la luz solar que entraba por las ventanas— Veo que no hay nadie… —pensó mientras se giraba e intentaba cerrar la puerta para irse cuando un pequeño ruido se escuchó desde arriba—Oh tal vez si… —Eric volvió a entrar, camino despacio hasta la mitad de la sala.



    Había un living pequeño a su izquierda, con tres sillones blancos y una mesa baja en el centro, esta tenía delante de un gran ventanal con vista a la casa del frente. A su derecha solo un escritorio con libros y fotos caídas, a su lado una biblioteca llena de libros y unos espacios vacíos. Eric miro hacia adelante y vio una cocina pequeña con un bar de madera, arriba lo más probable era que estuviesen las habitaciones y el baño. Eric camino hasta allí y una escalera, que estaba entre la cocina y el living, estaba esperándolo. Lo subió con cuidado y sin hacer ningún ruido, miraba hacia arriba fijamente, muy atento a cualquier movimiento. Eric llego arriba y miro con cuidado a ambos lados del pasillo, había una habitación en cada extremo. El pasillo era adornado por cuadros con fotografías, pero él no llegaba a verlas bien por culpa de la pequeña oscuridad que había. A veces deseaba poder tener la habilidad de ver en la oscuridad como Felipe, eso le ayudaría en muchísimas cosas, por ejemplo, como ahora. El capitán exhalo y camino hacia su derecha con cuidado, para no hacer tanto ruido al pisar el piso de madera. Llegó hasta la puerta y estaba a punto de golpearla sino fuera porque esta ya estaba abierta, la empujo suavemente hasta que esta estuvo abierta completamente. Era la habitación de una mujer.

    Entro con cuidado, había una cama en el medio con sabanas rojas y lilas. Ositos de felpa adornaban la cama de manera infantil, muchos cuadros con fotografías estaban colgando de las paredes y un mueble mediano junto con un ropero estaban junto a una ventana con cortinas negras ¿Acaso era la habitación de una niña pequeña?. Eric, al estar viendo perdidamente la habitación, no noto que la figura de una mujer estaba apareciendo a su lado.

    La joven levanto un bastón y lo arrojó hacia Eric que pudo esquivarlo con dificultad, haciendo que este le golpeara en el brazo. El capitán retrocedió unos pasos y pudo ver que el atacante era una mujer de piel morena, cabello lacio castaño y de ojos negros. Estaba vestida con pantalones holgados blancos, una camisa gris sucia y unas botas negras. Más o menos de unos veinticinco años. Ella también se lo había quedado mirando, pero rápidamente se acercó a él atacándolo con golpes al pecho. Eric pudo protegerse de todos ellos, esquivaba los golpes y patadas como podía sin tener que atacarla a ella. Cuando la joven trato de golpearlo a las costillas con una patada, Eric la tomo de ella y la arrojo a la cama.



    —Espera… —le susurro Eric agitado mientras estiraba sus manos para frenarla, ella lo miro fijamente.



    Un ruido desde la puerta hizo a Eric girarse notando que otra muchacha, con unas ropas parecidas a la de la mujer en la cama, entraba enojada con una katana de madera en sus manos, se aproximó a él con violencia e iba a golpearlo sino fuera por Felipe que había entrado por la ventana abierta convertido en un gran lobo negro. El lobo se aproximó a la joven y le arrebato el arma con su hocico y lo mantuvo entre sus colmillos mientras gruñía fuertemente. La muchacha, asustada y paralizada, no se movió mientras miraba a Felipe y a su amiga que aun permanecía acostada en la cama. Eric estiro sus manos hacia la mujer en la cama y a la otra que seguía al pie de la puerta.



    —Por favor, vamos a tranquilizarnos… —decía Eric mientras bajaba la mirada—Pipe… —llamo a su compañero, este gruño en protesta y el lobo rápidamente se convirtió en un hombre con una espada de madera en la boca y pies descalzos, escupió la katana y la sostuvo entre sus manos. Miro a su capitán enojado y este le sonrió—Bien, ahora que todos estamos calmados… —Eric suspiro y volteo a ver a la mujer en la cama —Solo queríamos habla con la señorita De La Cruz… —dijo mientras veía como ambas les prestaba atención—¿Una de ustedes es De La Cruz? —pregunto, ellas se vieron entre si y luego lo miraron a él.


    —Soy yo… —dijo la que estaba recostada en la cama, ella se sentó y miro a Eric con seriedad—¿Quién dijo que podías encontrarme aquí? —le pregunto mientras se paraba.



    Felipe gruño por lo bajo al ver que ella se ponía de pie, Eric lo miro serio y negó con la cabeza. El rubio miro nuevamente a la mujer frente a él y sonrió tratando de ser lo más amable que podía.


    —La mujer del hospedaje me informo que aquí vivía… —decía mientras apenas escuchaba una murmuración de parte de la joven que no llego a entender— Y solo veníamos para poder hablar con usted, señorita Zira… —dijo Eric mientras veía como ella lo miraba incrédula y volteaba rápidamente a ver a su compañera.



    Ambas se quedaron viendo y luego miraron a Eric fijamente. Él se sintió incómodo con el silencio frío que se había formado en la pequeña habitación.

    —¿Quién le dijo ese nombre? —pregunto la morena seria, Eric parpadeo confundido y Felipe ya no entendía nada de la situación y siendo él el más impulsivo de los dos la encaró rápidamente.


    —¿Eres o no Zira De La Cruz? —pregunto molesto y con un suave gruñido. Ella le frunció la mirada y negó sin apartar la mirada del licántropo.



    —No, soy su hija. Alicia De La Cruz… —les informo mientras veía como ambos hombres se miraban incrédulos, Eric la tomo del hombro.


    —Y… ¿Dónde podríamos encontrar a su madre? —preguntó Eric con falsa amabilidad, Alicia se soltó de su toque bruscamente pero al hacer eso choco contra el duro pecho de Felipe— Por favor, tratamos de ser amables ¿Nos podrían decir dónde encontrar a su madre? —volvió a preguntar y ella le miro enfadada.


    —Ni siquiera sé quiénes son… —dijo ella, evitando la pregunta que el rubio le había hecho. El capitán sonrió y se inclinó suavemente hacia adelante, sonriendo burlonamente.



    —Me presentó, soy Eric Evans y mi compañero es el señor Felipe Downs… —Eric apunto hacia ellas con ambas manos y sonrió falsamente—Ahora les toca a ustedes… —dijo malicioso, ellas trataron de salirse de allí, pero el gruñido ronco que Felipe dio las dejo quitas.



    La mujer morena se acomodó junto a la otra, ellas se miraron y luego miraron a los dos extraños hombres. Uno era rubio y traía una camisa, pantalones y chaqueta negra. El otro estaba igual, solo que este tenía un cinturón de cuero y no llevaba armas. La mujer de oscuros ojos negros suspiro rendida, era obvio que no podrían librarse de ellos fácilmente.



    —Soy, como ya se los había dicho, Alicia De La Cruz y ella es mi amiga Emma Hutson. Listo, ahora si serían tan amables de irse… —dijo ella mientras señalaba la puerta, Eric se rio bruscamente y negó. Enojando a Alicia y a Emma.



    Felipe parpadeo unos segundos, miro a la joven junto a Alicia. Tenía el cabello corto negro, ojos grises brillantes y era un poco más baja que la morena a su lado, su ropa se parecía a la de Alicia con la diferencia de que tanto su camisa como sus pantalones ajustados eran de un suave color blanco y botas grises sin mucho tacón. De pronto su cabeza hizo un “click” y sonrió arrogante mientras se acercaba a Emma. Ella lo miro desconfiada y retrocedió un paso.



    —Tú eres la chica maleducada del hospedaje… —dijo él como si nada, tanto Eric como Alicia lo miraron incrédulos.


    Emma lo miro confundida y abrió suavemente su boca recordando al joven que había preguntado por un bar a las cuatro de la mañana, ella lo apunto con su mano enfadada.



    —Y tú eres el tonto que se paseaba por los pasillos molestando solo porque no podía dormir y buscaba un bar a la madrugada solo porque estaba aburrido… —dijo Emma y Felipe frunció la mirada, gruño por lo bajo con fastidio— ¡Además no soy maleducada! —le dijo reprochándole, el licántropo sonrió sin importarle lo que ella había dicho.


    —Oye Eric, a esta ya la conocía… —Felipe dejo a la joven atrás ignorando los murmullos de ella— Esta niña trabajaba para la vieja fea en el hospedaje… —decía mientras la señalaba, Eric arqueo una ceja.



    —Eso a mí no me importa… —Eric ignoro a Felipe y volteo a ver a Alicia que aún seguía mirándolo de mala gana— Mira, solo respóndenos a nuestras preguntas y nosotros dejaremos de molestarlas ¿Si? —preguntó y Alicia frunció el ceño, no creyendo lo que él le había dicho—Ahora, por favor, responda ¿Dónde podemos encontrar a la señora Zira De La Cruz? —pregunto irritado y Alicia entrecerró su mirada.



    —Mi madre murió hace unos años a causa de una enfermedad… —le respondió, Emma miro a su mejor amiga angustiada. Ella sabía que lo de Zira era un tema complicado, que aun a Alicia le afectaba su perdida.



    Eric dejo escapar su aliento y bruscamente se giró hacia la pared golpeándola fuertemente, dejando hasta una grieta. Felipe gruño por lo bajo y maldijo fuertemente. La mujer estaba muerta, la única que podía ayudarlos había fallecido a causa de una enfermedad. ¿Qué iban hacer ahora? Estaban como desde al principio, no tenían nada.

    Emma los vio y se acercó a Alicia, la tomo de la mano y la llevo con ella hacia la puerta. Pero ambas fueron frenadas por Eric, que sostuvo a Emma fuertemente del brazo. Ella se quejó por lo brusco del movimiento y trato de apartarse sin éxito, Eric la tenía sujeta muy fuerte.



    —¿Y ustedes no saben nada de un mapa? ¿Algo relacionado sobre una isla encantada? —pregunto nerviosamente, estaba muy molesto con esta noticia.



    Emma negó mientras trataba de alejarse de él, luego lo vio fijamente.



    —Si hablas de la Isla de la Juventud pierdes tu tiempo, eso solo eran historias de Zira. Son puros cuentos, no es real… —dijo la pelinegra zafándose de Eric, Felipe miro la escena serio.

    Alicia se acercó un poco a Emma y a Eric negando mientras tomaba a su amiga del hombro.



    —No eran simples cuentos, eran anécdotas sobre sus viajes a la isla… —Alicia desvió su mirada a Eric cuando Emma la miro sorprendida— Y si vienen por mapas o por algo por el estilo están perdiendo su tiempo porque mi madre no me dejo nada después de su muerte, solo esta vieja casa y en ella no hay nada relacionado con la Isla de la Juventud… —les informo Alicia seria y molesta.



    Felipe se acercó a ellos mirando a Eric y luego a Alicia.



    —¿Y no hay nadie con quien pudiéramos hablar, además de ti? ¿Algún pariente o alguien cercano a Zira? —pregunto ronco, la morena se quedó pensativa un momento y luego asintió.



    Espero que la anciana me perdone, pero lo que más quiero es sacarnos a estos dos de encima lo más pronto posible—Alicia asintió mientras se giraba a ver al licántropo, dándole la espalda a Eric—Si, hay una anciana que conocía a mi madre. Es una gitana que viva en una pequeña isla a cuatro días de aquí, su nombre es Irasue y es conocida en los barrios gitanos. No les será difícil hallarla… —les dijo ella mientras esperaba impaciente a que ellos se marchaban.



    Eric se había quedado callado, Felipe sabía que cuando su capitán hacia esa expresión era porque estaba pensado en el próximo viaje que harían, como lo harían y las cosas que debían preparar. Y en la mente del capitán estaba la posibilidad de encontrar lo que buscaban si hallaban a esa gitana Irasue, no perdían nada con intentarlo. Eric, convencido ya con este próximo viaje, aplaudió una vez y froto sus manos. Sonrió abiertamente y le asintió a el hombre lobo, diciendo con esto que debían preparar el barco.



    —Zarparemos en cuanto estemos listos… —Eric miro a Alicia— Y usted vendrá con nosotros… —la mujer lo miro sorprendida, el rubio volteo a ver a su amiga— Ella puede venir para hacerle compañía… —dijo mientras apuntaba a Emma.



    Alicia negó rotundamente y se alejó rápidamente del capitán, lo miro amenazadoramente.



    —Nosotras no iremos a ningún lugar con ustedes… —le dijo, Eric sonrió.



    —Yo no le pregunte si quería o no… —dijo secamente mientras revisaba la habitación— Yo les dije que vendrían con nosotros, nada me asegura de si dices la verdad… Porque puede que estés mintiendo acerca de esta gitana—dijo Eric mientras encontraba unas sogas cerca del ropero de la habitación de Emma.

    Alicia le miro incrédula y enojada.



    —¿Y porque estaría mintiéndote? —le pregunto enfadada y Eric se encogió de hombros, se acercó a ella con dos sogas gruesas en su mano—Si sabía que estaba ayudando a piratas me hubiese quedado callada… —susurro Alicia mientras se negaba a cooperar.

    Eric negó mientras empujaba a la morena sentándola en la cama, Felipe hizo lo mismo con Emma pero más bruscamente.



    —No se confunda, señorita… —decía Eric con falsa amabilidad— Nosotros no somos ningunos piratas, somos simples aventureros… Y si fuera tan amable de juntar sus manos así pueda atarlas… —pidió pero ellas se negaron.



    —Pues sus comportamientos y vestimentas dicen mucho, señor Evans… —dijo Alicia, usando el mismo tono de voz que Eric— Cualquiera, al verlo así y amenazándonos, diría que son unos asquerosos piratas… —dijo mientras alejaba sus manos lejos de las cuerdas.



    —Y yo le repito que no soy ningún pirata ni nada parecido y es mejor que cooperen con esto o me veré forzado a decirle a mi amigo que las muerda… —amenazo Eric, Felipe sonrió cínicamente mientras volvía a transformarse en un gran lobo negro.



    Ellas vieron sorprendidas, antes lo habían visto hacerlo pero él se había convertido en humano, y ahora viéndolo nuevamente como un lobo rabioso y amenazador no era nada bueno. Así que ambas se vieron obligadas a cooperar con el secuestro y Eric ato fuertemente sus manos cuando ellas las estiraron para él.
     
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