Lady Oscar Lumiére et nuit [Finalizado]

Tema en 'Anime Heaven' iniciado por Andrea Sparrow, 18 Abril 2015.

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    Andrea Sparrow

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    16 Enero 2015
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    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
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    Cap. 19 La muerte de un rey

    Oscar notó la molestia en el rostro de André.
    - Entonces, te espero mañana en el entrenamiento- dijo Oscar.
    El conde hizo una ligera reverencia y se marchó.
    André estaba de pie, con los brazos cruzados. Oscar se le acercó.
    - Si hubieras visto la cara que pusiste ahora que estaba Hans aquí.
    - Pues no tengo otra, Oscar- reveló el joven Grandier.
    Oscar seguía el paso de André.
    - Oye, ¿por qué tienes que ponerte en ese plan, André?
    - ¿Y en qué plan quieres que me ponga, Oscar? Simplemente no soporto la idea de que Fersen esté aquí…siempre hay que estar pendiente de lo que hace porque hay que evitar que María Antonieta se mete en problemas.
    Oscar se llevó la mano al mentón.
    - Ya veo…entonces…estás celoso de la princesa María Antonieta.
    André entreabrió los labios. Se sorprendió de la respuesta de Oscar.
    - ¿Eso crees? Bien, entonces…quizás has dado al clavo.
    - André…nunca lo imaginé.
    - Deja ya eso de lado, total…soy demasiado joven para ella y además…además estamos hablando de una tontería. Será mejor que preguntemos de una vez por la salud del rey.
    En cuanto indagaron, volvieron al interior, permaneciendo afuera del recinto de la princesa.
    Al poco rato, María Antonieta llamó a Oscar. Éste insistió en que André entrara.
    La princesa dijo:
    - ¿Se ha ido ya el conde Fersen?
    - Sí, su Alteza. Volverá mañana temprano.
    La princesa María Antonieta lanzó un suspiro al aire. El conde Dugeot carraspeó ligeramente.
    Oscar desvió el asunto.
    - Nos hemos enterado del estado de salud del rey.
    - Lo lamento tanto- dijo la princesa.- Mañana deberemos ir a Notre Dame a orar por su salud.
    Salieron de ahí.
    Oscar decía a André.
    - Ni aunque ofrecieran mil misas por el alma del rey, podrían salvarlo.
    - No digas eso, Oscar- comentó André- quizás, ahora que está tan delicado, el rey se haya arrepentido de su proceder.
    - Quizás, aunque al dejar a su nieto en su lugar, cometerá un gran error.
    - ¿De verdad lo crees?
    - No me hagas caso, André. Mi preocupación por María Antonieta no me deja en paz. Y más porque mi padre sigue con la idea de ofrecer un ejército especial para él, como una guardia personal. Y a él poco le importa reforzar su protección.
    - Tal vez está muy confiado.
    Oscar dijo a André.
    - Lamento tanto que estés pendiente del amor de la princesa; si fuera tú, también estaría muy triste de no ser correspondido.
    - Gracias, Oscar pero…no puedes entenderme.
    Oscar se quedó en silencio. André no sabía realmente lo que estaba sucediendo en el corazón del hijo menor de los Jarjayez.

    Y la atención de María Antonieta seguía fija en la presencia del conde Fersen, de tal suerte que poco o nulo cuidado ponía en asuntos de estado.
    Eso era preocupante para todos. Oscar, específicamente, notaba que todos estaban pendientes de esa situación.
    El general Jarjayez llamó a su hijo.
    - Oscar…necesito que hables con María Antonieta para que la convenzas de tal forma que ponga más atención a los asuntos de la corte o tendremos serios problemas. El príncipe Luis está fuera de todo lo relacionado con las finanzas.
    Oscar asintió.
    - Trataré de convencerla, padre.
    Al poco rato, Oscar buscaba a André. Pero éste estaba cuidando algunos caballos.
    - André…llevo rato buscándote.
    - ¿Puedo saber para qué?
    - André…tengo que consultarte algo.
    André rió.
    - ¿A mí? No me hagas reír, Oscar.
    - No seas irónico, André. Mi padre me ha pedido algo pero no sé exactamente qué hacer. Me parece que tengo la solución en las manos pero no sé si lo que pienso pueda ser realmente lo que se deba hacer.
    André dudó.
    - Cuéntame…
    - Es que…mi padre me ha pedido que convenza a madeimoselle Antonieta de poner más atención en los asuntos de la corte. Pero la única forma de que haga eso es…apartando a Fersen de la corte.
    André miró a Oscar, luego bajó la mirada y dijo:
    - No sería mala idea.
    Oscar miró con dureza a André.
    - Sabía que dirías eso…
    Oscar se apartó de él un instante. André corrió hasta Oscar y le detuvo diciendo:
    - Espera, Oscar…fue sólo un comentario. No me agradaría pensar en eso. Dime, ¿qué habías pensado tú?
    - Eso…en lugar de convencer a lady Antonieta, pensé en convencer a Fersen de marcharse de aquí. Creo que es lo mejor.
    - Entonces…no era broma.
    - No, André. Claro que no. Ahora que lo dices, pienso que podría ser lo más conveniente.
    Oscar tomó el hombro de André y le dijo, dándole una palmada.
    - No te preocupes, André, sé que no lo dijiste con mala intención. Supongo que te duele que la princesa ponga tal atención en Fersen, pero era inevitable.
    André sonrió al darse cuenta que Oscar no comprendía su pensamiento.
    - Entonces, ¿qué piensas hacer?
    - Definitivamente, debo hablar con Fersen y pedirle que vuelva a Suecia. Será lo mejor para todos.
    André respiró hondamente. Por un lado, quitaba del camino a Fersen y por el otro, colaboraba para resolver el asunto que hacía peligrar la estabilidad de la corona francesa.

    Días después, Oscar se reunió con Fersen a solas en uno de los despachos.
    - ¿De qué querías hablar conmigo, Oscar?
    El joven Jarjayez miró a Fersen y comenzó a hablar:
    - Hans…hemos hablado con mi padre y con algunos miembros de la corte y…hemos tomado una decisión.
    - ¿Respecto a qué?
    - Dime algo, Hans…¿amas realmente a María Antonieta?
    Hans von Fersen bajó la mirada y luego dijo a Oscar:
    - No sé qué decirte…pero…tengo que sincerarme contigo. La amo con toda mi alma.
    Oscar apretó los puños (¿?) y continuó:
    - En ese caso…me atreveré a pedirte algo.
    - ¿Qué es, Oscar?
    - Debo pedirte que…vuelvas a Suecia…
    Fersen sintió como un balde de agua helada en las espaldas.
    - No sé qué responderte. Pero…ya que mencionas el amor por ella…lo haría precisamente para no perjudicarla.
    - Gracias, Hans…me apena mucho más a mí tener que pedírtelo pero…creo que no podría hacerlo con ella…no podría pedirle que te despidiera. Sé que no me escucharía, sé que no haría caso de lo que yo le dijera. ¿Me comprendes?
    - Te entiendo perfectamente, Oscar- respondió Fersen.- Y créeme que me pesa mucho tener que irme pero…creo que es lo mejor. Si no cabe la prudencia en uno de los dos, que quepa en el otro…y ése debo ser yo.
    Oscar suspiró. Tendió la mano a Fersen y añadió.
    - Perdóname por pedírtelo así. Me gustaría que siempre recordaras mi amistad y que si en algún momento decides volver, sea con la convicción de que este asunto ya no pese para ninguno de los dos.
    Fersen se puso en pie y estrechó la mano de Oscar diciendo.
    - Te prometo que un día volveré y volveremos a charlar como antes, Oscar. Mientras tanto, cuídate mucho y cuida mucho de ella, ¿me lo prometes?
    - Por supuesto que sí- dijo Oscar.- Cuídate mucho, por favor.

    Oscar sintió una opresión en el corazón que no podía controlar.

    Cuando volvió a su casa, André buscó a Oscar pero no lo halló.
    - Abuela…¿sabes dónde está Oscar?
    - En su habitación- dijo la abuela.- Tienes que esperar a que baje.
    - Tengo que subir…
    - No, André. No puedes…deja que Oscar esté un rato a solas. Ya bajará.
    André esperó durante horas en las escaleras.
    Por fin, Oscar descendió.
    - André…vamos a cenar.
    El joven descendió al comedor para asistir al hijo del general Jarjayez. Pero dentro de su ser podía sentir que se avecinaban tiempos mejores.

    En una taberna del centro de París…
    - ¿Qué esperas de la reunión de la cámara de los comunes, Maximilien?- preguntaba aquel joven que días antes estuviera ayudando a Rosalie Lamorlierie.
    - Espero que se decidan a establecer una mejor política de finanzas. Con eso de que la vida del rey está en riesgo. Y dudo mucho que su nieto haga algo importante en ese asunto.
    El joven periodista Chatelet continuó.
    - Yo también espero que las cosas mejoren. Mucha gente no quiere admitir que la muerte de Louis XV podría ser benéfica, pero es seguro que lo piensan.
    Maximilien lo miró.
    - Te noto un poco desconcentrado, Bernard. ¿Te ocurre algo?
    - No exactamente. Es que…conocí a una chica hace unos días. Pobrecilla…su madre está muy enferma y ella sola tiene que trabajar para darle de comer unos cuantos mendrugos de pan. No es justo…es tan linda…
    - Me parece que te has enamorado de ella.
    - No, para nada. Es tan sólo una niña. Realmente me ha conmovido su forma de salir adelante. Me preocupa que pueda ceder a la tentación en terminar como cortesana o como mujerzuela. Sería capaz de…
    - ¿De qué?
    - De casarme con ella con tal de que no lo hiciera.
    - Pero si tú, Bernard, eres más pobre que una rata…-rieron.
    - Seré pobre pero sí soy honrado y trabajador. Y seguramente jamás le faltaría nada a esa niña ni a su madre. Además…no soy tan mal parecido.
    Maximilien y el resto rieron ante el comentario. Bebieron un par de copas más y salieron de ahí algo tarde.

    En Versalles, todos estaban apartados de la cámara del rey.
    Aguardaban el momento fatal.
    Oscar esperaba junto con André.
    - ¿Qué dice el médico?
    - Dice que…es cuestión de horas…
    André trataba de explicar a Oscar que le dolía aquel momento pero no sabía cómo expresarlo.
    Fersen ya se había ido. Oscar, sin embargo, no se sentía tan triste como creía.
    De pronto, el médico salió dando la fatal noticia.
    - Ha muerto el rey…
    La corte entera dijo:
    - Ha muerto el rey…¡viva el rey!
    Los jóvenes príncipes Luis y María Antonieta fueron llamados.

    André dijo a Oscar.
    - Ahora sí que vienen los problemas.
     
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    Lumiére et nuit [Finalizado]
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    1697
    Cap. 20

    Tras la muerte del rey Luis XV, los nuevos príncipes tuvieron que tomar el control del gobierno, cuando aun tenían 18 años. Eran realmente irresponsables los dos y eso iba a traerles problemas con el pueblo francés.
    Por el momento, Oscar estaba en paz relativa, puesto que parecía no tener que pasar mucho tiempo en Versalles. Pero, en cuanto la reina contrajo nupcias y tomó su sitio como reina de Francia, las cosas comenzaron a cambiar.
    La reina María Antonieta mandó llamar a Oscar una mañana.
    André deambulaba por uno de los salones.
    - ¿Vas a ver a la reina?- preguntó André.
    - Sí, me ha mandado llamar, y casi puedo saber de dónde viene su interés por hacerlo.
    - Seguramente…Fersen…
    - Así es…¿quieres venir?
    André negó.
    - No sería prudente, Oscar. Es mejor que vayas tú…si yo estoy presente, mis reacciones me delatarían frente a ella.
    - Ya veo…creo que es mejor que no note tus intenciones.
    Oscar marchó hacia el salón donde estaba María Antonieta. André bajó un momento la cabeza. Oscar no había entendido para nada el por qué de la forma de actuar de él.
    El joven capitán Jarjayez entró a aquel sitio y conversó con la reina.
    - Su Majestad.
    - Me alegra verte, Oscar. No había podido cruzar palabra contigo desde la ceremonia de coronación.
    - Así es, Majestad. Han pasado muchas cosas.
    - Dime…¿qué ha pasado con Fersen? Supe que se iba…
    - Sí…tuvo que marcharse a Suecia de improviso. Asuntos de la corona sueca.
    María Antonieta sufría porque Fersen no se había despedido de ella.
    - Lo lamento…¿ha mucho tiempo que se marchó?
    - Un poco, Majestad. Y considero que…fue lo mejor que pudo hacer…
    La reina asintió con dolor.
    - Yo también creo lo mismo que tú, Oscar. En fin…me alegro por ti porque ahora todo será mejor para ti. Tu madre está ahora en tu casa, ya no es necesario que esté aquí en la corte todo el tiempo, considerando también que no podría estar aquí muchas horas por su estado de salud.
    - Agradezco esa atención de su parte, Majestad.
    María Antonieta asintió y añadió:
    - Despreocúpate, Oscar. No sé qué haría sin alguien como tú a mi lado…
    Oscar levantó la mirada. Aquellas palabras se clavaron en lo profundo de su alma.

    André, por su parte, dejó a Oscar en Versalles y volvió a la casa.
    Tenía que revisar los caballos de la familia Jarjayez. Por un lado se sentía más tranquilo, con Fersen fuera de Francia. Pero sabía que quizás eso no tendría a Oscar de muy buen humor.
    La abuela lo vio venir cuando entró a la sala.
    - Hijo, ¿no estás hoy con Oscar?
    - Tiene muchas ocupaciones y yo debía venir a revisar los animales del establo.
    - Lo que sucede es que no quieres tener a Oscar frente a ti durante mucho tiempo.
    - ¿Por qué lo dices?
    La abuela repuso.
    - Por favor, André, reconoce que…
    - Abuela…es mejor que no sigas. Me conoces demasiado bien y sabes lo que me está pasando.
    - Lo sé, hijo. Mira, ve a París y yo te disculpo con Oscar. Cuando llegue, le aviso que no tardarás.
    - Gracias, abuela, aun sí tengo cosas que hacer en París.

    El joven salió de la casa Jarjayez y se dirigió a París.
    Cuando estaba ya en la plaza, encontró a algunos amigos que se dirigían a la taberna.
    - ¡Hey, André! ¿Por qué no vienes con nosotros a beber algo?
    - No, muchachos, ahora no puedo.
    - Ven, anda, para que vuelvas a venir estará difícil.
    Estaban en la taberna, aunque André no estaba de muy buen humor.
    - ¿Qué pasa, André?
    El muchacho negó.
    - No me pasa nada, es sólo que estoy preocupado.
    - Pero si acabamos de recibir a una nueva y hermosa reina. Estoy seguro que la suerte de Francia se trocará en felicidad.
    - Yo lo pongo en duda…
    - Dinos, André, ¿cómo te va con el capitán Jarjayez? Dicen que es un patrón muy bueno…aunque bastante raro.
    - ¿Quién dice eso?
    - Mucha gente…pero tú trabajas para él. Debes saber mejor que nadie…
    - Lo sé y puedo decir que no podría trabajar para nadie mejor que el capitán Oscar.
    La mirada de André se tornaba apasionada y ferviente al hablar del hijo del general Jarjayez.
    - No es necesario que te pongas así. Nos harás pensar mal…mejor dime: ¿y la chica aquella que encontraste en París? ¿No has vuelto a verla?
    - No-dijo André- pero…creo que…pronto la volveré a ver…
    Uno de los muchachos le preguntó.
    - ¿Cómo es ella, André?
    André respondió, mientras chocaba su vaso de vino con ellos:
    - Es…rubia…con unos ojos claros hermosísimos…unos labios pequeños y suaves…una piel suave y fina…un cuerpo de diosa griega…y un porte de reina…
    Los muchachos rieron.
    - Eres un mentiroso, André. Esa descripción sólo encaja con la reina María Antonieta. Nos quieres tomar el pelo. De igual forma, bebe, André, para que dejes de idealizar a tu “musa” y dejes de soñar. Salud.
    André brindó pero repuso.
    - Debo volver…el capitán Jarjayez ya debió volver de Versalles. Hasta pronto.
    Lo vieron marchar. El muchacho iba pensando en aquella muchacha a la que había descrito tan bien.
    En su casa, Oscar bebía un poco de café, cuando llegó André.
    - ¿Se puede saber en dónde estabas, André?- preguntó el joven capitán.
    - Fui a París…como tú estabas en Versalles, con muchas ocupaciones…
    - Hiciste bien pero…hubiera querido que te quedaras conmigo. Necesitaba que alguien me ayudara.
    - Con los pendientes…
    - Sí- añadió Oscar- la reina quería ordenar algunas cosas y yo no podía hacerlo todo.
    André comentó.
    - Discúlpame, Oscar…no vuelve a suceder.
    El joven permaneció en espera. Oscar marchó hacia su habitación para leer y tocar el violín.
    De pronto, sintió la necesidad de ir a buscar a André.
    Lo encontró en el estudio.
    - André…¿puedo saber qué haces aquí tan solo?
    El joven cerró el libro y se incorporó.
    - Dime, Oscar…¿necesitabas algo?
    Oscar sonrió.
    - Tocaba el violín pero como no tenía público me aburrí. No me digas que estás estudiando a estas horas.
    - Sólo quería ponerme al corriente…
    Oscar se acercó, cerró el libro y mirando a los ojos a André le preguntó.
    - Dime la verdad…¿qué te está pasando, André?
    El muchacho Grandier, al verse acorralado, miró a Oscar a los ojos con profundidad y le preguntó.
    - ¿Tú…qué crees, Oscar?
    El hijo del general Jarjayez recorrió los ojos de André, luego bajó los suyos y respondió.
    - Seguramente estás pensando en María Antonieta, ¿cierto?
    André sonrió.
    - Un poco…quisiera saber la cara que puso cuando le dijiste que Fersen se había ido.
    Oscar comentó mientras se quitaba los guantes:
    - Pues…se puso muy triste. Pero…quizás con el tiempo lo olvide. Acaba de hacerse reina de Francia y el rey ya es su esposo.
    André repuso.
    - Quizás él la haga olvidarlo…
    Oscar lo empujó ligeramente.
    - ¿Te estás burlando, André?
    - No- siguió él empujándola también.
    Una pequeña guerra de almohadones en el estudio terminó entre risas.
    Cuando se calmaron, Oscar continuó con la charla.
    - Se vuelve muy difícil la situación con la guardia. El conde de Guémené sigue a cargo de la guardia real y dicen que a los soldados no les parece el trato. Estaban mucho más contentos antes de que muriera el rey Louis.
    - ¿Por el trato?
    - En parte…y también por la paga. Oye…¿cómo son las reuniones de los comunes en París?
    - No sé mucho al respecto pero se supone que son verdaderas reuniones de intelectuales.
    - ¡Cómo me gustaría ir a una!- comentó Oscar.
    André propuso.
    - Te prometo que te llevaré a una de cualquier día de éstos.
    - ¿De incógnito?
    - Sólo no lleves el uniforme de gala, por favor.
    Ambos rieron y bajaron cuando la abuela los llamó a cenar.

    En uno de esos días, el joven Bernard Chatelet volvió a aquel lugar donde vivía Rosalie Lamorlierie. La madre de la muchacha ya estaba en pie.
    - Te dije que te quedaras en cama, mamá- replicó Rosalie.
    - No podía hacerlo- dijo la madre- sabes que tengo que volver a trabajar.
    El joven Bernard llegó.
    - Bon jour, madeimoselle Rosalie.
    La joven sonrió.
    - Bon jour, Monsieur Chatelet.
    El fuego de aquellos ojos hacía sonrojar las mejillas de Rosalie.
    La madre lo saludó cordialmente.
    - ¿A qué debemos el honor de su visita, Monsieur Bernard?
    - Les tengo buenas noticias- dijo Bernard.- le he conseguido trabajo a la señorita Rosalie en la casa de modas de Madame Rose Bertrand.
    La señora Lamorlierie estaba muy contenta.
    - ¿De verdad?
    Rosalie estaba muy emocionada.
    - No puedo aceptar, Monsieur…yo…
    - No diga más, Rosalie. Ya la están esperando desde mañana. Les conté de los bordados que realiza y dijo madame Bertrand que quería verla en acción. No puede decirme que no.
    La madre de la muchacha la instó.
    - Por favor, hija, acepta…el joven Chatelet te ha conseguido ese trabajo.
    - Está bien…tan sólo porque usted se esforzó para eso.
    Bernard sonrió. Estaba dispuesto a ayudar a la muchacha a resolver su situación económica.
    Oscar desayunaba al día siguiente junto con André.
    El general Jarjayez le dijo.
    - Hoy puedes quedarte…yo sí iré a Versalles, habrá una reunión de los generales.
    - Que haya suerte padre…por cierto…¿estará ahí el conde de Guémené?
    - Sí, ¿por qué?
    - Por nada…
    Cuando el general se despidió, Oscar dijo a André.
    - ¿Qué pasaría si mi padre supiera lo que ha hecho el conde?
    - No creo que suceda nada, Oscar. Tu padre jamás te creería lo que le dijeras al respecto.
    - Ya veremos si pronto no se entera. Ese conde no podrá ocultar durante mucho tiempo lo sucedido. No es justo…
    André miró de nuevo a Oscar. En ese momento, el capitán Jarjayez destilaba justicia por los ojos.
     
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    Andrea Sparrow

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    1483
    Cap. 21

    Oscar conversaba con André ante la ventana. El joven capitán no podía negar que pensaba en la suerte de su compañero Fersen.
    André lo sabía. Se acercó despacio a la ventana junto a Oscar y preguntó:

    - Supongo que te preocupa María Antonieta.
    - Un poco…temo que la reina reaccione negativamente. Según el conde Mercy, no obedece indicaciones…quiero seguir comportándose como una princesa caprichosa. Sin embargo, dicen que comienza a preocuparse mucho por la tranquilidad y la felicidad de su pueblo.

    - Eso espero…por su propio bien.

    Oscar le dijo comprensivamente.

    - ¡Pobre de ti! ¡Cómo se te ocurrió fijarte en alguien como María Antonieta!
    - Espero que se me pase…no pienso vivir con esa pasión tan profunda toda la vida.
    - Es verdad…-dijo Oscar aceptando la opinión de su casi hermano.
    André preguntó.
    - ¿Tienes idea de a qué fue tu padre a esa reunión?
    - No tengo idea, supongo que van a conformar la nueva guardia real. Aunque supongo que a cargo quedarán los mismos: Guémené, mi padre, Maximilien Girodelle, aunque él parece no estar demasiado interesado en las armas.
    - ¿Ah no?- preguntó André.
    - No, al parecer le llama más la atención la política. Pero su padre se empeña en que sea un buen militar.
    - Espero que pueda con ello. ¿No te gustaría ir a practicar un poco con la espada, Oscar?
    - Claro que sí, aunque te advierto que soy muy ágil y te venceré enseguida- dijo jactándose de su rapidez.
    - Eso si yo lo permito, Oscar. Mi fuerza servirá a mi inteligencia.
    La abuela los miró salir a practicar. Entonces pensó para sí:
    - Pobre de mi muchacho…ojalá la vida le permitiera ser verdaderamente feliz.

    Bernard fue por Rosalie a su casa para llevarla a la casa de modas de Madame Rose Bertrand.
    - No debió molestarse, Monsieur Bernard- dijo ella.
    - No me llame Monsieur, que me hace sentirme viejo, señorita. Y no es molestia. Era lo menos que podía hacer por usted. Ahora sólo le queda trabajar y hacer lo que mejor sabe hacer.
    Llegaron a la casa de modas.
    Bernard saludó cordialmente.
    - Bon jour, madame Bertrand- dijo el joven periodista.
    - Bernard, eres tan galante. Gracias por venir. Supongo que has traído a la chica.
    Rosalie miró apenada a la modista. Su humilde vestido contrastaba un poco con los vestidos que usaban las otras dos chicas.
    - Bienvenida, Rosalie- dijo la señora con sinceridad.- Me alegra que Bernard haya recomendado a joven tan hermosa.
    Bernard se sentía orgulloso de su trabajo.
    - ¿Lo ve? No me equivoqué cuando le dije que la encontraría hermosa.
    - No sólo me ayudarás como costurera, también podrás ser modelo para la prueba de los vestidos.
    - Oh, no…no podría.
    - Claro que puedes- dijo madame Bertrand.- Lucirás esa ropa tan sólo para que las damas de París puedan elegirlos.
    - En usted lucirán muy hermosos, Rosalie.
    La niña se sintió algo cohibida. Madama Bertrand carraspeó y añadió.
    - Bernard, querido…¿no tenías algo importante que hacer en París?
    - Oh, sí…cierto- dijo un tanto apenado.- Con el permiso de ustedes, me retiro.
    Luego guiñó el ojo a Rosalie diciendo:
    - Mucha suerte.
    Marchó entonces, dejando a su recomendada al cuidado de la señora Bertrand.
    La joven estaba maravillada por la gran cantidad de telas y bordados con los que aquella señora trabajaba.
    Una de las muchachas le dijo:
    - Se nota que fue Bernard Chatelet quien te recomendó.
    - ¿Por qué lo dices?
    - Porque el pobre apenas puede discernir entre la seda y el percal.
    Rosalie sonrió levemente.
    - Lo siento, querida…supongo que no está bien que hable mal de la mujer con la cual trabajo pero…la verdad que no es la mejor modista de París.
    - Pues…yo no lo sé, pero espero poder trabajar bien. Mi madre está muy necesitada de mi ayuda y no quiero defraudarla.
    - Suerte, entonces, querida- señaló la otra chica.


    En la casa Jarjayez, Oscar y André combatían fuertemente.
    - ¡Eres muy ágil pero yo te venceré!- auguraba el chico Grandier.
    - Lo dudo, André, tienes que poner a pensar a tu cabeza al mismo tiempo que mover tus manos.
    Al poco rato llegó el general Jarjayez.
    - Oscar…
    Éste venció a su oponente en dos segundos.
    - ¡Otra vez lo hiciste, Oscar!
    - Qué bueno que ya has vuelto, padre…¿alguna buena noticia?
    - La mejor de todas…especialmente para ti. Eres el nuevo jefe de la guardia real.
    Oscar apenas podía creerlo.
    - ¿Cómo?
    - Muy fácil, ahora eres coronel…
    Oscar estaba boquiabierto. André lo felicitó.
    - Me alegra mucho por ti, Oscar- dijo aquél.
    El ahora coronel Jarjayez preguntó.
    - ¿Puedo saber cómo sucedió esto?
    - La reina ha solicitado su ascenso. Ella misma fue quien te propuso como cabeza de la guardia real. Y el rey también estuvo de acuerdo.
    - Pues…agradeceré personalmente a Sus Majestades por tal honor, padre.
    - Te esperan en dos días en una gran recepción. Por el momento, puedes descansar.
    - Gracias, padre.
    En cuanto el general se marchó, André rompió a reír.
    - ¿Se puede saber qué te hace tanta gracia, André?
    - Que me parece que ahora las decisiones importantes, las toma la reina María Antonieta.
    Oscar permaneció serio dos segundos.
    - ¿En qué piensas, Oscar? ¿Dije algo malo?
    - Lamentablemente no, André. Algo me dice que tienes razón. Pero eso no me agrada en lo absoluto. De igual forma iré a visitar a la reina, pero no pienso ir a Versalles en un par de días. No hasta que me manden llamar. No quiero cruzarme con el conde de Guémené, no soporto su repugnante presencia.
    André concordaba con Oscar totalmente.

    En tanto, aquella noche en la casa Boulanvilliers, la marquesa se reunía con algunas amistades para anunciar el noviazgo de su joven protegida, Jeanne Valois, con un amigo de la familila, llamado Nicolas de la Motte.
    - Nicolas…me alegra tanto que Jeanne te haya aceptado.
    - A mí más, señora marquesa- decía Nicolas.- Nunca pensé que Jeanne fuera a acceder a nuestro matrimonio. No porque no pudiera, sino por ser ella una chica tan bella y tan bien educada.
    - No digas eso. Tu familia es de las mejores de París. Sólo lamento que tus padres no hayan podido presentarse a la corte antes. Si yo misma no he sido solicitada.
    - Quizás pronto lo sea, señora marquesa- sonrió malévolamente.
    En tanto Jeanne sonreía, participando de las palabras de quienes la adulaban constantemente.
    - Jeanne…te ves realmente hermosa. Nicolas se llevará una joya.
    - No digan eso…yo sólo pretendo hacerlo feliz.
    Nicolas llegó entonces.
    - Querida…¿contenta?
    - Mucho, Nicolas. Esta fiesta es muy agradable. Gracias por lo que estás haciendo. Sé que vamos a ser muy felices.
    Nicolas la abrazó al tiempo que buscaba sus labios, cuando Jeanne le propuso.
    - ¿Qué te parecería que pronto nos quedáramos con la fortuna de la señora marquesa?
    Nicolas se sorprendió.
    - ¿Qué dices, Jeanne?
    - Nada…que tú y yo podríamos conseguir que fuéramos aceptados en la corte. Hay gente que conozco que pueden presentarnos al cardenal de Rohan, y si eso pasa, no habrá inconveniente en que seamos llamados por Su Majestad la reina de Francia.
    - Pero…¿por qué la marquesa?
    - Porque a pesar de todo, no tiene la suficiente fortuna como para acceder a la corte. Y con su herencia, el título lo heredaría yo y así…podríamos estar bien posicionados en la sociedad, Nicolas.
    El joven amigo de la marquesa estaba sorprendido de la maldad que aquella mujer destilaba.

    - ¿Y qué piensas hacer ahora que no estés en Versalles, Oscar?- preguntaba André mientras cepillaba a uno de los caballos.
    Oscar sonrió.
    - Pues dedicarme a estudiar…dedicarnos a estudiar y a practicar la esgrima y a montar. Debemos ejercitarnos para estar en forma ahora para la nueva responsabilidad.
    - ¿Y qué opinas del nombramiento que has recibido?
    El ahora coronel respondió.
    - Sé que no lo merezco y como tal, voy a manejar esta situación al margen; no quiero que muchos se burlen o generen rencillas por ese motivo.
    - ¿Y cómo lo conseguirás?
    - Haciendo lo que me corresponde…la reina estará de mi parte…
    Enseguida comenzaron a llegar a la casa costosos regalos.
    André y Oscar entraron a la casa y vieron aquel mar de presentes.
    - Todos estos regalos los envía Su Majestad en prenda de tu nuevo nombramiento.
    - Los agradezco mucho pero no los puedo aceptar.
    André estaba sorprendido.
    - ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
    - Totalmente- dijo Oscar.
    Y ahora estaba mucho más seguro de lo que decía.
    Y André también estaba seguro de sentirse orgulloso de su amistad con Oscar Jarjayez.
     
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    Andrea Sparrow

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    Cap. 22
    André notó cómo Oscar rechazaba aquellos regalos que le enviara la reina. Pero sabía que la razón iba más allá sólo de simple gesto de humildad.
    Así que decidió averiguar lo que había detrás.
    Fue a la habitación de Oscar y tras afinar el violonchelo del ahora coronel, preguntó.
    - ¿Qué te parecieron los presentes de María Antonieta?
    - Casi no los vi- respondió Oscar sin interés.
    - ¿Realmente estabas en tus cabales cuando despreciaste esos presentes?
    Oscar cambió su rostro a uno de afectación.
    - ¿Tú los habrías aceptado, si sabes que esos regalos son costosos y la corona no está en una situación económica muy boyante que digamos?
    André se quedó en silencio.
    - No pensé que lo hicieras por eso…
    - ¿Y por qué otra cosa?- preguntó Oscar de nueva cuenta.- Quizás no lo había pensado pero ahora sé que es así. Escuché que había problemas de finanzas y por eso considero que la reina no debería gastar en presentes como esos. Además, hay algo más.
    André se intrigó.
    - ¿A qué te refieres?
    - A la forma de reaccionar de María Antonieta. Cuando aprecia a alguien reacciona de forma inmadura y trata de pagar la predilección con sus regalos. Pero yo no soy así.
    - Y me alegra que pienses así.
    Oscar miró a André con alegría y respondió.
    - Y a mí me da gusto que sea así, porque no me gustaría que tuvieras que estar de acuerdo conmigo tan sólo por ser mi amigo.
    - Sabes que estoy de acuerdo contigo en casi todo. ¿Y qué piensas hacer ahora?
    - Supongo que mi padre habrá puesto al tanto a Su Majestad y querrá verme para que le agradezca personalmente su distinción. Y lo voy a hacer pero pondré mis condiciones.
    André soltó una carcajada.
    Oscar se cruzó de brazos.
    - ¿Puedo saber por qué te da tanta risa, André?
    - Es que…¿cómo vas a ponerles tus condiciones a la reina?
    - Supongo que no te agrade que contraríe los designios de tu amada- dijo, guiñándole el ojo a André- pero es necesario para que yo pueda aceptar tan “alto honor”.
    El joven Grandier no entendía del todo.
    - Lamento preguntarte pero…no te comprendo.
    - Ni falta que hace- dijo Oscar- será mejor que no sepas los desplantes que le haré a tu amada.
    André sonrió de lado.
    - Está bien…no intervendré en tus decisiones. Sólo espero que “mi amada”, como tú la llamas, no se retracte de su decisión.
    - No me afectaría en lo más mínimo. Realmente, no tengo interés en adquirir un grado tan importante tan sólo porque es ella quien lo desea.
    André, sin embargo, rogaba que aquel rango que había recibido Oscar fuera bien aprovechado.

    Bernard Chatelet contaba con detalles su breve hazaña frente a un distraído Robespierre que estaba más preocupado por la cámara de los Comunes que por las aventuras amorosas de Chatelet.
    - Es una dulzura de criatura, lástima que aún sea tan joven. Pero estoy seguro de que le importo mucho más de lo creo.
    - Eso no es tan importante ahora, Bernard. Estamos más preocupados por los asuntos de estado. La reina parece ser ahora quien está a cargo de los asuntos de la corona.
    - Eso es realmente delicado- observó Chatelet.
    - ¿Ves a lo que me refiero?
    - Sin embargo, déjame seguir soñando con esa dulce jovencita que es mi sueño…el sueño que de niño quizás tuve con alguna princesa o hada, de los cuentos de los que mi madre me contaba.
    - Sigue soñando entonces, Bernard, con tu princesa del pueblo.
    - No lo digas en ese todo. Sabes que puedo ser un soñador, pero tengo los pies bien puestos en la tierra.
    Maximilien bien sabía que Bernard decía la verdad.

    Mientras tanto, Rosalie disfrutaba levemente lo que ganaba con Madame Rose Bertrand, especialmente cuando ésta fue requerida por la mismísima María Antonieta para realizar varios diseños para ella.
    Rosalie compartía con sus compañeras las ganancias.
    Y volvía a su casa más contenta que de costumbre por poder ayudar a su madre.
    La señora se sentía un poco mejor, pero siempre que podía preguntaba por su otra hija.
    - Rosalie…¿has sabido algo de Jeanne?
    Rosalie se entristecía. Le parecía un poco injusto de parte de su madre preocuparse más por la ausente que por ella, pero la comprendía. Era su hermana.
    - Lo siento, mamá, pero no tengo noticias de Jeanne.
    La madre mudaba su semblante. Era normal. Jeanne las había dejado porque quería vivir como una reina y algo le decía que lo había conseguido.

    Precisamente, no muy lejos de ahí, en la casona de la marquesa de Bouillanvillers…
    - Bienvenidos. Me agrada tanto que pudieran venir. Ahora que conozcan a mi sobrina, van a quedar maravillados con su belleza.
    Y precisamente, hubo un hombre que quedó prendado de la voluptuosa belleza de la joven hermana de Rosalie Lamorliérie.
    - Buenas noches, madeimoselle Valois- dijo aquel hombre al mirar a Jeanne.
    La joven, quien disfrutaba su nueva situación económica, sonrió a aquel caballero y le preguntó.
    - Buenas noches…¿cuál es su nombre?
    - Soy amigo de la marquesa…mi nombre es Nicholas de la Motte…
    - No había escuchado su nombre pero parece que si es usted amigo de mi tía debe ser alguien muy importante.
    El muchacho sonrió.
    - En efecto…¿me concedería este minuet?- preguntó lisonjero.
    La belleza de Jeanne era en verdad esplendorosa, pero su maldad y audacia también lo serían.

    Al día siguiente, Oscar se apresuró a llegar hasta Versalles.
    María Antonieta la esperaba ya.
    André se había adelantado.
    - ¿Puedo saber qué haces aquí tan temprano?- preguntó Oscar a su amigo.
    - Ya lo ves…quería estar presente durante el momento en que le digas a María Antonieta que vas a establecer tus condiciones.
    - No te sientas tan ufano, André- respondió divertido Oscar- que no pienso servirte de diversión.
    - De igual forma, será interesante saber qué sucederá- guiñó el ojo André.
    Oscar sonrió de lado y entró a la audiencia con la reina.
    María Antonieta le recibió encantada.
    - Oscar…supongo que ya te han puesto al tanto del nuevo cargo.
    - Así es, Su Majestad, y me siento verdaderamente en honra de semejante distinción.
    - Pero también me pusieron al tanto de que no aceptaste los presentes que te envié. ¿Puedo saber la razón?
    - Antes que todo, Majestad, debo deciros que no soy una persona a quien le guste recibir presentes de alguien de mayor categoría que yo. No lo considero justo ni normal. No me malentienda. No es cuestión mía. Creo que es mi forma de ver las cosas.
    - Te comprendo. Sin embargo, me gustaría concederte algo que quisieras pedir.
    - Hay dos cosas que quiero pediros.
    María Antonieta sonrió.
    - Adelante, Oscar, puedes solicitar sin problemas.
    - Bien…la primer cosa es que…me aceptéis como coronel a cargo de la guardia real solamente si me rebajáis el sueldo a la mitad.
    - ¡Oscar!- observó con sorpresa la reina- extraña petición la tuya pero…puedo aceptarla…¿y la otra?
    - Que…aceptéis que André Grandier permanezca en la guardia a mi lado y que a él se le asigne un salario y se le otorgue el grado de sargento.
    María Antonieta sonrió.
    - Si sólo es eso lo que pides, ten por seguro que se te concederá.
    - Sin embargo, sería mejor que por ahora no lo sepa. No quiero que lo rechace.
    - No te preocupes, no se lo diremos.
    Oscar sonrió. Se sentía tranquilo ahora que había conseguido la amistad y el respeto de la reina. Sin embargo, habría nubes negras pronto en el horizonte de la corona francesa.

    El nuevo coronel salió del salón de Espejos y se encontró con André.
    - No pude ver la cara de su Majestad por lo que le dijiste, pero veré su cara ahora que le traen sus nuevos vestidos.
    - ¿Tú serás el modisto?- preguntó con sorna Oscar.
    - No te burles. Ha pedido que media corte esté presente, incluso tú.
    - Ya veo. ¿Y quién vendrá?
    - Madame Rose Bertrand.
    - Tengo entendido que no es la mejor costurera de Francia.
    - Claro que no, sólo que alguien la recomendó y la reina estuvo fascinada con un vestido que le hizo.
    - Ven, vamos a ver.
    Al llegar se dieron cuenta de que la reina comenzaba a vestirse de una forma bastante extravagante.
    - No me gusta la moda que la reina está seleccionando- dijo Oscar.
    - A mí menos…especialmente por mi gran boca.
    - Sí- rió Oscar- ya supe lo que dijiste respecto a lo del color de…”la mosca”.
    - Fue tan sólo un decir, y Madame Bertrand estuvo feliz de llamar así a su modelo. Y la reina igual.
    - Sin embargo, no me podrás negar que se veía hermosa.
    “Yo sé de alguien que, sin ser reina, se vería hermosa con esa ropa”- pensó André.

    Fueron al patio central. El nuevo coronel comenzó a dar órdenes a su regimiento. Tenía en el destacamento a Monsieur Girodelle que era incondicional, pero también tenía al conde de Guémené, un acérrimo rival de su padre. Y por añadidura a un recomendado del cardenal de Rohan.
    - ¿Quién es ése?- preguntó André- creo que apenas si sabe montar a caballo.
    - Sí, le falta prestancia- dijo Oscar- pero ya lo corregiremos. Dicen que apellida de la Motte.
    - Espero que no nos haga quedar mal en la demostración ante Su Majestad el rey.
    - Eso espero yo también- dijo Oscar no muy seguro de que aquel hombre fuera un buen elemento.
    -


    Maybe I'm addicted, I'm out of control, but you're the drug
    that keeps me from dying.
    Maybe I'm a liar,
    but all I really know is
    you're the only reason I'm trying.



    GRACIAS KARLITA!!



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    Cap. 23
    Oscar seguía dirigiendo a su destacamento, cuando notó que de la Motte no se sentaba bien en el animal y su jamelgo no lo obedecía del todo.
    - ¡Enderézate!- gritó Oscar.- Debes estar más firme, Nicolás.
    Aquel hombre no estaba muy contento de estar en el regimiento, pero fue la marquesa de Boulanvillers quien intervino para que el muchacho fuer aceptado en la guardia real.
    ¿Por qué? Por ser ahora novio formal de su sobrina, Jeanne Valois.
    La marquesa comentaba con Jeanne.
    - Conseguí que Nicolás fuera aceptado en la guardia real.
    - ¿Y cómo lo consiguió, tía?
    - Bueno, le dije a un buen amigo de la reina que ese muchacho tenía futuro. Que era un conde ligeramente venido a menos y que sólo necesitaba una oportunidad para sobresalir. Además, sé que tú lo quieres. No puedo permitir que mi sobrina sea novia de un don nadie.
    - ¡Gracias, tía!- dijo Jeanne, hipócritamente.- No esperaba menos de ti. ¿Habrá alguna reunión para agradecerlo?
    - Quizás, sólo que por ahora no lo sé, no me he sentido muy bien. Tengo que ver a mi notario…quiero dejar algunas cosas en orden.
    Jeanne entreabrió los labios y enarcó una ceja. Era una buena oportunidad para hacerse de la fortuna de la marquesa.

    Oscar terminó el entrenamiento. Monsieur Girodelle preguntó al coronel.
    - Discúlpeme, coronel.
    - Dígame, capitán Girodelle.
    - Lamento importunarle pero…vi con afectación la forma en que ese conde Nicolás le sacó de sus casillas.
    - No se fije, capitán. Lamento que haya tenido que verme en indisposición pero…es que hay ocasiones en que no entiendo por qué hay nobles que por el simple hecho de serlo tienen que estar en el regimiento de Su Majestad.
    - A mí también me molesta eso- dijo el capitán Girodelle- sin embargo, creo que si necesita ayuda, yo podría hacerlo, a fin de que su regimiento no se vea afectado.
    Oscar entrecerró ligeramente los ojos.
    - Le agradezco, pero en el caso de que ese hombre necesite ayuda, yo estaré en disposición de dársela. Con su permiso, capitán.
    André siguió a Oscar hasta el exterior del palacio.
    - Oscar…¿por qué fuiste tan cortante con el capitán Girodelle?
    - Será, quizás, porque no me gusta la forma en que se dirige a mí. Seguramente quiere ganar puntos conmigo pero no lo va a conseguir. Los méritos propios son los que determinan si alguien debe o no ascender en el ejército.
    - Sin embargo, en mi caso, abogaste por mí y yo no soy ni siquiera noble.
    - No es lo mismo- respondió Oscar- tú eres un buen elemento. Si fueras noble, ahora ya serías capitán.
    André agradeció.
    - Me has tratado siempre bien, Oscar…es algo que nunca voy a olvidar.
    Se miraron profundamente a los ojos. Las palabras sobraron. Sin embargo, André encontraba en la mirada de Oscar algo extraño, algo nuevo. Y se llegó a preguntar si alguien había llegado a su corazón.

    Al día siguiente, Oscar se levantó temprano y se dirigió a la caballeriza.
    La abuela Grandier llamó a André.
    - ¡Levántate, muchacho! Oscar ya está a punto de marchar y tú todavía acostadote…
    André se levantó somnoliento pero en cuanto escuchó que Oscar se había levantado, se apresuró para estar listo.
    Llegó justo a tiempo y tomó su propio caballo.
    - Te quedaste dormido, André.
    - No te preocupes, no volverá a pasar. Sólo quisiera saber. ¿Por qué tenías tanta prisa de llegar temprano?
    Oscar sonrió solamente.

    Cuando llegaron con María Antonieta, Oscar se notaba radiante. André comenzó a sospechar que quizás Oscar sentía por la reina algo más que sólo admiración.
    Y más lo notó cuando vio que María Antonieta cantaba y después llegaba una dama más de la corte.
    - ¿Quién es esa mujer?
    - No tengo idea- dijo Oscar con molestia.
    André trató de averiguar.
    - Dicen que su apellido es Polignac…
    - Polignac- dijo Oscar.- Algo me dice que esa mujer traerá graves problemas…
     
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    Cap. 24
    - No seas tan quisquilloso, Oscar- reveló André.- Es sólo una dama que ha llegado a la corte.
    - Lo sé pero…no sé por qué hay algo en ella que no me agrada.
    - Déjala, al parecer se comporta como toda una dama. Y se ve que a la reina le parece simpática.
    Pero Oscar presentía que aquella mujer sólo se estaba aprovechando de su status.
    María Antonieta la miró con suma atención.
    - ¿Ya vieron a esa dama?- preguntó María Antonieta.- Es hermosa…canta lindísimo. Necesito hablarle…
    Oscar trató de ayudarla a ser prudente.
    - Majestad…esa mujer parece que nunca había estado en la corte. Por favor, no se extralimite.
    - Pero…¿no te has dado cuenta de su forma de cantar, de ser? Necesito saber cómo se llama…tengo que hablar con ella.
    - Está bien.- repuso Oscar con visible desagrado.- Voy a averiguar más sobre ella y os lo haré saber.
    Oscar avanzó unos pasos hacia una dama. Ésta le dio una información algo imprecisa. Pero fue con André y le dijo:
    - André…por favor, averigua más sobre lady de Polignac.
    André asintió.
    Mientras tanto, Oscar observaba cómo María Antonieta no perdía ojo de la presencia de aquella mujer. Era hermosa, no cabía duda. Pero había en su mirada un dejo de hipocresía que no pasó desapercibido para el hijo del general Jarjayez.
    André regresó con información importante.
    - Se llama Giselle de Polignac…dicen que es esposa del duque de Polignac que ha venido a menos…supongo que fue invitada por alguien más importante en la corte. Pero no me da buena espina.
    - A mí tampoco. Sin embargo, la reina está muy interesada en ella.
    - Oscar…¿por qué te preocupa tanto la predilección de la reina en ella?
    Oscar desvió la conversación.
    - A ti debería preocuparte más…tu amada es quien se interesa por esa dama. Quizás ella pueda ser la favorita de la reina.
    - A mí me parece más bien que se trata de…celos, ¿cierto?
    Oscar se ofendió un poco.
    - Todo menos eso- dijo el ahora coronel Jarjayez.- Sabes que eso es imposible.
    André asintió.
    - Claro…entre otras cosas porque…no podrías enamorarte de la misma mujer que yo.
    Oscar rompió a reír a carcajadas, tratando de no ser evidente mientras el baile se desarrollaba.
    - Ahora dime tú, sabelotodo…¿cómo conseguiste la información de esa dama?
    André sonrió de lado.
    - Pues…persuasión solamente.
    - ¿Persuasión amorosa? Hay muchas damas en la corte que están loquitas por ti.
    Ahora fue el turno de André para reír a carcajada abierta.
    - Lo siento…¿te das cuenta de lo que estás diciendo?
    - Sólo la verdad, André- dijo Oscar.
    André insistió.
    - A mí me parece entonces que…esos sí son celos…
    Oscar apenas pudo mover la cabeza para negar o afirmar, cuando notaron que Lady de Polignac ya estaba frente a frente a María Antonieta.
    No pudieron escuchar nada sobre la conversación.
    - Me intriga saber qué le está diciendo esa mujer a la reina.
    - A mí también- respondió André.- Quisiera saber de qué se trata eso tan importante que le estará diciendo a María Antonieta.
    Oscar se aventuró y se acercó sigilosamente.
    Al llegar, María Antonieta, lejos de molestarse, dijo a Oscar.
    - Coronel Jarjayez, ¿conocía usted a Lady de Polignac?
    Oscar hizo una ligera reverencia.
    - Había escuchado de su apellido, aunque no la conocía personalmente.
    - Ella estará en la corte junto a mí. Espero que la trates con dignidad y solicitud.
    Oscar asintió aunque con algo de dificultad.
    - Está bien, Su Majestad.
    El coronel Jarjayez se apartó y fue donde André.
    - Ahora resulta que tengo que rendirle pleitesía a esa mujer tan sólo porque será la favorita de María Antonieta.
    André trató de calmar al coronel.
    - Calma, Oscar…no creo que le dure mucho a la reina esa amistad.
    Sin embargo, ambos estaban ligeramente equivocados al respecto.
    Mientras tanto, Rosalie preparaba un potaje para su mamá.
    - Hija, debes estar cansada, después de tanto trabajar con esa señora.
    - No te preocupes, mamá- dijo Rosalie, mientras daba de comer a su madre- Según veo ya tienes mejor semblante.
    - Un poco más, gracias a tus cuidados- dijo la señora Lamorlierie- pero no quiero sentirme bien a expensas de tu cansancio.
    - No digas eso, mamá. Por ahora me va bien con Madame Bertrand. Ahora ya le están pidiendo costuras para la reina y para sus cortesanas.
    - Me imagino que le pagarán muy bien.
    - No mucho- dijo la muchacha- me parece que la situación en la corona francesa no es muy afortunada.
    - ¿Lo ves? Hasta los reyes lo pasan mal en ocasiones.
    Rosalie negó.
    - No sé a qué se debe eso. Es increíble que la reina siga viviendo con lujos mientras la gente esté en pobreza extrema.
    - No te angusties. Quizás pronto salgamos de esta situación. ¿Has visto a Jeanne? ¿Sabes cómo está?
    - No, mamá. No la he visto.
    La señora le rogó.
    - Rosalie…por favor, busca a tu hermana. Escuché que está con la marquesa de Boillanvillers…sólo tienes que enviar a alguien o averiguar con alguna de las costureras. ¿Lo harás?
    Rosalie se ponía algo triste pero accedió.
    - Está bien, mamá. Mañana mismo iré a buscarla.

    En tanto…
    - ¡No puede ser, Jeanne!- se quejaba aparatosamente Nicolás.- No puede haber humillación más grande que ésta.
    - ¿A qué te refieres, Nicolás?- preguntó Jeanne, desconcertada.
    Nicolás refirió.
    - A que en la guardia real…el nuevo coronel de infantería…es una mujer.
    Jeanne entornó los ojos.
    - ¡¿Cómo?!- insistió la protegida de la marquesa.- ¿De dónde sacas esa barbaridad?
    - Es la verdad- dijo Nicolás- El coronel Jarjayez es mujer. Apenas si me había dado cuenta.
    Eso a Jeanne no le agradaba mucho.
    - ¿Y es atractiva?
    Nicolás negó.
    - No hablemos de eso…de hecho, vestida como hombre, nadie podría fijarse en ella, y mucho menos frente a ti. ¿Sabes qué es lo que causas en mí, Jeanne?
    Jeanne miró a Nicolás.
    - No lo sé…¿por qué no me lo dices tú mismo, Nicolás?
    Éste la besó fervientemente.
    - Dime…¿aceptarías ser mi esposa?
    Jeanne sonrió y apartó ligeramente a Nicolás.
    - Todo a su tiempo, Nicolás. No es tiempo todavía.
    Al poco rato llegó Rosalie buscando a Jeanne. La marquesa no se encontraba.
    - Perdón…¿estará la señorita Jeanne Valois?
    - ¿Quién la busca?- preguntó la mucama.
    Rosalie respondió.
    - Su hermana…
    La sirvienta fue donde Jeanne y la anunció.
    Al poco rato salió Jeanne y vociferando, exclamó.
    - ¿Qué hace esta zarrapastrosa aquí?
    Rosalie intervino.
    - Jeanne…por favor…ve a ver a mamá…ella te extraña.
    - ¿De qué habla esta mujer? Será mejor que la saquen de una vez…no la conozco ni sé qué está haciendo aquí…
    La muchacha lloraba.
    - Por favor, Jeanne…mamá te necesita.
    Nicolás preguntó inmediatamente.
    - Jeanne…¿quién es esta mujer y qué hace aquí?
    Pero Jeanne volvió a negarla y la mandó echar sin consideraciones.

    Rosalie se volvió a su casa hecha un mar de lágrimas…
     
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    Cap. 25

    - ¿Mujer?- preguntó la marquesa de Bouillanvillers a su sobrina Jeanne.

    - Eso dice Nicholas, tía- respondió la muchacha Valois.

    - No puede ser, tengo entendido que el general Jarjayez sólo ha tenido un hijo. Las demás son hijas.

    - Pues Nicholas asegura que se trata de una mujer.

    - Eso es algo totalmente erróneo, querida. Mira, quizás tu novio ha notado que el muchacho es muy delicado y por eso cree que es mujer. Nos convenceremos si vamos a una de las reuniones de la corona. Cuando seamos llamados…

    Jeanne dijo:

    - Tía…¿es posible acelerar que la reina nos llame a la corte?

    - Imposible, querida. Sólo se puede ir si somos llamados por Sus Majestades. Ven, vamos a arreglarnos para ir al centro.

    Sin embargo, Jeanne estaba realmente preocupada por dos razones. Una, lo que Nicholas había dicho, y la otra, por su encuentro con Rosalie. No se esperaba encontrar frente a frente con su hermana.

    Tras ir de compras al centro, en un carruaje, casi chocan con el coche de la familia Jarjayez. En él iban Oscar y André.

    - ¿Viste ese coche?- preguntó André.

    - Sí…al parecer es de la casa Boillanvillers…pero me extraña que vaya ocupado por alguien más.

    - ¿Conoces a esa mujer?- preguntó André.

    - ¿A la marquesa? Sí…muchas veces fue a la casa a charlar y tomar té con mis hermanas.

    - Pero…había otra mujer ahí.

    - Esa es a la que no puedo identificar- respondió el joven Jarjayez.

    André le preguntó.

    - ¿Cómo va el asunto con madeimoselle Polignac?

    - Madame, André. Se trata de una mujer casada, recuérdalo. A menos que…

    André se carcajeó.

    - Claro que no, Oscar. Esa mujer no es mi tipo. Ya sabes quién me tiene mal.

    Oscar sonrió. Pero André volvió la mirada.

    - ¿Sabes que los soldados están admirados de tu forma de trabajar con ellos?

    - Me alegra que así sea- respondió Oscar.- Aunque creo que alguien que no se alegra de ello, ¿verdad?

    - Así es…ese tal de la Motte…rumoreó entre algunos que eras mujer…

    Oscar miró a André y luego rió.

    - ¿Y le habrán creído?

    - Eso no lo sé…pero vaya que tiene gracia, ¿no?

    Oscar no dijo más y palmeó el hombro de André.

    - Vamos a la casa…quiero que veas unos libros que traje, quizás puedas echarles un vistazo.

    Se adentraron en la casa Jarjayez y no salieron hasta la noche.


    Rosalie estaba en la casa de modas de Madame Bertrand, cuando una de sus compañeras la miró algo triste.

    - ¿Qué sucede, Rosalie?

    La chica bajó la cabeza y trató de secarse el llanto.

    - Nada, Marie…es que…creo que hace algo de frío.

    - No seas niña…seguramente es porque no ha venido Bernard Chatelet.

    - No digas eso, ese señor ha sido como mi protector. No tiene por qué venir a verme.

    - Eres tú la que no quiere darse cuenta. Bernard está interesado en ti. Lástima que él sea tan pobre como nosotros.

    Rosalie le preguntó.

    - ¿Es él el de los panfletos que circulan por las calles desde hace un mes?

    - Así es. Es un periodista renombrado ya en los círculos populares. Casi tanto como Saint-Eves…el de los escritos eróticos.

    - ¿Qué es eso?- preguntó Rosalie.

    Marie se carcajeó.

    - Olvídalo, Rosalie. Pero ya no llores, que tu hombre vendrá antes de lo que te imaginas.

    Y justamos, momentos después llegó Bernard buscando a Rosalie para llevarla a comer.

    - ¿No te lo dije?- preguntó Marie, aseverando.

    Rosalie estaba algo cohibida.

    Bernard dejó su sombrero en una percha y preguntó.

    - ¿Está Rosalie?

    Marie se acercó.

    - ¿No deberías preguntar primero si está Madame Bertrand?

    Bernard respondió.

    - La vi salir a dejar unas piezas a la corte, así que no tiene sentido preguntar por ella, ¿no crees? Anda, linda- dijo acariciando su mentón- ¿puedes ser buena y decirme dónde está Rosalie?

    - Está allá en el fondo del taller pero…no tiene muy buen humor hoy…no sé por qué.

    Bernard se acercó lentamente.

    - Pequeña…

    Rosalie era tímida y sólo acertó a saludar levemente.

    - ¿Cómo está, señor Chatelet?

    Bernard sonrió diciendo.

    - Parece que no estás de muy buen humor hoy, ¿cierto?

    - No es eso…es que…tengo algunos problemas.

    Chatelet intervino.

    - Será mejor que vengas a comer ahora, antes de que regrese madame Bertrand.

    - ¿Y si llega y no me encuentra?

    Marie interrumpió.

    - Yo puedo decirle que tuviste que salir y que no tardarás. Anden…yo la entretengo.

    Bernard agradeció.

    - Te debo una, Marie.

    - Saint Juus debe enviarme mi ejemplar de los sábados.

    - Sólo por eso lo haces- dijo Bernard.- Está bien…hablaré con él.

    Ambos salieron al café.

    Estando ahí, Bernard pidió pastel y café para su amiga.

    - Cuénteme, Rosalie…¿por qué estaba tan triste cuando llegué?

    - Bernard…tengo una hermana que…digamos…anda lejos de nosotras…

    - Ya me imagino…es una mujer de reputación dudosa…

    - No- dijo Rosalie.- Ella encontró la manera de adquirir una mejor posición y ahora, ya no quiere saber nada de mi madre ni de mí.

    Rosalie se soltó a llorar.

    Bernard acarició su cabellera.

    - Lo siento, Rosalie. Pero no debe preocuparse. Su hermana no sabe lo que está haciendo. Y si pertenece a la nobleza…su tiempo está contado.

    - ¿De qué habla?

    - ¿No ha escuchado hablar acerca de la Liberté?

    - Algo hay de eso. Pero…sólo son ideas…

    - Ideas que pueden concretarse en realidad. Cada ciudadano está a la espera de algo que puede suceder no sabemos si en un futuro no muy lejano. Algunos aún tienen miedo. Pero esperemos que la situación con la corona se mejore, o tendremos que tomar cartas en el asunto.

    Rosalie no entendía del todo.

    - No comprendo, Bernard.

    - No me haga caso. Ahora, deje de llorar y déjeme contemplar esos dulces ojos que brillan con el sol.

    Rosalie bajó la cabeza. Bernard era un buen hombre pero la cohibía e intimidaba un poco.


    En tanto, Oscar subió a su cuarto, mientras André esperaba en la sala.

    Luego, descendió con sus armas y una invitación.

    - Mi padre ha dejado para mí la invitación que envía precisamente la duquesa de Verit a su baile de gala.

    - ¿Irás?

    - Tendré que estar, por ser noble. Ah, pero tú vienes conmigo.

    - ¿Yo?- preguntó André.

    - Por supuesto…tú eres parte de la familia y tienes que estar con nosotros.

    André agradeció.

    - Es usted muy amable, coronel.

    Oscar se desparramó en un sillón.

    - Todavía no me hago a la idea de que soy coronel de la reina.

    André respondió.

    - Deberías hacerte a esa idea, Oscar. Has demostrado mucha capacidad para dirigir un ejército. Así que no deberías preocuparte. Lo harás bien.

    Oscar dijo a André.

    - ¿Por qué siempre me has tenido tanta confianza, André?

    - Será porque…te he visto crecer…y sé de lo que eres capaz.

    Oscar repuso.

    - No sé si agradecértelo…eres realmente como un hermano para mí.

    André contuvo una necesidad imperiosa de hacer algo que sabía que no debía hacer.


    La sala de aquella casa se llenó de gente noble.

    Oscar y André deambularon por la sala en espera de saludar a alguien conocido.

    - No veo a ninguno de mis soldados.

    - Pero mira allá…vienen como cinco chicas. Están ansiosas por bailar contigo.

    Oscar dijo:

    - ¿Puedes irte adelantando?

    - ¿No vas a bailar?

    - No por ahora…entretenlas por mí, ¿quieres?

    André sonrió. Su amigo siempre se salía por la tangente.


    Al poco rato, Oscar buscó a alguna persona conocida. Y al primero que vio fue al conde de Guémene.

    - Señor conde…tal parece que el destino se dispone a reunirnos, ¿no es así?

    - Así parece, joven Jarjayez…


    Guemene estaba desconcertado con la forma de actuar del coronel Jarjayez.

    Lo miró con atención y luego dijo a otro de ellos.

    - ¿No notas algo raro en el coronel Jarjayez?

    - Para nada…es un noble caballero de alcurnia- respondió el otro.

    Sin embargo, Guemene no quitaba el dedo del renglón.


    Oscar repasó la estancia cuando encontré frente a frente a Jeanne Valois.

    - Perdón, madeimoselle- dijo Oscar- no la vi venir.

    Jeanne sonrió coquetamente a Oscar.

    - Está usted disculpado, caballero.

    - Para resarcir el incidente…¿aceptaría bailar conmigo?

    Jeanne aceptó emocionada.


    Pero el rostro de Nicholas denotaba suma molestia.

    Cuando terminó la danza, Nicholas fue donde Jeanne.

    - ¿Te agradó mucho el caballero, linda?

    - SÍ…es noble y gentil…y muy guapo. Dime…¿lo conoces?

    Nicholas respondió con afectación.

    - Es nada menos que el coronel Oscar Jarjayez…¿te dice algo su nombre?

    Jeanne negó.

    - ¿No es él tu comandante?

    - Así es, querida…

    La joven Valois entonces pensó que era una buena oportunidad para alternar con la realeza.
     
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    Andrea Sparrow

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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    1080
    Cap. 26

    Aquella fiesta se desarrollaba con algo de alegría y buen gusto.

    Jeanne dijo a su esposo.

    - Entonces, él es el coronel Jarjayez…

    - Es el que te dije que quizás era mujer.

    - Olvídalo, es tan hombre como el que más.

    - ¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?

    - Porque acabo de charlar un poco con él. Además, la marquesa dice que el general Jarjayez sólo tuvo hijas y un hijo.

    Nicolás no estaba muy convencido del todo pero creyó en las palabras de su prometida.

    En tanto Oscar deambulaba por la estancia, mientras André terminaba una pieza con otro joven.

    - ¿Cansado, André?- preguntó Oscar.

    - ¿Qué si estoy cansado? Ni preguntes…estoy atendiendo a todas las que puedo por cortesía pero tú no ayudas.

    - No te quejes- dijo Oscar- no estaremos muy seguido a menos que su Majestad lo ordene.

    Al poco rato, llegó la reina en persona.

    - Su Majestad, María Antonieta…

    Todos se inclinaron. La anfitriona fue a recibirla y se le dio el lugar de honor.

    Sin embargo, la marquesa de Boillanvillers y su familia se marcharon antes.

    Jeanne rabiaba.

    - ¿Por qué no pudimos quedarnos cuando su majestad llegó?

    - Es que tengo que volver a la casa, querida Jeanne.

    Nicolás miró el rostro de su novia que estaba bastante deteriorado.


    En la fiesta, llegó la hora de cenar.

    Oscar y André se sentaron juntos cual convenía al acompañante de honor de un noble, aunque también en espera de las órdenes de su amo.

    La reina conversaba con los generales y condes que estaban presentes.

    - Dígame, su Majestad. ¿Tiene muchas audiencias diariamente?

    - No tantas como yo podría imaginar. Sin embargo, tengo que cancelar algunas. Hay mucha gente frente al palacio todos los días.

    El conde de Guémené trató de ser adulador.

    - Debería cancelar muchas más de las que podría. No es conveniente que reciba a gente con rango inferior…

    Oscar intervino.

    - Majestad…si me lo permite..

    La reina miró a Oscar con dulzura y respondió.

    - Dime, Oscar…¿tú que opinas al respecto?

    - Yo…opino que no debería fijarse en el rango de las personas, sino más bien en su necesidad. Hay gente que viene a verla desde muy lejos y sería injusto que no los atendiera. Realmente pienso que todos tienen derecho de ser escuchados. Y pienso que el deber de un rey y una reina es estar al servicio de su pueblo.

    André pensó dentro de sí.

    - Oscar tiene razón. Me alegra que se exprese de esa forma.

    Los convidados miraban a Oscar con admiración.

    - Ha hablado sabiamente- dijo uno de ellos.- A pesar de ser tan joven.

    El conde de Guémené continuó.

    - Eres prudente…-señaló.- Eso conviene a tu status. Lo que considero que no debería ser es que…una mujer fuera coronel…

    El general Jarjayez intervino.

    - Mida sus palabras, señor conde.

    Pero antes de que llegara alguna aclaración de parte del conde, Oscar se adelantó a justificarse.

    - ¿No le parece que es peor que un conde sea capaz de aprovecharse de la ignorancia y necesidad de un niño para quitarlo del camino y dispararle por la espalda? Eso es…no sólo indebido sino…ridículo.

    Oscar sonreía pero André no.

    Le dijo al oído.

    - ¿De verdad sabes lo que estás diciendo, Oscar?

    - Totalmente, André y lo sabes.

    El conde de Guémené se sobresaltó y dijo.

    - Eres alguien arrogante y voy a hacerte pagar tus palabras. Te reto a un duelo.

    La reina se preocupó.

    - Señor conde…creo que es necesario que comprenda a Oscar…

    - No hay más. Si el duelo no se da, mi familia quedaría en ridículo.

    André pidió al general.

    - Monsieur Jarjayez…tiene que disculpar a Oscar.

    - No lo haré. Ningún heredero mío perderá un duelo.

    Oscar demostraba furia.

    - No es necesario que me digas más, André. El duelo se llevará a cabo.

    Pero la reina intervino.

    - Un momento, señor conde. No puedo permitir que ese duelo se lleve a cabo. Oscar…quedas delegado de tus funciones temporalmente. Te quedarás en confinamiento en tu casa por dos semanas sin presentarte a la corte para nada.

    Oscar no comprendió la decisión de la reina.

    - Discúlpame- dijo en voz baja- es que el conde…

    - Comprendo- respondió bruscamente.- Estoy de acuerdo y me retiro.

    André siguió a Oscar. Su padre se retiró al poco rato.

    Cuando llegaron a su casa su padre comenzó a preparar sus cosas.

    - ¿Te irás de viaje?

    - Sí…voy a atender asuntos importantes a París y quiero que permanezcas en calma, mientras la reina decide algo mejor para ti.

    - Sí, padre- respondió el joven coronel.

    Cuando el general se marchó, Oscar deambulaba por su habitación.

    André le seguía los pasos, fielmente, tratando de averiguar lo que su amigo tenía en mente.

    - ¿Y ahora qué vas a hacer, Oscar?

    - No lo sé…

    - ¿Ya lo sabe mi abuela?

    - No…imagínate…se lo diría enseguida a mi padre.

    - De igual forma se v a enterar.

    Y así fue. Al día siguiente, Oscar no se presentó en la corte.

    - Oscar…es tarde, debes ir a Versalles enseguida.

    - Ahora no, nana…

    - ¿Cómo que no? Tu padre me matará si no te hago que vayas a la corte.

    Oscar se quedó en silencio.

    La nana preguntó.

    - Vamos a ver…¿qué pasó anoche?

    - Verás…es que…discutí con el conde de Guémené y…

    - ¿Y?

    - La reina me delegó por dos semanas.

    La nana se contrarió.

    - ¿Cómo es posible, Oscar?

    André llegó al poco rato.

    - ¿Dónde estabas, muchacho atolondrado?

    - Estaba afuera. ¿Qué sucedió?

    - ¿Cómo qué sucedió? No pudiste evitar que Oscar fuera castigado por la reina.

    - Era inevitable, abuela.

    De pronto, Oscar interrumpió el reto a su amigo.

    - Nana…voy a salir de viaje. Voy a aprovechar para ir a conocer las propiedades de los Jarjayez.

    - No, no puedes hacer tal cosa.

    - Claro que puedo. Cuando mi padre vuelva le dirás que tuve que incapacitarme…una fractura o algo así.

    - Pero, Oscar…

    André suplicó.

    - Anda, abuela, acepta o yo lo pasaré mal.

    - Tú debes cuidar de Oscar. Por favor, Oscar, recapacita.

    - Ya está decidido.

    André secundaba a Oscar en todo.

    - Espero que este viaje nos haga mucho bien a todos.

    - Así será, André, ya lo verás- respondió con un guiño.
     
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    Andrea Sparrow

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    Romance/Amor
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    87
     
    Palabras:
    1750
    Cap. 27

    - ¿Puedes decirme qué vamos a hacer ahora en este sitio?- preguntó André a Oscar cuando ya llegaban a una de las fincas de los Jarjayez.

    - Reims es un lugar tranquilo, André. Así que supongo que cabalgar, leer, recorrer la campiña, conocer todo lo que hay alrededor.

    André se quedó mirando al lugar. Era hermoso. Las últimas cosechas de trigo estaban reventando. Oscar quería recorrer aquellos campos y disfrutar del sol que doraba a fuego las mieses.

    El color del cabello de Oscar también brillaba a la luz del sol. André contempló aquel espectáculo. Era extraño pero no era una atracción irregular. Oscar lo comprendió así y sonrió.

    - ¿Te gusta el lugar, André?

    El muchacho sonrió.

    - Creo que no conocía este lugar. Pero realmente me agrada mucho. Es un sitio donde la naturaleza descuella y donde se puede respirar mucha paz.

    Oscar notó que el corazón de André estaba en flor. Era algo que nunca había visto en su amigo.

    Entraron a la finca. Ahí se encontraba uno de los mayordomos.

    - ¿Joven Oscar?

    - ¿Sebastian?

    - Sí…soy yo…y supongo que éste es el joven André…

    André sonrió al notar que lo habían reconocido.

    Oscar continuó.

    - Nos dejaste de ver cuando aún éramos unos niños.

    - Sí, realmente ha pasado ya mucho tiempo. Pero…¿han venido sólo ustedes?

    - Sí, vinimos solos.

    - Pero…¿y el general?

    - El general ha permitido que vengamos de vacaciones.

    - ¿En verdad? Supongo que él después los alcanzará.

    Los muchachos se miraron uno al otro.

    - Tal vez, por ahora…sólo queremos pasarla bien un rato, cabalgar y recorrer el campo.

    - Bienvenidos, muchachos.

    André sonrió.

    Cuando entraron a la casa, André dijo a Oscar.

    - Creo que te estás entrenando para mentir cada vez mejor, ¿cierto?- guiñó el ojo.

    - Pues creo que no mucho, André. Realmente, a pesar de que todo parece ir bien, temo que mi padre se dé cuenta de lo que estamos haciendo. Se va a enterar queramos o no.

    - ¿Tienes miedo?

    Oscar se miró las botas.

    - ¿Miedo? No exactamente…quizás algo de reserva, por primera vez no sé cómo va a reaccionar mi padre.

    - Mejor no pienses en eso, Oscar. Será mejor que aprovechemos el tiempo antes de que tu padre se entere, ¿no crees?

    - ¿Sabes qué?- preguntó Oscar.

    André esperaba la aseveración cruzando su brazo alrededor del cuello de Oscar, cuando éste salió corriendo.

    - ¡Tortuga el que llegue al último!

    Oscar corrió hacia un pequeño lago. André corrió detrás y llegó un poco después.

    - No sé cómo haces…-dijo André- pero siempre llegas antes.

    - Eres menos ligero que yo, André, lo siento- rió Oscar.

    Se tumbó en el pasto, mientras escuchaba a los pájaros cantar.

    - Ojalá pudiéramos quedarnos siempre aquí.

    - Es verdad…este lago es hermosísimo. Sus aguas son profundas y cristalinas…con el sol brillante parecieran las gotas como esmeraldas que centellean…

    Oscar se incorporó.

    - ¿Esmeraldas? No, André…las aguas del lago son azules…

    - ¿Azules, Oscar?

    Oscar miró a André. Y sin mirar el lago dijo:

    - Sí, André…son azules…como gemas azules que brillan y que parecen pedazos de cielo…

    Un grito interrumpió aquella conversación.

    - ¡Joven Oscar! ¡Joven André!

    Oscar se incorporó.

    - Ya vamos Etienne! Ven, André, seguro es para la comida.

    El hijo del general se levantó de un salto.

    André todavía se quedó contemplando el lago unos segundos.

    - Te equivocas, Oscar…este lago tiene el brillo de las esmeraldas…


    En Versalles, la reina estaba preocupada por lo de Oscar.

    El conde Guémené estaba feliz puesto que no había tenido que combatir con él.

    Sin embargo, el general entró en audiencia y no encontró a Oscar.

    - Majestad…

    - General…¿cómo está Oscar? Estoy preocupada por saber cómo tomó su relevación temporal.

    - Algo acabo de saber…sin embargo, también quiero saber qué fue exactamente lo que le dijo.

    - Le pedí que se quedara en su casa por dos semanas. Pasadas éstas, puede regresar sin problemas.

    - Está bien, Majestad. Le voy a hablar para saber qué ha pensado de momento.

    El general se marchó.

    De pronto, arribó cerca de ella la presencia de Lady de Polignac.

    - Si me disculpan, tengo que atender a la dama…

    Los oficiales se preguntaron por qué la reina los echó de la audiencia por aquella mujer.

    Cuando María Antonieta quedó a solas preguntó.

    - Madame…¿puedo saber por qué no ha venido?

    - Es que…no tenemos suficiente dinero para poder presentarnos en la corte…Majestad…hemos venido a menos…

    La reina se decía a sí misma:

    “Esta mujer es sincera…no ha tenido empacho en decirme que está en la pobreza…ese gesto de sinceridad no lo he encontrado en nadie más. Tengo que hacer algo por ella…”

    - Madame…no debe preocuparse más…a partir de ahora va a vivir aquí en la corte y por los gastos de su familia tampoco debe tener pendiente.

    - Pero…Majestad…

    - Olvídelo, usted sólo tiene que preocuparse por estar aquí, a mi lado, y compartir mis alegrías, ¿lo hará?

    Lady de Polignac fingió sorpresa.

    - Majestad…agradezco su deferencia, no entiendo su interés pero lo agradezco infinitamente…haré lo que me pida.

    - Bien, entonces, acompáñeme, vamos al otro salón para que me ayude a seleccionar algunas prendas.

    - Sí, Majestad- respondió la mujer haciendo una pequeña reverencia.


    A partir de ese momento aquella mujer comenzó a participar de la vida de lujos y atractivos de la corte, haciendo de María Antonieta una mujer débil y un tanto pusilánime.

    Polignac había sido capaz de doblegar la voluntad de la reina y someterla a sus propios caprichos, al grado de conseguir que María Antonieta saliera cada vez más seguido a los bailes en casas nobles.

    Esto se repetía muchas veces y el rey Louis no se percataban de las diversiones de su esposa.


    Y en Suecia, un joven militar leía un documento enviado por un compañero francés.

    Tras leerlo, suspiró un segundo y luego pensó.

    - Es ella…ha cambiado tanto…no puedo creer que esté así…¿será feliz?- se preguntaba.

    Su mente viajó hasta ella. Luego pensó en si debía o no volver a Francia.

    Su padre le dijo:

    - Hans…¿en qué piensas?

    - En nada, padre…enterándo de los asuntos de la corona francesa.

    - Ah, sí, lo de María Antonieta…seguramente la reina María Teresa apenas lo puede creer…

    Hans respondió.

    - No me refería exactamente a eso, padre…sino a los asuntos de la guardia.

    - ¿Estás interesado en volver? Has recibido muy buena instrucción.

    - Sí, padre…pero me gustaría terminar de formarme en el mejor ejército del mundo.

    - Está bien…sin embargo, tu viaje no debe ser sólo para eso.

    - ¿Qué más deseas, padre?

    - Que busques una esposa…eres mi hijo varón y quiero que seas mi sucesor. Deseo tener a mi heredero cuanto antes.

    Hans se preocupó.

    - ¿No crees que es muy pronto?

    - No…yo ya estoy envejeciendo y no creo que haya tiempo para que lo pienses dos veces.

    - Sólo quiero escoger a una buena esposa, padre.

    - En ese caso, tómate tu tiempo. Pero pronto irás a Francia, te lo prometo.

    - Gracias, padre- sonrió el joven conde.

    Cuando su padre se marchó dijo:

    - Por fin, María Antonieta…volveré a verte…


    - ¡No, no otra vez!- replicó Bernard mientras leía una nota de Versalles.


    - ¿Qué sucede?


    - Ya estoy harto de los caprichos de la reina…cada día comemos peor y los reyes de Francia no se dan cuenta. Creí que algo cambiaría pero no fue así.


    - ¿Crees que la reina haga las cosas mal?


    - Ya sabemos quien gobierna Francia…vamos a darle el beneficio de la duda.


    Maximilien Robespierre añadió.

    - Vamos a Reims para reunirnos con los comunes y redactar el manifiesto que leeremos en la próxima sesión.

    - Lo que quieres es que Saint Juus te proporcione algo de su…fino material.

    - Algo hay de eso, pero no soy tan materialista. Deseo que ese manifiesto esté cargado de valor patriótico.

    - Cuenta con ello, Maximilien. Sólo necesito despedirme de alguien. ¿Me lo permitirás?

    - Por supuesto- dijo Robespierre.

    Cuando Bernard salió se encontró con Rosalie.

    - Precisamente iba a buscarla…

    - ¿Para qué, Monsieur Chatelet?

    - Para decirle que voy a ir de viaje a Reims unos días…me tendré que privar del placer de verla.

    - No diga eso, Bernard…seré yo quien me prive de su forma de hablar y de escribir.

    - Es usted un ángel por leer mis publicaciones.

    - Todo París lo hace con gusto…

    - ¿Cómo sigue su señora madre?

    - Mucho mejor, gracias…sólo espero que Madame Bertrand siga siendo la costurera de palacio, así me pagará bien.

    - Eso deseo también…lamento que los gustos de la reina tengan que pagar también nuestra comida.

    - De alguna forma nos ayuda.

    - ¿A qué hora la veré mañana?

    - A las nueve, salgo de casa y voy hacia la boutique.

    - Entonces, estaré ahí puntual, Rosalie. Au revoir, madeimoselle trés jolie…


    Rosalie sonrió. Extrañaría a Bernard, pero ahora le preocupaba más la salud de su madre…


    El grito se ahogó en risas en el comedor.

    - Ese conejo salió corriendo antes de que pudiera alcanzarlo- dijo André.

    - Es verdad, André. Seguro se asustó al verte.

    - Qué gracia…seguro te vio a ti primero.

    - No me hagas reír tú a mí…

    Etienne dijo:

    - Como cuando eran niños…

    Oscar sonrió.

    - Algo hay de eso, Etienne, sólo que este malcriado se ha vuelto meditabundo.

    Se levantó para prender la chimenea.

    - Te espero en la sala, André.

    - Ya voy, Oscar.

    Etienne le preguntó.

    - No es necesaria ninguna explicación…te entiendo, muchacho.

    - Es duro vivir así, Etienne…pero prefiero eso que dejar de ver a Oscar para siempre.

    - Un gran sacrificio…

    - Oscar lo vale…no me importaría un día morir en lugar suyo si fuera necesario.

    - No hables así, André…

    - No te asustes, Etienne…decías que como cuando éramos niños…casi, porque antes había esperanzas pero ahora…estoy seguro que Oscar no aceptaría lo que le propusiera.

    - Deja que el tiempo haga su labor, André…algo me dice que Oscar cambiará de opinión.

    - Eso sería lo más maravilloso que me sucedería, Etienne…

    ¿De qué habla Etienne con André?
     
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    1592
    Cap. 28

    Era hermoso Reims en esa época. Oscar se olvidó por un tiempo de la corte, de las conveniencias sociales, de la reina. André estaba pensativo. Oscar intervino.

    - Estás pensando en ella- reveló.

    - No…-contestó André.

    Oscar se sorprendió.

    - Eso sí que es extraño. ¿No piensas en ella?

    André suspiró un segundo y luego añadió.

    - No es eso, Oscar. Es que…ese ambiente me desagrada mucho. Prefiero estar aquí, quizás podría sacarla al fin de mi corazón.

    - Eso sería excelente, no me gusta verte sufrir por un amor no correspondido. ¿No hay otra mujer que te atraiga, André? Podrías poner tus ojos en alguien menos complicado y menos prohibido.

    André pensó que eso ya lo había hecho.

    - Quizás…trataré de seguir tu consejo. Pero dime, ¿qué haremos mañana?

    - Pues podemos ir a conocer el pueblo. Es pintoresco, agradable. Se come delicioso en la foundant que está cercana al centro. Me acompañarás y luego cabalgaremos.

    El joven Grandier asintió.

    - Por supuesto. Supongo que tardará tu padre un poco en enterarse.

    - Eso es lo que más deseo.


    Precisamente el general llegó a su casa.

    - Nana, avísame en qué momento puedo ver a Oscar.

    - Verá, Monsieur…Oscar está en indisposición.

    - ¿Se puede saber por qué?

    - Es que…no se siente muy bien. Envié a André por una medicina y espero que regrese pronto.

    - Está bien…aguardaré.

    - ¿Cómo va todo en la corte, Monsieur?

    - Más o menos. La reina no está del todo bien, al parecer tiene una nueva amiga que le absorbe todo el tiempo.

    - Es lamentable. Con su permiso, general.

    - Adelante, nana.

    El general aguardó un buen rato hasta que notó que Oscar no bajaba.

    La nana temblaba.

    - Será mejor que me digas la verdad de una vez, nana, o me enfadaré.

    La abuela Grandier asintió.

    - Está bien, general…


    Al día siguiente, Oscar se despertó un poco tarde. André tocó la puerta.

    - ¿Se puede?

    Oscar dijo:

    - Sabes que tú siempre puedes, André.

    Ya dentro, André dijo.

    - Esperaré afuera para que vayamos al centro de Reims.

    - Claro, luego iremos a montar a caballo.

    - ¿Crees que tu padre ya se haya enterado de lo que hiciste?

    - Seguramente…casi puedo imaginar su rostro. Pero no quiero pensar en eso. Prepara los caballos, André. Salgamos cuanto antes.

    André esperó abajo.

    Oscar se vestía y de pronto notó algo que no esperaba precisamente ese día. Parte de su vestimenta se tiñó de sangre.

    Al poco rato bajó. No se sentía muy bien que digamos. Pero miró el rostro de André que le sonreía. Una corriente de júbilo recorrió su cuerpo y se acercó.

    - ¿Ya listo, André?

    - Listo, Oscar.

    Entonces, emprendieron el viaje al pueblo.

    Oscar cabalgaba con dificultad. Se notaba que algo le estaba molestando.

    - ¿Te sientes bien, Oscar?

    - Mejor que nunca- dijo Oscar.- Apúrate. Quiero que lleguemos antes de que se ponga el sol.

    Avanzaron hasta llegar a la foundant. Ahí pidieron unas bebidas.

    El que atendía reconoció a Oscar.

    - Coronel Jarjayez…

    - Hola…¿nos puedes servir algo de beber?

    - Pero…¿y su padre?

    - Nos adelantamos- guiñó el ojo a André.

    Éste se preocupó. Lo que diría su padre cuando se diera cuenta.

    Estando ahí llegó un grupo de jóvenes. Uno de ellos, de cabellera negra un poco a los hombros y una mirada penetrante. El otro era más afable pero menos guapo.

    Oscar los miró. Uno de ellos le pareció conocido.

    El afable le sonrió también. Su amigo le dijo:

    - ¿Conoces a ese soldado?

    - Sí, es de la guardia real. Estaba en la ceremonia de coronación del rey Louis.

    - Vaya…es un buen tipo- dijo el de cabellera negra, que no era otro más que Bernard Chatelet.

    André notó cómo Oscar iba a saludar al otro.

    - ¿Le conozco?

    - Sí- dijo el afable; se trataba de Maximilien de Robespierre.- Nos conocimos en la ceremonia de coronación de Louis XVI.

    - Ah, sí, ya recuerdo, de la Cámara baja, ¿cierto?

    Bernard hizo una ligera mueca. Maximilien sonrió.

    - Era usted un guardia notable. Resaltaba su gallardía por encima del resto.

    André sonrió. Se divertía con la confusión que su amo generaba en aquel hombre.

    - ¿Puedo invitarle una copa?- pidió Robespierre.

    Bernard estaba molesto.

    Oscar respondió.

    - Gracias, pero estoy acompañado de otro amigo. De igual forma, agradezco su deferencia. Con su permiso.

    Bernard hizo hincapié.

    - ¿Cómo hablas así a un soldado de la corona?

    - Es un buen soldado, solamente. No seas tan quisquilloso, Chatelet. La convivencia con esa chica de la boutique te tiene así. La extrañas.

    - La verdad, sí- dijo Bernard- pero puedo prescindir de su presencia.

    Todos rieron.


    Oscar y André bebieron y luego se marcharon de vuelta a la casa.

    Antes de volver, Oscar se metió a bañar.

    André quiso cuidar a su amo. Se acercó al caballo pero ahí encontró algo que no esperaba o que quizás no recordaba que podría encontrar.

    Oscar le gritó.

    - ¡André!

    El siervo se apartó. Oscar salió del agua en completa desnudez.

    Los ojos de André centellearon. ¿Por qué?

    La razón se la habían recordado aquellos paños que encontró. La evidencia de lo que sucede a toda mujer cuando la luna va cambiando de ciclo.

    Aquella evidencia le recordó inequívocamente a André lo que Oscar era en realidad: una mujer.

    Olvidó que las mujeres tienen ciertos días en los cuales su cuerpo les hace ver que está cambiando. Y sólo se limitó a observar la belleza de las formas de aquella joven que bien escondía en el uniforme militar la complexión de una muchacha de dieciocho años hermosa y delgada, la cual le permitía ocultar bien su verdadera naturaleza femenina.

    André vio aquel cuerpo en plenitud. Era tan linda. Sí, era ella, la mujer que realmente había robado su corazón pero a quien no podía dirigirse más que como un buen amigo.

    Oscar se dio cuenta que André no estaba muy lejos de ahí.

    - André…

    El muchacho dijo.

    - Oscar…¿te ocurre algo?

    - Espera- dijo mientras volvía a cubrirse.- Ya puedes volverte.

    André la vio vestida.

    - Lo lamento…no esperaba que llegaría tan pronto.

    - No te preocupes, si quieres podemos volver a la casa…

    Oscar negó.

    - No…tú me comprendes mejor que nadie. Estabas tan desconcertado la primera vez que pasó. Luego, la nana te lo explicó y entonces te volviste mi cuidador. No quiero hacerte pasar un mal rato. Ya me siento mejor. Vamos a observar un rato el lago y volvemos, ¿te parece?

    André sonrió.

    - Lo que tú digas, Oscar. Siempre y cuando te sientas bien.

    - Gracias, André.

    Sólo con aquel joven su vulnerabilidad de mujer afloraba. Todo el resto del tiempo era un joven militar capaz de cumplir la extraña e inusitada voluntad del padre de ser el varón sucesor de la casa Jarjayez. Y lo cumplía bien, no se sentía infeliz por ello. Le parecía bien la decisión de su padre de educarla de aquella forma. No se lamentaba ni reñía por ello. Y menos cuando André procuraba cuidar y proteger a aquella Rosa de Versalles que descollaba entre las espinas.

    El resto de la tarde lo pasaron charlando y sintiendo la frescura del agua del lago.

    - ¿Por qué no nos quedamos aquí, Andre?

    - No podemos, Oscar. Tienes compromisos que cumplir y lo sabes.

    - Gozas recordándomelos…

    - No es eso.

    André pensó que él mismo sería el primero en evitar que Oscar siguiera siendo un hombre frente a todos. Pero le amaba de tal forma que deseaba lo mejor para ella.

    - Oscar…cada persona nace con un destino que cumplir. Seguramente, en tu caso, así debe ser lo que hay que cumplir. Sé que en ocasiones es duro, pero yo sé que tú puedes con eso y con más. Y yo estoy aquí para ayudarte.

    Oscar abrazó a André con un abrazo de hermano. André lo sabía y lo degustó con ternura pero también con algo de escondida amargura.

    Al dia siguiente volvieron a la casa. El general ya les esperaba con furia y el rostro descompuesto.

    - ¿Cómo pudiste, Oscar?

    - Padre, no podía hacer nada. El conde de Guemene rechazó el duelo. La reina me apartó de la corte. No podía resolver algo que…

    Pero su padre le dio un golpe y la tiró al suelo.

    - ¡Eres una inconsciente! La reina quería protegerte solamente.

    - Perdón, padre…yo…

    - No digas más. Estás castigada. Ahora ve a practicar con la espada.

    Oscar, con la boca ensangrentada bajó las escaleras corriendo. André corrió tras ella.

    - ¿Qué pasó? ¿Te pegó, verdad?- preguntó André curando su cara.

    Oscar resopló.

    - No debió ponerse así…no me duele el golpe sino su actitud. No podía hacer otra cosa.

    - No te preocupes, Oscar, sabes que tú no eres responsable. Pero él es tu padre y no puedes oponerte.

    Oscar avanzó unos pasos.

    - Tú piensas lo mismo.

    André le abrazó.

    - No es eso…entiende, él está preocupado por ti. Él sabe que eres mujer pero teme que esto te doblegue y ya no llegues a ser lo que soñó para ti.

    Oscar añadió.

    - Yo sólo quiero que él me entienda…aunque sea una sola vez en la vida.

    André con un abrazo respondió.

    - Si él no te entiende…yo lo haré por él.

    La devoción del muchacho Grandier iba más allá de las palabras.
     
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    Cap. 29

    Oscar agradeció el cariño de su amigo y dijo.

    - Ven, vamos a mi cuarto, quiero enseñarte unos libros que traje de Reims.

    - ¿Libros? ¿Sobre qué?

    - ¿Te suena el nombre de Rousseau, Montesquieu, Diderot?

    - Vaya, sí que me suenan. Pero no pensé llegar a escuchar esos nombres en tus labios.

    - Silencio- dijo tratando de que bajara la voz.- Que no lo escuche mi padre porque no sé de qué sería capaz.

    - Es un secreto- dijo André.- De hecho, si necesitas guardarlos en algún sitio, puedo hacerlo yo por ti.

    - Quizás sea buena idea pero no, estoy dispuesta a correr el riesgo.

    Pasaron la tarde leyendo. André estaba contento.

    Después de mucho tiempo, le parecía que estar al lado de Oscar era la mejor recompensa que podía recibir.

    En breve, lo llamó el padre de Oscar y le dijo.

    - André, ¿por qué no convenciste a Oscar de desistir de semejante despropósito?

    André no quería hundir más a Oscar, así que decidió echarse la culpa.

    - Lo siento, general…fue idea mía.

    Al general le pareció muy noble de parte de André cargar con aquella culpa, pero conociendo a su hija, sabía perfectamente que aquella idea no provenía de la cabeza del muchacho Grandier.

    - Ha sido muy noble tu intención, André pero no creo una palabra de ello. Tu nobleza me confirma que la idea provino de la cabeza de mi hija.

    - Lo siento, general. Es que…no podía hacerla cambiar de parecer.

    - Fue mejor así. La reina sólo quería evitarle un mal rato, puesto que el conde Guemené estaba dispuesto a desistir como buen cobarde que es. Sí, lo admito, lo es, porque no quiso batirse en duelo con alguien inferior. Y aunque él diga que fue por educación en el fondo sé que fue sólo por cobardía. Por evadir un compromiso de honor.

    André estaba perplejo con la declaración del general.

    - Así es muchacho…y me alegro que tú hayas seguido a Oscar en esto. Eres la persona en quien más confío para cuidar de ella.

    El muchacho se sintió al mismo tiempo complacido y comprometido. Eso ante los ojos del general implicaba tomar en cuenta la palabra: intocable.

    - No se preocupe, general…siempre procuraré estar pendiente de que Oscar no se meta en problemas.

    El general asintió y se marchó. André no tuvo valor para reprocharle la forma tan severa en que la había tratado. ¿Por qué? Por dos cosas: la primera, porque sabía que su opinión no le interesaba al general Jarjayez y la segunda y más importante: porque si lo hacía, podía quizás alejarlo de Oscar y prefería soportar con ella cada situación conflictiva y severa hacia Oscar que dejar de verla para siempre.

    Tras haber visto a Oscar de nuevo, bajó a dormir cómodamente. Pero ahora, la última visión de Oscar en el lago sólo le había hecho sentir más enamorado de ella.


    Días después, Rosalie terminaba de arreglar un vestido cuando una voz cálida y suave erizó su piel.

    - Bon jour, madeimoselle Lamorlierié.- dijo aquel joven.

    Rosalie se volvió un tanto sorprendida.

    - Es usted, Monsieur Chatelet…-observó.

    Éste sonrió amistosamente.

    - Lamento asustarla, señorita. ¿Está usted muy ocupada?

    - Estoy por terminar unos detalles de este vestido.

    - La esperaré entonces en el café Noir que está cerca de aquí. ¿En cuánto tiempo más cree que puedo pasar por usted?

    - Pues…verá, es que…-dijo tímidamente.

    - No se preocupe. Volveré en una hora. Hasta más tarde, señorita.

    Rosalie estaba tan sorprendida del trato de aquel hombre. Sin embargo, se sentía cohibida por ser ella más joven.

    Olvidando aquel incidente, se dedicó a terminar aquel trabajo. Podría tener más dinero para su madre y ayudarla. Pero no sabía lo que el destino le tenía preparado a aquella joven parisina.


    Chatelet marchó hacia el café y ahí encontró a Robespierre.

    - ¿Ocupado, amigo mío?- preguntó Maximilien.

    - No mucho…en espera de atender a una invitada.

    - Ah, supongo que la señorita de l boutique.

    - Sí…supones bien.

    - ¿Y ya la conquistaste?

    - No como tú lo imaginas. La muchacha es decente. No quiero someterla a mis vicios como cualquier mujer.

    - Ya veo…tal parece que vas en serio.

    - No lo sé, quizás sí, sólo que ella es aún muy joven para pretenderla. Es más una especie de devoción lo que me une a ella.

    - Quizás te atrae su candor…no te había visto así en mucho tiempo.

    Chatelet no se comprendía a sí mismo tampoco.

    - Bueno, díganme qué motivó esta reunión.

    - Los problemas económicos de la corona. Los juegos de María Antonieta están acabando con el erario real.

    - Eso implica que la corona quebraría.

    - Algo así…pero sólo nosotros lo sabemos. Creo que ella no se da cuenta de los alcances de sus caprichos. Y el rey es demasiado débil como para contradecirla.

    - ¡Vaya una reina!- dijo Chatelet.- Lo que nos espera no será nada bueno.

    - Tranquilo, amigo, que de seguir así esta situación, tú bien sabes qué haremos en ese caso.

    - No tendremos alternativa, amigo Robespierre…


    André revisaba las monturas. Sabía que aquel día Oscar volvería a montar.

    Sin embargo, antes de partir, alguien llegó a la casa Jarjayez.

    - Buen día, soy el conde Von Fersen. ¿Se encontrará el comandante Oscar Jarjayez?

    Quien abrió la puerta fue la abuela Grandier.

    - Voy a avisar que está usted aquí, señor conde. Adelante.

    - Gracias.

    El conde entró. La abuela avisó a Oscar.

    - Hay visitas, milady.

    - No me digas así, abuela. Sólo dime Oscar…

    - Oscar…es el conde Von Fersen.

    Oscar no supo precisar qué sintió en ese instante. Sólo bajó las escaleras lo más rápido que pudo.


    André, al escuchar ruido de un carruaje, se apresuró a mirar. Era von Fersen quien estaba de vuelta.

    - ¿Oscar?- preguntó el conde cuando la vio bajar.

    - Eres tú, Hans…-comentó alegre y sonriente.

    Pero André no tenía la misma opinión.

    Oscar le dijo.

    - Es sorprendente tu llegada. ¿Por qué no avisaste?

    - No quise importunar. Había pasado poco más de un año y me parecía que no había suficiente motivo para avisar sobre mi llegada. Mi padre tomó esta decisión hace apenas unos días.

    - Pasa…tenemos tanto de qué hablar. Por cierto, supongo que recuerdas a André.

    El joven Grandier se acercó, inclinando ligeramente la cabeza pero ocultando así su desencanto.

    - Claro que sí, el muchacho de cabello oscuro que siempre te acompaña.

    “Su perro faldero, quizás quiere decir”- se dijo André a sí mismo en voz baja.

    - Un gusto en volver a verte, André- saludó Hans extendiendo su mano como a un buen amigo.

    Notó entonces André que el conde no era como el resto de los nobles. Era un joven de buen corazón y de buenos sentimientos. Y pensó que, de serle posible, permitiría sólo a él que se acercara a Oscar con otras intenciones. Luego rió internamente de forma breve. Eso era casi imposible: Oscar nunca había demostrado más interés en él que el de un buen amigo.

    - Buen día, señor conde.

    - Llámame solamente Fersen, André. Hans Fersen.

    - Un gusto en volver a verlo…Monsieur Fersen- dijo André.

    Oscar dijo al muchacho.

    - Iré con él al despacho, André. Volveré para que vayamos a Versalles.

    Ya en el despacho, Oscar preguntó a Fersen.

    - ¿Por qué volviste?

    Hans no comprendía.

    - No me dirás que estás molesta.

    - No es eso- musitó Oscar- tú me comprendes. Lo que quiero decir es que no sé el motivo que te hizo volver, sabiendo que ella…está ya muy lejos de ti.

    Fersen sintió aquella frase bastante dolorosa.

    - Lo sé, Oscar…pero mi padre se empeñó en que volviera. Creo que tiene planes para mí en cuanto a asuntos de ingeniería y armamento se trata. Además, creo que también ha pensado en…que me case pronto.

    Esas palabras lastimaron la sensibilidad de Oscar. Por primera vez la palabra matrimonio le sonaba tan dura y más aún, viniendo de un amigo como Fersen. Sin embargo, el que Fersen lo dijera en ese tono le parecía como si alguien le extendiera una estrella y estuviera a punto de tomarla.

    - ¿Casarte? ¿Y con quién?

    - Todavía no tengo prospecto. Mi padre ha tratado de que conozca chicas de la nobleza. Pero…

    - ¿Pero?

    - Todavía no me he decidido. Quizás le hable a la hija de Necker, el administrador de las finanzas de palacio.

    Oscar apretó los puños. Era mala señal. Nunca había albergado esa sensación extraña. ¿Celos, acaso?

    - ¿Por qué casarte? ¿Acaso…ya no la amas?- preguntó refiriéndose a María Antonieta.

    - No es eso- contestó molesto Hans.- Es sólo que tengo que pensar en mí. ¿O quieres, acaso, que me la pase pensando en que ella es prohibida para mí y que no puedo aspirar a su amor?

    Oscar notó que Fersen tenía razón.

    - No, no es eso pero…podrías intentar buscar el amor en alguien más. ¿Por qué casarte sin estar enamorado?

    - Tal vez me sienta feliz a pesar de todo. Sé que sólo a ella amaría pero…quizás el tiempo y alguien que pueda hacerme olvidarla podrían cambiar el rumbo de mi vida, Oscar.

    Para la joven Jarjayez aquella le parecía una especie de promesa o de posibilidad no muy remota.


    André era quien parecía no tener descanso.

    Su abuela le llevó un chocolate.

    - Tranquilo, hijo. Es sólo su amigo Fersen. Mi señorita no está interesada en él. Ella ama su vida y estar en el ejército. Aunque…quizás un día ella quiera cambiar su vida.

    André la miró fríamente. Su abuela lo devolvió a la realidad.

    - Acéptalo de una vez, André. Mi lady no es para ti…tu deber es cuidarla y nada más.


    El nieto bajó de nuevo los ojos y esta vez, dos estrellas brillantes caían despacio de sus ojos.

    - Tienes razón, abuela…esto yo ya lo debía saber desde hace mucho tiempo.- comentó.


    Al salir, Oscar dijo a Fersen.

    - Estaré ahí en la reunión de mañana, Hans.

    André lo acompañó hasta el carruaje.

    Oscar quería hablar con André de Hans.

    - Ha vuelto, André. Mi gran amigo ha vuelto…

    Pero el joven le cambió la conversación.

    - ¿Nos vamos ya, Oscar?

    Oscar no comprendió la forma en que André se desviaba del tema.
     
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    Cap. 30

    Iban cabalgando hasta llegar a Versalles. André no habló durante el camino.

    - ¿Ocurre algo, André?

    - Nada, Oscar…¿qué podría ocurrirme?

    - Estás muy callado.

    - Es sólo que no tengo ganas de hablar de nada, Oscar.

    La joven coronel estaba dubitativa luego rió.

    - ¿Qué ocurre?- preguntó André.

    - Es que…te ves tan extraño serio…te ves tan raro.

    - No te burles…-dijo André mirando al camino.

    Aceleró la marcha. Oscar estaba intrigada.

    Cuando llegaron a Versalles, Oscar fue a saludar a la reina y ahí encontró a Fersen que había ido también a visitar a la reina.

    Ella estaba imposible. Demasiado emocionada.

    - Oscar…¿ya habías visto al conde Fersen ahora que volvió?

    - Sí, Majestad- dijo Oscar.- Fue a la casa Jarjayez.

    La reina dudó. Pero luego sonrió: Fersen no podía haberse fijado en Oscar.

    - Vaya lío…tengo que ir con Lady de Polignac al teatro y no he avisado.

    - Yo no sé si pueda ir- dijo Fersen.

    María Antonieta casi lo obligó.

    - No diga eso, señor conde. Debe ir…es parte del protocolo.

    Fersen miró a Oscar.

    - Está bien, majestad. Si usted insiste…

    Oscar sonrió. Fersen no debía hacer molestar a su señora. Ella era muy importante para Oscar.

    María Antonieta preguntó a Oscar también.

    - ¿Irás?

    - Por supuesto, Majestad. Es un honor. Con su permiso. Debo pasar revista.

    Marchó hacia el patio donde la guardia la esperaba. André estaba ahí un tanto serio.

    Oscar se acercó y le dijo:

    - ¡Buh!

    André se asustó ligeramente.

    - ¿Qué pretendes, Oscar?

    - Sacarte de esa postura tan seca en la que te encuentras. No me gusta cuando estás así.

    - ¿Y qué es lo que te gusta de mí?

    El silencio los mantuvo en el aire hasta que Oscar reaccionó.

    - Será mejor que nos organicemos antes de la hora de la ida al teatro.

    Mientras Oscar estaba ahí, llegó a sus oídos lo de los bailes, juegos y paseos, así como las apuestas y los regalos caros que Polignac recibía de manos de la reina.

    - Esto no me gusta nada…


    En tanto, André estaba serio. No podía evitarlo. No quería reconocer que Oscar no le pertenecía. Y lo sabía desde siempre. Ya su abuela se lo había advertido. Pero él no había querido escuchar. ¿Qué hacer?

    Entonces, se dio cuenta que Fersen había sido llamado de nuevo a comparecer ante la reina.

    - ¿Será que lo mandó llamar?- se preguntó.

    Sin embargo, decidió no contarle a Oscar.


    Horas más tarde, ya se preparaban para la noche de teatro.

    André llevaba un té para Oscar mientras se arreglaba.

    Aguardó a la entrada de la habitación.

    - ¿Se puede?

    Oscar dijo desde adentro.

    - Sabes que para ti siempre se puede. Gracias por el té- dijo tomándolo de la mano de André.

    - ¿Ya estás lista?

    Oscar terminaba de arreglarse.

    - ¿Ya sabes qué se dice de Lady de Polignac y de la reina?

    André respondió.

    - Que…lady de Polignac decide lo que sucede en la corte.

    Ese comentario descolocó a Oscar.

    - Eso es injusto. La reina no permitiría que eso pasara.

    André explicó.

    - Me temo, Oscar que…la reina ya no es totalmente consciente de lo que está sucediendo.

    Oscar comprendió que André tenía razón.

    - Entonces…es momento de cuidarla más que nunca.

    André comprendía a su vez la lealtad que Oscar le demostraba a la reina María Antonieta.


    Rosalie fue al café con Bernard.

    Estando ahí se sentía algo cohibida.

    - ¿Cómo se encuentra, Rosalie?

    - Un poco incómoda. No frecuento estos lugares.

    Bernard la miraba con ternura.

    - Es un café literario. Yo lo frecuento mucho porque aquí me reúno con algunos amigos. Aunque admito que para una dama no es muy agradable.

    Rosalie sonrió débilmente y luego bajó los ojos.

    - ¿Dije algo malo?

    - No, para nada- dijo Rosalie.- Es que…casi no conozco nada…soy una muchacha tan poco relacionada.

    - No se preocupe, Rosalie. Las chicas como usted son lo mejor que hay en París. Mujeres sin prejuicios, sin adornos, auténticas.

    - No diga eso, Bernard.

    - Si prefiere podemos ir a otro lado.

    - No, señor, no se moleste. Tengo que regresar a trabajar.

    - Vi a madame Bertrand ir a Versalles de nueva cuenta.

    - Si no fuera por los encargos de lady Antoinette, no tendría para comer.

    - No se alegre mucho, Rosalie. Que aunque la reina ordene muchos vestidos, eso no le garantiza que comerá bien.

    - ¿A qué se refiere?- preguntó la chica.

    - No me haga caso. Vamos al jardín si no le molesta.

    Rosalie salió con Bernard hacia el jardín aledaño al café.

    - Ha sido usted muy amable, Bernard. Pero debo irme.

    Bernard tomó la mano de Rosalie.

    - Pequeña…te agradezco que me hayas escuchado un momento.

    - No diga eso, Bernard…yo le aprecio mucho.

    Pero Bernard dejó salir más que aprecio de su boca, depositando un suave beso en los labios de Rosalie.


    Ella salió corriendo sin saber qué pensar, dejando a un Bernard igual de confundido que ella.


    La obra de teatro había sido bastante aburrida.

    Así lo denotaba el rostro de André que bostezaba de vez en vez.

    - Creo que será mejor que nos vayamos, André- dijo Oscar.

    - No deberías hacerlo…se darán cuenta.

    - No me interesa. Estoy tan aburrida…sólo quiero ir a casa a descansar, André. ¿Podríamos?

    André sonrió. ¡Su ama, pidiéndole que volvieran!

    - ¿Por qué me lo pides a mí, Oscar?

    - Porque si tú no te quieres ir, yo me quedaría.

    - Claro que me voy…estoy cansado, casi tanto como tú.

    - Pensé que querías seguir atendiendo a tu amada.

    André rió por dentro por aquella dulce confusión.

    - Hoy no…tal parece que la reina tiene en el conde Fersen y en lady de Polignac a gente más interesante que yo.

    Pero Oscar no estaba muy tranquila sabiendo que Fersen se encontraba junto a la reina.

    Y para André aquella idea no pasó desapercibida.
     
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    Andrea Sparrow

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    Acuario
    Miembro desde:
    16 Enero 2015
    Mensajes:
    415
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    1435
    Cap. 31
    Aun así, Oscar se marchó con André, tras haberse despedido cortés y prudentemente de la reina.
    - ¿Por qué te retiras tan pronto?
    - Disculpad, Majestad. Es tarde y mi padre debe preocuparse. No quiero que riñan a André por causa mía.
    - Entiendo- dijo la reina- te disculpo sólo por esta vez. Te espero mañana. Habrá una reunión con el conde Fersen. Vamos a organizar paseos y la reapertura de unos jardines en otro de los palacios: el Petit Trianon.
    Oscar asintió aunque no sin una queja interna.
    Cuando cabalgaba rumbo a su casa, André le dijo:
    - Veo que no te agradó nada la forma en que la reina se comportaba.
    - En lo más mínimo. Y lo que es peor, no me gustaba la forma en que Fersen la miraba.
    - ¿Ocurre algo?
    Oscar miró a André y explicó.
    - Levantará sospechas. La reina no puede permitirse tener una amistad como la de Fersen. Polignac estará recelosa. Hará cuanto le sea posible para no perder su precedente con la reina.
    - Tienes razón. Esa mujer parece bastante peligrosa.

    Sin embargo, antes que Polignac, había una mujer mucho más peligrosa que ella.
    Nicholas de la Motte decía a su ahora esposa, Jeanne Valois.
    - La marquesa no da señales de ser llamada a la corte. Tendremos que actuar en consecuencia- dijo Jeanne.
    - ¿Y qué pretendes que hagamos?
    - Quizás…quitando a mi querida protectora del camino.
    - Jeanne…-comentó Nicholas sorprendido.
    - ¿Pasa algo, mon cherie? No creo que te parezca tan descabellado.
    El perfume de Jeanne paseó por la nariz de Nicholas
    - Sabes que no puedo negarte nada, amor…algo se nos ocurrirá.
    - Bien…una vez conseguido eso, la fortuna será toda nuestra y quizás entonces tengamos acceso a la corte directamente.
    - Aun así, voy a tratar de buscar a alguien que tenga nexos con la reina para poder influir en sus audiencias.
    - Perfecto. Siempre piensas en todo.
    - Si lo hago, Jeanne…es sólo por ti.
    Jeanne Valois sonrió para sí. Iba a dejar atrás por fin toda su historia de soledad y de infortunio, sin darse cuenta que perdería también a su familia en el intento.

    Rosalie pensaba en su hermana. Su madre palidecía y cada día se le hacía más difícil llevarle suficiente comida.
    La casa real, a pesar de los encargos de ropa y atuendos para los bailes y las reuniones de etiqueta, tenía serios problemas económicos que no permitían a la casa Bertrand subsanar sus deudas.
    - Si esto sigue así- dijo madame Bertrand- tendremos que cerrar.
    Rosalie escuchó desde lejos. Se acercó a madame Bertrand y dijo:
    - Lo lamento, señora. Créame, si algo puedo hacer para ayudarla, lo haría sin dudarlo.
    - Gracias, pequeña- dijo la mujer- pero creo que poco o nada podrías hacer para ayudarme.
    - Quizás no sea tan poco lo que pueda hacer.- pensó.
    No lejos de ahí, Bernard Chatelet, deambulaba como esperando a la pequeña costurera.
    Robespierre lo instaba.
    - Es muy temprano, Bernard. Deja de acorralar a esa pobre muchacha.
    - No me mueve ninguna mala intención- dijo él muy seguro.
    - Eso dices ahora- replicó Robespierre- pero casi todos los que estamos aquí pensamos igual respecto a las chicas.
    - Quizás yo piense así respecto a alguna o lo haya hecho, pero no respecto a Rosalie.
    Robespierre asintió.
    - Está bien, no pienso hablar más del asunto. ¿Qué es lo que piensas que sucederá ahora?
    - No tengo idea de momento, pero lo que sí es cierto es que debemos seguir anunciando a la gente que la corona francesa está en una situación crítica y que los Comunes seguiremos insistiendo para evitar que nuestros soberanos se extralimiten.
    - Bien dicho, Bernard. Es hora de irnos.

    Llegaron a casa. Oscar dejó el caballo en las caballerizas y se quedó pensativa un momento.
    - ¿Ocurre algo, Oscar?- insistió André.
    Oscar no le respondió.
    - Desde que salimos de Versalles, noto que no te agradó la forma en que María Antonieta se comportaba.
    - No…es cierto, pero tú deberías estar aún más molesto.
    - ¿Por qué?
    - Fersen es una molestia para alguien que está enamorado de la reina.
    André le dio la espalda.
    - Puedo pasarlo por alto. Ella ni siquiera tiene atenciones para conmigo.
    Oscar aguijoneó.
    - ¿Te gustaría que las tuviera?
    - Claro que no- dijo André- me pondrías en una situación peligrosa, Oscar. Yo no quiero que tenga problemas con el rey y además tampoco quiero que la casa Jarjayez esté comprometida tan sólo por mi especial interés en ella…
    Oscar entrecerró los ojos.
    - Tranquilo, sólo era un comentario. Sé que no lo harías…
    André guardó silencio. Luego se acercó a Oscar tomándola por un brazo con fuerza.
    - ¿Qué es lo que sabes que no haría? ¿Crees que soy tan pusilánime como para no darlo todo por el amor de una mujer, aun cuando esa mujer sea para mí tan imposible como vaciar a cubos el agua del mar?
    Oscar notó que los ojos azules de André brillaban ante la vehemencia con la que se defendía.
    - Yo no he dicho eso- dijo zafándose bruscamente. Era fuerte, después de todo.- No lo dije para que te pusieras tan agresivo. Será mejor que me vaya.
    La coronel de la guardia real subió a su habitación. André bajó la cabeza. No le gustaba discutir con Oscar.
    A la mañana siguiente, el humor de Oscar no fue mejor. El de André había mejorado.
    - Buenos días- dijo llevando su caballo por delante.- ¿Quieres que vayamos primero a Versalles o nos damos una vuelta por el Petit Trianon?
    - Como sea, iremos a ambos lados después de todo.
    - Sólo quería saber qué tenías pensado.
    - ¿Te importa acaso lo que opino? A fin de cuentas, yo sólo digo cosas que te hacen sentir mal, ¿no?
    Se adelantó hasta un almendro.
    - Yo no dije eso- señaló André al llegar al bosque.- Es sólo que…no supe cómo reaccionar. Te pido disculpas.
    - Ya te disculpé- respondió ella.- No es necesario que lo pidas.
    Oscar se bajó del caballo.
    - Oscar…en serio, quiero que hablemos.
    - ¿Sobre qué?
    - Sobre tu actitud y la mía. En serio, no me gusta que pienses que soy un intransigente.
    - ¿Y no lo eres?
    André movió la cabeza.
    - No lo sé…sólo no quiero causarte problemas.
    - No lo haces…
    - Por favor, Oscar, no me hables así.
    - ¿Y cómo quieres que te hable, si a cada cosa que digo le encuentras el inconveniente? Te molestas por las bromas que te juego. No sé entonces si te estoy molestando o no.
    - No me molestas. Es sólo que no me gusta cuando me siento así, tan perdido, cuando soy tan predecible…-dijo mirando al lago.
    Oscar fijó su mirada en André. Pobre…era verdad, en ocasiones era tan predecible. Y en otras podía sorprenderla como ahora con sus actitudes cargadas de profundo egoísmo.
    - Sí, lo eres- dijo ella.- Actúas en ocasiones como si todo el mundo estuviera en contra tuya.
    - Así parece…en ocasiones no puedo hacer las cosas como querría…
    - ¿No te has puesto a pensar que hay quienes al igual que tú tampoco pueden hacer las cosas como quisieran?
    André se volvió a Oscar.
    - Tú tienes todo, Oscar. No puedes quejarte. Tu padre es bueno…eres coronel de la guardia.
    - Sí, pero en ocasiones daría todo por ser normal como el resto de las mujeres, y en otros no sé si esto sea lo mejor.
    - No claudiques, tú sabes cómo eres.
    - ¿Y crees que es fácil ser como soy?- espetó ella, dándole una bofetada.
    André se enardeció y devolvió un puñetazo a su contrincante.
    Ella le dio otro puñetazo y él se lo devolvió ligero. Sin embargo, Oscar no se detuvo bien y cayó.

    André estaba asustado. La miró y comenzó a llamarla.
    - ¡Oscar, Oscar! ¿Estás bien?
    Como ella no respondiera, se vio tentado a tocar sus labios con los de él pero se detuvo. El impulso se quedó sólo en eso y apretó los dientes y el corazón.
    Luego, al ver que no reaccionaba trató de llevar la mano al mentó. Oscar la tomó por la muñeca.
    - Te asusté, ¿cierto?
    André respiró.
    - Lo volviste a hacer. ¿Recuerdas hace años?
    - Sí, teníamos apenas 9 o 10 años, ¿cierto?
    - Sí, Oscar- dijo André- era un hermoso tiempo.
    Oscar sonrió débilmente. Una nostalgia extraña se iba anidando en el corazón de la joven coronel.
     
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Romance/Amor
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    87
     
    Palabras:
    1193
    Cap. 32
    Oscar y André llegaron al Petit Trianon. Ahí ya estaba María Antonieta y su corte, incluyendo al conde Fersen.
    - Lamento tener que encontrarlo tan temprano.
    André miraba a Oscar con duda. ¿Por qué parecía estar tan molesta?
    - Mejor ahora que después.
    - Tienes razón. Habrá que observar cómo María Antonieta se comporta esta vez.
    Durante la comida y los paseos por el jardín, Fersen se portó a la altura de las circunstancias. Sin embargo, para nadie fue inadvertido que María Antonieta tenía un nuevo favorito.
    Polignac estaba molesta.
    - Ese conde es capaz de alterar mis relaciones con la reina- pensaba.
    María Antonieta preguntó a Fersen.
    - ¿Qué le parecen los jardines?
    - Pues muy agradables, majestad.
    - A mí también me lo parecen. Dígame, ¿en Suecia hay plantas tan hermosas como las de aquí?
    - Algunas pero tengo que admitir que en este jardín las hay aún más hermosas.
    - Oh, señor conde- dijo María Antonieta- creo que estos días han sido tan especiales para mí. Su presencia me da seguridad.
    Fersen no podía pensar por la forma en que María Antonieta se dirigía a él.

    Oscar los miraba desde lejos. La guardia pasó revista, así que tuvo que retirarse.
    Fersen se acercó a Oscar y la saludó.
    - ¿Cómo estás?
    - No tan bien como tú. La reina no me ha dirigido la palabra hoy por atenderte a ti.
    - No digas eso.
    Pero Oscar insistió.
    - Ten cuidado con la predilección de la reina- dijo Oscar- no es bueno ni para ella ni para ti.
    Fersen respondió.
    - Lo sé, no creas que no lo he pensado, pero con tal de estar con ella…
    - ¿Tanto la quieres?
    - Sí…mucho, pero no quiero perjudicarla. Aun así, esto es como un sueño hecho realidad.
    Oscar bajó la cabeza.
    - Ten cuidado solamente. Con tu permiso…
    La coronel de la guardia marchó hacia donde estaba André. Éste le tocó el hombro con la mano.
    - ¿Paso algo, Oscar?
    - No lo sé…no sé qué me ocurre hoy.
    André comenzaba a imaginarlo pero no quería llegar a esa conclusión.
    Volvió a la casa Jarjayez golpeando muebles de la cocina.

    La abuela le preguntó.
    - ¿Qué ocurre, André?
    - No lo sé, abuela… pero me parece que Oscar comienza enamorarse de Fersen. ¿Es eso posible?
    - No lo creo…ella sabe bien lo que puede y no puede.
    - No se trata de poder, abuela, se trata de los sentimientos. ¿Por qué él?
    El muchacho lloró un momento que la abuela no interrumpió con palabras.

    A la hora de la cena, estaban todos reunidos. André saludó a todos cortésmente pero no dirigió la palabra a nadie. Oscar notó algo extraño en él.
    - ¿Te ocurre algo, André?
    - Nada…con su permiso.
    Oscar al terminar fue donde André, a la biblioteca.
    - Pensé que estarías aquí…
    - Pues ya me encontraste…
    - Ya veo pero dime…¿estás así por la reina, verdad?
    André la miró fijamente.
    - No…ya puede la reina hacer lo que quiera con quien quiera…creo que es mejor que me vaya a dormir.
    Oscar le espetó.
    - Si amas a alguna mujer, díselo…no importa lo que te responda. Es mejor eso que el silencio…sin embargo, habemos otras que no podemos decir nada y no podemos remediar nada con hablar. Hazlo antes de que sea demasiado tarde. Otras no podemos hablar de nuestros sentimientos.
    André asintió.
    - Quizás un día se lo diga…aunque me encierren.
    Oscar sonrió.
    - Ahora ven…vamos a revisar unos documentos. Quiero que aprendas bien latín.

    Esa misma noche el fuego parecía provenir de alguna de las casas cercanas.
    - ¿Qué ha pasado?
    - No lo sé…parece como si una mansión ardiera en llamas.
    - Hay que averiguar qué sucede- dijo André.
    Y juntos salieron a investigar.

    No lejos de ahí, en la mansión de la marquesa de Bouillanvillers…
    - Querida Jeanne…algo se quema.
    - Hola tía- dijo secamente Jeanne.
    - ¿Qué haces levantada?
    - Nada…mira allá abajo…
    La mujer fue volcada hacia abajo cayendo estrepitosamente. Luego las llamas consumieron su habitación.
    Abajo, Jeanne gritaba lastimada y sofocada.
    Nicholas de la Motte buscó a Oscar y le dijo.
    - Un incendio se propagó. Una fuga de queroseno. Mi mujer está devastada y su tía la marquesa ha caído desde su balcón.
    Toda la guardia se reunió. El caso era crítico.

    La noche fue larga para todos, especialmente para Oscar quien tenía que coordinar las maniobras de salvación y las averiguaciones.
    André no se apartaba de ella.
    - Todo me parece tan extraño.
    - A mí también- dijo André.- No parecía algo tan ocasional.
    - No…parecía más bien provocado…
    Pensaban en lo sucedido. André llevó un té a Oscar.
    - Para que puedas pensar mejor con claridad.
    - Gracias, André. ¿Más tranquilo?
    - Sí, mucho más. Ahora sólo tengo cabeza para pensar en estos asuntos tan complicados.
    Oscar sonrió.
    - Me alegro, así no tendrás la mente tan distraída en cosas sin interés.
    André no respondió pero no compartía del todo el pensar de Oscar.

    A la mañana siguiente, se dirigían a la corte.
    Mientras tanto, Rosalie salió de casa como de costumbre. Madame Bertrand le pagó algunos trabajos.
    - Parece que no nos irá tan mal.
    La muchacha se llenó de alegría
    - Voy a poder ayudar mejor a mamá.
    Su madre venía precisamente cruzando la calle.
    - ¡Rosalie! Tu madre…
    La chica corrió, al escuchar un carro frenar en la calle. Un carruaje había atropellado a una mujer.
    Su cabeza estaba chorreando sangre. La dueña del carruaje trató de seguir su camino, pero Rosalie se dio cuenta del color del vestido y del cabello.
    - ¡La pagarás!- dijo.
    Se acercó a su madre.
    - Mamá…todo estará bien…
    - No, hija…todo está acabado…Rosalie, tienes que buscar a tu verdadera madre…
    - ¿Mi verdadera madre?
    - Sí…tú no eres mi hija verdadera…tu madre…se llama…Martine Gabrielle.
    Rosalie apenas escuchó el nombre.
    - ¡Dios mío!- dijo ella.
    Pero ahora su dolor era turbado por el deseo de venganza.
    Bernard llegó en ese momento y la escuchó gritar.
    - ¡Esa maldita noble me las pagará!
    Bernard la abrazó.
    - No diga eso, señorita…no ganamos nada vengándonos así. Tú debes ser fuerte- dijo al fin.- Rosalie…ven conmigo. Te ayudaremos…
    Aquel hombre de cabellera negra se quedó con ella hasta que se tranquilizó y la ayudó a preparar el cuerpo de su madre para el entierro.
    Una vez que terminaron las pobres exequias, Rosalie siguió pensando igual.
    - Tengo que vengar a mi madre…
    - Ahora tienes que estar bien- dijo Bernard.- Sé que no soy ni la mitad de bueno pero quiero ayudarte.
    - Gracias- dijo ella delicadamente.- No sé cómo pagarle lo que ha hecho.
    - De ninguna manera. Sólo quiero que estés bien y que te repongas del todo.
    Bernard la abrazó un rato más hasta que el viento comenzó a fustigar sus cabellos y el vestido de Rosalie. Era ya tarde. Ya no había más que hacer, al menos por entonces.
     
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    Cap. 33
    Oscar se sentía molesta por lo que había sucedido.
    - No me convence lo que sucedió. Hay que seguir investigando. Es demasiado raro.
    - ¿Cómo está madeimoselle Jeanne?- preguntó André.
    - Dicen que bien, aunque algo intranquila y triste. Su esposo se la llevó lejos de ahí.
    André preguntó.
    - ¿Qué es lo que no te convence?
    - Hay muchas inconsistencias. La hora, las circunstancias. No comprendo. Pero en fin, habrá que guardar debida prudencia.
    André aguardaba con un café en la mañana.
    - Tienes que estar muy pendiente de lo demás.
    - Tienes razón…aunque tampoco puedo dejar de pensar en Fersen.
    André se quedó en silencio.
    - No pienses mal, lo que sucede es que si Fersen continúa con esa actitud para con María Antonieta tendrá que irse de nuevo.
    - Pero al parecer se va a casar.
    Oscar apretó los puños.
    - Lo sé pero…eso no es lo importante. Lo que debe preocuparnos es la actitud de la reina y por supuesto, del rey.
    André la interrogó.
    - ¿Es lo único que te preocupa?
    La mirada incisiva de André turbó la paz de Oscar. Apenas pudo darse cuenta. Luego reaccionó.
    - No es eso. Será mejor que vayas a descansar. Mañana temprano saldremos para preparar al regimiento. Su Majestad quiere una demostración.
    André sonrió. Por un momento quiso adivinar que Oscar estaba desconcertada por su mirada.

    - Jeanne…¿no te sientes mal?- preguntó Nicolás.
    Jeanne se ataviaba para salir.
    - Ya me estoy cansando de este silencio- dijo en la mansión, ya remozada.
    - Jeanne…está muy reciente el deceso de tu benefactora.
    - Lo sé, pero ya es tiempo de que nos pongamos en disposición de ser aceptados en la corte. Hay que hacer algo, Nicolás. Tú trabajas en la guardia. Algo debes obtener de eso.
    - Te prometo que lo conseguiremos, Jeanne. Pero ahora, trata de ser un poco más prudente.
    - Está bien. Lo seré. Lo haré sólo porque tú me lo pides. Dime, ¿quién era la chica que vino hace unos meses?
    Jeanne negó.
    - Nadie…alguien que conocí hace mucho tiempo.
    - Por favor, Jeanne…no lo niegues…¿era tu hermana, cierto?
    - ¿Por qué lo dices?
    - Porque…no lo puedes esconder. Pero no te preocupes. La correré si se le ocurre volver a venir por aquí.
    - Te lo agradezco, amor- dijo Jeanne.
    - Hoy mismo hablaré con el coronel Jarjayez.
    Jeanne asintió sin saber quién era el joven coronel a quien su esposo se refería.

    - Martine Gabrielle…Martine Gabrielle…- era el nombre que resonaba en la cabeza de Rosalie impetuoso y desesperante.- ¿Por qué, mamá, por qué tenías que atormentar mi pensamiento con esa verdad que me taladra las sienes?

    La chica estaba en la boutique de Madame Bertrand. Pero parecía ida.
    - ¿Pasa algo, linda?- preguntó la señora.
    - Nada, madame…-informó la chica.- Es que…no me siento muy bien.
    La señora Bertrand ya sabía lo que había ocurrido.
    - Conmigo no tienes que fingir, cariño- respondió la señora.- Sé lo que sucedió con tu madre. Bernard me puso al tanto de todo. Sabes que todas aquí estamos para ayudarte.
    - Gracias, señora- dijo Rosalie.
    Sin embargo, no estaba convencida. Su objetivo era dar con la mujer de la nobleza que había matado a su madre y averiguar también quién era su verdadera madre.
    Pero no sabía a quién acudir.
    En tanto, Bernard bebía en una taberna junto con Robespierre.
    - Te noto extraño…preocupado. ¿Pasa algo?
    - No lo sé- dijo Chatelet- se trata de Rosalie.
    - Esa niña te está absorbiendo el seso, Bernard- dijo su amigo.
    Bernard negó.
    - Admito que la chica me interesa, que su forma de ser es especial…es tierna y dulce pero…no sé. Está triste por lo que pasó con su madre y me preocupa que intente hacer algo tonto contra alguien de la nobleza.
    - ¿Por qué?
    - Está empeñada en acabar con quien ella considera la causante de la muerte de su madre.
    - No deberías preocuparte tanto. Quizás es producto de su tristeza y su soledad. En cuanto se reponga, esos deseos de venganza desaparecerán de su pensamiento.
    - Ojalá así sea, Maximilien…-comentó Bernard brindando con su compañero.

    André estaba cerca de Oscar. Miraba cómo se desvivía por trabajar, notaba cómo Oscar pretendía concentrarse en su trabajo y en la guardia.
    De pronto vio a un hombre de ellos que se acercó a Oscar. André lo espió tratando de escuchar lo que decía pero sin ser evidente.
    - Coronel- comenzó el hombre.- Necesito pedirle un favor.
    Oscar lo miró.
    - Ah…es usted, Nicholas de la Motte. ¿Qué desea?
    - Necesito que nos conceda a mi esposa y a mí una audiencia con la reina. Estamos en mala situación pero…nos gustaría poder formar parte de la corte, si usted pudiera ayudarnos…
    Oscar no estaba segura.
    - No le aseguro nada pero…veré qué puedo hacer.
    - Gracias, coronel.
    Nicholas se movió a su puesto.
    Momentos después, camino a casa:
    - ¿Qué te dijo ese hombre, Oscar?
    - ¿Quién?
    - De la Motte…¿qué te pidió?
    - Me pidió que lo apoyara para que lo llamen a la corte.
    - Supongo que es por lo de la marquesa.
    - Así es…pero…no suena para nada agradable…me parece sospechoso.
    André asintió.
    - Te noté algo agobiada.
    - No mucho…quizás es que hay mucha presión en la corte.
    - O es quizás es que la culpa la tiene Fersen.
    Oscar rió a carcajada abierta, tratando de hacer creer a André que eran figuraciones suyas.
    - Claro que no, André. ¿Qué te hace pensar eso?
    - Quizás fue una fijación mía, pensar que estabas preocupada por la reacción de Fersen ante la reina.
    - No, André. Fersen está dispuesto a partir hacia América pronto para participar en la guerra de independencia de ese país.
    - ¿En serio?- interrogó André con un agrado oculto.
    - Así es…¿te sorprende? Él es un buen estratega militar.
    - Lo sé…es sólo que no pensé que fuera capaz de alejarse de la reina.
    - Quizás…ella ya no es su prioridad.
    Los ojos de Oscar centelleaban. Y los de André curiosamente, también.

    Al día siguiente, la madre de Oscar no se sentía muy bien del todo.
    - ¿Ocurre algo, madre?- preguntó Oscar.
    - No, Oscar, no te preocupes. Es sólo que me siento un poco cansada.
    - La reina quiere que vengas a un desayuno que dará para algunas familias nobles en el Petit Trianon. ¿Quieres venir?
    - No…gracias, Oscar- dijo la señora Jarjayez- será mejor que me quede. Pero no te debes preocupar. Estaré bien.
    - Volveré enseguida, madre- señaló Oscar.
    André ya tenía los caballos listos. En su pensamiento, la idea de que Fersen pronto se fuera de Francia era un aliciente para él. Quizás podría tener la oportunidad de conquistar a Oscar.
    Soñaba quizás. Su abuela seguramente se opondría y el general, con mucha mayor razón.
    Sin embargo, su anhelo crecía y la futura partida de Fersen se convertía en un sueño anhelado.
    Cuando Oscar estuvo lista, André le preguntó.
    - ¿Quieres que vayamos primero a Versalles o vamos al Petit Trianon?
    - Hay que pasar por su Majestad, André.
    - ¿Irá Fersen con nosotros?
    Oscar indagó.
    - ¿Se puede saber por qué la duda?
    - Era sólo una pregunta. No tengo ningún inconveniente.
    - Vamos…
    Se adelantaron para marchar hacia Versalles cuando escucharon un grito en la habitación de su madre.
    Oscar reaccionó inmediatamente.
    André llegó justo para detener a quien había disparado al aire y lloraba profusamente.
    - ¿Quién eres?- preguntó André.
    Cuando la joven que había disparado se sintió descubierta, soltó el arma y comenzó a llorar.
    Oscar llegó entonces. La ternura de aquella niña le conmovió profundamente.
    - ¿Me quieres decir de qué se trata?
    - Es que…ella…mató a mi madre.
    - Estás en un error- dijo Oscar.
    - No…el mismo vestido, el color del cabello…
    Oscar trató de calmarla.
    - ¿Quién eres?
    - Rosalie Lamorlierie…mi madre fue atropellada por un carruaje donde iba una mujer como ella.
    - ¿Y por qué piensas que ella vive aquí?
    - Porque alguien me dijo que sólo las mujeres de Versalles visten de damasco todo el tiempo.
    Oscar negó.
    - Tranquila…será mejor que nos cuentes todo y sólo así podremos ayudarte.
    La llevaron a un gran salón y ahí procuraron que se calmara para poder averiguar qué pretendía esa extraña niña.
     
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    Cap. 34
    Rosalie se tranquilizó. Oscar paseó nerviosa por la estancia. Por un momento se sintió incómoda. Pero luego observó el rostro asustadizo de la chica, que miraba con desconfianza a los dos.
    André reparó en ella y le pidió.
    - Por favor, explícanos…¿por qué trataste de matar a la señora Jarjayez.
    Rosalie respondió más calmada.
    - Es ella…la mujer que mató a mi madre…llevaba un vestido de damasco y marchó hacia Versalles. Yo misma la escuché.
    André aclaró.
    - No, linda…no es ella.
    Oscar todavía estaba evidentemente molesta.
    - No me importa de quién hables…mi madre no es ninguna asesina. Casi todas las damas de la nobleza llevan vestidos de damasco, mucho más en Versalles. Pero, ¿acaso mi casa te parece el palacio de Versalles?
    Rosalie miró a aquel hombre –al menos eso fue lo que creyó que era-. Ese hombre alto, rubio, que la miraba con recelo. Era el hijo de la señora Jarjayez, la dueña de la casa. Era lógico que se molestara. Pero si actitud de enojo sólo resaltaba la extraña belleza que le caracterizaba.
    - Perdóneme, Monsieur- casi lloró.
    Sin embargo, notó que a aquel hombre ya lo conocía antes. Oscar también la reconoció.
    - Yo te he visto antes…¿cierto?
    Rosalie asintió.
    - Sí- siguió Oscar tocando su rostro.- Quisiste que te comprara por comida…y te dije que no podría comprarte aunque quisiera.
    André siguió.
    - ¿No te has dado cuenta, pequeña?
    Rosalie movió la cabeza.
    - Es cierto…su rostro le delata, Monsieur.
    Oscar soltó una ligera carcajada.
    - Qué bueno que ya te diste cuenta. Pues como ves, ni mi madre es la mujer que buscas, ni éste es el palacio de Versalles.
    Rosalie lloró de nueva cuenta.
    André le preguntó.
    - ¿Qué haremos?
    Oscar movió la cabeza.
    - No lo sé. No puedo denunciarla.
    André sugirió.
    - Pero…intentó matar a tu madre.
    - Yo me encargo de hablar con ella. Sin embargo, ella tiene algo que hacer…pobrecilla…si a mi madre también la hubieran matado estaría como ella.
    - ¿Entonces…?- insistió André.
    Oscar tenía ojos centelleantes.
    - Voy a ayudarla…
    Fue donde la chica y le preguntó.
    - ¿Estás segura que la asesina de tu madre se encuentra en el palacio de Versalles?
    - Sí- respondió Rosalie.
    Oscar señaló.
    - Yo voy a ayudarte…pero para poder hacerlo, necesitas aprender lo que se requiere para presentarte en Versalles. ¿Estás dispuesta a que se te enseñe lo que requieres para ser una dama y vengarte de quien acabó con tu madre?
    - Sí, Monsieur.
    - Oscar Jarjayez, Rosalie.
    La joven sintió un vínculo muy especial con Oscar, a quien había confundido con un hombre.
    Rosalie agradeció.
    - Le prometo que no se arrepentirá. Y no defraudaré su confianza.
    Oscar asintió.
    - Lo sé, algo me dice que lo harás. Quizás tu venganza sea la mejor forma de pagar este favor. Pero no te preocupes, que nadie te lo cobrará de otra forma. Te voy a presentar como una amiga de mis hermanas, ¿te parece?
    - ¿Cómo pagarle, Monsieur Jarjayez?
    - Tranquila, sólo siendo prudente. André, ¿me acompañas?
    André apretó la mano de Rosalie animosamente.

    Oscar subió a su habitación. André la siguió.
    - ¿Por qué lo haces?- preguntó el muchacho.
    El joven coronel respondió.
    - Porque quiero ayudarla. Algo me dice que se trata de la mismísima Lady de Polignac.
    - ¿Eso crees?
    - Sí. Esa mujer es capaz de todo. Sólo hay que averiguar y ayudar a Rosalie.
    André asintió.
    - Qué buena eres.
    - No digas eso, André. Lo hago como un deber de honor…además, hay algo en el rostro de esa niña que me hace sentir un gran aprecio por ella.
    André tomó por los hombros a Oscar suavemente y añadió.
    - No…lo haces porque eres buena…
    Un suspiro se escapó del pecho del muchacho. Oscar no supo cómo reaccionar.
    - Necesito que me ayudes. Hay que organizar una recepción para presentarla en sociedad y tener pretexto para invitar gente a la casa.
    - Eso sería muy evidente. ¿Por qué no aprovechar una fiesta de palacio para introducirla a ella?
    - Tienes razón, André. Además, es muy pronto para eso. Primero hay que instruirla, y tú me vas a ayudar.
    - Con mucho gusto.-sonrió André.
    Cuando Oscar se quedó en su habitación y André bajó dijo para sí.
    - Oscar…cada día que pasa te amo más…preferiste ayudar a la chica que atentó contra tu madre en lugar de echarla y de buscar castigo para ella. Además, tu rostro dulce cada día va denotando más la belleza de una mujer plena…eres tan bella que dudo que alguna mujer en la corte te superara en armonía. Y más aún, tu alma destila tanta bondad…

    Bajó a su habitación. Entre sus sueños, el cuerpo de una joven rubia entre sus brazos no lo dejaba dormir.
    Se despertó en la madrugada con los ojos humedecidos y el cuerpo consumiéndose de calor.
    Tuvo que darse un baño. Era tarde pero no importaba. Su cuerpo le pedía a gritos el calor de la joven a la que tanto amaba.
    No, María Antonieta no era capaz de despertar en él tanta ansiedad. Y más aún, los celos hacia Fersen incrementaban su deseo.
    - ¡Cómo quisiera evitar que lo amaras!- pensó.- Pero ya no puedes esconderlo. Y también sé que vas a sufrir, porque él jamás te amará…

    Una semana después…
    Rosalie practicaba con la espada. Pero ésta la vencía por el peso.
    Oscar llegó entre risas a observarla.
    - Si sigues así, la espada combatirá sin ti.
    Rosalie se apenó. Oscar levantó su rostro.
    - No te pongas así, sólo practica más. André, ayúdala, por favor.
    El muchacho comenzó a practicar. La vergüenza aguijoneó el amor propio de Rosalie, tratando de pelear con suma fuerza.
    André la evadió y la desarmó.
    - Ten cuidado con eso o te matarás tú sola.
    Rosalie se enojó y dijo con rabia.
    - Yo no sirvo para esto…
    - No digas eso. Si combates con odio, sólo conseguirás lastimarte. Tienes que hacerlo con gracia y con elegancia.
    Rosalie suspiró.
    - Dime, ¿Monsieur Jarjayez piensa lo mismo?
    - Sí…tu Monsieur Jarjayez piensa de la misma forma que yo…
    Rosalie sonrió y dijo:
    - Entonces…ayúdame para lograr que Monsieur Oscar esté contenta conmigo…
    La forma en que Rosalie se expresaba de Oscar puso a dudar a André.
    - Ven…será mejor que dejes esto de momento o te volverás loca…

    En su casa, Jeanne hablaba con Nicholas.
    - ¿Ya concertaste la reunión?
    - Sí, hermosa. Ya logré que nos llamen a la corte. En breve estaremos ahí.
    - Perfecto, ahora hay que lograr que nos ayuden económicamente como a Polignac.
    Nicholas sonrió.
    - Eres ambiciosa, Jeanne…pero te amo…no sé qué haría sin ti.
    Sin embargo Jeanne sí sabía lo que haría sin Nicholas…
     
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    Andrea Sparrow

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    Cap. 35
    Rosalie estaba preocupada. No entendía cómo era posible que la que pensaba que era su madre no lo fuera realmente. Y tampoco comprendía cómo una mujer como la que había atropellado a madame Lamorlierie fuera capaz de tanta crueldad.
    Y reparó en lo que Oscar había hecho por ella. Una mujer muy buena. Pero no entendía que aquella mujer se ocultara en las ropas de un hombre y en las funciones de un militar destacado.
    Mientras repasaba una lección de la historia de Francia, André entró en el estudio.
    - ¿Concentrada?
    - Sí, André. La verdad me cuesta mucho trabajo entender esto…
    - A mí también me costó cuando comencé a estudiarlo- comentó el muchacho.
    - ¿Llevas mucho tiempo con Monsieur Oscar?- preguntó Rosalie.
    - ¿Por qué la llamas así?- insistió André.
    - Es que…el porte, la elegancia, su forma de actuar, no corresponden del todo a los ademanes o actitudes de una mujer. Y sin embargo, es tan impresionante.
    André asintió débilmente.
    - Bueno…será mejor que no te interrumpa. Vine solamente por un libro.
    Rosalie respondió.
    - No te preocupes. Monsieur Oscar me dijo que si no me esmeraba no pasaría a seguir practicando con la espada.
    - Te interesa mucho eso…
    - Realmente sí…voy a esperar el momento oportuno.
    - Ten cuidado, Rosalie. La verdad caerá por su propio peso. Y podrías llevarte alguna sorpresa desagradable. Con tu permiso, Oscar me espera.
    Rosalie asintió. Pero después se quedó pensando por qué André era tan leal a Oscar.

    Bernard estaba desesperado.
    - ¿Qué te pasa, Chatelet?- preguntó Robespierre.
    - Estoy un poco preocupado. No he visto a Rosalie en algunos días.
    - Vaya, realmente actúas como un hombre enamorado.
    Bernard negó.
    - No es eso…es que realmente me preocupa lo que esa niña pueda hacer ahora que murió su madre. Una persona del pueblo resentida contra los nobles es un ser peligroso.
    - Entonces habrá que encontrarla.
    - Eso es lo que voy a hacer. Voy a averiguar primero en la casa de modas de Madame Bertrand.
    - Espero que haya suerte. No me gusta verte distraído, Chatelet.
    - Despreocúpate, Maximilien. Todo estará bien.

    Bernard se dirigió a la casa de modas.
    Madame Bertrand dijo al joven.
    - Me alegra tanto que estés aquí, hijo.
    - He venido a saludarla y a preguntar por Rosalie…¿sabe algo de ella?
    - No, Bernard. Se despidió de mí. Dijo que tenía algo importante que hacer pero no la he vuelto a ver.
    - Tengo miedo por ella. Desde que murió su madre su actitud fue extraña.
    - Dime, Bernard, ¿la quieres, cierto?
    - No diga eso, madame. Es sólo una niña. Será mejor que me vaya. Creo que la estoy molestando.
    - Claro que no, Bernard. Si llego a saber algo de ella trataré de ponerte al tanto.
    - Merçi, madame.-dijo Bernard, despidiéndose.

    Oscar y André estuvieron junto a la reina y Fersen durante toda la audiencia y en un paseo.
    Pero después de un rato, Oscar decidió apartarse.
    André le preguntó.
    - ¿Paso algo?
    - No sé…es que…no me gusta la actitud de la reina hacia Fersen.
    André comprendió.
    - ¿Acaso sientes…celos?
    Oscar tembló. Luego se carcajeó.
    - No digas tonterías, André…lo que pasa es que me preocupa que la reina siga con tanto entretenimiento con el conde. La gente está comenzando a murmurar.
    - Es cierto- dijo André.- ¿Vendrás a la reunión de la noche?
    - Tengo que…al parecer hay gente nueva en la corte.
    - Y mañana al Petit Trianon.
    - ¿Cómo?
    - Sí, la reina dijo que quería disfrutar un poco del Petit Trianon.
    - Eso es lo que más de desagrada de estos momentos.
    André vio marchar a Oscar. Estaba molesta. Y su reacción se debía sólo a los celos que sentía.


    Oscar se arreglaría para ir a la reunión.
    André terminó de alistar los caballos.
    Mientras tanto, en su cuarto, Rosalie buscó a Oscar pero no la encontró.
    Entonces tocó la ropa que Oscar usaría. Rozó ligeramente la camisa de lino y aspiró el aroma.
    - Huele a ella…
    Oscar la sorprendió con la camisa en la mano.
    - ¿Qué te pasa, niña? ¿Qué haces con mi ropa?
    Rosalie se vio sorprendida y bajó corriendo las escaleras.

    André la encontró en el camino.
    - ¿Qué sucedió?
    Rosalie secó el llanto.
    - Toqué su ropa…me sentí tan atraída hacia ella…
    - Rosalie…
    - No me malentiendas…estoy enamorada del caballero al que ella representa…
    - Ya veo…pero tienes que comprender que no puedes quererla así. Ella está enamorada de otro…tu amor es imposible…aun más de lo que lo es el mío por ella.
    Rosalie se dio cuenta de que André sufría más que ella.
    - Tienes razón. Creo que he sido muy egoísta.
    - Tú puedes enamorarte de un hombre, un día encontrarás a alguien que te hará muy feliz. En cambio yo…viviré siempre atado a ella porque no puedo amar a otra mujer porque pertenecemos a mundos distintos…
    - Perdóname, André. Debí comprender.
    - Anda, tranquila. Ve a estudiar. Oscar y yo tenemos que salir.
    - Está bien.
    Oscar estaba algo molesta.
    André tocó.
    - ¿Se puede?
    - Claro- respondió Oscar por dentro.
    André le preguntó.
    - ¿Qué le hiciste a Rosalie?
    - Nada…estaba urgando entre mi ropa.
    - No te enojes con ella…es que te aprecia mucho y realmente creo que le gustas, como hombre, claro.
    Oscar comprendió.
    - No…esa niña no debe quererme...pobrecilla. Ya hablaré con ella. ¿Ya le explicaste que vamos a salir?
    - Sí, aunque no quedó muy convencida.
    - Que no se preocupe. No tardaremos.
    Oscar bajó al fin.
    Rosalie aun esperaba abajo.
    - Pequeña…ven…
    Le dio un leve beso en la frente.
    - Ve a descansar. Volveremos tarde. Espero que mañana estés despejada. Mira, el objetivo de ir es averiguar más sobre lo sucedido. Si la mujer que lo ha hecho está hoy en esa fiesta, nos daremos cuenta por sus reacciones y por lo que diga la gente en los corrillos. Es muy importante hacerlo para poder ayudarte. La próxima vez ya podrás acompañarnos.
    - Está bien, Monsieur.
    Oscar y André marcharon al fin.

    En la reunión, André observaba los rostros de las damas.
    - ¿Ves a alguien sospechoso?- preguntó Oscar.
    - No, para nada.
    Al poco rato llegaron la reina, Fersen y lady de Polignac en otro carro.
    - Yo acompañaré a su Majestad. Tú trata de espiar a Polignac.
    - Por supuesto, Oscar.
    Se dispersaron entre la gente cuando reparó André en una mujer que acompañaba a Nicholas de la Motte.
    - Qué mujer…-se dijo.
    Era Jeanne Valois.
    La solicitó para bailar. Ella pensaba que se trataba de algún caballero de alcurnia.
    Cuando terminó la pieza la estuvo espiando un rato.
    Al poco tiempo, la mujer se desmayó.
    Nicolás trató de ponerse a la altura de las circunstancias.
    - ¿Qué le sucede, madame?- dijo un hombre.
    La reina se percató de lo que sucedía.
    Nicolás comenzó a llorar con fingido dramatismo.
    - Mi pobre Jeanne…es que está tan mal alimentada. Lo que gano en la guardia no me alcanza para mantenerla correctamente.
    La reina dijo.
    - Pobre familia. Desde hoy que el aumenten el sueldo a él y ella recibirá mayor apoyo y puede venir a la corte cuando se le llame.
    Jeanne pensó que había conseguido demasiado.

    Pero Oscar y André no se tragaron el cuento.
    - ¿Cómo le van a aumentar el sueldo a de la Motte, si no sabe hacer nada?
    - Eso es lo que tanto me molesta. Pero yo no puedo hacer nada.
    - SI fuera por mí, tú ya tendrías cargo en la guardia de honor de la reina, André.
    El muchacho sonrió ligeramente.
    Luego notó que Fersen parecía disfrutar la velada.
    Oscar lo llamó aparte.
    - ¿Podemos hablar, Fersen?
    - Claro, Oscar.
    Ya a solas, Oscar, un tanto temblorosa dijo:
    - Supe que…te vas a ir…¿es cierto?
    - Es verdad…en unos días.
    - ¿Y ella ya lo sabe?
    - No se lo he querido decir del todo pero está preparada. Además, ella ya no me necesita.
    - No es por eso…Hans…se dicen ya muchas cosas. Y supongo que esa tal Polignac no se cansa de hacer comentarios hirientes.
    - Lo sé…pero no puedo hacer nada para protestar.
    - Te comprendo.
    - Lo mejor que puedo hacer es irme de nuevo…y esta vez quizás sea para siempre.
    - Hans…-dijo ella tratando de contenerse.
    La mirada de Fersen en sus ojos se clavó como dardos de fuego.
    - Lo lamento, Oscar pero…no puedo permanecer más tiempo haciéndole daño. Quizás cuando vuelva, pueda consumar el matrimonio que mi padre me ha propuesto.
    - ¿Es la única solución?
    - La única…
    Eso significaba para Oscar un aparente rechazo. Fersen no la veía como mujer.
    Cuando André y ella volvieron a la casa, Oscar iba de muy mal talante.
    - ¿Sucedió algo?
    - No, nada importante. Mañana tenemos entrenamiento. Y pasado mañana, la ceremonia de despedida de Fersen.
    André añadió.
    - Ya entiendo…es eso.
    - ¿Qué pasa, te molesta?
    - No, para nada. A mí nunca me molesta nada- dijo André, bajando del carruaje y marchando a las caballerizas sin decir una palabra más.
    Oscar no comprendió lo que pasaba con su amigo.
     
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    Andrea Sparrow

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    Cap. 36
    André permaneció un rato en las caballerizas. Se tendió cerca de algo de paja.
    Oscar se apeó del caballo y caminó hacia el sitio. Avanzó un par de pasos. André tenía los dedos pulgar e índice sosteniendo su nariz, tratando quizás de contener un par de lágrimas que se escapaban de sus ojos.
    Oscar se acercó y le preguntó dulcemente.
    - André…¿pasa algo? ¿He dicho algo que te molestara?
    - No exactamente, ¿por qué habría de molestarme?- replicó André, mirándola con dureza.
    Sin embargo, la mirada aun dulce de Oscar lo descolocó.
    - Perdóname, Oscar…no debí exasperarme.
    - ¿Me puedes explicar qué pasa?
    - Es que…a veces ni yo mismo me entiendo.
    - Es por la reina y Fersen ¿cierto?
    André bajó la cabeza. No quería ver a Oscar a la cara y no poder responder negativamente.
    - Algo hay de eso- dijo quedamente.
    Oscar le colocó la mano en el hombro.
    - No te preocupes…Fersen se va a ir un tiempo…quizás entonces podrías estar un poco más cerca de ella.
    - No, Oscar. No hay por qué. Eso no tiene futuro. Será mejor que deje de pensar en eso.
    Permanecieron callados algunos minutos. Oscar no podía soportar la idea de que André estuviera triste. Era algo totalmente insoportable para ella. Nunca había entendido por qué. Y ahora, cedía su propio dolor ante el sufrimiento que tenía André y que no podía externar. Y al mismo tiempo, André no quería pensar en la pena que embargaba ahora a Oscar, justamente ahora que sabía que Fersen se iba a marchar y ella no lo vería quizás en mucho tiempo.
    André volvió su mano hacia ella. Le colocó la mano en la rubia cabellera, conteniendo su deseo de perderse en ella y la abrazó como a un amigo más en el hombro.
    - Tranquila…no ocurre nada…todo está bien. Dime…¿qué crees que podemos decirle a Rosalie respecto de lo que vimos hoy?
    - No lo sé- respondió Oscar, un tanto decepcionada por no poder encontrar nada de lo que había estado buscando.- Algo me dice que hay una mujer detrás de eso y esa es Polignac.
    - Yo pienso igual. Esa mujer se comporta extrañamente últimamente. Pero tengo miedo de decírselo así nada más…ella tiene mucha confianza en nosotros.
    - Pero tampoco hay que animarla de más. Recuerda que es muy impulsiva y no sé cómo va a reaccionar si llega a suponer algo que no podamos demostrar.
    - Es mejor esperar y hacerle ver que ya falta poco.
    - Así…pero prometo que la próxima reunión que haya ella nos acompañará.
    - ¿Y cómo piensas presentarla?
    - Como una amiga de mis hermanas…eso la hará sentir mucho mejor.
    André siguió a Oscar hasta la casa.
    - ¿Te divertiste mucho con las chicas, André?- preguntó Oscar.
    - Pues…más o menos…especialmente con la mujer de De la Motte. Es hermosísima.
    - Ya veo…te agradó mucho esa mujer.
    - Es bella, lo admito, pero no tanto como tú.
    Un brillo en los ojos de Oscar lo animó a continuar.
    - Por cierto…no había visto a la hija de Polignac.
    - Es muy parecida a ella…pero también a alguien que conozco…sólo que no puedo asegurar a quién se parece.
    - Pues hay tantas chicas de su edad que se parecen en la corte.
    Una pausa los detuvo. La abuela Grandier dijo:
    - Milady, será mejor que vaya a descansar o su padre se molestará.
    - Tienes razón, abuela. Será mejor que vaya a descansar. Hasta mañana.
    André respondió con dulzura.
    Cuando Oscar se hubo marchado, la abuela le preguntó:
    - Hijo…la sigues mirando con mucha impaciencia.
    - No puedo hacer otra cosa, abuela. Más ahora que sé de quién está enamorada…
    - ¿Mi lady está enamorada?- preguntó la abuela.
    - No hables tan alto- comentó André.- Si se entera alguien será un escándalo.
    - Lo sé…y dime, ¿de quién está enamorada?
    - Del conde Fersen…
    - Dios mío…¿y él?
    - El ama a la reina María Antonieta.
    La abuela se escandalizó.
    - Ya sé que no debí decírtelo- replicó André.- Siempre te pones así. Fersen no hará nada. Él es muy respetuoso de la corona y jamás se atreverá a cometer ninguna insensatez.
    - Me alegra, por el bien de su Majestad.
    - A mí también…eso no le causará conflictos a Oscar. Pero el amor que siente por él, sí.
    La abuela comentó.
    - Hablando de amor, la chica que trajeron…Rosalie…no ha pegado ojo desde que se marcharon.
    - Pobrecilla. ¿sabías que está enamorada de Oscar, como hombre, claro?
    - Me lo imaginaba pero…Oscar ya la hizo entender.
    - No exactamente. Temo que confunda sus sentimientos.
    - Yo también, pero ya habrá tiempos para hablar con ella.
    - Espero que comprenda. Hijo…será mejor que te vayas a descansar ya.
    - Es verdad, abuela…tengo que ir a dormir porque mañana habrá que acompañar a Oscar al Petit Trianon. A la reina se le metió en la cabeza pasar algún tiempo ahí.
    - Lo siento por Su Majestad.
    André besó a su abuela en la frente y salió de ahí hacia su habitación.
    En la noche no pudo conciliar el sueño. Las lágrimas asomaron por sus ojos sin que nada las reprimiese.
    - Es tan doloroso saber que no soy yo el hombre al que amas, Oscar…quisiera poder hacer algo para demostrarte lo que siento por ti pero…temo que en cuanto eso suceda tú ya no quieras volverme a ver a la cara. Prefiero consumirme de deseo en esta cama…sintiendo cómo pasan las horas y cómo mi ser se va desgastando tan sólo pensando en tus caricias…en los besos que no podré darte…en el calor que no voy a poder prodigarte…en el amor que no puedo ofrecerte.
    Y tras haber llorado casi como un niño se quedó dormido.

    A la mañana siguiente ya estaba bien. Oscar lo notó a pesar de todo algo desvelado.
    - Veo que no dormiste bien.
    - Nos desvelamos un poco anoche.
    - Pero creo que esto ya no es de hoy…se va haciendo cada vez más frecuente en la reina.
    - Me temo que esto continuará durante un tiempo más.
    De la Motte volvió a fallar en el entrenamiento.
    - Otra vez…-dijo Oscar- esta situación con este hombre ya me está cansando…
    Avanzó un par de pasos con el caballo. De la Motte parecía molestarse más porque Oscar era mujer que por la llamada de atención.
    André rió por las fallas que realizaba.
    Fersen se acercó al poco rato.
    - André…¿podría hablar con Oscar en un rato?
    - Está ocupada ahora- respondió André- pero puede pedirle un tiempo cuando termine el entrenamiento.
    - Bien…pues ahora aprovecho para despedirme de ti.
    Fersen extendió la mano.
    - ¿Se va?
    - Así es…me he puesto a disposición del coronel Lafayette en una comisión para la guerra de independencia en América.
    - Ya veo…sólo le deseo mucha suerte.
    Hans agradeció con la cabeza y se acercó a Oscar.

    La general sonrió al verlo.
    - Hans…
    - Oscar…he venido a despedirme.
    La sonrisa se desdibujó del rostro de la joven.
    - Entonces es cierto…
    - Definitivamente, iré con el coronel Lafayette a América.
    - Pero eso es peligroso…
    - No temo…estoy preparado y puedo hacerlo bien. Mi padre también tiene mucha confianza en mí. Pronto nos veremos, lo prometo.
    Oscar sintió que su mano temblaba. Pero sabía que quizás cuando volviera, podría intentar acercarse más a él.
    - Está bien…cuídate mucho y espero que todo salga bien.
    Hans agradeció y dejó a Oscar pensativa.
    - Lo que sucederá ahora que María Antonieta se entere…

    Polignac estaba preocupada por la situación con la reina. Le parecía que los gastos de la casa real se habían incrementado demasiado y que quizás pronto el rey dejaría de aceptar los lujos superfluos que la reina se permitía.
    - Creo que esto va de mal en peor- dijo el ministro de finanzas.
    - ¿Puedo saber a qué se refiere, Necker?- preguntó la reina.
    - A que…las cuentas están cada vez más críticas, señora. Las deudas de la casa real se han incrementado demasiado. Esto no puede seguir así.
    La reina parecía no poner demasiada atención.
    - Pues haga algo…incremente los impuestos por ejemplo.
    - No puedo hacer eso- replicó Necker.
    - Pues si no puede resolver la situación, tendré que prescindir de sus servicios.
    - No, Su Majestad…veré qué puedo hacer.
    - Pues hágalo…¿ha visto por cierto a lady de Polignac?- preguntó la reina.
    Necker le dijo.
    - Estaba en el otro salón…por cierto, Majestad…si la situación prosigue de esta manera…tendremos que prescindir de ayudar a Polignac y su familia.
    - ¿Por qué?- replicó la reina.- Eso ni pensarlo. Esa mujer ha sido un gran apoyo para mí.
    Mientras hablaba con Necker un miembro de la servidumbre particular le dijo.
    - Majestad…el conde Fersen quiere hablar con usted.
    La reina sonrió.
    - Necker…¿puede dejarme a solas con él un momento?
    El ministro asintió, aunque bien sabía que la situación no podía estar peor.
    La reina charló con Fersen de cosas sin sentido, hasta que la conversación quedó desviada precisamente hacia su partida.
    - ¿Se enteró de los esfuerzos de América por conseguir su independencia de Inglaterra?
    - Sí, Majestad…es por eso que…he decidido formar parte del ejército del coronel Lafayette.
    La reina palideció.
    - No puede ser…
    - Lo es- dijo Fersen con tristeza.- Lamento tener que darle esta pena, Majestad…pero es cierto.
    La reina comenzó a sollozar.
    - Entonces…no me queda más que desearle suerte y que regrese muy pronto…
    Fersen besó su mano, tratando de que las lágrimas no escaparan de sus ojos.
    - Hasta muy pronto, Majestad. Mañana nos veremos en la celebración de despedida. Con su permiso.

    Mientras tanto Bernard jugaba naipes con algunos amigos.
    - Las deudas de la realeza se incrementa, y nadie hace nada por ello. El rey parece un títere de esa mujer.
    Bernard soltó los naipes y luego señaló.
    - Eso ya lo sabíamos…creo que es mejor que comencemos con el asunto que nos ha tenido trabajando durante meses.
    Robespierre preguntó.
    - ¿Has sabido algo respecto a la chica Lamorlierie?
    - No…no la he visto desde hace un mes- replicó.- Y creo que cada vez más pierdo la esperanza de volver a verla. Bah…no tiene importancia.
    - No lo niegues- dijo Robespierre- se te nota molesto por ello.
    - Mi molestia no servirá para mejorar la situación de Francia. París es un caos…
    Robespierre asintió.
    - Las cosas se van complicando cada vez más…

    Después de que Oscar y André salieran del Petit Trianon, Oscar decidió quedarse un rato más en su casa enseñando a Rosalie, quien disfrutaba más que nadie de la forma en que Oscar se preocupaba por ella.
    André le preguntó.
    - Voy a París…la abuela me encargó algunas cosas.
    - Ve, André- señaló Oscar- solamente no tardes mucho.
    - Está bien…ya vuelvo.

    André se internó en las calles de París. A esa hora de la tarde, ya deambulaban los ebrios, los mercaderes de baratijas y las prostitutas.
    Una de ellas, bastante hermosa y de caballera rubia lo llamó.
    - Ven, hermoso joven…no te arrepentirás…
    André avanzó unos pasos. La miró. Sabía que no era ella. Pero aceptó la invitación.
    Un poco de licor y en breve, André la sometía a su deseo.
    El muchacho sólo tenía en mente el rostro de Oscar.
    Sus pupilas estaban tan lejos…su cuerpo era una brasa y sólo quería consumir ese deseo extraño que le molestaba. Quizás sería la última vez.
    Dejó que la mujerzuela hiciera su trabajo. Estaba enardecido en el cuerpo. Cuando estaba ya a punto de perderse en aquel cuerpo, le pidió.
    - Déjame llamarte como yo quiera…
    - Claro…
    - Oscar…
    La muchacha casi ríe.
    - Qué nombre tan extraño…no serás…
    - Claro que no…soy tan hombre como el que más…sólo quiero llamarte así. Es el nombre de una mujer…a la que amo y a la que no puedo tener…
    - Ya veo…una mujer prohibida…entonces…tómame como lo harías con ella.
    André danzó febril en ella pero no era lo mismo. Sabía que no era lo mismo y en cuanto culminó pagó y salió de allí, maltrecho y dolorido. Le había hecho tanto daño aquel contacto comprado…

    Al día siguiente, Oscar miró a Rosalie que se afanaba en estudiar.
    - En cuanto vuelva te preguntaré.
    - No se vaya, Monsieur.
    - Tengo que ir a ver a la reina.
    - ¿Por qué ella tiene que estar antes que yo?
    Oscar comprendió lo que André le había dicho respecto a la chica.
    - Entiendo cómo te sientes pero créeme…no es que ella sea más importante que tú. Tú no puedes quererme…no puedes…no debes…no lo hagas…-replicó al fin.
    Rosalie bajó la cabeza.
    - Perdóneme…soy una insolente.
    - No digas eso. Mira…en cuanto vuelva, seguiremos practicando con la espada. Y de paso quiero decirte que en la primera oportunidad que tenga, te llevaré a una fiesta de las que da su Majestad para que puedas irte codeando con la realeza.
    - ¿De verdad?
    - Claro, así será más fácil averiguar quién fue la que privó de la vida a tu madre.
    - Gracias, Monsieur- dijo Oscar.
    El coronel Jarjayez sonrió. Hacer feliz a Rosalie también la hacía feliz a ella.
     
    Última edición: 17 Julio 2016
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    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    Escritora
    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    1817
    [​IMG]

    Cap. 37
    André volvió de madrugada. Trató de no hacer ruido. Pero Oscar estaba en la sala.
    - Tardaste mucho, André.
    André se sorprendió de que Oscar estuviera en la sala y más, que lo esperara.
    - ¿Por qué no estás dormida?
    - Porque…estaba algo cansada, me quedé leyendo y te busqué pero no logré encontrarte.
    El joven Grandier resopló.
    - No debiste esperarme.
    Oscar lo hizo sentar.
    - Estoy un poco agobiada.
    - ¿Es por Fersen?
    - En parte…creo que la influencia de Fersen fue muy positiva para la reina puesto que dejó de lado a Polignac. Pero creo que me preocupa ésta…sus reacciones son muy negativas y no me agrada. Por cierto, Fersen retrasó su viaje un mes más.
    André se quedó serio.
    - Ya veo…será bueno para la reina entonces.
    - Sí…así Polignac no tendrá injerencia en ella. Pero ahora hay que vigilar más a esa mujer.
    - Tienes razón…bueno, con tu permiso…quiero ir a descansar.
    Oscar lo detuvo por un brazo y lo hizo sentar.
    - Un momento…
    - Oscar, por favor…estoy muy cansado.
    - ¿Se puede saber qué estuviste haciendo toda la tarde y noche?
    - Ya te había dicho, compré algunas cosas…
    - ¿Hasta esta hora?
    - ¿Puedo saber por qué me riñes?
    - Porque la abuela estaba preocupada por ti, sólo eso.
    André centelleó la mirada.
    - Bueno…estuve…muy ocupado.
    Oscar le dijo:
    - Me imagino cómo pero…créeme…a la abuela no le gustará…ahora sí vete a dormir. Pero mañana temprano te espero para ir a ver a la reina.


    Al día siguiente ya estaban presentes en la corte.
    La reina expresó su decisión respecto del juego cuando llegó Polignac y María Antonieta disfrutaba de la presencia de Fersen.
    - Le decía apenas a Oscar que…creo que dejaré juego. De igual forma, siempre pierdo.
    Polignac se molestó.
    - Majestad…
    - Con su permiso, madame.
    La mujer se apartó mientras la reina saludaba y atendía a otras mujeres.

    Oscar sonrió.
    - Tenemos puntos a favor, André. La reina no hará ningún caso de Polignac. Voy a convencerla para traer a Rosalie.
    André respondió.
    - Perfecto.
    Mientras el joven Grandier permanecía al lado de algunas damas, precisamente la reina conversaba con Oscar.
    - ¿Una amiga tuya?
    - Sí…es familiar político de una de mis hermanas.
    - Ya veo, siendo así, tráela mañana al baile que daremos en honor de que Fersen se queda un tiempo más.
    Oscar asintió.
    Por dentro se sentía feliz de que Fersen se quedara. Pero por otro, también sentía una especie de pesar de imaginar que la promesa que había hecho a su padre de buscar esposa todavía no se apartaba de su mente.
    Sabía también que la presencia de Fersen provocaría más problemas. Sin embargo, procuraría que las habladurías se redujeran al mínimo para que la imagen de la reina no se viera afectada.
    - Ahora, sólo queda traer a Rosalie…por fin vamos a averiguar quién es esa dama que se atrevió a dejar a mi niña sin su madre.
    Oscar volvió con André.
    - ¿Qué te dijo su Majestad?
    - Que puede venir mañana mismo.
    - ¿Vendremos?
    - Por supuesto. Y Rosalie con nosotros.
    - Qué bien- comentó André.
    - Le dará mucho gusto a Rosalie saber que podrá por fin venir a ver a la reina.

    Regresaron a la casa. Ahí, André fue el primero en buscar a Rosalie. Pero su abuela lo detuvo.
    - ¿A dónde vas?
    André se detuvo.
    - Este…a buscar a Rosalie.
    - Ven conmigo un momento.
    Ya en la cocina, la abuela le reprochó.
    - No tienes permiso de marcharte de la casa a hacer lo que te dé la gana.
    - No fui a eso, compré algunas cosas.
    - Y ya me imagino qué cosa compraste además de lo que trajiste.
    André le dio la espalda.
    - No te entiendo…
    - Sí me comprendes. No deberías hacer eso.
    André esbozó un par de lágrimas.
    - Me conoces demasiado bien…lo hice solamente para tratar de evocar las caricias que no podré tener de ella…pero fue inútil. Me sentí más vacío…
    - Entonces…
    - No volveré a hacerlo, abuela…pierde cuidado.
    La abuela lo abrazó y lo dejó marchar.

    Oscar atendía a Rosalie en sus clases de pronunciación.
    - ¿Sabes, Rosalie?- preguntó Oscar.- Si fueras una dama noble nata pronto podrías estar en la corte…de hecho, la reina te espera mañana mismo.
    - ¿La reina?- preguntó Rosalie asustada.
    - ¿No te agrada la idea?
    - No…yo no quiero ver a esa mujer.
    - ¿Por què no?
    - Porque…todos dicen que estamos comiendo mal y que cada día somos más pobres por su causa, porque es frívola y cruel.
    - ¡Eso no es cierto!- replicó Oscar.
    - ¡Sí lo es…es mala y cruel como un demonio!- insistió Rosalie.
    Oscar le gritó.
    - ¡Siéntate y cállate!
    Rosalie bajó la cabeza. La fuerza de Oscar la hacía sentir más pequeña.
    - Está bien…accederé.
    - Piensa que así podrás averiguar quién fue la mujer que te despojó de tu madre.
    - Está bien…por cierto, Monsieur Oscar…
    - Dime…
    - ¿Usted sabe quién es…Martin Gabrielle?
    - No…¿por qué me lo preguntas?
    - Es una dama de la corte…
    - ¿Cuál es su apellido?
    - No lo sé- dijo sollozando.
    André llegó entonces.
    - ¿Qué ocurre?
    - Es que esa mujer- siguió Rosalie- es mi verdadera madre.
    Oscar y André quedaron estupefactos.
    - ¿Cómo?
    - Sí…realmente eso fue lo que dijo mi madre antes de morir. Me gustaría saber quién es…y verla, aunque sea sólo un momento.
    Oscar preguntó a André.
    - ¿Sabes quién es esa mujer, André?
    - El nombre me parece conocido…pero no recuerdo dónde lo he escuchado. Averiguaré. No te preocupes, Rosalie.
    La coronel dijo.
    - Así que eres una dama en verdad…era normal. Eres muy linda y realmente aprendes muy rápido.
    - No me importa eso…sólo vengar la muerte de mi madre.
    Oscar notó que la chica estaba llena de odio.
    - Tranquila, te ayudaremos. Ahora prepárate bien para que puedas hacer un buen papel mañana.
    André estaba más que orgulloso de Oscar.



    En la noche del día siguiente…

    - Buenas noches, Monsieur Hans Fersen- dijo un hombre.
    - Buenas noches- respondió.
    Escoltaban dos caballeros a una hermosa chica.
    Madame de Polignac conversaba con su hija.
    - Realmente estás encantadora, Charlotte- comentó.
    - Gracias, madre.
    Una de las mujeres dijo:
    - Es muy pequeña para estar en una reunión como ésta.
    - Su madre se empeña en lucirla.
    De pronto, la chiquilla miró a la otra joven.
    - ¿Quién es esa?
    - Es una chica que Oscar ha traído a la corte.
    - No parece una dama del todo- expresó.
    - No te preocupes, tú luces espectacular.- dijo su madre.
    Sin embargo toda la gente conversaba acerca de la belleza de Rosalie y de cómo lucía junto a Oscar y Hans von Fersen.
    André dijo a Oscar en voz baja, algo cerca:
    - Los ojos de todos están puestos en ella- sonrió.
    Oscar asintió.
    - Realmente todos están atentos a ella.
    Luego dijo a Rosalie:
    - Linda…por favor, pórtate como te he enseñado.
    - Tengo miedo- susurró Rosalie.
    - No temas- siguió Oscar- todo va a salir bien.
    El baile comenzó.
    André fue el primero en sacarla a bailar.
    Charlotte, la hija de madame de Polignac estaba muy molesta.
    - Me siento tan humillada…
    Sin embargo, miró desde lejos a Oscar y dijo.
    - Ahí está Monsieur Oscar y viene para acá.
    Charlotte sonrió.
    Muchas de las jóvenes de la corte aguardaban el momento en que Oscar las sacara a bailar.
    André notó el conflicto en el que se encontraba Rosalie.
    - Me siento como una tonta- refirió al joven amigo de Oscar.
    - No digas eso, lo estás haciendo muy bien.
    - Claro que no, ¿recuerdas lo que pasó en un baile al que me llevó Monsieur Oscar, uno en casa de una tal madame Elizabeth?
    - Ah, sí, ya recuerdo. No fue muy relevante. Creo que no fue para más.
    - Claro que sí…madame Elizabeth quizás no notó el problema, pero la joven Charlotte sí.
    André le dio seguridad.
    - Tranquila, ahora todos están pendientes del momento en el que bailes con Oscar.
    Oscar tendió la mano a Rosalie.
    Charlotte enrojeció de coraje.
    - ¿Por qué a ella, madre?
    Rosalie bailaba con Oscar. La coronel le dijo.
    - Olvida los malos momentos y sólo recuerda lo que te he enseñado.
    Pero la chica aún recordaba con pena el momento en que se había encontrado con su hermana.
    - Vi a alguien que perteneció a mi vida…
    - ¿Alguien?
    - Sí…mi hermana…
    - ¿Tu hermana?
    - Sí…pero no tiene importancia.
    Oscar tras haber bailado con Rosalie, fue requerida por la reina.
    - ¿Viniste con tu amiga, cierto, Oscar?
    - Así es, Majestad. Ella está ahora con el conde Fersen.
    Madame de Polignac intervino.
    - La chica que usted trajo es una plebeya y no debería estar aquí. La última vez riñó con mi hija Charlotte.
    - La culpa fue de madeimoselle Charlotte, madame- señaló Oscar.
    - ¿Está retándome acaso?- insistió Polignac.
    - No se ponga así…¿será que su conciencia no está muy tranquila?
    La reina la instó para que se calmara.
    - No la provoques, Oscar. Mantén la cordura, por favor.
    - Despreocúpese, Majestad.
    Rosalie vio venir a la reina y ésta le dirigió la palabra.
    - Madeimoselle Lamorlierie, espero que disfrute la fiesta.
    Rosalie notó que la reina era sumamente bella y que no era el demonio del que le habían hablado.
    En tanto Polignac y su hija esperaban el momento para que la reina les dirigiera la palabra.
    Y justo entonces, Rosalie reconoció a Polignac y ella se dio cuenta de que se trataba de la misma chica que había estado presente cuando arrollaron a su madre.
    - No puede ser…-dijo Rosalie.
    Oscar la sacó del apuro.
    - ¿Qué sucede, Rosalie?
    - Es que…esa mujer es la que asesinó a mi madre con su carruaje…
    Oscar hizo una señal a André. Éste entendió también.
    - Tranquila- dijo a su oído.
    - Pero…no puedo dejar pasar más tiempo…tengo que…
    Oscar negó.
    - ¿Qué crees que vas a ganar con eso?
    Charlotte se acercó.
    - Lamento lo que pasó el otro día. Creo que, si Monsieur Oscar es su amiga, es porque usted lo merece. Considéreme también su amiga.
    Rosalie no pudo menos que sonreír con la sinceridad de aquella jovencita.
    Para la coronel eso no pasó desapercibido.
     
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    Andrea Sparrow

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    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    2468
    Cap. 38

    La presencia de Rosalie encantó a la reina y a los convidados, excepto a Lady de Polignac.
    - Tengo que hacer algo para evitar que esa chica, Oscar, se siga entrometiendo en mi relación con la reina.
    Avanzó un par de pasos, cuando descubrió la figura imponente del conde Fersen.
    Él hizo sólo una venia y se apartó.
    Ya a solas se dijo:
    - Éste también es un estorbo. Pero sería muy evidente que trata de deshacerme de él. Sin embargo…puedo correr el rumor de que entre ella y su Majestad hay cierta…atención especial.
    Oscar dijo a Rosalie cuando ya estaban más tranquilas.
    - ¿Entiendes ahora por qué no quiero que te vengues de ella?
    - Creo que sí…
    - Es fácil- interpuso Oscar.- Si tú le haces algo, la perjudicada serías tú, puesto que irías a prisión y lo peor de todo…podrías morir y yo…yo no quiero que te pase nada.
    La mirada de Oscar se tornó triste.
    Rosalie notó que estaba llorando.
    - No se ponga así, Monsieur Oscar.
    La joven coronel no quería reconocer que sentía por Rosalie un afecto muy profundo, sin llegar a algo sexual.
    - Perdóname, lo que pasa es que…me siento mal tan sólo de pensar que podría pasarte algo…por favor, prométeme que no harás nada que te comprometa.
    - Claro que no- dijo Rosalie.- No quiero perjudicarla a usted.
    Oscar la abrazó.
    - No digas eso…tú también eres una Jarjayez, así que si haces algo te perjudicas como miembro de esta familia. Por favor, no intentes algo que te haga daño.
    - No lo haré.
    - Bien…lo que sí te prometo es averiguar quién es Martine Gabrielle.
    La muchacha se sintió más tranquila y subió a su habitación.
    André se quedó un rato más con Oscar.
    - ¿Has averiguado algo respecto a ese nombre?
    - No, Oscar. Creo que no será tan fácil, puesto que es un nombre de soltera.
    - Ya veo…bueno, creo que habrá tiempo para seguir investigando.
    - Sin embargo, lo peor es que Polignac está molesta contigo porque Rosalie estuvo maravillosa en la corte.
    - Sí, pude darme cuenta. Insiste en que su hija sea el centro de atención.
    - Y su hija no pierde ocasión para estar cerca de ti.
    A Oscar no le hizo nada de gracia.
    André continuó.
    - Hay algo más delicado aún, Oscar.
    - ¿Qué es?
    - La gente rumora que Su Majestad está interesada en Fersen.
    - ¿Cómo?
    - Sí…no sé de dónde surgió el rumor pero…es muy delicado.
    - Y supongo que eso te afecta, ¿cierto?
    André la miró con dureza.
    - No más que a ti, ¿cierto?
    Se apartó. Oscar no pudo decirle nada más.
    Pero en parte era cierto. La predilección de la reina hacia Fersen provocaba conflictos en la mente y el corazón de Oscar.
    André era el más afectado, puesto que se había dado cuenta de la influencia que ejercía Fersen en ella.
    - Es casi inevitable. María Antonieta no puede tener nada con la reina…Fersen terminará enamorándose de Oscar…ya debería yo hacerme a la idea- pensó para sí en la caballeriza.
    Mientras tanto, Oscar se fue a practicar con el violín un rato en su habitación.
    [​IMG]
    - Madame Boulanvillers, un gusto saludarla- dijo una mujer.
    - Igualmente, señora condesa- respondió Jeanne Valois, muy contenta de recibir amistades tan elegantes.
    Nicolás le dijo:
    - ¿Crees que pueda durar mucho esta farsa, Jeanne?
    - No lo sé, Nicolás. Sólo hasta que se lea el testamento de la marquesa.
    Nicolás insistió.
    - La inversión está hecha. ¿Crees que venga ese tal…cardenal?
    - Por supuesto…una amiga mía dice que le había prometido venir.
    En verdad, al poco rato llegó el cardenal de Rohan.
    - Madame Boulanvillers…agradezco tanto su invitación.
    - No tiene nada que agradecer, cardenal.
    - Y, dígame…¿ha hablado ya con su Majestad? No he recibido para nada ninguna llamada a la corte.
    Jeanne mintió entonces.
    - Supongo entonces que…sólo es cuestión de tiempo. Yo me encargaré de eso. Pero usted insista. Puede incluso escribirle una carta y cuando menos se dé cuenta ya estará en la corte.
    - ¿De verdad? Entonces…iré inmediatamente a escribirle.
    Jeanne sonrió.
    Nicolás le dijo a solas.
    - ¿Cómo pretendes que la reina reciba a ese hombre?
    - No lo hará…no mientras yo no haya visto a la reina. Y eso tiene que ser enseguida. ¿Iremos de nuevo a la corte?
    - Por supuesto, conseguiremos una nueva invitación a algún baile de palacio. O simplemente, te llevaré como parte de la familia de uno de los miembros de la guardia de honor.
    - Gracias, querido. Tú siempre tan considerado.
    Nicolás sonrió pero se asustó un poco de la forma de ser de su esposa.

    Al día siguiente Oscar pensaba quedarse en casa. No tenía ánimos de salir.
    André le ensilló un caballo y le dijo:
    - Si quieres puedes montarlo y salir a dar una vuelta.
    - No…no ahora- dijo ella.
    Se sentía indispuesta. Un dolor aquejaba su vientre.
    André se marchó a ver a su abuela.
    - ¿Sabes qué le pasa a Oscar esta vez?
    - ¿Por qué?
    - Se ve pálida y se queja un poco de dolor.
    La abuela ya lo sabía.
    - Cuando entre la veré para saber de qué se trata. Ahora, será mejor que sigas en lo tuyo.
    - Abuela, ¿cuándo dejarás tanta ceremonia en los asuntos de Oscar? Ya no soy un niño.
    - Pues si no lo eres, ya deberías saber de qué se trata…
    André vio marcharse a su abuela a la habitación de Oscar con un té caliente.
    - Yo puedo llevárselo…
    - Está bien, pero no seas indiscreto.
    André subió y mientras lo hacía iba pensando.
    - Esto le pasa cada mes…¿cada mes? Qué tonto soy…pero si ella es…era obvio. Lo siento, Oscar…debe ser tan duro para ti tener que esconderlo y sobre todo, tener que soportarlo. Tu padre es muy cruel en ello…
    Llegó tocó levemente la puerta.
    - ¿Se puede?
    Oscar ya estaba arriba.
    - Pasa…
    André la miró.
    - Toma…es para ti.
    - Lo mando la abuela, seguramente.
    - Sí…pero yo pedí traértelo. Dime, ¿te sientes bien?
    - Sí…no es nada, no te preocupes.
    André le dijo tiernamente.
    - Ya no tienes que fingir conmigo…no es necesario.
    Oscar volvió el rostro.
    - Anda…sé lo que te pasa…recuerda que ya no soy un niño. Además, soy tu confidente. No tiene nada de malo que yo pueda saber qué te sucede. Supongo que no tienes esa pena conmigo, ¿cierto?
    - No…tienes razón. Soy una niña. Esta vez fue más doloroso que otras…espero que pase en unos días.
    - Tranquila, que así será. Si quieres puedo avisar que no te sientes bien.
    - No, no es necesario. Beberé el té, me recostaré un rato y luego veremos qué podemos hacer hoy.
    - Bien. Te dejo un rato.
    Cuando bajaba la escalera, André apretó los puños.
    - Tenía tantas ganas de besarte, Oscar…-pensó.- Quería depositar un suave beso en tu frente…en tus labios…tus labios que no han sido tocados por ningún hombre…
    Contuvo la respiración y se preparó por lo que fuera necesario.

    Rosalie le preguntó.
    - ¿Cómo sigue Monsieur Oscar?
    - Tranquilízate, no es nada grave. Es algo…natural.
    - ¿Natural?
    - Recuerda que Oscar es “ella”…¿entiendes?
    Rosalie bajó la cabeza.
    - Es verdad…
    André la dejó ahí. Rosalie pensó para sí mientras releía un libro.
    - Es tan duro darse cuenta de que se trata de una mujer…¿por qué tiene que ser así?- se dijo sollozando amargamente.

    Al poco rato, Oscar recibió una orden de la reina de presentarse inmediatamente.
    Bajó como pudo, tras alistarse y buscó a André.
    - Rosalie, ¿has visto a André?
    - Está en el recibidor…¿ocurre algo?
    - Tengo que salir para Versalles inmediatamente.
    - ¿Por qué?
    - La reina me solicita.
    Rosalie le pidió.
    - No se puede ir así…dijo que me enseñaría gramática.
    - Ahora no puedo, Rosalie, entiende…la reina me ha llamado.
    La chiquilla se molestó.
    - ¿Es acaso ella más importante que yo? ¿Puede un capricho de la reina ser más importante que yo?
    Oscar le replicó.
    - No sabes lo que dices, Rosalie…
    La muchacha bajó la cabeza.
    - Tiene razón, Monsieur…no debí hablar así…pero…permítame ir con usted.
    - Está bien- dijo Oscar.
    Rosalie, Oscar y André marcharon hacia Versalles.
    Pero cuando intentaron entrar, les impidieron la entrada.
    - Lo sentimos…la reina ha ido a la ópera y no recibirá a nadie.
    Oscar y el resto subieron al carruaje.
    - Es extraño…¿cómo es posible? Esto es muy raro. ¿Tú qué piensas de esto, André?
    No tuvo tiempo de responder. Un par de hombres con la cara cubierta atacaron a Oscar.
    - ¿Qué es lo que pretenden?
    [​IMG]
    Espada en mano trataron de herirla. André le lanzó una espada y aunque combatió para defenderse, hirieron su brazo izquierdo.
    André no pudo hacer nada para defenderla. Rosalie lloraba.
    El joven Grandier le dijo.
    - Entra y cuida de Oscar por favor. Yo llevaré el carruaje.

    Juntos volvieron a la casa. Había sido demasiado duro lo sucedido.

    En tanto, en Versalles, Polignac hablaba con un hombre.
    Su hija Charlotte escondida la observaba.
    Tras ver al hombre marcharse le dijo:
    - Madre…¿qué tienes tú que ver con el asunto de Monsieur Oscar?
    - ¿Yo? Nada…claro que no.
    - El tío está muy extraño…y llevaba la camisa manchada de sangre.
    - No hables tonterías, Charlotte. Por cierto…necesito que te pongas guapa porque tendremos visitas.
    La niña no comprendía a qué clase de visitas se refería la condesa.

    Por unos días no se supo nada de Oscar en la corte.
    Ya en casa, los médicos las revisaron.
    Fersen fue directamente a verla.
    André estaba cuidándola.
    Cuando Fersen llegó no le hizo ninguna gracia.
    - ¿Puedo pasar?
    André le dijo:
    - Permítame…voy a avisarle.
    André subió. Oscar estaba despierta.
    - ¿Quién era, André?
    - El conde Fersen…
    El rostro de Oscar se iluminó.
    - Dile que pase, por favor.
    André bajó inclinando la cabeza.
    La abuela Grandier le dijo:
    - Tranquilo…es el conde…es su amigo.
    - Pero ella no lo ve así…él la ama.
    - Pero él a ella no…
    - Lo sé…y eso la hace sufrir…y no sabes cómo quisiera poder hacer algo.
    - No puedes hacerlo, hijo. Ahora, espera a que te llame.
    Arriba, Fersen le dijo:
    - No te preocupes, Oscar. Daremos con el causante de esto. Te lo prometo.
    - Gracias a tu intervención no me mataron.
    - No fue nada…sólo me di cuenta de lo que pasaba.
    Oscar le dijo:
    - Tuve mucho miedo.
    Fersen negó.
    - Tú eres muy valiente y pudiste defenderte bien.
    Platicaron largo rato hasta que casi oscureció.
    [​IMG]
    Por fin el día en que Oscar volvió a la corte sucedió.
    Iba acompañada de Rosalie y de André. También estaba presente Fersen.
    Oscar estaba algo molesta. Casi no le dirigió la palabra a nadie.
    La reina arribó saludando a Oscar en primer término.
    - Lamento tanto lo que ocurrió, Oscar. Averiguaremos quiénes eran esos criminales.
    - No fue nada, Majestad…sin embargo, le agradecería que lo averiguara. La vida de muchos corre peligro.
    Polignac intervino quitando importancia al asunto.
    - No fue nada…seguramente ladrones.
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    La hija de Polignac se acercó.
    - ¿Puedo ayudarla, Monsieur Oscar?
    La mirada de Oscar se clavó en el corazón de Charlotte de Polignac, exacerbando los deseos de la jovencita
    Polignac no se dio mucha cuenta pero sí pudo ver a Rosalie que la miraba con afectación.
    La reina pidió quedarse a solas con Fersen, mientras Oscar y André aguardaban en el salón contiguo.
    En tanto, Charlotte conversaba con Rosalie respecto a Oscar.
    - Dígame, madeimoselle…¿qué se siente…estar tan cerca de Monsieur Oscar?
    - ¿Por qué lo dice?
    - Quiero saber qué se siente…respirar su aire…tocar su ropa, conversar con él…
    Polignac intervino.
    - Deja de hablar con esa chica.
    - Pero, madre…la señorita Lamorlierie y yo sólo charlábamos de…
    - ¿Lamorlierie?- preguntó Polignac.
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    Su rostro denotaba sorpresa y un temor casi mortal.

    La reina dijo a Fersen.
    - Me alegra tanto que se haya quedado un tiempo más, señor conde.
    - Le agradezco sus atenciones, Majestad. Es sólo por un tiempo…sin embargo…ahora estoy ocupado en algunos asuntos importantes. Por eso no he venido a verla últimamente.
    - ¿Y qué asuntos son?
    - Es que…pronto me voy a casar…
    María Antonieta palideció.
    - ¿Casarse?
    El dolor hizo presa del cuello de los dos como un ave a punto de engullir a su alimento.
    - Me…alegra tanto por usted…
    - Gracias…Majestad- dijo Fersen tristemente.
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    Poco después, Fersen reveló lo mismo a Oscar.
    - ¿Cómo?
    - Sí, Oscar…debo dejar el asunto de mi matrimonio listo antes de mi viaje a América?
    - Pero, ¿casarte, sin amor?
    - ¿Y qué esperas que haga, Oscar? Ella es la reina de Francia y yo no puedo aspirar a su amor…no puedo- dijo llorando.
    - ¿Y ya lo sabe?
    - Sí…es mejor así…no debo ser un estorbo para que ella crezca como la reina que es.
    Oscar lo zarandeó.
    - ¿Por qué se lo dijiste?
    - Es necesario…ya no quiero murmuraciones ni problemas…no quiero lastimarme más…¿crees acaso que puedo decir a la reina que la amo?
    Oscar trató de comprender.
    André no pudo evitar escuchar aquella frase de labios del conde.
    - Así que es a la reina a la que ama…ya lo sabía pero…¿cómo lo tomará Oscar?- se preguntó.
     
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  1. Andrea Sparrow
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