Mini-rol Ludi Harpastum | UA (Genshin Impact)

Tema en 'Salas de rol' iniciado por Gigi Blanche, 21 Diciembre 2021.

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    La chica no se quejó para nada durante el resto del camino, más allá del gruñido inicial cuando me subí de un brinco a su espalda. Me esforcé por concentrar mi energía elemental de manera que el peso fuera mínimo pero que no se notara demasiado, pero probablemente sería en vano, cómo no se iba a notar una sutil brisa levantándonos del suelo y repentinamente un chico con armadura de acero repentinamente pesaba menos. Aun así no lo iba a confesar, había que conservar la magia de alguna manera ¿no? Su respuesta me hizo aterrizar sobre lo obvio, básicamente yo volaba diario, pero no lo podía explicar, había algo nostálgico en sentir que me movía en la espalda de alguien, como si un grato recuerdo llegara a mí, trasmitiéndome un sensación tan similar como cuando me movía por encima de los muros de la ciudad.

    —No lo sé, esto parece igual de divertido. Cuando volvamos de la montaña, será tu turno de intentar.

    Prometí sin perder mi sonrisa mientras me bajaba de mi breve pero encantador paseo. A Annie le pareció apropiado detenernos un momento para alistarnos, y de paso evitar más miradas del resto de personas en el sitio. Me estiré y traté de dar una breve explicación de todos aquellos quienes conocía.

    —Oh, bueno, aquel muchachón cocinero es Harris, él fundó indirectamente este campamento y ofrece reconfortantes platillos para todos los viajeros —me pausé un momento para girarme y señalar disimuladamente—. Él es Orban, el herrero del campamento, sus precios son un poco caros pero ofrece piezas de increíble calidad...Y puede que le debe un par de moras...

    Miré a los lados, tratando de disimular y tratando de no llamar la atención.

    >>Aquella señora es Iris, algo así como la líder del campamento. Es hermana del jefe de Cyrus y toda una eminencia en el gremio, muchos de los aventureros la ven como una hermana mayor, por todo su conocimiento sobre la montaña. Y por ultimo aquel rubio es Stevens, un erudito e historiador, quien recopila todo sobre Espinadragon. Tenemos el acuerdo no escrito de todo aquello que veamos en la montaña se lo contamos para que lleve un registro del lugar.

    Me había extendido demás al hablar, tanto que sentí la necesidad de disculparme. Acabe invitando a la chica a que me acompañase a la cocina improvisada. Pedí dos tazones de sopa vegetariana de rábano y un filete a la barbacoa ¡nada mejor para combatir el frio! La ropa de Annie parecía lo sufrientemente abrigadora pero de cualquier forma le ofrecí una bufanda que llevaba en mi mochila, para poco después sacar una manta y colocarla sobre el césped y poder sentarnos a comer.

    —En realidad no se necesita ningún tipo de permiso especial, aquí cada quien se adentra a la montaña bajo su propio riesgo, pero nunca esta demás informarle a Iris, así si ella ve que alguien no ha vuelto de la montaña puedan mandar a alguien a buscarnos—tomé mi cuchara y le di el primer sorbo a la sopa—. ¡Pero hey! no hará falta, somos todo el equipo que podemos necesitar; a cómo yo lo veo, los hilichurls de la montaña son quienes necesitaran un rescate.

    Bromé un poco antes de seguir comiendo y contemplando la nieve. Era un aventura que me emocionaba, y mis palabras no eran en vano, éramos un par de jóvenes muy capaces y seguro no tendríamos ningún problema, pero en palabras de la propia Iris: no había que confundir valentía con insensatez, la montaña seguía siendo un sitio de cuidado.
     
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    Gigi Blanche

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    —¿Intentar volar? —repliqué, divertida, y una carcajada se me coló en la voz—. ¿O intentar ir en tu espalda? Porque una de esas me parece terriblemente sencilla a mí.

    Además, si íbamos a hilar fino, la noche anterior ya habíamos hecho algo muy parecido a volar. ¡Y hoy también, para huir de los hilichurls del cañón! El aterrizaje no había sido precisamente agraciado, pero esos eran detalles. En cualquier caso, era una capacidad maravillosa de quienes contaban con la gracia de Barbatos. Comprendía que Murata hubiera depositado su atención en mí, ella o cualquiera fuera el Arconte Pyro actual, pero muy en el fondo me generaba cierto resquemor.

    Que la Diosa de la Guerra, de entre todos ellos, me hubiera elegido.

    Tras bajarse de mi espalda, Aleck se acercó y me hizo una breve introducción a los integrantes del campamento que... bueno, al menos ahora disimulaban que habían notado nuestra presencia. Solté una risa nasal cuando el tonto dijo que le debía dinero al herrero y lo miré de soslayo, mas no acoté nada. Harris, Orban, Iris, Stevens. Los nombres de Mondstadt me costaban un poco aún, pero intentaría memorizarlos.

    Nos acercamos al cocinero, pues, al cual le dediqué una sonrisa amable y mantuve las manos escondidas dentro de mis mangas, dejando que Aleck se encargara del resto. Mientras pedía la comida, exhalé por la boca y giré el cuello hacia Espinadragón. Me costaba dejar de mirarla, ahora que estábamos a sus pies era... gigantesca. Silenciosa, también, pero de una forma extraña.

    El muchacho me arrancó de mis cavilaciones cuando lo noté agacharse a mi lado y escarbar en su mochila, mientras Harris preparaba nuestros platillos. Lo miré, curiosa, y alcé las cejas al extenderme la bufanda que llevaba consigo. Sentí un breve impulso por rechazarla, si la había traído debía ser para él, ¿cierto? Recordé, sin embargo, que negar las muestras de benevolencia era egoísmo en sí mismo. La tela era increíblemente mullida entre mis dedos y, tras envolverla en torno a mi cuello, cuando Aleck se acercó a recoger la comida, hundí el rostro brevemente en ella. Olía a él y era cálida.

    Nos alejamos apenas del campamento, Aleck extendió una manta en el césped y nos dispusimos a comer. No había sido muy consciente del frío que hacía hasta que la sopa me entibió el cuerpo y sonreí; era una sensación agradable.

    —A Yunyun le conté lo que haríamos en la nota que le dejé, pero que Iris también lo sepa suena prudente —coincidí, asintiendo, y busqué sus ojos—. Gracias por la bufanda, Aleck.

    Despegué una mano de mi tazón y la estiré hasta depositarla sobre la suya. La Visión que llevaba debajo del abrigo chispeó y mis dedos emanaron una calidez tibia y moderada, pero claramente notoria.

    —Aunque no hace falta, de veras, así que cuando empecemos a subir te la regresaré ¡y no quiero peros!

    Acabé frunciendo el ceño para aseverar mi autoridad y regresé a la sopa, muy contenta. El dominio del elemento que la Visión me había conferido era un poco camaleónico e indescifrable, pero Yunyun también había dicho que en cierta forma me pegaba y suponía que llevaba razón.

    —¿Has subido muchas veces a la montaña? —inquirí, un rato después—. No sé casi nada de su historia, aparentemente guarda muchas ruinas y secretos de civilizaciones antiguas. También he oído algo de... ¿un corazón?
     
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    —Oye, no lo juzgues hasta que no lo hayas intentado al menos una vez. —Sentencié con genuina convicción y entusiasmo. Podía parecer algo de lo más sencillo, pero incluso algo tan insignificante como subir a lomos de alguien se sentía especial. El mundo parecía diferente, como si se tratase de algo más allá de lo físico. Volar era una cuestión de libertad, pero sentir el viento a lomos de alguien, era casi más una cuestión de unidad, como un niño pequeño pasando un momento preciado con su abuelo. Claro que se nos había otorgado la bendición de tocar los cielos, pero jamás había que despegar los pies de la tierra, con aquellos que apreciamos.

    La chica había mostrado reparo por un segundo en tomar la bufanda, pero acabó aceptándola, por lo cual me sentí agradecido. Uno nunca sabía cuando se iba a necesitar ¿no? Ambos nos sentamos a disfrutar de la sopa mientras contemplábamos la montaña. Exhale luego de probar la sopa, solo para ver como el vapor se condensaba frente a mi nariz.

    Estaba dispuesto a terminar el resto, cuando repentinamente sentí algo cálido y suave sobre el dorso de mi mano. Mi reacción inicial fue pensar en como me había olvidado mis guantes, hasta que cualquier pensamiento fue opacado por una sensación de calidez y calma. Era la mano de Annie sobre la mía. Volteé a mirarla, encontrándome con sus ojos, mencionó algo sobre no necesitarla, y aunque traté de replicar, una parte de mi solo pensaba en no dejar que me soltara, me había hecho olvidar de todo el frío que rodeaba a la montaña. ¿Así era como se sentía siempre? Quizás era cosa de los portadores de una visión pyro.

    Sacudí mi cabeza luego de que regresara su mano a su tazón y yo procedí a finalizar mi comida, yo no con la cuchara, sino directamente pegando mis labios al plato. Lo coloqué sobre la manta con cuidado. Miré al cielo despreocupado, tratando de obviar el ceño de la chica, impidiéndome discutir, aunque eso no me limitó al hablar.

    —Esta bien, esta bien, me la regresas después —le contesté guiñando y con una sonrisa algo desafiante—, cuando la necesite, claro, que sino siempre se puede compartir.

    Mi sonrisa se difuminó un poco cuando la chica mencionó el corazón de la montaña, pero acabé por volver a mirarla con mi animo habitual.

    —No demasiadas, cinco veces a lo mucho, pero solo una de ellas hasta la cima —agregué mientras cortaba el filete que aun nos quedaba por degustar a la mitad—. Se cuenta que donde yace la montaña antes había una prospera civilización hace miles de años: "Vindagnyr" creo que se llamaba. Según algunos historiadores un buen día simplemente un gran trozo de tierra cayó del cielo, sepultando la ciudad, acompañado de una nieve que jamás se derrite como la que vez ahora.

    >>El corazón...Se dice que pertenecía a un Dragon oscuro y siniestro que se enfrentó a Dvalin, el dragón del este lo derroto con ayuda de Barbatos, cortándole el cuello. Sus restos cayeron en la montaña, aun puedes ver sus huesos en una parte de Espinadragón, y bueno...Algunos dicen que si te acercas a donde esta su corazón aun lo puedes escuchar latir, otros dicen que son solo patrañas y es una mera roca envuelta en veneno seco. Lo que es cierto es que el veneno que corría por sus venas acabó por contaminar toda la fauna y la flora del lugar; sobre todo la flora.

    Un breve recuerdo me invadió, sobre aquella vez que subí a la montaña porqué había escuchado que Benny se había extraviado durante las pruebas del Gremio de Aventureros, y sobre como nos habíamos tenido que enfrentar a aquella planta que se hacía pasar por el líder alquimista. Le di un bocado a la carne para tratar de restarle importancia al asunto.

    —La verdad es que Espinadragón es tan peligroso como cualquier zona incivilizada del continente. Te encuentras Hilichurls, campamentos Fatui, realmente no hace diferencia —agregué antes de poner mis manos detrás de mi nuca—. Podemos ver la zona si quieres, aun que sería desviarnos un poco del camino que da a la cima.
     
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    Aleck se había puesto terriblemente serio con respecto a las... cualidades de ir en la espalda de alguien, suponía. Decidí no seguir replicando, y por la posición que manteníamos no sería capaz de ver la sonrisa que esbocé; era algo triste. Andar así probablemente evocara recuerdos agradables para él, lo ayudaba a conectar con un pasado del cual no renegaba. En mi caso, la enorme ciudad de la isla Narukami se extendía hasta el cielo y la brisa danzaba con el dulce aroma de los cerezos. Los zorros se acercaban a olisquear los talones de papá, curiosos, y los niños jugaban por la llanura. El paisaje se fundía en tonos rosados y violáceos, y mi tobillo dejaba de doler por completo. Era tan, tan pequeña, y sin embargo lo recordaba con tanta claridad.

    Ver el mundo desde la espalda de otra persona hablaba de unidad, de protección.

    Aún así, era agridulce.

    Tras acomodarnos, empezar a comer y básicamente ordenarle que le regresaría la bufanda, Aleck cedió y yo sonreí, satisfecha, relajando mi expresión al instante. Podíamos compartirla si eso lo dejaba más contento, pero bajo ningún concepto pasaría frío sólo porque yo no había traído abrigo extra. ¿Y si pillaba un resfriado? ¡Sería imperdonable!

    Estaba terminando mi sopa cuando Aleck empezó a cortar la carne y relatarme sus andanzas por Espinadragón. Le presté una atención absurda, reaccionando acorde la historia cambiaba su tinte. ¿El corazón de los rumores pertenecía a un dragón malvado que había sido derrotado por Dvalin? Arcontes, eso sonaba increíble.

    —Stormterror, ¿cierto? —intervine, compenetrada—. Dvalin es a quien suelen llamar Stormterror.

    Fruncí el ceño en cuanto lo oí decir que el veneno de aquel dragón malvado había contaminado la flora y la fauna del lugar. Eso... sonaba terrible. ¿Se podían ver sus huesos, además? ¿De dónde había surgido ese dragón, exactamente, y por qué habría atacado? Quizá los destrozos de Espinadragón fueran el precio que se debió pagar con tal de mantener la ciudad a salvo. Aunque, si lo pensaba con detenimiento, era lo que ocurría en cualquier guerra o batalla. El cataclismo de Khaenri'ah lo confirmaba.

    —Probablemente no deba, pero... me da mucha curiosidad —confesé, algo avergonzada por mis propias palabras, y me cubrí parcialmente el rostro con las manos; miré a Aleck por encima de ellas—. Lo de los huesos, el corazón y eso. ¿Sabes llegar ahí?


    no lo especifiqué como tal porque Anna no es consciente y no sabía cómo ponerlo, pero definitivamente le está haciendo ojitos (??
     
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    Degusté el resto del filete con algo más de seriedad. Aunque me sorprendía un poco que Annie conociera el apodo que le habían colocado al dragón, por otra parte era entendible; pude haber escuchado a alguno de los ciudadanos referirse a él bajo ese nombre. Traté, pero no pude evitar mostrar un poco de mortificación.

    —Su nombre es Dvalin —aclaré, mientras dirigía mi mirada al cielo—. Stormterror es...solo producto de una confusión. Muchos aun no lo ven con buenos ojos tras el desastre que ocasionó en la ciudad hace no mucho.

    Regresé la mirada a la chica, quien parecía algo compungida cuando le terminé de contar todo lo que sabía de la montaña. La situación en Liyue apenas parecía estarse recuperando del todo, y quizás los relatos le hacían rememorar épocas no muy agradable. Vamos, la historia de cada capital de Teyvat estaba escrita en sangre y lagrimas producto de la guerra, tristemente parecía ser algo que no se podía evitar, pero no por ello dejaba de ser descorazonador.

    La chica pareció liberarse de aquel tren de pensamiento cuando la posibilidad de visitar los restos del dragón oscuro se le planteó. No estaba seguro de si debía llevarla ahí, no es que fuese un sitio particularmente peligroso; bueno, no más de lo que era Espinadragón por si sola, pero ciertamente era un sitio con vibras algo negativas, no dejaba de ser una enorme tumba al fin y al cabo, toda la montaña lo era. Pero en el segundo que traté de replicar, la mira de la chica me invadió, había ocultado parte de su rostro con sus manos y apenas se podían ver sus ojos por encima de estas. Estos parecían irradiar un brillo fuera de lo común, ¿o era acaso el reflejo de la luz?

    ¿Esta...Esta haciéndome ojitos?

    Solté aire por la nariz, tratando de ocultar el rubor en mis mejillas y negar con la cabeza.

    —No podemos pasar más de media hora sin meternos en problemas, ¿no? —sonreí antes de ponerme en pie y preparar mis cosas—. De acuerdo, te llevo a ver los restos. Pero si despertamos a una criatura milenaria y maligna, tú me tendrás que ayudar a cortarle la cabeza ¿Bien?

    Sentencié con algo de sarcasmo en mi tono, tratando de aligerar el ambiente. Una vez que ambos nos incorporamos, tomamos rumbo hacía la tumba de aquella mítica criatura, que se encontraba desviándose un poco del camino principal.

    —Espero que estés lista para la aventura, ¡aquí es donde empieza lo divertido! —Le sonreí ampliamente a la chica, retomando mi animo habitual. Caminamos mientras el viento alborotaba nuestro cabello y la nieve se acumulaba sobre este. No nos tomaría mucho tiempo llegar hasta los huesos.
     
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    La seriedad que percibí de Aleck al corregirme el nombre del dragón, o más bien aclararlo, contrastó un poco con su actitud desenfadada y me forzó a detener mis movimientos para mirarlo. La preocupación de haberlo ofendido se diluyó casi al instante y comprendí que la intensidad de su tono no me correspondía: tenía la vista perdida en el cielo, iba mucho más allá de nosotros.

    —He oído algo al respecto —murmuré, con cierta precaución, y lo pensé un poco antes de agregar—: ¿Qué fue lo que ocurrió, realmente?

    Cuando traté de convencerlo para que me guiara hacia los restos del dragón, honestamente no fui consciente de lo que estaba haciendo. Me avispé un poco cuando advertí el sonrojo en las mejillas de Aleck y su intento por ocultarlo, cosa que acabó avergonzándome a mí misma. ¿Había... había sonado muy demandante, quizá? No lo había pretendido, vaya. Por cinco segundos no supe dónde meterme, hasta que el muchacho me respondió y se puso en pie, deshaciendo aquel velo de ¿tensión? que nos había cubierto. Decidí no darle mucha importancia y, al acceder, le concedí una amplia sonrisa.

    —Siempre fue mi sueño cortarle la cabeza a una criatura milenaria y maligna —bromeé, poniéndome también en pie.

    Mientras Aleck acomodaba las cosas, palmeé un poco mi ropa y doblé la manta sobre sí misma para guardarla. Había sido un bonito almuerzo y ahora, con el estómago lleno y calentito, sentía toda la energía del mundo para, finalmente, conocer Espinadragón. Quizás una parte de mí había pretendido mantenerse madura y serena, pero fue difícil considerando que llevaba tantos, tantos años viendo la inmensa montaña desde los picos más altos y escabrosos de Liyue. Dejamos el campamento de aventureros atrás, agité la mano suavemente para despedirnos de quienes nos echaran un vistazo y, por fin, cruzamos el puente.

    El frío se acentuó de un momento al otro, fue una cosa rarísima y tensé la mandíbula para no empezar a castañetear los dientes. También contuve el impulso de abrazarme a mí misma. ¡No podía demostrar nada luego de haber rechazado su bufanda con tanta confianza! Iba a... bueno, era vergonzoso.

    El paisaje se tiñó de blanco y negro, a nuestro alrededor aullaba un viento helado y los ojos no me bastaban para verlo todo. De un momento al otro fui consciente, terriblemente consciente de que estaba en Espinadragón, y el pecho me estalló de alegría.

    —Es tan bonito... —murmuré, volutas de vapor danzaron sobre mi nariz y extendí las manos, intentando cazar copos de nieve; la tontería me arrancó una risa del pecho y seguí insistiendo, entre algunos brincos—. ¿Por qué son tan escurridizos? ¡No puedo atrapar ninguno!
     
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    Por un momento me preocupo parecer demasiado severo en mi tono, no era una situación que me tomara a pecho, pero ciertamente me traía recuerdos cargados de sentimientos encontrados. No era culpa de la pobre criatura, pero tampoco lo fue de la gente de la ciudad. Si me ponía aun más técnico no había sido culpa de nadie; todos tuvimos mala suerte, aunque eso no me impedía seguir tratando de limpiar el nombre del dragón, pues tras lo ocurrido y pese a todo, él seguía velando por nosotros.

    —Hace tiempo, tuvimos un "altercado" con el dragón Dvalin —me crucé de brazos mientras continuaba—, tras aquella batalla con el dragón oscuro, Dvalin se enveneno con la sangre de la bestia, cayó en un profundo letargo luego de esto, pero...El Abismo lo despertó, lo corrompieron...Dvalin atacó la ciudad, producto del su cólera milenaria y la influencia del abismo. No lograba entender a los humanos, o tal vez nosotros no eramos capaces de entenderlo a él —solté un sira nasal antes de mirar a la chica—. Durante aquella tormenta hubo vendavales inimaginables, decenas de tornados y corrientes violentas de aire azotaron a los ciudadanos. Un grupo se dispuso a lanzarse a la guarida del dragón para tratar de apaciguarle, pero la tormenta continuó, los ciudadanos seguían en peligro.

    >>Yo y otros cuatros miembros imprudentes e insensatos del gremio y la caballera exploradora nos lanzamos con planeadores viejo a tratar de sacar de las calles a quien se encontraban asediados por la tormenta. Luego de que las cosas se calmaran los caballeros de Favonuis agradecieron nuestra ayuda, regalándonos a los seis las Alas del Viento Celeste, incluso nos ofrecieron un puesto en las filas de los caballeros. Nadie lo aceptó.

    Negué con la cabeza y reí avergonzado por haberme extendido más de la cuenta.

    —Disculpa, no sé cuando callarme —rasqué mi nuca tratando de ordenar mis ideas—. El punto es que Dvalin ya no esta corrompido y ahora cuida de la ciudad una vez más, pero la gente aun no le ve con buenos ojos.

    Una vez bien adentrados en la montaña el descenso súbito en la temperatura fue innegable, mi abrigo aun me cubría la suficiente y por su parte Annie estaba muy concentrada apreciando la nieve como para notar el frío, o al menos los disimulaba bien, pero era una hecho que mientras más tiempo pasáramos ahí, peor sería la sensación térmica.

    La chica parecía divertirse tratando de atrapar un par de copos de nieve y su risa me pareció terriblemente contagiosa.

    —Ciertamente, es preciosa —me quedé quieto un segundo y saque mi lengua, dejando caer un par de copos de nieve sobre ella—. A veces es más sencillo cuando dejas que las cosas caigan donde deben...O puedes hacer trampa y hacer una bola de nieve recogiéndolos de piso.

    Le sonreí a la chica y seguimos nuestro camino, nos faltaba muy poco para llegar a la ladera que daba acceso a los restos del dragón.

    —¿Nunca habías visto la nieve, Annie?
     
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    Aleck me contó la historia de Dvalin con seriedad, y yo le ofrecí lo mismo a cambio. La mención del Abismo me hizo fruncir el ceño con preocupación y, por qué no, un deje de incomodidad. La existencia de la Orden era una verdad silenciosa, esquirlas de rumores que flotaban en el viento y siquiera se utilizaban para asustar a los niños; ¿cómo podrían, cuando de por sí aterrorizaban a los adultos? Eran los herejes, aquellos que negaban lo establecido y rompían, desgarraban y aniquilaban con tal de subvertirlo. Eran la mancha más profunda y oscura de todo Teyvat.

    O al menos eso nos decían.

    Imaginar la hermosa Mondstadt azotada por una tormenta furiosa llegó a lanzarme un escalofrío a la espalda. Aleck me contó lo ocurrido, cómo se habían enfrentado a los tornados con tal de rescatar a los civiles, y la parte del reconocimiento posterior dibujó una pequeña sonrisa en mis labios. Debía haber sido terriblemente peligroso y aún así lo hizo. Podía ser el espíritu de aventurero, seguro él lo excusaría con eso, pero estaba segura que había más. No se trataba sólo de coraje e intrepidez.

    La hazaña requería de un corazón enorme.

    Su disculpa me alcanzó y meneé suavemente la cabeza. Podía comprender que para los habitantes de Mondstadt fuera difícil ser indulgentes con Dvalin; si la tormenta había poseído tanta intensidad, habría personas que perdieron sus casas, que salieron heridas o peor. Y señalar culpables siempre era más fácil. Me quedé algo pensativa, clavando la vista en el césped, hasta que se me encendió la lamparita.

    —Los Caballeros son el grupo con más influencia de la ciudad, ¿verdad? ¿Han hecho algo por limpiar su nombre? Quizá... nosotros podamos ayudar. —Sonreí con ilusión—. Las historias que nos cuentan son poderosas, con la receta justa calan muy hondo. Si la Compañía escribiera e interpretara una obra sobre la historia de Dvalin, el guardián, y no de Stormterror, el monstruo malvado, las personas podrían empezar a comprenderlo mejor, ¿no crees?

    Era una mera idea y aún debía tocar muchas puertas para que un proyecto tan ambicioso naciera, pero que la ficción trabajara al servicio de la realidad era una de mis partes favoritas de ser artista. Contar historias con un propósito más allá del entretenimiento. Mostrar culturas, perspectivas diferentes, y cultivar el respeto y la comprensión.

    Una vez comenzamos a internarnos en la montaña, vi a Aleck sacar la lengua y lo imité, aunque se me colaron un par de risas entre medio. El primer copo que me cayó encima se sintió bastante frío y me hizo dar apenas un respingo, con los demás me fui habituando. Los vi derretirse hasta que me dolió la mandíbula y cerré la boca, volviendo a reírme. Retomamos el camino. Aleck me había dicho que Espinadragón estaba llena de peligros, pero no veía ninguno.

    ¿Nunca habías visto la nieve, Annie?

    La pregunta se me enterró un poquito en el pecho y fingí que nada había ocurrido.

    —No en Liyue, y llevo allí una buena cantidad de años, así que es como... reencontrarse con un viejo amigo, supongo. —Junté las manos a la espalda y lo miré—. Oye, Aleck... ¿No que aquí había que andar con muuucho cuidado y estaba lleeeno de amenazas?

    Prefería cambiar de tema, honestamente.
     
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    Agradecí en silencio que Annie se haya tomado la molestia de escuchar toda la historia con tanta atención. Lo tomó todo con una seriedad que me sorprendió, aun si había sido por dicha anécdota que el ambiente se había puesto un poco tenso, tampoco era mi intención darle muchísimas vueltas al asunto, con que la chica hubiese escucho con tal atención me bastaba, si podía cambiar la perspectiva del pobre Dvalin aunque fuese de una sola persona, bueno, eso era suficiente, aun cuando las palabras que pronunciaría Annie me harían cambiar de parecer.

    —¿Eh? Sí, supongo que ellos son la máxima autoridad y no los culpo por no hablar mucho del dragón, después de todo, ellos fueron quienes arreglaron todo el desastre después de ese incidente —cuando mencionó algo sobre ayudar mi tren de pensamiento se paró en seco, incluso a lente un poco mi paso al escuchar su idea—. ¿A-Ayudar? De verdad podrían hacer eso?

    Una historia relatando la vida de la criatura desde otro punto de vista sonaba maravilloso, podría por fin a ciertos perjuicios de la gente, y encima de todo ¿Interpretada por la compañía y por Anna? No había manera humana de ocultar mi emoción ante aquella posibilidad, por mucho que apenas fuera una idea.

    —¿Necesitan financiación para llevarlo a cabo? ¡Tengo algo de mora ahorrado en mi habitación!

    Mi oferta iba en serio, pero en el fondo sabía que no solo no tenía el suficiente cambio, sino que el dinero lo sería el único obstáculo.

    Reímos por un buen rato, disfrutando del día y la compañía mutua, casi obviando el hecho de que estábamos en un montaña mortal. La chica ignoro un poco mi pregunta, tratando de dar una respuesta rápida para cambiar de tema. Pero algo sí que pude descifrar: Ya había visto la nieve antes de venir a Liyue, pero parecía algo melancólica al recordar el tema. No sería buena idea indagar en el tema, lo que menos quería era arruinar su primera aventura en Espinadragon, así que seguí con otra cosa.

    —¿Oh? Claro que el sitió es peligroso ¿no nos estas viendo? ¡Nosotros somos la amenaza! —flexioné mis bíceps a manera de broma, incluso incité a la chica a hacer lo mismo—. Seguro que todas las criaturas de la montaña se están ocultando de nosotros, lastima que no pase lo mismo con el frío.

    Una sutil ventisca alboroto mi cabello y me hizo retomar mi vista en el camino, solo para darme cuenta de que ya estábamos en aquel lugar de reposo de la bestia oscura. Ya había estado ahí un par de veces pero no paraba de ser intimidante. Las costillas lograban crear unos arcos casi perfectos donde se acumulaba la nieve, y se podía vislumbrar un sendero que llevaba hasta el interior de una cueva.

    —Bueno, aquí estamos señorita: "Valle Dragondurmiente". Hogar de descanso eterno del Dragón Durin —extendí mi brazo y señalé con el indice la entrada a aquella cueva—, y por allá es donde se encuentra lo que dicen que es su corazón aun palpitante. ¿Quieres que nos acerquemos?
     
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    La idea tonta de la obra emocionó a Aleck, y lo hizo con tal transparencia que me ayudó a creer un poquito más en ella. No sabía si seríamos capaces de semejante objetivo, pero de algo estaba segura: realidad y ficción existían entrelazadas en una compleja simbiosis. Ambas se influían y retroalimentaban mutuamente e incluso cuando la realidad podía existir sin la ficción, la creatividad humana había sabido desprender la segunda, arrancarla y concederle identidad propia. El arte tampoco existía sin personas y, al mismo tiempo, nadie se atrevería a afirmar que era una mera extensión nuestra.

    El público se alegraba, sorprendía, lloraba y emocionaba con nuestras obras. Si experimentaban sentimientos tan reales, ¿por qué no ir un poco más allá?

    Aleck me ofreció las monedas que tenía ahorradas en su habitación y solté una risa. No pretendió ser burlona, más bien estuvo cargada de ternura y meneé la cabeza, mientras caminábamos.

    —Bueno, es un inicio, ¿no? —resolví, dándole una vuelta de tuerca al pensamiento, y lo miré—. Aunque preferiría que no inviertas tus ahorros en nosotros, cielo, al menos no todos. Se me ocurren un par de benefactores que podrían llegar a querer financiar esta clase de proyecto. Ya sabes, de estos comerciantes tan astutos y tan acaudalados que ya no tienen idea qué hacer con las Mora, digamos que... les doy un par de sugerencias, eso es todo.

    Nuestras responsabilidades dentro de la compañía, al menos entre Yunyun y yo, solían repartirse así. Ella era la loca de las historias y los impulsos artísticos y a mí me iba bastante bien consiguiendo el dinero que necesitáramos. No tenía mucha ciencia el asunto; al final del día, todo se basaba en el arte de una buena conversación.

    Su respuesta a lo de las amenazas me arrancó otra risa genuina, mientras se inflaba el pecho de orgullo y flexionaba sus músculos. Noté que me alentó a imitarlo, pero ¿qué se suponía que alardeara yo, con mis bracitos de fideo? En su lugar, preferí la segunda opción: molestarlo. Me acerqué a él, risueña, y lo inspeccioné. Me incliné ligeramente hacia los costados y rodeé su brazo con la mano, murmurando un sonido pensativo.

    —Hmm, tienes razón. Nada mal —acordé, volviendo a sus ojos, y envié algo de energía Pyro a mi mano antes de tomar la suya con movimientos delicados—. El frío quizá no se vaya, pero igual también podemos espantarlo, ¿no?

    Caminamos un tramo más hasta que alcanzamos el cadáver del dragón. Lo primero que captó mi atención fueron las enormes costillas. Sobresalían de la nieve creando un arco perfecto sobre nuestras cabezas. Quedé boquiabierta y me adelanté, desprendiéndome de la mano de Aleck. En la isla Yashiori estaban también los huesos de Orobashi y jamás creí ir a ver algo similar en Mondstadt. Miré hacia el frente, advirtiendo que aquellas costillas parecían encauzar un camino que desembocaba en una cueva oscura.

    Mientras Aleck me daba la bienvenida al lugar yo me desvié un poco hacia el costado, pretendiendo husmear el interior de la cueva incluso desde aquella distancia. Fue bastante difícil, no se veía nada. Cuando el muchacho me preguntó si quería ir me giré de inmediato hacia él.

    —¡Eso no se pregunta! —respondí, entusiasmada, pero recuperé un mínimo de precaución—. ¿Es peligroso, igual? Tampoco quiero arrastrarte a cosas arriesgadas porque sí...
     
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    La chica rechazó usar mi dinero para financiar la obra. No es cómo que tuviera una fortuna escondida en mi habitación, pero era mi fondo de ahorro para emergencia, ¿qué mayor emergencia podría haber que ayudar al arte? y más con una idea cómo la que habíamos planteado, aunque admitía que me aliviaba escuchar que ella conocía personas con suficiente dinero de sobra cómo para apoyarla con el proyecto, pero sin duda la manera en que planteó a esos comerciantes me dejó pensando un poco.

    —Vaya, ¿cómo será tener tanto dinero cómo para no saber en que gastarlo? —pregunté al aire,antes de volver a Annie—, no debe de ser una vida tan emocionante ¿verdad? Pero oye, ¡bienvenida cualquier ayuda para poder ver una nueva obra de la compañía!

    Tenía plena fe en la persuasión de la chica, a mí me había convencido de un montón de cosas en apenas 24 horas, seguro que un par de comerciantes no supondrían problema para ella.

    Al final solo yo acabé haciendo esa pose presuntuosa mientra Annie río un poco, me tomó desprevenido, pues antes de que me diera cuenta me había tomado del brazo, y con un par de murmuros y una mirada a sus ojos, solo pude percibir una cálida sensación en mi mano, que logró regular toda mi temperatura corporal y olvidarme del frío. Cuando por fin bajé la mirada, pude notar la mano de Annie, aferrándose a la mía. No sabía si se trataba de burlar o si quería ayudarme con el clima inhóspito de la montaña, no supe que decir, pero mi única reacción fue aferrarme a su mano con algo de fuerza.

    Casi podía jugar que mis mejillas se habían ruborizado un poco, pero eso seguro era producto del calor, eso debía ser. Tras avanzar un poco la chica me soltó y se fue corriendo directo hacía los restos, asombrada por el lugar. Me quedé mirando hacía mi mano por un instante antes de volver a la conversación.

    —Descuida, ¡mi segundo nombre es "Riesgo"! ¡Aleck Riesgo Graham! —agregué— No, ya en serio, no debería haber nada de peligro ahí, aun si es realmente el corazón de la criatura, no puede hacer mucho sin un cuerpo.

    El escenario había cambiado bastante una vez dentro de la cueva, pasamos de un paraje blanco y pulcro a uno más bien oscuro y con vaina rojas que recorrían el lugar, y al fondo de todo ahí estaba: El corazón. Nos acercamos lo suficiente apenas a un par de metros de aquella piedra.

    —Dicen que si guardas silencio por un rato, lograras escuchar unos sutiles latidos...—murmuré dirigiéndome a la chica—, el aura es un poco pesada aquí, pero es un sitio cómo ningún otro en Teyvat.
     
    Última edición: 6 Junio 2023
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    Estaba lista para responderle a Aleck cómo imaginaba que era la vida de esos ricachones cuando siguió hablando, pillándome por sorpresa. Volteé a verlo y no pude contener la risa. No cargaba burla ni malicia, fue más bien... Vaya, en ese momento pensé que ser un aventurero realmente le pegaba.

    —Es verdad, no hay nada como irte a dormir sin saber si comerás al día siguiente —bromeé, en tono liviano—. No, pero ya, entiendo lo que dices y sí, pienso lo mismo. Por eso despilfarran en nosotros, además. Una persona ordinaria vive su día a día y aprovecha las noches de teatro cuando pilla un rato libre o le alcanza el dinero, ¿verdad? Estos tipos fabrican ese entretenimiento. Deben aburrirse muchísimo.

    Aleck pareció algo contrariado o confundido por mi gesto, no estaba segura, pero al final afirmó el agarre en mi mano y lo dejé estar. Ya le había mencionado que mi Visión iba a ayudarnos en la montaña, ¿cierto? ¡Pues ahí tenía la demostración en vivo! No duró demasiado, de todos modos, no cuando aparecieron frente a nosotros aquellos huesos gigantes. Al final no sabía cuál de los dos era más suicida, que con riesgo o no, aquella cueva lucía jodidamente ominosa. Regresé a su lado y avanzamos. Aleck siguió, pero yo tuve que detenerme un instante en la entrada de la cavidad, sin dar crédito a lo que mis ojos veían. El paisaje, de un blanco inmaculado, había desaparecido.

    El rojo y el negro latían bajo una luz tenue, opaca, y lo que parecían venas cristalizadas se ramificaban por todas partes hasta alcanzar... un corazón.

    Era un corazón gigantesco.

    Avancé lentamente, el silencio y el eco apagado de mis pisadas oprimiéndose contra mis oídos. Me detuve junto a Aleck, a escasos metros del corazón, y seguí observándolo con profunda admiración. El murmullo del chico sonó cerca de mi oreja, pero no volteé a mirarlo y avancé un poco más. Allí, poco a poco, comencé a sentir... a oír... Sí, era verdad. Había un latido rebotando entre las paredes.

    —Es increíble —murmuré, asombrada, y giré el rostro para mirar a Aleck—. ¿Cuántos años lleva esto aquí? ¿Cómo... sobrevive?
     
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    La platica se vio interrumpida luego de aquel gesto de la chica. No había logrado entender del todo a que se refería , lo único que podía secar en limpio era una verdad proveniente de sus palabras: La incertidumbre para unos representa a emoción y posibilidades, pero para otros desgracia y miedo. Nunca será lo mismo no saber que comerás mañana a no saber si comerás mañana. Supongo que entendía en partes lo que Annie quería decir.

    Ambos avanzamos hasta las entrañas de la caverna, nunca mejor dicho, pues el sitio seguía lleno venas carmesí que se asemejaban a los tallos de las enredaderas. La chica no expresó palabra alguna, ni siquiera perdió contacto visual con el corazón, parecía realmente cautivada. Tras que ella se acercará más a la piedra yo le seguí y extendí a pocos centímetros de hacer contacto con su superficie.

    —Quinientos años, tal vez más. Los registros dicen que la batalla contra Durin se llevó a cabo durante el gran Cataclismo —me giré hacía la chica antes de responder— ¿Alquimia, quizás? No soy muy diestro en el tema, pero tengo entendido que este no fue un dragón "natural"...Es cómo si se negara a morir.

    Acabé colocando mi palma sobre el corazón, un sutil escalofrío recorrió mi espalda que poco a poco se disipó para dar paso a ese palpitar que provenía del interior del corazón, quedándome en silencio unos segundos.

    >>¿Quieres tocarlo?
     
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    Gigi Blanche

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    La imagen del corazón era realmente hipnótica. Yo me había detenido a una distancia prudencial, pero Aleck, más experimentado con órganos de dragones legendarios, se ve, siguió avanzando. Aquella cosa emitía un profundo resplandor rojo que bañó su cabello, sus facciones y su ropa al voltear en mi dirección. Por un instante llegué incluso a olvidar que nos encontrábamos en Espinadragón. Ni siquiera... hacía frío ahí dentro.

    Quinientos años. Tal vez más.

    Es como si se negara a morir.

    Las palabras de Aleck rebotaron en la caverna y contra mis oídos, mientras mis ojos volvían a prendarse del corazón de Durin. El muchacho lo tocó, en ese instante el cuerpo se me tensó como si... pudiera llegar a pasar algo. Fue un miedo, una expectativa bastante irracional. Por supuesto, nada ocurrió. Conservé el silencio que él había iniciado, hasta que volvió a mirarme y me invitó a tocarlo. Avancé, algo dubitativa, y observé aquel corazón cristalizado tan, tan de cerca, que me creí capaz de detallar lo que existía en su interior. Lo toqué.

    Latía.

    La vibración se replicó en mi cuerpo a ritmo constante y las palabras de Aleck volvieron a rebotar. Es como si se negara a morir. Llevé la mano libre a mi propio pecho, percibí mis propios latidos, y cerré los ojos. Un dragón artificial envenenado. ¿Se negaba a morir? ¿Era su voluntad? ¿O tenía prohibido hacerlo, como una maldición?

    Era... demasiado triste.

    —No muere —musité, entreabriendo los ojos, y una sonrisa melancólica danzó en mis labios—. Quinientos años... y no muere. Pobrecillo.
     
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    Annie se quedó perdida, absorta en sus pensamientos mientras miraba aquel corazón. Por un segundo no me di cuenta que aquella imagen podía ser espeluznante, después de todo, estábamos en una cueva ante los órganos de una criatura antigua capaz de corromper hasta el propio Dvalin, mientras ambos eramos envueltos en aquella ominosa luz carmesí. Paisajes que solo se podían ver en Teyvat, ¿no?

    Ya había visitado antes aquel lugar pocas veces, y ya fuera por mi imprudencia o mi estupidez, también ya había comprobado que no existía ningún peligro en tocar la piedra, la montaña, la densa capa de nieve e incluso la propia caverna hacían un buen trabajo en mitigar el veneno, tal vez hasta había perdido algo de corrosividad con el paso de los años. Por muy venosa que fuera la sangre, no dejaba de ser eso, sangre, tarde o temprano se debía secar, pero mientras reflexionaba aquello, las palabras de la chica me hicieron salir de mi trance.

    —Supongo que hay destinos peores que la muerte —exclamé con una agria sonrisa de lastima por aquella criatura—. Condenado a vivir una vida que no pidió y un destino que no le deje descansar...

    Negué con la cabeza antes de soltar un suspiro, tratando de evitar aquellos pensamientos desoladores. Ya no tenía caso lamentarse demasiado por la pobre criatura, cuando un corazón esta roto, ya no queda nada que romper.

    —Muchas personas no tiene la oportunidad de ver cosas como esta. Desearía haber comprado uno de esos artefactos de Fontaine que sirven para capturar momentos así —Aproveché la ruptura del silencio para estirarme un poco y redirigirme a Annie—... ¿Quieres que continuemos? Aun hay muchas cosas por ver en ese místico lugar.

    Le sonreí a la chica, volviendo a mi semblante habitual, en un intento de animar a la chica. Si no tenía ningún otro plan adentro de aquella cueva, podríamos dirigirnos hacía las ruinas de la ciudad.
     
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    Fue una cosa bastante angustiante, repentina e incontrolable. Los latidos poseían un poder especial, como... la respiración de alguien al dormir. Eran pequeñas pruebas de vida, se suponía que reconfortaran y resguardaran la esperanza. Era mi primera vez sintiendo latidos que significaran lo opuesto. Retrocedí lentamente, envolviendo ambas manos contra mi pecho, y cerré los ojos. No creía que tuviera sentido, vaya, no lo tenía en absoluto, pero al menos...

    Por favor.

    Al menos podía hacer eso.

    Descansa en paz.

    Tomé mucho aire y lo liberé poco a poco, abriendo los ojos. La voz de Aleck me alcanzó y le dediqué una pequeña sonrisa. Asentí a su propuesta de seguir avanzando y me di la vuelta, caminando hasta la entrada a la cueva. Afuera, el viento aullaba y arrastraba copos de nieve en direcciones azarosas. En cuanto el chico estuvo a mi lado, bajé la mirada a su mano y le di apenas un toquecito con la mía, ligeramente avergonzada. Los latidos de Durin aún se imprimían en mi pecho, bajo mis pies, y era... un poco triste.

    —¿Qué toca ahora, señor aventurero? —indagué, intentando recuperar el ánimo.
     
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    El gesto de la chica me pareció un poco extraño al principio. Ya no parecía tener su mirada clavada en el corazón, simplemente sumió sus manos en su pecho, pero parecía triste...

    Luego de unos escasos segundos Annie cerró sus ojos y pareció soltar un suspiro. ¿Estaba rezando por el dragón fallecido? Bueno, quizás rezar no sería la palabra adecuada, estaba claro que los Dioses no se podían tomar la libertad de ofrecerle clemencia a la criatura, sin embargo, ella parecía pedir por él, tratando de comunicarse, esperando que el descanso eterno le sirviera de alivio al dragón. Había muchos atributos que era dignos de admirar, valentía, honor, sabiduría; pero sin duda uno de los más escaso era el de la compasión, pero no ella, no Anna. Ha pesar de todo lo que se podría saber de esta criatura y del propósito con el que había sido creado, la chica elegía apiadarse de la pobre criatura, envuelta en un conflicto que no entendía, ella parecía entender la bondad en esperar que incluso un dragón como Durin pudiese morir en paz. Era entrañable.

    O quizás solo estaba analizando de más las cosas. Después de todo, no había nada más noble que pedir por la paz de otro ser, aun después de muerto.

    Solté una risa nasal antes de colocar sutilmente mi mano sobre mi pecho, haciendo algo que nunca me había dispuesto a hacer en mis visitas anteriores a aquella caverna.

    Requiescat in pace, Durin...—Pronuncié aquellas palabras lo más bajo que pude, antes de dirigirme con Anna hacía la salida.

    La temperatura volvió a descender dramáticamente ni bien pudimos ver nuevamente la nieve a nuestro alrededor. Ajusté mi abrigo para tratar de mitigar un poco frío, para poco después sentir un sutil tacto en mi mano. Era la mano de la chica, aun parecía un poco desanimada por toda la escena anterior, y me costaba un poco no sentirme mal por ella.

    —Bueno, ahora toca la parte para fortalecer las piernas: ¡Llegar a la parte media de la montaña! —exclamé con entusiasmo, haciendo lo mejor que podía para animar a Annie—. Hay un campamento no muy lejos de aquí, justo a la mitad de la montaña y antes de entrar a las ruinas. Es del líder de los alquimistas, seguro no le molestará que lo usemos. Ese es nuestro siguiente objetivo.

    Le alcé el pulgar, la sonrisa en mi rostro me fue difícil de disimular, pues aun pese a todo, disfrutaba mucho hacer este papel de guía turístico. Ambos retomamos nuestro camino, regresando al sendero principal, el cual se volvía más pronunciado con cada metro recorrido.
     
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    Aleck se esmeró por levantarme el ánimo, incluso si aquella era su personalidad usual pude notarlo y, en el fondo, se lo agradecí. Aunque... el muchacho me habló, entusiasmado, y empezó a caminar fuera de la cueva como si nada. Parpadeé, tardando dos segundos en alcanzar su ritmo, y preferí no decir una palabra al respecto. También desvié la mirada, avergonzada. Sólo era un poquito denso, ¿verdad? No había... captado mis intenciones y ya. Sí, era eso. Su omisión en absoluto significaba que no hubiera querido tomarme la mano como antes.

    Tomé mucho aire, me cargué los pulmones de aquel viento helado y seguí escuchando lo que tenía para decir.

    —¿El líder alquimista? ¿Puede que esté aquí? —sopesé, la idea me hizo ilusión—. ¡Quizá podríamos preguntarle sobre Durin!

    El camino era cada vez más y más empinado, pero no nos significó mayor problema por fuera de un extra de esfuerzo. Alcanzamos un punto neutro y suspiré, relajando las piernas.

    —Por cierto, Aleck, ¿qué fue eso que murmuraste frente al corazón? Re... ¿requisca? ¿Requisca inpache?

    requisa al mapache!
     
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    Giraba ocasionalmente mi cabeza para mirar a la chica, quien en un principio se quedaba unos pasos atrás. Resultaba inusual, desviaba la mirada y apenas un poco después se incorporó volviendo a mi lado, parecía contrariada, como si algo la avergonzase ¿Pero qué? Seguro que aun sentía algo de pena por el dragón y sentía algo de frío. Sí, definitivamente era eso, le prepararé un té al llegar al campamento. El té es como la piedra, nada le gana.

    —Con Albedo nunca se sabe —respondí ligero pero honesto refiriéndome al chico—. Es rubio un día esta aquí y luego no vuelve al campamento por meses o a veces sus compañeros no lo encuentran por ningún lado y resulta que lleva semanas en el campamento,

    >>Hay quienes aseguran que el tiene alguna habilidad que le permite estar en múltiples sitios a la vez. Yo lo dudo, pero quien sabe, quizás tengamos suerte.

    Luego de un caminata un poco más extenuante que otras llegas a un terreno un poco más plano en la montaña. No estábamos lejos del objetivo, pero se podía notar que mientras más subíamos aquel lugar, peor se ponía el clima. Retomando nuestro curso, la pregunta de la chica me tomó un poco desprevenido.

    —Oh...¿Lo escuchaste? —solté una risa, algo apenado—. Requiescat in pace. Es algo que el misterioso viajero encapuchado solía decir luego de derrotar a los hilichurls. Su traducción literal es, bueno, "Descansa en paz". Nunca averigüé que tipo de lenguaje era ese, pero confió en que aquel viajero no me haya mentido, siempre parecía repetirlo luego de un combate, sin importar el rival. Decía que el descanso pacifico era algo que todos merecíamos al final.

    Pasamos por una plataforma que, gracias al cielo, por fin habían arreglado luego de décadas, antes solo se podía pasar escalando, pero al menos ya era un poco más seguro, y para nuestra suerte ya nos encontrábamos a unos escasos metros del campamento.

    Repisa de pistache!
     
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    Gigi Blanche

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    La descripción del alquimista me arrancó una risa divertida, aunque bastante suave, que tapé con el dorso de mi mano; las volutas de vapor se colaron entre mis dedos, desapareciendo. Sonaba a una figura bastante... misteriosa, ¡aunque no tanto! Formaba parte de una Compañía, después de todo.

    —Suena a que ese tal Albedo tiene alma de artista —comenté, juntando mis manos tras la espalda.

    Luego alcé las cejas, conforme respondía mi segunda inquietud. ¿Misterioso viajero encapuchado? ¿De quién se suponía que hablaba? Intenté hacer memoria de ayer y hoy, por si me lo había mencionado y yo lo había olvidado, pero no creía que fuera el caso. De cualquier forma, este Señor Misterioso Número Dos llevaba mucha razón. Asentí, serena, y parpadeé con calma al regresar la vista al frente.

    —Creo que todos merecemos descansar al final del camino —acordé, mientras el viento aullaba sobre nuestras cabezas y, a nuestro costado, la bruma invernal opacaba el paisaje de la nación—. Es... un deseo muy noble, el de este... misterioso viajero encapuchado. ¿Quién es, por cierto? No me has hablado de él, ¿o sí? —Me detuve de repente, dispuesta a defenderme—. ¡Si fue ayer en la cena no cuenta! No me responsabilizo de olvidar cosas bajo los efectos del alcohol.
     
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