Los geranios de todas las tardes.

Tema en 'Relatos' iniciado por Kathya, 15 Septiembre 2008.

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    Kathya

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    Los geranios de todas las tardes.
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    Los geranios de todas las tardes. [One-shot]

    Muy bien, no suelo escribir historias originales. Pero lo hice para el concurso de Historias de amor. No me fue muy mal. Y estoy contenta con las críticas. Espero que les guste. ^^

    Gracias a Kemero por darme su opinión y punto de vista ^^

    Los geranios de todas las tardes.
    Los geranios aromaban la noche. Allí, a su lado, no podía ver claramente el macizo pero el perfume lo envolvía como una tela de araña invisible. No estaba nervioso. No sentía nada. Apenas como si fuera un cascarón vacío. Estaba sentado junto a las flores perfumadas con el rifle entre las rodillas. Sus manos tocaron el arma con cautela, como el que toca una culebra dormida. Su cerebro, automáticamente reconoció las partes. Cerrojo, gatillo, recámara, culata, punto de mira.

    Y los geranios perfumaban el aire. Hacía un poco de calor aunque ya era de noche. No tardaría en aparecer Martín. Cuando él apareciera, él plantaría una bala en el pecho de aquel hombre. Lo mataría y mataría a su propia miseria y soledad.


    Días antes, a las seis de la tarde, Anahí y Rachel estaban siempre sentadas en el jardín bordando o leyendo. Disfrutando de la agonía del sol lejano que se ahogaba en sangre y del perfume de los geranios que resucitaban en la frescura de la noche.

    -¿Y Edward?- preguntó una de las hermanas.

    -Ya llegará, aún falta para las siete.

    Anahí era la belleza de todo el pueblo y de más afuera también. Los hombres mordían su nombre con rabia y nostalgia. Ella mataba con el acero verde de sus ojos.

    Rachel, la menor; por el contrario, era tímida y callada. Perdida en un misterio, simple y aislada en una perfumada conspiración de bondad y silencio. Sabía reír de muchas cosas. Se conocían sus alegrías, pero no sus penas.

    -¿Y de Martín?- inquirió la muchacha solitaria.

    -Nada. Desde que se acabaron las guerras no se sabe nada de él. ¿Qué se va a saber? El debió estar contento con tantas batallas.

    -No hables así de él.

    -No digo nada malo. Sólo lo que es. –respondió gélidamente Anahí.

    Luego de decir eso, ella calló y observó el cielo. Sus ojos se pusieron tristes. La memoria se le escapaba hacia miles de aventuras con un fiel amante. Aquel hombre que se fue de sus manos y aún no volvía. Ahora no importaba que faltara poco para las siente de la tarde, ni que los geranios comenzaran a despertar en el jardín.

    -¿Todavía piensas en él?- susurró su hermana, adivinando aquel pensamiento que carcomía los días de Anahí.

    -No seas ingenua.

    -No lo soy.-pensaba para si misma Rachel- Hace cinco años que Martín se fue con los revolucionarios. El capitán Martín Morales. Muy macho. Muy soldado. Muy guapo. Dejó a Anahí y se fue con su pelea.

    -Ahí viene Edward- murmuró la voz de su hermana.

    El inglés atravesó el jardín hacia ellas. Vestía siempre de manera muy fina y su rubia cabeza parecía la pintura de un ángel indiferente.

    -Buenas tardes-saludó.

    -Los dejo- interrumpió la menor- Voy a ayudar a mamá a cocer el pan.

    Dicho esto, se retiró rápidamente del lugar, regalándole una sonrisa al recién llegado.

    -¿Por qué tu hermana nunca se queda con nosotros?

    -Porque es discreta- contestó Anahí- Los novios siempre quieren estar solos. ¿No?

    -No me molesta que se quede con nosotros.

    -No, claro que no. Tú eres un hombre tranquilo.

    -¿Qué quieres decir?- inquirió intrigado el joven.

    - A veces me gustaría que fueras un poco menos tranquilo. Y menos caballero. Un poco menos perfecto, algo más loco… algo más vivo.

    -Soy como soy, querida.- aclaró el muchacho.

    Pero Anahí no lo escuchaba, su mente estaba absorta en un solo pensamiento: Martín.

    En otro rincón del jardín Rachel se muerde un nombre y junto a él mastica su pena e impotencia. Tenía rabia. La rabia tranquila de una mujer trampeada por sus sentimientos.

    -Edward- murmuraba para sí misma.

    En la entrada del pueblo, un jinete se desperezó sobre la silla bostezando y haciendo crujir sus huesos. Estaba polvoriento y sucio. Llevaba dos pistolas y un poncho rojo. Una vieja bandera quemada de pólvora estaba enrollada en la grupa de su caballo.

    -Y estamos de vuelta, mi alma.- decía- Aquí estoy, como si nada hubiera pasado.

    Y nada había pasado. La guerra se había acabado como se acaban todas las cosas. Los hombres que murieron habían sido olvidados y los que no, volvían a su tierra y nada les parecía diferente. Cinco años de batallas no cambian el aroma perfumado de las siete de la tarde.

    Un vendedor de frutas reconoció al jinete que llegaba. No pudo creer que al fin estuviera de vuelta. Así que optó por correr por todo el pueblo anunciando la llegada de Martín Morales.

    La noticia se expandió en pocos minutos. Incluso llegó a los oídos de una pareja que conversaba tranquilamente en el jardín de una costosa casona.

    -¿Quién es ese tal Martín?- preguntó Edward.

    Anahí, palideció al escuchar la noticia. Pero le preocupó aún más la pregunta de su novio.

    - Es… es un muchacho vecino… Hace años se fue a una guerra. Fue muy valiente, parece.- tartamudeó.

    -¿Qué te ocurre? Te pusiste pálida.

    -No es nada, debe ser el dolor de cabeza- mintió la mujer.

    -Te dejo entonces, tal vez te convendría recostarte un poco.- le propuso el inglés.

    -Gracias Edward, hasta mañana.

    Antes de irse, el joven fue detenido por una muchacha de mirada dulce y tranquila. Ella le pasó una flor recién abierta.

    -Ah. El geranio de todas las tardes, ¿eh? Gracias hermanita.

    Los ojos de ella se ensombrecieron un momento.

    -No me digas hermanita. No me gusta.

    -Como quieras.- respondió él con una sonrisa y guardó el geranio en el bolsillo de su saco.- Hasta mañana Rachel.

    El inglés marchaba calle abajo, elegante y pálido. La gente lo saludaba con deferencia por ser un hombre rico, y un hombre bueno.

    Una bala a la altura de sus pies lo hace detener. El hombre no se inmuta. Simplemente se cubre la boca con un pañuelo de seda para protegerse del polvo. Tiene los ojos azules, y muy pálidos.

    -¿Quién…?

    Otro hombre se coloca frente a él. El mismo que fue alertado por el verdulero de que el gringo, era el prometido de la muchacha más hermosa del pueblo.

    -Yo. Martín Morales- responde.

    -¿Y por qué esta escena?

    -Por Anahí. He venido a buscarla.

    El pálido extranjero no modificó sus gestos. Sus ojos azules seguían fríos ante el soldado. Martín comienza a desesperarse por la impasibilidad del otro.

    -Yo soy el hombre de Anahí.- continuó- La dejé hace cinco años y he venido a buscarla.

    -Cinco años es mucho tiempo, mi querido amigo. Y en última instancia será ella quién decidirá. Buenas noches.- concluyó el inglés.

    El soldado de muchas guerras, victorias ganadas y demás triunfos; no podía entender la seriedad y frialdad del hombre que tuvo ante sus ojos. No debía subestimarlo, pero aún así, lo importante era recuperar a su mujer.

    En su cuarto. Anahí oía el calor del verano que hacía crujir su jardín. Tenía miedo de salir, de asomarse, ver a alguien cuya presencia quema el aire tanto como el sol.

    -¿Por qué ha vuelto?- se preguntaba a cada instante.

    Los dos días que pasaron seguían siendo iguales. Edward visitaba a Anahí, siempre a la misma hora. Ella sí estaba diferente. Temblaba a cada momento, tartamudeaba mucho; pero el calmo inglés no mencionó una palabra de su encuentro con Martín.

    Al anochecer ella contemplaba las estrellas. Soñando, encerrada en su mundo, en el mundo de su hombre.

    -¿Por qué tuvo que volver?- pensaba- Con el tiempo yo lo hubiera olvidado. Habría sido feliz con Edward y hubiera tenido niños tan tranquilos y serenos como él. Pero en vez de eso…

    Sus pensamientos fueron interrumpidos por la persona que más deseaba ver. A pesar de todo ella quería verlo… quería…

    -¡Tú!- gritó- ¡Estás loco! ¿Qué haces aquí?

    -Tenía que verte, no grites.

    Anahí se sentía desfallecer. Sentía el olor de los geranios y del áspero hombre. Ahora estaban frente a frente. El tiempo en verdad no había pasado. En unos momentos desaparecieron cinco largos años de soledad, monotonía y desesperación.

    -He vuelto por ti.- siguió- He vuelto a buscarte para que seas mi mujer. ¿Entiendes? He buscado algo que no sabía que era en todas partes. Me cansé de revolcarme entre muertos con tu nombre el la boca y cuando todo terminó me di cuenta que lo que necesitaba eras tú. Que no podía perderlo, o me perdería yo también. Por eso vine y te llevaré conmigo, aunque tenga que matar a tu inglés.

    -No digas eso- susurró Anahí con un hilo de voz ahogada en lágrimas. – ¡Claro que me iré contigo! Ya no soporto esta vida. Necesito algo más loco, con más sangre, alguien vivo. Me volveré loca, pero me iré contigo.

    -Vendré a buscarte mañana al anochecer. Espérame.

    -Te esperaré mi amor, lo haré y me iré contigo para siempre.

    -Debo irme ahora Anahí, no lo olvides, mañana.- se despidió el hombre.

    -Mañana- murmuró al fin la joven.

    Mientras el soldado salía de la casona fue llamado por una voz conocida.

    -Un momento Martín.

    -¿Rachel? ¿Cómo sabías que vendría?

    -Te conozco, y conozco también a mi hermana. Sólo quiero advertirte algo. Llévate a mi hermana si quieres, sean felices; pero no se te ocurra tocar a Edward. O yo misma me encargaré de buscarte en el mismísimo infierno y te mataré como un perro.

    Un escalofrío corrió por los huesos de Martín al escuchar a esa voz tan suave, tan delicada y la misma vez, llena de furia. Sus miradas se cruzaron, ambas eran de hielo. No eran un hombre y una mujer; más bien eras dos fieras rabiosas.

    -¿Así que estás…?

    -No es asunto tuyo- contestó gélidamente- Sólo no te acerques a Edward o te mataré. Te lo advierto.


    Alguien le dijo al extranjero de que Anahí y Martín huirían del pueblo. Las noticias corrían rápido. Demasiado rápido. En inglés al escuchar no descompuso su hermoso rostro de porcelana. Simplemente continuó mirando por las ventanas, al impecable sol del mediodía.

    -Anahí- pensó- Buscas el fuego, en mí sólo puedes encontrar el hielo. Pero en ese Martín…

    Cerca del anochecer la muchacha tranquila sintió miedo. Unos momentos antes había pasado por la casa de Edward y uno de sus criados le dijo que no estaba allí. Pero que se había ido en su caballo y había llevado un antiguo rifle.

    El aire estaba fresco ahora y el perfume de los geranios embriagaba al hombre preparado para disparar. Por encima del brillo helado de su fusil vio a la figura sobre su caballo.

    Y el esplendor agobiante de la noche vio a aquel geranio fresco de todas las tardes, desmayado en las manos de Rachel.

    -¡Edward! ¡Edward!- gritaba la mujer hasta llegar al frente del hombre.

    -Aquí estoy. ¿Por qué tanto grito?- contestó el joven sentado en una roca, con el fusil a un costado.

    -Edward…yo…pasé por tu casa, me dijeron que te habías llevado el rifle. Yo… pensé…

    -¿Qué había venido a matar a Martín? Tienes razón, vine a eso.

    -¿Y lo hiciste?

    -No.

    -¿Por qué?

    Edward quebró suavemente con sus dedos, un fresco geranio de una planta cercana y se lo mostró. Estaba sonriendo a aquella muchacha misteriosa, cuyo misterio no lo era más.

    -Por esto Rachel.

    ~Fin~
     
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    Re: Los geranios de todas las tardes. [One-shot]

    Bueno, yo quiero opinar.

    Me gustó mucho las metáforas, la personificación, la historia en general.
    En primer lugar el título me llamó la atención(yo andaba paseando por el Wiki) y decidí leerlo esperando que fuera un fanfic original. Tenía ganas de uno.

    El final fue muy interesante. la forma de tratarse entre todos y la naturalidad con la que se desenvuelve la historia, embriagan a uno.

    Algo que debo decir es que al principio me confundí en ciertas partes por no saber quien era quien. Por un momento confundí a Rachel con Anahí o_o...

    Me gustó el final.
     
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