Saint Seiya [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Kazeshini, 6 Enero 2013.

  1.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    8631
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo



    CAPÍTULO 57: ¡CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN! EL ENFRENTAMIENTO FINAL DE ARES Y NÜ WA

    La ‘Paradoja del Androfontes’ es una técnica definitiva de inconmensurables proporciones destructivas. Consiste en liberar un poder equivalente al de todas las armas que ha creado la humanidad a lo largo de su historia. Desde las más rudimentarias e improvisadas, hasta las tecnológicamente más avanzadas y de destrucción masiva; el ken no solo desata la violencia de los artilugios de guerra en conjunto, sino que también desencadena los sentimientos acumulados de dolor, ira, desesperación y terror que experimentaron los participantes y víctimas de todas y cada una de las batallas registradas desde el inicio de los tiempos.


    ==Maravilla Suprema. Jardín de K’uen-Luen, Torre de Porcelana==

    Ares fusionó su propio espíritu divino con el de Enio, con el propósito de imprimir más violencia en el choque de la lanza y escudo más fuertes del Universo. Cuando ambos se encontraron en un brutal estampido, se hicieron trizas y dieron origen a la horrenda liberación de las almas cautivas de los millones muertos durante todas las guerras. La multitud de amorfos entes sanguinolentos parecía gritar en silencio, siendo sus rostros deformados por la desesperanza y el miedo desgarrador.

    Mientras los espíritus de impíos e inocentes abrían devastadores senderos de muerte a su paso, feroces estallidos atómicos a escala se hicieron presentes, uno por cada fragmento de metal que hace poco formó parte de las armas del Kamui olímpico.

    Siendo testigo del nacimiento de aquel infierno dantesco —equivalente a miles de bombas nucleares siendo detonadas a la vez—, Nü Wa empleó gran parte de su cosmoenergía divina a fin de proteger a los suyos.

    —«Jíngfēi, Téngfēi, Saga, Alalá, Kanon, Irene… ¡No permitiré que Ares destruya sus vidas!!» —se auto convenció la diosa en Armadura Suprema, al tiempo que utilizaba su poder creador para dar origen a sendas barreras de luz alba alrededor de sus aliados y de sí misma.

    Cuando espectros y estampidos rojos sangre hicieron contacto con el resplandeciente ken defensivo, una terrible reacción en cadena tuvo lugar sobre la torre que se erguía en el centro del jardín; provocando que no sólo esta estructura sea desintegrada por la monstruosa liberación de energía, sino que la destrucción se ampliara también hacia la totalidad de los dominios de Nü Wa. Lo que antes fueron las extensas hectáreas del florido y rebosante K’uen-Luen, quedaron reducidas en menos de un segundo a tan solo un árido terreno muerto.

    De no ser por la resistencia con la que la Maravilla Suprema fue creada, los estragos de la técnica de Ares habrían afectado la integridad de la fortaleza divina. Al final, únicamente el paraíso oriental fue arrasado, dejando sólo una desolación comparable con la consecuente de una espeluznante guerra nuclear.

    Cuando el silencio reinó y el polvo se asentó por completo, solamente un hondo cráter pudo ser visto donde antes se elevaba el edificio de porcelana. En el epicentro de la hecatombe, el dios griego de la guerra era el único que podía alardear de mantenerse ileso, ya que no se percibía el más ligero rastro de sus siete rivales, quienes, al parecer, habían desaparecido entre las numerosas pilas de escombros que también rodeaban el nuevo escenario apocalíptico.

    —Extrañaba contemplar la devastación que producen mis técnicas —se vanaglorió el ataviado en el Kamui bermellón que no tenía un solo rasguño, sonriendo satisfecho y respirando de manera agitada a causa del esfuerzo—. Cómo hubiese querido que… tú también seas capaz de ver los remanentes de la guerra más grande que he librado en toda mi existencia.

    El recuerdo de la desaparición de su fiel acompañante provocó que la ira reverberara en su interior. Al dios griego no le bastaría sólo con acabar con quienes de manera tan osada lo habían desafiado, sino que extendería también su destrucción hacia toda la Tierra como compensación por la más reciente afrenta.

    —¡Serás vengada, Enio!! —gritó, apuntando con autoridad hacia el firmamento que observaba con unos encendidos ojos desbordantes de rencor—. ¡Descansa hasta tu siguiente despertar, porque cuando vuelvas, nos regocijaremos juntos con el pánico y la muerte que a partir de este momento empezaré a sembrar entre todos los humanos!!

    A punto estuvo de partir hacia el Santuario de Atenea, pero algo llamó su atención y lo detuvo: De reojo, advirtió movimiento entre uno de los montículos de cerámica partida.

    Arce emergió con gran dificultad desde la pila de escombros.

    La semidiosa lucía bastante maltrecha y desorientada. La agrietada armadura dorada de Géminis era fiel reflejo del estado lamentable en el que se encontraba su portadora, quien, a duras penas y guiada por puro instinto, apenas era capaz de arrastrarse sobre su vientre.

    Observando aquella escena que le pareció de lo más patética, Ares se acercó confiado hacia la dama que reptaba erráticamente sobre el terreno calcinado. Sabiendo que la Dorada ni siquiera había notado su presencia, el dios actuó de la manera más cruel al detenerla, pisándole la mano derecha para atraer su atención.

    Sólo tras sentir que sus dedos eran dolorosamente machacados, la guerrera de cabellera negra fue capaz de reubicarse en tiempo y espacio. Al levantar con dificultad la vista, contempló la intimidante figura de la deidad que la encaraba con una sonrisa que transmitía desdén.

    A pesar de encontrarse en esa posición humillante e indefensa, la Geminiana se las arregló para ahogar un grito de dolor. No le daría a Ares el gusto de verla sufriendo, así que en silencio se limitó a observarlo desafiante.

    —Esa mirada asesina… —resaltó el helénico, tras abstraerse en las brillantes pupilas cual ónice de quien solía llamarse Dánae—. Conozco bien lo sádica que puede ser la famosa Mensajera de los Titanes, y también entiendo tu afán por querer vengarte de dioses y humanos; sin embargo, cometiste un grave error al haber elegido enfrentarme.

    Arce empezó a reír entre dientes tras las declaraciones del dios, consiguiendo así su objetivo de irritarlo.

    —¿Qué te parece tan gracioso? —preguntó Ares con la mirada entrecerrada en señal de desprecio, al tiempo que hacía más presión con su pie sobre la mano de su yaciente víctima.

    —Nada en particular… Es solo que… me es difícil admitir que he ablandado mi actitud… —respondió incómoda la interrogada, esforzándose por soportar el creciente dolor en sus dedos aplastados—. No podría precisar si aquel cambio se debió a las técnicas luminosas que recibí mientras batallé contra la diosa creadora, o bien a la influencia del sello de Atenea que por tanto tiempo me aprisionó; pero más que decidir enfrentarte, escogí por voluntad propia luchar junto con Kanon y Nü Wa. No me arrepiento de haber elegido este camino en lugar del de la venganza, porque por primera vez toda mi existencia, pude sentir que estoy luchando por lo que es correcto… Por esa razón puedo decir con seguridad que… —La semidiosa exhaló un aliviador suspiro en el que se sintió que su alma era liberaba. Nunca más le haría falta manipular ni asesinar, así que, arrepintiéndose de sus crueles actos del pasado, le dedicó una sincera sonrisa a su verdugo— ya he vivido todo lo que tenía que vivir… Puedes matarme de una vez, si tanto lo deseas…

    Arce no se equivocaba. En los ojos carmesí de Ares eran evidentes las ansias que tenía por destrozarla con sus propias manos. No podría hacer nada por evitarlo, ya que además de haberse resignado a su inminente final, no tenía ni la fuerza ni la energía para resistirse.

    Pero justo antes de que el dios se dispusiera siquiera a ejecutar a la agonizante semidiosa, los dos Guardianes orientales, Jíngfēi de Xuanwu y Téngfēi de Baihu, aparecieron de la nada e intentaron atacar a quemarropa al peligroso antagonista. La repentina agresión no tomó desprevenido al griego, quien de un hábil salto hacia atrás fue capaz de evadir sin problemas a los dos guerreros que se le habían abalanzado.

    —Sus habilidades de batalla han decaído bastante tras recibir mi técnica —señaló decepcionado el de larga melena gris, eludiendo fácilmente los golpes que la pareja le arrojaba a bocajarro—. ¡Ahora no son más que dos cadáveres andantes desafiando a un dios!!

    La acción posterior transcurrió en centésimas de segundo: Ares agachó el cuerpo a fin de evitar una patada lateral que le lanzó el Tigre Blanco y, aprovechando la guardia abierta de éste, le atravesó la pierna con el afilado adorno que sobresalía de su pesada hombrera carmesí. Con el Guardián otoñal aún ensartado, el dios empleó la fuerza física de su torso para arrojarlo violentamente lejos de la escena.

    —¡Téngfēi!!

    Siendo testigo del cruel tormento que sufrió su compañero caído, la Quimera Negra actuó por impulso al proyectar su serpiente metálica para aprisionar al agresor con una constricción; no obstante, éste se encontraba lo suficientemente prevenido como para tomar al reptil bicolor con ambas manos y utilizarlo contra su dueña al rodearla por el cuello, asfixiarla y alejar su maltrecho ser del mismo sencillo modo con el que un niño hace rebotar un pequeño pedrusco sobre la superficie de un estanque.

    Pero Ares no contaba con que el ataque combinado de los Guardianes constituía una distracción para alejarlo de Arce. Sabiendo de antemano que no podrían ofrecer gran resistencia en las condiciones en las que se encontraban, los dos ‘Sì Shòu’ decidieron batallar hasta lograr dejar al oponente en una posición estratégica para lo que vendría a continuación:

    Saga y Kanon —quienes de milagro consiguieron sobrevivir tras recibir el brutal ken del olímpico— se habían posicionado a un extremo la acción y, sin que el dios de la guerra lo notara debido a su abstracción en el combate, fusionaron los remanentes de sus cosmos hasta formar una majestuosa aura dorada. Cruzando ambos brazos sobre la cabeza al unísono, los fatigados hermanos emplearían como último recurso la técnica insigne de los Santos de Géminis:

    —¡‘Explosión de Galaxias’!!!

    Tras ser evocado el ken por dos usuarios a la vez, la zona del combate fue envuelta por un ambiente espacial poblado por centenares de astros a escala, los cuales parecían danzar entre la negrura del infinito y acercarse peligrosamente entre sí a gran velocidad. No pasó mucho tiempo para que los cuerpos celestes colisionaran entre ellos, estallando en incontables bombardeos cósmicos.

    Ares se mantuvo inmóvil, observando perplejo el espectáculo que le ofrecían los gemelos. Por primera vez desde que su avatar humano empleaba esta técnica, el dios se detuvo a contemplar —desde la perspectiva de la víctima— las simétricas ondas expansivas que nacían del masivo cataclismo. Le pareció hermosa aquella enorme manifestación de energía descontrolada.

    —¡A pesar de estar más muertos que vivos, han sido capaces de superar el poder promedio de la ‘Explosión de Galaxias’! —declaró emocionado, abriendo lateralmente los brazos en un gesto que daba a entender que no planeaba protegerse del inminente impacto—. ¡¿Lo has visto, Enio?! ¡El poder de los Santos de Atenea es digno del que posee nuestro ejército de Berserkers!!

    El dios heleno recibió de lleno los efectos del más poderoso ken de Géminis ejecutado hasta la fecha.

    Saga y Kanon se habían desplomado sobre sus rodillas a causa del extenuante esfuerzo, pero aún así esperaron expectantes a que se disipara la humareda que se originó tras el choque energético. Grande fue la sorpresa de los gemelos —y de la semidiosa que logró reunirse con los dos Guardianes que yacían heridos lejos de la escena— cuando observaron algo que les heló la sangre…

    La cruda realidad era que Ares no había sido derribado…

    —Nada mal, guerreros —profirió en tono soberbio el dios que emergió como si nada entre la nube de polvo—. Es la primera vez en toda mi existencia que los humanos consiguen lastimarme de este modo…

    Sangre brotó copiosamente desde la boca del dios de la guerra y un intenso dolor se extendió a lo ancho de su tórax, aunque supo soportarlo y disfrazarlo con su orgulloso semblante característico. No se dignaría a mostrar debilidad ante sus enemigos, a pesar de que su armadura divina lucía todavía humeante y con ciertas partes rotas y agrietadas.

    —Esta es una de las cosas que más me gustan de los humanos —añadió el griego, al no escuchar réplica de sus abatidos y anonadados oponentes—: Jamás se rinden y continúan luchando aun estado al borde de la muerte… Todo para continuar dañando y destruyendo lo que se cruza en su camino…

    —No es ésa la razón por la que continuamos luchando —intervino una atrevida voz femenina no muy lejos de la zona cero—. ¡Peleamos motivados por nuestro deseo de proteger lo que amamos!

    Ares observó de reojo a la guerrera que le acababa de hablar de manera tan osada. No sintió la más mínima compasión, por más que atestiguó el estado deplorable en el que se encontraba.

    —Debiste resignarte y aceptar tu muerte como algo inminente, mujer —le dijo con desprecio a quien apenas podía mantenerse en pie, pero que aún así se le había plantado con altivez—. No fuiste digna de albergar el espíritu de Enio, ni tampoco de poseer el nombre de mi grito de guerra…

    El olímpico apretó puños y dientes, debido al naciente resentimiento que empezó a invadirlo al observar directamente a la pelirroja. Su talante le recordaba demasiado al de su ancestral acompañante recién desaparecida.

    —¡Eres una vergüenza!! —le insultó, deformando sus facciones con intimidante cólera—. ¡Incluso te has atrevido a luchar del lado de Atenea y de Nü Wa, a pesar de estar relacionada conmigo desde la era mitológica!!... ¡Tu traición merece ser castigada con la muerte!!

    Cual bestia ansiosa por despedazar a su presa, el dios se arrojó con todo ímpetu hacia la indefensa Alalá, quien al apenas ser capaz de distinguir la garra de su atacante dirigiéndose a su pecho, reaccionó cerrando los párpados en señal de resignación por su inevitable fin.

    —¡No permitiré que la lastimes!! ¡Y mucho menos sabiendo que albergará en su interior a una razón más para existir!!

    Nü Wa —la diosa que para ese momento lucía tan maltratada como sus aliados— se interpuso de manera abrupta en el salvaje recorrido del griego. Tras apartar a Casiopea con un ligero empujón a través del vientre; recibió directamente el embate con la resistencia de la placa metálica que le cubría el centro del pecho.

    —¡Ilusa, no debiste sacrificarte de este modo por una humana! —le increpó Ares, mientras continuaba esforzándose por terminar el trayecto de su poderosa acometida—. ¡Tu armadura no es más que un trasto inútil en este momento, y no podrá evitar que las destroce a ambas!!

    Ares no exageraba. El ropaje supremo de la dama oriental había sido severamente vulnerado por su técnica destructora. La mayoría de piezas rosas lucían cuarteadas y una de las alas había sido arrancada de cuajo.

    No pasó mucho tiempo para que la poderosa mano del dios quebrara, primeramente, el ornamento de yin-yang, y luego la pieza de metal que éste adornaba.

    —No pasaré por alto tu descuido —añadió el atacante, ampliando su malévola sonrisa al sentir que sus dedos empezaban a atravesar la piel desnuda de su víctima—. Arrancaré tu corazón y te obligaré a observarlo siendo aplastado mientras aún palpita entre mis manos… ¡Contemplarás la más espeluznante imagen durante tus últimos instantes de existencia!!

    La garra del helénico había penetrado hasta su esternón…

    —Esto no acabará a tu modo… Ares… —advirtió jadeante Nü Wa en medio de su martirio, sin retirar su decidida mirada fucsia de la confiada escarlata de su antagonista—. Acabas de sentenciar tu derrota…

    En un inesperado movimiento que el ataviado en Kamui no vio venir, la diosa sostuvo firmemente su musculoso brazo y consiguió detener por completo la agresión. Apenas en ese momento, se percató de que ella había permitido que la impacte a propósito.

    Alarmado al haber caído en la estrategia de su oponente, intentó ejecutarla de una vez al extraerle el corazón; pero grande fue su sorpresa cuando sintió que su brazo era apartado poco a poco. Durante ese único instante, Nü Wa fue capaz de superar la fuerza física del más fornido de los doce olímpicos.

    —In… Inconcebible… —musitó incrédulo el de larga cabellera gris, dando un paso atrás por inercia—. Tú… ¿cómo has podido…?

    —También fuiste afectado por la energía liberada con tu propia técnica —aseguró implacable la deidad oriental, rodeando su ser con una ligera capa de luz rosácea—. De otro modo no habrías sido lastimado por el ken combinado de Saga y Kanon.

    Antes de que Ares pudiera dar réplica o siquiera reaccionar, el cosmos de naturaleza luminosa y pacífica de la doncella china se elevó hasta alcanzar la ‘Gran Voluntad’. Al mismo tiempo, la totalidad del devastado territorio chino y todos los que se encontraban en él fueron bañados con su pureza.

    Al verse rodeado por aquella sobrecogedora y magna aura divina, el dios de la guerra se sintió sobremanera incómodo y molesto; pero no pasó mucho tiempo para que sensaciones que creía olvidadas se apoderaran de su alma y lo sosegaran por completo. Tras milenios de existencia, el sanguinario dios de la guerra recordó los contados instantes en los que sintió auténtica tranquilidad y bienestar. El bienestar que únicamente fue capaz de experimentar junto a Enio, durante los orígenes de ambos.

    —¿Qué… me has hecho? —inquirió con voz más suave el aturdido dios griego, quien no era capaz siquiera de encender su propio cosmos para contrarrestar el de Nü Wa.

    —Aunque tu fuerza disminuyó de manera considerable tras recibir la ‘Paradoja del Androfontes’, sabía que no sería nada fácil derrotarte —contestó incómoda la maltrecha deidad femenina, que apenas podía mantener nivelada la inconmensurable energía que derrochaba—. Debía arriesgarme y acercarme a ti para que recibas directamente toda la luz de mi cosmos…

    En un delicado e inesperado movimiento que dejó boquiabiertos a todos los espectadores del enfrentamiento entre dioses, la dama de cabellera avellana abrazó con sincera ternura a su oponente.

    —¿Qué es lo que pretende al abrazar a Ares de ese modo? —preguntó al aire Arce, incomodada por la peculiar escena.

    No recibió respuesta de ninguno de los yacientes Guardianes, quienes, confundidos, se inquirían lo mismo.

    Al percibir el afectuoso e íntimo contacto con Nü Wa, el griego fue conmovido sin que ésa sea su voluntad. Tan intensa era la influencia de aquel cosmos divino de luz, que no pudo evitar derramar un par de lágrimas…

    Sentir sus mejillas siendo recorridas por dos senderos húmedos, fue lo que le ayudó al dios a reubicarse en tiempo y espacio. El cosmos de la doncella china iba disminuyendo también, así que gradualmente recuperaría su aguerrida e impetuosa actitud habitual.

    —¡Suéltame ahora mismo!! —le exigió exasperado el ataviado en Kamui. Más que sus heridas producto de la batalla, le dolía saber que su adversaria logró desenterrar memorias de su pasado y de paso, provocarle ligero llanto.

    Encandilado en rabia, Ares supo sobreponerse a las sensaciones que lo habían aturdido y, llevado por el mismo ímpetu, dejó libre su destructivo cosmos.

    —¡Es hora de terminar con esta ridícula pantomima de una vez por todas!!

    Al recobrar por completo la lucidez, encontrarse entre los brazos de la diosa le pareció una eminente ventaja. Aprovecharía la cercanía con ésta para ejecutarla con un simple movimiento, así que empleó su estatura y fuerza superiores para dirigir sus enormes manos hacia su cuello y estrangularla sin piedad; pero justo cuando estuvo a punto de hacerlo, sintió alarmado que sus brazos eran contenidos de manera intempestiva.

    —¡Ustedes!! —exclamó impresionado, siendo incapaz de mover ninguna extremidad—. ¡¿Cómo es posible que dos humanos hayan…?!!

    Fueron Saga y Kanon quienes consiguieron tal prodigio empleando sus últimos remanentes de fuerza. A ninguno de los hermanos les importó ser lastimados gravemente por los adornos afilados de la armadura divina de Ares, ya que a partir de ese momento lo darían todo con tal de detener al peligroso enemigo.

    —Esta es nuestra forma de agradecerte por protegernos de la técnica de Ares, y por sacrificarte para salvar a Alalá —le dijo solemne Kanon a la diosa, aferrándose con todas sus fuerzas al musculoso brazo izquierdo del dios de la guerra—. Del mismo modo, te damos gracias por luchar de una forma tan valiente a fin de proteger la creación entera.

    —Creo que hablo por mi hermano y compañeros al decir que te respetamos tanto como a nuestra diosa Atenea —añadió Saga con la misma formalidad, haciendo más presión sobre el guantelete derecho del helénico—. Ha sido un honor protegerte durante esta única ocasión.

    La aludida cerró los párpados y se sintió honrada por las palabras y acciones de los gemelos, pero enseguida regresó a la realidad tras percibir la nociva expansión de la cosmoenergía rojo sangre que estuvo a punto de acariciar el ‘Último Sentido’. La repentina liberación de energía provocó que Alalá —quien hasta ese momento yacía indefensa no muy lejos la acción— sea alejada violentamente hasta casi chocar de espaldas contra los escombros de la pagoda.

    Tan masiva y destructiva aura no sólo alejó Casiopea, sino que también afectó con su presión a quienes se encontraban más cerca de su origen. La diosa y los gemelos estaban siendo lastimados y consumidos poco a poco por tan terrible manifestación de odio, violencia y resentimiento.

    Todo parecía estar perdido…

    —¡No seremos capaces de soportarlo por mucho tiempo!! —advirtió alarmado el antaño General de Poseidón.

    —¡De aquí en adelante, todo depende de ti, Nü Wa!! —le apremió el antecesor de Géminis con toda la potencia de sus pulmones—. ¡Sólo tú serás capaz de salvar a la humanidad!!

    Una lágrima recorrió el terso rostro de la dama china, quien, a pesar de lo crítico de la situación, lucía el semblante amable y tranquilo que siempre la caracterizó. La sonrisa que esbozó a continuación, logró llenar de paz las almas de los gemelos.

    —Sabía bien cómo proceder desde que manifesté mi máximo cosmos —declaró con calma la doncella creadora, al tiempo que abrazaba con más efusividad a su adversario—. Y ahora, gracias a ustedes dos, el ser humano acaba de ganarse una vez más su supervivencia…

    La semidiosa y los dos maltratados Guardianes se las arreglaron para reunirse con la pelirroja y la ayudaron a reincorporarse. Los cuatro tenían energía para apenas moverse, pero entre todos se propusieron apoyarse a fin de acercarse a sus tres aliados. Por desgracia, las fuertes ráfagas de viento cortante que también producía el cosmos del olímpico, les obstaculizaba severamente el avance.

    —¡No nos rendiremos!! —aseguró muy decidida Jíngfēi de Xuanwu en medio de su doloroso calvario—. ¡Lograremos juntarnos con nuestra madre y la protegeremos de la amenaza de ese dios!!

    —¡No llegamos tan lejos como para permitir que la lastimen de este modo! —añadió Téngfēi de Baihu con la misma efusividad, ignorando el salvaje vendaval y la severa herida que le atravesaba la pierna—. ¡De ser necesario, sacrificaremos nuestras vidas por nuestra señora!!

    —No, mis niños… —los contradijo la deidad china con una suave y delicada voz maternal—. Ustedes no morirán en este lugar…

    Los vertiginosos vientos se detuvieron de manera repentina ante la atónita mirada de los cuatro guerreros, quienes, al alzar confundidos la vista, notaron que una enorme cúpula de luz había sido erigida sobre los dioses y los hermanos. El objetivo de la deidad que la creó, era separar de todo peligro a los demás participantes del combate.

    Quien en el pasado fuese conocida como Dánae de Géminis, posó su mano con curiosidad sobre la superficie transparente que los apartaba de la turbulenta vorágine que se desarrollaba en el interior. Le sorprendió que aquella fina capa fuera capaz de contener tan brutal cantidad de poder descontrolado.

    —Irene… —llamó Alalá a la semidiosa en tono monocorde, al tiempo que reposaba la mano sobre su rota hombrera dorada—. Entiendes los sentimientos de Kanon, ¿cierto?

    La aludida se volteó para ver a su interlocutora. La expresión de la antaño pitonisa se mostraba neutral, pero sus llorosos ojos clavados en los de Saga, delataban el dolor que sentía tras haber descifrado las intenciones de los gemelos y la diosa.

    —Los entiendo y los comparto, Alalá —respondió la Geminiana en actitud digna—. Y por ese motivo no permitiré que se sacrifiquen solos…

    La ancestral Mensajera de los Titanes sacó fuerzas de donde no las tenía para manifestar nuevamente su auténtica aura negra. Rebosante de poder oscuro, contrarrestó con mucho esfuerzo la resistencia de la barrera de luz y consiguió atravesarla ante la incrédula mirada de la Guerrera de Bronce.

    Luchando contra la ventisca roja que producía el máximo cosmos de Ares, Arce logró juntarse con la diosa china, quien aprovechó el momento y el gran gesto de desinterés de la Dorada, para comunicarle telepáticamente lo que planeaba:

    —«Escúchame, por favor, guerrera —le pidió amable la agonizante diosa, mientras el tiempo parecía ralentizarse para ambas—. Saga, Kanon y yo nos encontramos al límite de nuestras fuerzas y no podremos seguir conteniendo a Ares durante mucho tiempo; por lo tanto he decidido acabar este combate con una técnica que adaptará mi luz de forma que emule el poder destructivo de un quásar. Por desgracia, aquello implica devastadoras consecuencias. No sólo la Maravilla Suprema sería destruida, sino que la Tierra entera podría ser consumida por tal cantidad de poder luminoso».

    —«Entiendo perfectamente mi papel en todo esto —observó la semidiosa, dibujando en su rostro una expresión de amargura en su faz—. Al ser la única capaz de emplear libremente su cosmos, pretendes que los traslade a otra instancia dimensional para que el planeta no sufra daño cuando ejecutes tu ken».

    —«Exactamente, Irene —corroboró la doncella asiática, regalándole una cálida sonrisa—. Entonces… ¿contamos contigo?»

    —«Se los debo, diosa china de la creación… Es lo menos que puedo hacer por ustedes tras todo el mal que les causé… —admitió, incómoda pero decidida a la vez—. Sólo permíteme hacer algo antes…»

    Con el tiempo aún frenado, la dama en armadura de oro se juntó con el menor de los gemelos.

    —Todo estará bien a partir de este momento, Kanon —le aseguró con seria convicción—. Juntos conseguiremos un milagro…

    —Vete, por favor —le pidió el aludido entre dientes—. No quiero que mueras de este modo.

    —No moriré aquí —respondió ella, suavizando un poco su esquiva actitud habitual—. Te lo prometo.

    Cuando la semidiosa iluminó el convulsionado ambiente con su sonrisa, por un instante Géminis Blanco vio en ella a la joven soldado que veló por él durante su cautiverio en la prisión marina. En su pensamiento, se esfumó el intenso negro que teñía las pupilas y cabellos de la aquella mujer que se había ganado su cariño hace décadas, para ser reemplazado con la brillante tonalidad roja con la que recordaba su larga melena, y la celeste puro que le daba vida a sus ojos.

    —Confío en ti… Irene… —farfulló embelesado el Santo en cloth alba.

    —Mi nombre no es…

    Arce calló de repente su impulso por confesar la verdad que ocultaba. No vio motivos para arruinar lo perfecto del último momento que compartiría con aquel ser humano extraordinario. En lugar de ello, se dejó llevar por nacientes sentimientos que la obligaron a besar con ternura los labios del sorprendido Santo.

    —También confío en que serás capaz de salvar a la humanidad —le susurró ella, aún en contacto con su boca—. Adiós, Kanon…

    La velocidad de la acción regresó a su crítico cauce normal, a la vez que la portadora de Géminis lo daba todo de sí para acrecentar la influencia de su aura de sombras.

    Ares se sintió todavía más agobiado debido a la intensa oscuridad que empezaba a devorarlo.

    —¡Malditas escorias! —soltó ya fuera de sí la deidad griega en un desgarrador grito, todavía forcejeando por liberarse de la presión de sus valientes captores—. ¡Hagan lo que hagan, jamás podrán vencer al dios que jamás ha conocido la derrota!!

    —Será justamente ese orgullo el que provoque tu caída —señaló Nü Wa sin perder la calma—. Juro que jamás volverás a dañar a ningún ser vivo sobre la faz de la Tierra…

    En el exterior de la cúpula, los dos ‘Sì Shòu’ luchaban desesperadamente por atravesar la barrera y socorrer a su diosa. Ambos sabían que lo peor estaba por venir…

    —¡Demonios!! —maldijo entre lágrimas el Tigre Blanco, golpeando repetidas veces el exterior de la capa de energía a fin de romperla—. ¡No podemos permitir que nuestra diosa se sacrifique de este modo!!

    —¡Deténgase, por favor!! —le rogó llorando la Quimera Negra. Al mismo tiempo, rasguñaba con todas sus fuerzas la cúpula divina en un inútil intento por atravesarla—. ¡Debe existir otro modo de terminar este combate!!

    Para Nü Wa fue doloroso contemplar como la desesperación hacía mella en sus dos protectores. Lo habría dado todo por poder escucharlos y hablarles por última vez, pero la capa luminosa que erigió no permitía salir ni ingresar el más mínimo sonido. Al final, se limitó a dedicarles una sonrisa tranquilizadora y compartir con ellos un último mensaje telepático con la ayuda de los remanentes de su cosmos:

    —«Jíngfēi, Téngfēi… Nosotros los seres vivos no existimos únicamente como un conjunto de materia orgánica. Estamos compuestos de algo más grande, que ni la misma muerte sería capaz de extinguir. Por esa razón, les suplico que mantengan intacta en sus almas la alegría que siempre caracterizó a su madre, porque continuaré viviendo por siempre en los colores radiantes de las flores, en los bellos amaneceres y en las buenas obras que realicen con los seres humanos… ¡Vivan en mi nombre y sean felices, hijos míos!»

    El mensaje de la diosa creadora llegó a lo más profundo de los espíritus de quienes consideraba como sus auténticos primogénitos. Ninguno de ellos supo cómo reaccionar debido a los sentimientos encontrados que les produjo la diosa con sus palabras, así que se limitaron a desplomarse abatidos sobre sus rodillas y a observarla con impotencia.

    —¡Ahora es el momento, Nü Wa!! —le gritó Arce, volviéndola así a la realidad—. ¡Ejecuta tu ken, mientras el mío los traslada a otra dimensión!!

    La semidiosa emplearía aquel legendario arte que le daba la facultad migrar entre dimensiones. Usaría la misma técnica que, durante la era del mito, le permitió entregar mensajes a los Titanes a gran velocidad.

    —¡‘TRANSMIGRACIÓN FÍSICA AL PLANO ASTRAL’!

    Tiempo y espacio empezaron a distorsionarse y desgarrarse dentro de la cúpula.

    De todos los involucrados entre la poderosa técnica, Saga y Kanon fueron los que más estragos recibieron de la misma. Gradualmente ambos sentían que, en un indoloro proceso, sus cuerpos y almas iban siendo desintegrados y reducidos a polvo de estrellas…

    —«Lo conseguimos, hermano —le dijo Kanon, acompañando sus palabras con un apacible semblante—. En el nombre de Atenea, hemos cumplido nuestro deber como sus Caballeros y, según su deseo, encomendado nuestras vidas a la protección de la humanidad».

    —«Y no sólo eso —añadió Saga, experimentando la misma serenidad que acababa de transmitirle el gemelo menor con sus palabras telepáticas—. Tras décadas de permanecer separados, al fin fuimos capaces de dejar atrás nuestros errores del pasado y pelear juntos por primera vez».

    El hermano menor también deseó expresar su orgullo de manera abierta, pero una ligera sensación de remordimiento se apoderó de él cuando observó de reojo la quieta figura de Alalá de Casiopea tras la barrera de luz.

    A pesar de lo lamentable de la situación, la Amazona lucía tan calmada como ellos.

    —«Es una lástima que no hayas sido capaz de despedirte de la mujer que amas…»

    —«No te preocupes, Kanon —replicó el de cloth negra sin alterarse—. Conozco por tantos años a Alalá, que ya no hacen falta palabras entre nosotros. Ella entiende bien lo que siento, y por lo tanto sabe que estamos haciendo esto por su bien y el de todos».

    —«Gracias a los sentimientos que le profeso a Irene, ahora entiendo los de ustedes… —aseguró sonriente Géminis Blanco, sorprendiendo gratamente a su interlocutor—. Debo admitir que esa gran mujer se ganó mi corazón desde hace muchos años, y por esa razón la acompañaré por toda la eternidad».

    —«Eso es justamente lo que le prometí a Alalá en el jardín en el que estuvimos a solas —confesó también sonriendo el Santo en armadura azabache—. Así que no nos queda más que cumplir nuestra palabra de hombres».

    Por unos segundos ambos lo olvidaron todo y rieron alegres. Hace rato sus miradas azules fueron despojadas de todo miedo o desesperación por lo que vendría a continuación, ya que una acogedora sensación de camaradería y fraternidad se había apoderado de ellos por primera vez en sus vidas.

    —«Saga…»

    —«Te escucho, Kanon…»

    —«Tras todo lo que hemos tenido que atravesar en estos años… ¿aún me consideras como un hermano?»

    —«Está de más decir que siempre lo he hecho —respondió sin vacilar—. Y estoy agradecido de haber regresado una vez más desde la muerte, porque gracias a ello hemos logrado afianzar nuestros lazos de hermanos».

    Kanon soltó las lágrimas que se le habían acumulado tras los párpados.

    —«Te quiero… hermano… —le dijo conmovido el menor de ellos, casi sin poder articular palabra—. Adiós…»

    —«Esto es sólo un ‘hasta luego’, Kanon —respondió el mayor con una tranquilizadora sonrisa, para luego girar el rostro hacia la figura de su amada, quien también parecía despedirse de él con la mirada—. Hasta luego, Alalá…»

    El descontrol era evidente en el dios griego de la guerra. Ni su cosmos desatado a su máximo, le fue suficiente para liberarse de sus tres captores.

    —¡¿Creen que dejaré que me derroten tan fácilmente?!! —gruñó con vehemencia el paralizado ser divino de intimidantes rasgos, con los ojos completamente enrojecidos por la furia—. ¡No me harán falta ni mis brazos ni piernas para devastar la Tierra entera con una técnica que sobrepasa su imaginación!!

    La terrible amenaza fue acompañada por macabras risas y gritos que invadieron la totalidad del territorio chino. Definitivamente, la deidad guerrera se encontraba fuera de sus cabales pero, ni en aquellas circunstancias, su contraparte china perdió la concentración al nivelar su máximo poder divino.

    Con la imagen de sus cuatro hijos prevaleciendo en su pensamiento, inhaló profundo para evocar con toda su voz el nombre de una técnica inédita:

    —¡‘QUÁSAR DE LA CREACIÓN UNIVERSAL’!

    El cosmos de la doncella oriental se expandió nuevamente hasta el ‘Último Sentido’, desintegrando con su fuerza la barrera luminosa, y de paso abarcando por completo la totalidad de K’uen-Luen. A punto estuvo de desatarse la inenarrable energía del agujero blanco, cuando la técnica de Arce tuvo el efecto que su ejecutora esperaba. Ares, Nü Wa, Saga y Kanon empezaron a ser absorbidos por la oscura dimensión que hizo presencia sobre sus cabezas.

    —¡No me detendrás durante mucho tiempo, Nü Wa! ¡Te juro que regresaré para destruir todo lo que oses crear! —amenazó furioso el dios, todavía forcejeando al saberse obligado a mudarse a un plano diferente de la realidad—. ¡Jamás podrás acabar con la influencia de las deidades griegas de la guerra, porque continuaremos existiendo en cada persona que ansíe dañar a su prójimo!! ¡Seguiremos existiendo en cada masacre que sea motivada por las ambiciones de unos pocos!! ¡Seguiremos existiendo en las lágrimas de cada hombre, mujer y niño que sea invadido por el terror a una muerte violenta!!... ¡Seguiremos existiendo mientras la humanidad exista!!!

    —Siendo así, entonces también seguirá existiendo el amor que los humanos y los seres de la nueva especie son capaces de manifestar —replicó Nü Wa con suma serenidad—. El amor que hace del mundo un lugar mejor…

    —¡Basta de patrañas!! ¡Nada evitará que desaparezcan en medio de mi ken magno!!!... ¡‘MIAIPHONOS, EL TERROR DE…’!!!

    El abrazo de la diosa china se tornó más tierno y acogedor, factor que al ser combinado con su magno y pacífico cosmos, logró sosegar los ímpetus de Ares y evitar que pronuncie el nombre de su máxima técnica.

    —Los dioses griegos… prevaleceremos… ya que somos… infinitos y eternos —musitó el de melena grisácea con sus últimos bríos, al tiempo que se dejaba llevar por la calidez de los suaves brazos que rodeaban su fornido ser.

    La mirada del dios se cruzó por unos segundos con la de Alalá, cuestión que despertó en él la nostalgia que creía no poseía.

    —Y… aunque pasen milenios… volveremos a estar juntos, Enio…

    La influencia nociva del cosmos del helénico se esfumó entre la bienhechora de su rival divina, quien también se dejó llevar por lo emotivo del momento.

    —«Si en verdad me lo proponía, quizá también habría logrado calmar tu ira de este mismo modo, y así hubiese evitado que perezcas en Norteamérica junto con tantos inocentes… —se lamentó la deidad en destrozada Armadura Suprema, acomodándose delicadamente en el pecho de su abatido adversario—. Aunque me lastimases con el calor de tu cosmos, cómo me habría gustado abrazarte al menos una vez… Ra…»

    Con la ilusión de sentirse protegida entre los brazos del supremo egipcio, Nü Wa desapareció entre la misteriosa dimensión. No quedó el más ligero rastro de su presencia, ni de la de Ares y los hermanos gemelos.

    Sólo la jadeante pelinegra quedó en pies en medio de lo que estuvo a punto de ser una catástrofe de proporciones globales. Una ligera sonrisa de satisfacción —y a la vez de amargura— se dibujó en su rostro al saber que, a muy alto costo, obtuvieron la victoria.

    —Lo logramos… —masculló exhausta, y con los brazos aún extendidos y temblorosos—. No se siente nada mal… haber luchado por algo que no sea la venganza…

    La dama oscura no soportó más el daño acumulado que la afligía, así que no pudo evitar desplomarse pesadamente sobre sus espaldas. En esa posición y con mucha dificultad, dirigió su afligida mirada negra al firmamento.

    —Perdóname pero… no podré cumplir la promesa que te hice… —farfulló con un ligero dejo de tristeza—. Lo bueno es que… al menos tuve el gusto de conocer a… dioses y humanos que sí valen la pena… Al menos tuve el gusto de conocerte a ti… Kanon…

    Lastimosamente, el espíritu de la semidiosa llamada Arce fue desintegrado dentro del cuerpo de su avatar. En un acto de admirable altruismo, había empleado la totalidad de su poder cuasi-divino para ejecutar su ken dimensional.

    Por desgracia, también se vio obligada a consumir la energía vital de la humana que albergaba su espíritu. De otro modo no habría conseguido el prodigio de trasladar de dimensión a dos dioses de panteones distintos.

    —¿Dónde… estoy? —preguntó confundida quien volvió a ser Dánae, tras recuperar la tonalidad habitual de sus cabellos y pupilas.

    Alalá se había acercado a su agonizante compañera del oro y, con delicadeza la acomodó sobre su regazo.

    —Tranquila… ya todo terminó… Gracias a ti, la justicia ha triunfado…

    Aunque la voz y presencia de Casiopea le transmitieron tranquilidad, la antaño Ave del Paraíso se vio desconcertada al no recordar nada de lo ocurrido. Había perdido completamente la memoria desde el momento en el que la influencia de Arce se apoderó de su ser, siendo su último recuerdo el instante en el que su hermana gemela la llevó a las barracas del Santuario, tras caer fulminada por lo que creía era una enfermedad.

    Apenas en ese momento, la yaciente Dánae intentó ubicarse en tiempo y espacio. Al levantar ligeramente las manos y observar sus cuarteados guanteletes, notó con sorpresa que estaba portando una armadura dorada.

    —¿Soy… un Santo Femenino de Oro? —preguntó con moderada emoción.

    —Así es —le respondió Alalá muy cordial—. Eres la poderosa Amazona Dorada de Géminis, que lo sacrificó todo para defender a la humanidad.

    —Me alegro tanto…

    Tosiendo, pero sin dejar de sonreír, Dánae concentró su entrecerrada mirada en su única acompañante.

    —Eres la Guerrera de… Casiopea, ¿cierto?

    La doncella de bronce asintió.

    —Al parecer estoy de suerte —dijo la protectora de la Tercera Casa, riendo ligeramente—. Según tenía conocimiento, tu armadura posee un espejo…

    —En efecto.

    —¿Me lo podrías prestar un momento? No tardaré mucho…

    En actitud solemne, la antigua pitonisa de Atenea hizo a un lado el cabello que le cubría la espalda. El adornado espejo que simbolizaba la vanidad de la ancestral reina de Etiopía, estaba oculto en una de las placas de la cloth. Con premura tomó el objeto —cuyo cristal se encontraba un tanto trizado— y lo colocó entre las manos de quien se lo solicitó.

    Al levantar con dificultad el espejo y reflejarse en el mismo, Dánae fue testigo de lo maltrecha que se encontraba; no obstante, supo sonreír con calidez, ya que su objetivo no era corroborar su estado o aspecto.

    La guerrera áurea había presentido lo inevitable de su deceso, así que su último deseo fue despedirse de su gemela a través del reflejo idéntico de su propio rostro…

    —Esta es la única forma que tengo para volver a verte… hermana —le dijo con resignación a su propia imagen—. Sólo mírate… Desafiaste a los pronósticos de muchos y materializaste tu sueño de convertirte en toda una Guerrera de Oro…

    Dánae no fue capaz de seguir conteniendo sus lágrimas.

    —No llores, por favor, hermana —La mano con la que sostenía el espejo le temblaba y apenas fue capaz de recobrar el control—. Debes ser valiente… y continuar protegiendo a Atenea… con total devoción a sus ideales…

    El celeste en los ojos de la mayor de las gemelas se tornó opaco, mientras cerraba suavemente los párpados y suspiraba por última vez.

    —Vive… y sé feliz… Irene…

    La pelirroja murió en el regazo de Alalá. La ligera sonrisa en su rostro le otorgó un aire apacible.

    Enseguida la armadura de Géminis abandonó a su recién fallecida portadora, y se ensambló a manera de object frente a las dos Amazonas.

    —Al final… no eras Irene —susurró en actitud solemne y respetuosa la única Ateniense con vida, dejando descansar el cuerpo de la Dorada sobre el piso. Acto seguido, le dedicó una respetuosa genuflexión a la casi destrozada cloth de la tercera constelación del zodiaco—. Aún así, te recordaremos siempre por tu valentía, Dánae de Géminis…

    No muy lejos de allí, Jíngfēi lloraba devastada entre los brazos de Téngfēi. Se desarmó por completo cuando vio apagarse la luz rosa en el Calendario Maya.

    —No te había agradecido por darme el valor para volver a la Maravilla Suprema cuando estuvimos en Rozán —le dijo Baihu con su característica calma y ternura—. Ahora es mi turno para ayudarte a sobreponerte al dolor.

    —¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo?!! —soltó indignada Xuanwu, casi ahogándose en su llanto—. ¡Sabes bien el significado de la extinción de una luz en esa horrenda roca que levita en el cielo!! ¡Nuestra señora Nü Wa ha…!!

    —No es así… —le interrumpió el joven castaño con voz suave, sorprendiéndola al tornar más fuerte su abrazo—. Ella no ha desaparecido todavía…

    Justo en ese momento, la totalidad del territorio chino empezó un lento y sublime proceso de regeneración. Los remanentes del máximo cosmos de Nü Wa produjeron el milagro de otorgar nueva vida a las tierras devastadas por la cruel técnica de Ares. Maravillada y perpleja, la pareja de Guardianes contempló el renacimiento de incontables plantas, flores y animales que, gradualmente, volvieron a engalanar el jardín con la perfección de sus colores y sonidos.

    —¿Lo ves, Jíngfēi? —añadió el castaño, tomándola de las hombreras y encarándola con una sonrisa. Delicadamente, le enjugó las lágrimas con el pulgar—. Al final, la creación ha triunfado sobre la destrucción.

    —Lo sé, Téngfēi —replicó la de cabellera azulada, apartándole su aún triste mirada—, pero el hecho es que nuestra madre tuvo que morir por nuestro bienestar…

    Extrañado, el guerrero otoñal miró a su compañera a los ojos.

    —Te equivocas. Nuestra señora Nü Wa no ha desaparecido aún.

    La Quimera Negra abrió los ojos como platos al escuchar tal afirmación. Le sorprendió, además, la convicción con la que fue pronunciada. Simplemente no supo qué responder.

    —No puedo precisarte el porqué pero… presiento que ella se encuentra a salvo en algún lugar de la Tierra —Con una radiante sonrisa que transmitía esperanza, el Tigre Blanco posó sus ojos verdes sobre la figura del Calendario Maya—. No me fío en lo que nos ha comunicado la roca que creó Quetzalcóatl, así que, a partir de este momento, dedicaré mi existencia a reunirme con nuestra madre.

    Extendiendo el brazo con elegancia, el joven le ofreció su mano a la protectora del norte.

    —Entonces… ¿qué me dices, Jíngfēi? ¿Me acompañarás en esta aventura?

    La aludida cedió ante la amabilidad y entusiasmo de su compañero y, tras ruborizar su sonriente faz, respondió al gesto al tomarlo de la mano.

    —Confío en ti, Téngfēi —le respondió ella con el mismo optimismo—. ¡Y estoy segura de que podremos encontrarla!

    —Cuando se reúnan con ella, por favor exprésenle mis sinceros agradecimientos en nombre de Atenea y sus Caballeros —intervino Alalá, formando también parte del momento—. Lo menos que puedo hacer por ustedes a partir de este momento, es orar cada día por su bienestar y el de Nü Wa.

    —Te lo agradecemos mucho, Alalá —reaccionó el guerrero en armadura blanca y gris, dedicándole una ligera reverencia—. Y discúlpame por los inconvenientes que te causé durante nuestro encuentro.

    —No te disculpes, por favor —le dijo la Amazona en tono condescendiente—. Gracias a tus ilusiones, fui capaz de revivir momentos importantes de mi vida.

    —No tuve la oportunidad de conocerlos pero… me habría gustado hacerlo —agregó sonriente la guerrera del invierno—. ¡Qué gusto saber que existen seres humanos buenos como ustedes!

    La joven ‘Sì Shòu’ olvidó que una herida aquejaba la pierna de su acompañante, así que, tomándolo de ambas manos, corrió junto con él en actitud juguetona e infantil entre el renovado campo de flores.

    La muchacha en armadura blanca y negra se había dejado llevar por la naciente felicidad que experimentó de pronto.

    Alegremente conmovida, Casiopea contempló a la pareja alejarse entre unos árboles cercanos. Al verlos reír cual dos niños inocentes, supo enseguida que sus destinos acababan de fusionarse en uno solo.

    Sin proponérselo, Jíngfēi y Téngfēi empezaron a vivir según los deseos de su creadora. A partir del instante en el que los jóvenes de la nueva especie se despidieron efusivamente con la mano de la guerrera humana, comenzaría su brillante futuro juntos. Ambos vivirían motivados por su ferviente deseo de reencontrarse con Nü Wa, ayudando en el proceso a todas las personas que necesiten de ellos a lo largo de su travesía.

    —Sola nuevamente, señor Shion —se dijo a sí misma una melancólica Alalá—, pero en esta ocasión es diferente a cuando usted me encomendó el deber de pitonisa en Delfos…

    Lo único que la Amazona escuchaba mientras sepultaba a su compañera de generación, era el trinar de las aves y el sonido de la corriente de un río cercano.

    —Prometo que el sacrificio de todos no será en vano —juró ante la improvisada tumba de Dánae, para luego disponerse a abandonar el restituido jardín.

    Por primera vez desde que arribó junto con Aioros hacia aquel paraíso, fue capaz de abstraerse con el bienestar que éste transmitía. Aquel sentimiento de paz fue complementado por el recuerdo latente de Saga, que ella atesoraría hasta el último de sus días.

    Entre la porción de cielo visible entre la Maravilla Suprema y la Tierra, la pelirroja notó algo que llamó su atención: Una brillante estrella azulada fulgía junto al sol de la tarde.

    —He pasado décadas observando el firmamento y estudiando el movimiento de las estrellas —añadió impresionada—, pero jamás había visto una tan hermosa y resplandeciente…

    Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, al darse cuenta del significado de la aparición de aquel astro desconocido.

    —«No has muerto aún… —reflexionó, dejando escapar las lágrimas acumuladas que deseaba dejar libres desde la desaparición de su amado—. Vivirás y me acompañarás eternamente desde el cielo, ahora que te has convertido en la más bella de las estrellas».

    Con una brillante mirada llena de ilusión, Alalá posó la mano sobre su vientre.

    —Sobreviviré en tu nombre, ya que te llevo en mi interior —confesó, elevando orgullosa sus radiantes facciones hacia la titilante estrella—. Confiando en lo que dijo Nü Wa cuando me rescató de Ares, acarreo en mí al fruto del amor que consumamos en este hermoso jardín… Te prometo que amaré a nuestro hijo tanto como te amo a ti… Saga…

    En medio de K’uen-Luen, una avecilla aterrizó sobre el casco del Kamui de Ares. En ese momento, el yelmo de diseño intimidante lució inofensivo al ser rodeado por hermosas flores de todos los colores.


    ==Grecia. Llanura de Tesalia, Monasterio de Meteora==

    Una mujer ataviada en un largo y níveo vestido, se encontraba sentada a orillas de un límpido estanque. Sus indescifrables y bellas facciones eran resaltadas por el celeste puro de sus pupilas y el rojo intenso que teñía su larga cabellera.

    No había pasado mucho tiempo desde que despertó del largo trance en el que permaneció cautiva por décadas, así que le pareció sublime encontrarse nuevamente en contacto íntimo con la naturaleza.

    El bienestar que sentía fue perturbado sólo por el fatal presentimiento que sobresaltó hasta la última fibra de su ser.

    —¡Dánae!! —exclamó sobremanera preocupada—. No puedo creer que tú hayas…

    Irene —la soldado raso que hace años sacrificó su integridad para detener al espíritu de Arce junto con su diosa—, no pudo darse el lujo de siquiera lamentar la muerte de su hermana mayor.

    Cuando el sello tatuado en el rostro de la mayor de las gemelas fue roto por Nü Wa, también se liberó el espíritu de quien reencarnó en el cuerpo de la menor de ellas.

    Iris —Mensajera de los Dioses y hermana de Arce, semidiosa que luchó del lado de los olímpicos ancestrales durante la Titanomaquia— manifestó su presencia cuasi-divina al transmutar la apariencia de su avatar humana: Las pupilas de Irene se tornaron en un resplandeciente plateado metálico, mientras que sus cabellos fueron despojados de todo color, dejando visible en ellos únicamente el más perfecto e inmaculado blanco.

    La joven que décadas atrás no era capaz de siquiera encender su cosmos, ahora hacía derroche del mismo a través de la pura aura de luz alba que rodeó su cuerpo.

    —Tu muerte no permanecerá impune, hermana —se juró a sí misma, encarando la fortaleza divina que, desde donde se encontraba, se veía como un tenue luz en la lejanía—. ¡Recuperaré la armadura de Géminis y, en honor a Atenea, lucharé con ella para así limpiar tu nombre!

    A punto estuvo la semidiosa de abandonar su morada, cuando algo peculiar llamó su atención: Un intenso resplandor era reflejado en las aguas de la pequeña laguna.

    Cuando la doncella alzó la mirada, notó que la responsable del brillo era una estrella recién aparecida. Le extrañó la presencia del bello astro de color celeste, ya que el cielo de media tarde se mostraba iluminado por el más radiante sol.

    En ese momento no supo por qué, pero un profundo sentimiento de añoranza se apoderó de ella. Contemplar esa estrella le trajo agradables sensaciones del pasado que no alcanzó a precisar, ya que enseguida le apartó la mirada y partió dispuesta a encontrarse con su destino.

    Ella ignoraba que aquel cuerpo celeste albergaba el espíritu del altanero prisionero que alguna vez auxilió en Cabo Sunion.

    Kanon de Géminis, tras su altruista sacrificio, decidió cuidar desde el cielo a su querida Irene. Tal como lo había prometido, estaría junto con ella durante toda la eternidad…

    Continuará…
     
    Última edición: 2 Julio 2020
  2.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4926
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo



    CAPÍTULO 58: ¡INCERTIDUMBRE! EL ADVENIMIENTO DE LAS DEIDADES DEL HINDUISMO

    ==Maravilla Suprema. Acrópolis Planetaria==

    —¡Inconcebible!! —rugió iracunda una cavernosa voz masculina—. Primero fue Viracocha, luego Mielikki, después Ra y ahora… Nü Wa…

    Júpiter, supremo dios romano y comandante de la Alianza Suprema, masticó furioso sus palabras tras observar extinguirse la luz rosa del Calendario Maya.

    Inquieto y frustrado, el ostentoso asiento donde se encontraba reposando le pareció de lo más incómodo, así que se incorporó enseguida del mismo.

    —No puedo permanecer más tiempo en este lugar —anunció para sí—. Cuatro dioses derrotados son mucho más de lo que podemos permitir…

    Júpiter decidió abandonar su morada principal, la cual se constituía en un amplio anfiteatro circular de clásico diseño arquitectónico romano. Sólidas columnas y arcos de mármol se elevaban a lo ancho del recinto, engalanándolo con su pomposa perfección.

    A punto estuvo de atravesar la fina cortina de seda que había sido colocada estratégicamente frente a su trono, cuando una voz de hablar pausado se dirigió a él:

    —El ejército de Atenea también fue mermado por sensibles bajas —intervino con respeto uno de los tres guerreros que se encontraban en el lado posterior de aquel espacio abierto—. Un número considerable de sus Santos Dorados han perecido ante el poder de nuestros aliados.

    Aún detrás del velo que mantenía su apariencia en el misterio, el dios romano centró su mirada en el trío de fieles hombres arrodillados frente a él en sumisa y solemne pose. Se trataba de los Guardianes romanos: Aguerridos legionarios que lucían sendas armaduras blancas de estético diseño, las cuales ofrecían una perfecta protección a sus portadores, cubriéndoles, incluso, la totalidad del rostro y la cabellera.

    —¿Qué sugieres entonces, Neptuno? —inquirió impaciente Júpiter.

    —No es necesario que malgaste su poder divino en esta batalla, mi señor —respondió en tono monocorde el aludido, poniéndose en pies y dedicándole una elegante reverencia—. Permítame demostrarle mi lealtad, obsequiándole la cabeza de uno de nuestros enemigos…

    La deidad romana calló un momento a fin de analizar la propuesta. No le costó mucho tiempo tomar una decisión.

    —Confío en tus habilidades de combate —admitió el dios del trueno, al tiempo que se encaminaba nuevamente al trono detrás de la cortina—. Por lo tanto te encomiendo lograr que Atenea y sus Santos se estremezcan ante la supremacía del panteón romano…

    El misterioso Guardián del octavo planeta acogió la orden en silencio y partió enseguida al encuentro de sus antagonistas.

    —¡Marte, Plutón! —llamó Júpiter con voz potente a sus dos protectores restantes, provocando que ambos se sobresalten y alcen sus enmascarados rostros—. ¡En ustedes queda la custodia de la Acrópolis Planetaria! ¡No permitan que ningún adversario salga vivo de territorio romano!!


    ==Maravilla Suprema. Vestíbulo principal del Palacio Yahirodono==

    —Perdiste… —musitó tímida una suave voz infantil.

    Una pequeña niña que no aparentaba tener más de siete años, estaba sentada de rodillas a la tradicional usanza japonesa. Sus delicados rasgos orientales eran resaltados por la tonalidad azulada de sus cabellos y el aguamarina brillante de sus grandes y vivaces ojos. Su atuendo consistía en una elegante yukata poblada de bordados floreados celestes.

    La infante de apariencia inofensiva se puso en la tarea de desatar el hilo rojo con el que jugaba ‘ayatori’. No le costó mucho vencer a su acompañante: una joven que definitivamente no estaba familiarizada con ningún tipo de juego.

    —No es tan difícil crear figuras con el hilo —le dijo un tanto recelosa la chiquilla, con una ligera sonrisa dibujada en la faz. Parecía no costarle ningún esfuerzo entrelazar hábilmente el filamento entre sus deditos—. Mira, Natassia. Es una estrella…

    La Guerrera de Cisne se vio sorprendida tras despertar en tan amplia y fantástica habitación, en cuyo techo distinguió, entre los muchos tallados, al caracter japonés del agua —Mizu—. Tras ubicarse en tiempo y espacio, se sintió fuera de lugar en aquel bello lugar en el que predominaban los colores fríos. Aunque su entrenamiento en Siberia la acostumbró a los más hostiles entornos helados, por primera vez fue capaz de apreciar la verdadera belleza de la nieve y el hielo, ya que el agua congelada había dado nacimiento a alucinantes ornamentos cristalinos, pequeños arroyos e irreales plantas y animales formados enteramente de hielo.

    Tan abstraída estaba Natassia en contemplar la armonía en la que convivían aquellos perfectos seres translúcidos, que apenas notó que no estaba portando su máscara. La única habitante del recinto había estado jugueteando con la careta metálica, no muy lejos de ella.

    Dejándose llevar por la belleza del entorno y la actitud inocente de su pequeña anfitriona, la Amazona en armadura de bronce decidió aceptar la propuesta de jugar el tradicional ‘ayatori’.

    —Algún día espero ser tan buena como tú —respondió intimidada la discípula de Acuario, encogiéndose de hombros—, pero…

    —¿Qué ocurre? —le preguntó la niña oriental con infantil curiosidad—. Parece ser que no te estás divirtiendo.

    —Yo… yo no debería estar jugando en momentos como estos —respondió Natassia, incómoda. Por instinto apartó su mirada celeste de la esmeralda de su interlocutora—. Sabes que mi deber como Santo Femenino es luchar por Atenea, mi maestro Hyôga y por toda la humanidad.

    La sincera réplica pareció entristecer a la introvertida jovencita, quien, agachando la cabeza, aferró sus pequeños dedos a la máscara de su huésped.

    —Es una lástima… Me encantó jugar contigo. No me había divertido así en milenios…

    —Me halaga saberlo —La joven Cisne tomó la careta que la niña le tendió. En actitud seria, se la colocó en el rostro—. Agradezco tu hospitalidad, pero no debería fraternizar con quien se supone es mi enemiga…

    —No tiene por qué ser así —repuso la chiquilla en tono suave y tímido. Insistiría en convencer a la Guerrera de Bronce, ya que se había encariñado con ella—. Podemos ser amigas si decides luchar a mi lado por los motivos que en realidad son correctos. Si aceptas, puedo salvarte de la extinción a la que la humanidad ha sido sentenciada por los dioses.

    Por fortuna para Natassia, la máscara que portaba ocultó bien su rostro desencajado tras escuchar la propuesta. A punto estuvo de responderla, cuando los portones principales de la recámara se abrieron de par en par.

    Con total calma, un joven hombre entró en la habitación principal del bastión nipón. Su presencia simple y humilde era resaltada por la nada lujosa túnica de color ocre y blanco que vestía su delgado y frágil cuerpo. A primera vista, el recién aparecido lucía como el más sencillo de los monjes swami.

    —Me disculpo por interrumpirlas de este modo —se excusó el intruso, avanzando hacia ambas de manera apacible—. Hay un asunto importante que deseo discutir.

    —Es un honor conocerte en el cuerpo físico que Yggdrasil creó para ti —declaró la chiquilla, casi en un hilo de voz—. Eres bienvenido en el Palacio Yahirodono, Brahma, supremo dios hindú.

    Enseguida, la pequeña ataviada en yukata se acercó hacia él en cohibidos pasos. Un ligero rubor coloreó sus mejillas tras tomarlo de la mano con cierto recelo, y al mismo tiempo una ligera sonrisa se dibujó en su carita. Aunque su timidez no le permitiría expresarlo abiertamente, era evidente que estaba feliz de verlo.

    —Te lo agradezco, Izanami —respondió la deidad brahmánica con la misma cortesía—. No me es muy grato poseer una existencia material cuando me basta sólo con la espiritual, pero para mí es un gusto abstraer mis sentidos físicos en el hermoso lugar que acogió a la diosa más importante del panteón japonés.

    Brahma fue invitado por Izanami hacia el centro de la habitación, donde ambos se juntaron con la joven enmascarada. Al principio el dios se sentó en la clásica posición de flor de loto, pero poco después decidió que sería más apropiado imitar la forma japonesa de seiza, en la que reposaban las dos féminas sobre el tatami.

    La Amazona de Cisne fue presa de un shock que la paralizó por completo. Había pasado poco tiempo desde que conoció a la diosa japonesa y ahora tenía enfrente a una deidad más de la Alianza Suprema. Sencillamente no supo cómo reaccionar o proceder, así que se limitó a observar fijamente al hindú.

    A Natassia le parecieron exóticamente atractivas las facciones del joven dios que lucía un bindi rojo oscuro en medio de la frente; ya que era la primera vez que conocía a alguien con una apariencia que consideró tan poco común. Le pareció curiosa, además, la combinación de su aceitunada piel con la cabellera lacia de tono púrpura oscuro que caía no más allá de sus finos hombros.

    Dejando a un lado el aspecto superficial de Brahma, Natassia trató de ver más allá al intentar descifrar su semblante. No fue capaz de hacerlo, porque aparte de tener los ojos cerrados, el dios se mostraba completamente neutral e inexpresivo. Para la joven, la entidad suprema no transmitía desasosiego, pero tampoco tranquilidad; y fue precisamente eso lo que más le inquietó. Brahma era la nada misma para Natassia, y aquello lo confirmó al intentar sentir su también ausente cosmoenergía.

    —Tú… muchacha… —le dijo de repente el supremo hindú con una voz que no tenía rastro de emoción, sacándola así de sus cavilaciones y sobresaltándola en el proceso—. Eres una guerrera humana, ¿cierto?

    La aludida no pudo articular palabra.

    —Así es —corroboró Izanami en actitud inocente—. Natassia es un Santo Femenino de Bronce al servicio de Atenea.

    La joven asgardiana sintió que una dolorosa corriente eléctrica recorría su espina. El pánico se apoderó de ella, ya que sabía que el dios que tenía a pocos metros, no la perdonaría por luchar del lado de su contraparte griega. Por más que lo intentó, no pudo controlar el temblor que invadió su ser.

    —Cálmate, por favor, Natassia —le instó Brahma con total serenidad. Lo que sus cerrados ojos físicos no le permitían ver, los de su alma le revelaron con toda claridad—. Ni mis intenciones ni las de Izanami son hacerles daño a ti o a tus compañeros. Siempre y cuando ustedes no actúen con violencia, nosotros dos tampoco procederemos del mismo modo.

    —Mencionaste algo sobre un asunto importante a discutir —intervino la deidad japonesa, rompiendo la tensión que empezaba a reinar entre el dios y la humana.

    —Es cierto —A Brahma le extrañó no recibir respuesta de la joven de cabellera celeste —quien permanecía silente e inmóvil—, pero eran otros los asuntos los que lo obligaron a dejar su territorio. Sin demora, se centró en su aliada—. Hay algo que me ha estado inquietando desde que termine la construcción de la Maravilla Suprema

    —¿De qué hablas? —inquirió la diosa nipona, sin poder ocultar su incertidumbre y expectativa.

    —Todavía no soy capaz de precisar su origen con certeza, pero últimamente he podido sentir la presencia de una entidad desconocida, la cual, me temo, podría amenazar el destino de dioses, humanos e incluso de la creación entera…

    El anuncio del dios asiático de inexorable talante logró alterar sobremanera a Natassia e Izanami, cuyo rostro infantil traslucía la frustración que sentía; y más al no haber sido capaz de percibir la aparición de aquel enigmático ente.

    —¿Crees que se trate de algún dios que se alió con Atenea y sus Caballeros? —inquirió la japonesa, preocupada—. De otro modo nuestros cuatro compañeros jamás habrían sido derrotados en combate.

    —Lo dudo mucho —respondió Brahma en tono monocorde—. No identifico al verdadero enemigo como un dios o semidiós… Lo que nos amenaza es más bien un…

    El dios calló de repente. Su expresión neutral se alteró ligeramente cuando frunció un poco el entrecejo.

    —¿Ocurre algo malo? —le preguntó inquieta la deidad de aspecto infantil. Sabía bien que su compañero acababa de sentir algo que logró perturbarlo sobremanera.

    —No es nada —contestó secamente tras carraspear el que mantenía los ojos cerrados. En un santiamén recuperó su clásica actitud calmada—. Me habría gustado acompañarlas por un rato más, pero mi presencia siempre es requerida en territorio hindi.

    El dios se reincorporó del tatami ante la mirada confundida de su anfitriona.

    —Aguarda un momento, Brahma —lo atajó la japonesa, disimulando su indignación lo mejor que pudo—. ¿Te irás así, sin más, dejándonos con la incertidumbre?

    Tras escuchar la pregunta, la reacción del dios fue regalarle una sincera sonrisa a Izanami; quien sintió que el corazón se le desbocaba dentro del pecho. No imaginaba que alguien tan neutral y a veces impasible como él, sería capaz de mostrarse así de cordial. Tal embelesamiento le produjo contemplar el radiante nuevo rostro del dios, que no advirtió el momento en el que éste posó suavemente la mano sobre su cabeza y le revolvió la cabellera azulada en actitud juguetona.

    —No era mi intención preocuparte de este modo, Izanami —se excusó él en tono amable y tranquilizador. La faz de la aludida se veía completamente ruborizada, ya que era la primera vez que sentía la verdadera calidez y bondad que también era capaz de transmitir la deidad suprema del brahmanismo—. Esto es algo que habré de solucionar por mí mismo, así que por favor no intervengas…

    La japonesa tuvo el impulso de decirle que ella también era una diosa tan poderosa como él, y que por lo tanto estaría gustosa de apoyarlo junto con su ejército; pero en ese momento el de melena púrpura le dio las espaldas y empezó una tranquila marcha hacia los portones principales de la habitación.

    —Natassia de Cisne —la llamó Brahma sin detenerse, y apenas asomando el rostro sobre su hombro—. Sabes bien que este no es el lugar al que perteneces… Puedo ver en tu corazón que ansías reunirte con tu diosa, maestro y amigos.

    Con la misma tranquilidad con la que llegó, Brahma dejó a solas a la joven y a la deidad femenina, quien apenas en ese momento fue capaz de reaccionar —aunque de manera pasiva— ante las más recientes palabras y acciones de su aliado.

    —«A pesar de tener la apariencia de una niña, no debes tratarme como si en verdad fuera una —reflexionó irritada y a la vez entristecida Izanami. Lo más que pudo hacer en ese instante, fue agachar la cabeza en señal de frustración y agarrarse fuertemente a la porción del kimono que vestía sus muslos—. Aunque sí admito que me gustaría jugar ‘ayatori’ contigo la próxima vez que nos veamos… así que vuelve pronto, por favor, Brahma…»


    ==Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    Eleison, Santo de Oro de Capricornio en 2012, se caracterizaba por ser un joven amable, tranquilo y humilde; cualidades suyas realzadas por el gran léxico, carisma y elocuencia que a la vez poseía. Gracias a lo abierto y cordial que se mostraba, logró siempre un trato sincero con sus semejantes; y por tal motivo supo ganarse la confianza de Atenea y de sus compañeros de Oro.

    El protector del Décimo Templo siempre ocultaba su tristeza o ira detrás de su angelical y atractivo semblante, el cual era complementado por la radiante y amplia sonrisa que siempre lo decoraba. Su expresión jovial era su forma de auto protegerse de los sentimientos negativos que en ocasiones lo agobiaban y, a la vez, de transmitir calma y seguridad a los más cercanos a él. Su hermana Kyrie, en especial, sentía que la paz la invadía con sólo mirarlo.

    Pero en ese momento, la Guerrera de Escorpión notó alarmada que algo empezaba a cambiar en su hermano… Por un momento dejó de ser el agradable joven al que todos acudían por su consejo, para ser reemplazado por un hombre aguerrido, ansioso por batallar, tal como lo fue su antecesor Shura en su momento.

    Tras ser testigo del casi deceso de sus dos amigos, Eleison supo que debía adaptarse a la cruda realidad del campo de batalla. Era la primera vez que se vería obligado a emplear sus habilidades en combate; y era un peligroso enemigo el que se erguía ante él… No podría darse el lujo de ser suave o condescendiente…

    —Kyrie… —la llamó el rubio sin siquiera voltearse a verla. Sus azules ojos encendidos en furia, estaban clavados cual filosas dagas sobre el Guardián hindú—. Márchate con Narella y Theron, por favor… Yo me encargaré de este sujeto…

    La mencionada pareja de Santos de Bronce perdieron la consciencia tras recibir la poderosa técnica conocida como ‘Redención en el Nirvana’. Ambos yacían visiblemente lastimados y vulnerables sobre el regazo de su amiga Kyrie de Escorpión, quien en tal momento crítico, no vio más opción que acoger con resignación las palabras de su compañero y hermano.

    —Confía en mí, Eleison. Cuidaré bien de nuestros amigos —le aseguró la Dorada enmascarada en tono serio y a la vez tranquilizador, al tiempo que acomodaba a Sextante y Unicornio sobre sus hombreras áureas—. Sólo prométeme que… cuando nos volvamos a ver, recuperaré a mi querido hermano mayor…

    Las últimas palabras de la joven de cabellos dorados sonaron un tanto suplicantes para Eleison, quien suavizó un poco su actitud al percatarse del intento de su hermana por disimular su preocupación. Girando el rostro sobre su hombrera, el rubio le dedicó una ligera sonrisa a la persona más importante en su vida.

    —Te lo prometo… Kyrie…

    La sucesora de Milo asintió en silencio y abandonó rauda la amplia alhambra con sus dos compañeros en hombros.

    Sólo los dos contendientes permanecían frente a frente en medio de la plaza flanqueada por gigantescos monumentos de deidades, criaturas y héroes brahmánicos. Una abrumadora tensión empezó a atenazar los músculos de Eleison…

    —Tu nombre… —exigió saber al fin Capricornio. Sus facciones finas se vieron endurecidas nuevamente por la más implacable seriedad—. ¿Cuál es el nombre de quien se atrevió a lastimar a mis amigos?

    El aludido no respondió. Es más, a juzgar por la expresión distraída que lucía su regordete faz, parecía no haberle prestado la mínima atención a su enardecido e implacable oponente.

    Ignorando al Santo, el Guardián de apariencia bonachona equilibró su obeso cuerpo en una pierna y empezó un cómico baile. Para colmo, acompañó su peculiar reacción con una alegre tonada tarareada de modo desafinado.

    —No intentes burlarte de mí… —profirió Eleison entre dientes. Su voz se había tornado más profunda y amenazante—. Habrás de responsabilizarte con seriedad por tus fechorías y las de tus aliados. No permitiré que hagan lo que les plazca con mis compañeros ni con la humanidad.

    El de cargado ropaje metálico anaranjado observó a su interlocutor con estupor. Parecía ser que no le había entendido.

    —No me estoy burlando de ti… Es sólo que me aburrí de que me estés mirando con esos ojos llenos de resentimiento.

    Aquellas palabras pronunciadas de modo tan inocente, lograron irritar aún más al ya impaciente Caballero.

    —Dime cuál es tu nombre… —insistió.

    —Soy Asura. Represento a la quinta encarnación del dios Ganesha, la cual es conocida también como Lambodara… Mucho gusto, joven.

    —Eleison de Capricornio… —se presentó también el de cloth áurea, pero con marcado recelo. Continuaría mostrándose implacable ante el Guardián, aunque muy para sus adentros se sentía sorprendido, ya que no habría imaginado que alguien como Asura podía poseer una identidad casi divina—. Soy uno de los Santos Dorados al servicio de Atenea.

    —¡Un Santo Dorado!! —repitió la encarnación de la deidad-elefante con suma emoción. Cual infante alegre, se aplaudió a sí mismo con entusiasmo—. ¡Mi señor Brahma estará muy complacido, sabiendo que derroté a uno de los guerreros de la orden más poderosa de Atenea!!

    Dicho esto, Asura adoptó una misteriosa y nada agradable sonrisa. Aquel exagerado gesto en el que mostraba casi toda la dentadura, logró inquietar al custodio de la Décima Casa, quien alzó la guardia cuando su adversario empezó a acecharlo como un enorme león a su presa.

    Eleison no se dejaría intimidar por la masiva presencia de ese corpulento hombretón de peculiar comportamiento. Aunque le extrañó el hecho de que un enemigo de tal volumen y gordura fuera capaz de desenvolverse de manera eficaz en combate; también fue prudente al no subestimarlo ni confiarse en la lucha que se avecinaría.

    Asura empleó la totalidad de su peso y el de su exageradamente adornada armadura para arremeter con ambos brazos extendidos. Al parecer, lo que buscaba era agarrar al joven Santo e inmovilizarlo, pero al final no logró más que ejecutar una torpe y lenta maniobra, que Eleison evadió haciéndose a un lado sin esfuerzo. Internamente, el Caballero empezaba a cuestionarse cómo alguien así de descuidado pudo haber derrotado a Narella y Theron, ya que en ese último movimiento evidenció la nula soltura que tenía para siquiera moverse.

    —Vaya molestia —dijo en un puchero el que evocaba en su aspecto la figura de un paquidermo humanoide—. ¿Podrías quedarte quieto para que pueda exterminarte de una vez?

    —No hablarás en serio, ¿cierto?… —La posición en la que quedó el Santo de Capricornio le resultó ventajosa, ya que su lento adversario se mantuvo quieto y con la defensa abierta. Enseguida aprovechó la oportunidad que vislumbró para ejecutar con el brazo derecho la técnica insigne de su antecesor—. ¡‘Excálibur’!!

    Tan devastadora fue la ráfaga de luz dorada que originó el joven de corta cabellera rubia, que tras cruzar en línea recta el piso de mármol, logró cercenar limpiamente el antebrazo con el que Asura intentó protegerse.

    —Oye… eso me dolió mucho… —dijo Ganesha extrañado, al tiempo que observaba con curiosidad el muñón plano que antes fue su gruesa extremidad completa—. Definitivamente no me agradas, Eleison.

    A pesar de lo dicho, el quinto avatar del dios hindú no mostraba la mínima señal de dolor o sufrimiento en su rostro. Sangraba sin parar a través de la herida y aquello le parecía de lo más normal.

    —¿Có… Cómo puedes estar tan tranquilo después de perder un brazo? —le preguntó el Caballero, intentando no sonar vacilante ni nervioso. Por instinto se había puesto a la defensiva lejos de él, tras disiparse la luz del ken que también dejó una profunda grieta sobre el piso de la plaza.

    —Te equivocas —respondió el hombretón en armadura azafranada, soltando misteriosas risitas—. No he perdido mi brazo…

    Cual niño saltando en actitud juguetona, Asura se dirigió hacia donde yacía su inerte brazo amputado. Con total calma —y para horror de Eleison—, lo tomó con su mano sana y lo volvió a unir a su cuerpo como si nada. Enseguida la extremidad quedó restaurada y recobró de inmediato su color natural y movilidad.

    Sudor frío empapó la frente de Capricornio, sabiendo que su contendiente poseía la habilidad de regenerar al instante las más graves heridas…


    ==Maravilla Suprema, Gran Biblioteca de Durgā==

    El territorio hindú tenía reservado un lugar especial para almacenar incalculables cantidades de textos ancestrales. Bautizado por su creador como ‘La Gran Biblioteca de Durgā’, el enorme edificio consistía en un vasto complejo arquitectónico cuadrangular, abarrotado por colosales estanterías que se elevaban hasta donde alcanzaba la vista. Cada mueble se encontraba saturado de innumerables libros y pergaminos en sánscrito, los cuales habían sido ordenados de manera impecable y diligente.

    Avanzando por el corredor central del silencioso e iluminado recinto, un hombre ataviado en armadura negra contemplaba con curiosidad y cautela lo solemne del entorno. En especial le llamaron la atención las nada discretas alegorías y referencias a la cultura hindú que abundaban en los adornos de columnas, en el piso en forma de mosaico, y en el techo formado por un masivo vitral de vivos colores.

    Aquel lugar le pareció un tanto familiar al legendario Milo de Escorpión.

    —Se respira un aire sagrado similar al de la Casa de Virgo —se dijo a sí mismo en tono nostálgico. Una amarga sonrisa resaltó en su semblante—. Sin duda Shaka se habría sentido cómodo en esta ostentosa biblioteca…

    —No del todo, amigo —intervino alguien a sus espaldas—. Me sentiría más a gusto meditando en el Jardín de los Sales Gemelos, en el Santuario de nuestra diosa.

    Cuando el de cabellera azulada se giró en un rápido movimiento, contempló la figura de su compañero de generación. El antecesor de Virgo portaba una versión ennegrecida y aciaga de la cloth de su constelación.

    —¡Shaka! —exclamó el antecesor de Escorpión, sin poder ocultar su regocijo. Un simple instante le bastó para confirmar que en realidad se trataba de él, ya que un ser impío no habría sido capaz de imitar su perfecto semblante de tranquilidad, ni tampoco el magno cosmos sereno que manaba.

    En un parpadeo, Milo sintió que una acogedora paz envolvió su corazón con solo acercarse a Shaka. En silencio, le agradeció a Atenea por permitirle encontrarse con él, ya que, a su forma de ver, el antaño Virgo lo acababa de liberar de la terrible incertidumbre que lo afligía desde el combate que libró con su sucesora. Fueron el desconocimiento de la situación actual del Planeta, sumado al remordimiento por el grave daño físico que le infligió a Kyrie hace unas horas; los que lo estaban atormentando cruelmente en medio de su soledad. La aparición del ‘hombre más próximo a un dios’ fue más que providencial para él.

    —Me alegra verte fuera de la prisión en la que confinaron nuestras almas, Milo —El Santo de larga melena rubia dibujó una casi imperceptible media sonrisa en su suave rostro. Mantenía los ojos cerrados como siempre—. Me reconforta saber que tengo a mi lado a un poderoso aliado de la justicia.

    En un impulso de camaradería, Escorpión Negro estrechó la mano de su colega.

    —También es grato reencontrarme contigo, Shaka —repuso Milo, con una radiante expresión que hacía evidente la confianza que de pronto se apoderó de él—. Demostremos de lo que es capaz la generación legendaria de Caballeros Dorados, aprovechando la nueva oportunidad que se nos ha otorgado para vivir. ¡Protejamos juntos a Atenea y a la humanidad!

    Shaka reaccionó a esas emotivas palabras, tomando con ambas manos el guantelete de su amigo.

    —Lo bueno es que no estamos solos, Milo —complementó Virgo con aire solemne—. Contamos también con el apoyo de una nueva generación de poderosos aliados.

    —Es verdad, amigo. Hace poco conocí a…

    —Pero qué conmovedor… —interrumpió una grave voz femenina salida de la nada—. Es la primera vez que veo a dos demonios oscuros participando en un emotivo encuentro…

    Sobresaltado e irritado, Milo intentó detectar el origen de la presencia que profirió esas irónicas palabras.

    —¡Sal de una vez y da la cara como una verdadera mujer! —gritó al aire el legendario Escorpión, al no ser capaz de siquiera sentir el cosmos de la entidad—. ¡Si lo que pretendes es enfrentarnos, combatiremos contra ti sin consideración alguna!

    —Aguarda, Milo… —lo atajó Shaka con su clásica actitud serena. Acompañó sus palabras con el tranquilizador gesto de posar su mano sobre la hombrera negra del aludido—. Quien nos acabó de hablar, se encuentra justo frente a nosotros…

    El antiguo protector de la Octava Casa escrutó confundido al lugar que le señaló su compañero con el semblante.

    —¿De qué hablas? —preguntó extrañado—. Lo único que puedo ver, es un enorme monumento en el centro de la biblioteca.

    De todos los adornos que engalanaban la sección principal del amplio vestíbulo, el que más resaltaba era la colosal estatua de bronce macizo que se elevaba en el mismo.

    Tan masiva mole de metal medía más de setenta metros y aludía a la clásica imagen de una fémina hindú de numerosos brazos, la cual lucía hermosa y rutilante al ser bañada por la gran cantidad de luz multicolor que dejaba pasar el vitral del techo. Su belleza era solo comparable con lo imponente e inquietante que también se mostraba, ya que sostenía amenazantes armas en cada extremidad superior.

    —No eres nada tonto, ser maligno con cabellos de oro —dijo de repente la estatua a través de su inexpresivo rostro metálico. Su voz abarcó el edificio entero con su potencia—. Fuiste capaz de notar mi presencia durante todo este tiempo, ¿cierto?

    —En efecto —respondió Shaka de manera pausada—. Al parecer la naturaleza de tu cosmos es diferente a la del ser humano, pero aquello no fue un obstáculo para que pudiera identificar tu amenaza…

    Ante la alarma del Escorpión y la calma de Virgo, la titánica efigie de bronce cobró vida en lentos y pesados movimientos, produciendo en el proceso estridentes rechinidos en cada articulación. Con notoria dificultad, agachó la cabeza para encarar a los invasores de la morada que protegía.

    —Las criaturas impías merecen sufrir durante su deceso, así que no se resistan a ser aplastados y degollados dolorosamente…

    Cuando la estatua parlante se dispuso a caminar, la biblioteca entera se sacudió bajo los pies de los dos Santos. Tras el primer masivo paso que dio, el vidrio del techo se resquebrajó y varias baldosas se levantaron del piso en una horrenda sincronía de nubes de polvo de cerámica.

    —No esperaba que enfrentemos tan pronto a alguien como ella… —dijo Shaka de Virgo, dando un largo salto hacia atrás en perfecta sincronía con su compañero de generación.

    Era la primera vez que Milo veía al rubio frunciendo el entrecejo sobre sus párpados cerrados; pero aunque el perfecto semblante pacífico de Shaka lució ligeramente alterado por la preocupación, no permitió que el nerviosismo se apodere de él.

    —No me digas que también conoces la identidad de esa cosa… —insinuó Milo, sonriendo con fingida confianza. Su mirada azul se mantenía atenta a los movimientos de la peligrosa titánide de bronce, que ya había levantando el brazo con el que sostenía una descomunal y afilada cimitarra talwar.

    —Así es, Milo. Nos encontramos frente a la encarnación de Kali, la diosa hindú destructora de demonios…

    Continuará…
     
    Última edición: 2 Julio 2020
  3.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    6067
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 59: VYASA DE HÁNUMAN, EL MITO DEL INQUIETO DIOS MONO

    ==Maravilla Suprema. Alameda Naga==

    Kyrie de Escorpión arribó a un lugar que no imaginó encontrar en territorio hindi. Varios minutos había trotado a la deriva con sus dos amigos en hombros, abrumada por la imponente presencia de sobrios edificios de piedra gris e incontables monumentos dedicados a personajes y criaturas del folklor de Asia del Sur.

    Le resultó tranquilizador el drástico cambio de escenario que contemplaron sus ojos detrás de la máscara que portaba, ya que ante ella y sus dos acompañantes se presentó el único recoveco en territorios de Brahma que poseía algo de vegetación y color: La Alameda Naga lucía como un bello parque adornado de palmeras, jazmines blancos y exuberantes árboles de bodhi; los cuales circundaban el pequeño estanque rebosante de lotos que destacaba en la parte central.

    La joven de cabellera dorada vio seguro depositar con delicadeza a Unicornio y Sextante sobre la alfombra de pasto, lamentando en silencio el estado deplorable en el que ambos se encontraban. Imaginó lo cruento que sería el combate que los dejó en tales condiciones, sin saber que hace poco los dos Santos de Bronce lograron una agónica victoria ante los dos Guardianes finlandeses. Kyrie suponía que fue aquel curioso guerrero obeso quien los dejó así de maltrechos.

    —No se preocupen, amigos —susurró más para sí que para ellos—. Le prometí a Eleison que los cuidaría y eso haré.

    Una perturbación cósmica revolvió las entrañas de la Guerrera de Oro. Al parecer, un nuevo enemigo se había hecho presente a considerable distancia de la alameda.

    —También pudimos sentirlo, Kyrie… —La Amazona de Bronce logró recuperar la consciencia gracias a la fresca fragancia de unas flores cercanas. Apenas podía levantar la cabeza, pero no vaciló al manifestar su petición—: Debes dejarnos y derrotarlo…

    La consternada aludida no tuvo tiempo de rechistar aquellas palabras, porque Theron también se dirigió a ella apenas despertó:

    —Narella tiene razón —pronunció el joven Unicornio con dificultad. Haciendo una mueca de dolor, logró sentarse sobre la hierba y encarar a su compañera Dorada—. Pude escuchar lo que le prometiste a Eleison, pero no necesitamos que cuides de nosotros —Pasaron años desde la última vez que Kyrie observó la amplia sonrisa con que siempre recordó su amigo Theron, así que le sorprendió lo afable que se mostró en ese momento—. No olvides lo que está escrito en tu máscara con letras rojas.

    Por instinto, la rubia se llevó la mano al costado derecho de la careta que cubría su faz. El trajín de la batalla le había hecho olvidar el mensaje escarlata que Milo le heredó tras terminar el combate entre ambos. Las yemas de sus dedos palparon los surcos aún ardientes que conformaban aquella única palabra:

    —«Esperanza»

    Un sentimiento de añoranza y determinación se apoderó de ella tras recordar a su modelo de vida y, además, a quien con unos pocos caracteres le hizo entender el significado del legado del Escorpión Celestial.

    La Guerrera de Bronce interrumpió las cavilaciones de su acompañante, alzando la mano para tomar la suya.

    —Estaremos bien, amiga —le aseguró Narella, esforzándose desde su lecho para sonreír con sinceridad—. Después de todo, somos Santos de Atenea.

    Kyrie se soltó delicadamente de la caricia de su compañera de generación y se plantó con altivez entre los jazmines de la alameda. Theron se sintió sobrecogido al imaginar el rostro decidido que luciría su amiga tras la máscara metálica que lo ocultaba.

    —Ciertamente, amigos —les dijo la Dorada con una voz nada vacilante. Su semblante cubierto encaraba fijamente a los templos que asomaban a lo lejos sobre la vegetación del parque—. Confío en que podrán cuidarse por sus propios medios.

    —No te decepcionaremos, Kyrie —le prometió Theron con la misma actitud decidida—. Nosotros también luchamos motivados por nuestra esperanza. Y estoy seguro de que, cuando todo esto termine, los cuatro volveremos a reunirnos y pasaremos buenos momentos juntos.

    La Guerrera de Escorpión asintió en silencio y se marchó enseguida del pequeño retazo de paraíso. Aunque muy para sus adentros le dolió separarse de sus amigos, se las arregló para reemplazar esos pensamientos de pesar con otros de compromiso por cumplir con su deber de Amazona de Atenea.

    Tras desaparecer Kyrie entre las palmeras, Theron centró su mirada de pupilas negras en Narella. Le dolió verla postrada e indefensa, con una venda rodeándole el hombro perforado y un pedazo de tela ensangrentado cubriéndole los ojos inutilizados.

    —Estarás bien, amiga —le dijo en tono tranquilizador—. Déjame ir por un poco de agua para tratar tus heridas.

    —Gracias, Theron… No te tardes, por favor.

    Desde la infancia, Narella siempre fue una chica decidida y autosuficiente, por lo tanto al Caballero le estremeció el disimulado tono suplicante con el que ella pronunció sus palabras. La crudeza del campo de batalla la estaba desmoronando.

    Sacudiendo la cabeza para alejar esas ideas, el joven de cabellera azulada se apresuró al límpido estanque en el que flotaban innumerables flores de loto de color durazno.

    A punto estuvo el Santo de alcanzar las serenas aguas, cuando algo apareció repentinamente desde las ramas de uno de los árboles de bodhi. Era un enjuto y pequeño ser que colgaba cabeza abajo desde la cola, así que a Theron le pareció que se trataba de un travieso mono y, por lo tanto, decidió no prestarle atención tras observarlo de refilón.

    —¡Hola!!

    El joven Unicornio dio un respingo al escuchar hablar a aquella criatura y por inercia dio un largo salto hacia atrás. Alzando la guardia y frunciendo el entrecejo, lo escrutó minuciosamente, sólo para notar que el recién aparecido no era un mono; sino un pequeño humanoide que no pasaría de los setenta centímetros. Theron lo había confundido con un primate, ya que portaba una adornada armadura de tonalidades marrones y cremas y, además, cubría su rostro con una máscara metálica que evocaba, precisamente, a un mono.

    —¿Quién… o qué eres? —le preguntó un tanto nervioso el Caballero.

    —¡Mi nombre es Vyasa! —se presentó el hombrecillo con una entusiasta y chillona voz—. Soy la más reciente encarnación de Hánuman, el dios hindú.

    Para Theron, un nuevo y peligroso enemigo acababa de darse a conocer ante él, ya que, al igual que el otro que enfrentó junto con Narella, éste también lucía una apariencia inofensiva.

    No se confiaría nuevamente…

    —¡Desaparece, enano!!

    En un impulso, el Santo de Bronce lanzó un feroz puñetazo a quemarropa contra Vyasa, quien no dio la mínima señal de siquiera protegerse u oponer resistencia. Estrepitosamente, fue derribado del árbol en el que colgaba y cayó de bruces sobre el pasto.

    —Eso no fue muy amable de tu parte —le recriminó indignado el Guardián desde el suelo, apenas recuperado su sentido de orientación—. Además, no soy un enano. Soy una criatura perteneciente al panteón hindú: un ‘genio’.

    El diminuto guerrero fue despojado de su máscara de apariencia animalesca al momento de ser golpeado, así que su impetuoso rival fue capaz de contemplar claramente sus facciones: El rostro de Vyasa lucía rasgos finos, como los de un niño. La expresión ávida de su rostro era resaltada por unos inquietos ojos castaños y una larga cabellera de la misma tonalidad, la cual había atado en una coleta. El bindi pintado en el centro de su frente, hacía alusión a su relación con la cultura hindi.

    —No me importa lo que seas o cómo te veas —declaró el Caballero de Unicornio en actitud amenazante—. Seguramente eres un enemigo de la humanidad, al igual que el gordo que nos atacó.

    Siendo testigo de la impetuosidad de quien lo acababa de maltratar, el de armadura color café se reincorporó de un rápido salto y empezó a retroceder con cautela.

    —Espera, espera. No tienes por qué enojarte de ese modo —intentó atajarlo el de más corta estatura, sonriendo de manera forzada y sacudiendo cómicamente los brazos hacia adelante—. A pesar de representar a un dios, al momento no cuento con ningún tipo de poder. No por nada me consideran como el Guardián más débil entre todos los que existen.

    Vyasa fue acorralado de espaldas al árbol del que se precipitó. No tenía salida ante el guerrero que —con la mayor de las seriedades— estaba empeñado en acabar con su existencia.

    —Oye, no seas malo —añadió el genio, casi derramando lágrimas—. Tú eres un Santo de Atenea, ¿cierto?... Creí que ustedes protegían a los débiles y no que se aprovechaban de ellos.

    —Es suficiente, Theron —lo detuvo Narella, apoyando la mano sobre su hombrera cuarteada. La muchacha de melena y armadura rosa sacó fuerzas de donde no las tenía para reincorporarse y acercarse a su amigo—. Debe ser por el estado de ceguera forzada en el que me encuentro, pero he podido notar que Vyasa no representa una amenaza como Asura.

    —Asura es bastante extraño, pero no es mal tipo —resopló el pequeño castaño, cruzando sonriente los brazos—. Lo malo es que él pelea casi por inercia, mientras que yo a duras penas podría enfrentarme con un aprendiz a Caballero.

    —Estoy convencida de que eres un ser que únicamente irradia inocencia —contestó la Guerrera de Sextante en tono condescendiente—, así que te creemos, pequeño.

    —Habla sólo por ti, Narella —rechistó el Unicornio, relajando un poco su pose de combate—. No deberías ser tan confiada con los duendecillos que pululan en territorio enemigo…

    —¡Tampoco soy un duende!! —protestó nuevamente el Guardián de inofensiva apariencia, esta vez con una mayor dosis de vehemencia—. ¡No puedo pelear, pero te irá muy mal si te metes conmigo!

    En un atrevido gesto, Vyasa le mostró la lengua en una mueca burlona a Theron, quien para ese momento, perdió por completo la paciencia.

    —¡¿Acaso intentas provocarme, enano?! —le gritó de mayor estatura, arrodillándose a su altura para encararlo mejor—. ¡Ya veremos quién saldrá mal librado cuando ambos peleemos!!

    —Theron… te dije que basta…

    El aludido sintió un frío terrible recorriéndole la espalda. Sabía que nada bueno le esperaba cuando su amiga adoptaba esa actitud severa con él; así que se encogió de hombros y permaneció en silencio.

    —Eres una chica sabia, Narella —la elogió el pequeño Hánuman, mostrando dos hileras de dientes en su gran sonrisa. Acto seguido, abusó de confianza al trepar hábilmente por la espalda de la chica y sentarse sobre su hombro sano—. No planeo involucrarme en esta fea batalla, ni tampoco…

    El parlanchín Vyasa calló de repente. Apenas en ese momento notó que la joven tenía los párpados vendados con un trozo de tela empapado en sangre.

    —¿Qué fue lo que te ocurrió en los ojos? —le preguntó al oído izquierdo, derrochando infantil curiosidad e imprudencia.

    —No es nada —respondió la aludida con cierto dejo de amargura—. Me vi obligada a sacrificar mi vista para derrotar, junto con Theron, a quienes acechaban el Santuario de Atenea.

    —Qué raro… —dijo el genio, extrañado—. Según veo, no tienes ningún tipo de daño ocular.

    Confundida, la doncella de Sextante retiró el vendaje de sus ojos. Tras abrir lentamente los párpados, la primera imagen que invadió su nuevo campo visual fue la de un asombrado Theron, quien maravillado notó que su amiga no sólo acababa de recuperar su visión, sino también que sus pupilas rosadas se veían más brillantes y hermosas que nunca antes.

    Sobremanera exaltados y desconcertados, los dos Santos de Bronce intentaron hallar una explicación en Vyasa de Hánuman, pero —sin que ninguno de ellos lo notara— éste había aprovechado la conmoción para desaparecer.


    ==Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    —¡‘Excálibur’!

    La técnica vociferada por Eleison fue manifestada en un mortal haz de luz filosa, el cual recorrió veloz el suelo en línea recta hacia su amplio objetivo.

    Dando un torpe salto hacia un costado, Asura intentó apartarse del camino de la técnica dorada; sin embargo, su maniobra resultó ser tan lenta, que su pierna derecha quedó en media trayectoria del corte de la espada sagrada. Otra de las extremidades de Ganesha fue cercenada limpiamente…

    Sin contar con un punto de apoyo, el corpulento Guardián desplomó todo su descomunal peso sobre el mármol de la alhambra, aterrizando panza arriba sobre su ancha espalda.

    —Eleison malvado —se quejó en un puchero el recién lastimado, tras observar el muñón mutilado que hace poco fue su pierna—. Eso me dolió más que lo del brazo…

    En un patético esfuerzo, el Guardián de armadura anaranjada intentó arrastrar su regordete ser hacia la amputada extremidad. El grueso pernil yacía no muy lejos de él, así que no le sería muy dificultoso volver a anexarlo en su cuerpo. Por desgracia para Asura, justo en el momento en el que estuvo a punto de rosar su pierna con los dedos, otra poderosa ráfaga de luz la impactó y pulverizó por completo.

    —No volveré a darte ventaja en esta lucha —le advirtió el Santo de Oro, con la palma de la mano recta y abierta en la clásica pose del portador de Capricornio—. Ahora no serás capaz de reparar el daño que te he infligido.

    —No te confíes tanto, Caballero de Atenea —replicó despreocupada la postrada reencarnación del dios elefante—. Tu castigo por deshonrar a una deidad hindú, acaba de empezar…

    Rodando hacia un lado, Asura rebotó en la superficie de mármol y se reincorporó equilibrándose hábilmente sobre su pierna restante. A su rival le sorprendió la soltura y libertad de movimiento de la que hizo alarde para lograr tal proeza.

    —«Lo sabía… —reflexionó el joven rubio, desencajando sus facciones usualmente tranquilas en un gesto de preocupación—. A pesar de su volumen corporal, este sujeto no es nada torpe con sus movimientos».

    Al verse en serios problemas, la reacción impulsiva de Eleison fue utilizar nuevamente su ken conocido como ‘Excálibur’, pero no contó con que Ganesha se le anticiparía encendiendo su cosmoenergía semidivina por primera vez. Con su vasto cuerpo recubierto en una fina aura de luz azafranada, el Guardián se impulsó en su pierna derecha para dar un veloz salto horizontal hacia su oponente. Parecía no importarle el hecho de que la luz cortante de la espada sagrada estaba en medio de su camino.

    Para horror del Caballero, el hindú atravesó la estela dorada como si nada, gracias a la protección a manera de escudo espiritual que le otorgó su recién despertado cosmos. Sin demora, se plantó a centímetros del estupefacto Capricornio y empleó toda su fuerza física para lanzarle un raudo golpe con el muñón sangrante que carecía de su extremidad cercenada. En medio del recorrido de la agresión, la pierna de Asura fue regenerada en un parpadeo, completando la trayectoria de una devastadora patada que impactó justo en el plexo solar de su víctima.

    La brutal agresión arrebató el aire de los pulmones de Eleison. Sus ojos azules, casi desorbitados, eran evidencia de lo potente que fue el choque que lo dejó sin resuello, conmocionado y casi inconsciente.

    —Vaya… creí que mi patada te mataría —se quejó decepcionado el Guardián, aún haciendo presión con su enorme pernera sobre la parte superior del vientre del Santo—. Esa armadura dorada es una molestia.

    Al saberlo paralizado e indefenso, Asura tomó al Caballero por la cabeza con ambas manos y lo acercó a su rostro para dirigirle la palabra:

    —He golpeado el centro de tu tercer chakra: el ‘Maṇipūra’. A duras penas serás capaz de siquiera mantenerte en pie.

    Dicho esto, y sin que oponga resistencia, lo arrojó sin contemplaciones contra una de las efigies de la plaza —o también llamadas ‘murti’ en sánscrito—. La colisión de su cuerpo contra la dura estatua de roca fue tan catastrófica, que la hizo estallar al contacto.

    El cosmos de Eleison se apagó por completo.

    —Esa fue una victoria fácil —se vanaglorió Ganesha, volteándose para abandonar el lugar del conflicto—. Mi señor Brahma me recompensará con muchos dulces ‘laddu’ por esto —añadió, aplaudiéndose a sí mismo.

    Pero el combate estaba lejos de terminar. Capricornio surgió con dificultad de entre los escombros de piedra, respirando agitadamente.

    —No… me rendiré —profirió con tenacidad el Dorado, tosiendo polvo en un intento por recobrar el aliento—. ¡Continuaré atacándote con ‘Excálibur’ hasta que te venza!!

    —No sé si lo tuyo es valentía o simple necedad —replicó Asura con su característico aire bonachón—. De todos modos, no importa cuántas veces me ataques con tu espada, jamás podrás herirme con un arma falsa.

    —¡Te equivocas! —exclamó el Santo, indignado—. ¡Poseo la fuerza original de la espada sagrada, porque es la misma Atenea quien la cede a los Caballeros de mi signo!!

    —El que se equivoca eres tú, Eleison —lo contradijo el guerrero hindú en tono cantarín—. Al parecer, el poder de la ‘Excálibur’ original le fue cedido a otro guerrero por su portador legítimo… La que tú posees, es sólo una imitación; así que todavía te hace falta ganar la protección de una auténtica arma legendaria.

    Eleison permaneció inmóvil y silente por unos segundos. La incredulidad lo invadió al contemplar la posibilidad de que ‘Excálibur’ —el arma que tanto esfuerzo le costó obtener para convertirse en un Santo de Oro— no era más que una simple y débil copia… No podía aceptarlo y tampoco podía rendirse, así que, dejando a un lado las inseguridades que lo atormentaron de repente, hizo arder al máximo su cosmoenergía dorada.

    —¡No caeré en las patrañas de un enemigo!... ¡‘Danza Excálibur’!!!

    Capricornio elevó el brazo derecho, enviando así una multitud de mortales cortes al mismo tiempo. Una red de haces luminosos dio origen a la cuadrícula de afilada energía que se proyectó en diversos ángulos hacia su objetivo, quien, al ser cegado por la intensa luminosidad de la técnica, no fue capaz de escapar de ella o siquiera protegerse con su escudo cósmico.

    No sólo el lugar donde se encontraba el pesado Guardián quedó devastado, sino que también sus alrededores fueron cortados sin piedad. Varias nubes de polvo se levantaron tras chocar en el suelo los pedazos cercenados de grandes monumentos.

    —Lo logré… —sentenció el joven de corta cabellera rubia, dejando caer su peso sobre una rodilla a causa del sobrehumano esfuerzo que realizó—. Sabía que mi espada no podía…

    Las pupilas azules del Ateniense se dilataron de terror. Sudor frío empapó su frente, contemplando la figura ilesa de su contendiente tras asentarse la polvareda que lo camuflaba.

    —Suponía que los guerreros de la orden más poderosa de Atenea serían más fuertes —dijo Asura, sacudiéndose un poco del polvillo que recubría su redonda hombrera derecha—, pero parece ser que el que enfrenté no posee más recursos para obtener la victoria…

    Capricornio no respondió, porque sabía que la reencarnación del dios elefante tenía razón. Dejándose llevar por la más horrenda impotencia, se derrumbó sobre sus codos en sumisa pose.

    —No te sientas mal, Caballero —intentó reconfortarlo el robusto hindú con una voz más suave. Le conmovió ver a su rival prácticamente rendido a sus pies—. Ni siquiera con la ‘Excálibur’ original habrías sido capaz de lastimarme, ya que los dioses del panteón hindú poseemos armas divinas que son mucho más devastadoras que las conocidas por ustedes. Nuestros artilugios de batalla son llamados ‘Astras’ y es precisamente el ‘Astra’ del poderoso dios Shiva el que me fue cedido —Una vez más el de armadura naranja deformó sus facciones en una inquietante y extraña sonrisa—. ¿Quieres que te lo muestre?

    Eleison no respondió porque continuaba en shock, así que su oponente se tomó su silencio como un “sí”.

    Entre los regordetes dedos del hombretón se materializó un ornamentado tridente que deslumbraba la vista con su dorado resplandeciente. Lo que más llamaba la atención de aquella hermosa —y a la vez amenazante— arma, era la asimétrica forma de sus afiladas cuchillas curvas.

    —Te presento a Trishula —añadió con marcado orgullo, al tiempo que alzaba vigorosamente sobre su cabeza al Astra de Shiva—. Con ella yo también podré cortarte en pedacitos…

    En un alarde de poderío, Asura cortó el aire con su tridente, produciendo un estridente silbido en el proceso. Pero aunque los tímpanos de Eleison por poco se rompen a causa del agudo sonido, aun así no dio señales de reaccionar.

    El Caballero de Capricornio de la nueva generación permaneció quieto y cabizbajo, al parecer esperando su inminente muerte.


    ==Maravilla Suprema, Gran Biblioteca de Durgā==

    La titánica estatua de Kali lanzó un veloz corte lateral con su cimitarra, ansiando mutilar y acabar de un solo golpe con los dos Santos en armadura negra. Por fortuna, ambos esquivaron la afilada hoja del arma con acrobáticos movimientos.

    Mientras que Shaka se alejó a distancia prudente del peligro, Milo aprovechó el momento para emprender vertiginosa carrera directamente hacia el imponente monumento femenino.

    —«No me dejaré intimidar por una gigante de metal —reflexionó el de melena azulada, esbozando una sonrisa mordaz. Circundando como un rayo a su macizo objetivo, alistó la larga uña carmesí que sobresalía de su índice derecho—. Mientras más grande sea mi enemigo, más fuerte caerá».

    Pegando un salto de más de cuarenta metros, Milo quedó suspendido en el aire. Su objetivo era posicionarse justo enfrente de su colosal oponente y, además, abarcar su atención.

    —¡Nada puede resistir el tormento del Escorpión!! —le gritó con autoridad. En un parpadeo, su cosmoenergía dorada se expandió a instancias cercanas al Séptimo Sentido—. ¡‘Aguja Escarlata’!!

    Representando la posición de las estrellas de la octava constelación del zodiaco, catorce finos pinchazos de luz roja fueron desplegados al mismo tiempo, impactando puntos estratégicos del cuerpo de la diosa. La técnica del antaño Dorado fue ejecutada con tanta fuerza y violencia, que los aguijones se incrustaron profundamente en el sólido bronce del que estaba conformada la mole hindú.

    Al parecer, el grupo de punzadas encarnadas afectó de gravedad a Kali, ya que ésta desplomó su descomunal peso sobre sus rodillas, abatida.

    Milo aterrizó al mismo tiempo que la enorme murti parlante, así que se vio obligado a efectuar un segundo salto para golpear su pecho metálico.

    —¡‘Antares’!! —exclamó, disparando su ken definitivo.

    —¡Detente, Milo! —intentó contenerlo Virgo—. ¡Kali no ha sido derrotada todavía!

    Pero las palabras de Shaka no fueron escuchadas… El aludido estaba demasiado concentrado en intentar alcanzar el corazón de la antagonista con su resplandeciente uña.

    —Estúpido demonio —le imprecó la diosa hindú con total desprecio—. Tus agujas, en efecto, lograron afectarme momentáneamente; pero no contaste con que poseo dos brazos extra que aún soy capaz de utilizar…

    Tras soltar las dos armas que sostenía en sus manos ilesas, agarró con ellas a Milo en medio de su trayectoria aérea.

    La potente y burlona risa de la deidad invadió la totalidad de la biblioteca.

    —¡Te estrujaré entre mis manos hasta la muerte, porque eso es lo que mereces por el simple hecho de ser un demonio oscuro!

    El particular sonido de cuentas chocando entre sí, distrajo la atención de Kali antes de que triturara a su víctima. Shaka empuñaba un rosario de abalorios oscurecidos y a la vez se concentraba en magnificar su aura dorada casi divina.

    —¡‘Invocación de Espíritus Celestiales del Bien y del Mal’!

    Una nutrida horda de entes espectrales hizo aparición en el recinto de Durgā, danzando en una espiral tan inquietante y perturbadora como sus alaridos y apariencia. Sin demora, los centenares de seres inmateriales dirigieron sus devastadores ímpetus hacia la efigie hindú.

    La colisión fue tan brutal, que logró despedazar los dos brazos que sostenían a Milo y derribar a Kali sobre su espalda. El piso entero del edificio se estremeció y agrietó con el choque de la estatua y varias de las monumentales estanterías se balancearon hasta derrumbarse junto con los valiosos textos que albergaban.

    Un tanto aturdido, el otrora Caballero de Escorpión se reincorporó desde los restos de uno de los anaqueles derribados. No le sorprendió ver a su oponente inmóvil y tendida sobre el piso cuarteado, ya que conocía de antemano el alcance del poder del hombre más cercano a un dios.

    Por un instante, tuvo el impulso de continuar enfrentando a la peligrosa deidad, pero se detuvo cuando su mirada se cruzó con la serena figura de su compañero de generación.

    —Ahora entiendo —dijo Milo, con una pertinaz sonrisa dibujada en el rostro—. Deseas enfrentarte solo con esa diosa…

    —Es lo más conveniente, dada la situación actual —respondió con su característica calma el que mantenía los ojos cerrados—. Tú debes continuar y derrotar a otro de los enemigos de la humanidad que habitan esta vasta fortaleza divina.

    Milo se acercó a Shaka y lo encaró, tomándolo de ambas hombreras.

    —Vence a Kali en nombre de Atenea, amigo —le encomendó en actitud solemne y decidida—. Estoy seguro de que nos volveremos a ver.

    Acto seguido, le dio una fuerte palmada en el hombro en un gesto de camaradería y abandonó enseguida el edificio.

    Una vez más, la grave risa de la diosa se hizo presente con toda su estridente potencia.

    —No importa que el otro demonio haya escapado, de todos modos perecerá en manos de las demás deidades del hinduismo —sentenció soberbia Kali, reincorporando lentamente sus toneladas de peso desde el suelo. A pesar de contar con dos brazos menos, su colosal figura no había perdido la presencia majestuosa que poseía cuando se mantenía erguida—. Me complacerá más destruir al poderoso demonio con cabellos de oro que ha osado lastimarme…

    —Mi nombre es Shaka —se presentó con sosiego el rubio, adoptando al mismo tiempo la posición de flor de loto, o también conocida como ‘padmāsana’—. Soy el antecesor del Santo de Oro protegido por la constelación de Virgo y, como verás, no soy más que un ser humano.

    —Mientes… —lo contradijo Kali con voz severa—. Al igual que el otro que huyó como un cobarde, tu existencia física y espiritual apestan a muerte… Aquello me dice que ambos permanecieron encerrados por varios años en uno de los ‘Naraka’, seguramente como castigo divino por las fechorías que cometieron durante su existencia.

    Un inquietante y poderoso cosmos a manera de vapor negro bañó a la estatua de la diosa. Sus manos restantes adoptaron las posiciones de meditación llamadas ‘Mudras’.

    —¡Estoy segura de que eres un vil demonio, y por lo tanto has de ser exterminado con el mayor dolor posible! —amenazó ella, concentrando la energía nociva que emanó en su Vitarka mudra —. ¡‘La Capitulación de Raktabīja’!!

    Los coloridos vitrales que formaban parte del techo —de por sí ya debilitados y trisados por los ataques anteriores—, cedieron al fin en una lluvia iridiscente que dio paso a torrenciales cascadas de sangre.

    —Ya que te atreviste a atacarme con espíritus, entonces yo lo haré con los mismos de tu clase —le anticipó la diosa, mientras el vestíbulo entero empezaba a inundarse con descomunales cantidades del líquido vital—. En el inicio de los tiempos, derroté y devoré al temible demonio llamado Raktabīja. Ahora será su sangre la que, irónicamente, consuma la carne y huesos de otro demonio…

    El estanque rojo se agitó y burbujeó con violencia, para luego transmutar en miles de pequeños diablillos de aspecto espantoso. Enseguida la inquieta multitud de seres demoníacos se dirigió en grupo hacia Shaka, ansiosa por destrozarlo con premura.

    —¡‘Kān’!

    El portador de la armadura negra de Virgo se vio obligado a erigir un escudo de energía protectora a su alrededor, recibiendo con éste la voraz arremetida de la marea de Raktabījas. El rostro de Shaka se veía sereno como siempre, a pesar del dantesco alboroto que se desarrollaba a su alrededor.

    —Eres un ingenuo —sonó la confiada voz de la titánica murti desde las alturas—. Tu delicada capa de luz no será capaz de resistir durante mucho tiempo.

    A pesar de que los demonios rojos se desintegraban al contacto con el ken dorado, continuaban atacando sin tregua desde todos los flancos; lo cual representaba un considerable desgaste de energía para al Santo Negro sentado en la posición de flor de loto.

    Shaka no vio más opción que terminar con ese infierno utilizando métodos más drásticos:

    —¡‘Ōm’!!

    El antiguo custodio de la Sexta Casa hizo estallar su coraza de energía junto con la totalidad del cosmos que manaba en ese momento. Con ello logró no sólo aniquilar a los seres malignos y disipar la sangre de la técnica de Kali; sino que también consiguió arremeter contra ella, impactándola de lleno con una potente ráfaga inmaterial.

    Shaka mantenía los ojos cerrados, pero aun así su rostro reflejaba el gran esfuerzo que realizó. El Santo no fue capaz de disfrazar su respiración agitada ni su entrecejo fruncido.

    —Mal… Maldito seas… —balbuceó el monumento metálico, apenas pudiendo mantenerse en pie. La contrarréplica de su enemigo le arrancó los dos brazos que le restaban.

    Fue la primera vez que Kali se sintió auténticamente amenazada. Un demonio que veía como insignificante y diminuto, acababa de demostrarle lo peligroso que era. Había llegado la hora de pelear con seriedad.

    —Destrozar los cuatro brazos de una diosa hindú, es una proeza digna de admiración —admitió irritada la colosal deidad—. Por desgracia para ti, mis extremidades no son los únicos medios que poseo para luchar…

    Kali dejó libre la extensa lengua metálica que escondía en su boca, envolviendo con ella al Caballero por los brazos y el torso. Una fuerte constricción le bastó para atrapar e inmovilizar firmemente a su desprevenida víctima.

    —¡Se acabó, demonio! —clamó con emoción, tras reír satisfecha. Su oponente no daba señales de siquiera forcejear para liberarse, así que dio su victoria como un hecho—. ¡Gritarás de horror cuando purifique el mundo de tu sucia presencia! ¡Te estrujaré hasta la muerte y luego devoraré tus restos!

    Poco a poco, la diosa iba halando a Shaka con la presión de su lengua. Para ese momento, había preparado sendos colmillos afilados en su cavidad bucal, con los cuales planeaba masticar el cadáver de quien estaba a punto de sofocar.

    —No le temo al más horrible de los destinos —declaró muy reflexivo y tranquilo Virgo, a pesar de la espeluznante situación que atravesaba—, pero aunque el mismo Buda me haya enseñado que la muerte no es algo definitivo… ¡No pienso desaprovechar la oportunidad que se me otorgó para vivir nuevamente!... ¡‘Ōm’!!

    Superando los límites del Séptimo Sentido, Shaka dejó libre una inconmensurable cantidad de energía cósmica. Tan desmedida manifestación de poder dorado explotó de golpe sobre Kali, haciendo pedazos su monumental y macizo ser metálico.

    El antaño Caballero de Oro salió ileso de las arremetidas de la deidad destructora, cuya presencia y cosmos fueron extinguidos por completo. No había razón para permanecer en el vestíbulo la biblioteca, así que enseguida se dispuso a abandonarlo.

    —Es… Espera —lo atajó una voz femenina más suave que la de la estatua gigante. Al parecer, el sonido provenía del interior del enorme montículo al que fue reducida la deidad hindi.

    Desde la pila de masivos pedazos de bronce, emergió con dificultad la figura de una mujer lastimada.

    —Mi nombre es Rohana de Kali —le comunicó la bella dama, reforzando sus palabras con una mirada cargada de intimidante resentimiento—. Prepárate, Shaka, porque nuestro combate apenas está comenzando…


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir==

    Los ‘Mandir’ son templos de culto dedicados a deidades hindús, muchas veces ubicados en la cima de una colina, cerca de cascadas, cuevas y ríos. Dichos santuarios son construidos en lugares tan particulares, porque se dice que “los dioses aparecen en la naturaleza”.

    En la Maravilla Suprema se erigió un complejo de mandires dedicado al dios Narasiṁha, el cual consistía en un imponente conjunto de edificios construidos desde las mismas entrañas de la montaña de la que parecían emerger.

    Al contemplar desde la lejanía esos enormes templos de piedra tallados desde la misma tierra, Milo apresuró la marcha sobre el sendero flanqueado de muros de roca por el que corría.

    —«No debo preocuparme por Shaka —se convenció un tanto contrariado—. Seguramente se las apañará bien él solo con…»

    Sus reflexiones fueron interrumpidas por un presentimiento familiar que lo invadió de repente. No pudo evitar detenerse en seco y observar los templos con mayor expectativa.

    —Esta presencia… —susurró, sorprendido—. ¿Acaso lograste ascender a la fortaleza de los dioses y adentrarte en el campo de batalla antes que yo? —Una media sonrisa de satisfacción suavizó las facciones del guerrero en cloth negra—. Sin duda eres una mujer fuerte y mi digna sucesora… Kyrie de Escorpión…

    A Milo le extrañó el hecho de ser capaz de sentir la presencia de la joven rubia —incluso sin que ella haya encendido su cosmos todavía—, pero ya tendría tiempo para pensar en ello, porque lo que le apremiaba era alcanzar los mandires de Narasiṁha a fin de apoyarla en batalla.

    Varios minutos duró su carrera, hasta que un súbito descenso en la temperatura lo obligó a detenerse nuevamente y a alzar la guardia. Una expresión de frustración se dibujó en su rostro, sabiendo que un nuevo enemigo le dificultaría llegar a su objetivo.

    —¡Sé que hay alguien en este lugar! —gritó con cautela a la nada—. ¡Sal de una vez y terminemos con esto!

    —Será como desees, guerrero oscuro —replicó una voz masculina, apacible y a la vez fría como la neblina que de repente invadió el sendero.

    Como si de un ser inmaterial se tratase, un hombre emergió desde uno de los respaldos laterales que cercaban el camino rocoso.

    El extraño estaba ataviado en una elegante armadura de tonalidades blancas y plateadas, que le ofrecían una protección absoluta a la integridad de su cuerpo. En especial, a Milo le llamó la atención el casco que portaba el enigmático guerrero, ya que éste le cubría la totalidad del rostro y la cabellera, ocultando así su apariencia e identidad.

    —Me conocen como Neptuno —le hizo saber el recién aparecido, con actitud respetuosa—. Sirvo al poderoso dios romano llamado Júpiter, como Guardián de la Acrópolis Planetaria.

    —Y supongo que estás aquí para aniquilarme… —complementó Milo con una sonrisa forzada.

    —En efecto, Caballero —respondió el misterioso hombre, sin alterarse—. Ofrecí obsequiarle a Mi Señor la cabeza de uno de los enemigos de la Alianza Suprema, así que prepárate a morir…

    La amenaza fue seguida por la repentina expansión del cosmos del enemigo. Aquella terrible aura lucía hermosa al poseer la más pura tonalidad blanca, pero a la vez se veía amenazante, porque era capaz de congelar todo lo que tocaba.

    —«Este cosmos helado… —meditó el de melena azulada, esforzándose por detener el tiritar de sus dientes—. Parece ser que enfrentaré a un enemigo con un poder superior al de un Santo Dorado…»

    Un enorme reto se presentó ante Milo, quien incluso sabiéndose herido tras los combates contra Kyrie y Kali, no se dejó amedrentar y también se puso en la tarea de acrecentar su aura cósmica de Santo, que para ese momento, se tornó tan negra como su armadura.

    —Nada mal —reconoció con seriedad Neptuno, adoptando al mismo tiempo una extraña pose de batalla—. Veamos si tu cosmos de sombras te será útil para resistir una de mis técnicas…

    —No permitiré que seas el primero en atacar —repuso el legendario protector del Octavo Templo, extendiendo el índice con autoridad hacia su rival—. ¡‘Restricción’!!

    El ken psíquico logró su cometido de paralizar por completo al Guardián romano, como si se tratase de un animal a la merced del veneno de un escorpión.

    —Iluso —El guerrero en armadura blanca forcejeaba por liberarse, pero sus nervios y músculos estaban completamente entumidos—. No podrás detenerme por mucho tiempo con este truco infantil. Nada evitará que me quede con tu vida cuando recupere la movilidad.

    —Te sientes libre de amenazarme, porque te ocultas en el anonimato detrás de ese casco —aseveró el Santo Negro con aplomo, al tiempo que caminaba hacia él a paso firme—. Si tanto deseas quitarme la vida… ¡Dímelo cara a cara, mirándome a los ojos como un verdadero hombre!!

    Empleando un furioso rayo ken, Milo arrancó a distancia la protección que cubría las facciones de su enemigo aún atenazado.

    El Escorpión no pudo salir de su incredulidad tras observar con claridad el displicente rostro del Guardián, y su larga cabellera de tonalidad verde azulada libre al viento. Por inercia, retrocedió un par de pasos y casi trastabilla al reconocerlo…

    —No puedo creer que… seas tú… —musitó en un suspiro.

    Enseguida palideció y sus pupilas se dilataron. Casi sin aliento, pronunció el nombre con el que lo conoció siempre:

    —¡Camus!!!

    Continuará…
     
    Última edición: 2 Julio 2020
  4.  
    KemeStar

    KemeStar Athena no Seinto

    Cáncer
    Miembro desde:
    27 Agosto 2019
    Mensajes:
    296
    Holiii !!! Soy alguien nuevo por estos lados, no llevo mucho tiempo y debo decir que éste es el primer fic en toda mi vida que leo (No exagero, es cierto jajaja).

    Actualmente llevo leído hasta el capítulo 37 (Llevo ya algunas semanas leyendo poco a poco). No quisiera dejar de aprovechar lo que pasó en dicho capitulo para decir algunas cosas (O más bien preguntarte algo).

    Primero quiero decir que como alguien que ya llegó a las 3 décadas de edad, nací y me crié viendo Saint Seiya desde que tengo uso de memoria, he visto cada uno de sus capítulos más de 1 vez mínimo, sagas, películas, especiales, etc. Ni bien comencé a leer esta historia lo primero que se me vino a la cabeza fue "Será algo estilo Saint Seiya Omega" ya que desconozco si has visto esa saga (Intuyo que si) pero una nueva generación de caballeros siempre se me hizo algo interesante. Me ha gustado el trabajo que le has puesto a las historias de la nueva generación y la inclusión de los caballeros legendarios pero a lo que realmente quiero ir es a lo del capítulo 37:

    Desde que leí el nombre "Aioria" se me puso la piel de gallina quisiera preguntarte ¿Qué has sentido tú en ese capítulo en especial? ¿Es tu personaje dorado favorito? ¿Desde un inicio en tu historia, tenías pensado hacer aparecer a los santos dorados legendarios o fue algo que se te fue ocurriendo mientras ibas escribiendo? Me interesan esas cosas, no tengo relativamente a nadie para charlar y debatir al respecto.

    Y por otro lado pedir disculpas si te hago regresar hacia atrás en tu historia preguntando algo que has escrito ya hace más de 3 años atrás. Así también como alguien que no sabe ni está familiarizado con estas cosas no sé muy bien como hacer comentarios de este tipo. Pero no quería dejar pasar esa oportunidad porque realmente desde lo que llevo leído, me ha impactado bastante ese capítulo en especial.

    Lo continuaré leyendo, aunque no leo en un ritmo muy acelerado pero quiero saber como sigue la historia. Y aprovechar para agradecer que haya gente que aún le guarde un rincón en su corazón a Saint Seiya para que nunca muera.

    Saludos desde Argentina !!!
     
    • Me gusta Me gusta x 1
    • Adorable Adorable x 1
  5.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Hola, Keme. Un saludo grande para otro fan de la serie que tantos buenos ratos nos ha dado.

    En primer lugar, permíteme agradecerte por hacerme saber tu opinión. Siempre me es grato conocer lo que mis lectores opinan de la historia, y también contestar sus inquietudes:

    Es un honor saber que mi fic ha sido el primero que has leído. También paso de los treinta años, y al igual que tú, crecí amando Saint Seiya y todos los valores que representa. Por ese motivo me decidí a hacerle este pequeño tributo. Te comento que justamente empecé a escribir este fic cuando me enteré de lo de Saint Seiya Omega, hace ya ocho años. Siendo sincero, en esa época no me gustó cómo estaban tratando la serie en ese spinoff, así que quise imaginar algo que se parezca un poco más al clásico que tanto amé, y fue entonces cuando nació el Cataclismo. Pero más que un intento por dar la contra a Omega, simplemente quise plantear algo diferente para nueva generación de Santos, que por cierto, me alegra saber que te esté gustando.

    Veo que ya tienes bastante avanzada la lectura del fic, así que respondiendo a tus preguntas sobre el capítulo 37, te comento que tengo bien claro lo que sentí cuando lo escribí. Aunque eso fue allá por 2013, recuerdo como si hubiese sido ayer las sensaciones que me produjo escribir la historia.

    Bien, te cuento que mi Santo de Oro favorito siempre ha sido Aldebarán, pero en sí guardo aprecio por todos y cada uno de los doce (trece con Kanon). Por ese motivo quise imaginar más de ellos. Después del sacrificio en el Muro de los Lamentos, me quedé con ganas de verlos en más peleas épicas, así que encontré la oportunidad perfecta para hacerlos volver. Y bueno... lo que has leído hasta ahora de Aioria en el capítulo 37 es solo el inicio. Y siendo que es uno de tus favoritos, espero estar a la altura de tus expectativas con los eventos que le tengo preparados. En sí las emociones fuertes que tuve al escribir sobre el legendario Leo, vienen en los capítulos posteriores. Ya lo verás.

    No te preocupes por hacerme regresar a los capítulos que escribí años atrás. De hecho para mí es todo un gusto recordar esos episodios que tanto disfruté en crear. Es bueno saber que te impactó en especial el capítulo de la aparición de Aioria, porque tiene mucha carga emocional implícita, desde el lado de Ikki y de su antecesor.

    Sobre el ritmo de la historia, es cierto que por acá la tengo publicada en intervalos irregulares. Corregiré eso a partir de ahora, ya que mi vida laboral me está dando un poco más de tiempo para escribir. Publicaré un capítulo a la semana para igualarme con otros sitios donde tengo avanzado el fic hasta el capítulo 72. Había pasado más de medio año desde que no escribía, y cuando actualicé ayer en todas las páginas donde publico, decidí también seguir acá desde donde me había quedado. Y siendo que tengo un nuevo lector, veo que tomé la decisión correcta.

    Por último, te agradezco nuevamente por tomarte el tiempo para leer mi fic y si tienes cualquier duda, comentario, crítica o simplemente si quieres charlar, por acá me encuentras para responderte lo más pronto que me sea posible.

    Un abrazo desde Ecuador.
     
    • Adorable Adorable x 1
  6.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    6084
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo



    CAPÍTULO 60: ROHANA DE KALI, EL ÍMPETU DE LA DIOSA DESTRUCTORA

    ==Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    Eleison de Capricornio fue paralizado por el pánico irracional. Tras desplomarse sobre sus rodilleras y coderas doradas, se mantuvo quieto, en sumisa pose; esperando de manera impávida su próximo final.

    Lo único que invadía sus sentidos, era el sonido cada vez más cercano de los lentos y pesados pasos de Asura de Ganesha, los cuales retumbaban estruendosos sobre el mármol de la alhambra.

    —Puedes estar tranquilo, Caballero de Atenea —le dijo a manera de consuelo el avatar hindú. Su masiva y redonda sombra cobijó por completo a la inmóvil y estremecida víctima—. Procuraré que no sientas dolor cuando te rebane con Trishula

    El joven rubio no se dignó a siquiera levantar la cabeza. Con su mirada azul perdida y dilatada, imaginó la obscena expresión de su ejecutor asiéndose con emoción a su afilado tridente áureo, ansioso por destajarlo sin piedad.

    —Una vez más puedo ver el final que tantas veces he contemplado… —musitó casi por instinto el Dorado. Su rostro reflejaba una expresión ausente, casi demente—. Al parecer mi maestro se equivocó en lo que afirmó hace años sobre mí… Me faltó mucho para dejar atrás mis debilidades…


    ==Hace seis años. Rodorio, Grecia==

    Una amplia planicie colindaba las afueras del pueblo más cercano al Santuario de Atenea, constituyéndose en uno de los pocos espacios verdes entre la árida tierra que predominaba en el sector.

    Aquel escenario usualmente tranquilo y armónico, se vio alterado por la estruendosa batalla que se desarrollaba sobre su soleada alfombra de hierba. Dos Santos de Bronce se debatían en feroz combate.

    —¡‘La Zarpa de Elvashak’! —exclamó una joven enmascarada de dorada cabellera, liberando su máxima técnica en cinco resplandores cortantes de energía.

    En aquellos tiempos, Kyrie portaba con orgullo la cloth de bronce de Lince, en cuyas piezas componentes predominaban fusiformes diseños y una bella tonalidad azul medianoche.

    El ken desplegado impactó con total violencia sobre su rival: Un joven también rubio de semblante suave y un tanto temeroso.

    Tanta fue la inseguridad del muchacho al momento de reaccionar, que nada pudo hacer para evadir las arremetidas que —de no haber sido por la férrea resistencia de la armadura violeta claro que vestía— por poco lo mutilan de modo inminente.

    Eleison, Caballero de Bronce de Brújula, golpeó pesadamente el pasto tras ser proyectado por los aires a causa del ataque de su hermana menor, quien alarmada y arrepentida, intentó acercársele a fin de auxiliarlo.

    —No te atrevas a dar un solo paso, Kyrie —le ordenó con suma frialdad el tercer guerrero que supervisaba la desigualada lucha entre la pareja Ateniense.

    Se trataba de Eremes, Santo de Plata de Cruz del Sur y maestro de Lince y Brújula.

    Eremes era uno de los guerreros que más desconfianza e intriga despertaba entre los habitantes del Santuario, no sólo por su actitud indescifrable y misteriosa, sino también por lo frío y desalmado que se mostraba al acabar con quienes consideraba enemigos de la justicia.

    Aunque la cloth de Cruz del Sur resplandecía en intensos matices rojos, dignos de un Santo de espíritu ardiente y vivaz; en contraste su portador lucía una piel mortecina y pálida, que se complementaba con lo inexpresivo de su semblante de facciones suaves y lo oscuro de su corta cabellera.

    Cruzado de brazos en su característica pose, el instructor de Plata clavó una tranquila y a la vez intimidante mirada sobre su impetuosa alumna.

    —Estás conteniendo tu verdadero poder para no hacerle daño a Eleison, ¿cierto, Kyrie? —añadió inmutable él, deteniendo en seco a la enmascarada que se supo descubierta—. Deja de estar jugando y pelea en serio de una vez.

    El joven de Bronce permaneció de espaldas sobre el pasto, decepcionado de sí mismo al saber que no fue capaz de contener un ken que ni siquiera fue ejecutado con la fuerza debida.

    —No puedo hacerlo, maestro —repuso vacilante la joven de Lince, agachando la cabeza en un gesto de resignación—. No sería justo que lastime a un Santo que posee únicamente funciones de apoyo y no de batalla.

    —Vaya… —empezó a decir Eremes sin rastro de emoción, acercándose lentamente a sus dos pupilos. A pesar de que lucía cual muerto en vida, su presencia era solemne e inspiraba respeto—. Si por primera vez ibas a desobedecer una de mis órdenes, al menos debiste inventar una mejor excusa.

    Las penetrantes y encendidas pupilas grises del Caballero de Plata se clavaron cual cuchillos sobre las azules de su alumno yaciente, quien sintió que su alma se desmoronaba dentro de su ser ante un regaño silencioso. Del mismo modo, Kyrie fue intimidada cuando la misma mirada severa se dirigió hacia ella. No fue capaz de evitar retroceder un par de pasos y de delatar con su postura el miedo que de repente sintió.

    —Siempre has sobreprotegido a tu hermano —le señaló Cruz del Sur en tono monocorde—. Desde que ambos fueron niños, creíste que su calma y amabilidad provocarían que lo maten en el campo de batalla del que siempre lo quisiste alejar…

    —Pero… maestro… —alcanzó a balbucear nerviosa la chica en cloth azulada—. Debe entender que… mi hermano es todo lo que tengo en el mundo y… no permitiría que nada malo le ocurra…

    —¿La escuchaste, Eleison? —le preguntó fríamente sin siquiera voltearse a verlo—. Tu hermana menor acaba de admitir que no te considera lo suficientemente fuerte como para sobrevivir por ti mismo…

    La aludida intentó refutar tal aseveración, pero un asfixiante nudo en la garganta no se lo permitió.

    —Ustedes conocen bien a los alumnos de Shaina de Ofiuco, ¿cierto? —continuó hablando el Plateado con el mismo tono serio—. Theron de Unicornio y Narella de Sextante entrenan juntos al mismo nivel, siendo que ella también es considerada como un Santo de apoyo al igual que Eleison.

    Bruscamente, Eremes agarró a su discípulo del guantelete derecho y lo obligó a reincorporarse. Tomándolo por ambas hombreras de bronce, lo encaró con firmeza.

    —Jamás olvides que eres un Santo de Atenea como Kyrie y como yo —El abrumado Caballero de Brújula intentó apartarle la vista, pero la impresión de contemplar por primera vez una ávida expresión en su rostro, lo paralizó por completo—, y ya va siendo hora de que aceptes tu rol como tal y de que te comportes como un auténtico guerrero…

    Atónitos, los hermanos contemplaron la repentina expansión de la energía cósmica de un Santo del nivel de Eremes. Su aura de tonalidad roja transmitía intensos sentimientos de violencia e incertidumbre; siendo tan potente al incrementarse, que por poco derribó a Lince y Brújula tras alejarlos con su sola presión.

    —Pelea contra mí, Eleison —le ordenó implacable y rebosante de poder—. Demuéstrame tu fuerza como Santo de Atenea.

    El rubio, con las rodillas temblándole, apenas fue capaz de mantenerse en pies. Tan aterrado estaba, que no fue capaz de contestar el desafío.

    —¡Deténgase, maestro!! —le exigió en medio de su desesperación la Amazona, colocándose frente a su hermano con los brazos extendidos en un valiente gesto protector—. ¡No permitiré que lastime a Eleison!!

    —Te he enseñado bien, Kyrie —resaltó el pálido guerrero de cabellera negra, intentando ocultar con su hablar indiferente el orgullo que sintió por su alumna—, pero te advierto que si Eleison no me detiene, mi ken acabará con ambos, porque no pienso contenerme al ejecutarlo…

    La vida de su hermana se encontraba en peligro y aquello era algo que no podía permitir. Mientras la tensión y el silencio se hacían más abrumadores entre los tres, por primera el Santo de Brújula sintió auténtica convicción para enfrentarse a un rival más fuerte que él en todos los aspectos.

    —¡Ya es suficiente!! —exclamó a todo pulmón Eleison. Sus facciones usualmente serenas se vieron desencajadas por la más extrema ira. Al mismo tiempo, su cosmos gris se encendió con ímpetu hasta niveles insospechados—. ¡Aunque me cueste la vida, esta vez seré yo quien proteja a mi hermana!!

    Tras girar su enmascarado rostro, la doncella de Lince fue incapaz de reconocer a su inocente hermano mayor en aquel guerrero cegado por la furia irracional. Tal era su shock, que casi no sintió el instante en el que el rubio la hizo a un lado a fin de arrojarse impulsivamente contra su maestro y atacarlo a quemarropa.

    —¡No me importa que sea mi maestro, lo haré pedazos si se atreve a tocarla!!!

    Visiblemente sorprendido, Eremes logró bloquear con sus guanteletes de plata los rabiosos golpes que le arrojaba su pupilo. Tal era la fuerza de las patadas y puñetazos cargados de cosmoenergía, que el maestro era obligado a retroceder tras cada estruendoso impacto.

    —No lo haces nada mal —aceptó el de cloth carmesí, protegiéndose hábilmente en medio de la vertiginosa lucha—. A pesar de poseer ese aire angelical y pasivo por el que siempre te juzga la gente, la firmeza de tus ataques me demuestra tu fortaleza de carácter.

    Eremes era conocido también por su agilidad mental al crear meticulosas tácticas de combate, así que en ese momento vio la oportunidad perfecta para atacar una de las partes del cuerpo no protegidas por la armadura de Brújula: el abdomen. Un simple puñetazo le bastó para dejar a su alumno sin resuello y retorciéndose de dolor sobre la hierba.

    —¡Eleison!! —Kyrie vio seguro acercarse al convaleciente guerrero de bronce, siendo que éste y su contrincante disminuyeron sus cosmoenergías tras terminar el combate entre ambos de manera intempestiva.

    —Acabas de cometer un grave error —le hizo notar el mentor a su protegido, tras relajar su pose y cruzarse de brazos. Era apremiante que lo tranquilice, ya que desde el suelo continuaba mirándolo con marcado resentimiento—. Todos los seres humanos poseemos una fuente de fuerza, una razón para luchar. La tuya, Eleison, no radica en la ira desenfrenada.

    —El maestro Eremes tiene razón —secundó la chica enmascarada en tono preocupado, al tiempo que se arrodillaba frente a él—. Te conozco de toda la vida y sé que eres un ser humano ejemplar. Debo admitir que siempre he admirado tu calma y amabilidad.

    —Traicionar lo que eres en realidad, podría significar tu muerte en un combate real —le advirtió sin reservas el Santo de Plata, con su clásico tono distante—. Escúchame bien, Eleison: Tu sensibilidad y personalidad tranquila no constituyen una debilidad; al contrario, son aquellas cualidades las que representan tu principal fuente de fuerza —En un gesto amable y nada común en él, Eremes le ofreció la mano a su confundido pupilo y lo ayudó a reincorporarse—. Sólo ten en cuenta que no debes enfocar de modo erróneo aquellas fortalezas, o de lo contrario te convertirás en un sujeto cobarde y pasivo. Estoy seguro de que un Santo de Atenea como tú llegará muy lejos al potenciar su bondad nata en la paz interior que todo guerrero ansía poseer. De ese modo, serás capaz de batallar con calma e inteligencia en momentos críticos, dejando a un lado el impulso de atacar motivado por factores irracionales.

    Las palabras de Eremes calaron profundo en el joven Caballero. En silencio se prometió a sí mismo jamás olvidar los consejos que —casi a la fuerza— acababa de aprender.

    —Entiendo, maestro —manifestó Eleison, sonriendo amable—. Desarrollaré mis fortalezas hasta convertirme en un Santo digno… Lo haré en nombre de Atenea, de mi hermana, de mi maestro y de toda la humanidad.

    El Plateado pareció reaccionar a la calidez de su alumno, y no pudo esconder la ligera sonrisa que esbozó por un par de segundos.

    —Terminó el entrenamiento por el día de hoy —les informó el tutor, dándoles las espaldas. En un parpadeo, recuperó su distante actitud habitual.

    El sol se ocultó lentamente en el horizonte, creando un hermoso crepúsculo vespertino que tiñó de naranja la planicie.

    Los tres Caballeros regresaron juntos al bastión de su diosa.


    ==Tiempo actual. Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    —«Perdóneme por haberlo olvidado, maestro Eremes —reflexionó Eleison de Capricornio, dotando de un decidido brillo a su antes opaca mirada azul—. Olvidé la lección más valiosa que recibí de su parte, cuando vi a Narella y Theron al borde de la muerte. Le prometo que a partir de este momento honraré su recuerdo al recuperar la personalidad que usted ayudó a forjar, y que permitió convertirme en un Santo de Oro».

    Aún de rodillas, el Dorado alzó la cabeza a fin de observar la imponente y corpulenta figura de Asura, quien a poca distancia, sostenía amenazante el tridente de Shiva en un claro intento por atravesarlo.

    El miedo y la desesperación se esfumaron por completo del corazón y semblante de Eleison, quien en un sincero gesto, le sonrió con calidez a su oponente.

    —¿Por qué ese rostro tan sereno? —inquirió confundido el avatar del dios elefante—. Lo estabas haciendo tan bien, mostrándome ese desasosiego y resignación que manifiesta alguien que está a punto de morir. Vamos, sé buen chico y colabora un poco con el dramatismo del momento, ¿sí?

    Ignorando las palabras de Ganesha, Eleison se reincorporó con toda tranquilidad y dejó abierta su defensa al bajar ambos brazos. Con su clásico porte elegante, dio un par de confiados pasos hacia el frente.

    —Ya es suficiente —dijo amable y calmado el rubio. Su lenguaje corporal daba a entender que no planeaba atacar o defenderse—. No es necesario que dos guerreros leales a sus dioses continúen mancillando con su sangre el territorio sagrado de Brahma.

    —¡No bromees conmigo!! —Tras hacer un infantil puchero, el regordete guerrero intentó aprovechar la pose relajada de Capricornio para acabarlo con un solo corte. Sin contemplaciones y con la ayuda de toda su fuerza física, blandió a Trishula con el objetivo de partir en dos a aquel hombre que, según él, intentaba distraerlo del combate.

    Por fortuna, El Caballero de Oro reaccionó a la misma velocidad que la agresión arrojada a él a quemarropa, esquivando la estela luminosa que ésta generó con una impresionante maniobra acrobática.

    —¡Increíble! —exclamó con emoción el hombretón en armadura color azafrán. Más que nada le estremeció el cambio radical de actitud en su oponente—. ¡Entonces esa serenidad que ahora muestras no es coincidencia!

    Tras ese único ataque, el hindú también vio seguro relajar su instancia de batalla y acomodó su ‘Astra’ a espaldas. Se había abstraído en las serenas pupilas celestes cual límpidos estanques que se reflejaban en los ojos de su antagonista.

    —No sé qué fue lo que te pasó, pero ya no puedo ver rastros de cobardía o miedo en tu alma —admitió con cierto estupor Asura, tras observar con más atención al tranquilo Santo—. Creo que me caes mejor que antes.

    —Aprecio las palabras del oponente más portentoso que he tenido el honor de enfrentar —reaccionó solemne el Dorado.

    La quinta encarnación de Ganesha dejó reposar su masivo ser sobre el mármol de la plaza. Torpemente, había intentado sentarse en la pose de flor de loto, pero su gran peso y redondez no se lo permitieron.

    —¿Qué te parecería hacer un trato conmigo? —le propuso el avatar hindi en tono cómplice y entusiasta.

    —Te escucho… —respondió prudentemente Eleison, sin alterarse ni perder su semblante amable.

    —Es simple: ¡Si vences en el juego de supervivencia que te tengo preparado, recibirás una valiosa recompensa de mi parte!


    ==Maravilla Suprema, Gran Biblioteca de Durgā==

    —Rohana de Kali… —repitió Shaka con marcado sosiego—. Me extraña que una diosa del panteón hindú se presente anteponiendo el nombre de su contenedor humano…

    —¡Silencio, demonio insolente!! —replicó enfurecida la reencarnación de la deidad hindú de la destrucción. Grande fue el resentimiento que la invadió, tras ser obligada a abandonar su forma de monumento colosal—. ¡Pagarás por haberme hecho esto!!

    Tras emerger con dificultad entre la pila de escombros metálicos, la verdadera forma de Kali fue revelada.

    A pesar de que sus facciones eran deformadas por la rabia, Rohana derrochaba belleza en sus delicadas facciones, y elegancia en el tradicional ‘ghagra choli’ rasgado que la vestía. Su piel broncínea se complementaba perfectamente con el tono ámbar de sus grandes ojos y el rojo oscuro de la lacia cabellera que caía sobre sus hombros.

    Aunque su vestido roto delataba lo lastimada que se encontraba, la maltrecha dama intentó disimular este hecho adoptando un porte solemne y digno.

    —Admito que me equivoqué al subestimar a un poderoso ser impío como tú, y más a uno que es capaz de batallar usando ‘mantras’ —declaró entre dientes la avatar, encarando al antaño Virgo con la clásica actitud enérgica que la caracterizaba—. Por desgracia para ti, estás enfrentando a una diosa que, a partir de este momento, luchará con todo su cosmos destructor.

    —Lo siento, Rohana, pero tu derrota ya ha sido decretada —sentenció el Caballero de larga melena rubia, agachando ligeramente la cabeza en señal de compasión—. Por desgracia, olvidaste lo más importante…

    En actitud testaruda, la aludida no prestó atención a las palabras de su oponente. Únicamente se limitó a dejar libre su cosmoenergía, en la forma de un denso halo negro que rodeó su cuerpo y le dotó de un aire espeluznante.

    —Eres tú quien está a punto de ser vencido —amenazó la peligrosa mujer, confiada al saberse rebosante de un poder prodigioso—. En poco, mi espíritu divino transmutará mi apariencia humana en la original de Kali, la gran destructora; y entonces no me detendré aunque ruegues por misericordia.

    Con los ojos todavía cerrados, Shaka se mantuvo inmutable ante el ultimátum de su antagonista. Harían falta mucho más que palabras para alterar al siempre sereno ‘hombre más próximo a un dios’.

    Tras un ademán de la dama hindi, la biblioteca entera se estremeció cuando algo surgió entre los restos de bronce a los que fue reducida la estatua gigante de Kali. Se trataba de una estilizada armadura roja, enchapada en adornos dorados. El ropaje metálico estaba ensamblado a manera de object con forma de mujer de cuatro brazos, la cual parecía danzar en la clásica pose del gran Shiva: la ‘Nataraja’.

    Aquel tótem se veía macabro al manar el mismo vapor oscuro que Rohana.

    —Las armaduras que protegen a los guerreros hindúes son conocidas como “Ishvaras” —explicó jactanciosa la doncella guerrera, al tiempo que rasgaba deliberadamente parte de su vestido multicolor—. Y entre los Ishvaras más poderosos y resistentes, se encuentran los que visten únicamente las reencarnaciones de los dioses de nuestro panteón.

    La coraza de Kali reaccionó a la cercanía de su dueña y enseguida le brindó su protección, tras desfragmentarse y volver a ensamblarse sobre su anatomía. Rohana lució una apariencia todavía más hermosa y amenazante, si cabe.

    —Entonces así son las cosas… —dijo en un suspiro el Santo, con cierto dejo de resignación—. Ya que las palabras no serán suficientes para hacerte recapacitar, no me queda más opción que utilizar métodos más drásticos…

    Ante el sigiloso y atento acecho de Rohana, Shaka unió las palmas de ambas manos en pose de plegaria y concentró una vez más su aura dorada a fin de magnificarla.

    —Ese cosmos casi acaricia lo divino, al igual que el mío… —señaló la Guardiana, arrugando la nariz en un gesto de obvio disgusto. Más que el gran poder que manifestó su rival, le molestó sobremanera percibir la luz áurea de naturaleza cálida que éste manaba. No entendía por qué le hacía sentir tan inquieta, sólo sabía que algo diferente se hallaba en esa última expansión de esa energía, algo distinto a la que empleó para ejecutar las técnicas con las que la atacó anteriormente—. A pesar de portar esa inquietante armadura negra, luces tan inocente como el más puro de los ángeles de dorada cabellera… ¡Pero para desgracia tuya, una diosa como yo no se deja engañar por falsas apariencias!!

    La dama hindú llevó la mano a su espalda baja y extrajo una adornada hoz de mano desde el cinturón de su Ishvara.

    —Te presento a Maheshwarastra —dijo orgullosa, levantando con brío el arma. La luz que se colaba por el techo destruido, se reflejó bellamente en la afilada cuchilla curva—. ¡Te decapitaré con mi ‘Astra’, al igual que lo hizo Kali con el demonio Darika en tiempos ancestrales!

    Extendiendo la mano con la que empuñaba su rosario de ciento ocho cuentas, Shaka contestó en silencio al desafío. Apenas en ese momento, notó algo que le extrañó:

    —«Tres cuentas de jabonero han regresado a su color original… —meditó taciturno, con los ojos aún cerrados—. Es imposible que tres espectros de Hades hayan vuelto…»

    Pero Virgo Negro no podía darse el lujo de distraerse en sus cavilaciones, ya que tenía enfrente a una peligrosa oponente que exigía su atención completa.

    —¡Tendré el placer de aplicar la más cruel de las torturas sobre ti! —le gritó eufórica la sádica diosa destructora, alcanzando el pináculo de su poder semidivino—. ¡‘El Calvario de Darika’!

    Rohana arrojó su ‘Astra’ a una velocidad tan impresionante, que el Santo apenas logró percibirlo acercándosele como un vertiginoso objeto giratorio oscuro que cruzó silbante el aire.

    —¡‘Kān’!

    Por segunda ocasión, el Caballero rodeó su ser con una férrea barrera luminosa, recibiendo con ésta el chirriante impacto de Maheshwarastra.

    —¡Iluso! —le imprecó emocionada y confiada la hindú en armadura carmesí—. ¡Tus trucos de demonio no funcionarán contra un arma divina!!

    En efecto, el ken defensivo de Virgo no fue suficiente para contener el de Kali. La hoz sagrada serró la capa de luz y continuó su trayectoria hasta rebanar limpiamente el cuello de su víctima.

    Cosmos negro y dorado se apagaron, y el silencio reinó en la vacuidad del edificio.

    La cabeza decapitada Shaka se precipitó al piso por su propio peso y rodó a los pies de Rohana de Kali…


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir==

    —No puedo creer que… seas tú… —musitó Milo en un suspiro entrecortado, al contemplar claramente el rostro de su oponente. Sus pupilas dilatadas y pálida faz, fueron señal de la sorpresa que experimentó—. ¡Camus!!!

    —No conozco a nadie con ese nombre —negó el ataviado en armadura blanca, sin rastro de emoción en la voz—. Como te había dicho antes, soy Neptuno, Guardián perteneciente al ejército del gran Júpiter.

    El antaño Escorpión Dorado se mantuvo petrificado y en silencio a causa de la vorágine en la que se habían tornado sus pensamientos. Por una parte, el guerrero que tenía enfrente lucía diferente al portar una desconocida armadura blanca y derrochar aquel cosmos tan blanco como la nieve; pero por otra, también se veía idéntico a Camus. A Milo le sería imposible olvidar su rostro serio, el brillo de sus ojos azules, la tonalidad verde azulada de su larga cabellera y ese porte inconfundible que lo caracterizaba cuando vestía la cloth de Acuario.

    Aprovechando el estupor del rival, el Guardián romano se las arregló para desembarazarse de la parálisis producida por la ‘Restricción’ y, en un gesto severo y a la vez tranquilo, extendió el brazo derecho y giró la palma hacia arriba. Enseguida una corriente de aire congelante empezó a girar entre su mano abierta y formó una esfera flotante de hielo en ésta.

    —Esto será suficiente para acabar con la existencia de uno de los enemigos de la Tierra —pronunció sin temperamento alguno, quien para ese entonces había incrementado su cosmoenergía gélida—. ¡‘Polvo de Diamante’!

    El orbe azul estalló en incontables astillas de hielo que se multiplicaron, y arremetieron a la velocidad de la luz en la forma de un violento vendaval helado.

    Sólo al contemplar la magnificencia de aquella técnica ejecutada a la perfección, el otrora guardián de la Octava Casa volvió a la realidad e intentó contenerla con ambos brazos; no obstante, su capacidad de reacción no fue la suficiente y recibió casi de lleno la ráfaga fría.

    Tan fuerte fue el choque del impulso congelado sobre la humanidad de Milo, que logró proyectarlo en línea recta hacia las alturas; al mismo tiempo que los cristales de hielo lo lastimaban sin piedad. La ascensión fue tan forzada y aturdidora, que nada pudo hacer para aterrizar de modo correcto. De manera aparatosa, impactó de boca contra el sendero de piedra, abriendo un profundo cráter en el proceso.

    —Ahora… ya no tengo dudas… —manifestó el antecesor de Kyrie, forzando una sonrisa cómplice. En un agónico esfuerzo, se reincorporó con dificultad y encaró a su agresor—. Definitivamente tú eres Camus…

    —Me estoy cansando de repetirte lo mismo. Mi nombre es…

    —¡Tu nombre es Camus!! —le interrumpió con furor Milo. Parecía ser que quería recuperarlo de un grito. Sacarlo del letargo y la influencia vil que lo habían obligado a llamarse a sí mismo sirviente del enemigo—. ¡Recuerdo claramente los entrenamientos que tuvimos juntos desde la infancia! ¡Recuerdo bien ese frío que calaba los huesos cada vez que recibía la técnica insigne de los Caballeros de Cristal! ¡Ningún imitador, por más fuerte que sea, podría disimular un ken de Acuario de tal nivel!!

    Por un momento, la intriga invadió al criomante, así que dejó su instancia de batalla y bajó la guardia por un instante.

    —¿Quién es ese tal Camus con el que tanto me comparas?

    —Camus de Acuario es uno los Santos de Oro más nobles de mi generación —respondió decidido y a la vez nostálgico el interrogado—, pero más importante aún… él es mi mejor amigo…

    —Con esas palabras acabas de comprobar que cometes un error —replicó el de atavíos albos con la misma frialdad, cerrando los ojos en un gesto arrogante—. Como Guardián romano, soy más fuerte que cualquier guerrero de Atenea, por alto que sea su rango…

    —Se ve que no entenderás con palabras —repuso el de cabellera azulada, sonriendo con amargura—. ¡En ese caso, te liberaré a la fuerza de la maldad que te posee y que no te permite pensar con claridad!

    —Será como quieras, Caballero —añadió irónico quien se hacía llamar Neptuno—. Si tanto insistes en que soy un Santo de Oro, entonces empezaremos una ‘Batalla de los Mil Días’.

    Milo sabía bien que se encontraba en una clara desventaja, ya que la armadura negra de Escorpión acababa de ser severamente congelada y gran proporción de su cuerpo era atormentada por dolorosas heridas escarchadas que le entorpecían la movilidad. Aun así, no vaciló al abalanzarse contra Camus, pegando un furioso grito durante la trayectoria.

    Al antecesor de Acuario recibió a su antaño compañero extendiendo firmemente ambos brazos. Las manos de ambos se entrelazaron entre sí en el estruendoso impacto, dando comienzo a un furioso forcejeo físico y cósmico de magníficas proporciones. Por primera vez en décadas, el espíritu frío de Camus y el alma ardiente de Milo se enfrentaron en mortal contienda.

    La colisión de los cosmos negro y blanco derivó en la destrucción inmediata del escenario de la lucha: El camino empedrado se partió en innumerables grietas y la mayoría de los respaldos laterales que lo flanqueaban se desmoronaron como si estuvieran compuestos de frágil arena.

    —¡¿Acaso no lo sientes, Camus?!! —le preguntó apasionado el de oscura cloth, esforzándose por prevalecer en medio de aquel caos. Al tener a su amigo cara a cara, se desahogaría con él sin dilación—. ¡¿Acaso no sientes el calor del cosmos de quien siempre te consideró como un hermano?!!

    —Ya me harté de escuchar tantas sandeces… —profirió el otrora Acuario con cierto fastidio. El esfuerzo que hacía por contener la arremetida de Escorpión era notorio en su rostro, y más al romperse el balance de fuerzas cuando se soltó del forcejeo—. ¡Cierra la boca de una vez, Caballero de Atenea!

    El Guardián romano aprovechó la defensa abierta de su enemigo, agarrándolo por el cuello y azotándolo salvajemente de espaldas contra uno de los pocos muros que quedaban en pie en los alrededores. Tal fue la violencia con la que lo impactó, que logró incrustarlo dolorosamente en la piedra y producir un ligero seísmo en el proceso.

    Empotrado entre la piedra, el apabullado Milo se vio completamente despojado de movimiento, ya que gruesas capas de hielo acababan de aprisionar sus cuatro extremidades contra la pared.

    Con sangre recorriendo las comisuras de sus labios, lo más que pudo hacer al saberse a la merced de Camus, fue esbozar una mordaz sonrisa.

    —Conque continúas desafiándome en silencio a pesar de haber perdido —señaló el antiguo protector de la Onceava Casa, observando de refilón a su paralizado oponente. Se notaba un ligero dejo de irritación en su voz—. Pues no te reirás después de que lo que te haré a continuación…

    Un solo golpe fulminante le bastaría para acabar con el invasor del territorio hindú, así que dirigió veloz el puño a su corazón. Sin embargo, el agresor no contó con que un dolor agudo en las piernas lo obligaría a detenerse y caer rendido de rodillas.

    —¿Pero qué…? —Camus perdió su calma habitual al contemplar los finos agujeros que de repente aparecieron entre los quijotes y perneras de su armadura, y más cuando sangre empezó a fluir desde los mismos—. ¡¿Qué son estas heridas tan punzantes?!

    —Es el veneno de las ‘Agujas Escarlata’ —explicó Milo desde su prisión helada—. Es una técnica que ataca al sistema nervioso central, de modo que su intensísimo dolor obliga al oponente a rendirse o morir con quince golpes.

    —Necesitarás mucho más que esto para asesinar a un Guardián de Júpiter…

    —Mi intención no es acabar con tu vida, Camus. ¡He utilizado mi ken sobre ti para recuperarte!!

    Gran variedad de recuerdos golpearon el cerebro del antecesor de Acuario, quien vio proyectados los instantes en los que se convirtió con un Santo de Oro a la tierna edad de siete años. La vívida secuencia de imágenes y sonidos vino acompañada de una fuerte carga emocional, ya que la memoria más sobresaliente, era la del momento en el que su mejor amigo lo acogió con un efusivo abrazo frente a la caja de pandora de Acuario. A su mente vino la sensación helada que agarrotaba sus pequeñas manos tras ejecutar un ken de cristal, pero también la de confort que le transmitió el niño que le ayudaría a recuperar la movilidad con la acogedora calidez de su cosmos.

    —Entonces tu nombre es Milo… —pronunció el guerrero de blanco, sacudiendo la cabeza a fin de reubicarse en tiempo y espacio—. Lo siento, Milo, pero ese tipo de ilusiones no te servirán para alterar mi psiquis.

    —No fueron ilusiones las que te mostré, amigo —respondió muy serio el aludido—. Fueron tus recuerdos sin alterar los que te devolví a la fuerza con una variación de mi técnica.

    El Caballero Negro aprovechó la relativa vulnerabilidad de su antiguo compañero para liberarse del duro hielo que lo atenazaba. Extendiendo amenazante la uña roja que sobresalía de su índice derecho, gritó:

    —¡‘Aguja Escarlata’!!

    Dos aguijones más fueron desplegados en veloz secuencia, e impactaron sobre los pectorales del guerrero albo con una fuerza tan lacerante, que lograron proyectarlo varios metros y derribarlo sobre sus espaldas.

    —Me he reencontrado contigo entre los vivos y ni siquiera posees el aura dorada con la que te conocimos siempre… —le dijo Milo, masticando las palabras. Observarlo retorciéndose sobre un charco de su propia sangre, era una imagen que apenas podía soportar—. ¡¿Qué crees que pensaría tu más fiel alumno si viera a su maestro envuelto en esa nada natural cosmoenergía blanca?!!

    Más memorias salieron a la luz desde los más oscuros recovecos de la mente del poseso Camus, esta vez mostrándole el instante mítico en el que batalló a muerte contra su pupilo Hyôga. En un instante, evocó su noble sacrificio en el templo de Acuario, y el orgullo que sintió cuando el antecesor de Cisne alcanzó el Séptimo Sentido y dominó el Cero Absoluto, acarreando así el legado de sus técnicas.

    —Recuerdo bien cuando regresaste de la muerte como un sirviente de Hades —repasó el de oscuros atavíos, intentando ocultar el tono de reproche implícito en su voz—, pero aun con lo empeñados que estaban Saga, Shura y tú en acabar con Atenea, sabía bien que el legendario Acuario no podía ser un traidor —Sus ojos acusantes se encendieron y lucieron más amenazantes que nunca—. ¡Por lo tanto te exijo que me digas si en esta ocasión también estás fingiendo lealtad a los dioses que pretenden destruir a la humanidad!!

    El regañado no contestó y simplemente se limitó a pararse con cierta dificultad. Las agudas once heridas que lo atormentaban le dolían al extremo con cada borbotón de sangre que manaban, pero aun así, no se dignó a mostrar el mínimo semblante de suplicio, ni emitir un solo quejido. Con la misma frialdad y mirada opaca, simplemente dijo:

    —Tu problema es ser demasiado sentimental. Se nota claramente que tienes una enfermiza fijación por tu amigo muerto, y por esa razón lo ves proyectado en mí —Irritado, Milo intentó refutarlo, pero Camus se lo impidió al continuar con su discurso—: Si acaso piensas obtener la victoria en esta batalla, deberás deshacerte de todas esas emociones inútiles que tanto intentas provocar en mí con tu ken…

    —¡Te equivocas!! —le increpó vehemente Milo—. ¡Son las emociones las que nos han impulsado a ambos luchar por la justicia!! —La manifestación física de su cosmos dejó de ser negra para rebosar en un dorado tan resplandeciente como la armadura que portó hace años—. ¡Nadie en este mundo te conoce más que yo, Camus, y por lo tanto sé bien que has adoptado a la disciplina y frialdad como partes de tu personalidad; pero no de un modo tan antinatural como las que me estás mostrando en esta batalla!!

    —Tonterías… —respondió necio el aludido entre dientes—. Lo que ves es lo que soy…

    —¡Pues entonces te haré saber que detrás de ese exterior indiferente, se oculta el espíritu bondadoso y cálido de mi amigo!!... ¡‘Aguja Escarlata’!

    El Guardián actuó con presteza al erigir un sólido muro de hielo para protegerse de los tres rayos rojos que vio acercarse, pero tan punzantes y raudos resultaron estos, que atravesaron la barrera cristalina y la armadura blanca de Neptuno sin esfuerzo, hasta clavarse limpiamente en su abdomen.

    Por tercera ocasión, el lacerante dolor vino acompañado con recuerdos del pasado, esta vez del momento en el que Camus —como Santo Dorado de Acuario— lo sacrificó todo junto con sus once compañeros, en un valiente esfuerzo por reproducir la luz solar y derribar el Muro de los Lamentos en Giudecca.

    Recibir los catorce aguijones, combinados con reminiscencias de carga emocional tan fuerte; fueron factores que el guerrero blanco ya no fue capaz de soportar. A pesar de su último discurso y de la resistencia de la que había hecho alarde hasta el momento, no logró mantener la calma.

    —¡Ya es suficiente!!! —exclamó a toda voz y completamente fuera de sí. Se sostuvo la cabeza con tanta fuerza, que a punto estuvo de lastimar su cuero cabelludo—. ¡Pagarás por revolver mi mente de este modo con todos esos recuerdos!!!

    El halo níveo del autodenominado Neptuno se elevó a niveles que escapaban a la imaginación, ante la estupefacta mirada de quien le hizo perder los cabales.

    —«Entonces este es el alcance máximo de tu poder tras ser liberado del castigo que nos impusieron los dioses griegos —meditó Milo, sonriendo amargamente mientras se cubría el rostro con el antebrazo. Una violenta corriente helada había acompañado a la magnífica liberación de energía que tornó el escenario de la lucha en un completo pandemonio. Casi no quedaba piedra sobre piedra, ya que todo tipo de escombros se habían congelado y desperdigado—. Vaya… creo que el equilibrio de la ‘Batalla de los Mil Días’ se acaba de romper…»

    El antaño Escorpión Dorado era muy consciente de su situación. El daño acumulado de tres combates había mermado severamente su capacidad física, pero no su espíritu. A pesar de tener todo en contra, no retrocedería un solo paso; así que, tanto como le fue posible, hizo arder su cosmoenergía de color dorado.

    —¡Alcanzaré tu corazón con el ardor de mi aguja más poderosa! —sentenció Milo, plantándosele osadamente a su rival a pesar de no haber igualado su poder—. ¡Aunque eso signifique quitarte la vida, te devolveré el recuerdo más precioso que tenemos juntos!! ¡Ése será el último regalo de mi parte, amigo Camus!!

    —¡Ya deja de confundirme con tus palabras y tu cosmos!! —reaccionó el antecesor de Acuario con un ímpetu casi demencial—. ¡Desaparece de una vez, Milo!!

    Camus había levantado y posicionado ambos brazos en la clásica pose de cántaro. Cuando apuntó a su amigo con las manos entrelazadas, lágrimas de sangre fluyeron espontáneamente de sus ojos azules.

    —¡‘EJECUCIÓN AURORA’!!!

    —¡‘ANTARES’!!!

    Continuará…
     
    Última edición: 12 Febrero 2020
    • Sad Sad x 1
  7.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    6172
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo



    CAPÍTULO 61: ASURA DE GANESHA, LA ENCRUCIJADA DEL DIOS ELEFANTE

    ==Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    —¿A qué te refieres con un “juego de supervivencia”? —inquirió prudente Eleison, al hombretón plácidamente sentado frente a él.

    —Ganesha es conocido por ser el dios que aclara el entendimiento humano —divagó Asura, balanceándose hacia atrás y adelante gracias a la redondez de su cuerpo—. Del mismo modo, se le atribuye el don de remover los obstáculos que se presentan ante sus fieles.

    —Eso no responde a mi pregunta…

    —Paciencia, Santo de Atenea. Lo que intentaba decirte es que, en casos muy especiales, existen seres humanos prodigiosos que logran ese entendimiento tras encontrarse a sí mismos, tal como lo hiciste en el momento más crítico. —Hizo una pausa para escoger bien sus palabras. Su regordete talante ya no lucía esa expresión bonachona que tanto lo caracterizaba, sino una más bien reflexiva—. Sin embargo, todavía te hace falta remover esos obstáculos espirituales que no te permiten potenciar correctamente la autoconsciencia que recién despertaste.

    —Entonces quieres decir que…

    El hindú le interrumpió:

    —Quiero decir que si ganas en mi ‘juego’, no sólo obtendrás una recompensa de mi parte, sino que también alcanzarás la más perfecta iluminación; pero si pierdes, habrás demostrado que nunca fuiste digno y morirás…

    Para el Dorado no pasó desapercibido el notable cambio en la actitud de su interlocutor. Respirando hondo y cerrando los ojos en un gesto de sosiego, reaccionó con la misma solemnidad:

    —Adelante, Asura de Ganesha. Que lo que tenga que hacerse, se haga.

    El avatar hindi levantó su descomunal peso desde la superficie de mármol que se le antojaba tan cómoda. Enseguida sus manos adoptaron las posiciones conocidas como várada mudra, las cuales eran empleadas por el dios elefante para agradecer a sus devotos en tiempos mitológicos; sólo que en esta ocasión las utilizaría para concentrarse en avivar su energía cósmica.

    El aura anaranjada del ser místico abarcó por completo al Santo de Capricornio, cobijándolo con una calidez tan acogedora, que provocó que éste último se sintiera auténticamente protegido y seguro.

    —‘Liberación del Mūlādhāra’.

    Tras ser pronunciada la técnica inédita de Ganesha con tan pausada bonanza, el Caballero de Oro vio proyectada ante sus ojos la imagen semitransparente de un gran loto rotatorio, compuesto de tan sólo cuatro pétalos.

    —Reconozco esa iconografía —manifestó el joven casi en un suspiro. Los párpados le empezaban a pesar a medida que la flor etérea ralentizaba sus giros, hasta el punto de mantenerse estática en el aire—. He leído que con aquel símbolo se representa a uno de los siete chakra.

    —Justamente… El que ves frente a ti, es el primer chakra; el cual alude a la raíz de los demás. El ‘Mūlādhāra’ es el origen físico, ancestral y vital; el punto donde nace la energía cósmica y espiritual del ser humano… Gracias a mi técnica, he extraído este primer punto esencial desde tu cuerpo…

    —¿Qué es lo que pretendes al arrebatar mi centro de energía? —preguntó el rubio con hablar lento.

    —Es aquí donde comienza mi juego, Eleison: Debes cortar con ‘Excálibur’ el pétalo o los pétalos que consideres están de más en tu primer chakra. Sólo recuerda que, si acaso lo haces de modo incorrecto, sufrirás lo indecible al desfragmentarse tu alma y despedazarse tu existencia física en el infinito.

    Más que incertidumbre por el peligro latente que habría de atravesar, el Dorado sintió auténtica paz. Atento y relajado, escuchó la explicación que tan tranquilamente le dio a continuación su oponente:

    —Imagina un estanque calmado, cuyas aguas se alterarían si algo cae sobre ellas. Tu mente representa ese estanque, Eleison, y las hojas carmesí del loto simbolizan esas alteraciones que perturbarían su tranquilidad… En ti queda decidir qué pétalo o pétalos de tu chakra no producirá ondas al caer sobre el agua…

    —¿Cómo podría saber cuál es el correcto? —preguntó el joven absorto en el ken divino, sin retirar su entrecerrada y casi ausente mirada azulada de la flor.

    —Lo sabrás ahora que has aprendido a controlar tus impulsos de ira y despertar tu calma nata —Asura hizo una pausa para apuntar con su grueso índice cada uno de los componentes del ‘Mūlādhāra’—. Cada pétalo representa a uno los cuatro anhelos que posee todo ser humano: El de la parte superior simboliza al “Dharma” (el anhelo ético y religioso), el de la derecha al “Artha” (el anhelo por poseer bienes materiales), el inferior al “Kama” (el anhelo por satisfacer los deseos físicos) y el de la izquierda al “Moksha” (el anhelo por la liberación espiritual).

    Ganesha esperó expectante la respuesta de Eleison tras un par de minutos de silente meditación de éste, hasta que al fin reaccionó elevando el brazo en la clásica postura que caracteriza a la ejecución del ken de la espada sagrada.

    —Lo lógico sería cortar los pétalos superior e izquierdo, ya que ambos simbolizan ideales inmateriales que supongo no alterarán la laguna…

    A punto estuvo de invocar a ‘Excálibur’ para ejecutar lo dicho, pero se detuvo en seco.

    —¿Qué ocurre, mi estimado Santo? —preguntó con notorio interés el de armadura y cosmos azafranados—. A estas alturas de la batalla no puedes darte el lujo de dudar de ese modo…

    —Tienes razón, Asura. No dudaré más a partir de este momento —En un gesto que sorprendió al hindú, el protegido por Capricornio relajó su instancia agachando la cabeza y cruzándose tranquilo de brazos—. No cortaré ninguno de los pétalos…

    —Por favor, explícame el porqué de tu decisión —le pidió con parsimonia el avatar del dios elefante, intentando ocultar la sonrisa cómplice que se dibujó en su faz.

    —Si los anhelos materiales del “Artha” y el “Kama” fuesen despojados del equilibrio que les otorga los espirituales del “Dharma” y el “Moksha”; la vida del ser humano se convertiría en un absoluto caos —afirmó el humano de angelical aspecto, con un hablar elegante y sereno—. Los cuatro pétalos se complementan entre sí, logrando la armonía en el origen de los siete chakra.

    Maravillado y gratamente sorprendido, Asura contempló la imagen del loto rojo posándose suavemente sobre el estanque imaginario. Tan delicada fue la caída de la flor completa, que no produjo una sola onda sobre las quietas aguas.

    —¡Tu respuesta fue perfecta! —soltó alegre Ganesha, al tiempo que aplaudía y deshacía por completo la ilusión de su arte divino—. ¡Te felicito por haber vencido en mi juego!

    Dicho esto, se llevó con dificultad la mano a la espalda a fin de agarrar con firmeza su afilado tridente de oro. Sonriendo ampliamente, se plantó con el arma frente al rubio.

    —Tal como te había comentado antes, hasta el momento no has poseído la protección de un arma legendaria original… Por fortuna para ti, eso está a punto de cambiar…

    Eleison vio incrédulo el instante en el que, de modo ceremonioso y formal, el Guardián le ofreció a Trishula.

    —Vamos, toma tu recompensa —le incitó, sonriendo amable—. Te has ganado la posesión del ‘Astra’ del poderoso dios Shiva.

    Con un poco de desconfianza, Capricornio empuñó firmemente el arma con ambas manos. Por un momento, se dejó llevar por la belleza de aquel artefacto que lucía una tonalidad áurea incluso más resplandeciente que la de su armadura.

    —Antes de quedarme con tu obsequio, respóndeme algo, Asura —le pidió el joven con sus serenos ojos aún posados sobre el tridente que sostenía—. ¿Por qué has decidido ayudarme, si hace pocos minutos estabas tan empeñado en asesinarme y ofrecer mi cabeza a tu señor?

    Por unos segundos, el interrogado no respondió. Estaba absorto en la pura mirada celeste del Caballero, que para ese instante lo observaba con absoluta calma. Incluso le pareció que aquellas pupilas le transmitían una sensación de relax aun mayor a la que él mismo era capaz de manar con su cosmos semidivino.

    —No estoy traicionando al gran Brahma con mi gesto, si acaso es eso lo que piensas —respondió al fin el hombretón, tras sacudir la cabeza de un lado a otro para salir de su embelesamiento—. Es solo que hay algo diferente en ti que no puedo precisar con exactitud… Quiero que el supremo hindú corrobore por sí mismo lo que te hace un ser especial, y por ese motivo te estoy proporcionando un medio para que seas capaz de sobrevivir hasta que alcances su morada.

    Aún confundido por las palabras de su benefactor, Eleison se sobresaltó cuando el tridente de oro se desfragmentó entre sus manos, para luego trasmutar en un poderoso halo dorado que se concentró y revoloteó alrededor de su brazo izquierdo.

    —«Entonces esta es la fuerza que otorga el arma de un dios hindú de la altura de Shiva —pensó atónito el sucesor de Shura, apretando con brío el puño siniestro y controlando la descomunal energía que se desprendía de éste—. Puedo sentir mi poder cósmico incrementándose de golpe».

    —A partir de este momento, Trishula vivirá en tu brazo izquierdo. Evoca su nombre cuando necesites su asistencia.

    —Te lo agradezco, Asura —replicó cortés el joven, haciendo una ligera reverencia—. Batallar contigo me ha permitido armonizar mis pensamientos y obtener la valiosa protección de tu ‘Astra’. Te prometo que lo emplearé únicamente para hacer que la justicia prevalezca.

    La reencarnación de Ganesha prorrumpió en sonoras carcajadas de satisfacción.

    —Me caes bien, muchacho —admitió divertido—. En nada te pareces al impetuoso e imprudente guerrero que enfrenté en un principio, y por esa razón te obsequiaré algo más…

    El asiático tomó la mano enguantada en metal dorado del Santo, y colocó en ella tres pequeños objetos esféricos amarillos.

    —¿Qué es esto? —preguntó Eleison con curiosidad, tras percibir el delicioso aroma que desprendían los que parecían ser suaves caramelos redondos, envueltos en una fina cobertura de papel—. Lo siento, pero en momentos como estos no me apetece probar bocado.

    Una vez más el hindi rió estridente.

    —Pues deberías comerlos, mi estimado Eleison. Esos dulces son conocidos como ‘laddu’ en la India y son los últimos que me quedan —En señal de camaradería y confianza, le dio un ligero codazo en un costado del brazo mientras le guiñaba un ojo—. El señor Brahma me ha estado recompensando con estas ricas golosinas que ahora tendrás el placer de degustar.

    —Pues se nota que has consumido masivas cantidades de este dulce —dijo a son de broma el Ateniense, reaccionando así a la buena voluntad de Asura.

    Orgulloso y sonriente, el aludido golpeó su redonda panza con sendas palmadas, como dando realce a su voraz apetito.

    —¡Me has descubierto, Eleison! —admitió riendo con infantil entusiasmo—. ¡No hay nada mejor que estos bombones para quitar el hambre y recuperar la energía!

    El protector de la Décima Casa sonrió con mayor soltura y seguridad. En relativamente poco tiempo, había tornado la situación a su favor.

    —Gracias nuevamente, Asura de Ganesha. Conservaré estos ‘laddu’ como símbolo de tu amabilidad y buena voluntad.

    El momento ameno terminó, cuando el semblante del Dorado se tornó más serio. Su mirada se había centrado en las afueras de la plaza, específicamente en los templos remotos en los que había sentido una perturbación cósmica.

    —Por ahora me despido, debo apresurarme en apoyar a mi hermana y amigos.

    —Entonces no te distraigo más, Eleison.

    A punto estuvo el rubio de marcharse, pero algo lo detuvo.

    —Antes de irme, respóndeme algo, por favor.

    —Pregúntame lo que necesites saber.

    —¿Qué harás a partir de este momento?

    —Esa es una pregunta muy vaga, ¿no crees? —contestó un tanto dubitativo el corpulento y obeso hombre—. La verdad no lo he pensado todavía, pero de lo que sí puedes estar seguro, es que me aburriría demasiado lastimar a otro ser humano.

    —Eso es suficiente para mí —dijo aliviado el portador de Capricornio, recuperando nuevamente su talante cordial—. Otra vez, gracias.

    —Agradeces demasiado a tus rivales, chico —le reprochó burlón pero amable el dios elefante, soltando risotadas intermitentes—. ¡Márchate de una vez o te quitaré los dulces que te di y me los comeré!

    Asintiendo en silencio, Eleison le regaló una última sonrisa al Guardián y abandonó con presteza la otrora esplendorosa Plaza de Bodhidharma; cuyo piso, monumentos y edificios lucían en su mayoría destruidos a causa de innumerables cortes, producto de la batalla que hace poco libraron los contendientes de ambos bandos.

    Sabiéndose solo, Asura se sentó lo mejor que pudo y cerró los ojos a fin de meditar y tomar una decisión sobre cómo debería proceder a continuación. Tan concentrado estaba, que no se percató de la sigilosa presencia que de repente apareció a su lado…


    ==Maravilla Suprema, Gran Biblioteca de Durgā==

    —¡Fue una victoria demasiado sencilla!!

    La demencial voz y carcajadas de Rohana de Kali abarcaron el edificio entero con su estridencia. Grande fue su satisfacción al contemplar la cabeza decapitada que acababa de rodar a sus pies.

    En un alarde de vanagloria, levantó del piso la testa de Shaka, tomándola por las sienes con ambas manos. Le produjo un ligero disgusto la ausencia de sufrimiento en aquel rostro sereno, resaltado por esos ojos cerrados con absoluta naturalidad.

    —Ya nada podrá evitar que me convierta en una auténtica diosa —le contó jactanciosa al ausente Virgo, sonriéndole burlona y confiada al tener cara a cara su cabeza cercenada y sangrante—. Cuando mi apariencia emule a la de la verdadera Kali, mi poder será infinito como el de ella…

    Ligeros temblores invadieron el ser entero de la mujer en armadura roja y dorada, cuando su piel empezó a palidecer y a adoptar una extraña tonalidad azulada. De algún modo se las arregló para contener los dolorosos espasmos que le significaron tan drástico cambio.

    —Ya me había cansado de sostener la cabeza del demonio Darika como trofeo —comentó sarcástica entre jadeos—. ¡A partir de este momento, mi supremacía como diosa será inmortalizada con la cabeza del poderoso demonio Shaka!

    En un lascivo y enfermizo impulso que la abordó de repente, la Guardiana acercó lentamente sus labios a los del Santo con la clara intención de besarlos. Aquella sería su enfermiza forma de humillarlo y recompensarlo a la vez.

    —Sólo ves lo que deseas ver, Rohana de Kali —habló sorpresivamente la parte corporal que ella agarraba, haciendo eco en toda la biblioteca con su voz autoritaria—. Una vez más me has demostrado que olvidaste lo más importante…

    Antes de que la soltara a causa de la impresión, la bella dama vio desvanecerse la cabeza de su rival entre sus manos. Al saberse engañada, su reacción inmediata fue intentar centrar su mirada en el cuerpo decapitado, pero éste también había desaparecido sin dejar huella.

    El asombro y la incertidumbre la obligaron a escrutar desesperadamente cada rincón del recinto con todos sus sentidos, pero no había el más ligero rastro del cosmos del enemigo en armadura negra.

    —¡Sal inmediatamente de tu escondite! —le exigió furiosa—. ¡No me engañarás con ese tipo de ilusiones!!

    Apenas logró girar la cara a su izquierda, cuando una sigilosa presencia pasó caminando a su lado con total tranquilidad. Paralizada quedó al ver de reojo los cabellos dorados de Shaka, y sentirlos acariciándole con suavidad una parte desprotegida del brazo.

    —Entonces así son las cosas… —dijo la reencarnación de la deidad destructora, apretando fuertemente los dientes. Grande fue su fastidio y frustración, al atestiguar que su oponente se erguía ante ella y que, al parecer, no tenía un solo rasguño—. Me has obligado a utilizar mi técnica más poderosa…

    El cosmos negruzco de la dama se tornó más nocivo y asfixiante durante su errática expansión, hasta el punto de rodear con su bruma al antaño Virgo, quien, sin inmutarse, esperó paciente y silencioso los siguientes movimientos de la oponente.

    Rohana aún se veía hermosa a pesar de lucir un nada natural tono azul de tez, pero eso cambió cuando sendos colmillos en su boca mancillaron la armonía de sus facciones. Más amenazante lució aún, al momento que un tercer brazo nació violentamente de su espalda, atravesando incluso el metal de su Ishvara. La avatar hindú se parecía cada vez más a la clásica imagen de Kali…

    —Y esto es sólo el principio…

    Un extraño objeto se materializó en la nueva extremidad de la casi deidad. Se trataba de un collar formado de pequeñas cuentas con la forma de cráneos.

    —¡Serán estas ciento ocho calaveras las que me otorguen la victoria definitiva! —afirmó ella muy segura, al tiempo que hacía chasquear los abalorios de esqueleto con un movimiento ritualista—. ¡‘Shiva Adi-shakti’!!

    Adoptando la posición de Kúbera mudra con una mano, despedazó el collar con las otras dos, esparciendo así el más de centenar de cuentas en el aire. Los diminutos cráneos parecieron tomar vida propia, ya que flotaban inquietos alrededor de su dueña. No pasó mucho tiempo para que notaran la presencia del de cloth oscura y se dirigieran raudos y al unísono hacia él.

    —Es una técnica bastante poderosa la que has ejecutado —admitió el atacado pausadamente en medio de la trayectoria—, pero no planeo hacer nada para defenderme de ella…

    Como si fuesen entidades inmateriales, la multitud de calaveras ingresaron en el cuerpo Shaka, sin que él haga el mínimo esfuerzo por evitarlo.

    —¡Imbécil!! —lo insultó la hindú de tres brazos, riendo con mayor disonancia, si cabe—. ¡Jamás debiste permitir que mi técnica invada tu ser! ¡Tu sistema nervioso colapsará y perderás por completo la cordura, porque a partir de este momento experimentarás en segundos el horror de ciento ocho muertes distintas! ¡Sufrirás lo inenarrable muchas veces, con el supremo final definitivo que ya has probado antes!

    En efecto, el otrora Dorado sentía que un terrible dolor lo consumía por dentro; pero aun así, no dio señal de angustia. Limpiando el hilo de sangre que se deslizó por la comisura de sus labios, le habló a su oponente con la misma calma que lo caracterizaba:

    —Los discípulos de Buda estamos preparados para superar a la muerte, la cual no es algo definitivo como afirmas. La muerte, por dolorosa que sea, representa una transición necesaria —El aura dorada del antecesor de la virgen se tornó tan cándida y magna como su hablar—. Las flores, en todo lo hermosas que son, también tienen su fin al momento en que se marchitan… A todos los seres vivos de este mundo nos llega nuestra hora, tarde o temprano. A ese cambio en el que vivimos inmersos, se le llama “mutabilidad”.

    —Tonterías… ¿Qué sabe un cadáver revivido sobre el verdadero significado de la muerte y la reencarnación?

    —Te repito que estoy vivo en realidad, Rohana, y te lo probaré de este modo… ¡‘Ōm’!!

    Proyectando su energía vital hacia sus adentros, el Caballero Negro fue capaz de purificar su humanidad de todo rastro del ken enemigo. Una vez más, el Octavo Sentido —el Arayashiki— le permitió sobreponerse a la máxima de las adversidades.

    —Definitivamente, tú… tú eres más que un humano o un demonio… —declaró aterrada Kali, balbuceando. Fue sobremanera impresionada por el prodigio del que fue capaz el ‘hombre más cercano a un dios’—, de otro modo, jamás habrías sobrevivido a… un ken tan terrible como el que te arrojé… —El terror en su corazón fue reemplazado por la ira que le produjo su fracaso—. ¡Pero se supone que una diosa es siempre superior a quien sea que enfrente!!

    —Fue precisamente esa forma de pensar la que sentenció tu derrota, porque has olvidado los principios básicos del hinduismo: donde alguien, siendo dios o humano, no puede atribuirse un rango más alto o más bajo que otro. Todos los seres racionales, sin excepción, somos iguales y nacimos para servir al prójimo.

    —Puedes servir a quien te dé la gana, no me importa —le reprochó Kali, derrochando desprecio en sus palabras y cosmoenergía—. ¡Yo siempre estaré por encima de todo y de todos, y aquello lo atestiguarás cuando mi cuarto brazo aparezca y me convierta en una diosa invencible!!

    Sus pupilas fueron despojadas de todo color, fusionándose con el blanco de la esclerótica de sus ojos. Su aspecto se tornó aún más inquietante y aterrador.

    —Se acabó… No completarás tu transformación…

    La doncella poseída apagó por completo su energía semidivina, cuando sintió que la agobiaba el punzante dolor de varias heridas. Catorce pequeños agujeros se habían manifestado en partes clave de su cuerpo, y no paraban de sangrar a través de la armadura que la protegía.

    —¿Qué fue lo que… me hiciste? —preguntó confundida. Casi había caído de rodillas y sus ojos regresaron a su natural tonalidad ámbar.

    —Fue mi compañero Milo quien te lastimó de ese modo y evitó tu transmutación —le hizo saber el rubio, aún rebosante de su Séptimo Sentido—. Por lo visto, te alcanzó con su ‘Aguja Escarlata’ a pesar de tu esfuerzo por camuflarte dentro de esa estatua gigantesca…

    Cuando Shaka juntó las palmas de ambas manos, entre ellas se formó una pequeña esfera de luz cósmica que, al expandirse, cambió el entorno completo de la biblioteca. Las gigantescas estanterías llenas de libros que predominaban en el lugar se habían desvanecido, dejando paso a la infinidad de ángeles y querubines que sobrevolaban a una mujer montada en un caballo blanco. La hermosa doncella de túnica alba le otorgaba un aire sacro a la escena, pero también lo hacía temible, al ser una filosa guadaña la que sostenía, y una montaña de huesos humanos la que cabalgaba.

    —Ríndete, Rohana…

    —¡No me dejaré intimidar por este tipo de imágenes! —exclamó ella con la misma presunción que mostró desde un principio—. ¡Nada puede amilanar a la personificación de la destrucción que implica la muerte! ¡Nada puede vencer a la destrucción misma!!!

    —Entonces no me queda más que enseñarte una lección de humildad a la fuerza… ¡‘Capitulación del Demonio’!

    Cuando el antaño Virgo ejecutó una de sus más poderosas técnicas, la ilusión femenina de la que venía acompañada se entremezcló con una variedad de paisajes celestes e infernales del budismo, como dando a entender que aquel arte combinaba la armonía y la corrupción del paraíso y los avernos. Acto seguido, una intensa luz se encontró con la Guardiana y la destrozó por completo junto con su armadura.

    Siendo propulsada varios metros en el aire, una casi inerte Rohana cayó de bruces sobre el piso del recinto que vigilaba. Aunque su vida no le fue arrebatada, si le fue su orgullo con la humillación de la derrota.

    —¿Por qué no… me mataste? —le preguntó con dificultad a quien la había vencido. No tenía energía ni para mover un músculo y su apariencia volvió a ser la de una humana común, aunque convaleciente—. ¿Quién o qué eres en realidad… Shaka?

    El aludido no respondió y como no tenía más asuntos pendientes en ese lugar, se volteó dispuesto a marcharse.

    —Respóndeme, por favor —insistió tenaz pero intimidada la maltrecha reencarnación de Kali. De alguna forma se había reincorporado en un agónico esfuerzo, dejando caer los pocos restos de la armadura rota que por inercia se sostenían en su rasgado vestido multicolor.

    —No soy más que un ser humano normal, al igual que tú —respondió condescendiente el rubio, reaccionando a la determinación de la aporreada mujer de cabellera rojo oscuro. Había asomado ligeramente el rostro sobre su hombrera, sin voltearse para encararla—. Soy alguien que aprendió que ser humano implica enmendar los errores que uno comete y aprender de ellos. Sólo así se puede vivir sin hacer daño a quien no lo merece.

    Contrariada, Rohana le retiró la mirada. No tenía argumentos para refutar esas últimas palabras, ni tampoco deseaba hacerlo.

    —Todos tenemos dos caras, como una moneda —le contó Shaka, sacándola de las reflexiones en las que se había abstraído—. Tú, al igual que Kali, posees un lado implacable, violento y destructor; pero por el otro, también tienes una faceta bienhechora y maternal… No olvides eso cuando rehagas tu vida como una mujer bondadosa.

    Virgo Negro se marchó del lugar, así que la bella ex Guardiana vio seguro descansar su agarrotado y maltrecho cuerpo entre el silencio de la biblioteca. Con dificultad, se recostó boca abajo sobre la fría superficie de mármol del piso y se desvaneció de inmediato en un profundo sueño. Por primera vez en toda su existencia, su delicado rostro reflejó una expresión de auténtica paz.


    ==Maravilla Suprema. Narasiṁha Mandir==

    Kyrie de Escorpión se había adentrado en una de las oscuras y rústicas cuevas perforadas en la montaña. No pasó mucho tiempo para que alcanzase el final del largo túnel, guiada por el resplandor que indicaba el final del mismo.

    Tras salir de la gruta subterránea y acostumbrarse sus cubiertos ojos a la intensa luminosidad, se encontró de repente en un nuevo escenario que, en contraste, le pareció de lo más maravilloso.

    La guerrera enmascarada caminó con cautela a lo largo del enorme vestíbulo de aquel templo de adoración, que parecía darle la bienvenida con el aire místico que se respiraba en el mismo.

    —«El creador de esta fortaleza no escatimó en lujos u ornamentación —se dijo a sí misma, escrutando con atención las innumerables alegorías y referencias a la cultura hindi que abarrotaban el techo, piso y paredes—. Al parecer quien la habita es alguien con el ego bastante elevado».

    Un artículo capturó su atención, al sobresalir del resto por su gran tamaño y apariencia estrafalaria. Se trataba de una masiva alfombra de pared, cuyo tejido mostraba con realista detalle la inquietante escena de un ser humanoide con cabeza de león macho y seis brazos, desentrañando cruelmente a un sujeto sobre su regazo.

    —Es horrible… —soltó ella casi en un suspiro—. Entonces son bestias salvajes como estas las que enfrentaremos para defender a la humanidad…

    —Es la imagen del dios Narasiṁha la que tienes frente a ti —replicó una fuerte y dominante voz masculina a espaldas de la Amazona—, y no hay nada “horrible” ni “salvaje” en acabar con un demonio como el que está representado en ese tapiz.

    Alarmada, Kyrie se volteó para contemplar al hombre que le acababa de hablar. La primera impresión que tuvo, fue la de estar encarando a un auténtico guerrero curtido en mil batallas; ya que el recién aparecido lucía una apariencia recia, al ser su porte altivo y su figura atlética.

    El extraño de cabellera verdinegra y ojos rojos, vestía una cargada armadura de tonalidad púrpura con adornos esmeralda. La barba en su mentón le otorgaba un aspecto más maduro a la expresión ávida y severa que concordaba con el austero tono de su voz.

    —¿Quién eres? —quiso saber Escorpión, intentando sonar tan seria como aquel individuo. Sin intimidarse ni vacilar, alzó enseguida la guardia.

    —Mi nombre es Daksha —contestó él con ojos acusantes. Era notorio que no le agradaba nada tener a una invasora en el centro de culto del también llamado ‘Gran Protector’—. Soy el hijo primogénito del dios Brahma.

    Kyrie sintió que se le heló la sangre tras escuchar esas últimas palabras. Por fortuna, su máscara dorada ocultó bien el desconcierto que seguramente reflejó su rostro.

    —Entonces… tú también eres un dios…

    —Exactamente. De entre todos los guardianes hindúes que custodian el territorio de mi padre, yo soy el único que puede afirmar ser un auténtico dios y no una reencarnación. Lo malo es que…

    De repente Daksha calló. Era notoria la incomodidad que le impedía continuar con su discurso.

    —¿Qué ocurre? —inquirió extrañada la sucesora de Milo—. Te veías tan seguro de ti mismo y ahora estás titubeando…

    —Está bien… —El Guardián dio un suspiro de resignación—. Si voy a tener un combate justo como el que espera mi padre, entonces te diré sobre mi predicamento. De todos modos, también mereces mi respeto por haber llegado tan lejos en la Maravilla Suprema.

    —Eso es… muy noble de tu parte —reaccionó ella con cierto recelo, Jamás habría imaginado escuchar tales palabras de un enemigo.

    —Debo admitir que mi poder ya no es el de una deidad primigenia —reconoció él, masticando las palabras—. Brahma mermó mi cosmos divino como reprimenda por mis errores del pasado y, por ese motivo, me otorgó el Ishvara —o armadura— de Cocodrilo, el cual es vestido por uno de los guerreros de más baja categoría en todo el panteón hindú.

    —Aunque afirmes eso, mi sexto sentido me dice que no será nada fácil vencerte —declaró la rubia con la misma firmeza que había mostrado hasta el momento—. No me confiaré al luchar contra ti.

    —Seas quien seas, eres una mujer prudente y sabia —la elogió a su modo el de talante austero, esbozando una ligera sonrisa que denotaba seguridad—. En nombre de la lealtad que le profeso a Brahma, tampoco te subestimaré y no permitiré que pases de este templo.

    —Soy Kyrie de Escorpión, Santo Femenino de Oro —se presentó altiva la Dorada enmascarada—. Y para mí será un honor batallar con todo mi poder contra quien lo daría todo con tal de defender sus principios. ¡Esa será mi forma de mostrarte mi respeto!

    —¡Que así sea entonces!! —exclamó Daksha de Cocodrilo, tras chocar con emoción sus puños en un alarde de fuerza—. ¡Lucharé como un igual contra una guerrera de la orden más poderosa de Atenea!!

    Pegando un estremecedor grito, el de armadura púrpura extendió lateralmente ambos brazos y, en esa peculiar posición, se abalanzó de un salto contra la guerrera que atenta lo esperaba.

    —¡‘Giro de la Muerte de Makara’!

    Tras gritar el nombre de aquella técnica, el hindú se esfumó del campo visual de la Dorada. Tal fue el incremento de su velocidad, que en milisegundos había aprovechado la defensa abierta de la joven, para aprisionarla con un firme abrazo frontal que logró inmovilizarla por completo.

    —¡¿Pero qué…?! —Kyrie sintió que era dolorosamente asfixiada por los poderosos brazos de su oponente, así que su instinto de supervivencia le obligó a incendiar su energía cósmica y lanzar un potente cabezazo que le serviría para liberarse; por desgracia, su recurso instintivo no le fue suficiente para siquiera inquietar a su recio captor. Al parecer, la resistencia de su casco —y de la armadura de Cocodrilo en general— era demasiado férrea.

    —¡Esto es sólo el comienzo de mi ken! —señaló él con osadía, incrementando la presión en sus brazos cual poderosas mandíbulas que sofocan a su víctima.

    Empleando tan solo la fuerza de los músculos de sus piernas, el Guardián elevó en el aire su peso y el de la Amazona con un salto de más de diez metros de altura; acto seguido, rotó sobre su eje a vertiginosa velocidad durante el descenso, con el objeto de imprimir más impulso al soltarla y chocarla con violencia en el duro piso. Tan devastador fue el impacto del cuerpo giratorio de la mareada doncella, que por poco le quiebra los huesos tras revolcarla a lo largo del vestíbulo.

    Sumamente aporreada y con la cabeza aún dándole vueltas, la rubia logró reincorporarse desde los escombros de baldosa. Su postura denotaba valentía y determinación, pero también vulnerabilidad; ya que desesperadamente se sostenía el brazo izquierdo.

    —«De no haber sido por la protección de la armadura de oro, me habría destrozado como un auténtico cocodrilo a su presa —se dijo a sí misma. Le costaba mantenerse en pies—. Aun así, logró dislocar mi hombro izquierdo e inutilizar por completo mi brazo con su técnica».

    —Te felicito por haber sobrevivido al arte de un Guardián hindú. No esperaba menos de un Santo de Oro.

    La guerrera a duras penas escuchó el sincero elogio de su antagonista, ya que apenas se había reubicado en tiempo y espacio; no obstante, ni el dolor en su brazo, ni su lamentable estado le impidieron expresarse en tono mordaz:

    —Eres bastante fuerte como para haberme lastimado de este modo, lo admito —La cosmoenergía dorada que manaba, rodeó su humanidad entera, dotándole de una apariencia majestuosa. Sus cabellos rubios se habían levantado y parecían danzar con la suave fluctuación de su aura—. Prepárate, Daksha, porque llegó mi turno de atacarte. Tal como me enseñó mi antecesor Milo, será mi esperanza la que me guíe en este combate, ya que tengo un motivo de peso para vencerte —Extendiendo su brazo útil, su mano adoptó la forma de una garra abierta. Enseguida sus uñas se tornaron en cinco amenazantes y afilados garfios rojos—. ¡‘Aguja Escarlata’!

    El hijo de Brahma contempló la trayectoria del quinteto de finos rayos rojos acercándosele a la velocidad de la luz. Se protegería del ken colocando los antebrazos en forma de equis frente a él.

    —«Es inútil —reflexionó confiado durante la transición—. Esos aguijones no lograrán perforar el Ishvara de Cocodrilo».

    En efecto, aquella armadura de metales morados y verdes era conocida por ser la más resistente entre todas las hindúes, ya que representaba a la bestia mítica que solía ser la montura —o también llamada ‘vájana’— de Váruna, el dios hindú de los mares y las tormentas.

    Los delgados rayos de luz encarnada impactaron de lleno en los protectores de las piernas de su objetivo, pero, tal como sucedió durante el enfrentamiento con Milo, los atravesaron cual entidades fantasmales para clavarse profundamente en una de las paredes.

    —Ni un rasguño en mi armadura —le hizo notar a su exhausta contendiente, tras inspeccionar sus intactos quijotes y perneras—. Lo siento, pero tu ataque fue…

    Daksha fue callado por el dolor más agudo y brutal que experimentó hasta el momento. Cinco heridas en el interior de sus piernas lo doblegaron y forzaron a caer de rodillas.

    —Jamás subestimes las capacidades de quien lucha contra ti —le aconsejó la enmascarada—. No existe enemigo invencible.

    —Lo tendré en cuenta…

    Con notoria dificultad, el dios hizo alarde de determinación al pararse y recuperar su porte solemne. Sobreponiéndose a su martirio, encaró muy serio a la joven Amazona.

    —Antes de atacarme, mencionaste un “motivo de peso” para obtener la victoria… ¿Me darías el honor de decirme cuál es esa razón que tanto te impulsa a continuar?

    —Nos parecemos bastante, ¿sabes? —contestó la doncella dorada en tono cómplice—. Ambos luchamos por lealtad, pero a diferencia tuya, yo no peleo únicamente por fidelidad a mi diosa y a mis principios… ¡También lucho por la lealtad que le profeso a las personas que amo y a la humanidad entera!

    El Guardián de Cocodrilo sonrió satisfecho al escuchar tan segura respuesta. En un gesto que evidenciaba su voluntad aguerrida, tronó los huesos de sus manos.

    —¡Siendo ese el caso, entonces probaremos la lealtad de quien es la más fuerte!!

    Dicho esto, el guerrero dejó libre por primera vez su cosmos semidivino, desplegando a la vez un agresivo vendaval que por poco derriba a la protegida por Escorpión.

    —«Esto va mal… —se dijo a sí misma, mordiéndose el labio tras su careta de oro—. No es sólo el cosmos de Daksha el que me amenaza; en mal momento, no puedo moverme a causa del dolor que producen las agujas negras que recibí de Milo».

    Aun con tantas desventajas, la Ateniense no se rindió y continuó con la tarea de estabilizar y magnificar su Séptimo Sentido, hasta conseguir el prodigio de igualar la fuerza cósmica de su oponente.

    Rebosante de poder, el hindi concentró su aura verduzca en sus puños cerrados, provocando que las placas metálicas que cubrían sus antebrazos aumenten alarmantemente de volumen. Para Kyrie, aquellos brazos lucieron como dos intimidantes mazas gigantescas.

    —¡‘Martirio Quebrantahuesos’!!

    La exclamada, es una técnica que manipula el cosmos para incrementar millones de veces la fuerza de los brazos del ejecutor, de modo que éste sea capaz de atacar los puntos vulnerables de su víctima. En el caso de un guerrero que batalla vistiendo una armadura, no importa que tan perfecta e impenetrable sea su protección, su portador siempre deja eslabones débiles en su defensa, los cuales constituyen las coyunturas —o articulaciones que permiten el movimiento— en las que encajan cada una de las piezas metálicas de una armadura. Lo que hace la técnica de Cocodrilo, es justamente atacar esos espacios sueltos, por mínimos que sean.

    El primogénito de Brahma desplegó su técnica en la forma de dos gruesos haces luminosos que expulsó desde sus puños. Esperaba arrancarle de cuajo las piernas.

    Kyrie fue capaz de leer claramente las intenciones del guerrero de cabellos verdinegros, así que, en una rápida acrobacia, desplegó otros cinco aguijones escarlata y esquivó uno de los rayos de luz que pasó rosando su rodilla. Por desgracia, la otra arremetida alcanzó de lleno un costado de su vientre, y la mandó a volar lejos de la escena.

    Mientras aterrizaba sobre sus espaldas, la Dorada sintió que el tiempo se congelaba a su alrededor, ya que el impacto había sido más brutal y doloroso de lo que imaginaba. En medio de la conmoción, corroboró lo grave de su estado cuando, aún recostada, dirigió su temblorosa mano a la coyuntura en la que se unían su pectoral y pieza umbilical.

    —No… Esto no puede… estar pasando… —musitó incrédula, palpando la más reciente herida.

    El horror más terrible la invadió al percatarse de la cruenta realidad: Le habían perforado las entrañas de lado a lado…

    Continuará…
     
  8.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4459
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 62: DAKSHA DE COCODRILO, LA FUERZA DE LA LEALTAD FRATERNAL

    ==Maravilla Suprema. Plaza de Bodhidharma==

    Varios minutos transcurrieron desde el desenlace del combate entre Ganesha y Capricornio, en cuyo destrozado escenario, yacían destajados restos de monumentos hindúes de todos tamaños.

    En medio de aquel piso de baldosa atravesado por infinidad de profundos cortes, Asura meditaba, sentado en la clásica pose de flor de loto. Su masiva humanidad parecía emular a una silenciosa estatua más del entorno, ya que se mantenía quieto y silente.

    Tan concentrado estaba el Guardián en sus pensamientos, que apenas sintió que algo trepó veloz por su espalda.

    —¡Asura! —lo llamó estridente y alegre la chillona voz de la escurridiza presencia recién llegada, que para ese entonces ya se había sentado sobre su redondeada hombrera.

    —Saludos, Vyasa de Hánuman —respondió el aludido sin inmutarse o siquiera abrir los ojos—. ¿A qué debo tu presencia en la Plaza de Bodhidharma?

    —¿Acaso no es obvio? —preguntó retóricamente el genio de cabellera castaña—. ¡Vine para brindarte mi apoyo en batalla!

    El de armadura anaranjada entreabrió los párpados tras escuchar tan entusiasta respuesta. Rascando su mejilla en un gesto de dilación, Asura observó de refilón a su compañero y le habló adoptando su clásico tono ingenuo y tontón:

    —Pues… no creo que seas de mucha ayuda, amigo mío —El dios elefante se las arregló para contener una risita, pero no pudo evitar sonreír burlón—. Me han contado que eres el más débil entre todos los Guardianes de los dioses.

    —¡¿Cómo te atreves a decir eso?!

    El avatar de Hánuman intentó refutar lo aseverado, pero no tenía argumentos para hacerlo. Su rostro colorado delató su vergüenza, pero debido a su nata picardía, decidió que sería mejor fingir seriedad e indignación para salir bien librado del bochorno.

    —Deberás compensarme si acaso quieres reparar tu ofensa hacia mí —exigió soberbio, carraspeando incómodo y cruzando engreído sus diminutos brazos—. Tanto pelear para el señor Brahma ha despertado mi apetito, así que al menos habrás de regalarme uno de tus famosos dulces laddu.

    Las estridentes carcajadas de Ganesha no se hicieron esperar. Le pareció de lo más cómica la mal disimulada actitud digna de su astuto colega.

    —¡Te descubrí, pequeño! ¡Has abandonado la Alameda Naga sólo porque tenías hambre!

    —Te equivocas, Asura, yo…

    Pero el estómago de Vyasa escogió el peor momento para rugir e interrumpir las excusas que estaba a punto de improvisar. Una vez más, el regordete Guardián rió divertido.

    —Lo siento, amigo, pero las últimas golosinas que tenía se las regalé al Caballero de Oro con el que estaba peleando…

    —¡¿Que hiciste qué…?!! —El genio en armadura marrón no pudo precisar qué le impactó más: La magnitud e implicaciones de aquella declaración en sí, o el tono natural y despreocupado con el que ésta fue pronunciada. La exagerada sorpresa que experimentó, provocó que tambalee de su asiento improvisado y que se desplome de espaldas contra el duro piso—. ¡Supongo que tendrás una buena explicación para haber ayudado a uno de los enemigos del señor Brahma!

    Todavía sonriente, el hombretón reincorporó su peso desde el piso y, sin contestar al reclamo de su compañero, se dio a la tarea de abandonar la escena a pesados pero tranquilos pasos.

    —¡Aguarda un momento, Asura! —lo detuvo el Guardián de Hánuman, interponiéndose en su camino. Su acusante mirada castaña únicamente admitía una pronta respuesta—. ¡Sabes bien que esos dulces son más que una simple golosina y…!

    —Hay algo especial en ese chico Eleison al que entregué los laddu y a Trishula —le interrumpió el más alto. Por un momento su voz sonó más seria que de costumbre—. Por más que sea un Santo Dorado al servicio de Atenea, es demasiado improbable que haya sido capaz de resolver el acertijo del Mūlādhāra

    —¡Y también le entregaste el ‘Astra’ de Shiva!! —resaltó incrédulo y ligeramente asustado el más pequeño—. ¿Estás consciente de que el panteón entero te juzgará como un traidor por esto?

    —Tranquilízate, amigo —contestó el avatar de Ganesha, con una misteriosa sonrisa que se le antojó perturbadora a su interlocutor—. Tengo todo muy bien calculado…

    Tan confundido se quedó Vyasa, que casi no notó el instante en el que su colega Guardián lo dejó solo en la destrozada plaza.

    —Eres un sujeto bastante extraño, Asura… —se dijo a sí mismo, al tiempo que rascaba su cabeza—. Me pregunto de qué lado estás…


    ==Maravilla Suprema, Gran Biblioteca de Durgā==

    Una muy agotada y lastimada Rohana dormía plácidamente sobre el frío piso del lugar que custodió cuando poseía el poder de la diosa Kali. A pesar del dolor producido por las heridas que la aquejaban, su rostro reflejaba la candorosa paz que le transmitió su rival, Shaka de Virgo, durante el cruento combate que ambos protagonizaron hace contados minutos.

    Pero la paz que la invadía pronto fue interrumpida cuando, en medio de sus ensoñaciones, parpadeó un par de veces. En su campo visual se cruzó la imagen del expectante y juvenil rostro del avatar de Hánuman, quien la estaba observando muy atento y curioso.

    Alterada, la maltrecha dama dio un respingo y dejó su lecho de piedra. Por inercia se alejó del pequeño ser que se le había acercado a distancia nada prudente.

    —¡Vyasa! —gritó encrespada ella, alzando la guardia por puro instinto—. No te escuché entrar.

    —Cálmate, por favor —le instó el pequeño genio con una sonrisa incómoda que disfrazaba su preocupación—. No hay enemigos cerca, así que puedes decirme lo que ocurrió en el territorio que cuidas.

    —Es evidente lo que sucedió aquí —repuso irritada la mujer de cabellera rojo oscuro, retirándole su mirada ámbar al Guardián—. Fui vencida por uno de los enemigos de la Alianza Suprema

    Contrariado, el hombrecillo posó ambas manos en las caderas y dio un suspiro. A punto estuvo de decir algo imprudente, pero calló al mirar con más atención a su compañera. La apariencia de Rohana le inspiró lástima, debido a las numerosas heridas que la aquejaban y al vestido retazado que la vestía. Sabía bien que a su compañera no le quedaba nada, porque hace poco observó lo que antes fue la majestuosa y gigantesca estatua de bronce Kali, deshecha sobre el suelo de la biblioteca.

    —Ya no soy capaz de… percibir tu cosmos —señaló, titubeando el Guardián. Sus ojos se habían cruzado con los restos de la armadura de Kali y del ‘Astra’ conocido como Maheshwarastra, ambos yaciendo en pedazos de chatarra casi irreconocible.

    —Fui despojada de mi poder semidivino cuando recibí la técnica de Shaka —aceptó la doncella hindú, masticando sus palabras con rencor—. Ahora no soy más que una humana común en medio de una batalla entre seres y guerreros mitológicos —Tan profunda fue la frustración e impotencia que experimentó, que no pudo contener un par de lágrimas y apretar los puños con furia—. Si acaso muero lo tendré bien merecido…

    —Vamos, no hables de ese modo, amiga —le dijo el de armadura color café, en un gesto de empatía—. Yo puedo ayudarte a salir de la Maravilla Suprema sin que nadie se entere y así nadie te considerará como una traidora.

    Por un momento Rohana se quedó en silencio. Internamente, la conmovió la buena voluntad de su pequeño compañero, pero por desgracia su nata personalidad esquiva no le permitía reaccionar de modo correcto ante muestras de bondad.

    —Qué bajo he caído —musitó la más reciente avatar de Kali, cruzándose arrogante de brazos—. Incluso el más débil de los Guardianes me tiene compasión.

    —¡Oye, no soy el más débil de los Guardianes!! —le corrigió contrariado. En son de burla, le mostró irrespetuosamente la lengua—. ¡Ahora tú eres la más débil de todos!!

    —¡Pues eso está por verse, enano!

    A pesar de lo delicada que se encontraba, la bella mujer ejecutó un rápido movimiento que desequilibró con su pie el de su desprevenido compañero, haciéndolo caer de bruces. Aprovechando la vulnerabilidad del pequeño, lo pisó por la espalda.

    —¿Decías?

    Vyasa no fue capaz de contemplar la maliciosa y mordaz sonrisa de quien lo estaba aprisionando firmemente contra la baldosa. Desesperadamente, se limitó a forcejear en un fútil intento por liberarse.

    —¡No seas mala, Rohana! —le reprochó él, pataleando—. ¡Métete con alguien de tu tamaño y no maltrates a los más pequeños!

    Casi gruñendo, la aludida hizo caso a las palabras de Hánuman y, como si de un ligero muñeco se tratase, lo ayudó a levantarse tomándolo por las axilas.

    —Me sobrepasé, lo admito —cedió ella incómoda, sacudiendo grosera el polvo del Ishvara de su compañero—. Discúlpame, Vyasa.

    —Deberías avergonzarte por tratarme de ese modo, amiga —comentó el avatar del dios mono, simulando una actitud solemne nada común en él—. Nosotros los dioses del panteón hindú debemos…

    Pero tarde se dio cuenta el parlanchín genio que le estaba hablando al aire. Su compañera lo había ignorado y se encontraba ya cerca de la entrada al recinto de Durgā.

    —¡Oye, no seas descortés! —le gritó él, acercándosele con premura—. ¡No se abandona a alguien en medio de una conversación!!

    —Será mejor que te vayas a jugar a otra parte —le apremió la dama en tono cortante. Ni siquiera se volteó a verlo y continuó con su errático camino a pesar de lo lastimada que estaba—. Todavía hay algo muy importante que debo hacer en territorio hindi…

    Vyasa decidió que lo mejor sería dejarla sola, así que, decepcionado, se limitó a observarla alejarse a paso lento.

    —Primero Asura y ahora Rohana —comentó para sí en un puchero—. Empiezo a creer que no les agrado mucho a mis compañeros…


    ==Maravilla Suprema. Narasiṁha Mandir==

    El estado de Kyrie era sumamente grave… No sólo parte de la cloth dorada de Escorpión había sido perforada por el terrible ken de Cocodrilo, sino que, más terrible incluso, un agujero del tamaño de un puño atravesaba un costado de su vientre.

    Tumbada de espaldas sobre un abundante charco de su propia sangre, la joven rubia intentó reincorporarse a fin de continuar con el combate; mas el espantoso dolor que le producía la herida se lo impidió. Luchó valientemente contra la rigidez que empezaba a agarrotar sus músculos, hasta que, tras infructuosos intentos por siquiera moverse, alcanzó su límite como humana y no fue capaz de soportar tan agónico sufrimiento. En tal punto, le fue imposible contener un desgarrador grito que retumbó horriblemente en todo el mandir.

    El causante del suplicio, el Guardián conocido como Daksha, casi pudo imaginar la desesperación que se escondía tras la máscara áurea que portaba la más inexperta de los Santos de Oro de la nueva generación. Le habría gustado ser más flexible con ella durante momentos así de críticos, pero por respeto se mantuvo tan recio y severo como lo había hecho desde el inicio de la batalla.

    —Se acabó, Kyrie de Escorpión —sentenció con grave voz el de armadura púrpura y esmeralda. Apenas parpadeó cuando vio correr una copiosa cantidad de sangre detrás de la careta de la chica—. Mi intención no era torturarte de ese modo con mi ken, pero ya que te encuentras en tan lamentables condiciones, sólo puedo decir que fue todo un honor medir fuerzas con una valerosa Guerrera de Atenea. Al final, demostré que mi lealtad resultó ser más fuerte que la tuya, así que no te ofenderé dándote el golpe de gracia. Es más, oraré para que tus últimos minutos sean pacíficos.

    Adoptando una instancia digna, el poderoso Guardián apagó su aura cósmica y se sentó en la posición de flor de loto, o también conocida como ‘padmāsana’. Manteniéndose inmóvil, se encomendó a un rezo ancestral.

    —Espera, Daksha… Nuestro combate aún… no ha terminado —declaró con decisión la Dorada entre dolorosas toses—. Si no quieres ofenderme, entonces… debes seguir peleando…

    Le representó un absoluto calvario girar su peso hacia la izquierda y sentarse de costado, ya que sintió que las entrañas estaban a punto de escapársele a través de la horripilante herida.

    El dios hindú no se conmovió un ápice ante tal muestra de una convicción que, a tales alturas, se le antojó más a necedad. Su expresión se mantenía marmórea, inalterable.

    Aún en pose vulnerable, la Amazona colocó una mano en el agujero de su vientre, intentando contener así la excesiva hemorragia que poco a poco le arrebataba la vida; pero por desgracia el sangrado no cedía. En ese punto, la adrenalina se había apoderado de ella y gracias a que su dolor extremo fue mitigado en parte, consiguió plantarse sobre una rodilla.

    Kyrie llevó su temblorosa mano libre hasta la cara y retiró la máscara dorada que la camuflaba, encarando así a Daksha.

    —Por si no conocías las leyes del Santuario de Atenea, a ningún hombre se le permite observar el rostro de… un Santo Femenino —le informó la aguerrida dama, escupiendo con desprecio los coágulos que se acumularon en su boca—. Así que ahora estoy en la obligación de matarte…

    Por un momento, Cocodrilo no supo qué decir. Estaba demasiado abstraído en la imagen que se presentó ante él: Su rival lucía un mortecino tono pálido en su piel y por la comisura de sus labios corrían gruesas líneas del líquido vital; pero también se veía hermosa y radiante gracias al intenso brillo de sus azules ojos, los cuales centelleaban furia y determinación a la vez.

    Daksha debió sacudir la cabeza de modo imperceptible para volver a la realidad que le atañía.

    —Más que mi respeto, te has ganado mi admiración, Kyrie de Escorpión. Y por tal razón, no creo que sea demasiado exigirte que lo des todo de ti para hacer valer la tradición de las Amazonas de Atenea… ¡Ahora deja esa pose de sumisión y ponte en pies si en verdad deseas matarme!!

    Y así lo hizo la osada joven, aunque le significó un duro calvario. Observar de reojo la palabra ‘esperanza’ tallada en brillantes letras carmesí en su máscara, le dio fuerzas para conseguir el prodigio de levantarse y plantarse altiva ante su oponente. Kyrie estaba lista para luchar, sin importarle las consecuencias, y prueba de ello era el esfuerzo que, por instinto, hacía para cubrir su sangrante herida, y justamente con el brazo que hace poco lesionó severamente el hindú con su primera técnica.

    —Cuando quieras, Daksha de Cocodrilo…

    El aludido dejó su pose relaja de flor de loto y encaró severo a la Dorada. Sin decir nada, rasgó parte de los ropajes que sobresalían de las piezas de su armadura y se los arrojó a Kyrie, quien sorprendida los agarró en su trayectoria.

    —Véndate y empecemos de una vez…

    Extrañada por aquel acto de benevolencia, la rubia hizo caso a la seria orden y rodeó su abdomen perforado con la larga pieza de tela. Aunque el lienzo improvisado enseguida se tiñó de rojo, logró contener parcialmente la hemorragia.

    En un parpadeo, los contendientes expandieron sus cosmoenergías dorada y verduzca a su máximo posible. Aunque la desigualdad de poderes era evidente, también lo era la clara intención de ambos por atacarse entre sí, sin ninguna contemplación…

    —¡Ya llegué! —anunció una alegre y aguda voz en el momento de mayor clímax en la batalla—. ¿Me extrañaste, Daksha?

    El siempre imprudente Guardián de Hánuman emergió despreocupado desde el túnel que daba al vestíbulo del templo, interrumpiendo en el momento menos oportuno.

    —Vyasa… —pronunció el hijo de Brahma con marcado desprecio—. Espero que tengas una buena excusa para haber abandonado la Alameda Naga que, según recuerdo, el mismo Brahma te ordenó custodiar.

    —Vamos, no seas gruñón —reaccionó el pequeño en tono amistoso—. Deberías agradecerme por molestarme en traerte a mi querida Gadā.

    Gadā era el nombre con el que Hánuman conocía a su ‘Astra’. El arma divina del dios mono consistía en una gran maza dorada que era incluso más grande que él.

    Risueño cual niño inocente, le extendió el preciado objeto a su malhumorado compañero, quien, sin quitarle los ojos de encima a la joven con quien estaba combatiendo, dijo implacable:

    —No voy a utilizar un arma contra una guerrera a la que no se le permite usar uno en batalla… Alguna vez cometí el error de abusar de mi poder como un dios y considerarme un ser todopoderoso con mi propio ‘Astra’ en manos, pero eso no volverá ocurrir. No le fallaré a mi padre nuevamente…

    Vyasa se vio más sorprendido que Kyrie por las nobles palabras del Cocodrilo.

    —Entiendo, amigo —contestó con un poco de resignación el genio de castaña melena, acomodando con dificultad su garrote a espaldas. Después, centró su atención en la agonizante guerrera, a quien poco le faltaba para desplomarse nuevamente. Tal imagen le inspiró pena más que admiración—. De todos modos, ya tienes la batalla ganada.

    —Jamás subestimes a Kyrie, ni a ningún Santo de Atenea —lo reprendió—. Si no lo has notado, la batalla apenas está comenzando…

    El pequeño Guardián vio seguro acercarse un poco hacia la Guerrera de Escorpión. Maravillado, contempló la fuerza implícita en su sola presencia, ya que, a pesar de que su cloth y su cuerpo eran una ruina, ella no se mostraba para nada débil o vulnerable.

    —Ni siquiera me presta atención o nota mi presencia… Y mucho menos parpadea al observar a Daksha…

    —Te lo dije…

    —Y no es sólo eso… —añadió estupefacto el de armadura marrón—. Al parecer algo ha provocado el brutal despertar de los puntos chakra de esta chica…

    En efecto, el Séptimo Sentido de la Ateniense se manifestó en la forma de una hermosa aura chispeante. Su desbordada energía se esparcía sin control y sacudía todo lo que se encontraba a su paso.

    —¡Aléjate de ella, Vyasa!! —le advirtió vehemente el de cabellera verdinegra y ojos rojos—. ¡No llegarás a contarlo si te alcanza con su cosmos!!

    Alarmado, el pequeño genio puso pies en polvorosa hasta colocarse detrás de quien le señaló el potencial peligro. Por instinto, se aferró a su pierna sin poder ocultar su miedo.

    —Sugiero que abandones este templo y dejes todo en mis manos —le indicó Daksha entre dientes a su compañero Guardián. Casi no fue capaz de disimular el dejo de preocupación implícito en su gruesa voz.

    —Pues… si tanto insistes, me iré… amigo mío —respondió tartamudeando el de apariencia infantil, con una falsa sonrisa que no pudo ocultar su gran nerviosismo—. ¡Adiós y buena suerte!

    Al escurridizo Vyasa le faltaron pies para huir por donde llegó, dejando así solos a Escorpión y Cocodrilo en la caótica escena.

    «¿Pero qué es esta cálida sensación que invade todo mi ser? —se dijo Kyrie a sí misma, en un acogedor trance que le pareció detenía el tiempo a su alrededor—. Los quince puntos estelares de Escorpión arden con intensidad, dotando a mi cosmos de un poder casi infinito…» —La fatal herida en su abdomen había dejado de dolerle por completo y su energía, elevándose hasta el infinito, partió en dos el tapiz que representaba al dios Narasiṁha—. «Ahora lo recuerdo bien… Fue en ese instante… Cuando recibí de ti los quince aguijones del Escorpión Negro… Milo…»

    La joven guerrera evocó el instante en el que peleó contra su antecesor en la base del monumento a los Caballeros de Oro legendarios. Jamás habría olvidado el agudo martirio que le infligió el legendario protector de la Octava Casa, con cada rayo color ónice que incrustó en su carne.

    «Perdóname por haberlo entendido tan tarde, mi querido Milo… Tu técnica de la ‘Aguja Azabache’ no sólo fue la forma en la que me aceptaste como tu sucesora. Aquel también fue el método que empleaste para despertar en mí las estrellas de la constelación que compartimos…»

    —Esto no me gusta nada… —se dijo a sí mismo el primogénito de Brahma, luchando por que el violento vendaval no lo arrastre junto con los demás objetos y adornos de la recámara—. Son quince puntos negros los que resplandecen en el cuerpo de esa Guerrera de Atenea, en especial el de…

    —El de mi corazón —completó la doncella de oro, sonriendo con una conmovedora calidez—, ¡el cual palpita más fuerte que nunca, gracias a quien portó esta armadura antes que yo!

    A la sucesora de Escorpión se le escaparon un par de lágrimas de alegría, sabiendo que poseía en su interior parte del cosmos y energía vital de su antecesor. Sintió que el hombre al que admiró desde niña, estaría por siempre junto a ella a partir de ese momento.

    —¡Ahora es el momento para que me demuestres tu valía como una verdadera guerrera, Kyrie de Escorpión! —la desafió efusivo el de Ishvara púrpura y verde, alcanzando también el pináculo de su poder de Guardián—. ¡Si tu lealtad no resulta más fuerte que la que profeso a mi padre, quebraré y dislocaré los huesos de tus extremidades con la técnica que ya tanto daño te ha hecho!!... ¡‘Martirio Quebrantahuesos’!!

    —Lo siento, pero dos técnicas no funcionan dos veces en un Santo de Atenea —aseguró la rubia, sonriendo mordaz gracias a la confianza que infundió en ella el legendario Milo de Escorpión—. ¡‘Aguja Azabache’!


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir==

    Con las manos posadas en la nuca en un gesto de despreocupación, Vyasa circulaba a paso lento, a través del camino flanqueando que daba a los mandir incrustados en la montaña.

    —Al parecer, nadie necesita mi valiosa ayuda —murmuró contrariado—. Bueno… ellos se lo pierden.

    Hánuman se distrajo de sus infantiles elucubraciones, cuando se percató de que alguien venía por el lado opuesto del sendero. Se trataba de un guerrero de larga cabellera rubia, ataviado en una armadura negra de amenazante diseño. Aquel hombre tenía los ojos cerrados, pero caminaba de modo seguro y sereno a pesar de lo irregular del terreno.

    Al parecer, al genio no le intimidó la figura de Shaka, ya que continuó como si nada con su parsimonioso andar, mientras que, por el otro lado, el antaño Dorado no logró siquiera percibir la presencia del pequeño que, al pasar a su lado, le levantó el rostro y le sonrió amable sin detener su andar.

    Después de que ambos pasaran de largo, Virgo Negro se detuvo y giró el rostro sobre su hombrera hacia el lugar por el que Vyasa se alejó.

    —¿Qué ha sido eso? —se preguntó un tanto confundido, apenas notando la presencia que hace segundos transitó junto a él—. No sé por qué… pero este cosmos me resulta demasiado familiar…

    Shaka continuó su camino, abstraído en sus cavilaciones sobre la identidad de aquel diminuto ser que casi se le pasó desapercibido. Sólo se detuvo cuando se topó con algo que logró inquietarlo…

    —Esto es… Milo…

    Un gran bloque de hielo macizo aprisionaba la humanidad del antaño Escorpión, quien parecía dormir plácidamente dentro del translúcido féretro congelado.

    Preocupado, Virgo acercó la palma de su mano a la fría y lisa superficie del ‘Ataúd de Hielo’.

    —Ya veo… —musitó calmado, tras unos segundos de meditación—. Entonces eso fue lo que ocurrió…


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir. Hace unos minutos==

    —¡‘EJECUCIÓN AURORA’!!!

    —¡‘ANTARES’!!!

    Tras exclamar al unísono los nombres de sus máximas técnicas, quienes fueron los Caballeros de Escorpión y Acuario liberaron con ellas la totalidad de la energía cósmica que habían manifestado hasta ese momento. Ambos kens poseían exactamente la misma cantidad de poder tras ser ejecutados, y se dirigieron a la velocidad de la luz hacia sus objetivos.

    Mientras que Milo se abalanzó con de brazo extendido contra Camus, éste desplegó su temible rayo congelante con las manos entrelazadas.

    —¡Regresa, amigo mío!! —le gritó apasionado el de cloth negra, al tiempo que impactaba de lleno su índice contra la gélida ráfaga.

    Aunque el choque de poderes frenó su raudo avance, el Escorpión luchó por hacer prevalecer la arremetida del brillante garfio rojo que sobresalía de su dedo y que, con gran dificultad, iba atravesando poco a poco la ‘Ejecución Aurora’ gracias al intenso calor de ‘Antares’.

    El ‘Cero Absoluto’, en toda su gloria, gradualmente le arrebataba la vida a Milo durante su tortuoso y testarudo avance. Su piel se había tornado azulada y la armadura negra que portaba crujía al resquebrajarse con cada paso dado. Aun así, logró sobreponerse al frío vendaval y acercarse a pocos metros de quien desesperadamente intentaba detenerlo.

    Al final, quien se hacía llamar Neptuno no pudo evitar el instante en el que un veloz rayo encarnado atravesó el aire y, partiendo gran parte de su peto blanco, se incrustó limpiamente en su corazón. La incredulidad se reflejó en su rostro, cuando sintió la calidez de las violentas llamas generadas consecuencia del brutal instante en el que Milo le hundió su máximo aguijón en el pecho.

    Mientras la parte del escenario que escoltaba a Escorpión Negro quedó completamente congelada, la que se situaba detrás de Acuario Blanco fue incendiada en contraste. Y allí, en medio de tal caos, ambos se quedaron inmóviles tras apagar por completo sus cosmos.

    —Lo… logré… —musitó Milo con lo poco que le quedaba de aliento y consciencia. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro a pesar de lo grave de su situación, y no se le pasó por la cabeza retirar el índice del corazón de su boquiabierto y paralizado amigo—. Lamento que… no hayamos podido conversar fuera de la… estatua que contenía nuestras almas en… el Santuario, pero… me alegra haberte recuperado… Camus…

    Producto las heridas y el frío, el valiente guerrero en destrozados atavíos oscuros se dejó vencer por el agotamiento. Aun estando de pie en la firme pose con la que ejecutó ‘Antares’, se desvaneció en la inconsciencia. Al mismo tiempo, quien recibió el aguijón escarlata se separó con premura de éste al saberse libre de la ‘Restricción’, la cual habían ejecutado en él sin que siquiera se percate de ello.

    La cabeza le daba vueltas y el agujero en su pecho le dolía con intensidad, pero más que eso, el antaño Acuario sentía que las entrañas se le quemaban de modo horrible. Por instinto, tuvo que desplomarse sobre sus rodillas y codos en pose de rendición ante tan insoportable sufrimiento.

    —Mal… Maldito seas, Caballero de Atenea… —imprecó desde el piso, mientras se agarraba ansiosamente la cabeza con ambas manos. En su semblante demente, era obvia la lucha interna que libraba con lo que se había apoderado de su alma.

    A partir de ese momento, en él quedaría acoger o no el recuerdo que su mejor amigo le acabó de transmitir con ‘Antares’. Aquel instante de carga emocional tan fuerte que Camus había olvidado…

    —¿Qué es esa imagen tan… recurrente en lo profundo de mis pensamientos? —se preguntó un poco más sosegado, pero entre copiosas lágrimas de sangre—. Nissa…

    Continuará…
     
    Última edición: 2 Marzo 2020
  9.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    6027
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 63: ¡MILO VERSUS CAMUS! RECUERDOS ENTRE LÁGRIMAS DE SANGRE

    ==Maravilla Suprema, Exteriores de la Gran Biblioteca de Durgā==

    Tras abandonar la morada del pequeño Guardián de Hánuman y aún en condiciones delicadas, Narella y Theron decidieron explorar el territorio hindi a fin de hallar un nuevo enemigo al cual enfrentar. Su nada planeada búsqueda los llevó a lo largo de un extenso sendero flanqueado por inexpresivas figuras murti de colosal tamaño, por el que avanzaron corriendo veloces.

    —¿Qué es lo que ves, Narella? —le preguntó el portador de la maltrecha cloth de Unicornio, sin disminuir el ritmo de su carrera.

    —Hay algo más aparte del gran edificio en el que termina esta senda… —le informó sin dilación la joven de bronce. Tras ser restaurados sus ojos rosa en la Alameda Naga, su capacidad de visión se había tornado más potente, si cabe—. Alguien necesita nuestra ayuda.

    Pocos segundos hicieron falta para que la pareja de Santos se encontrara con quien a duras penas avanzaba a paso errático. Ante ellos se presentó una mujer herida, ataviada en un retazado ‘ghagra choli’ tradicional de variados colores. En sus ojos ámbar era evidente el recelo y sobresalto, sabiéndose vulnerable ante quienes lucían como guerreros del bando enemigo.

    —Esas armaduras… —resaltó entre dientes la exótica doncella de cabellera rojo oscuro, la cual había olvidado el dolor que la afligía para plantarse altiva frente a los recién llegados, y de ese modo no mostrarse débil—. Ustedes deben ser Caballeros de Atenea…

    —¡Así es! —corroboró orgulloso el Santo, adicionando una exagerada pose a sus palabras—. Soy Theron de Unicornio y estoy aquí para detener al dios que rige en esta fea isla que flota de cabeza sobre nuestro Santuario.

    —Vaya ingenuo —le increpó la dama tras un sarcástico suspiro—. Los niños del rango más bajo como tú no tienen nada que hacer en la Maravilla Suprema, y están locos si creen que van a siquiera tocar a un dios.

    Más que el menosprecio de su interlocutora, al sucesor de Jabú le llamó la atención otro término que ésta pronunció:

    —«“Maravilla Suprema”… —repasó en su mente, rascándose la cabeza en un gesto reflexivo—. Estoy seguro de haber escuchado esa denominación antes… pero, ¿cómo es posible que yo conozca la forma en la que llaman al territorio que…»?

    —Mi nombre es Narella y soy el Santo femenino de Sextante —se presentó de modo formal la muchacha en armadura rosa ante la dama hindi, interrumpiendo así las cavilaciones de su amigo—. Y ya que conoces nuestras identidades e intenciones, lo apropiado sería que nos digas las tuyas…

    No teniendo más opción, la aludida se vio obligada a contestar tras unos segundos de silente titubeo:

    —Soy Rohana, la reencarnación de la diosa Kali en esta época —habló arrogante, cruzándose de brazos a fin de fingir poderío—. Y deben saber que peleo para el constructor y regente del territorio que están invadiendo ahora mismo.

    Para Theron no pasaron desapercibidos el orgullo y desvergüenza con que aquellas palabras fueron pronunciadas.

    —¡Entonces eres nuestra enemiga! —señaló, casi abalanzándosele—. ¡De seguro eres de la misma calaña que el sujeto enano y el gordo!

    Narella leyó perfectamente las intenciones del impulsivo Unicornio, así que, tomándolo del guantelete, lo detuvo en el acto.

    —Tranquilízate, amigo. Al igual que Vyasa, ella no representa una amenaza.

    El contrariado Caballero giró el rostro a fin de regañar a su amiga por su condescendencia; pero cuando la encaró y su mirada se encontró con la suya, enmudeció al contemplar de cerca sus renovados y brillantes ojos rosados. La joven Sextante le pareció tan bella y calmada, que no atinó a decir palabra y se limitó a escuchar lo que tenía que informarle:

    —No hace falta poseer una vista extraordinaria para notar lo lastimada que está, y estoy segura de que tú tampoco eres capaz de sentir un cosmos en ella.

    —En efecto —aceptó con resignación la dama asiática—. Fui despojada de mi poder divino tras ser vencida por Shaka de Virgo, y ahora no soy más que una humana común.

    Ni Narella ni Theron dieron crédito a lo que acabaron de escuchar. Su asombro fue notorio, sabiendo que uno de los Santos de Oro Legendarios había salido airoso del castigo de los dioses griegos y que, además, los estaba apoyando desde las sombras.

    —Ya me cansé de perder el tiempo con ustedes, me retiro de una vez —Al ver a los jóvenes pasmados en sus pensamientos, la mujer hindú los hizo a un lado con un grosero ademán. Pese a lo herida que estaba, su testaruda personalidad la empujaba a continuar—. Sólo permítanme decirles que si la situación hubiese sido adversa a ustedes, yo no habría sido tan amable…

    —Espera, Rohana —la atajó la joven Ateniense con un hablar suave y preocupado—. ¿Aunque nos consideras como enemigos, estarías dispuesta a aceptar nuestra ayuda?

    La doncella de Kali no fue capaz de esconder la ligera sonrisa que afloró en sus labios; mas aquella expresión no denotaba desprecio o saña, sino satisfacción ante la buena voluntad de la joven guerrera que intentaba ayudarla en un sincero gesto de humanidad.

    —Vaya que son seres especiales los Santos de Atenea. Siempre ayudando a quien más necesita de ellos —dijo, riendo casi sin ganas para disimular lo conmovida que estaba—. Pero si en verdad desean hacer una “obra de caridad” conmigo, llévenme con mi señor Brahma. Necesito hablar con él en sus aposentos.

    —De ninguna forma —se negó enseguida el joven de cabellera azulada—. ¿Declaras servir al dios que intenta destruir a la humanidad, y aun así pretendes que confiemos en ti? Seguramente, intentas conducirnos a una trampa.

    Un tenso silencio reinó en la vacuidad de aquel amplio escenario de mármol. Instante que la Amazona empleó para escrutar por varios segundos a la Guardiana. Parecía ser que sus renovados ojos le permitieron ver más allá de la frágil y maltrecha fachada de quien se esforzaba por lucir como una mujer soberbia y autosuficiente.

    —Está bien, te llevaremos —decidió arbitrariamente la doncella de Sextante, con una voz certera que no daba opción a réplica—. Por favor acomódate a mis espaldas.

    —Espera un momento, Narella. Estás siendo muy…

    El indignado Unicornio no pudo argumentar palabra en contra, porque su interlocutora se le anticipó con un tono más sensato:

    —Hemos deambulado sin rumbo por demasiados minutos y no fuimos capaces de encontrar al enemigo principal… No pienso desaprovechar esta oportunidad.

    Theron no supo qué contestar, porque algo le decía que su decidida amiga tenía razón. La conocía bien y sabía que no existía forma de hacerla cambiar de parecer, aunque no por ello dejó de molestarle el hecho de que habrían de depender de quien consideraba como una amenaza latente.

    —Será como quieras, amiga —se resignó él, dándole una fuerte palmada en la hombrera en señal de camaradería. Dándole las espaldas, se adelantó hacia el edificio al que deseaban llegar en primer lugar—. Sólo no esperes que te deje sola con esa mujer.

    —Es por el otro lado, niño Unicornio… —le informó burlona y confianzuda la doncella hindú, siendo ya cargada y protegida por la Guerrera de Bronce—. ¿Acaso ese feo cuerno en medio de la frente no permite que te orientes bien?

    Pero antes de que el irritado aludido diera réplica a la mordaz provocación, Narella emprendió veloz carrera hacia el atajo que Rohana le señaló con el índice. Theron no tuvo más opción que seguirlas para no quedarse atrás.

    —Siento varios choques de cosmoenergías en aquella dirección —informó la Amazona de Bronce, girando el rostro hacia unos llamativos templos construidos en una lejana cordillera rocosa.

    —Esa es la morada de Daksha de Cocodrilo, el más peligroso de los cuatro guardianes hindúes —repuso Rohana, aferrándose bien al cuerpo de la chica que la llevaba a espaldas, sin disminuir su raudo trote—. Debemos evitar enfrentarlo si queremos llegar en una pieza…

    —Ya hemos presenciado el poder de las deidades hindúes y es bastante abrumador, pero no por ello claudicaremos; ni siquiera ante el dios que está detrás de todo esto —comentó muy decidido Theron, corriendo hombro con hombro junto con la Guerrera de Sextante—. Aunque sí debo admitir que… no sé qué esperar del poderoso ser que creó esta isla en el cielo. Sólo una deidad arrogante engendraría un lugar tan exageradamente pomposo, con el objeto de presumir de su poderío sobre el Santuario de Atenea.

    —Es cierto que el territorio que construyó el señor Brahma es bastante esplendoroso, pero, en contraste, el templo donde reside es tan humilde como él mismo. El ‘Muni Āshram’, o también conocido como “Monasterio Silencioso”, es un lugar sagrado de oración y penitencia, muy diferente de la ostentosa biblioteca que yo cuidaba, o de las demás locaciones custodiadas por mis tres compañeros.

    Efectivamente, tras varios minutos de constante carrera, Santos y Guardiana alcanzaron la entrada de la más sencilla de las construcciones: Un santuario simple y sin adornar, que no inspiraba ni la mínima sensación de solemnidad o espiritualismo.

    —¿Hay algo que tengas que decirnos antes de continuar, Rohana? —preguntó prudente Narella, mientras contemplaba el gran portón abierto de par en par que, extrañamente, parecía darles la bienvenida en silencio.

    —Deben saber que el señor Brahma es un dios cuyas intenciones son absolutamente indescifrables —contestó la hindú con cierta aprensión—. Ni siquiera nosotros sus Guardianes estamos seguros de lo que planea, debido a lo inexpresivo y neutral que siempre se muestra. El supremo hindú es un ser primigenio que, a pesar de poseer un cosmos imperceptible, es considerado como una de las entidades más poderosas que ha existido…

    Siendo los primeros en llegar, Narella, Theron y Rohana compartieron miradas de incertidumbre y se adentraron en silencio en el bastión principal del territorio hindi.


    ==Maravilla Suprema. Narasiṁha Mandir==

    —¡‘Martirio Quebrantahuesos’!!

    —¡‘Aguja Azabache’!!

    Cuando los dos combatientes expulsaron al unísono sus más terribles técnicas, el vestíbulo del templo, junto con sus pocos adornos reconocibles, fueron despedazados en el acto.

    Catorce rayos, tan negros como la más espesa noche, fueron disparados desde el índice de Kyrie y surcaron veloces el aire en un silbido. En millonésimas de segundo, atravesaron físicamente la férrea armadura de Cocodrilo, hiriendo en puntos clave a su portador.

    Daksha ni siquiera vio venir los oscuros aguijones y apenas los sintió perforando su piel, músculos y huesos; ya que su atención estaba centrada en la ejecución del ken que evocó, el cual consistió en dos gruesas columnas de energía verdosa, siendo expulsadas desde sus puños extendidos.

    —¡No funcionará esta vez, Daksha!!

    Por primera vez, la malherida Amazona de Escorpión fue capaz de interpretar la trayectoria de las mortales cargas de cosmos que se le aproximaban a velocidad monstruosa; así que, pegando un estremecedor grito, se anticipó a los impactos extendiendo ambas manos a fin de recibirlos únicamente con las palmas abiertas.

    El esfuerzo de frenar por completo al ‘Martirio Quebrantahuesos’ le representó a la joven Dorada un esfuerzo brutal. No sólo le fue necesaria la totalidad de su cosmos de oro para lograr tal proeza, sino que también los huesos de sus brazos fueron despedazados en horrorosos crujidos.

    —No… no puedo creerlo —balbuceó incrédulo el Guardián de Makara, observando a su rival aún de pies y respirando agitadamente. Las manos le temblaban y goteaban sangre a través de los cuarteados y humeantes guanteletes de oro que las recubrían—. Utilicé todo mi cosmos de semidiós para…

    El primogénito de Brahma no fue capaz de terminar su frase, porque enseguida sus pupilas carmesí se contrajeron en agonía. El más agudo y terrible dolor que jamás experimentó, invadió su ser entero.

    —Has sido paralizado por la técnica más temible de mi antecesor —empezó a explicarle la rubia, apoyando por instinto su destrozado antebrazo en la herida que perforaba su abdomen—. Es el veneno mejorado del escorpión negro lo que te está quemando por dentro, y multiplicando por catorce el dolor original de las cinco ‘Agujas Escarlata’ que recibiste hace un momento.

    Para la deidad, la descripción de su contrincante se quedó corta. Era el sufrimiento más pavoroso y atroz que ser vivo haya experimentado jamás, el que lo torturaba en ese momento.

    —No importa que seas un dios. Siendo que tus nervios serán incapaces de soportar un estímulo tan horrible, tu mente cruzará pronto el umbral de la locura…

    La tolerancia al dolor de Daksha alcanzó su límite, cuando sus ojos se tornaron blancos y pegó espantosos gritos de sufrimiento. No pasó mucho tiempo para que se desplomara sobre sus rodilleras y se agarrara desesperadamente la cabeza.

    —No… no puedo perder… —manifestó el testarudo hombre barbado con el cosmos ya apagado, mientras empezaba a arrastrarse por instinto hacia su agotada oponente—. ¡Soportaré este dolor!!

    Una tambaleante Kyrie contempló solemne el esfuerzo de quien teñía el piso de rojo con su errático reptar. Los finos agujeros que perforó en su carne sangraban sin cesar, hasta que, por fin, la agonía lo dejó inmóvil y vencido.

    —Al fin se acabó… —exhaló aliviada la chica.

    Pero ella no contaba con que el hindú despertaría con su mirada restablecida a su rojo original. Aún desde el piso, la observó con determinación, para luego sobreponerse a su calvario y levantar su peso combinado con el de su Ishvara.

    —Nada mal… Kyrie de Escorpión —la felicitó a su modo el de cabellera verdinegra, forzando una amplia sonrisa que no disimuló su tormento—, pero… te hará falta más que unas picaduras para… hacer prevalecer tu lealtad sobre la mía…

    Visiblemente frustrada al verlo caminando con dificultad hacia ella, la Amazona desenmascarada se esforzó por hacer arder todavía más el aura dorada que bañaba su humanidad.

    —Lo siento, Daksha, pero el sentimiento que le profeso a Atenea es más fuerte… —sentenció la Ateniense, extendiendo dolorosamente uno de sus índices rotos. Enseguida su uña se transfiguró en un amenazante y brillante aguijón negro—. ¡‘Restricción’!!

    El guerrero ataviado en armadura púrpura recibió de lleno las ondas concéntricas que Escorpión le arrojó, siendo paralizado de modo definitivo y con la guardia abierta.

    —¡Te acabaré con mi última aguja ya que no te rendirás ante mí!!

    —¡Ni ante ti, ni ante nadie! —ratificó decidido, sin parpadear. A pesar de saberse en la situación más crítica que había atravesado, el miedo a la muerte ni siquiera se le pasó por la cabeza—. ¡Mi padre jamás me perdonaría si le soy indigno y le fallo nuevamente!!

    —¡Entonces muere con honor, Daksha de Cocodrilo!!! —exclamó a todo pulmón la doncella de oro—. ¡‘ANTARES’!!

    Teniendo a su completa merced al oponente, la Dorada se le arrojó a la velocidad de la luz, dispuesta a atravesarle el corazón con su poderosa movida final; pero por desgracia para ella, su cosmos áureo la abandonó justo en el momento en que su garfio estuvo a punto de impactar su objetivo…

    Los estragos acumulados del exigente y largo combate al fin hicieron merma en ella, y provocaron que sucumbiera inconsciente a los pies de quien estuvo a punto de ser su víctima. La calma y el silencio reinaron una vez más en aquel lugar sagrado.

    —Yo… perdí… —fueron las palabras que logró balbucear el guerrero hindi, al sentirse libre de movimiento y del intensísimo dolor que lo quejaba. Su expresión era de estupefacción absoluta, ya que todavía no era capaz de asimilar que su vida fue salvada por el puro azar de las circunstancias.

    —No era más que una humana gravemente lastimada después de todo… —dijo severo para sí, observando a la joven echada boca abajo sobre el piso, desangrándose. Por su semblante, parecía estar durmiendo plácidamente, pero el blanco mortecino de su piel denotaba que le quedaba poco tiempo de vida—. ¿Cómo podría honrar a la valiente guerrera que me venció a pesar de que di lo mejor de mí para triunfar?

    Moverse le dolía, pero no de una manera tan intensa como el suplicio de hace un par de minutos. Aun así, se las arregló para arrodillarse frente a la desvanecida Amazona y, de modo solemne y respetuoso, la acomodó un tanto tosco entre sus gruesos brazos. Estaba dispuesto a abandonar su templo junto con ella, a través de las puertas ocultas que se abrieron tras el destrozado tapiz del dios Narasiṁha.

    —Detente —lo atajó la tranquila voz de un hombre a sus espaldas—. No te marches, por favor.

    Cuando Eleison de Capricornio arribó al templo en ruinas, centró su atención en la inerte figura que aquel guerrero de amenazante aspecto llevaba en brazos. Ver a su hermana en un estado tan lamentable y delicado, era algo que le dolía en alma.

    Haciendo caso a sus instintos, el Caballero habría reaccionado con desesperación y rabia ante el hecho ver casi muerta a la persona más importante de su vida; mas el combate que sostuvo con Asura de Ganesha, le ayudó a madurar y pensar antes de actuar.

    —No permitiré que te la lleves… —le dijo el de cloth dorada, en un perturbador tono sereno que intentó ocultar todo rastro de desafío en su hablar—. Es mi compañera a quien traes en brazos…

    —Conque otro Santo de Oro se ha hecho presente en el territorio de mi padre —señaló Daksha, girándose para observar furtivamente a la casi angelical figura que se había plantado ante él—. Aunque intentes disimularlo con esa calma, puedo ver que esta chica es más que una simple colega para ti. No te conviene atacarme o cometer ninguna imprudencia…

    Para Eleison no pasó desapercibido el tono amenazante implícito en las palabras del hindú, ya que era el mismo que él había empleado para hablarle. Por un segundo cerró los párpados y exhaló hondo a fin de sosegarse.

    —Por favor, disculpa mis modales. Primero debí presentarme ante ti y aclararte las cosas —replicó sonriente y natural el rubio, disminuyendo así la tensión que empezaba a predominar entre ambos. Acompañó su discurso con una ligera y elegante reverencia formal—. Soy Eleison de Capricornio, y con total humildad admito que la tranquilidad de mis palabras no permitiría ocultar la verdad que acabas de resaltar: La joven que sostienes en brazos es mi hermana menor y me desconsuela verla así.

    Silencio absoluto y un incómodo cruce de miradas prevalecieron entre ambos por unos segundos que parecieron eternos, hasta que por fin el Guardián se decidió a hablar:

    —Tampoco me he presentado ante ti. Soy Daksha de Cocodrilo y soy parte del ejército de mi padre Brahma, el supremo dios hindú… —Por un momento, el austero semidiós calló. Lo invadió la duda antes de pronunciar sus siguientes palabras—. Como ya habrás notado al ver el estado de mi recinto, el combate que sostuve con tu hermana fue de lo más cruento, pero lo que quizás no sea evidente para ti, es que al final fue ella quien obtuvo la victoria, demostrando que su lealtad es más fuerte que la mía. Por tal motivo, no pienso seguir luchando contra los Caballeros de Atenea…

    Eleison fue capaz de interpretar la sinceridad en las declaraciones del serio guerrero en Ishvara púrpura y esmeralda.

    —¿Entonces qué es lo que planeabas hacer con mi hermana? —le preguntó el Dorado con una voz calmada y prudente.

    —Si me lo permites, pienso llevarla al ‘Monasterio Silencioso’ e interceder por ella ante el mismo Brahma. Mi padre será capaz de curar las heridas que me vi obligado a infligirle.

    —Es muy noble de tu parte, Daksha —agradeció sinceramente el Santo, acercándose a ambos con cautela—. Te ruego que me dejes acompañarlos, ya que habré de abogar ante Brahma no sólo por mi hermana, sino también por la humanidad entera. Siéndote sincero, ya no deseo pelear más.

    El hombre de cabellera oscura observó con extrañeza a su interlocutor, en especial su profunda y pura mirada azulada. Por un momento, se abstrajo en la paz absoluta que irradiaban sus ojos cansados y tristes.

    —Aunque de modo diferente, eres igual a tu hermana —comentó Daksha, sonriendo ligeramente —. Confiaré en las palabras de un Santo de Oro de Atenea que…

    El Guardián detuvo sus elogios al observar algo inusual en la pieza de la cintura de la cloth de Capricornio, en cuya coyuntura estaba cuidadosamente acomodado un fino envoltorio de papel con algo dentro.

    —¿Cómo fue que obtuviste esos dulces? —le preguntó, señalándoselos.

    —Asura de Ganesha me los obsequió como recompensa, tras completar su desafío —respondió cordial el inquirido.

    —Estamos de suerte, Eleison —manifestó Cocodrilo con cierto dejo de emoción, mientras acomodaba delicadamente a Kyrie sobre la cerámica resquebrajada—. Esos dulces ‘laddu’ están bendecidos por mi padre y uno solo posee la propiedad divina de la regeneración del tejido orgánico.

    El Caballero entendió la razón por la que Asura era capaz de regenerar su brazo y pierna con tanta facilidad. Tras su combate, le había comentado que consumió inmensas cantidades de aquella golosina sagrada.

    Viendo una luz de esperanza, el joven Dorado se apresuró a acariciar la mejilla de su hermana recostada y, tal como lo había hecho con Narella en las cercanías del Santuario, le transmitió una ligera parte de su cosmos dorado.

    —¿E… Eleison? —masculló con dificultad la moribunda Amazona, siendo la tranquilizadora imagen del rostro de su hermano lo primero que contempló al despertar confundida—. Dime que… vencí a Daksha… por favor…

    Por un momento, el Santo desvió la mirada de los ojos llorosos y suplicantes de la chica, para observar de reojo al hindú; quien, muy serio, simplemente asintió desde la lejanía en respuesta a aquellas palabras entrecortadas.

    —Venciste, hermanita —le confirmó con entusiasmo, pero casi sin poder contener sus lágrimas de pena—. Y muy pronto te pondrás bien con la ayuda de esto —Capricornio acercó con delicadeza uno de los tres dulces a los labios de su hermana—. Por favor, haz un esfuerzo por comerlo.

    —Confío en ti… hermano —farfulló la doncella de Escorpión, devolviéndole una cálida sonrisa.

    El delicioso aroma y sabor del ‘laddu’ reconfortó a la joven mientras lo consumía con notoria dificultad. Aun así, lo disfrutó cada segundo. Había olvidado lo bien que podía saber un manjar tan fino y suave.

    Enseguida, su agonizante ser fue cubierto por una luz anaranjada tan brillante e intensa, que fue capaz de iluminar las ruinas del mandir y, de paso, deslumbrar a Daksha y Eleison.

    Cuando el resplandor se disipó, Guardián y Santo suspiraron de alivio tras recuperar la vista.

    La Guerrera de Escorpión denotó perplejidad en su entonces vivaz semblante, cuando se sintió libre de todo dolor y cansancio. Aunque su ropaje dorado se encontraba igual de deteriorado, su cuerpo, en contraste, fue sanado por completo. Los huesos de sus brazos y hombro fueron restaurados y su sangre le fue repuesta.

    —Esto es… un milagro… —susurró ella para sí, al tiempo que se sentaba y por instinto retiraba el vendaje ensangrentado que le cubría el vientre. Poco le faltó para gritar de regocijo, atestiguando que sus entrañas ya no eran perforadas por el enorme agujero que la incapacitó hace sólo unos minutos.

    —Me alegra tenerte de vuelta, Kyrie —le dijo amable su hermano, ofreciéndole la mano en un caballeroso gesto que la invitaba a reincorporarse—. No soportaría perderte…

    —Ya tendrán tiempo para reencuentros emotivos, Caballeros de Atenea —los interrumpió riguroso el Guardián hindi—. Lo que ahora deben hacer es seguirme. Les mostraré la forma más rápida de alcanzar el recinto de Brahma.

    Con todo el alboroto de su recuperación, la protectora de la Octava Casa suponía que Daksha había abandonado el vestíbulo tras el combate, así que le sorprendió el hecho de que éste deseara ayudarlos. A punto estuvo de argumentar algo, pero no lo hizo al ver que su hermano mayor asentía entusiasta y emprendía carrera junto con quien fue su rival.

    Viendo correr juntos a Capricornio y Cocodrilo, la renovada Escorpión se llenó de confianza y cruzó el portón de salida hasta unírseles.


    ==Santuario de Atenea. Recámara del Patriarca. Hace treinta y nueve años==

    Era un día particularmente caluroso y seco en el Santuario de Atenea. El sol canicular se elevaba potente en lo más alto del firmamento, sofocando a los aspirantes a Santos que entrenaban arduamente a medio día.

    Sólo dos de esos jóvenes habían dejado su rutina por expresa orden del mandamás del recinto de la diosa Atenea. El Patriarca los convocó en sus aposentos, así que debían apresurarse en atravesar las Doce Casas a su encuentro.

    —Me pregunto qué asunto tiene el señor Shion con nosotros —preguntó al aire uno de los amigos: Un niño de siete años en maltratadas ropas de entrenamiento, de larga cabellera añil y expresión ávida y traviesa.

    —No es nada común que el Patriarca llame a su presencia a dos novatos como nosotros —respondió su acompañante con un tono más sombrío y preocupado. Se trataba de otro pequeño de la misma edad y aspecto rústico, pero, que en contraste, mostraba un talante tan frío como el del tono verde azulado de su melena.

    Cuando Milo y Camus atravesaron las pesadas puertas de la recámara, lo primero que advirtieron fue una brillante caja de pandora sobre la alfombra roja que atravesaba el piso.

    —¿Es esa… una armadura de plata? —indagó un tanto nervioso el aspirante a Escorpión.

    —En efecto… Esa es la cloth de Triángulo Boreal.

    Cientos de pensamientos cruzaron por la mente del más impulsivo de los dos, hasta que el peor escenario posible se le ocurrió:

    —¡Esto es terrible, Camus!! —le dijo alarmado, agarrándolo con fuerza de ambos brazos hasta obligarlo a encararlo—. ¡El señor Shion ya no nos considera dignos de portar armaduras de oro, y por ese motivo quiere que peleemos hasta que uno de nosotros se quede con la de plata!!

    —Te equivocas, Milo —lo contradijo una potente pero paternal voz desde la oscuridad de la habitación—. Esa armadura no es para ustedes, sino para alguien más…

    Al aparecer entre las cortinas de terciopelo rojo, el Patriarca lucía el clásico atuendo elegante que lo identificaba como sumo sacerdote de la diosa protectora de la Tierra. La tenue luz de las antorchas en paredes iluminaba su dorado casco alado, mientras que su larga túnica negra se confundía con las sombras que predominaban en el lugar.

    Los dos jovencitos enseguida se arrodillaron y agacharon la cabeza en señal de respeto ante la presencia de Shion.

    —Quiero que conozcan a quien portará esa cloth —les dijo sonriente el antaño Aries, observando de reojo el trono a sus espaldas—. Vamos, sal de allí. No seas tímida.

    Acogiendo la amable orden, alguien asomó la cabeza desde detrás del gran asiento. Se trataba de una niña, quien a pesar de cubrir su rostro con una máscara, aparentaba menor edad que los dos amigos debido a su estatura. Sus brillantes cabellos azul claro contrastaban con la opaca ropa de entrenamiento marrón que la vestía.

    —Eres libre de acercarte, mi niña. Ellos serán tus compañeros a partir de este momento.

    Notoriamente insegura y nerviosa, la muchacha avanzó hasta colocarse delante del Patriarca, quien, en un gesto protector, posó suavemente la mano sobre su hombrera de cuero.

    —La sacerdotisa Alalá de Casiopea profetizó que esta chica sería una adecuada portadora de la armadura de bronce de Pintor, pero, por desgracia, ésta no reaccionó de ningún modo a ella. Casi nos resignamos y abandonamos su entrenamiento, hasta que, contra todo pronóstico, la cloth de plata de Triángulo Boreal resonó ante su presencia.

    —El que una constelación de plata te haya escogido como su protectora, es algo fascinante… —la elogió el pequeño aspirante a Caballero de Escorpión, asombrado—. Soy Milo, por cierto.

    A pesar de la animosa sonrisa que le ofreció el niño, ella seguía algo nerviosa. No atinó a responder, y menos cuando se sintió abrumada por las atentas miradas de los dos amigos que, expectantes, esperaban escucharla. Su reacción instintiva fue levantar el rostro enmascarado y observar a Shion, quien simplemente se limitó a sonreírle para infundirle calma y confianza.

    —No tienes por qué temer, porque a partir de este momento, es como si todos nosotros fuésemos tu familia. —la tranquilizó el joven francés con un tono amable nada habitual en él—. Mi nombre es Camus y puedes contar conmigo para lo que sea.

    Milo y Shion quedaron absortos por las palabras reconfortantes de quien portaría la cloth de Acuario. Ambos conocían bien su personalidad, y jamás lo habrían imaginado en una faceta tan cálida, que también demostraría con la cordial sonrisa que le regaló a la chiquilla. Ninguno de los dos lo había visto sonreír antes, y menos de un modo tan inocente y sincero.

    —Soy Nissa y me da gusto conocerlos —profirió ella, dejando los nervios a un lado. Hace tiempo que no se había sentido como en casa—. Por el momento, soy sólo una niña común que huyó de su orfanato en Canadá, y que luego fue rescatada de la nieve por el señor Shion; pero ahora que Atenea me ha dado una segunda oportunidad, estoy dispuesta a convertirme en una de sus guerreras y a dar mi vida por la humanidad.

    —Me enorgullecen tus palabras, Nissa. Tengo fe en que conseguirás ganarte la protección del Triángulo Boreal —le aseguró el sumo sacerdote, alzando pecho—. Y siendo que has demostrado tener una alta tolerancia al frío, entrenarás con Camus.

    La chiquilla asintió en silencio, aceptando de buena gana la orden.

    —Un momento… —intervino confundido Milo— ¿Para qué me llamaron entonces?

    —Te llamé, porque tu entrenamiento de hoy consiste en limpiar la estatua de Atenea —le informó divertido Shion.

    —Pero… eso es demasiado trabajo para mí solo —protestó el aludido en un infantil puchero— ¡Que me ayude Camus como siempre!

    —Eso no será posible. Camus debe acompañar a Nissa a las barracas y mostrarle los lugares del Santuario donde entrenarán juntos.

    El pequeño llamado a la dificultosa tarea de aseo no tuvo más opción que aceptar con un bufido. Sólo había un asunto que tenía que resolver antes:

    —Oye, Camus…

    Tras acomodar la pandora box de plata a sus espaldas, el niño hizo caso al llamado de su amigo y se le acercó.

    —¿Qué ocurre, Milo?

    —No creas que no te vi sonreírle a esa chica de un modo tan coqueto… —le dijo en corto, susurrándole al oído—. Y no intentes cambiar el tema, disimulando frialdad como siempre.

    Al escuchar las palabras de su nada discreto amigo, Camus no pudo evitar reír ligeramente. Por un momento, desvió su mirada hacia Nissa y la vio contemplando las Doce Casas desde el portón de la habitación. Imaginó su rostro alegre y esperanzado tras la máscara. En su mente la vio sonriendo, deleitándose con la maravillosa vista panorámica que aquel privilegiado punto le ofrecía.

    —No estoy seguro, pero… es como si conociera a Nissa de toda la vida…

    La felicidad de Camus significaba también la de Milo, pero aquello era algo que éste último difícilmente admitiría debido a su carácter quisquilloso. Muy internamente, el niño griego se regocijó al ver a su amigo auténticamente alegre. Le emocionó descubrir por primera vez ese lado relajado que tan bien ocultaba.

    A fin de terminar el emotivo momento que ya se le estaba tornando incómodo, el futuro Escorpión estampó una sorpresiva y fuerte palmada en la espalda de quien sería el Santo de Acuario.

    —Ahora que tienes una nueva compañera de entrenamiento, sólo no vayas a olvidarte de tus amigos, eh —le dijo mordaz, para luego acercarse al pontífice a paso despreocupado.

    —¿Estás listo, Milo? —le preguntó amable el maestro de Mû.

    Por un momento, los ojos azules del aludido se distrajeron en la imagen de Camus alejándose junto con Nissa. Ambos conversaban afablemente y con absoluta naturalidad.

    —¡Por supuesto que sí, señor Shion! —respondió entusiasta.—. ¡Pero necesitaré mucha agua y jabón para darle un buen baño a Atenea!

    —¡Muy bien! —exclamó el Patriarca, riendo—. ¡Esa es la buena actitud que siempre debes tener, Milo!


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir. Hace unos minutos==

    Una presencia maligna, materializada en una especie de vapor negro, abandonó el cuerpo del hombre en armadura blanca y se desvaneció en el aire.

    Tras regresar de la muerte, Camus se vio libre de la identidad de Guardián de Júpiter y volvió a ser el de siempre.

    —Te lo… agradezco… Milo… —dijo el antaño Acuario, respirando con dificultad. Recostado sobre el suelo, observó por instinto hacia el firmamento, donde el Santuario de Atenea lucía destruido en toda su extensión—. Me liberaste de… la influencia de esa diosa que… nos revivió.

    Con el aliento recuperado, reincorporó su aporreado ser y, por instinto, se llevó la mano hacia el centro del pecho. Era un agujero de considerable tamaño el que evidenciaba la perforación en su corazón y armadura. Pero más que aquella herida, le dolió contemplar la quieta e inerte figura de su amigo, quien cual estatua en heroica pose de ataque, aún se mantenía en pies. Lo único que contrastaba con el azul que predominaba en su figura, era el rojo del aguijón que sobresalía de su índice. Tras disparar su máximo ken, su uña parecía arder todavía.

    —Nada justifica el que haya luchado para el bando enemigo de la humanidad —se lamentó entre dientes ante Milo, cerrando ambos puños en señal de frustración—. Fue todo un suplicio mantener la consciencia encerrada dentro de mi cuerpo, mientras cometía fechorías por influencia de Morrigan…

    Le significaron un indescriptible martirio los quince puntos estelares que Escorpión Negro lastimó con sus agujas, pero aun así, se sintió afortunado de continuar con vida. Conocía bien a Milo y podía asegurar que si éste se proponía matarlo con Antares, así lo habría hecho.

    Quien se hacía llamar Neptuno, supo que su amigo había utilizado la totalidad de su cosmos y su última aguja para liberarlo con el recuerdo de Nissa, y aquello lo conmovió en lo más profundo del alma. Al fin cedió, y no fue capaz de contener más su llanto de sangre.

    —¡‘Sarcófago de Hielo’! —exclamó con solemnidad y tristeza, tras hacer arder su cosmoenergía dorada y levantar el brazo derecho.

    Cuatro rayos iridiscentes brotaron desde su mano elevada y se unieron en uno azul más grueso, el cual, gracias al intenso frío que desprendía, formó poco a poco una cámara de hielo extremadamente resistente alrededor de Milo. En pocos segundos, el Santo en cloth negra fue encerrado en un bloque congelado de forma rectangular, que lo mantuvo en una posición relajada.

    —«También me habría agradado reencontrarme contigo en otras circunstancias, y que luchemos juntos en este momento tan crítico —reflexionó apesadumbrado, mientras le daba las espaldas y se alejaba de la escena—. Lo más que puedo hacer por ti ahora, es dejarte en ese estado de animación suspendida. Ningún enemigo será capaz de siquiera rasguñar esa variación del ataúd de hielo. Sólo tú podrás destruirlo desde su interior, una vez que despiertes con una porción de tu energía recuperada».

    Camus no se perdonaría por haber levantado la mano contra Milo, así que no volteó a verlo y continuó su pesado y amargo andar. Una última lágrima de sangre resbaló por su mejilla, pero al precipitarse, se convirtió en una cristalina gota que se congeló y tintineó al chocar con la roca.

    —Esta es nuestra despedida. Adiós, querido amigo…

    Al antecesor de Acuario desapareció entre una fría corriente.


    ==Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir==

    —Camus… —musitó Shaka, apesadumbrado. En la palma abierta de su mano descansaba la congelada lágrima del Acuariano—. Proteger a Milo es la forma que escogiste para redimirte…

    Cuando el Legendario Caballero de Virgo cerró lentamente la mano, provocó que la preciosa lágrima de cristal se derritiera en su guantelete. Por un momento, fue capaz de sentir el calor que manó el diminuto orbe. Aquella era la misma energía reconfortante de la que estaban compuestas las paredes del féretro congelado, las cuales invitaban a descansar a quien parecía dormía plácidamente dentro de ellas.

    —Que Atenea guíe tu camino, ahora que continuarás luchando en su nombre y en el de tu amigo… Buena suerte, Camus… y… recupérate pronto, Milo.

    Shaka continuó por el destrozado sendero, dejando atrás a su compañero de generación en el interior del gran bloque de hielo. En su mente prevalecía la idea de que su encuentro con Brahma estaba cerca.

    Continuará…
     
  10.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4079
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 64: BRAHMA: LOS CUATRO ROSTROS DEL SUPREMO HINDÚ

    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    Narella, Theron y Rohana se aventuraron en el amplio vestíbulo de la morada de Brahma. Para los dos Santos de Bronce que acompañaban a la Guardiana, resultó extraño aquel lugar vacío, descolorido y sin vida; que parecía tragarse todo sonido que se adentraba en éste.

    —No conozco del todo el recinto del supremo hindú —admitió contrariada la doncella que hace poco se hizo llamar Kali, rompiendo así tan incómoda y perturbadora quietud—, pero estoy segura de que lo encontraremos detrás de esos portales.

    Los más jóvenes casi dan un respingo, al escuchar hablar de repente a la mujer que les apuntaba hacia el lado opuesto de la habitación. El silencio que reinaba en la habitación logró inquietarlos y abstraer su atención, así que en silencio agradecieron la presencia de un sonido que los vuelva a la realidad.

    Tras atravesar el sendero flanqueado por diez opacas columnas que sostenían el techo, los invasores se vieron frente a las dos inmensas puertas rectangulares. Aquellos gigantescos umbrales gemelos constituían los únicos objetos adornados en todo ese monasterio, ya que resaltaba entre ambos un bello ornamento circular, representando a una flor de loto de ocho pétalos.

    —¿Conoces algún método para atravesar esas puertas, Rohana? —le preguntó la Amazona de Sextante, alzando la vista hacia las imponentes figuras de piedra que les impedían el paso.

    —No… Ni siquiera nosotros, sus Guardianes, nos hemos reunido con Brahma en su habitación…

    —¡Pues entonces la atravesaremos a la fuerza! —intervino el vehemente Unicornio, a punto de arrojar sus ímpetus en un explosivo puño.

    —¡Detente, imbécil! —lo atajó alarmada la dama hindi—. ¡Usa la cabeza antes de actuar! ¡Recuerda que nos encontramos en el monasterio de un dios!!

    A punto estuvo el joven de cabellera azulada de contestar de mal modo a la reprimenda, pero su atención se distrajo en otro asunto: Le pareció ver algo escabulléndose y escondiéndose detrás de una de las columnas, así que se acercó hacia ella para inspeccionarla mejor.

    —¡Me descubrieron! —clamó nervioso el pequeño hombrecillo que fracasó en camuflarse tras aquel pilar—. ¡Por favor, no me hagan daño!

    —Durante nuestro encuentro en ese jardín, te aseguramos que no te lastimaríamos —lo tranquilizó amable la joven de Sextante—. ¿Cierto, Theron?

    El inquirido se limitó a asentir a regañadientes.

    —Me sorprende ver a un inútil como tú en este lugar, Vyasa —se extrañó a son de burla su compañera, cruzándose arrogante de brazos—. Supongo que nos estuviste siguiendo durante todo este tiempo…

    —Pues… yo…

    El Guardián de Hánuman no atinó a articular palabra. Le asustaban los acusantes ojos ámbar de su interlocutora.

    —Como suponía, no eres más que un estorbo —lo menospreció Rohana, retirándole la mirada—. Seguramente no sabrás cómo atravesar las puertas que dan hacia la habitación del señor Brahma… —aseveró, riéndose de él.

    —Por supuesto que sé cómo pasar —la contradijo inocente el genio en armadura marrón, sorprendiéndola y de paso también a los Santos.

    —No intentes engañarnos, pequeño insolente —le reprochó grosera e impaciente la mujer—. Alguien como tú no podría…

    —Sólo observa… —le interrumpió el de más baja estatura, sonriendo con gran confianza.

    Dicho esto, Vyasa colocó ambas manos en la nuca y caminó despreocupadamente hacia las colosales puertas. Bastó con que el diminuto guerrero se acercara a centímetros de los portones, para que éstos se abran de par en par ante su presencia.

    —Vamos, no se queden allí con la boca abierta —les dijo contento a sus tres acompañantes, quienes lo observaban estupefactos mientras se adentraba en el recinto que parecía darle la bienvenida—. Brahma nunca prohibió la entrada a sus aposentos a sus Guardianes o a los humanos…

    Cuando los cuatro personajes atravesaron la puerta de loto, se encontraron en un enorme espacio vacío, carente de techo, conformado únicamente por cuatro paredes sin ninguna ornamentación, las cuales rodeaban a la extensa superficie cuadrada de mármol que hacía de piso. Aquella no era una recámara, sino un escenario abierto, que dejaba ver claramente el destruido Santuario de Atenea en el firmamento.

    —¿Dónde se encuentra ese dios? —preguntó la Amazona de Bronce en un murmullo. Se sintió demasiado inquieta en un lugar tan callado, que no le transmitía temor ni tranquilidad. Habría preferido encontrarse con un enemigo en ese momento, pero aquel soso escenario le ofrecía únicamente la nada misma.

    —Debería estar aquí —contestó con cierto dejo de frustración la dama hindú, encabezando a sus acompañantes—. Algo extraño está ocurriendo…

    Al no sentir ningún tipo de presencia o cosmos, continuaron avanzando en cautelosos pasos a través del amplio suelo cuadriculado. Sólo se detuvieron cuando notaron la presencia de un objeto extendido justo en medio éste. Se trataba de una esterilla simple y descolorida, de aquellas que se utiliza para meditar.

    —Esa mujer y el enano nos han tendido una trampa —supuso el Unicornio en voz alta, al no percibir la presencia del propietario de aquella rústica alfombra. El nerviosismo y la impaciencia habían hecho presa de él—. No debimos confiar en ellos, Narella.

    Justo cuando la tensión e incertidumbre empezaban a invadir a los Santos de Bronce y a Rohana, tres guerreros más arribaron al lugar y se juntaron con ellos.

    —Amigos, qué gusto saber que se encuentran bien —se alegró Eleison, al reunirse con Narella y Theron. Aunque la pareja de bronce se encontraba lastimada y sus armaduras resquebrajadas, le dio gusto verlos tan vivaces como siempre—. Además, es un alivio ver que recuperaste la vista, Narella.

    La aludida supuso que el guerrero de amenazante aspecto que acompañaba a Kyrie y Eleison era su aliado, así que centró su atención en los hermanos dorados:

    —También es un gusto para mí, amigo —repuso la chica de melena rosa con el mismo tono cordial y entusiasta—. Aunque, parece ser que ustedes tuvieron que atravesar obstáculos más extremos para llegar hasta aquí.

    Aunque Escorpión y Capricornio no mostraban heridas, el mal estado de sus cloths de oro reflejaba lo cruento de los combates que tuvieron que atravesar para alcanzar el ‘Muni Āshram’.

    —Sabía que lo lograrían, Theron —lo felicitó Kyrie, guiñándole un ojo y sonriéndole—. Recuerda que me prometiste que, cuando todo esto termine, los cuatro pasaremos buenos momentos juntos.

    —Eh… sí… Lo recuerdo, amiga —respondió nervioso el joven Unicornio. Era la primera vez que observaba el rostro de su amiga, así que no pudo evitar sonrojarse—. Jamás olvido mis… promesas…

    —Basta de palabrería —intervino cortante Daksha. En el tono de su voz había cierto dejo de desilusión—. Ya que mi padre no se encuentra aquí, en su recinto, debemos apresurarnos en hallarlo en otra ubicación del territorio hindú.

    —Vaya, no creí verte acompañado de dos Caballeros de Atenea —comentó socarrona a su compañero la reencarnación de Kali—. Al parecer, el más poderoso de los Guardianes de Brahma fue derrotado…

    —Así fue —aceptó con resignación el portador de Cocodrilo—. Pero al parecer no caí solo. Por el estado en que te encuentras, asumo que también fuiste vencida.

    —¿Qué es lo pretendes con el señor Brahma? —le preguntó perspicaz la mujer ataviada en un destrozado vestido tradicional, cambiando así el tópico de conversación que le incomodaba.

    —Pues… supongo que estoy aquí por la misma razón que tú…

    Con su característica actitud orgullosa, la dama hindi rió ligeramente y apartó la mirada de la de su compañero.

    —De todos modos, ya no importan nuestras motivaciones para estar aquí —aseveró la aludida, incómoda—. El tiempo se acaba y seguramente el señor Brahma está reunido con los otros dioses de la Alianza, tratando algún asunto importante.

    —Te equivocas, Rohana —la contradijo tajante Vyasa. Su hablar ya no sonó chillante y entusiasta, sino más bien frío y serio—. Brahma ha estado entre ustedes todo el tiempo. De hecho, se encuentra aquí mismo en este momento.

    Dicho esto y en actitud ceremoniosa, el pequeño Hánuman se sentó sobre la alfombra de meditación tendida en el piso, adoptando luego la pose de flor de loto.

    —Pequeño irrespetuoso, tus travesuras e irreverencias han llegado muy lejos —le imprecó amenazante Daksha al inmóvil genio—. Levántate ahora mismo de esa alfombra. Seguramente ese lugar está reservado especialmente para mi padre y…

    Pero el Guardián de Makara calló enseguida cuando observó a su compañero a los ojos… La mirada castaña de Vyasa ya no lucía brillante, sino opaca y nublosa.

    —Esos ojos… Esa presencia… —musitó pasmado el hombre barbado, retrocediendo un par de pasos por instinto—. No puede ser que tú seas…

    El más débil de los Guardianes cerró los párpados, para luego adoptar específicos ‘mudras’ de meditación con sus manos. A continuación susurró:

    —‘SEGUNDO ROSTRO: YAJURVEDA

    Vyasa fue encerrado por translúcidos pétalos de loto compuestos de energía pura. Acto seguido, sendas grietas de luz anaranjada atravesaron su diminuto ser, hasta que, tras vibrar estrepitosamente, su cuerpo entero y armadura se partieron, como si de finos cascarones se tratase.

    La reencarnación de Hánuman dejó de existir, dejando tras sus irreales restos una figura diferente: Frente a los Santos y Guardianes se encontraba sentado joven hombre con los ojos cerrados, en la misma pose de ‘padmāsana’.

    El recién aparecido lucía una presencia humilde y simple, resaltada por los sobrios tonos ocre y blanco de la nada lujosa túnica que vestía su delgado y frágil cuerpo. Un bindi rojo en el centro de su frente contrastaba con el color aceitunado de su piel y con el púrpura oscuro de su lacia cabellera, la cual caía no más allá de sus finos hombros. En apariencia, aquel hombre lucía como el más sencillo de los monjes swami.

    —Bienvenidos sean, Narella, Kyrie, Rohana, Theron, Eleison y Daksha —los acogió él con una voz suave y carente de toda emoción—. Llegó la hora de presentarme con otro de mis cuatro rostros: Aquél que más predomina en mí. Aquél que sólo mis Guardianes conocen. Aquél expresado en el cuerpo que la diosa Yggdrasil elaboró para mí… Ante ustedes, tienen a quien los humanos conocen como Brahma…

    Para la pareja hindú fue difícil asimilar el hecho de que Vyasa de Hánuman nunca fue lo que parecía, ya que el juguetón genio era en realidad una imagen que Brahma estuvo utilizando todo el tiempo. Cocodrilo y Kali entendieron que el supremo hindú convivió con ellos, camuflado tras una faceta bondadosa nada habitual en él. Aquella apariencia retozona era consecuencia de su técnica de mutabilidad conocida como ‘Primer Rostro: Rigveda’.

    Alarmados al extremo tras conocer a su máximo enemigo, los cuatro Santos dieron un largo salto hacia atrás y alzaron la guardia.

    Lo primero que los Atenienses intentaron antes de proceder de cualquier modo, fue descifrar el semblante del dios; más no lo consiguieron, porque éste lucía absolutamente neutral e inexpresivo. Para ellos, aquel ente supremo no transmitía miedo, pero tampoco serenidad; y era precisamente aquello lo que más les perturbó. Brahma les significaba la nada misma, y aquello lo corroboraron cuando no lograron percibir siquiera la cosmoenergía, que se suponía debía acompañar a la majestuosa aura anaranjada que lo bañaba.

    —Mi… mi señor Brahma… —balbuceó su hijo, visiblemente nervioso y avergonzado. Tras las revelaciones de su padre, se había arrodillado en el acto junto con su compañera Rohana—. Me disculpo por haberle hablado con irrespeto hace un momento… Tampoco debí ofenderlo con mis palabras en el Narasiṁha Mandir…

    —También… también ruego su perdón, mi señor —secundó Rohana desde su pose sumisa, sudando frío a causa del temor que la agarrotaba—. No debí maltratarlo cuando me visitó en… la Biblioteca de Durgā…

    —Levántense, mis Guardianes —les pidió el dios hindú con una actitud tibia—. Según recuerdo, jamás les he exigido que se arrodillen ante mí. Aquellas demostraciones de respeto son innecesarias; como todas las que han adoptado los seres humanos desde que fueron conscientes de sus principios.

    Aún con incertidumbre, los guerreros hindis acogieron la velada orden y se reincorporaron, mientras que el cuarteto de Santos observaba atento a los movimientos de su más poderoso rival.

    —Intentan esconder sus miedos tras esos rostros que irradian determinación, Caballeros de Atenea —señaló Brahma, encarándolos sin expresión alguna en la faz—. Aunque la inseguridad se apodere de ustedes ante lo desconocido, no deben temer, porque mis intenciones no son hacerles daño. Siempre y cuando ustedes no actúen con violencia, tampoco procederé del mismo modo.

    Con obvia desconfianza, los cuatro amigos acogieron esas conciliadoras palabras y relajaron su pose.

    —¿Qué es lo que pretendes entonces… Brahma? —le preguntó un tanto vacilante Narella.

    —Bien sabrás que el ser humano está compuesto por una parte material y otra espiritual, siendo ésta última la más importante de su existencia, ya que es eterna. Lo material es efímero, está de más. Con esta premisa, planeo “migrar” la esencia espiritual de la humanidad entera hacia un plano astral diferente a la Tierra. Todas sus almas formarán un único y puro ser espiritual, libre de sentimientos y recuerdos, que armonice con el mundo divino que reside en el centro exacto del Universo: El monte ‘Meru’. La Maravilla Suprema —que yo construí para los dioses— es sólo una pequeña muestra de la magnificencia del lugar en el que sus espíritus vivirán perpetuamente como un único ser cósmico.

    Ninguno de los cuatro Santos se atrevió a contestar. Se encontraban atónitos tras aquel discurso que les pareció de lo más increíble e irreal.

    —Entonces… para eso habrás de matar a toda la humanidad… —masculló al fin Kyrie, horrorizada.

    —Eso que llaman “muerte”, no existe. Lo correcto sería llamarlo “liberación” o “transición” de su impura existencia material.

    —Ningún eufemismo puede disfrazar a la muerte… —comentó Theron para sí entre dientes, apretando fuertemente los puños.

    —¿Aceptarán, entonces, la oportunidad que se les brinda para purificar los pecados de su carne?

    —Mi señor Brahma —se refirió a él la Guardiana de Kali, plantándosele con suma humildad—. Me encuentro ante usted, no como la reencarnación de una diosa, ni como una de sus guerreras. Estoy aquí como la única humana sin ningún poder extraordinario.

    —¿A dónde quieres llegar con esto, Rohana?

    —¡Le suplico que no acaben con la humanidad! —soltó la mujer entre lágrimas, agachándose ante su dios en la pose más sumisa que fue capaz de adoptar—. ¡Por favor, convenza a los otros dioses de la Alianza que desistan de su plan! ¡Les ruego que nos perdonen y nos permitan continuar viviendo en la Tierra!

    —Al parecer, los Caballeros de Atenea han conseguido ablandar el corazón de la más implacable de mis Guardianes —se extrañó la deidad que tenía los párpados cerrados—. No te culpo por haber perdido el poder que te otorgué, así que no me queda más que agradecerte por tu valentía, sinceridad y, claro, por haber luchado para mí.

    Brahma extendió la mano con sutileza hacia su guerrera. En un elegante gesto, la invitó en silencio a acercársele. Ella, sin dilación, se juntó con él y se arrodilló a pocos centímetros de la esterilla sobre la que continuaba reposando.

    Cuando el dios posó con suavidad la mano izquierda sobre la mejilla de Rohana, el tiempo pareció ralentizar su andar para quienes, hasta el momento, habían hecho de espectadores de aquella escena. En ese momento, los cuatro Atenienses empezaron a comprender lo que significaba enfrentar a una entidad primigenia como Brahma, ya que su sola presencia parecía distorsionar el espacio y arrebatarles la existencia con cada segundo.

    —Por desgracia para ustedes, el destino de la especie dominante del planeta ya ha sido decidido por voluntades superiores a tu entendimiento —sentenció tranquilo el de cabellera púpura, acariciando el rostro de la maltrecha mujer que aterrada e inmóvil lo observaba—. Habrás de saber que los dioses que crearon a la humanidad se equivocaron al dotarles de voluntad propia y de libre albedrío, porque la mayoría de ustedes empleó esos dones divinos en la destrucción de los demás seres vivos y de su entorno. Regocíjate, Rohana, porque siendo que la era del humano ha llegado a su fin, la vida en la Tierra florecerá con libertad…

    Cuando Brahma arrancó el alma de su cuerpo, el bello color ámbar de los ojos de la doncella hindú se convirtió en un opaco amarillo. Su existencia orgánica, cual recipiente vacío y hueco, se desplomó secamente sobre el piso.

    La pequeña mota de luz —que representaba la esencia espiritual de la Guardiana— flotó lentamente hacia las palmas abiertas del supremo hindú, quien, al percibir el reconfortante calor que se desprendía de ella, juntó ambas manos en pose de oración, desvaneciéndola.

    —¡Rohana!! —exclamó el Cocodrilo, al ver a la mujer inerte.

    El tiempo regresó a su cauce normal y los cinco guerreros se vieron libres de movimiento.

    —¡Maldito seas!! —lo insultó indignado Theron—. ¡No eres más que un monstruo que odia a la humanidad y asesina a sus propios aliados!

    —La verdad es que no odio ni aprecio a los seres a los que he visto cometer todo tipo de actos, motivados por sentimientos que suelen llamar “buenos” o “malos”. Te informo, además, que Rohana aún se mantiene con vida; aunque solamente como un pedazo de materia orgánica sin voluntad. Sin embargo, no debes preocuparte por ella. Ahora está libre del sufrimiento de su existencia física y pronto arribará al lugar místico donde todos conviviremos para siempre.

    Tras la desaparición de Rohana, la tensión y la incertidumbre se apoderaron del recinto. A pesar de encontrarse en un lugar tan abierto, los cuatro Santos se sintieron acorralados por el dios.

    Aprovechando ese inquietante momento de calma. El guerrero en armadura violeta y verde se acercó a su extinta colega. Con sumo pesar y respeto, la acomodó entre sus brazos.

    —Su expresión… es de tristeza —musitó, desgarrado por dentro. Los ojos aún abiertos y nublados de la mujer, daban mayor realce a su rostro suplicante. Daksha no soportó verla de ese modo, así que le cerró los párpados con delicadeza—. Me disculpo por contradecirlo, mi señor, pero me parece que Rohana no estaba feliz de abandonar esta realidad.

    —Como les había mencionado antes, el miedo a lo desconocido es algo inherente al humano —le recordó Brahma, indiferente—. Es común que ellos no deseen mudarse de plano astral, y más cuando están tan acostumbrados a su existencia física. Reconfórtate sabiendo que no importa si un humano sufre mientras migra, porque cuando éste alcanza la iluminación, se purifica y forma parte de la esencia del cosmos.

    —Entiendo… —exhaló el hombre barbado en un suspiro de resignación. Sabía bien que su progenitor no entendería razones, y menos de seres que suponía consideraba inferiores, incluyéndose él mismo—. Espero sus órdenes entonces, mi señor —añadió muy serio, impulsado por su extraordinaria lealtad—. ¿Debería acaso acabar con los Caballeros de Atenea, y así ayudarlos a ‘trascender’ hacia el monte ‘Meru’?

    Los cuatro guerreros de Atenea tragaron saliva, sintiéndose en graves dificultades. La situación era crítica de por sí, como para tener que enfrentar a un enemigo más.

    —No es necesario. Quiero que sean ellos mismos quienes tomen su propia decisión.

    —Pero… yo podría continuar peleando a su lado y…

    —Tu papel en esta batalla ha llegado a su fin, Daksha —le interrumpió—. Cuando te descendí de rango y mermé tus poderes divinos, pretendía que aprendas una gran lección: la humildad… La arrogancia es un defecto del que siempre pecaste, pero te has reivindicado al aceptar tu derrota ante la Amazona de Escorpión. Ahora, llegó el momento de que tomes nuevamente tu rol como un dios y como mi primogénito en el centro del universo…

    Un rayo de energía concentrada atravesó repentinamente el aire a la velocidad de la luz. El Guardián de Cocodrilo no vio acercarse la mortal arremetida y ni siquiera la sintió cuando impactó en un costado de su abdomen y perforó su cuerpo de lado a lado. Presa del paralizante dolor que supuso también sintió Kyrie cuando la hirió del mismo modo, se las arregló para no desplomarse ni soltar a la extinta Rohana.

    —Como usted… ordene… mi señor —pudo decir con gran respeto el férreo Daksha. Sus entrañas se desangraban y las piernas le temblaban, pero aun así logró acercarse a paso lento hacia su padre, e hincarse frente a él sobre una rodilla—. Fue un honor… pelear para usted…

    —Descansa, hijo mío —le instó el impávido dios hindi—. Nos reuniremos pronto…

    El portador de Makara sentía que la vida se le escapaba lentamente, pero aun así, no profirió el más ligero quejido. Su admirable devoción lo obligaba a no rechistar ante la voluntad de su padre; así que, tan serio y solemne como siempre fue, se reincorporó nuevamente con su compañera en brazos, y empezó una lenta y agónica marcha hacia la salida de la habitación.

    Cuando Daksha pasó al lado de Kyrie, las miradas de ambos se cruzaron por un segundo. Esa fue la forma en la que los guerreros de diferentes bandos se despidieron. La sucesora de Milo comprendió entonces que, quien fue su más temible rival, deseaba morir solo y en la más absoluta paz.

    El moribundo hombre abandonó el monasterio, dejando no solo un horrible rastro de sangre tras sus pasos. A sus cansadas espaldas quedaron cuatro Santos, sumidos en el silencio y el desasosiego.

    —Caballeros de Atenea —los llamó el enigmático dios con un indescifrable tono de voz, sacándolos así de sus cavilaciones—. Me disculpo por el violento modo de proceder de mis Guardianes, pero sabrán entender que tenían la orden de proteger este territorio sagrado. Espero que lo que le hice a mi hijo sirva como compensación por el mal trato que todos ellos tuvieron con ustedes, en especial contigo, Kyrie de Escorpión.

    La aludida dio un respingo al escuchar su nombre, pero no fue capaz de articular palabra. Aún no podía asimilar el hecho de que el poderoso guerrero que casi la mata, fue abatido de un solo golpe.

    —Se supone que… ¡Se supone que era tu hijo!! —le reclamó enfurecida la joven de bronce. Sus brillantes ojos rosas parecían despedir chispas de rencor y aquello impactó sobremanera a Theron, ya que era la primera vez que veía a su amiga tan enojada—. ¡Primero tu Guardiana y ahora tu hijo!! ¡¿Cómo pueden ser los dioses tan crueles y fríos?!!

    —Narella de Sextante… Hubo una razón por la que curé tu vista en la Alameda Naga… Supuse que desearías ver por última vez a tus compañeros antes de “trascender” con ellos…

    Tan estoica respuesta logró exasperar aún más a la chica en cloth rosa, quien a punto estuvo de abalanzarse contra aquella entidad insensible. Pero antes de que cometiera una imprudencia, su compañero Eleison se interpuso en su camino, colocándose frente a ella y encarando al supremo hindú en su lugar.

    —Las leyendas no mentían… Al parecer, es imposible cambiar la opinión de un dios —manifestó Capricornio, acompañando su pausado hablar con una inquietante sonrisa—. Pero comprenderás que, tras la absoluta indiferencia que nos has demostrado al proceder, habremos de luchar contra ti sin que nos importen las consecuencias —Por un momento la amenaza del rubio sonó más severa y decidida—. Sacrificaremos nuestras vidas de ser necesario, a fin de salvaguardar la existencia física y espiritual de la humanidad. Aprecio tus intenciones por buscar el bienestar colectivo de todos los espíritus de nuestra especie, pero ser humano implica existir como individuos con emociones, recuerdos y experiencias propias.

    Tras escuchar al rubio, Brahma se dio a la tarea de meditar durante un par de minutos. Más que sopesar aquellas palabras proferidas con tan marcada paciencia y cortesía, al dios le competía analizar los adentros del joven Santo que las profirió. Aunque Capricornio lucía un sereno talante que transmitía absoluta paz, logró inquietar a la deidad desde el mismo momento en el que intentó ascender a su territorio por primera vez junto con su hermana.

    —Después de todo, un guerrero quiere lo que un guerrero quiere… —dijo al fin la entidad primordial, con cierta decepción—. Aunque me mantengo firme en mi afán de no luchar contra ustedes, entiendo que los Caballeros de Atenea representan la última esperanza de los de su especie, y por lo tanto sé que lo darán todo por detenerme… —En un lento ademán, elevó sus delgados brazos. Parecía ser que ofrecía una silenciosa plegaria hacia la nada—. En recompensa a su valentía y entrega, éste será mi tributo para ustedes…

    Dos objetos sagrados se materializaron frente al místico ser. Artilugios con los que daría comienzo al combate definitivo en territorio hindú.

    Continuará…
     
  11.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4215
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 65: PADMĀ: LA PERFECTA DEFENSA ASTRAL

    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    —Les presento a los obsequios que los dioses de la Alianza elaboraron para mí… —señaló Brahma, centrando la atención de los cuatro Santos en los artefactos que flotaban frente a ellos.

    Maravillados y vacilantes a la vez, el grupo humano contempló la resplandeciente magnificencia de la figura metálica que acababa de aparecer. Se trataba de una especie de object, ensamblado en la forma de un hombre de cuatro brazos, y sentado en la misma pose de flor de loto en la que descansaba quien lo invocó. Aquel traje divino representaba todo lo contrario de su propietario, ya que hacía gala de un diseño exageradamente adornado. Las delicadas formas de sus placas anaranjadas habían sido diseñadas para vestir un cuerpo delgado, y eran embellecidas por ornamentos blancos alusivos a la cultura hindú. A manera de rueda astral con borde irradiado, una gran pieza circular había sido anexada a sus espaldas.

    —Esta es mi Armadura Suprema —continuó explicando el hindi, al no escuchar réplica alguna de sus estupefactos rivales—. Esperaba no utilizar el ropaje que el dios Viracocha forjó para mí, pero ya que tanto ansían detenerme, primero deberán destruir a la materia física que considero tan innecesaria. Prepárense, Caballeros de Atenea, porque sus ávidos deseos de pelear, serán satisfechos con la más honorable de las batallas.

    Apenas en ese momento, los Caballeros notaron que, con dos de sus cuatro manos, aquella armadura sostenía un escudo ovalado de considerable tamaño. Sin embargo, aquél detalle pasó desapercibido para ellos cuando fueron testigos de lo increíble: El tótem de Brahma cobró vida y empezó a moverse por sí solo.

    Como si una entidad invisible e incorpórea la estuviera portando, la vestidura sagrada se incorporó sobre sus escarpes, para luego empezar a articular sus extremidades en perturbadores movimientos robóticos.

    —Esa cosa es… horrible… —soltó inquieta Narella entre dientes, muy atenta y con la guardia en alto—. No había visto algo así antes…

    —Nuestro maestro Eremes nos habló sobre el antiguo portador de Géminis —le hizo saber Kyrie, su compañera y amiga, quien, también nerviosa, se había posicionado junto a ella con el mismo talante—. Él solía manipular su cloth del mismo modo…

    La presencia de la armadura anaranjada se les antojó grotesca en ese momento, ya que sus seis extremidades se retorcían en una horrenda y convulsionada danza. No obstante, lo que más les inquietó, fue el movimiento de su cabeza, porque la giraba de manera estridente sobre la pieza de su cuello. De ese modo, alternaba las cuatro máscaras albas de distinto semblante, que hacían de rostros a los cuatro extremos de su testa.

    ‘Caturānana’.

    El mantra pronunciado con tan marcado sosiego por Brahma, significó una orden para su Armadura Suprema, que al instante dejó sus desordenados movimientos mecánicos, para comenzar a desenvolverse con absoluta soltura y naturalidad. En una clara y amenazante pose de batalla, se dio a la tarea de apostarse ante quienes trataría como a sus oponentes.

    —Esto es ridículo… ¡No me dejaré vencer por ese trasto! —renegó de repente el impaciente Caballero de Unicornio, encendiendo su cosmoenergía violácea a gran nivel— ¡‘Galope de Unicornio’!!

    —¡Detente, Theron!! —le gritaron sus tres colegas al unísono.

    Pero la advertencia llegó tarde. El sucesor de Jabú lanzó sin vacilar una poderosa patada contra el ‘murti’ de metal desconocido, al cual le bastó una simple maniobra para recibir de lleno y anular la agresión con el gran escudo elíptico que sostenía con firmeza.

    —No… puedo sentir mi cuerpo —farfulló el atacante de bronce con incredulidad. Su ser había sido paralizado en medio de su trayectoria aérea, al mismo tiempo que su pie hizo contacto con el artefacto engalanado con la figura de una flor.

    Theron experimentó el auténtico terror, cuando sintió que el alma le era arrancada del cuerpo. El solo cosmos de Brahma —que al momento encantaba su armadura y escudo— desfragmentaba de modo gradual la existencia material de su víctima.

    —He llamado ‘Padmā’ a mi escudo, lo cual significa “flor de loto” en sánscrito —les informó el enigmático dios en tono monocorde—. Según me aseguró su creadora, la diosa Mielikki, su metal es indestructible y posee las habilidades de la defensa perfecta y del contraataque inmediato…

    Tal como mencionó su propietario, el escudo de contorno ovalado enseguida regresó el ataque a quien se lo arrojó, pero reforzado con el doble de energía que absorbió cuando lo detuvo en primer lugar. Nada pudo hacer el de cabellera azulada para evitar ser golpeado de lleno por su propio ‘Galope de Unicornio’.

    El poderoso puntapié logró eyectarlo lejos de la escena y aturdirlo a tal punto, que perdió la noción de tiempo y espacio. De no ser porque su compañero Eleison lo agarró de manera providencial, habría terminado su brutal trayectoria en una de las paredes del Templo Sagrado Hindú.

    —Escúchame bien, Theron —le instó el rubio en tono comprensivo, mientras lo ayudaba a reincorporarse y volver a la realidad—. Si acaso queremos triunfar, debemos trabajar en equipo y atacar juntos a esa cosa. Nuestro primer reto será romper el escudo que porta.

    —Es interesante el hecho de que los Caballeros de Atenea jamás se rindan, por más monumentales que sean los obstáculos que deban atravesar —comentó la deidad de apariencia inofensiva, en respuesta a la estrategia propuesta por el Dorado. Había escuchado sus palabras a pesar de la considerable distancia en la que se encontraban Capricornio y Unicornio—, pero aquello sólo me demuestra lo equivocados que están los humanos: Nos llaman obstinados a los dioses, cuando son ustedes quienes pecan de ello… —El cosmos de tono naranja de Brahma parecía convulsionarse a su alrededor, provocando que sus enmudecidos rivales se sumieran en la incertidumbre y que se sintieran minúsculos ante él. Los cuatro Santos presentían que algo terrible estaba a punto de acontecer, a pesar de que todavía no conseguían percibir la infinita energía del ente divino—. Ya que tanto desean quebrar mi defensa, les mostraré una de las facetas que casi nunca empleo: Aquella aguerrida e implacable que transferiré de manera directa a mi armadura, cuyas acciones reflejarán las intenciones más ocultas que ustedes tengan conmigo… ‘TERCER ROSTRO: SAMAVEDA’.

    Evocada la técnica en un susurro, la Armadura Suprema manó el mismo imperceptible halo de luz que bañaba el cuerpo de su amo. Aquel resplandor parecía energizar de gran manera a la armadura viviente, la cual demostró este hecho al clavar —de un solo azote— a ‘Padmā’ en el piso de mármol del enorme cuadrilátero.

    Acto seguido, el object viviente se arrojó de un salto vertical hacia sus objetivos, a una velocidad que superaba los límites de la física.

    Quien primero se cruzó en su camino, fue la desprevenida Amazona de Sextante. Ni la prodigiosa vista de la chica en cloth rosa fue suficiente para descifrar la trayectoria de la marioneta metálica, que arremetió contra su hombro de un súbito rodillazo. Sus huesos y hombrera derecha fueron despedazados con tan salvaje colisión, que logró abatirla por completo hasta derribarla.

    —¡Narella!! —gritó su amigo de bronce, intentando auxiliarla al verla tan adolorida e indefensa sobre el piso.

    Aprovechando la distracción del joven de Unicornio, la Armadura Suprema vio oportuno el momento para teletransportarse hacia él y aprisionarlo firmemente con sus cuatro manos. Agarrándolo de cada extremidad, lo castigó haciéndolo chocar de modo monstruoso contra el piso, al punto que logró enterrarlo varios metros en tierra.

    Nada pudieron hacer los hermanos de oro por socorrer a sus compañeros de más bajo rango, porque enseguida su inerte rival arremetió contra uno de ellos. Sería el turno de Kyrie para ser agredida, esta vez, con el gran aro metálico que sobresalía desde las espaldas de la armadura, la cual retiró aquel artefacto de sus escápulas con absoluta facilidad y lo utilizó como arma contra la rubia, quien, viendo venir el porrazo que se le avecinaba, se refugió tras las protecciones de sus brazos para protegerse; pero aun así no impidió que la abrupta acometida la lastime de gravedad y la fulmine.

    Sólo Eleison quedaba en pie, así que la efigie anaranjada abrió un portal dimensional ovalado en medio del aire para trasladarse fácilmente hacia donde él se encontraba. Cuando reapareció a pocos centímetros del Caballero, le arrojó cuatro veloces puñetazos a quemarropa.

    —«Por la reacción de la armadura, estos gurreros tenían toda la intención de atacarme —meditó Brahma, taciturno—. Ciertamente, los humanos no…»

    El dios detuvo sus reflexiones y frunció ligeramente el entrecejo, tras notar que algo no encajaba: El ídolo animado quedó paralizado en seco a pocos centímetros de golpear a Capricornio. Más increíble fue el hecho de que el rubio ni siquiera intentó cubrirse de la rauda ofensiva, y esperó recibirla con una pose relajada. Antes de que el ‘murti’ se detuviera, lo había encarado con apabullante serenidad…

    —«Ese joven posee una presencia celestial que casi escapa a su naturaleza humana… ¿En verdad no planea agredirme? —continuó cavilando—. Empiezo a comprender por qué Asura le encomendó a Trishula…»

    Pero la proeza de Eleison terminó de modo estrepitoso, cuando la armadura lo abrazó con fuerza. Los cuatro brazos de metal hicieron tal presión en su cuerpo, que no fue capaz de escapar al violento cabezazo que le propinaron. Sobremanera aturdido y con el cráneo casi roto, el sangrante joven Dorado se desplomó y retorció de dolor junto con sus compañeros caídos.

    Los cuatro guerreros humanos que enfrentaron a Brahma, fueron sometidos y gravemente lastimados en pocos segundos…

    —Y ahora es cuando los Caballeros de Atenea resurgen… —musitó el primigenio ser, a manera de premonición inmediata.

    En efecto, los cuatro guerreros se sobrepusieron al dolor de sus heridas y se pusieron en pies con gran dificultad, en especial Theron, quien se vio obligado a resurgir desde el profundo agujero en el que lo habían confinado a la fuerza.

    Con gran convicción y en pose altiva, el cuarteto observó atento a los movimientos del ropaje divino, el cual continuaba acechándolos y girando la cabeza para cambiar de rostro.

    —Entonces así son las cosas… —intervino el de cloth púrpura, limpiando con rabia la sangre que escapaba de las comisuras de sus labios—. Veo que no tendremos más opción que sorprender a todos con lo que somos capaces de hacer, ¿cierto, Narella?

    La aludida se limitó a asentir en silencio y dedicarle una sonrisa a su amigo. Entendió muy bien lo que deberían hacer a continuación.

    Tras juntarse a trompicones, los alumnos de Shaina armonizaron sus almas y cosmos para lograr nuevamente el prodigio que les otorgó la victoria contra los Guardianes finlandeses. En un parpadeo, y ante la mirada atónita de sus colegas dorados, acariciaron los límites del Séptimo Sentido por segunda ocasión.

    —Ya que nuestros amigos han demostrado poseer tanta fuerza, no podemos quedarnos atrás, hermano —le instó Escorpión a Capricornio, con el mismo aire cómplice—. Llegó la hora de que luchemos juntos por primera vez como Santos de Oro de Atenea y, además, como hermanos.

    —Que así sea, mi adorada Kyrie…

    La experiencia obtenida en sus combates individuales, les permitió a los Santos de Oro incrementar su poder habitual. Así, sus cosmos áureos armonizaron en una sola aura energética que se replegó a lo largo del monasterio, y lo iluminó bellamente durante su vertiginosa expansión.

    En ese momento, el tiempo pareció lentificar su perpetuo andar.

    —«Puedo sentirlo nuevamente… —comentó el Unicornio, directamente a la mente de Sextante. Había cerrado los párpados y su rostro irradiaba absoluta calma—. Tu pulso vital y tu reconfortante calidez…»

    —«Como cuando fuimos niños y nos resguardamos el uno al otro del frío —añadió telepáticamente la chica de melena rosácea, con una suave y nostálgica voz—. Como cuando nuestras almas se fusionaron en una sola, y nuestros lazos de amistad se fortalecieron…»

    —«No se olviden de nosotros, amigos —terció el Santo guardián de la Décima Casa, también relajado y con los ojos cerrados—. Aunque en caminos separados, siempre estuvimos juntos desde nuestros entrenamientos. Por lo tanto, ni mi hermana ni yo permitiremos que se enfrenten solos a ese dios».

    —«Eleison tiene razón —añadió entusiasta la Amazona de Oro. Su voz rozaba con delicadeza el pensamiento de sus tres acompañantes—. Ahora mismo, somos la única esperanza que tiene la humanidad, ¡así que unamos nuestros cosmos en uno solo!

    Los cuatro Santos abrieron los ojos al unísono y, con renovada convicción, se plantaron en formación ante Brahma y su Armadura Suprema. Con toda la potencia de sus pulmones, evocaron a toda voz sus técnicas insignes:

    —¡‘Conjunción de las Estrellas’!!! —La constelación de la joven en cloth de bronce le prestó su poder para ejecutar aquel magnífico ken. Sus iris cambiaron de rosa a dorado y enseguida dispararon dos poderosísimos y amplios rayos de energía lumínica de la misma gama.

    —¡‘Destello Infinito de Unicornio’!!! —Cuando Theron echó hacia adelante ambos puños con vehemencia, arrojó todo el cosmos que poseía en una sola masa radiante. En la veloz trayectoria hacia su objetivo, la técnica tomó la forma de un Unicornio etéreo, galopando salvaje.

    —¡‘Aguja Escarlata’!!! —Las uñas de las manos de Kyrie transmutaron en diez afilados garfios rojos. Al mismo tiempo, catorce resplandores, cual estrellas de sangre, emergieron desde sus dedos y se dirigieron veloces hacia los puntos estelares de su objetivo.

    —¡‘Excálibur’! —Eleison manifestó su espada sagrada como nunca antes. Cuando elevó el brazo, liberó toda la fuerza cortante que era capaz de desatar el arma legendaria. Un rayo de energía dorada atravesó el piso de mármol a la velocidad de la luz, partiéndolo todo a su paso.

    La armadura viviente pareció intuir el peligro que se le aproximaba a una velocidad inenarrable, así que enseguida se refugió tras su escudo de forma elíptica. Aferrándose con las cuatro manos a ‘Padmā’, esperó el inminente impacto de los kens que los Santos lograron combinar en uno solo, todo gracias al vínculo fraternal que compartieron desde la infancia.


    ***


    Cansada y adolorida, una bella mujer de rasgos hindús despertó sobre la lisa superficie de un frío piso de piedra. Apenas entreabrió sus pesados párpados, su mirada ámbar se encontró con un ambiente que le resultó de lo más familiar.

    —Este lugar de aire tan solemne… —dijo ella para sí, concentrando su atención en la estatua de ‘Buda Gautama’ que, inexpresiva, parecía resguardarla con su imponente y a la vez tranquilizadora presencia—. Seguramente morí y Lord Brahma envió mi alma hacia el lugar divino que mencionó.

    Rohana, quien hace poco sería conocida como el avatar de la diosa Kali, caminó confundida a través del majestuoso templo que la acogió entre sus gigantescas paredes y columnas de mampostería. Aunque con cada paso la afligía un agudo dolor, logró atravesar la gran puerta abierta que hacía de salida.

    —Esto es…

    Ahogando una interjección de asombro, la maltrecha dama de cabellera rojiza contempló el atardecer siendo reflejado sobre un ancho río. Eran las turbias aguas del Ganges las que colindaban aquel santuario, en cuya orilla se encontraba una multitud de habitantes de la ciudad india de Benarés. Mientras que unos se bañaban religiosamente en el lento caudal, otros dejaban flotar en este los cadáveres amortajados de sus seres queridos.

    —Entonces… estoy viva… —declaró, aún incrédula—. Pero, ¿cómo es posible que me encuentre nuevamente en la Tierra?

    Una fuerte sensación golpeó de repente sus adentros. Un sentimiento nuevo que experimentó hace poco, específicamente después del combate que protagonizó en el edificio que custodiaba.

    —No… Es imposible que él me haya ayudado a regresar a la India… —Rohana sacudió la cabeza para reordenar sus ideas y alejar esas emociones residuales que la confundían—. Agradezco la segunda oportunidad que se me otorgó para vivir, pero temo que la existencia de la humanidad entera ha llegado a su fin… Ni Daksha, ni los Caballeros de Atenea lograrán convencer a Brahma para que desista de su plan supremo…


    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    El escudo de Brahma recibió de lleno el mortal ataque cuádruple, pero gracias a las propiedades divinas que poseía, lo absorbió por completo.

    El metal de ‘Padmā’ vibró con intensidad al estar sobrecargado de tan intensa cantidad de poder combinado, hasta el punto que al tótem viviente le costaba asirse al escudo para no soltarlo.

    —‘Ōm’ —pronunció el dios en un hilo de voz.

    En el acto, la figura de metal estiró hacia adelante sus cuatro extremidades superiores, liberando con su fuerza física el poder combinado que había almacenado.

    Cuando los cuatro Santos contemplaron acercarse tan inmensa cantidad de energía descontrolada, supieron bien que sus técnicas venían reforzadas con el doble de poder que emplearon para ejecutarlas y, además, que no tendrían oportunidad de retirarse de la mortal trayectoria de tan inmensa mole cósmica. Lo más que pudieron hacer, fue reaccionar poniendo enfrente las manos, en una instintiva maniobra por protegerse del inminente impacto.

    —¡‘Kān’!

    Cuando aquel mantra fue exclamado por una serena pero implacable voz masculina, un hombre de larga cabellera rubia apareció frente al cuarteto Ateniense. Al mismo tiempo que el extraño ataviado en armadura oscura hizo presencia, también lo hizo una barrera de energía luminosa, cuya fina película dorada recibió todo el embate de los cuatro kens fortificados.

    —Ataques eminentemente físicos, como los que acaban de ejecutar, jamás funcionarán contra Brahma —aseguró el recién aparecido. Aunque tenía los ojos cerrados, en su rostro era notorio el esfuerzo que hacía para aumentar la resistencia de su arte defensivo, ya que los ofensivos hacían lo propio para atravesarlo y alcanzar a sus confundidos objetivos—. Para derrotar a un ser de naturaleza espiritual y etérea, deberán reforzar sus técnicas con cosmoenergía del mismo tipo.

    Por más que el Santo Negro luchó contra la embestida, su cosmos dorado cedió y no fue capaz de continuar reforzando la coraza. Su cúpula de luz se rompió y recibió gran parte de los estragos de la arremetida cósmica. Por fortuna, logró su objetivo de defender a los jóvenes de sus propios ataques.

    Con el cuerpo herido y la armadura cuarteada y humeante, cayó de bruces sobre piso de mármol.

    Enseguida los cuatro amigos se acercaron a su protector, siendo Kyrie y Eleison quienes lo ayudaron a reincorporar su maltratado ser.

    —El diseño de esa armadura… —reflexionó en voz alta Narella, reconociendo parcialmente las amenazantes formas del ropaje de metal que vestía ese hombre. Gracias a que Brahma los restauró, sus ojos no fueron dañados tras ejecutar su peligroso ken por segunda ocasión—. Aunque difiere en ciertos detalles, se parece a una cloth.

    —Te agradecemos por socorrernos en el momento justo —reconoció Theron, intentando ocultar el recelo que le producía la macabra apariencia del atuendo de ese hombre—, pero quisiéramos saber quién eres…

    —Conozco muy bien la identidad de ese guerrero… —intervino misterioso Brahma, atrayendo la atención del grupo rival—. Es a quien llamaban “el hombre más próximo a un dios”… Es a quien llamaban Shaka de Virgo…

    Los cuatro amigos enmudecieron ante la revelación de la deidad. No dieron crédito al hecho de que uno de los Dorados legendarios se encontraba nuevamente entre los vivos y que, además, se les acababa de unir en la batalla definitiva. En silencio, agradecieron a Atenea por contar con tan poderoso aliado.

    —En efecto —corroboró Virgo Negro, valiéndose por sí mismo para mantenerse en pies, y luego haciéndole frente a su interlocutor—. Y ya que sólo un dios sería capaz de otorgar vida a un objeto inanimado, tú debes ser Brahma, el supremo dios hindú…

    Un tenso silencio se produjo entre los dos individuos que mantenían los ojos cerrados. Parecían analizarse y desafiarse en silencio.

    —Desde tiempos ancestrales, “dios” ha sido una denominación genérica que los humanos han empleado para personificar los fenómenos que no logran comprender —repuso con calma el ente primigenio, rompiendo así la hostilidad que empezaba a reinar con su oponente.

    —Lo siento, Brahma, pero no he venido a discutir temas existenciales contigo —objetó con el mismo tono estoico el antiguo protector de la Sexta Casa—. He venido a detenerte…

    —Siendo que también fuiste un Caballero de Atenea, comprendo bien que tus intenciones sean batallar contra mí… Y ya que no hallarán modo racional para convencerme de desistir de la erradicación de la humanidad, es menester que acaben conmigo…

    —La existencia del ser humano es tan valiosa como la de todos los seres vivos que habitan el Planeta… y te lo demostraré ahora mismo.

    Cuando Shaka dejó libre su cosmos semidivino, las baldosas del cuadrilátero por poco se desprendieron del suelo. El poder áureo que era capaz de manifestar el legendario Virgo, era algo sobrecogedor.

    —Lo entendimos hace poco, señor Shaka —le dijo amable Eleison, posando la mano de modo respetuoso sobre su agrietada hombrera negra—. Ni mis amigos ni yo estamos solos, y usted tampoco lo está… Los cinco somos un equipo ahora.

    Los extraordinarios sentidos de Shaka le permitieron percibir los fuertes lazos que unían a los cuatro amigos desde la infancia. Con una ligera media sonrisa, les expresó su sentir:

    —La nueva generación de Santos no deja de sorprenderme. Me enorgullecen, muchachos —Una vez más, encaró con seriedad al indiferente dios y al artefacto ancestral móvil que lo acompañaba—. En primer lugar, habremos de deshacernos de esa armadura y ese escudo.

    —Esa sería una proeza digna de la leyenda que inspiraron los Caballeros de Atenea —admitió Brahma con voz indescifrable y queda—. Demuéstrenme que pueden resistir al más severo e implacable de mis rostros… ‘Prajapati’.

    La Armadura Suprema del hindú adoptó una rara y amenazante pose de batalla. Luego, empezó a caminar con aplomo hacia sus cinco antagonistas. Con cada violento y estridente paso que daba, una porción de la baldosa era resquebrajada.

    —Por favor, préstenme su energía —les pidió el otrora Virgo con apremio—. Trasladaré la esencia de Brahma a otro plano existencial.

    Colocando las manos sobre la espalda del Santo Negro, los cuatro jóvenes empezaron la tarea de concentrarse y transmitirle sus desbordantes cosmoenergías. Aquel repentino proceso provocó que el ‘Muni Āshram’ se sacudiera sobre sus cimientos y se ilumine con intensidad.

    Sintiéndose rebosante de poder, Shaka juntó las manos en pose de oración y armonizó su cosmos con los de sus antecesores.

    —¡‘Transmigración por los Seis Mundos del Samsara’!!

    Una fuerte luz fue proyectada desde la palma abierta y levantada de Shaka, pasando de largo a la armadura y abarcando por completo al dios que, inexpresivo, continuaba sentado e inmóvil, tal como al inicio del combate.

    Tras ser alcanzado por el ‘Riku Dō Rin Ne’, Brahma desapareció sin dejar rastro. “La Rueda de las Reencarnaciones” se llevó a uno de sus mundos no sólo el cuerpo físico del dios, sino también la totalidad de su espíritu e influencia cósmica.

    La armadura anaranjada se detuvo en seco y se desarmó en piezas sobre el cuadrilátero.

    —¡Excelente!! —se alegró el Unicornio, casi sacudiendo a su amiga por las hombreras de emoción—. ¡El señor Shaka venció a ese dios!!

    —Me alegro de que todo esto haya terminado —secundó Narella, contagiándose también con la euforia de su compañero—. Ahora podemos regresar a…

    Pero su optimismo se transformó en incertidumbre cuando giró el rostro hacia sus amigos Dorados y hacia Shaka. Los tres lucían una expresión sombría y preocupada.

    —Algo va mal —aseveró el Santo Femenino de Escorpión entre dientes—. Aunque no somos capaces de sentir el cosmos de Brahma, creo que…

    —Lo siento, Caballeros de Atenea —le interrumpió desde la nada la neutral voz del supremo asiático, retumbando en cada recoveco de la Habitación Real Hindú—, pero ‘Padmā’ también puede reflejar ataques espirituales…

    En ese momento, a los cinco contendientes les pareció que el ambiente a su alrededor se distorsionaba. Al mismo tiempo, una sensación de vacío los consumió por completo, y se sintieron caer de cabeza hacia un profundo abismo.

    Los Atenienses fueron arrojados a los Seis Mundos por la misma técnica que tanto se esforzaron en reforzar y ejecutar.


    ***


    En medio de un infinito espacio blanco, Shaka se encontró caminando en la más absoluta soledad. Lo único que rompía la quietud de aquel escenario en el que predominaba la nada, era el ruido de sus pasos metálicos.

    —«No me encuentro en ninguno de los mundos del Samsara —reflexionó el antaño Virgo. Aunque su rostro se mantenía tan inmutable como siempre, en su corazón empezaba a nacer la incertidumbre—. Debo abandonar esta dimensión como sea y regresar al santuario de los dioses».

    —«El lugar en el que te encuentras, es una de mis moradas —le informó una estoica voz masculina, hablándole directamente en su pensamiento—. Y ya que estaba esperando tu llegada, no permitiré que te marches todavía».

    —Brahma…

    —«Sé quién eres en realidad, Shaka de Virgo…»

    —Entonces aparece ante mí y dímelo a la cara, supremo dios hindú…

    —«Como desees».

    El ambiente blanco fue atravesado por innumerables grietas de luz naranja, y en pocos segundos se quebró cual delicado cristal.

    Cuando el de melena rubia levantó el rostro, ahogó el impulso de abrir los ojos para contemplar la imponente y colosal figura que abarcaba el escenario a su alrededor.

    Shaka se sintió insignificante, sabiendo que se encontraba sobre la palma de la gigante mano de Brahma.

    Continuará…
     
  12.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4998
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 66: ¡INCÓGNITA! LAS REVELACIONES DEL SAMSARA

    ==Senderos del Samsara. Mundo de las Bestias==

    Animales salvajes de todo tipo pululaban en el abismo de la brutalidad. Un mundo de apariencia prehistórica, donde imperaba la ley del más fuerte y depredadores devoraban a los más débiles para supervivir.

    En medio de tan dantesco y convulsionado escenario, un niño de no más de ocho años yacía inconsciente sobre un montón de hierba. Ni siquiera los horribles alaridos de criaturas agónicas lograron inquietarlo en su sueño, pero sí el sonido de un grito infantil que sonó cerca de allí. Enseguida despertó de un respingo.

    Aquella voz le resultó familiar, así que, sin considerar las posibles amenazas que enfrentaría, se dirigió sin dilación al lugar del que provenía el agudo chillido. Haciendo desesperadamente a un lado las plantas colgantes y arbustos que se le interponían, se encontró con una escena que lo aterró:

    Una chiquilla era acechada por un enorme dragón de Komodo. El escurridizo reptil la había acorralado contra una pared de roca, dejándola sin escapatoria.

    Sobrecogida y paralizada por el pánico, la inconsciente reacción de la indefensa jovencita fue gritar y esperar lo inevitable. Sabía bien que ese ansioso animal babeante pretendía engullirla.

    —«¿Narella? —se cuestionó confundido, reconociendo la inconfundible tonalidad rosa de los cabellos y ojos de la chica—. Pero… hace poco luchábamos contra Brahma y…»

    Los pensamientos de Theron se convirtieron en una vorágine. En milisegundos, intentó precisar por qué su amiga lucía la misma apariencia infantil con la que la conoció por primera vez, pero sacudió la cabeza a fin de alejar esos pensamientos y concentrarse en la peligrosa situación. Lo que le competía en ese momento era salvaguardar la vida de la chica, así que no dudó en abalanzarse contra el gran reptil, extendiendo la pierna en la clásica pose de ataque de su constelación guardiana.

    —¡Recibe esto, monstruo!! —vociferó en medio de la trayectoria de su patada, llamando así la atención de la voraz criatura—. ¡‘Galope de Unicornio’!!

    Pero su cosmos no encendió y por lo tanto su arremetida resultó fútil. Apenas cuando sintió que su peso se desplomaba secamente sobre la tierra, Theron se percató de que no era más que un niño común intentando realizar la proeza de un Santo de Atenea…

    —Th… Theron… —La versión infante de la Amazona de Sextante apenas pudo pronunciar el nombre de su mejor amigo, al tiempo que sus ojos llorosos le suplicaban ayuda.

    —¡No permitiré que le hagas daño!! —le advirtió Theron más con obstinación que valentía. Sabía bien que esa irracional bestia no entendería palabra alguna, pero ver en tal estado de vulnerabilidad a quien siempre le representó un ejemplo de determinación y coraje, fue algo que lo sacó de sí. Apretando dientes y puños, se puso en pies y reanudó su intento de rescate—. ¡Aunque me cueste la vida, protegeré a Narella!!

    Aun cuando el dragón de Komodo vio que ese testarudo niño se le acercaba corriendo de modo frenético, su instinto lo llevó a concentrarse en la presa que tenía más al alcance. No dudo en girarse y arrojarse de un salto contra la aterrada chica, quien únicamente reaccionó gritando y cubriéndose el rostro con las manitas.

    Justo antes de que las venenosas fauces alcancen a Narella, una figura femenina apareció providencialmente y evitó la agresión. Una mujer de larga cabellera lila, ataviada en una majestuosa cloth dorada, interpuso a tiempo su báculo sagrado entre el animal y la niña.

    —Se… Señorita Saori… —balbuceó el pequeño, reconociendo la cálida y tranquilizante presencia de su diosa. Era la primera vez que la contemplaba portando su armadura, así que no pudo evitar sentirse maravillado y absorto a la vez.

    —No te alarmes, Theron —Ignorando al peligroso reptil, la brillante mirada azul de Atenea se centró en Narella, quien para ese momento yacía desmayada a causa de la impresión—. Tu amiga estará bien.

    Enseguida Saori clavó a Niké en tierra y, en un protector gesto, alzó en brazos el frágil cuerpo de la desvanecida niña de cabellos rosas. Al mismo tiempo, desplegó las alas de su armadura, ahuyentando así al amenazante animal, que despavorido corrió a refugiarse entre la densa vegetación.

    Tras alejarse el peligro, la calma invadió la escena por unos instantes, sin embargo, el corazón de Theron no lograba tranquilizarse. A pesar de que su compañera parecía dormir bajo la maternal protección de la deidad griega, le conmovió sobremanera verla por primera vez en un estado tan vulnerable.

    —Debemos abandonar este mundo salvaje cuanto antes —determinó Atenea con seriedad, tras escuchar una multitud de alaridos de animales en lucha y agonía en las cercanías.

    —Dígame lo que tengo que hacer para proteger a Narella, señorita Saori —le pidió el aludido con arrojo, enjugando disimuladamente un par de lágrimas que habían resbalado por sus mejillas. No podía darse el lujo de mostrarse débil—. Aunque ahora no posea ningún poder, llegó mi turno para retribuir lo que ella hizo por mí hace años.

    Escuchando las sentidas palabras del niño, Saori se arrodilló frente a él para encararlo. En un tierno gesto, le regaló una amable sonrisa y acarició suavemente su mejilla.

    —Mi querido Theron —le dijo, comprensiva—. No es necesario que protejas más a esta chica.

    —Pero… ella siempre ha sido fuerte… y ahora se ve tan frágil… —El aludido intentaba refutar las palabras de su diosa, pero la calidez que irradiaba su cosmos lo sosegaba y reconfortaba—. Debo cuidarla…

    Tras unos segundos de reflexivo silencio, la dama en cloth divina le respondió con la misma cordialidad:

    —Debes entender que Narella abandonó su feminidad para convertirse en un Santo, y aquello implica que no desea ser protegida. Ella quiere luchar por quienes ama, como toda una guerrera…

    Las palabras de la diosa hicieron comprender a Theron que, desde el momento en que Narella sacrificó su vista, la estuvo considerando inconscientemente como una indefensa damisela en peligro. El clamor de la batalla le había hecho olvidar que ambos siempre estuvieron al mismo nivel, como seres humanos y como guerreros de Atenea.

    Tras la revelación, de repente una intensa llama roja apareció en el pecho de la infantil versión del Unicornio, incendiando con furia su corazón. Presa de un agudo dolor, se desvaneció al tornarse blanco el ambiente ante sus ojos.


    ==Senderos del Samsara. Mundo Infernal==

    Entre todos los reinos del Samsara, el más horrible y profundo era el infierno. Cubierto por vastos mares de fuego, ríos de sangre y mórbidas montañas de agujas; este plano de existencia ofrecía únicamente aflicción y angustia a quienes en vida cometieron las más graves acciones.

    —«Esto es demasiado… —reflexionó abrumada Narella, retirando los ojos de la perturbadora escena que se le presentó de golpe en medio de su cauteloso andar. Por primera vez en la vida deseó no poseer una visión tan privilegiada—. Nadie merecería ser castigado de este modo».

    Mientras caminaba sin rumbo a lo largo de un sendero colindado por una cordillera de filosas púas metálicas embadurnadas en sangre, la Amazona de Sextante se encontró con cientos de personas siendo torturadas de las formas más espantosas,. Contemplar el dantesco horror que acontecía a su alrededor por poco le provocó el vómito.

    —«¿Tan mal actué como para terminar en este espeluznante abismo? —dudó de sí la aterrada guerrera de corta melena rosa. El pánico que sentía la obligó a olvidar sus principios, y su característica determinación fue reemplazada por una agobiante inseguridad—. ¿Acaso me equivoqué al oponerme a la voluntad de los dioses que intentan destruir a la humanidad?»

    La temperatura aumentó de modo brutal cuando llegó al final del camino y se encontró con nada más que un extenso océano de magma burbujeante. Sin tener lugar al que continuar, se dejó caer sobre las rodilleras de su cloth, rendida y desolada.

    —Creí que los Santos de Atenea jamás se daban por vencidos —declaró divertida una aguda y chirriante voz a espaldas de la abatida guerrera—. Discúlpame por lo que te voy a decir, pero me parece un tanto patético verte así.

    Cuando la aludida giró el rostro sobre su hombrera, sus iris rosáceos se encontraron con la figura de un diminuto hombrecillo en armadura marrón, sonriéndole entusiasta. Quien le hablaba era Vyasa de Hánuman.

    —Tú… pequeño embustero… —soltó ella con marcado rencor, al tiempo que se reincorporaba con altivez y lo encaraba—. No me engañarás nuevamente con esa falsa faceta amable que intentas aparentar por segunda ocasión.

    —Mi intención no era engañarlos —aseveró el pequeño genio al saberse regañado, desviando disimuladamente la mirada en un infantil puchero—. Debía probar las intenciones y motivaciones de todos ustedes en territorio hindú, incluso las de mis Guardianes. Por ese motivo adopté esta apariencia inofensiva: para que no se intimiden y sean sinceros conmigo.

    —Pues… es evidente que al final juzgaste como malvadas las intenciones de quienes se te oponían —le reprochó la joven, apretando dientes y puños—. Nos enviaste sin piedad al infierno…

    —Fue Shaka de Virgo quien los desterró a los Seis Mundos del Samsara con la técnica que ustedes mismos ayudaron a reforzar —replicó con voz inocente el de cabellera castaña en coleta, acomodando despreocupadamente las manos tras su nuca—. Estás siendo injusta conmigo, ¿no crees?

    —Eres tú quien está siendo injusto la humanidad entera —La doncella de Sextante alzó la guardia y adoptó su clásica pose de batalla. En un parpadeo esfumó la incertidumbre que la había agobiado hace poco y volvió a ser la de siempre—. Así que no me importa que seas un dios supremo… No me importa pasar la eternidad en el infierno por desafiarte… ¡Lucharé sola contra ti y te detendré!

    —No pelearé contra ti, Narella —manifestó el dios sin perder su carácter jovial—. Es admirable que tus intenciones sean nobles, pero debes saber que serán esas buenas intenciones las que te condenarán al más terrible de los destinos.

    —¿A qué… te refieres? —le preguntó vacilante y desconfiada la guerrera, aún sin abandonar su postura de combate.

    —Justificándose a sí mismos con la excusa de actuar debido a sus buenas intenciones y motivaciones, la mayoría de seres humanos son capaces de cometer atrocidades innombrables. Muchos de los que ves siendo torturados en este infierno, se han ganado su castigo por ese motivo.

    —Ese principio no aplica a los Santos de Atenea —replicó con voz firme la chica ataviada en armadura de bronce, intentando ocultar el desasosiego que empezaba a nacer en su corazón—. Nosotros no peleamos por motivos egoístas, sino por salvaguardar las vidas de todos los seres humanos.

    —¿Entonces las vidas humanas valen más que las de cualquier otro ser vivo en el planeta?

    Esta vez Narella se sintió acorralada y no atinó a responder. Estupefacta, bajó la guardia y continuó escuchando el monólogo del dios:

    —Guiados por el afán de proteger a su familia o amigos, a los humanos no les importa lastimar a otros seres vivos, o incluso a los mismos de su especie. Sus vidas consisten únicamente en hacer daño, aunque no tengan la intención de hacerlo; porque el simple hecho de ser humanos implica destruir a otros seres vivos para garantizar su propia supervivencia…

    Miles de pensamientos atravesaron la confundida mente de la Amazona. ¿Acaso todas sus convicciones estaban erradas? ¿Hacía lo correcto al luchar de modo tan vehemente contra el dios que le devolvió la vista?

    —Cálmate, Narella —le instó en tono comprensivo la deidad hindú a la muda joven. En su rostro era evidente la lucha existencial que acontecía en su interior—. Si tienes dudas sobre ti misma, solo debes entender lo siguiente: La única razón del sufrimiento del ser humano es…

    Pero antes de que logre escuchar las últimas palabras de Vyasa, la guerrera sintió que el peto de la cloth de Sextante empezaba a arder. Aquella dolorosa quemazón se transformó rápidamente en una intensa llama roja que consumió por completo su ser y la esfumó de aquel infierno.


    ==Senderos del Samsara. Mundo de los Fantasmas Hambrientos==

    Un reino macabro y podrido era el que albergaba a los espíritus que eternamente sufrían para saciar sus deseos de hambre y sed. Reducidos a seres esqueléticos de abultado estómago, estos famélicos y delgados seres ansiaban devorar el mínimo trozo de carne, aunque aquello significaba que debían comerse a sí mismos o a otros cadáveres vivientes.

    Sin perder la calma, Eleison de Capricornio caminaba a lo largo de una estrecha senda flanqueada por enormes pilas de cuerpos amontonados. Por un momento, su pura mirada azul se desvió hacia un grupo de grotescos demonios comiéndose a uno de los suyos. Enseguida evitó contemplar la horrenda escena y clavó los ojos en el suelo.

    —Es un mundo bastante enfermizo el que se cierne a mi alrededor —se dijo a sí mismo el rubio, sin intimidarse ni deformar su sereno talante—, por ese motivo no debo olvidar lo que aprendí en mi combate contra Asura.

    —No es mala idea —intervino una suave y melodiosa voz masculina, emergiendo entre la bruma de la mortecina senda—, pero bien sabes que eso no te servirá de nada en este infierno, y menos contra un dios como Brahma.

    Eleison paró en seco y, muy alerta, intentó identificar a quien le acababa de hablar. Entre la penumbra divisó con dificultad la silueta de un hombre caminando lentamente hacia él.

    —«Ese sujeto… —Al Santo Dorado le extrañó ver dos cuernos naciendo de la cabeza del recién aparecido—. ¿Acaso se trata de un demonio?»

    Pero cuando logró verlo claramente tras salir de la oscuridad, el Caballero se encontró consigo mismo, solo que su versión exacta sí estaba portando el yelmo de la armadura de Capricornio…

    Doppelgänger —musitó entre dientes el joven.

    —Te equivocas, Eleison —lo corrigió con una angelical voz idéntica a la suya el otro hombre en armadura de oro, retirándose el casco astado y acomodándolo a un costado—. No soy tu doble. Soy una manifestación de lo que ocultas en tu interior. Soy tú mismo…

    Sonriendo ligeramente, el Dorado se cruzó de brazos y dio un sonoro suspiro.

    —Si eres ‘yo’ en todos los aspectos, entonces supongo que no sabrás cómo salir de este infierno.

    —No vine hasta aquí para sacarte de este lugar.

    —¿Qué pretendes entonces? —preguntó el sucesor de Shura entrecerrando los ojos con cierta desconfianza.

    Un prolongado silencio incómodo se produjo entre ambos jóvenes de aspecto idéntico. Mientras que el Capricornio original empezaba a tensionarse y lo invadía la incertidumbre, al otro se lo veía de lo más sereno e inofensivo.

    —Tienes miedo, Eleison…

    —¿De qué tendría miedo?

    —Tienes miedo de mostrarte inseguro y vacilante, y por ese motivo te disfrazas con ese rostro tranquilo e imperturbable. Siempre te has escondido bajo la fachada del clásico estereotipo de hombre tranquilo, carismático y despreocupado. Incluso tu hermana te reclamó efusivamente por ello en el cementerio del Santuario.

    —Tú… te equivocas —replicó titubeando el aludido. Su entrecejo ligeramente fruncido era señal de la incomodidad generada por las palabras recién pronunciadas.

    —Y no solo tienes miedo de eso… También temes utilizar el arma que el Guardián de Ganesha te encomendó.

    —¿Y eso por qué?

    —Porque no sabes lo que podrías desatar con el ‘Astra’ de Shiva, el dios hindú de la destrucción. Por eso no has empleado a Trishula contra Brahma, por recelo a lastimar a tus amigos y hermana…

    Sin poder refutar a lo dicho por su contraparte, el Caballero de Oro apretó el puño izquierdo, precisamente aquel en el que reposaba el mencionado objeto.

    —Pero... ni tu hermana ni amigos se encuentran aquí, ¿cierto? —continuó diciendo en tono cómplice el otro Capricornio—. Tenemos la oportunidad perfecta para probar el poder de una auténtica arma legendaria. Aquí no hay nadie a quien puedas lastimar, excepto a demonios hambrientos y… a ti mismo.

    Eleison se sobresaltó cuando vio que el otro Santo desató de golpe su cosmos dorado y elevó el brazo derecho, demostrando así su clara intención de ejecutar la técnica clásica del Santo guardián del Décimo Templo.

    —Entonces así serán las cosas —declaró para sí mismo el joven, cerrando los ojos en señal de resignación, mientras un violento vendaval sacudía sus cabellos rubios—. Al parecer solo uno de nosotros podrá escapar de este abismo putrefacto.

    Alzando el brazo izquierdo, Eleison cargó su energía cósmica áurea al mismo nivel que su otro yo. El Mundo de los Fantasmas Hambrientos se sacudió en su totalidad ante tal cantidad de poder liberado.

    —¡‘Excálibur’!!!

    —¡‘Trishula’!!!

    Las dos técnicas cortantes fueron liberadas al mismo tiempo en la forma de estelas doradas que surcaron y partieron el suelo a la velocidad de la luz. Cuando ambas armas legendarias se encontraron, una devastadora explosión se produjo, seguida de un masivo resplandor que abarcó y desintegró de modo horrible todo ese plano de la realidad y a todos los que lo habitaban.

    Eleison sintió que su ser físico y espiritual comenzaban a fragmentarse entre el tiempo y espacio, hasta que, de repente, su corazón ardió dolorosamente. Enseguida perdió la conciencia tras el martirio de ser quemado por dentro.


    ==Hiraṇyagarbha==

    Tras romperse cual cúpula de cristal el ambiente blanco por el que deambulaba Shaka, fue revelada la verdadera forma del escenario: Aquel infinito albo fue reemplazado por un oscuro y casi vacío espacio sideral. Solo un puñado de estrellas y demás astros titilaban tímidos entre la negrura de lo que parecía ser la nada misma.

    —Todavía te hace falta alcanzar la iluminación, Shaka de Virgo —habló sin rastro de emoción la colosal figura de Brahma, al guerrero que sostenía sobre la palma abierta y extendida de su mano—. Aunque pretendas aparentar lo contrario con ese inmutable rostro, estás lleno de dudas y desesperación. Eres como el mono que corretea sobre la palma de Buda.

    Al encontrarse en tal situación, la reacción del de larga melena rubia fue sentarse en su clásica pose de flor de loto.

    —Si así lo hubieses querido, me habrías aplastado con un simple movimiento —manifestó el humano de ojos cerrados con abrumadora tranquilidad—, pero aquí sigo, con vida sobre la mano de un dios primordial, flotando en medio del espacio exterior.

    —Esto es más que el cosmos que ustedes los humanos conocen. Como bien resaltaste antes, este escenario no constituye ninguno de los Senderos del Samsara. Después de que ‘Padmā’ reflejara tu técnica, evité que caigas en uno de los seis mundos para traerte al Hiraṇyagarbha, que es el lugar místico y primigenio donde nació el universo y que solo los dioses conocen.

    —¿Y por qué estamos aquí?

    —Porque aquí perteneces… Porque eres uno de nosotros…

    —No… no entiendo —Era raro escuchar titubear al antaño Virgo, pero tal revelación logró perturbar su espíritu. Una gota de sudor frío resbaló por un costado de su cara.

    Buda Gautama, aquel ser humano que alcanzó la iluminación perfecta hace siglos, fue la novena y última reencarnación del dios Vishnu sobre la Tierra. Se creía que habrían de pasar millones de años para que su siguiente avatar apareciera en el Planeta, pero no fue así —El supremo hindi hizo una pausa para dar más realce a sus siguientes palabras—: Eres tú, Shaka… Tú eres Buda Maitreya, la décima reencarnación de Vishnu… No es coincidencia que se te llame “el hombre más cercano a un dios” y…

    —Me niego a aceptarlo —le interrumpió calmado pero tajante el de maltrecha armadura de metales negros—. No me importa si mi destino fue escrito por los de tu panteón. Nací como un ser humano y he dado mi vida en varias ocasiones como tal… como un Santo de Atenea.

    —Me es indiferente si aceptas o no lo que la voluntad divina te impuso —repuso con frialdad la colosal deidad de cabellos púrpuras—. Tu testaruda naturaleza humana no evitará que yo despierte al sagrado espíritu de Vishnu que duerme en ti…

    Shaka sintió que el mundo se le vino encima cuando Brahma alzó su brazo libre. El dios pretendía aprisionarlo con ambas manos, pero se detuvo confundido cuando notó la presencia de un fino y veloz destello de luz roja que surcó el ambiente espacial e impactó cual meteoro en el centro del pecho del Virgo Negro, quien, sin poder hacer algo por evitarlo, fue incinerado en segundos por el extraño fenómeno.

    No quedaron más que las cenizas del Santo sobre la palma del gigantesco y solitario dios, quien, displicente, las sopló para hacerlas flotar en el infinito estrellado del Hiraṇyagarbha.


    ==Senderos del Samsara. Mundo de los Guerreros==

    Para quienes pasaron su vida entre guerras y violencia, estaba el Sendero de los Guerreros. Un mundo en el que feroces asesinos y adversarios peleaban día a día para saciar su sed de venganza. Un lugar terrible donde predominaba la muerte y sangre era derramada por toda la eternidad.

    En medio de un tumulto conformado por iracundos gladiadores destrozándose entre sí con sus armas blancas, se encontraba Kyrie de Escorpión, defendiéndose de las innumerables agresiones que se le aproximaban desde todos los frentes.

    —No dejan de aparecer… —dijo a la nada la joven en cloth dorada. A pesar de que fue curada recientemente por la bendición divina del laddu, su descubierto rostro mostraba señales de cansancio, ya que decidió enfrentar únicamente con su fuerza física a los millares de irracionales guerreros que la acorralaron y se habían abalanzado sobre ella. Debía cuidar su energía cósmica para su combate contra Brahma—. Siento que han pasado horas desde que estos sujetos empezaron a acosarme…

    Por cada enemigo que abatía la Amazona, dos nuevos aparecían desde la oscuridad. Casi no tenía problemas en contrarrestar la lluvia de ataques, pero empezaba a abrumarla el hecho de no saber cómo escapar de ese violento infierno.

    —«Cálmate, Kyrie —se instó a sí misma la rubia, al tiempo que mutilaba a uno de los rivales con la tenaza dorada que sobresalía del antebrazo de su armadura—. Puedes sobreponerte a los horrores del Samsara… Solo debes recordar lo que tu antecesor te heredó: Debes tener… esperanza».

    Una gran cantidad de enemigos salió despedida por los aires, tras una enorme explosión cósmica que aconteció en las cercanías. El responsable: un hombre de larga cabellera azulada, ataviado en senda armadura negra.

    —¡Milo! —exclamó emocionada la chica al reconocer la inconfundible figura de su legendario antecesor, que le pareció fue invocado por sus intensos sentimientos de añoranza. Casi no notó el hecho de que el ropaje azabache de Escorpión lucía intacto, al igual que su portador.

    —Me alegra verte nuevamente, Kyrie —exaltó el antaño Dorado sonriendo ampliamente. Aunque habían pasado solo unas horas desde su primer encuentro en el Santuario, le pareció que fueron décadas—. Hay algo que quiero decirte…

    El escenario no había dejado de ser peligroso. La multitud de soldados armados con espadas y lanzas continuaba atacando a mansalva, esta vez concentrándose únicamente en el antecesor y la sucesora de Escorpión, quienes para ese momento se habían posicionado espalda con espalda en una estratégica formación de defensa.

    —Es un lugar un tanto inapropiado para conversar, pero qué más da. ¿Qué es lo quieres decirme?

    —Tras el combate que sostuvimos, perdiste la consciencia, y no me escuchaste admitir mi derrota ante ti… Me diste una de las mejores batallas de mi vida, y me demostraste que mereces ser la digna sucesora de mi querida armadura. Por todo esto, te encomiendo a Atenea, Amazona Dorada de Escorpión.

    Kyrie enmudeció de incredulidad. El corazón le latía con intensidad, y no precisamente a causa de la intensa batalla que continuaba librando. Jamás habría imaginado escuchar tales palabras de parte del hombre que siempre admiró y respetó; y por lo tanto la invadió una intensa sensación de alegría. Por un ligero instante también se dejó reconfortar por la compañía del Caballero Negro, la cual le representaba un gran alivio en medio de tanta conmoción.

    —Gracias, Milo —atinó a decir ella, recuperando la compostura e intentando transmitir la solemnidad que caracterizaba a los Santos de su rango—. En tu nombre, juro que no decepcionaré a Atenea.

    —Sé que no lo harás, Kyrie —El antaño Escorpión reunió su energía cósmica en la mano derecha, para luego liberarla de golpe con una de sus técnicas insignes—. ¡Restricción!!

    La mayoría de guerreros que los asediaban fueron paralizados en el acto, dándole a la pareja un ligero respiro.

    —Te agradezco el que hayas venido a un lugar como este para apoyarme —manifestó la Dorada, mostrándose tan fuerte como era—, pero no necesito que me socorran.

    —Lo sé, Kyrie —coincidió él con la misma determinación—. Estoy consciente de que una Guerrera Dorada no necesita que la protejan ¡Por ese motivo deseo que luchemos juntos! ¡Como iguales!

    Una segunda oleada de contrincantes se hizo presente, abriéndose paso con violencia entre los que estaban privados de movimiento. Ansiando saciar su sed de sangre, despedazaron sin piedad a los suyos, y continuaron con la brutal arremetida hacia los Atenienses.

    La reacción de Kyrie y Milo no se hizo esperar y juntos se turnaron para alternar sus ataques y defensas a la velocidad de la luz. Era increíble la compatibilidad que lograron desarrollar en tan poco tiempo y por lo tanto les sorprendió sentir que se conocían de toda la vida. Los Santos de dos generaciones eran como uno solo, como si sus corazones latieran al unísono; y aquello lo comprobaron cuando supieron que podían leer claramente los movimientos e intenciones del otro, hasta el punto de incluso llegar a comunicarse telepáticamente entre ellos mientras continuaban batallando:

    Me alegra saber que las entendiste muy bien —se regocijó Milo mientras reventaba de un puñetazo las costillas de uno de los rivales—. Esas letras en color rojo que grabé en tu máscara.

    No solo en mi máscara —le respondió con gran convicción la joven en su pensamiento, al tiempo que empujaba con fuerza a otro de los combatientes—. ¡Las marcaste a fuego en lo más profundo de mi alma!!

    Por primera vez, los iracundos y bravos guerreros parecieron ser intimidados y empezaron a retroceder ante la imponente presencia de los dos Santos.

    Ahora estoy seguro de que estás lista —añadió Milo, sonriendo cómplice.

    ¿Lista para qué?

    Para dominar la técnica suprema del Escorpión Celeste…

    Pero creía que la máxima técnica de nuestra constelación es la ‘Aguja Escarlata – Antares’ —reaccionó perpleja la aludida.

    Ya te lo explicaré todo con más calma, mi querida Kyrie —le dijo él muy confiado—, pero para ello, primero tienes que despertar…

    Asombrada por lo dicho por Milo, la rubia de repente sintió arder su corazón. Presa de un paralizante dolor, miró el peto de su cloth, para notar confundida que su punto estelar principal se estaba incendiando en una intensa flama carmesí.

    El ambiente bélico se distorsionó en el momento exacto en el que la protectora de la Octava Casa se desmayó.


    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    Shaka, Kyrie, Eleison, Narella y Theron yacían inconscientes sobre el enorme cuadrilátero que constituía el piso de la morada de Brahma. Los cinco guerreros despertaron al mismo tiempo, atormentados por un dolor ardiente que se originaba a la altura de sus corazones. Inspeccionando por instinto sus maltratados petos, notaron en ellos la presencia de pequeños agujeros resplandeciendo en intenso rojo.

    —Esta aguda herida quemante… —comenzó diciendo el Caballero que aún mantenía los ojos cerrados, palpando el diminuto orificio en su armadura negra con las yemas de los dedos—. Es la técnica del Escorpión…

    —Seguramente ese ken fue el que nos liberó de los Mundos del Samsara —aventuró el Unicornio, mientras se reincorporaba junto con sus compañeros.

    —Gracias por sacarnos del infierno, Kyrie —terció Narella con gran alivio. Había colocado la mano sobre la hombrera dorada de su amiga.

    —Yo no ejecuté la ‘Aguja Escarlata’ —negó casi en un murmullo la aludida, siendo la que lucía más confundida entre sus cuatro colegas—. Aunque sí reconozco esta sensación… Es la misma que hace poco experimenté en el Santuario…


    ==Hace unos minutos. Maravilla Suprema. Límites exteriores del Narasiṁha Mandir==

    —¿Dónde… estoy? —se preguntó Milo, despertando como de un largo sueño. Aunque sentía que el intenso frío calaba sus huesos, también lo reconfortaban los residuos de un cosmos familiar—. Lo último que recuerdo es que intentaba liberar de la maldad a… ¡Camus!!

    El Caballero legendario de Escorpión fue encerrado en un ataúd de hielo perpetuo por su compañero de generación tras la batalla que ambos protagonizaron. El objetivo del antecesor de Acuario era garantizar la seguridad de su amigo, mientras este se recuperaba parcialmente de las heridas producto de la lucha.

    Apenas el de cabellera azul abrió sobresaltado los ojos, el bloque congelado se derritió y lo dejó libre. Entre toses, logró recomponerse y ponerse en pies para notar sorprendido que ya no sentía tanto dolor en sus heridas y que, además, su energía le fue parcialmente restaurada.

    —Camus… entonces me protegiste con tu técnica —susurró el de melena azulada, observando el agua helada que se deslizaba por su armadura negra agrietada. Los ojos se le humedecieron en lágrimas, porque ese hielo le producía nostalgia, producto de la reconfortante calidez que, a su modo, le supo transmitir su mejor amigo hace años—. Me alegra saber que has vuelto a ser el mismo de siempre…

    Armado de convicción, Milo corrió veloz hacia los templos construidos entre las montañas que avizoró al final del camino empedrado.

    —«Aprovecharé al máximo la segunda oportunidad que me brindaste, amigo —reflexionó el antecesor de Escorpión, sonriendo muy seguro en su carrera—. Daré mi vida por ustedes de ser necesario, así que espérenme, Caballeros de Atenea».


    ==Tiempo actual. Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    —Debes tener más cuidado al ejecutar tus técnicas, Shaka —soltó una voz masculina desde el lejano portón de la habitación—. Fue bastante difícil regresarlos desde ese estado catatónico.

    Cuando el quinteto aliado se giró, vio la figura de Milo de Escorpión, haciendo gloriosa entrada en el escenario hindi. Aunque su armadura lucía en ruinas, su porte no dejaba de ser majestuoso, porque lo rodeaba una brillante y renovada aura dorada.

    Continuará…
     
  13.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    5077
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 67: SHIVA Y VISHNU: EL DESPERTAR DE ELEISON Y SHAKA

    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    —¡Milo! —exclamó la portadora de Escorpión sin poder ocultar su emoción. Le alegró reunirse nuevamente con su antecesor en un ambiente menos convulsionado.

    En apariencia, el de armadura negra lucía mucho más maltratado que en su reencuentro en el ‘Mundo de los Guerreros’; pero más que aquello, a la doncella dorada le llamó la atención el impresionante halo áureo que lo engalanaba.

    En silencio, Eleison, Narella y Theron reconocieron al recién llegado como un aliado más. Los tres jóvenes esbozaron una ligera sonrisa en señal de confianza, sabiendo que contarían con el apoyo de uno de los Caballeros Dorados de la generación legendaria.

    —«Hay algo diferente en Milo —especuló para sí Shaka. Aunque mantenía los ojos cerrados, notaba claramente un cambio en él—. No es solo el cosmos de Atenea el que lo protege, el de su amigo también lo acompaña. Seguramente, Camus le transmitió parte de su energía tras encerrarlo en el sarcófago de hielo».

    —Temí que no despertarían, amigos —manifestó sonriente el de larga melena azulada, juntándose con quienes hace poco yacieron inconscientes sobre el vasto piso de baldosa—. Me alegra ver que los cinco se encuentran bien.

    —Te agradezco por liberarnos del letargo de los Seis Mundos del Samsara con tu ‘Aguja Escarlata’ —reconoció Shaka con su clásico tono imperturbable—. Aunque lamento que hayas utilizado gran parte de tu cosmos para tal fin.

    El aludido no respondió y se limitó a sonreír satisfecho. Había cumplido con su cometido de traer a salvo a sus camaradas y ni siquiera había pensado en las consecuencias que ello acarrearía.

    —No soy capaz de encontrar al enemigo —declaró Narella con marcada incertidumbre. Su esfuerzo de otear el escenario en búsqueda de Brahma resultó fútil.

    Es un honor conocer a otro ser humano de poder extraordinario —intervino desde ninguna parte la flemática voz del supremo hindú, retumbando potente en la totalidad el Monasterio Silencioso—. Únicamente un ser virtuoso sería capaz de romper una técnica espiritual con una física, e incluso alcanzar el Hiraṇyagarbha.

    Enseguida el dios hizo aparición, sentado en su clásica posición de flor de loto.

    Al tener a su antagonista tan cerca, los seis aliados alzaron la guardia en pose desafiante, atentos a cualquier movimiento de su parte.

    —Debo felicitarlos, Caballeros de Atenea —añadió la apática deidad, girando la cara hacia las piezas metálicas de su Armadura Suprema que, inertes, reposaban desperdigadas sobre el piso—. Lograron el prodigio de aplacar mi “Tercer Rostro”.

    —Eso de nada servirá si no logramos detenerte por completo —masculló el Santo de Unicornio, apretando dientes y puños en un gesto de frustración.

    —Suponía que dirían algo como eso —contestó el hindi en tono monocorde, encarando una vez más al sexteto humano—. Y sabiendo que no desistirán hasta acabar conmigo, he llegado a entender que no hay otro modo para sobreponerse a la determinación humana más que este…

    Brahma dejó su instancia pasiva y por fin se puso en pies.

    Enseguida, su cabellera lila se elevó con violencia cuando dejó libre su cosmos anaranjado a un nivel portentoso, digno de un dios. En esta ocasión los guerreros al servicio de Atenea sí fueron capaces de contemplar y sentir el poder que una deidad suprema era capaz de manifestar. La energía cercana a la ‘Gran Voluntad’ era tan gloriosa y magnífica, que su sola expansión fue suficiente para presionar y privar de movimiento a los rivales.

    —«Jamás había imaginado que existiría un ser con un cosmos tan poderoso —reflexionó abrumado Eleison, forcejeando para que la presión cósmica del Brahma no lo aplaste. Al mismo tiempo, la súbita liberación de energía provocó un violento temblor, así que, junto con sus compañeros se vio obligado a luchar para mantener el equilibrio, ya que el terreno se resquebrajaba bajo sus pies—. Aun así, no soy capaz de percibir un ligero atisbo de emoción en él».

    El ambiente vacío del recinto se distorsionó y fue reemplazado por incontables mosaicos alusivos a la cultura hindú. Tan complejas matrices de ilusiones religiosas inquietaron, por su extrañeza, a los paralizados e indefensos guerreros a merced del dios.

    —Lo único que logrará detenerlos, será la ejecución de mi técnica suprema. Aquel arte definitivo temido incluso por los demás dioses del panteón hindú, que ‘destierra’ de este plano astral a todo lo que no posea naturaleza divina.

    —No pretenderás… —La estupefacta Kyrie fue interrumpida por el estoico dios antes de que logre terminar sus palabras:

    —En efecto, Guerrera Dorada. Acabaré de modo abrupto con los combates que se desarrollan no solo en mi territorio, sino también con los que acontecen en los bastiones de los dioses restantes de la Alianza. Desintegraré de un soplo mi creación, la Maravilla Suprema, y a todos los humanos que la están invadiendo…

    Tal sentencia proferida con tan abrumadora apatía, logró llenar de terror los corazones de los Atenienses. Dependería de ellos no solo su propia supervivencia, sino también la de sus camaradas en otras locaciones de la isla flotante de los dioses. La impotencia empezó a invadirlos, y más cuando se sintieron todavía más estrujados por la influencia cósmica de su poderoso antagonista.

    Ninguno de los guerreros humanos sabía con certeza cómo proceder al encontrarse en semejantes apuros. Ninguno excepto Shaka de Virgo, quien, en un esfuerzo heroico, logró dar un par de dolorosos pasos hacia el frente, hasta conseguir plantarse ante el místico contendiente.

    —Es suficiente, Brahma… —lo desafió tajante el Santo Negro, aunque hablando con dificultad—. Te detendré antes de… que ejecutes tu ataque supremo y… serán mis compañeros quienes acaben contigo…

    —Para tal propósito, primero habrías de despertar al espíritu divino que duerme en ti —respondió el amenazado, sin inmutarse. Las imágenes hinduistas que produjo, empezaron a girar en una demente y confusa danza—, pero me temo que eso no será posible, porque para ello necesitas de la asistencia de otro dios hindú como tú y yo.

    Ninguno de los cinco compañeros de Shaka comprendía la conversación entre este y el dios. ¿Cómo podría el legendario Virgo ser parte de los dioses que intentaban destruir a la humanidad?

    —¡No pertenezco a tu panteón! —replicó implacable el de cloth oscura, con una vehemencia nada usual en él—. ¡Serán mi espíritu humano y mi calidad de Santo de Atenea, los que me harán trascender más allá de los límites del Séptimo Sentido!!

    El aura dorada que rodeaba el cuerpo de Shaka parecía formar una flor de loto a su alrededor. Cuando los traslúcidos pétalos se abrieron con suavidad, su energía llegó a niveles inconmensurables y supo que había llegado el momento para liberarla de golpe con su máxima técnica:

    —¡El Tesoro del Cielo!!! —pronunció el antecesor de la virgen, abriendo los ojos.

    Un parpadeo bastó para que se hiciera presente en el escenario el ken que representa la armonía perfecta del universo y la última verdad del mismo.

    Enseguida las ilusiones hindúes de Brahma empezaron a entremezclarse con las budistas de Shaka, produciendo confusas y complejas imágenes en los mosaicos de ambos. Tan enmarañado choque de energías intangibles, era algo que estaba más allá de la comprensión humana y de la dimensión física donde el combate había alcanzado tal punto crítico.

    —«Esto es demasiado —profirió la aturdida Narella para sí, cubriéndose los ojos con ambas manos para evitar mirar la extraña y chocante vorágine cósmica—. Sabía que el señor Shaka era poderoso, pero no hasta el punto de rozar casi lo divino».

    En milésimas de segundo, la técnica que combina el ataque y la defensa se las arregló para alcanzar directamente a su objetivo. Así que, sabiendo que el oponente se encontraba vulnerable, Shaka aprovechó el momento para quitarle todos los sentidos de una sola vez.

    Enseguida, el amasijo de ilusiones se desvaneció, pero la presión cósmica de Brahma se negó a dejar libre al grupo humano.

    Vaya… conseguiste inutilizar mi cuerpo físico y mermar por un momento la ejecución de mi técnica —profirió Brahma, sin recelo, desde otra dimensión—, pero es una lástima comunicarte que el ‘Tesoro del Cielo’ no será suficiente para detener mi esencia espiritual…

    La deidad asiática prefería manifestarse más en forma intangible que en una física, así que para él resultaba de lo más natural abandonar su avatar que, según consideraba, estaba de más y lo ataba a la Tierra. Tras recibir el ken de Virgo, quiso dejar atrás su ser material una vez más, pero no fue capaz de hacerlo.

    —«¿Cómo es esto posible? —se cuestionó a sí mismo el ente divino. Por primera vez en todo el combate, parecía un tanto nervioso—. No puedo creer que un ser humano haya conseguido el prodigio de detenerme por su cuenta, y sin siquiera despertar al espíritu divino que duerme en su interior».

    —Esta es nuestra oportunidad, amigos —les dijo el Santo Negro a sus cinco camaradas, sin siquiera voltearse a mirarlos. Sabía que continuaban paralizados por la expansión cósmica de Brahma, pero también que podría contar con su apoyo—. Deben apresurarse y destruirlo de una vez. Solo podré contenerlo por unos minutos…

    La concentración del legendario Virgo era abrumadora. Aunque su expresión era de absoluta calma, sus ojos azules, abiertos como platos, irradiaban determinación y chispeaban valor. La gran lucha que libraba para detener a un dios fue evidente cuando su nariz empezó a sangrar.

    —No permitiremos que su esfuerzo sea en vano, señor Shaka —intervino el Santo de Capricornio, poniendo todo su empeño para lograr moverse y empezar una tortuosa caminata hacia el antaño protector de la Sexta Casa.

    Eleison fue demasiado afectado por el hecho de encontrarse consigo mismo en el ‘Mundo de los Fantasmas Hambrientos’, y por lo tanto sentía que debía demostrar que no tenía miedo. Su alterada psique dejó atrás al joven pacífico y amable que siempre fue, para reemplazarlo por uno más aguerrido, impulsivo e iracundo; tal como el que enfrentó a Ganesha en primera instancia.

    —Ya que una ofensiva combinada no funcionó para acabar con un ente supremo, llegó el momento para atacar con lo mejor que tengo —le informó el Dorado a Shaka, descansando con dificultad la mano sobre su rota hombrera azabache—. ¡Emplearé el arma legendaria del dios hindú de la destrucción para derrotarlo!

    La rabia deformó las suaves facciones del joven sucesor de Shura cuando hizo arder su cosmos dorado a sus máximos límites. Acto seguido, lo dio todo de sí para desatar de golpe el poderío del arma de Shiva, el cual dormía en su brazo izquierdo.

    —Es… es demasiada energía… —farfulló sorprendida la Amazona de Escorpión. Un miedo irracional la invadió cuando vio manifestarse el sacro instrumento desde la extremidad de su hermano, ya que este había creado un poderoso y destructivo haz de luz que su inexperto usuario no lograba controlar. Su brazo se sacudía con violencia lanzando cortes al azar por todo el recinto.

    —¡Detente, Caballero de Atenea! —le exigió Milo con afán. Luchaba desesperadamente por liberarse de las ataduras cósmicas que lo aprisionaban, pero era incapaz de moverse un ápice—. ¡El que intentas manipular es un poder divino! ¡Aunque seas un Santo de Oro, no lograrás controlarlo!

    —Solo existe un modo para que un ser humano pueda dominar la fuerza de un Astra —intervino Shaka, aún concentrado en su objetivo de detener al espíritu del dios. Había echado ambos brazos hacia adelante para reforzar su ken—. Debes recuperar el equilibrio de tus chakra. Aquel que obtuviste hace poco durante tu último combate.

    Pero la angustia y frustración habían hecho presa de él. No imaginó que el poder del artilugio hindú sería más devastador que el desatado en el infierno, cuando lo empleó por primera vez contra sí mismo. Aun así, no se rindió y, con gran esfuerzo, logró sobreponerse por un momento al poder del arma de Shiva. Con el brazo tembloroso y aún desbordando energía cortante, emprendió un tortuoso y lento andar hacia donde Brahma se encontraba, quieto como una piedra.

    Es inútil, Eleison —le advirtió el espíritu del dios desde otro plano de la realidad—. Si continúas de ese modo, te autodestruirás. De ti solo quedará la energía del tridente sagrado que intentas manipular.

    Mas el aludido no entendió razones en ese momento. Sin dilación, continuó con su calvario hacia el paralizado cuerpo de la deidad, cuyo cosmos residual continuaba empujándolo hacia el lado contrario, por inercia.

    —«Estos humanos… —reflexionó un tanto alterado Brahma, percibiendo espiritualmente el esfuerzo extremo de Shaka y Eleison por acabarlo—. Es como si Vishnu y Shiva se hubiesen juntado para oponérseme».

    —¡Es hora de acabar con esto! —bramó Capricornio con furia, tras elevar verticalmente el antebrazo izquierdo. Tenía a su objetivo a contados pasos de distancia—. ¡Despierta, ‘Trishula’!!!

    Evocado el nombre del arma divina, su fuerza fue desatada de modo descontrolado cuando su portador blandió y dejó caer la extremidad hacia la cabeza del hindú.

    Pero antes de que el mortal rayo de luz cortante lo destaje, el escudo ovalado de Brahma se interpuso en la trayectoria del ken y amparó a su dueño. Tan brutal choque de objetos divinos, provocó que toda la mampostería del piso de la recámara se despegara y levantara de golpe.

    —«‘Padma’ me está protegiendo por su cuenta —reflexionó inmutable el atacado, sabiendo que no había sido su voluntad la que movió el escudo—. ¿Acaso esto es obra tuya, Mielikki…?»

    El Santo no desistió en su rabioso intento por acabar con el dios, así que continuó aumentando la presión de su brazo para atravesar el metal del escudo.

    Basta ya, Caballero —le instó el espíritu del dios desde todas y ninguna parte—. Trishula no logrará destruir la defensa física más perfecta del universo, porque el poder de Shiva requiere el equilibrio emocional de quien lo emplea.

    Pero el atacante ni siquiera escuchó las sosegadas palabras del divino ente, ya que el encuentro de metales producía un chirriante y agudo sonido, además de una lluvia de chispas luminosas, la cual hacía todavía más confuso el escenario.

    Pocos segundos bastaron para que la fricción de los metales del escudo de Brahma y el guantelete de Capricornio, rompieran por completo este último. El oro del que estaba hecha la protección del brazo de Eleison, no fue suficiente para resistir un forcejeo violento con el material utilizado por la diosa finlandesa para forjar a ‘Padma’.

    El joven atacante sintió un indescriptible dolor cuando su piel desprotegida hizo contacto directo con la protección divina. Aunque intentó soportar el martirio y conservar la calma, al fin cedió, y no logró contener un desgarrador y horrendo grito de sufrimiento.

    —¡Es suficiente, hermano!! —le gritó la doncella Dorada, desesperada y tan conmovida como todos sus cuatro compañeros.

    —¡No lo es, Kyrie!! —replicó absolutamente descontrolado el aludido. La conmoción del momento le había hecho olvidar por completo las lecciones emocionales que le inculcó Asura—. ¡No permitiré que este sujeto les haga daño a ti, ni a nuestros amigos!! ¡Aprovecharé que lo tengo así de cerca y lo acabaré de una buena vez!!

    A pesar del dolor, el rubio aumentó la presión cósmica y física que estaba ejerciendo con su técnica. Sin embargo, su encolerizado e impulsivo esfuerzo no era suficiente para siquiera rasguñar el escudo.

    —¡Te equivocas, Eleison!! —lo contradijo Escorpión, forcejeando con ímpetu para liberarse de la parálisis cósmica—. ¡Te equivocas al mostrar nuevamente esa actitud impulsiva y descontrolada!! ¡Tú no eres así!! —Ante el asombro de sus colegas, ella también consiguió sobreponerse a las ataduras invisibles y empezó una lenta y tortuosa marcha. Caminando pesadamente, se dirigió hacia el lugar donde su hermano continuaba luchando fuera de sí—. Recuerdo bien cómo eres —añadió, aflorando lágrimas de dolor—. Gracias a tu forma de ser, lograste tu sueño de convertirte en un Santo de Atenea, primero con la armadura de Brújula y luego con la de Capricornio.

    A sus espaldas, el actual custodio del Décimo Templo del zodiaco sintió que unos brazos lo rodeaban por la cintura. Tan delicada y familiar caricia, además de sorprenderlo, le ayudó a tranquilizar su alborotada mente.

    —Recuerda la promesa que me hiciste cuando nos separamos en este santuario —añadió Kyrie, aumentando la presión de su abrazo—. Me prometiste que, cuando nos volvamos a ver, recuperaría a mi querido hermano mayor…

    Las palabras de quien más amaba, combinadas con la calidez que derrochaba su cosmos de oro, le ayudaron a Eleison a relajarse y recuperar el equilibrio de su primer chakra, el ‘Mūlādhāra’. Con su característica calma restablecida, logró concentrar y controlar el poder del Astra.

    —Siempre hemos estado juntos, ¿cierto, Kyrie? —le dijo su hermano con amabilidad, al tiempo que la observaba de refilón con sus serenos y límpidos ojos azules—. Aunque es la primera vez que luchamos como Santos de Oro y… como hermanos…

    —Tienes razón —contestó ella con la misma cordialidad. Su aura dorada, encendida a niveles indescriptibles, se combinó con la de su pariente y colega, y a punto estuvo de superar los límites del Séptimo Sentido con su expansión—. ¡Y por eso haremos que este momento valga la pena!!

    Aún abrazando a su hermano por la cintura con el brazo izquierdo, la joven en cloth dorada se situó a un lado de él y enseguida extendió su mano libre hacia donde se encontraba Brahma.

    —¡Esta es la técnica que aprendí de mi antecesor!! —clamó ella, ante la sorpresa del paralizado Milo—. ¡‘Aguja Azabache’!!

    —Y este es el poder del dios hindú de la destrucción, ahora de parte de la justicia que Atenea desea para toda la humanidad —secundó Eleison con absoluta serenidad, alzando nuevamente su lastimado antebrazo izquierdo—. ‘Trishula’

    Quince agujas fueron desplegadas al mismo tiempo desde las uñas de la guerrera, las cuales se habían tornado tan negras y puntiagudas como auténticos aguijones de escorpión. Al mismo tiempo, tres finos rayos de cortante luz blanca salieron disparados desde el brazo desprotegido de Eleison, acompañando en paralelo a los oscuros que produjo su hermana.

    Las agujas de Escorpión atravesaron como fantasmas el escudo divino e impactaron de lleno en el cuerpo físico del dios hindi, incrustándose profundamente en su carne. Mientras ocurría esto, el trío de luces emanado por el tridente de Shiva se estrelló contra el escudo ovalado, expandiéndose hasta el punto de cegar a todos los presentes con su fulgente intensidad.

    Cuando el resplandor se disipó y los seis aliados recuperaron la visión, notaron con alivio que el cosmos divino de Brahma al fin se había apagado y que, además, ya eran capaces de moverse. Con asombro, contemplaron al escudo ‘Padma’, yaciendo partido en dos mitades iguales sobre el piso.

    Sabiéndose libre de amenaza, Shaka detuvo la ejecución de su ‘Tesoro del Cielo’ y, respirando agitado, se desplomó exhausto sobre sus rodillas. Lo mismo hicieron los agotados hermanos Dorados tras su sobrehumano esfuerzo.

    La calma y el silencio reinaron en la amplia y vacía habitación del dios creador, quien permanecía todavía en pies e inmóvil. Con cierto dejo de frustración, el sexteto humano observó atentamente a quien lucía inmaculado e intacto a pesar de haber recibido dos poderosas agresiones.

    —Entonces… esto es a lo que los humanos llaman dolor físico —masculló Brahma un tanto extrañado. Su ser material había recuperado los sentidos que Shaka le arrebató, justo antes de que impactaran sobre él los ataques combinados de Kyrie y Eleison.

    Sangre divina brotó copiosamente desde los quince puntos de su cuerpo donde se hundieron los aguijones negros. Tan confundido estaba, que apenas notó el líquido vital fluyendo a un costado de su cabeza, producto de la herida que ‘Trishula’ logró infligirle tras rebanar su escudo.

    Aturdido, Brahma también se dejó caer sobre una de sus rodillas. Aunque aún mantenía los ojos cerrados, en su delicada faz era evidente una ligera expresión de sufrimiento.

    —Al final, los cuerpos que Yggdrasil elaboró para nosotros resultaron ser de lo más frágiles —añadió la deidad, sobreponiéndose al dolor para reincorporar su delgado ser. No podía darse el lujo de lucir débil ante los humanos que lo enfrentaban.

    —«Esto va muy mal —reflexionó Theron de Unicornio, tragando saliva en un gesto de nerviosismo. Una vez más, se sintió acorralado—. ¿Acaso el poder de un dios no conoce límites?»

    —«No puedo creer que haya resistido las técnicas que tanto esfuerzo les costó ejecutar a nuestros amigos y al señor Shaka —pensó por su parte Narella, aterrada y casi desesperanzada—. No quiero imaginarme lo que hará ahora como represalia».

    —Kyrie, Eleison —los llamó Brahma con indiferencia, encarándolos—. De hecho no me sorprende que me hayan herido de este modo. Había algo en ustedes dos que me inquietaba, y por ese motivo intenté evitar que invadieran el territorio hindú en primera instancia —El dios pasó la palma de la mano sobre sus heridas, deteniendo el sangrado y curándolas por completo—. Reconozco en ustedes habilidades extraordinarias, ya que lograron que el mismo Shiva los apoye con su arma. Sin embargo, ha llegado el momento de corregir mis errores: Por lógica, primero debí concentrarme en acabar con los adversarios humanos que tengo enfrente, para después ejecutar mi ken magno sin interrupciones y acabar de golpe con todas las demás batallas en terreno divino.

    El suplicio de los guerreros al servicio de Atenea apenas había comenzado. Una vez más y sin darles tiempo a reaccionar, el hindú dejó libre su esplendorosa aura divina de color naranja.

    —“LA REVELACIÓN DEL MAHĀBHĀRATA” —pronunció el de cabellera lila en un susurro. Sus manos adoptaron la pose de meditación llamada ‘Gyan Mudra’.

    Aquella técnica ancestral consiste en sobrecargar el cerebro con todo tipo de conocimiento, ya sea humano o divino; hasta el punto de que la víctima no es capaz de soportar tan violenta y súbita cantidad de información. Con esto, mente y alma sufren un desequilibrio y posterior colapso, aniquilando por completo al sujeto. De este modo, queda solo la esencia espiritual, pura y sin recuerdos, para que esta ‘migre’ libremente hacia el lugar donde se unificará con otras en el centro exacto del Universo: El monte ‘Meru’.

    Apenas el dios manifestó su ken, los seis aliados sintieron sus cabezas a punto de explotar. Era tanta la cantidad de conocimiento que les estaba siendo inducido a la fuerza, que no pudieron evitar sentir una indescriptible confusión y terror.

    —«Esto… no acabará aquí —se dijo a sí mismo el todavía arrodillado Caballero de Capricornio, tranquilizándose a pesar del suplicio que experimentaba su mente—. Al menos no para ustedes, amigos…»

    Siendo el único que logró conservar su equilibrio emocional ante el arte divino que atormentaba a todos, Eleison empleó la cosmoenergía que le restaba para actuar enseguida.

    —Hermana, amigos… no se rindan… —fueron las pocas palabras que logró articular el Dorado, antes de conseguir la hazaña de liberar a sus compañeros del martirio divino. La serena sonrisa en su rostro se esfumó cuando sus azules ojos quedaron en blanco y cayó pesadamente sobre sus espaldas.

    —¿Qué fue… lo que ocurrió? —atinó a preguntar la desorientada Kyrie. Apenas podía ubicarse en tiempo y espacio, al igual que sus camaradas; pero sintió un gran alivio al saberse libre de la tortura intelectual. No obstante, lo primero que notó cuando giró la cara, la alteró sobremanera—: ¡Hermano!!

    Las piernas le temblaban, pero el hecho de ver a su único familiar desvanecido, yaciendo inerte sobre el piso, le hizo olvidar el cansancio. Sin vacilar, se levantó y corrió hacia él. Con apuros lo acomodó lo mejor que pudo sobre su regazo.

    —Eleison… entonces te sacrificaste para salvarnos —agregó Escorpión, conmovida. Las lágrimas que se le habían acumulado tras los párpados, se desbordaron por sus mejillas.

    —En efecto —corroboró impasible el asiático—. A último momento, empleó el poder de ‘Trishula’ para, en parte, neutralizar y concentrar sobre sí mismo los estragos de “La Revelación del Mahābhārata”. Los salvó, sabiendo o no que el ‘Astra’ de Shiva también es capaz de destruir los ataques no materiales.

    —Gracias, mi querido hermano —le dijo la rubia, aferrándose firmemente al desprotegido brazo con el que desplegó la legendaria arma por segunda vez. Le dolía verlo con esa expresión de dolor, así que le cerró los párpados con delicadeza—. Te prometo que tu sacrificio no será en vano…

    Los ojos azules de la joven se clavaron con resentimiento y rabia sobre su rival divino. A punto estuvo de arremeter por su cuenta contra este, pero se contuvo cuando sintió que una mano se posaba sobre su hombrera áurea.

    —Cálmate, Kyrie —le instó Milo con solemne seriedad—. Tu hermano es un Santo de Oro al igual que tú. Debes tener la esperanza… Seguramente, él se repondrá.

    —Lo dudo —intervino tajante el dios—. Tal sobrecarga de información seguramente le costó la cordura. El alma de este guerrero ahora debe estar vagando, fragmentada por varias dimensiones.

    Mientras un malogrado Shaka continuaba arrodillado, extenuado por el esfuerzo de alargar la ejecución de su máximo ken; Narella y Theron, apesadumbrados, alejaron a su compañero caído de la escena del combate. Ahora en pie quedaban solo los dos Caballeros de Bronce, junto con el antecesor y la sucesora de Escorpión.

    —No podemos rendirnos ahora, amigos —exhortó Milo a sus camaradas, con marcada determinación—. Sé que nuestros cuerpos no dan más, pero mientras nos mantengamos con vida, debemos esforzarnos las veces que sean necesarias por detenerlo.

    Haciendo alarde de voluntad, el antaño Virgo logró reincorporarse y juntarse con su maltrecho compañero de generación.

    —Tienes razón —convino el rubio, intentando lucir lo más recompuesto posible. Sus azules iris irradiaban paz, pero también convicción—. En lo que decidan hacer, los apoyaré hasta mi último aliento.

    Los tres guerreros más jóvenes se dejaron contagiar por el espíritu de camaradería que derrochaban sus legendarios superiores. Harían lo que esté a su alcance por triunfar.

    —Narella, Theron —los llamó la dama de Escorpión con seriedad. A pesar de encontrarse fatigada por el prodigio de ejecutar las ‘Agujas Azabache’ a tal nivel, dejó libre una vez más su energía cósmica, la cual formó un bello halo de luz que la rodeó—. Necesito que nos apoyen con todo su cosmos para lo que vendrá a continuación. Hagámoslo por la humanidad y… también por Eleison…

    —Eso no tenías que pedírnoslo, amiga —comentó el Unicornio, sonriendo entusiasta—. ¿Cierto, Narella?

    —Así es —contestó la aludida con la misma confianza—. Ser amigos implica que nos apoyaremos en todo momento. No hacen falta las palabras entre nosotros.

    Aunque la fuerza de pareja de Bronce estaba mermada, expandieron sus cosmos púrpura y rosa lo mejor que pudieron, hasta que consiguieron unificarlos con los dorados de sus tres compañeros, los cuales se habían encendido al mismo portentoso nivel.

    —Para ustedes, como humanos, es inevitable sufrir por voluntad propia —intervino el ser divino, siendo testigo de la voluntad combinada de sus oponentes; la cual le parecía más una necedad que una demostración de valentía—, pero eso se acabará pronto, cuando libere mi técnica magna…

    —¡Ya sabes lo que debemos hacer para detenerlo, Kyrie! —le dijo con vehemencia su antecesor, alcanzando el culmen de su Séptimo Sentido—. ¡Utilizaremos una de las técnicas insignes de nuestra constelación!

    —Tenía lo mismo en mente, Milo —secundó ella, con una altiva media sonrisa—. ¡Hagámoslo!!

    —¡‘Restricción’!!! —vociferaron los Escorpiones negro y dorado al unísono, ejecutando así sus ken de parálisis al mismo tiempo sobre Brahma. Gracias a que contaban con el apoyo cósmico de Narella, Theron y Shaka, lograron detener el ser material del enemigo por completo.

    —Es una poderosa técnica combinada, los felicito —profirió el hindi con cierta dificultad. Su sistema nervioso, paralizado en parte, no le permitía hablar de modo fluido—, pero me temo que no lograrán inmovilizarme por completo con un ataque físico, ya que bastará con que los enfrente en mi forma etérea, para acabar de una vez con este combate…

    Dicho esto, el ente divino se dispuso a dejar atrás su contenedor material, para continuar la lucha en calidad de espíritu; pero, una vez más, no fue capaz de hacerlo.

    —«No lo… entiendo —caviló el inmóvil dios, ciertamente alterado—. Siendo que estos guerreros humanos ya casi no poseen fuerza, no deberían ser capaces de frenarme… A menos que otro dios… —El hindú detuvo sus reflexiones al percibir una familiar perturbación cósmica. Una nueva presencia divina se había hecho presente en su recinto, formando un aura blanca que acogió al antecesor de la virgen. El recién aparecido espíritu se manifestó en una nívea figura humanoide de cuatro brazos a espaldas de su reencarnación y, por la pose combativa que mostraba, parecía protegerlo—. Al igual que Shiva, tú también estás en mi contra… Vishnu».

    Ninguno de los cinco guerreros era capaz de ver, o siquiera percibir, la poderosa influencia recién despertada del dios preservador, quien, desde otro plano de la realidad, había reaccionado a la actitud combativa de los humanos, y por lo tanto decidió oponerse a Brahma junto con ellos.

    Entonces tú también lo has corroborado, Vishnu —se refirió telepáticamente a este el supremo asiático, restableciendo su habitual indiferencia—. El poder de los humanos al servicio de Atenea no radica en sus cosmos, sino en sus espíritus indomables. Sin proponérselo, han conseguido la proeza de poner de su parte a uno de los dioses más poderosos de otro panteón…

    No recibió respuesta alguna de su igual, sino una mayor presión cósmica de su parte. Por primera vez, se sintió auténticamente asfixiado dentro de su cuerpo físico.

    —¡Ahora es el momento, amigos!! —les apremió Shaka, siendo que, de alguna forma que no lograba comprender, la ‘Restricción’ había sido enormemente reforzada—. ¡De ustedes depende derrotarlo!!

    —¡Milo, es hora ejecutarla! —se apresuró a decirle Kyrie a quien más admiraba. La unión de los cinco cosmos de los Santos, potenciados con el de Vishnu, producía un violento y caótico vendaval—. ¡La técnica suprema del Escorpión Celeste!!

    —Pero… ¿cómo es que conoces de su existencia? —quiso saber el aludido, asombrado y a la vez pálido—. Me llevé a la tumba ese secreto… ya que ese ken fue prohibido por la misma Atenea… Además, no creo que pueda enseñártela en tan poco tiempo y…

    —Estoy dispuesta a lo que sea con tal de vencer a ese dios —le interrumpió ella con aplomo. Su mirada, intimidante y furiosa, clamaba que no admitiría un “no” como respuesta.

    —Como quieras, Kyrie —cedió al fin Milo, sonriendo mordaz— juntos lo venceremos con la ‘Radiante Aguja Escarlata’.

    Continuará…
     
  14.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    8038
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 68: ¡EL TRIMURTI!: EL DILEMA FINAL DE BRAHMA

    ==Santuario de Atenea. Casa de Escorpión==

    Una extraordinaria cantidad de estrellas titilaban fulgentes en el despejado cielo nocturno que engalanaba al Santuario de Atenea, donde, desde la entrada del Octavo Templo del Zodiaco, una pareja contemplaba maravillada tan magnífica belleza.

    —¿Eres capaz de identificar nuestra constelación guardiana? —preguntó afable el hombre de melena azulada a la joven que lo acompañaba.

    —Es aquella —contestó enseguida la rubia enmascarada, apuntando sin dilación al firmamento—. Aunque hay algo diferente en Antares…

    —Tienes razón, Kyrie. Jamás había visto el corazón del Escorpión de un color tan encarnado.

    Y no era solamente aquello. Aparte de lucir un intimidante brillo rojo, la corona del astro alfa de la mencionada constelación, parecía también palpitar y aumentar su volumen a ratos.

    Kyrie y Milo, quienes en aquel trance vestían únicamente sus ropas de entrenamiento, se sintieron insignificantes e indefensos ante la grandeza de la formación estelar que los protegía desde el infinito.

    —Están reaccionando a nuestros cosmos —profirió estupefacto el legendario antecesor de oro—. Las estrellas del Escorpión Celeste saben bien lo que deseamos hacer…

    Al unísono, antecesor y sucesora se dejaron llevar por una agradable sensación de sosiego y calidez, que al mismo tiempo hacía arder con intensidad sus quince puntos estelares.

    —Ahora lo entiendo —musitó la chica, casi en éxtasis—. Nuestra constelación, que está viva en el cielo, nos otorgará el poder para vencer a Brahma…

    —Justamente, Kyrie, pero debes entender que el máximo ken del Escorpión fue prohibido por Atenea desde la era del mito, porque consume la totalidad de la energía vital y cósmica del usuario. A cambio de tan grande sacrificio, confiere el prodigio de destruir no solo la materia física, sino también la esencia espiritual de la víctima. Por ese motivo la ejecutaremos juntos: Al dividir el coste de la técnica, ninguno de los dos morirá, aunque sí quedaremos gravemente afectados por el resto de nuestras vidas.

    —Entiendo las consecuencias de lo que haremos —contestó ella con suma convicción. Ni siquiera parpadeó y continuó observando el maravilloso cielo nocturno—, pero contigo a mi lado, no le temo a nada…


    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    Con el dios hindú siendo detenido por Shaka y Vishnu, el flujo del tiempo regresó a su crítico cauce. Tras la epifanía experimentada, los maltrechos Santos de Escorpión lograron armonizar el ritmo de sus latidos y respiración, hasta el extremo de que ambos parecían ser uno solo.

    —¡Esta es la técnica que posee el mismo poder de las estrellas!! —proclamó Milo con vehemencia, al tiempo que su aura dorada se incendiaba de modo jamás antes visto—. ¡Y con ella conseguiremos un milagro!!

    —¡Protegeremos a la humanidad de tu amenaza, Brahma! —secundó con gran determinación Kyrie, quemando su energía cósmica al máximo posible—. ¡Este último ataque representa la Esperanza de los Caballeros de Oro de dos generaciones!!

    —¡‘RADIANTE AGUJA ESCARLATA’!!! —gritaron ambos con toda la potencia de sus voces, para luego aferrarse fuertemente a la mano del otro y ejecutar al mismo tiempo su arte final.

    La más poderosa técnica del Escorpión se manifestó en la forma de quince rayos quemantes, que fueron disparados a la velocidad de la luz desde el mismo número de puntos estelares de la joven Amazona. Durante la trayectoria de la multitud de haces, Milo hizo su parte concentrándolos en uno solo de tonalidad carmesí, dirigiéndolo con furia hacia el inmovilizado dios hindú.

    La potencia del ken fue tan portentosa, que en su impacto logró no solo atravesar la barrera etérea que protegía a Brahma; también le perforó el pecho de lado a lado. Donde antes estuvo su corazón, solo quedó un enorme agujero humeante.

    —Lo… lo logramos, amigos —alcanzó a decir el exhausto Santo en cloth oscura, antes de caer de bruces sobre la baldosa. Segundos antes, su inerte rival divino también se había desplomado sobre su espalda.

    —Por fin… terminó —musitó la sucesora de Escorpión, también siendo abatida por el sobrehumano esfuerzo. Recostada sobre el piso, observó a su antecesor sonriendo satisfecho en medio de su inconsciencia. No pudo evitar desmayarse con el mismo gesto en la faz.

    —¡Kyrie, Milo!! —exclamó preocupada Narella, corriendo hacia sus desvanecidos compañeros para socorrerlos.

    —¡Señor Shaka!! —secundó Theron con el mismo talante, al ver al legendario Virgo cayendo presa de la inconsciencia. Al fin hizo mella en él el trajín de la batalla, sumado a la monumental proeza de reforzar la ‘Restricción’ junto con sus camaradas.

    Ahora en pies quedaban solo Unicornio y Sextante…

    —No deben preocuparse por ellos, Santos de Bronce —intervino Brahma desde el piso con total tranquilidad—. Ustedes los humanos seguirán levantándose una y otra vez… a menos que haga algo por evitarlo…

    Con horror, la pareja Ateniense vio reincorporarse a su rival como si nada. A pesar de la enorme y sangrante herida que atravesaba su corazón, su rostro, inexpresivo, no mostraba el más ligero atisbo de dolor.

    —¡Eres un maldito monstruo!! —soltó el joven sucesor de Jabú, más con frustración que con ira—. ¡Ya muérete de una vez!!

    Al sentir que su contrincante se encomendaba a la tarea de encender paulatinamente su cosmos divino, la muchacha en agrietada armadura rosa fue incapaz de controlar el temblor en sus manos.

    —Esto es… imposible… Los dos solos no seremos capaces de…

    Pero antes de que la aterrorizada chica logre concluir su desesperanzada sentencia, sintió que su amigo se aferraba con fuerza a su mano.

    —¡No vayas a rendirte, Narella! —le instó, sin retirar los ojos del rival—. También tengo miedo, pero ahora somos los únicos capaces de detenerlo…

    —Tienes razón, Theron —aceptó ella, dando un suspiro de resignación y sonriendo con amargura. A pesar de lo grave de la situación, su compañero logró devolverle la calma—. Creo que no nos queda más que…

    —Justamente, amiga —le interrumpió el de cabellera azulada, correspondiendo a su mirada cómplice con una sonrisa que irradiaba seguridad.

    Ambos sabían bien lo que el otro planeaba hacer, así que se dieron a la tarea de unificar lo que les restaba de cosmos para formar uno solo. La combinación de energía rosa y púrpura distaba demasiado de la anaranjada de Brahma, pero aun así, ninguno claudicó.

    Aún tomados de las manos, y dispuestos a sacrificarlo todo en un último ataque, ambos corrieron hacia el dios que parecía esperarlos, indolente.

    —¿Puedes escucharlo, Narella? —le preguntó él, directamente al pensamiento. Para ese momento, ambos eran uno solo en espíritu.

    —Claro que sí, Theron… —contestó la muchacha, conmovida. Sus bellos ojos rosas rezumaban incontables lágrimas—. Es el latido de tu corazón…

    —Es una pena… —se lamentó él, también llorando—. Que esta sea la última vez que pueda escucharlo.

    —Al menos estuvimos juntos hasta el final… Y el último recuerdo que me quedará de esta vida, será el de tu calidez…

    —Para mí será un honor morir a tu lado… Adiós, Narella…

    —El honor fue mío, al haber crecido contigo… Adiós, Theron…

    En medio de su estrepitosa carrera, la ahora reconfortada pareja de Bronce concentró la totalidad de sus cosmos y vidas, para formar un único meteoro en combinación con sus cuerpos y con lo que les quedaba de sus armaduras.

    —Admirable, sin duda —declaró Brahma para sí, al tiempo que extendía el brazo izquierdo—. Están dispuestos a sacrificarlo todo, aun sabiendo que no vencerán…

    La deidad no permitiría que su cuerpo sea lastimado más de lo que ya estaba, así que concentró una parte de su energía en la palma de su mano para recibir el desesperado ataque de los jóvenes Atenienses, el cual produjo una tremenda explosión cósmica al impactar contra su objetivo.

    Cuando el territorio hindi dejó de temblar, y la calma predominó en el escenario, el dios vio con indiferencia a Narella y Theron yaciendo inertes sobre el cuadrilátero, al igual que sus demás compañeros. Las pulverizadas armaduras de bronce de Unicornio y Sextante eran reflejo del deplorable estado en el que se encontraban sus portadores.

    —Ahora no queda ningún rival que se oponga a la ejecución de mi máxima técnica —sentenció en tono monocorde el que mantenía los ojos cerrados, palpando por instinto la sangre que sintió resbalar por su frente. El ataque final de los Santos había logrado lastimar su bindi—. Aunque poco faltó para que fuera vencido…

    La grave herida que le infligieron en el pecho los Santos de Escorpión, al fin logró afectarlo. Un profundo dolor invadió por completo su ser, hasta el punto de que su rostro se desencajó por completo en una notoria expresión de sufrimiento. Jadeando ligeramente, enseguida se dio a la tarea de emplear parte de su energía para sanar sus heridas.

    —Es inútil —profirió el dios, caminando erráticamente entre los seis guerreros abatidos que lo habían enfrentado. Aunque consiguió cerrar el agujero de su pecho, mantenía una expresión de intranquilidad—. Necesitaré siglos para recuperar la parte de mi espíritu que estos humanos destruyeron…

    Retomando la compostura, la atención del místico ente se concentró en Eleison y Shaka, siendo que en ellos residían los espíritus de Shiva y Vishnu.

    —El ‘Trimurti’ —pronunció, atrayendo hacia él con su poder psíquico los inmóviles cuerpos del antaño Virgo y el actual Capricornio—. La técnica que armoniza los espíritus de la trinidad del panteón hindú, desterrando de esta realidad todo lo que no posea naturaleza divina…

    Completamente ausentes, Eleison flotaba pocos pasos a la izquierda de Brahma, mientras que Shaka lo hacía a su derecha. Así que, sabiendo que los tenía completamente a su merced, el supremo hindi se dispuso a unificar su esencia etérea con las de sus dos iguales.

    El alma de Vishnu fue debilitada tras el esfuerzo de contener a Brahma, así que este no tuvo problemas al extraerla de su avatar humano. Haciendo alarde de poderío, la redujo a una pequeña esfera blanca de energía, que flotó inofensiva sobre la palma de su mano derecha. Sin embargo, cuando intentó hacer lo mismo con el espíritu de Shiva, Eleison abrió los ojos.

    —Esto… no puede ser —soltó el de melena púrpura, sin poder ocultar su incredulidad. Poco le faltó para abrir los párpados también—. Es imposible que alguien despierte tras recibir “La Revelación del Mahābhārata”.

    —Los humanos somos capaces de lo imposible —replicó implacable el joven Santo. Con apabullante calma, aprovechó el momento de distracción y la cercanía de su rival, para agarrarlo firmemente de la muñeca izquierda—. ¡‘Trishula’!

    Capricornio dirigió el ímpetu cortante de su técnica hacia el cuello del enemigo. Lo aniquilaría rápidamente, cortándole la cabeza.

    —No me lastimarás nuevamente con eso…

    Brahma interpuso el espíritu de Vishnu en la trayectoria del Astra de Shiva, reflejándolo así contra su ejecutor, quien ni siquiera vio venir la ráfaga de luz que destajó el peto de su armadura dorada, hiriendo de gravedad su cuerpo en el proceso.

    Sintiendo un enorme y agudo dolor, Capricornio se llevó por instinto las manos al enorme y profundo corte diagonal que aquejaba su pecho. Sus guanteletes de oro enseguida se embadurnaron de sangre.

    —«Esto… no acaba todavía —se convenció a sí mismo el rubio, haciendo un monumental esfuerzo para no desmayarse. A pesar del dolor y de la dificultad que tenía para respirar, no borró su semblante de serenidad—. Todavía me quedan dos de los dulces que me obsequió Asura —A punto estuvo de consumir uno de los laddu a fin de curar sus heridas, pero se detuvo cuando su mirada se encontró con sus desvanecidos compañeros de Bronce—. No puedo comerlos… Ellos los necesitan más que yo».

    Sus solas manos no eran suficientes para contener la profusa hemorragia que manaba de su torso, pero aun así emprendió una dolorosa marcha a fin de atacar al dios, quien para ese momento, ya había dejado libre su aura divina, hasta casi alcanzar la ‘Gran Voluntad’.

    Estupefacto ante tal demostración de fuerza cósmica, el cansado protector de la Décima Casa se detuvo.

    —«Y pensar que todavía posee todo ese poder, a pesar de todo lo que nos hemos esforzado por detenerlo —Sus desesperanzados ojos se elevaron hacia el destruido escenario que predominaba en el firmamento—. El Santuario de Atenea… —añadió, sonriendo con resignación y nostalgia—. Es una lástima saber que la humanidad entera compartirá el mismo destino que el del recinto de nuestra diosa… Hemos fracasado como los protectores de la vida en el Planeta…»

    —¡‘RADIANTE AGUJA ESCARLATA’!!!

    Un veloz rayo de quemante energía roja pasó rozando la cabellera rubia de Eleison, para impactarse de lleno en el hombro del dios asiático, quien enseguida se vio obligado a caer sobre una de sus rodillas, tras apagar su aura.

    Incrédulo al ver al contendiente vulnerable, el Dorado se giró para ver quién fue el autor de tal proeza. Era su hermana menor, quien respirando agitada y con el índice extendido y todavía humeante, se desplomó exhausta de costado. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su compungido rostro, sabiendo que logró abatir al dios.

    —¡Kyrie!!! —gritó Milo horrorizado. La exclamación de su sucesora logró despertarlo, así que se reincorporó lo mejor que pudo y desesperadamente se dirigió a trompicones hacia ella. Con pesar la acomodó sobre su regazo—. ¡Te advertí que esa técnica consumía el cosmos y la vida del Santo!!! ¡Por ese motivo te ayudé a ejecutarla, ya que así compartiríamos sus estragos y ninguno se sacrificaría!!!

    Tras escuchar al de oscura armadura, un nudo se formó en la garganta de Eleison, quien dejando a un lado la desesperanza que le transmitió Brahma, temió ahora por el bienestar de la persona más importante de su vida. Olvidando por completo el dolor de su herida, se juntó con la pareja de Escorpiones.

    —Hermano… —le dijo ella casi en un susurro. Por un momento tuvo el impulso de levantarse y abrazarlo, pero no consiguió siquiera moverse. Lo único que pudo hacer, fue regalarle la más sincera y radiante sonrisa que fue capaz de esbozar—. Es bueno ver que lograste despertar de la técnica de Brahma…

    —No podía quedarme con los brazos cruzados después de lo mucho que se esforzaron el señor Milo y tú para detener a ese dios —le contestó el rubio con absoluta calma. A pesar de que por dentro estaba destrozado al ver su hermana en ese estado, exteriorizó compostura y le transmitió absoluta serenidad con su semblante amable—. Todo estará bien a partir de ahora.

    —¿Entonces vencimos a Brahma?

    Con frustración, el otrora Escorpión dorado vio como la deidad intentaba reincorporarse. Le fue insólito que aún mantuviera controlado el espíritu de Vishnu en su mano derecha.

    A punto estuvo Milo de decirle la verdad a su agonizante sucesora, pero se limitó a callar y simplemente acarició con delicadeza las doradas hebras de su cabellera. Sintiendo que una lágrima resbalaba por su mejilla, retiró el rostro para evitar que los hermanos lo vean.

    —Lo vencimos, hermana —le mintió el Caballero de Oro, convincente y jubiloso. Su rostro lució un talante aún más angelical—. Y tú fuiste quien le asestó el golpe de gracia.

    —Me alegro, Eleison —Por un momento la expresión de la yaciente guerrera cambió a una de pesar—. Aunque lamento mucho la fea herida que tienes en el pecho.

    —Podría fácilmente curarla con uno de los dos dulces laddu que me sobran, y con el otro podría también sanar tus heridas…

    —Perdóname, hermano, pero ya me curaste una vez… Sería injusto que prives de esos dulces a Narella y Theron… Tu herida sanará y vi lo graves que estaban nuestros amigos cuando desperté de…

    —Sabía que dirías eso, Kyrie —le interrumpió sonriente su interlocutor, aunque por dentro sintió que todo se derrumbaba—. Te conozco bien y sabía que no querrías comer nuevamente el laddu.

    —Un acto noble y respetable de tu parte —intervino Milo con absoluta solemnidad—. Sin duda mereces portar mi querida armadura dorada de Escorpión.

    —¿Lo escuchaste, hermano? La persona que más admiro en este mundo, me considera su digna sucesora —se regocijó la doncella, sin poder ocultar la alegría que la embargaba—. Me hace tan feliz saber que tengo a mi lado a dos de las personas que más amo —Aquellas palabras por poco desbaratan al triste Eleison, quien sin perder su talante sereno, la tomó de la mano con suavidad. Por su lado, ella no fue capaz de controlar sus emociones cuando sintió el candor que le transmitió su más cercano familiar. Aunque no perdió la sonrisa, le fue imposible contener su llanto—. Te quiero mucho, hermanito. Gracias por estar siempre conmigo…

    —Soy yo el que tiene que agradecerte —repuso él, besándole la frente con ternura. En ningún momento se soltó de su caricia—. Siempre estarás en mis recuerdos y en mi corazón, mi querida Kyrie…

    Con sus últimos remanentes de energía, la guerrera giró la cabeza hacia el hombre que la protegía en su regazo y consiguió alzar la mano hasta acariciar su mejilla.

    —Solo quiero decirte que… para mí es un honor saber que tú fuiste el primer hombre que miró mi rostro aparte de mi hermano —El aludido intentó mantener una expresión serena ante las palabras de la chica, pero al final sus emociones lo obligaron a derramar una gran cantidad de lágrimas sobre ella. Aun así, no dejó de mirarla directamente a los ojos—. Y ahora… me alegra saber que… tu rostro será lo último que vea antes de partir… Milo…

    El azul brillante en los iris de Kyrie se opacó cuando exhaló su último suspiro. Esbozando una sonrisa, cerró los ojos y dejó de existir entre los brazos del Caballero que se había ganado su corazón.

    La incredulidad se apoderó de Milo. Era incapaz de asimilar lo que acababa de ocurrir. Llorando desconsoladamente, abrazó con fuerza el cuerpo inerte de aquella valiente mujer, quien parecía dormir reconfortada bajo el ala del que fue su ídolo y modelo de vida.

    —Perdóname por fallarte, Kyrie —soltó entre dientes el de oscuros atavíos, descargando su rencor de un puñetazo en el piso—. Pero al menos no dejaré tu muerte impune…

    La furia se había apoderado de Milo, quien guiado por un fuerte instinto de frustración, se dispuso a arremeter solo contra la deidad que impávido observaba la triste escena.

    —Mi hermana no habría querido que haga eso, señor Milo —lo atajó Capricornio. Aunque se mostraba sosegado, su voz se quebraba a ratos a causa de su lamentable pérdida—. Deje que yo me encargue de esto…

    —Aguarda un momento, Eleison. Sabes que uno solo de nosotros no…

    —Cuide esto por favor —le interrumpió el joven Santo, entregándole el envoltorio de papel en el que estaban contenidos los dos dulces que le restaban—. Cuando todo esto termine, por favor procure que Narella y Theron coman estos laddu para que sanen de los estragos del combate… Ese fue el último deseo de mi hermana…

    —¡No cometas una locura!! —le increpó el antaño Escorpión, desesperado—. ¡Tu hermana no se sacrificó para que tú hagas lo mismo!!

    —Fue todo un honor haberlo conocido a usted y al señor Shaka —repuso amable el aludido, segundos antes de girarse y dirigirse hacia el contendiente—. No debe preocuparse por mí, ya que Kyrie me ayudó a dominar mis emociones y por lo tanto al Astra de Shiva…

    Pese a lo aseverado. Milo extendió la mano a fin de detener al Dorado, pero algo se interpuso entre los dos. Brahma había colocado una barrera de energía divina para permanecer a solas con el guerrero.

    —Acércate por favor, Eleison —le pidió el dios, invitándolo con un gesto de su mano libre. Ya había sanado de la más reciente herida física que le infligió la desaparecida Amazona de Escorpión—. Yo puedo reunirte con tu hermana en el monte ‘Meru’.

    —Te confesaré algo, Brahma —repuso pausadamente el joven, como si no hubiera escuchado la oferta de la deidad. Aunque se mantenía calmado, su pálida y mortecina piel era señal de la severa pérdida de líquido vital—. Por un momento dudé en creer que seamos capaces de proteger a la humanidad y opté por rendirme… Pero de eso se trata ser humano… Somos imperfectos, vacilamos, nos alegramos, mentimos, lloramos la muerte de un ser querido… En esa confusa amalgama consisten nuestras vidas…

    —No lo entiendo —dijo el que mantenía los ojos cerrados, sin rastro de emoción—. Los sentimientos humanos me son tan incomprensibles.

    —Entonces yo te ayudaré a entenderlos…

    La cosmoenergía dorada del Santo estalló en un segundo hasta alcanzar un nivel prodigioso. El Monasterio Silencioso entero se sacudió ante tan brutal expansión de energía, ya que el espíritu de Shiva despertó parcialmente en el brazo izquierdo de su contenedor humano.

    —Esta es la fuerza que inspiró mi hermana Kyrie —proclamó entre lágrimas el dolido portador de Capricornio. Al fin se dio la libertad para llorar la muerte de su ser amado, lo cual provocó que su primer chakra y cosmos se alinearan—. ¡EXCÁLIBUR!!!, ¡‘TRISHULA’!!!

    Eleison lo dio todo de sí para desplegar las dos armas legendarias al mismo tiempo con cada brazo. Tan brutales ráfagas cortantes formaron una equis de luz que fue desintegrando todo en su trayecto hacia el impávido objetivo.

    —Te dije que eso no funcionaría…

    Una simple expansión de aura le bastó a la deidad para esfumar el ímpetu de Excálibur, mientras que con la mano desnuda detuvo a ‘Trishula’.

    —¡Esto no acaba todavía! —renegó Eleison con determinación, haciendo presión para que el arma de Shiva atraviese la mano que sostenía su muñeca.

    —Te tengo justo donde te quería —musitó la deidad. Parecía que no hacía ningún esfuerzo para contener la arremetida reforzada con parte del poder del dios hindú de la destrucción—. Ahora me será más fácil extraer el espíritu de Shiva…

    —¡Detente!!! —le gritó Milo aterrado, pareció intuir lo que vendría a continuación, porque intentó desesperadamente romper a golpes la barrera energética que lo separaba de la acción.

    Con total indiferencia, Brahma arrancó de cuajo el brazo izquierdo de Eleison.

    —Me disculpo por tener que recurrir a un método tan violento, pero no había otra forma para detener tu ímpetu.

    El destrozado Caballero de Capricornio cayó rendido de rodillas. Atónito y horrorizado, ignoró el grotesco sangrado que acompañó a un dolor demencial, ya que le resultó irreal ver su extremidad extirpada siendo sostenida por el enemigo.

    Para ese momento, Shaka logró vencer al cansancio y junto con su compañero de generación observó con impotencia aquella escena digna de una pesadilla. Siendo que ya no poseía el poder de Vishnu, se sintió aún más frustrado al no ser capaz de derribar el muro energético que no les permitía auxiliar a su camarada más joven.

    —No… no me rendiré —se convenció el desorientado Eleison con altivez. No agachó la cabeza a pesar de tener al rival a un paso de distancia, e incluso quiso levantarse y encararlo; pero ejecutar dos técnicas a la vez y perder tal cantidad de sangre, fue demasiado para él. Sus acalambradas piernas dejaron de responderle.

    —Diste lo mejor de ti y te felicito por ello —aceptó el hindú con solemnidad, al tiempo que acercó a la frente del joven el orbe al que fue reducida el alma de Vishnu—. Ahora te otorgaré el eterno descanso que mereces, juntándote con tu hermana… Esa será tu recompensa…

    —¡No lo harás!! —prorrumpió Milo iracundo—. ¡No perderemos a otro Caballero de Atenea!!

    —¡‘Kān’! —exclamó Virgo negro, expulsando en un solo golpe toda la energía que fue capaz de manifestar.

    El poder combinado de los dos guerreros en armadura oscura fue necesario para hacer trizas el muro de energía, el cual se rompió cual cristal. Ninguno perdió el tiempo y enseguida emprendieron desesperada carrera a fin de detener las intenciones del enemigo, pero a este le bastó con robar la esencia de Shiva del brazo que sostenía y utilizar su poder para alejar y derribar de modo violento a quienes pretendían atacarlo. Lo poco que quedaba de las armaduras negras de Virgo y Escorpión fue destruido por completo.

    —No puedo… No puedo fallarle a Atenea ni a Kyrie —se obstinó Eleison, haciendo un monumental esfuerzo para levantar la mano y tomar la divina mano que se había posado en su cabeza.

    —Calma, honorable guerrero. Tu sufrimiento está por terminar…

    A pesar de sentir una acogedora paz que lo invitaba a ceder, el rubio continuó forcejeando para resistirse a la cálida caricia posada sobre su frente.

    —Eleison —lo llamó con frialdad quien lo tenía completamente a su merced—. Debes entender lo que les expliqué anteriormente: La muerte física no representa el final… La muerte es únicamente una transición…

    Al fin el Santo dejó de oponerse y soltó la muñeca de la deidad. Su brazo restante, cayendo inerte por su propio peso, fue el indicativo de que su corazón había dejado de latir…


    ***


    —«Esta sensación de bienestar y paz… —se dijo a sí mismo el guardián de la Décima Casa, sumamente sosegado y sereno. Tenía la sensación de flotar plácidamente en el aire—. Jamás antes había me había sentido tan bien».

    Hermano.

    El delicado y armonioso tono de esa familiar voz le instó a abrir lentamente los párpados, para que sus brillantes ojos se encontraran con la angelical figura de quien lo había llamado.

    Kyrie… —Le fue agradable verla siendo rodeada de una radiante luz blanca.

    Es hora de irnos, mi querido Eleison —le comunicó ella, sonriéndole amable. Enseguida se le acercó y lo tomó con suavidad de ambas manos.

    ¿Adónde iremos?

    Tú solo sígueme, hermanito —repuso la joven rubia de inmaculado y precioso aspecto, halándolo suavemente hacia ninguna parte—. Te encantará el lugar que nos aguarda.

    Espera un momento, Kyrie —la atajó él, girando la cabeza.

    ¿Qué ocurre?

    Es solo que… siento que dejamos algo pendiente… Algo importante…

    ¿Algo más importante que permanecer juntos?

    Tienes razón… No debe ser nada… —contestó el joven, correspondiendo a la sonrisa de la doncella con una igual de amable —. Vámonos…

    Kyrie y Eleison se desvanecieron en medio de un acogedor espacio infinito.


    ***


    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    De rodillas ante Brahma y con una sonrisa en el rostro, el Caballero de Oro de Capricornio partió de este mundo para descansar eternamente.

    —¡Maldita sea!! —profirió iracundo e impotente el otrora Santo de Escorpión, haciendo un doloroso esfuerzo por recuperarse de la más reciente agresión—. ¡Primero Kyrie y ahora Eleison!!

    —Y pronto serán ustedes también —complementó la deidad con perturbadora apatía, conteniendo en cada mano las almas de Shiva y Vishnu. Su aura anaranjada fluctuaba inmensa, pero aun así era imperceptible para los guerreros que restaban—. Ahora lo tengo todo para erradicar a los humanos que invaden la ‘Maravilla Suprema’.

    —No lo permitiremos, Brahma —refutó el malherido Shaka con valentía, al tiempo que se reincorporaba gracias a la ayuda de su camarada de generación—. Te recuerdo que el legado de los Caballeros de Oro caídos aún vive en nosotros.

    Con cautela, quienes portaron armaduras oscuras se acercaron a los cuerpos de sus sucesores. El hindú no vio necesario evitar que Shaka tome en brazos a Eleison y lo aleje con solemnidad de la escena. Milo hizo lo mismo con Kyrie.

    —Es la primera vez que siento un sufrimiento tan grande —admitió el antecesor de la desaparecida Amazona de Escorpión, llorando sobre ella durante su lento andar—. Uno más desgarrador que cualquier dolor físico.

    —Te entiendo perfectamente, Milo —replicó su colega, acomodando el cuerpo de Eleison de espaldas sobre un segmento levantado de baldosa—. Duele demasiado saber que perdimos a dos seres humanos extraordinarios, que se sacrificaron con heroísmo para proteger a la humanidad.

    Cuando el de cabellera azulada acercó a Kyrie con su hermano, la cabeza de la chica se posó sobre la rota hombrera dorada de este. Le pareció que ambos dormían plácidamente, descansando al fin de la batalla.

    —En nombre de ambos, no fallaremos… —profirió Milo, apretando los puños y dejando de contemplar la tierna escena. Quería recordarlos así: Reconfortándose como dos hermanos que siempre estuvieron juntos—. Sus vidas no se perderán en vano…

    —El sacrificio de esos Santos de Oro fue inútil, me temo —comentó el indiferente dios, juntando ambas manos en un complejo ‘mudra’. Los espíritus de sus compañeros de panteón se desvanecieron en el proceso—. Y ahora les demostraré con hechos que las emociones humanas no son más fuertes que la voluntad de los dioses…

    —¡No te atrevas a despreciar las vidas de nuestros compañeros caídos! —le increpó rabioso el antaño portador de Escorpión, encarándolo entre lágrimas. Por instinto, hizo estallar su cosmoenergía a su máximo posible.

    —Tampoco subestimes lo que quiso enseñarte Eleison de Capricornio—secundó Shaka con la misma determinación. Su Séptimo Sentido, manifestado en la forma de pétalos de flor de loto, le otorgaba una apariencia majestuosa a pesar de lo maltrecho que se encontraba—. ¡La importancia de los sentimientos humanos!

    —Aunque ustedes se obstinen en enseñarme aquello, no lo lograrán. He formado el ‘Trimurti’ y en consecuencia manifestaré mi propia arma divina: El ‘Brahmastra’.

    —¡No le tememos a tu arma, Brahma! —aseveró altivo Milo, rebosante de poder—. ¡Porque encontraremos el modo de detenerla!

    —Así es, Milo. Existe una forma de parar el ‘Brahmastra’—intervino Shaka, muy seguro de sí—, pero para ejecutarlo, necesito que me apoyes con todo tu cosmos.

    —No creo que te refieras a…

    —Así es —interrumpió el rubio al dios que, asombrado, casi no dio crédito a lo que acabó de escuchar—. Invocaremos al ‘Brahmadanda’: El ‘Astra’ defensivo que tú mismo creaste y que es capaz de repeler a todas las armas celestiales del panteón hindú.

    —Admiro su voluntad, guerreros —declaró la deidad, aclarándose la garganta—, pero para lograrlo deberían despertar la ‘Gran Voluntad’, tal como lo acabo de hacer ahora…

    Tiempo y espacio empezaron a distorsionarse cuando Brahma dejó libre el cosmos que solamente un dios sería capaz de exteriorizar. Tan poderosa era su energía, que su sola expansión creaba el dualismo entre la existencia y la nada. A su alrededor nacían incomprensibles formas de vida, que eran extinguidas con la misma presteza.

    —Conviértanse, junto con todos sus compañeros, en una sola entidad espiritual perfecta —sentenció el místico ser, concentrándose sobremanera para luego adoptar el ‘Nyana mudra’ con ambas manos—. ‘BRAHMASTRA’.

    Cuando los siete chakras en el dios se iluminaron, de ellos emergió una cúpula de energía espiritual. Aquella fina película de tonalidad naranja parecía inofensiva en un principio, pero resultó ser letal en su lento radio de expansión, ya que lo desintegraba todo conforme avanzaba.

    —¡Hazlo ahora, Shaka!! —le apremió su compañero en medio de la caótica escena—. ¡Te apoyaré con todo mi cosmos y vida de ser necesario!!

    —¡Entonces consigamos un milagro, Milo!! —exclamó el otrora Virgo con brío, e imitando la pose en la que se encontraba su contendiente, vociferó—: ¡‘BRAHMADANDA’!!!

    El escudo divino llamado Padmā, que hasta ese momento había yacido sobre el piso, cortado en dos mitades; levitó frente a los Santos legendarios de Virgo y Escorpión y se restauró a su estado original.

    Una cúpula de energía blanca se hizo presente desde el interior del objeto divino, agrandándose a la misma velocidad que la producida por Brahma. Cuando ambas se tocaron, la técnica defensiva logró contener por unos segundos a la ofensiva; sin embargo, el poder con el que el ‘Brahmastra’ fue creado era demasiado comparado con el que emplearon Milo y Shaka para manifestar el ‘Brahmadanda’. Fácilmente el ken divino empezó a imponerse sobre el humano.

    ¡No debemos rendirnos ahora, Shaka!! —le exhortó Milo directamente al pensamiento. Tenía los brazos extendidos, mientras desesperadamente expulsaba todo su poder a fin de reforzar la técnica que ejecutó su camarada.

    Lo sé, amigo —respondió enseguida el aludido. La concentración que mostraba al intentar agrandar el ‘Brahmadanda’, era simplemente abrumadora—, pero como están las cosas, creo que no tenemos más opción que romper el equilibrio de los dos ‘Astras’. Y para ello deberemos…

    La energía mística y casi inmaterial del ‘Brahmastra’ estaba cerca de devorar por completo a la que produjeron los antes portadores de cloths doradas.

    —Los felicito, Caballeros de Atenea —los elogió el dios sin relajar su instancia ofensiva. No cedió aunque estaba absolutamente seguro de su victoria—. Sus hazañas fueron dignas de los dioses, pero esto se acaba aquí y ahora…

    —¡Tienes razón, Brahma! —contestó vehemente el de melena azulada, sonriendo muy seguro—. ¡El combate terminó para ti!!

    —En efecto —añadió el hombre más cercano a un dios, con una calma que por poco logra perturbar a su oponente—, nuestro sacrificio será la prueba de que la humanidad puede sobreponerse a su extinción.

    —Es suficiente… Nada de lo que hagan podrá…

    Pero antes de que el hindú termine su réplica, Milo y Shaka hicieron estallar en un parpadeo sus cosmoenergías, y con ellas lo que les restaba de sus esencias vitales. La explosión resultante fue tan terrible, que provocó el violento temblor y casi colapso del territorio hindú en su totalidad. Enseguida se produjo el desbalance de los kens que, hasta ese momento, forcejeaban por prevalecer sobre el otro. Al final, el ‘Brahmastra’ y el ‘Brahmadanda’ se fundieron en una indefinida masa etérea que abrió diferentes y confusas dimensiones que lejos estaban de la comprensión humana.

    En un segundo, la indescriptible mezcolanza de realidades se tragó a Brahma, Shaka y Milo, para después disiparse con la misma celeridad con la que apareció.


    ***


    Vaya… creo que al final lo logramos, amigo —señaló extrañado y a la vez contento el antecesor de Escorpión. Parecía no importarle que su ser estaba siendo desfragmentado poco a poco —. Podremos descansar en paz sabiendo que los sacrificios de nuestros amigos no fueron en vano…

    —Y más importante aún, cumplimos con nuestro deber como Santos de Atenea —resaltó el legendario Santo de Virgo con sumo orgullo. Era la primera vez en mucho tiempo que lucía una cálida sonrisa. Decidió cerrar nuevamente los ojos, ya que quería abstraerse de aquel cambiante espacio sobre el que levitaban ambos—. Aunque ya no lo seamos…

    Un ligero momento de silencio se produjo entre ambos. Nada podían hacer para resistirse a esas extrañas dimensiones que drenaban sus existencias.

    —Oye Shaka…

    —Dime, Milo.

    —¿Crees que ahora pueda reunirme con Kyrie?

    —Dudo que en este momento puedan reencontrarse, amigo —repuso el rubio con cierto pesar—; pero lo que sí te puedo aseverar, es que, en otra vida, en otra realidad, ambos se conocerán nuevamente y serán felices juntos.

    —Gracias… Necesitaba escucharlo de ti…

    —De nada, Milo…

    —Hasta luego entonces, Shaka; porque seguramente volveré a encontrarme también contigo, con nuestra diosa y con todos nuestros compañeros.

    —De eso estoy seguro, amigo. Hasta luego…


    ==Maravilla Suprema. Monasterio Silencioso==

    —Despierta, muchacha.

    El cuerpo entero le dolía y apenas fue capaz de moverse cuando escuchó esa voz que la conminaba a salir de su desmayo.

    —¿Qué… ocurrió? —preguntó confundida la maltrecha Narella, haciendo un tortuoso esfuerzo por sentarse lo mejor que pudo. Le fue impactante ver la destrucción que ocasionaron las técnicas más recientes, pero más que eso, la dejó en shock el hecho de ver a sus dos amigos Dorados, destrozados no muy lejos de ella—. ¡Kyrie!, ¡Eleison! —exclamó entre lágrimas de incredulidad, ya que no fue capaz de sentir sus cosmos. Tuvo el impulso de correr hacia ellos, pero su maltratado ser no se lo permitió—. ¡No puede ser que hayan…!!!

    —Lo siento, pero tus amigos murieron en el combate contra Lord Brahma…

    Cuando la joven de Bronce se giró para ver quien le habló, sus llorosos iris rosas se encontraron con la regordete figura de Asura de Ganesha, quien ya no lucía esa expresión tontona e ingenua con la que lo conoció durante su corta pelea; sino que se veía más bien triste y hasta arrepentido.

    —Tú… —soltó la chica entre dientes. Su ira fue tan extrema al verlo, que por poco se le abalanza para golpearlo—. Seguramente viniste para acabar el trabajo que empezó tu dios…

    —Cálmate, guerrera —la atajó prudente la reencarnación del dios elefante—. Mi intención no es pelear. Ya bastante lastimados están tu amigo y tú, como para que yo pretenda causarles más sufrimiento.

    Apenas en ese momento, Narella se percató de la presencia de Theron, quien yacía inconsciente, boca abajo junto a ella. Enseguida acomodó con delicadeza su cabeza sobre su regazo.

    —Eres un tonto —le dijo, llorando sobre su rostro—. Aunque nos despedimos y decidimos morir juntos, de seguro me protegiste a último momento y recibiste casi todos los estragos de nuestra técnica combinada.

    —No tienes que preocuparte por él —intentó tranquilizarla el Guardián en armadura azafranada, dirigiéndose a un lugar en específico en el cuadrilátero partido. Agachando su obeso cuerpo, recogió algo del piso—. Podrás curarlo si logras que coma uno de estos dulces. El otro puedes consumirlo tú para sanar las heridas que te aquejan.

    Con cierta desconfianza y aún de rodillas con Theron bajo su protección, la chica tomó el envoltorio que contenía los sagrados laddu.

    —¿Cómo sé que esta no es una de tus artimañas?

    Asura dio un suspiro de resignación.

    —Escúchame, guerrera, cuando tu compañero Eleison me venció, le obsequié esas golosinas como recompensa —Por un momento, su triste mirada se encontró con el inerte cuerpo del mencionado Caballero—. También le otorgué el poder del arma del dios Shiva, esperando que con ella se ayude para convencer a mi señor Brahma de desistir en su intento por destruir a los humanos… Qué ingenuo fui… Por mi culpa el pobre terminó muerto…

    —Y también su hermana Kyrie… —añadió la joven, desconsolada.

    —Y justamente el último deseo de ambos, fue que Theron y tú sean curados con los dulces laddu.

    —Amigos… gracias…

    El gesto final de sus amigos de Oro, conmovió aún más a la joven Amazona, quien acercó a su corazón los manjares divinos y sollozó en recuerdo de ambos.

    —Te recomiendo que los coman y se marchen rápido —le apremió el semidiós con cierto dejo de preocupación—. La luz anaranjada todavía continúa encendida…

    —¿A qué te refieres, Asura? —le preguntó confundida, al tiempo que enjugaba las lágrimas que no le permitían ver bien.

    —Observa el Calendario Maya en el firmamento —le pidió el hindi, apuntando con su grueso índice hacia la roca circular que flotaba entre el Santuario de Atenea y la Maravilla Suprema.

    —Varias luces de colores se han ido apagando en esa cosa desde que apareció, pero no entiendo qué significa aquello.

    —Cada luz simboliza la existencia de un dios de la Alianza Suprema. El que el fueguecillo anaranjado continúe encendido, quiere decir que fracasaron en derrotar a Lord Brahma…

    Escuchando esas palabras, el horror más profundo invadió a la Amazona de Sextante, quien no atinó a pronunciar palabra.

    —Huye a la Tierra junto con tu amigo lo más pronto posible —le aconsejó temeroso Ganesha, dando pesados hacia la salida del despedazado escenario—. Es mejor que pasen sus últimos momentos en un lugar agradable, porque ahora nada podrá evitar el fin del mundo que está a punto de acontecer…

    La atónita Narella no tuvo tiempo a asimilar las palabras de quien la dejó sola en medio del Monasterio Silencioso, porque enseguida sintió nuevamente la presencia del supremo hindú. Sus ojos se abrieron como platos y gotas de sudor frío recorrieron su frente, cuando vio su delgada figura, tan impasible como siempre, de pies frente a ella.

    —Los humanos simplemente no dejan de sorprenderme —comentó con displicencia la deidad que mantenía los ojos cerrados—. Jamás habría imaginado que conseguirían el hito de contener y negar mi ken magno.

    —Theron… despierta, por favor… —le suplicó asustada la Amazona, sacudiéndolo con impaciencia. Saberse vulnerable ante tan poderoso enemigo, le hizo entrar en pánico—. ¡Debemos comer estos dulces y continuar luchando juntos!!

    Pero el Unicornio no reaccionó a los desesperados ruegos de su amiga, ya que su condición era crítica y se encontraba al borde de la muerte.

    —Tranquilízate, Narella, porque esa soledad y desesperación que sientes ahora, están a punto de terminar. Te ayudaré a trascender al igual que a tus colegas Dorados.

    Escuchar lo que le pareció una estoica amenaza, logró recomponer a la doncella de cabellos rosas. Recuperando su actitud habitual, acomodó a su desvanecido amigo sobre el piso y, con muchísima dificultad, se reincorporó para encarar al contendiente.

    —Descansa, Theron, porque ahora seré yo quien te proteja —le prometió ella, alzando la guardia en actitud valerosa—. Haré que este sujeto pague por las muertes de todos nuestros amigos.

    —Dudo que Milo y Shaka hayan muerto —reveló el dios, sentándose en su clásica pose de flor de loto—, pero ahora deben estar vagando por planos de la realidad desconocidos por dioses y mortales… Siendo la primera vez que dos de mis ‘Astras’ producen una colisión mística tan extraña, sería difícil determinar sus destinos.

    —Entonces con más razón habré de vencerte, Brahma —determinó decidida la Amazona, tambaleando para acercársele a lentos y erráticos pasos—. Siendo que soy la única que sabe que ellos continúan con vida, deberé rescatarlos.

    Jadeando a causa del esfuerzo, Sextante se plantó a un paso de quien no hizo nada por detenerla. Con nada más que su fuerza física restante, arrojó un puñetazo que se estrelló de lleno contra la frente de su objetivo, quien ni siquiera se movió un ápice y lo recibió como si nada. A pesar del estado deplorable de su ejecutora, el ataque resultó ser potente, ya que hirió la cabeza del dios. Un grueso hilo de sangre resbaló por su cara.

    —¿Ya estás satisfecha, Guerrera de Atenea? —le preguntó el hindú, indiferente —. ¿Lastimar a un dios te bastó para apaciguar tu espíritu?

    —¡No estaré satisfecha hasta acabar contigo de una vez! —se obstinó ella, alzando su otro brazo en un gesto que daba a entender que continuaría agrediéndolo. A punto estuvo de propinarle otro golpe, pero algo le instó a parar en seco y retroceder varios pasos.

    —¿Qué te ocurre? —quiso saber el de corta melena púrpura, extrañado—. Sinceramente, no creí que detendrías tu ímpetu.

    —Esta calidez y bondad —se asombró la joven, observando por instinto la sangre divina que empapó sus dedos tras su improvisada ofensiva—. Son las mismas que transmite Atenea con su cosmos…

    —Eso… es ridículo —titubeó Brahma, un tanto incómodo—. Yo no soy como Atenea…

    Los acuciosos ojos de la chica se clavaron en la frágil figura de su inmóvil y pasivo rival. Por unos segundos el silencio invadió el recinto en ruinas.

    —¿Por qué me devolviste la vista, cuando nos encontraste en tu forma de Vyasa de Hánuman?

    —Ya te lo dije… Supuse que desearías ver por última vez a tus compañeros, antes de migrar junto con ellos al centro del Universo.

    —No te creo —lo contradijo tajante Narella—. Y tampoco creo que exista un ser consciente que no tenga rastro de emociones—añadió exasperada—. Seguramente ocultas tu verdadero ser bajo esa fachada de indiferencia y frialdad.

    —En este punto, resulta innecesario explicarte que los dioses somos diferentes de los humanos —contestó el aludido, sin inmutarse—. Nosotros no poseemos sentimientos.

    —En eso te equivocas, Brahma… Cuando conocí a Atenea, me convencí de que las emociones de un dios deben ser más intensas que las nuestras. Desde entonces creí que los dioses nos crearon como un reflejo de sus propios sentimientos, los cuales deberían ser más fuertes y complejos que los humanos.

    Las palabras del Santo Femenino provocaron que su interlocutor frunciera el entrecejo en señal de molestia.

    —Ya deja de hablar y márchate de una vez —le ordenó severo—. Permitiré que tu amigo y tú abandonen la Maravilla Suprema, solo si desistes en tu intento por aseverar cosas sin sentido.

    —No huiré hasta hacerte entender lo valiosas que son las vidas humanas —se rehusó la Amazona, desbordando convicción. Se infligió valor contemplando la lastimosa imagen de su moribundo compañero de Bronce—. Confío en que comprenderás mis palabras, porque ahora estoy segura de que no eres un ser malvado. De ser así, nos habrías liquidado sin ningún esfuerzo apenas te presentaste ante nosotros, obviando el largo combate que hemos sostenido.

    —No te lo repetiré nuevamente —le advirtió el supremo asiático, empujándola con su aura divina a fin de intimidarla—. Sal de mi territorio ahora mismo.

    —Solo respóndeme algo, Brahma —le pidió ella, dando todo de sí para sobreponerse a la presión cósmica que insistía en alejarla—. ¿Qué fue lo que te transmitió tu Guardiana cuando le acariciaste la mejilla y la despojaste de su alma?

    Por unos segundos el dios no habló. Se negaba a seguir el juego de esa humana testaruda. Sin embargo, sin saber por qué, algo en su interior le instó a contestarle casi en un susurro:

    —Humildad… Rohana dejó a un lado su gran orgullo para rogarme por todos los humanos.

    —¿Y tu hijo Daksha?

    El vendaval energético parecía aumentar su intensidad, pero aun así Narella no claudicó.

    —Fuerza y lealtad… Incluso con una herida mortal en el vientre, obedeció mis órdenes hasta el final.

    —Ninguna de sus muertes fue en vano, ni tampoco las de mis amigos —aseguró la chica, llorando a caudales—. Busca en tu corazón y dime qué fue lo que sintió Kyrie de Escorpión antes de desaparecer.

    —Esperanza —musitó la deidad con cierto dejo de culpa. Le seguía siendo incomprensible la razón por la que continuaba respondiéndole—. Ella ansiaba triunfar contra un dios inalcanzable para salvar a la humanidad. Además, quería pasar buenos momentos junto a Milo, su hermano y amigos después de que todo haya terminado.

    La acumulación de heridas le provocaba un doloroso martirio con cada paso que daba, pero apenas le faltaban pocos pasos para acercarse hasta el místico ser que seguía empeñado en rechazarla.

    —Dime, Brahma… ¿Cuáles fueron las emociones del señor Milo y el señor Shaka cuando consiguieron el milagro de parar tu máxima técnica?

    —Sentí el gran valor y amistad de ambos… Jamás dudaron al sacrificarlo todo para detenerme…

    —¿Y Eleison? ¿Qué hay de Eleison de Capricornio?

    —Aunque logró conquistar sus instintos y mantener su tranquilidad nata, sintió el más desgarrador de los dolores cuando perdió a su hermana.

    Al fin Narella logró acercarse al dios sentado en ‘padmāsana’, así que enseguida se arrodilló frente a él. Su instinto fue estirar suplicante la mano, a fin de acariciarle el rostro.

    —Por último… dime lo que sentimos Theron y yo…

    De modo espontáneo, lágrimas nacieron de las comisuras de los ojos cerrados de Brahma.

    —Amor…

    —Ahora entiendes por qué los Caballeros de Atenea nos levantábamos una y otra vez, a pesar de que siempre sucumbíamos ante tu poder… —La exhausta Guerrera le regaló una cálida sonrisa al dios, antes de desplomarse de cara contra el piso cuarteado. No logró alcanzar la faz que ansiaba tocar—. Me alegro por ti… Brahma…

    Apenas Narella perdió la consciencia, el supremo hindi apagó su cosmos y llevó el dorso de su mano a la cara. Debía enjugarse las lágrimas que le humedecían las mejillas.

    —¿Estoy llorando? —se dijo a sí mismo, perplejo. Era la primera vez que se dejaba contagiar por aquello que acababa de comprender—. Ya veo… —añadió, esbozando una ligera sonrisa que cambió por completo su talante—. Los cuerpos que Yggdrasil creó para nosotros, nos hacen susceptibles a entender mejor los sentimientos y motivaciones humanas…

    Encarando la roca circular que levitaba en el firmamento, abrió los ojos por primera vez. Sus pupilas, hasta entonces opacas y carentes de vida, se encendieron en una bella y pura tonalidad lavanda, que iluminó su antes frío e inexpresivo rostro.

    —Si tan solo todos los seres humanos pudieran ser testigos del gran sacrificio que los Santos de Atenea hacen por ellos, seguramente cambiarían para bien, ¿no lo crees, Izanami?

    Cuando Brahma desapareció del territorio hindú, la luz anaranjada en el Calendario Maya se apagó. Segundos después, el fueguecillo azulado que representaba a la mencionada diosa japonesa se extinguió también…

    Continuará…
     
  15.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4693
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 69: ¡LOS PELIGROSOS YŌKAI!: EL ATAQUE DE LOS GUARDIANES JAPONESES

    El ejército protector del panteón japonés era conformado por trescientos setenta y dos Guardianes, donde cada uno de ellos representaba a una mítica criatura de dicha cultura. Entre esta considerable multitud de guerreros sobrenaturales, destacaban cuatro ‘Yōkai’ entre los más poderosos, siendo precisamente este cuarteto el que la diosa Izanami eligió para enfrentar a los Caballeros de Atenea.


    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    Los aposentos de la diosa rectora de territorio nipón eran colindados por irreal vegetación compuesta de hielo. Bellas flores, arbustos y árboles celestes ocultaban un pequeño estanque congelado, en cuya orilla continuaba desarrollándose un terrible combate en desigualdad de condiciones.

    —¡Muere de una vez, Atenea!! ¡‘Danza Kagura de Agujas de Hielo’!!

    Tras los gráciles movimientos de Fuyumi de Yuki-Onna, cientos de miles de incisivas líneas congeladas se dirigieron en forma de una veloz ráfaga hacia la malherida diosa, quien, en un desesperado intento por salir bien librada de la peligrosa agresión, erigió un escudo de energía protectora con la ayuda de Niké.

    —¡No seré derrotada en este lugar! —aseguró la diosa griega con valentía, haciendo un doloroso esfuerzo por reforzar la fina película de luz.

    Por desgracia para Saori, su cosmos divino había sido mermado casi en su totalidad por la lanza que le estaba atravesando el hombro izquierdo, así que no logró contener las agujas heladas por mucho tiempo. Cual delgado cristal, la técnica de la ‘Yōkai’ atravesó la barrera traslúcida y arremetió inmisericorde contra su indefenso objetivo; cuyo frágil cuerpo, aparte de ser lastimado de modo grave por incontables laceraciones, también fue impulsado en línea recta hasta chocar brutalmente contra un árbol de hielo cercano, destrozándolo.

    —Está hecho, mi señora Izanami —sentenció para sí la lívida mujer, descansando en la clásica pose japonesa de seiza—. Le agradezco mucho por haberme encomendado el arma capaz de vencer a un dios…

    —Esto no… acaba todavía, Fuyumi —repuso con dificultad la deidad griega, retirando de su ser los pesados y fríos escombros que la aprisionaban desde la espalda. Aunque sangraba profusamente y el dolor que la agobiaba aumentó, se las arregló para reincorporarse con la ayuda de su báculo sagrado. Con cierta dificultad, empuñó con su mano libre el artilugio divino que le atravesaba el cuerpo. No desistiría hasta retirarlo.

    —Es inútil, Atenea —le advirtió confiada la pasiva Guardiana en yukata de seda blanca—. Recuerda que tu cosmos fue sellado por la ‘Lanza de los Cielos’.

    Saori no escuchó razones. Sin vacilar, intentó empujar el arma ensartada en su carne, pero esta no se movió un ápice. Solo consiguió torturarse y lastimarse más de lo que ya estaba.

    —Si algo aprendí de mis Santos, es a jamás rendirme —se convenció la reencarnación de la diosa Atenea con los dientes apretados—. Y ya que ellos están luchando por mí… ¡También lo haré por ellos!!

    Ante la incrédula mirada de la japonesa, Saori hizo acopio de nada más que su reducida fuerza física para retirar el objeto que la hería. Tan agónico esfuerzo obligó a la deidad a soltar un desgarrador grito de dolor. Tan aturdida quedó por el intenso martirio, que a punto estuvo de caer de rodillas sobre el charco de sangre que se había acumulado a sus pies, pero a último momento logró apoyarse con una mano en Niké y con la otra en la recién extraída ‘Amenonuhoko’.

    —Es imposible… —titubeó Yuki-Onna, poniéndose en pies y retrocediendo un par de pasos por inercia. Le fue impresionante ver a su rival plantada con altivez ante ella, y más aún la convicción que chispeaba de sus ojos azules. Por un momento, dejó de ver el lastimero aspecto superficial que le conferían sus heridas y vestido ensangrentado, y la contempló tal cual era. Apenas en ese instante, fue consciente de que estaba enfrentando a una diosa que poco a poco iba regenerando su cosmoenergía divina, y aquello la aterró.

    —Estoy lista para continuar nuestro combate, Guardiana —manifestó con seriedad Saori, respirando agitadamente. Su herido ser era rodeado por una brillante aura de luz, que le dotaba de un porte glorioso—. Atácame cuando quieras.

    Tan grande era el orgullo de la guerrera desafiada, que no se permitió exteriorizar más su miedo a pesar de sentirse inferior por un momento. Abandonando sus inseguridades, también se dio a la tarea de encender su congelado cosmos blanco.

    —Atacaré cuando estemos en igualdad de condiciones —indicó la dama asiática de alba cabellera, con la misma solemnidad que su contrincante—. Sería injusto que pelees conmigo utilizando dos armas, cuando yo no poseo ninguna.

    Un ademán le bastó a Fuyumi para desaparecer la lanza de la mano de la confundida Atenea. Con esto, ‘Amenonuhoko’ fue teletransportada hacia su dueña original.

    Una silenciosa tensión reinó entre las contrincantes, en la que ninguna se animó a realizar el primer movimiento. Sin embargo, tras varios segundos que parecieron eternos, ambas leyeron las intenciones en los ojos de la otra y se dispusieron a arremeter al mismo tiempo para entablar un combate físico.

    —¡No te atrevas a levantarle la mano a Atenea! —gritó con cierto dejo de dilación una suave voz femenina.

    Cuando Fuyumi y Saori encararon el lugar del que provenía aquella voz, vieron aparecer presurosa la figura de una joven enmascarada, de figura delicada y ensortijada melena celeste. La recién llegada era la portadora de la armadura de bronce de Cisne.

    —¡Natassia! —exclamó sorprendida la griega, al ver que su Santo Femenino se había colocado frente a ella, alzando la guardia en actitud protectora—. Me alegra ver que lograron superar el desafío que les impuse en el Santuario, y que ascendieron sin problemas al territorio de los dioses —añadió sonriendo afable—. Ustedes, mis Santos de Bronce, siempre me han enorgullecido.

    —Le agradezco por sus palabras, mi diosa Atenea —pronunció la sucesora de Hyôga con aire serio, aunque un tanto dubitativo. No despegó la mirada de la enemiga—. Y ahora, con toda humildad, le pido permiso para luchar en su nombre contra esta guerrera.

    —Las enfrentaré a ambas de ser necesario —intervino la ‘Yōkai’, notoriamente irritada—. Lo daría todo con tal de defender el territorio sagrado de mi señora Izanami.

    En un instante, la maltrecha deidad sopesó silente la situación. Era una rival bastante peligrosa la que tenían enfrente, pero poco a poco su Amazona de Bronce le iba demostrando que sí era apta para formar parte de sus protectores.

    —Confío en ti, Natassia —le aseveró con calidez y convicción Saori, al tiempo que posaba su caricia en la hombrera celeste de la muchacha—. Y estoy segura de que te alzarás con la victoria.

    —Así será mi diosa —le prometió con timidez la joven, señalando con su enmascarado rostro hacia un costado—. Mientras tanto, por favor adelántese hacia el palacio que está cerca de ese estanque. Seguramente usted podrá convencer a Izanami para que desista de su intento de acabarnos… Ella no es una diosa malvada.

    —¿Entonces conoces a la deidad regente de este territorio? —indagó extrañada la griega.

    —Sí…

    La seca y cortante respuesta de su Santo Femenino le dio a entender que no deseaba que indague más, así que su atención se centró en la edificación más grande y elegante de todo el territorio japonés.

    —Me marcho entonces —anunció la de cabellera lila, sin retirar la vista de aquella pomposa estructura azul—. Pero antes permíteme recordarte que tu maestro, amigos y yo te acompañamos siempre en espíritu. No estás sola, Natassia…

    Dicho esto, dio las espaldas a las dos guerreras y empezó una lenta y dolorosa marcha hacia el recinto principal del terreno nipón.

    —¡No te permitiré escapar, Atenea! —quiso atajarla a las malas Yuki-Onna. A punto estuvo de arrojársele cual fierecilla—. ¡Nuestro combate aún no ha terminado!

    —¡‘Kol’tso’! —exclamó la doncella de Cisne, desplegando el índice derecho hacia la Guardiana.

    Un soplo de aire frío generó varios anillos de hielo que rodearon el cuerpo de la enemiga, quien al sentirse impedida de movimiento, forcejeó a fin de soltarse; pero mientras más luchaba, más se estrechaban los círculos gélidos a su alrededor, dándole el tiempo suficiente a la diosa para alejarse de la escena.

    —Te saliste con la tuya, muchacha —aceptó entre dientes la paralizada Fuyumi—, pero no creas que estos simples aros te bastarán para vencer a una ‘Yōkai’ que posee técnicas de hielo superiores a las de cualquier Santo de Atenea.

    Una simple expansión de aura le bastó para liberarse por completo del ken restrictivo. Con notoria ira, se dispuso a descargar su frustración en Natassia, quien no se alteró a pesar de ver rotos sus ‘Círculos de Hielo’. Al contrario, la joven de Bronce había relajado su pose para arrodillarse frente a las manchas de sangre que dejó Saori sobre el suelo nevado.

    —Todavía está caliente —musitó nostálgica Cygnus, palpando con sumo respeto el tibio líquido divino con las yemas de los dedos—. Y fuiste tú quien infligió heridas tan horribles en la diosa protectora de la Tierra…

    Algo había cambiado en el interior de Natassia. Sentir la sangre de su deidad la llenó de rabia por primera vez en su vida. A partir de ese momento, no descansaría hasta acabar con la mujer que se atrevió a mancillar de ese modo a quien debía proteger.

    La batalla entre Cisne y Yukki-Onna estaba a punto de comenzar.


    ==Maravilla Suprema. Palacio Yahirodono==

    La elegante habitación principal de su palacio se le antojó más grande de lo usual a la solitaria diosa japonesa, quien reflexionaba sentada a la usanza tradicional sobre su tatami. Izanami, quien en ese momento lucía la apariencia de una pequeña infante de no más de siete años, recordaba las últimas palabras citadas por su compañero de alianza durante su más reciente visita:

    «Todavía no soy capaz de precisar su origen con certeza, pero últimamente he podido sentir la presencia de una entidad desconocida, la cual me temo podría amenazar el destino de dioses, humanos e incluso de la creación entera… Y dudo mucho que se trate de un aliado de Atenea, ya que no identifico al verdadero enemigo como un dios o semidiós… Lo que nos amenaza es más bien un…»

    —¿A qué te referías, Brahma…? —se preguntó la chiquilla de cabellera azulada e inocente aspecto. La incertidumbre no la dejaba en paz—. ¿Qué podría ser tan terrible, que incluso un dios como tú temería a…?

    Sus elucubraciones fueron interrumpidas, cuando ‘Amenonuhoko’ se materializó de repente frente a ella. No pudo evitar dar un respingo de sorpresa.

    —Esto va mal —Empuñando la lanza que le pertenecía originalmente, notó con horror que su hoja y mango estaban ensangrentados—. Aunque ordené a mis Guardianes abstenerse de luchar a menos que sea necesario, en el fondo sabía que no lograría evitar un enfrentamiento contra ti… Atenea…

    Sus ojos aguamarina, hace poco vivaces y brillantes, lucieron opacos por un instante, dotando a sus delicados rasgos orientales de una dosis de tristeza. Con pesar, acomodó la ‘Lanza de los Cielos’ a sus espaldas, lamentado en silencio el hecho de que fue este artilugio divino el medio que daría inicio a las hostilidades entre el bando griego y el japonés. A partir de ese punto, consideró que la batalla sería ineludible.

    —Espero que no se tome a mal las acciones de Fuyumi, mi señora —expresó desde la nada la mansa voz de un hombre—. Si mi compañera desobedeció deliberadamente su pacifista requerimiento, es porque no tolera la presencia de invasores en nuestro territorio.

    Ante la aludida, desde el piso emergió la fantasmal figura de un joven guerrero. El recién aparecido portaba una extraña armadura de color marfil, que parecía estar compuesta de hueso.

    —Bienvenido, Bake-Kujira —lo acogió un tanto titubeante la pequeña.

    —Así es como se conoce a la criatura a la que represento —replicó él con suma cortesía. La diosa pasó por alto el aspecto lúgubre que le otorgaba su mortecina piel y cabellera grisácea, para centrarse en la amable y cálida sonrisa que iluminó su fino rostro—. Si no es mucha molestia, preferiría que me llame por mi nombre, mi señora Izanami.

    —Lo siento… Takeru —repuso la deidad nipona, encogiéndose de hombros y bajando la mirada.

    El guerrero se sintió conmovido por la actitud humilde de su diosa. Desde que la conoció, se sintió culpable porque su apariencia infantil le parecía tierna, pero era la primera vez que la veía tan dócil.

    —Una deidad de su clase no tendría por qué disculparse con un mortal —sugirió Takeru de Bake-Kujira, arrodillándose en señal de respeto. Su nata cortesía le permitió disfrazar bien el bochorno que sintió al provocar la incomodidad de su regidora—. Aunque aprecio su carácter condescendiente ante quienes no lo merecemos, considero que debería cambiar su actitud a una más acorde con su condición de diosa…

    —¿Qué es lo que te trae a mis aposentos, Takeru? —quiso saber Izanami, cambiando el hilo de la conversación que empezaba a inquietarle.

    —Me vi obligado a dejar el Kamidana de Susanoo para informarle la situación de mis colegas ‘Yōkai’ —le comunicó el aludido, sin levantar la cabeza—. Como ya habrá presentido, mi compañera de Yuki-Onna está defendiendo los exteriores del Palacio Yahirodono de la invasión de los Caballeros de Atenea. Aunque es pronto para asegurarlo, considero que no tendrá dificultades en superar al Santo Femenino de Bronce que le plantó cara, y pronto regresará a la zona que usted le asignó originalmente: la Laguna de los Kappa.

    —¿Y qué hay de mis otras dos Guardianas?

    —Mi compañera de Jorōgumo se mantiene en la custodia del Torii de Amaterasu, pero la Guardiana de Sazae-Oni…

    La consternada mirada de tonalidad verde alga del joven se cruzó con la aguamarina de la diosa. Para ella fue preocupante el nerviosismo que le transmitió su guerrero cuando calló de modo tan repentino.

    —¿Qué ocurre con ella, Takeru?

    —No fui capaz de encontrarla en todo el territorio shinto —admitió, frustrado—. Debería estar cuidando el Monumento a Tsukuyomi, pero mucho me temo que incluso se atrevió a abandonar la Maravilla Suprema… para actuar por su cuenta…

    —Sabía bien a lo que me arriesgaba cuando la recluté —reconoció afligida la niña ataviada en una elegante yukata poblada de bordados floreados celestes—, pero aun así, me inquieta imaginar lo que sería capaz de hacer alguien tan impredecible como ella…


    ==Japón. Fundación Graad==

    Era una tarde extraordinariamente soleada la del 20 de diciembre de 2012. El astro rey desparramaba candela, a pesar de que el país oriental debía estar atravesando la usual temporada invernal.

    Indiferente al calor del exterior, una mujer observaba atenta y consternada el noticiero transmitido en el televisor del vestíbulo de la Fundación Graad. Atareados reporteros informaban la situación de los Estados Unidos y el resto de América, tras los violentos y extraños fenómenos ocurridos el día anterior en todo el continente.

    —Es un alivio —suspiró la castaña, sabiendo que la situación al otro lado del mundo empezaba a normalizarse—. No imagino el terror que habrán pasado todas esas personas ante tantos desastres naturales repentinos. Además, debe ser horrible contemplar el cielo teñido de rojo…

    —Hace años, el mundo experimentó desastres igual de terribles —comentó con cierto dejo de arrepentimiento alguien junto a ella—. Acaecieron diluvios e inundaciones por todo el mundo, en los que se perdieron incontables vidas.

    Cuando encaró a quien le acababa de hablar, se encontró con un elegante hombre ataviado en un impecable traje blanco. Le parecieron atractivas sus facciones resaltadas por unos ojos y cabellera azulados, sin mencionar el porte solemne que lo engalanaba.

    —Buenas tardes, señor —lo saludó amable ella con una ligera reverencia—. Mi nombre es Seika y trabajo aquí en la Fundación Graad. Permítame ayudarlo en lo que me sea posible.

    Por unos segundos, el recién llegado quedó absorto en aquella mujer. Se había quedado mirándola en silencio.

    —Discúlpeme, por favor, señorita —se excusó él, percatándose de la penosa situación. Enseguida esbozó una incómoda sonrisa que intentó ocultar su vergüenza—. Es que su rostro me resulta familiar. Evoca en mí la sensación de haberlo visto antes.

    —Creo que recordaría si nos hubiéramos conocido antes, señor…

    —Solo —completó él—. Mi nombre es Julián Solo. Y para mí es un gusto conocerla, señorita Seika.

    Fue el turno de Julián para imitar el gesto de cortesía de su anfitriona japonesa.

    —El gusto es mío, señor Solo —reaccionó con la misma deferencia la hermana de Seiya—. Y debería ser yo la que se disculpase con usted, al no reconocer a una de las personalidades más altruistas del planeta… ¿Qué lo trae a nuestra Fundación?

    —Necesito reunirme con Saori Kido —se apresuró en contarle el magnate, con un aire más serio y hasta melancólico—. Hace muchos años, empecé una travesía por todo el mundo, auxiliando a los sobrevivientes de los desastres que le mencioné. Sin embargo, no puedo continuar solo con este periplo. Necesito formar una alianza con la sucesora del señor Mitsumasa Kido, para ayudar a más gente aun.

    —Lamento decirle que la señorita Saori se encuentra en Grecia, pero estoy segura de que estará gustosa de recibirlo cuando conozca de sus generosos propósitos. Mientras tanto, y para que su visita no haya sido en vano, permítame mostrarle las instalaciones de la Fundación.

    A manera de guía, Seika le mostró las diversas locaciones del edificio al ilustre visitante. Por varios minutos, ambos recorrieron el lugar mientras conversaban sobre temas formales; hasta que en un punto, el carácter ameno de Julián le permitió desviar los tópicos hacia terrenos más casuales. Le conmovió escucharla hablar con tanto cariño de los chiquillos que cuidó, durante el tiempo que sirvió de voluntaria en el Orfanato Niños de las Estrellas.

    —Es una tarea bastante noble la que emprendió tras recuperar la memoria, señorita Seika —reconoció cordial el hombre, mientras se esforzaba por cubrirla del sol con una sombrilla. Ambos habían llegado a los extensos jardines de la Fundación y el calor no hacía merma.

    —Lo que yo he hecho no es nada en comparación con lo que usted…

    La amena charla fue interrumpida por el agudo grito de una mujer, retumbando estridente no muy lejos de donde ambos se encontraban. Alarmados, decidieron acercarse con cautela al lugar del que provino tan inquietante alarido de terror, siendo Julián quien fue al frente, en actitud protectora ante Seika.

    La pareja arribó al centro del patio, donde se encontraron con una mujer cubriéndose el rostro con las manos en señal de horror. Al reconocerla, Seika se adelantó hacia ella a fin de auxiliarla.

    —¿Qué ocurre, Miho? —inquirió con suma preocupación su compañera de trabajo—. ¿Te encuentras bien?

    —La… fuente —logró articular la aludida, aún en shock—. Miren la fuente…

    Con la exaltación del momento, ni Julián ni Seika le habían prestado atención a la enorme pileta que adornaba esa porción del jardín; pero cuando hicieron caso a la petición de Miho, supieron enseguida lo que provocó su espanto…

    Una incontable cantidad de animales marinos se retorcía y chapoteaba entre la poca cantidad de agua que nacía de la fuente. Era tal la multitud amontonada de pulpos, cangrejos, calamares, langostas, estrellas de mar, e incluso peces abisales; que casi no eran capaces de nadar y luchaban por siquiera moverse. Algunas de estas criaturas incluso empezaban a caer desde el borde circular del ornamento.

    —No lo… entiendo —balbuceó anonadada la hermana mayor de Seiya, al tiempo que abrazaba a su compañera Miho. No podía retirar la vista de aquel chocante espectáculo—. ¿Quién pudo haber cometido tal acto de vandalismo contra la Fundación?...

    —Y sobre todo contra esos pobres animales —complementó Julián con marcada indignación—. Con este calor y con tan poca agua, no tardarán en perecer…

    —Pero qué conmovedoras palabras —intervino con cierto dejo de ironía una voz femenina entre la masa palpitante de seres acuáticos—. Es tan considerado de ti expresar preocupación por la vida marina, pero si algo me ha enseñado la experiencia, es a jamás creer en lo que afirme un humano.

    Entre la resbaladiza y burbujeante aglomeración, emergió la figura de una mujer, la cual empezó a arrastrase con serpenteantes movimientos hasta alcanzar el final de la fuente. Cuando la extraña se reincorporó y encaró al trío, pudieron contemplar claramente su inquietante aspecto: Su piel, pálida y escamosa, combinaba con la tonalidad celeste de la armadura que vestía, la cual evocaba al diseño de caracolas y conchas marinas, en especial la de considerable tamaño que adornaba su hombro izquierdo. En contraste, su cabello era de tonalidad coral, desordenado en percudidos mechones húmedos.

    —¿Quién… o qué eres? —le preguntó con cierto desagrado el heredero del clan Solo. Estaba empuñando el parasol que hace poco utilizó para acompañar a Seika por los exteriores. De ser necesario, lo improvisaría como arma contra esa mujer de rara apariencia.

    —Soy Shizuka de Sazae-Oni —se presentó la aludida, con un demente semblante que provocó el disgusto y aversión de los presentes—. Soy una de las ‘Yōkai’ de la diosa Izanami.

    —¿Qué es lo pretendes… en la Fundación de Mitsumasa Kido? —continuó cuestionando Seika, ocultando lo mejor que pudo el miedo y repugnancia que sintió. La sola presencia de la Guardiana le daba escalofríos.

    —Pues… solo quiero comer —replicó la interrogada con expresión ávida y ansiosa. Sus opacos ojos de color oliva se habían posado en la aterrada Miho, quien le había apartado su acongojada mirada apenas la vio aparecer—. Tengo demasiada hambre…

    La escalofriante guerrera empezó una lenta marcha hacia quienes consideraba deliciosas presas. Su emoción no le permitió esconder la macabra sonrisa que esbozó de oreja a oreja. Presas del pánico, Julián, Seika y Miho retrocedieron varios pasos por instinto. Contemplar esas dos brillantes hileras de serrados dientes, afilados como los de un tiburón, los intimidó por completo.

    —¡Alto ahí, invasora! —vociferó con brío el corpulento hombre que acababa de llegar—. ¡No permitiré que hagas lo que te plazca en este lugar!

    Sin dilación, se colocó entre la Guardiana japonesa y sus tres víctimas. Suponiendo que su traje de gendai budō le bastaría para defenderse de esa turbadora mujer, se aferró a su espada de bambú con ambas manos. Con suma convicción, adoptó una pose evidentemente ofensiva.

    —No te ves tan apetitoso como los otros tres —determinó burlona Shizuka, limpiando un poco de la saliva que le resbalaba por la comisura de los labios—, pero de todos modos te devoraré…

    —¡Jamás vencerás a Tatsumi Tokumaru, tercer Dan de kendo! —se obstinó el fiel mayordomo de los Kido, con apabullante valentía y autoridad. Ni siquiera parpadeó al desafiar a la enemiga—. ¡En ausencia de la señorita Saori y sus Caballeros, es mi deber el defender a la Tierra de amenazas como tú!


    ==Maravilla Suprema. Entrada a la Caverna de los Kitsune==

    Guiado por el candoroso cosmos de Atenea, Hyôga de Acuario alcanzó el frío territorio japonés, donde se apresuró en hallarla a fin de servirle de apoyo en combate. Por desgracia, su presencia divina se había desvanecido de repente, tras enfrentarse con otra desconocida.

    —Señorita Saori —susurró pensativo e intranquilo el rubio, mientras andaba por un sendero colindado por irreales flores y esculturas heladas—. Al parecer, este lugar es tan peligroso como bello…

    De entre el follaje congelado, saltó hacia la senda un pequeño zorro de nueve colas. Aquella hermosa criatura parecía haber sido tallada en cristal, al estar enteramente compuesta de hielo.

    —¿También buscas a alguien, pequeño? —le preguntó el Santo Dorado con una cansada sonrisa. Obviamente, no esperaba recibir una respuesta.

    El zorrito se limitó a posar sus brillantes ojos de rubí sobre Hyôga. Con curiosidad, lo escudriñó por unos segundos, para luego continuar con su rauda travesía hacia la entrada de la cueva en la que moría el camino.

    —«Allí fue donde sentí extinguirse el cosmos de Atenea —reflexionó, cruzando los brazos y contemplando la oscuridad de la caverna—. Si estuvieras aquí, seguramente me dirías que no entre directamente en la trampa del enemigo, ¿cierto, amigo Dragón Marino?»


    ==Hace una hora. Maravilla Suprema. Puente de Bifröst. Frontera entre Nifelheim y Midgard==

    El territorio nórdico rebosaba de una belleza fantástica, ya que la naturaleza y la imaginación divina habían confluido en irreales edificios que nacían entre los exuberantes árboles que crecían entre la hierba. Tan armonioso paraíso era resaltado, además, por frondosa y llamativa vida vegetal que decoraba la imponente arboleda.

    En medio del sagrado escenario, un ancho puente de madera hacía de frontera entre los predios de la diosa Yggdrasil y el resto de la Maravilla Suprema; siendo este lugar donde Hyôga tuvo un fugaz encuentro con su compañera Dánae de Géminis, y luego con otro personaje que jamás habría imaginado ver nuevamente en esas condiciones…

    —Vaya… Pasaron varios años desde la última vez que nos vimos… —comentó en tono indescifrable el hombre que se había plantado a mitad del sendero de tronco.

    Al Santo de Acuario se le heló la sangre al reconocer el diseño de la armadura de tonalidades doradas y cobrizas que portaba aquel sujeto de magnífica presencia.

    —Es… el General de Poseidón del Atlántico Norte…

    —Pero qué cara de susto trae —señaló el aludido, al ser testigo de la intriga que se reflejaba en el semblante del Ateniense—. Veo que no me reconocerá a menos que haga esto…

    Apenas se podía divisar su ligera sonrisa oculta entre la incógnita, porque el casco le cubría gran parte del rostro. Notando este hecho, retiró enseguida la pieza protectora de la cabeza para que el Caballero contemple su faz descubierta.

    —¿Jakov? —masculló el Santo con una mezcla de confusión y sorpresa.

    —A pesar de todos estos años, todavía me recuerdas, Hyôga —se alegró el de larga cabellera castaña. Sus ojos celestes, grandes y brillantes, traslucían añoranza y seguridad, dotándole a su cara de una expresión radiante.

    —Todavía no puedo creer que seas tú —le dijo el Dorado, impresionado—. No supe más de ti desde que fuiste a entrenar en Islandia, para obtener la cloth de Corona Boreal… Y ahora te veo frente a mí, portando la escama de Dragón Marino…

    —Entiendo tu intriga al verme de este modo, amigo —contestó el Marina con un aire más serio—, pero aunque el tiempo apremia para ambos, permíteme explicarte cómo fue que llegué a ganarme la protección de esta armadura…


    ==Tiempo actual. Maravilla Suprema. Caverna de los Kitsune==

    —«Confiaré en tus palabras e intenciones, Jakov —pensó convencido el Acuariano. Apenas podía ver más allá de su nariz dentro de la cueva, pero continuó avanzando a paso seguro, guiado únicamente por su instinto—. Aunque aquello signifique que quizás debamos enfrentarnos nuevamente con una vieja amenaza».

    Su exploración a ciegas fue interrumpida, cuando divisó una tenue luz en la distancia. Con cautela, se acercó hacia ella, para notar que el origen del resplandor era una antorcha adosada a la pared. Le pareció raro ver fuego azul quemando aquella luminaria, pero consideró más excepcional aun el súbito descenso en la temperatura.

    —Acércate, mi querido Hyôga —le instó una dulce voz femenina a su costado, obligándolo a girar el rostro y alzar la guardia—. Te extrañé tanto.

    Quien le habló, fue una joven mujer ataviada en un largo vestido blanco, sentada de espaldas a él sobre un bloque de hielo. Despreocupadamente, peinaba su larga y preciosa cabellera de oro.

    —Así que tú y yo nos conocemos —resaltó prudente el antaño Cisne, sin dejar su pose ofensiva—. Aunque, la verdad quisiera asegurarme de ello, mirándote cara a cara.

    Acogiendo la exigencia de su interlocutor, ella dejó su peine a un lado y se volteó hacia este.

    —Estoy tan orgullosa de ti —El rostro de la doncella apenas era visible por la débil luz azul, pero aquello fue suficiente para que el Caballero notara que le estaba regalando una cálida sonrisa—. Me alegra tanto verte convertido en todo un hombre.

    El custodio de la Onceava Casa se llevó la mano a la boca en señal de incredulidad. Había soñado tantas veces con ese momento, pero a la hora de la verdad, no supo cómo reaccionar al reencontrase con la mujer que le dio la vida.

    —Madre…

    Continuará…
     
  16.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4333
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 70: FUYUMI DE YUKI-ONNA: LA GRACILIDAD DE LA DONCELLA DE HIELO

    La ‘mujer de nieve’ era una entidad espiritual que se manifestaba durante las frías noches de invierno. Pálida, alta y de largos cabellos; atraía con su inhumana belleza a los viajeros que luchaban contra las tempestades, para posteriormente calmarlos y hacerlos descansar hasta que perdían el conocimiento. Una pacífica y dulce muerte por congelamiento esperaba a los desafortunados que se encontraban con esta ‘Yōkai’.


    ==Japón. Fundación Graad==

    —¡Tatsumi! —exclamaron Miho y Seika al unísono. Aunque su protector se veía seguro de sí mismo con su ‘shinai’ en manos, muy en el fondo sabían que no sería capaz de hacerle frente a esa extraña mujer de funesta presencia.

    —¡No teman, chicas! —les instó con aplomo el mayordomo de los Kido. En ningún instante descuidó los movimientos de quien lo observaba, riendo divertida entre dientes—. ¡Yo me encargaré de cuidarlas!

    —Yo lo conozco —comentó Julián en medio del nerviosismo que le producía la situación—. Usted es el hombre que acompañó a Saori Kido durante mi cumpleaños dieciséis.

    —Entonces eres ese niño rico que quiso estar a solas con la señorita en esa fiesta de la mansión Solo —recordó el envestido en traje de kendo, con un marcado dejo de disgusto—. Pues… aunque me caigas mal, también te protegeré.

    —¿En serio planeas detenerme con ese juguetito? —preguntó burlona la Guardiana japonesa, señalando al sable de bambú que se interponía entre ella y sus cuatro presas—. Necesitarás más que eso para evitar que mis bebés y yo nos alimentemos de ustedes.

    Reaccionando a las palabras de su ama, los animales marinos amontonados en la fuente revolotearon entre la poca agua contenida en la misma. Parecían regocijarse por el festín de carne humana que les esperaba.

    —¡Ya veremos si te parece un juguete ahora!! —la desafió Tatsumi sin intimidarse, al tiempo que arremetía contra ella con una contundente estocada—. ¡Ikkyodo-do-uchi!! ¡Kiai!!

    Pero a pesar del empeño y fuerza que el atacante imprimió en su ofensiva, a Shizuka le bastó únicamente una mordida para detener la trayectoria del arma. Aprovechando la incertidumbre de su rival, le arrebató el objeto de las manos con una rápida maniobra.

    —Esto me servirá como entremés para calmar un poco mi apetito —declaró ella observando con curiosidad el sable. Sin dilación, se dio a la tarea de desgarrar con sus afilados colmillos el duro bambú, para enseguida engullirlo de modo voraz ante el horror de los presentes.

    —Eres un… monstruo —soltó aterrado Tatsumi, cayendo de espaldas en el piso por inercia. Sudor frío recorrió su cabeza ausente de cabello, sintiéndose vulnerable ante tan grotesco espectáculo.

    —Tener hambre no me hace un monstruo —contestó Sazae-Oni, entrecerrando sus ojos de tono oliva en señal de desprecio—. Los verdaderos monstruos son ustedes, los seres humanos, que contaminan los océanos y depredan la vida que hay en ellos para su propio beneficio.

    Por primera vez, la ‘Yōkai’ se vio irritada. Hecho que manifestó en la liberación del aura de tonalidad rosa que cubrió su ser, y que luego se expandió como un virus por toda la Fundación Graad. Aquel cosmos era tan pesado y nocivo, que su solo contacto provocó que los presentes se sintieran sumamente enfermos.

    —No… puedo moverme —musitó Seika con la energía casi esfumada. Al igual que Julián, Miho y Tatsumi, se había desplomado sobre sus rodillas y apenas era capaz de levantar la cabeza.

    Totalmente rendido, el indefenso cuarteto no pudo evitar que una gran cantidad de pulpos, calamares y demás criaturas acuáticas se abalanzaran sobre ellos. Cual vampiros sedientos de sangre, la multitud de criaturas se encomendó a la tarea de absorber la energía vital de sus víctimas. Tan hórrida imagen provocó la estridente risa de la mujer en armadura celeste.

    —¡Vaya, al parecer mis pequeños estaban más hambrientos que yo! ¡Vamos, no se contengan y coman todo lo que puedan! ¡Yo me conformaré con lo que ustedes dejen!

    Pero su demente júbilo cambió a intriga, cuando escuchó un canto viniendo de ninguna parte. Aquella hermosa tonada era interpretada por una suave voz femenina; pero más que agradarle, a la Guardiana le produjo una inexplicable sensación de inquietud.

    —Es suficiente —se quejó Shizuka, borrando su mordaz sonrisa. No logró ocultar la molestia que sentía, y más al ver que sus animales roba-energía regresaron despavoridos a la pileta—. Deja de cantar y muéstrate de una vez…

    De entre los recovecos del jardín, emergió la figura de una mujer de esbelta figura, envestida en una armadura de metales rojizos. Su casco le protegía la mayoría de la cabeza, y dejaba ver su larga cabellera rubia, cayendo libre a sus espaldas.

    —Soy Thetis de Sirena Menor —se presentó la Marina, plantándose frente a la enemiga con una mano en la cintura, en un gesto de altivez. Su pose era elegante, pero a la vez amenazadora—. Y he vuelto para proteger a mi señor.

    —¿Te refieres a ese calvo inútil que intentó golpearme? —inquirió la ‘Yōkai’ con marcada ironía.

    —No… Vine a defender al señor Julián Solo… —contestó la aludida un tanto incómoda.

    —No tenía el gusto de conocerte, Thetis, pero aprecio tu valentía —intervino el magnate, intentando ocultar su nerviosismo con el hablar formal que lo caracterizaba—. Y espero que también tengas la amabilidad de informarnos lo que está ocurriendo. Desde que llegó esa mujer, parecería que estamos viviendo una pesadilla…

    —Ya habrá tiempo de explicarle todo con más calma, mi señor. Ahora debo concentrar mi atención y esfuerzo en detener a esa mujer.

    —Estaría bien que empiecen a llamarme por mi nombre —sugirió la japonesa, arqueando una ceja con evidente inconformidad—. Soy Shizuka de Sazae-Oni. Recuérdenlo bien.

    —¡Entonces yo seré la encargada de detenerte, Shizuka! —aseveró Thetis, liberando de golpe su energía cósmica— ¡‘Trampa Mortal de Coral’!

    Juntando las manos, la rubia desplegó su técnica en un suave remolino formado de partículas de coral. Las finas células se acumularon sobre el cuerpo de la Guardiana, hasta crear gradualmente pequeños arrecifes multicolor sobre su ser.

    —Es bellísima… La vida marina que eres capaz de crear, es preciosa —admitió la de corta melena rosa. Sus ojos, iluminados de emoción, se abstrajeron en las psicodélicas estructuras de coral que empezaron a recubrirla por completo, hasta inmovilizarla—. Fuiste muy astuta al atacarme con estos maravillosos animalitos, porque sabías bien que no me atrevería a destruirlos…

    —Pronto dejarás de hablar cuando ese coral ingrese a tus pulmones y te asfixie —sentenció solemne la Marina, incrementado la intensidad del vendaval.

    —Eres una ingenua, Thetis… —repuso la ‘Yōkai’ mostrándole sus dientes de sierra en una espantosa sonrisa. Una simple expansión de energía le bastó para liberarse del coral, que enseguida se reunió en las palmas de sus manos, y parecía bailar ante su voluntad.

    —«Esto va mal —se dijo a sí misma la mensajera del dios de los mares, sabiéndose en graves apuros. Le sorprendió ver como Shizuka acomodaba con telequinesis su técnica en la fuente, para que conviva con las demás criaturas oceánicas abarrotadas en el agua—. No imaginaba que tendría que enfrentar a una antagonista así de poderosa».

    —A ti te comeré al último, sirenita… Primero tendrás el gusto de ver como devoro lentamente a tu señor y a los otros… extremidad por extremidad… órgano por órgano…

    Fue tanto el terror que le inspiró su rival con tales palabras, que por poco Thetis se desarma por dentro. No obstante, logró recomponerse de inmediato y recordar lo que le había llevado a Japón en primer lugar. Ver a Julián, tan vulnerable como sus tres acompañantes, era algo que no podía concebir, y menos sabiendo que en ese momento ella era la única que podía hacerle frente a tan temible enemiga.

    —¡No permitiré que toques a mi señor!! —exclamó Thetis con vehemencia, corriendo lo más rápido que pudo hacia la contendiente. Emplearía su prodigiosa velocidad para acercarse a ella y fulminarla a poderosos golpes.

    —Eres muy rápida, Thetis, ¡pero ya que tanto insistes en ser devorada, no contendré más mi hambre contigo! —Shizuka también emprendió carrera hacia quien se acercaba veloz hacia ella, y justo cuando la tuvo cara a cara, la agarró con fuerza de los antebrazos, parándola en seco—. ¡Permanece quieta de una vez!

    Los cuatro espectadores de la lucha retiraron por instinto sus aterradas miradas, tras ver la explosión de sangre que se produjo cuando la Guardiana enterró sus filosos colmillos en el pecho de su víctima. Ansiaba arrancarle el corazón…


    ==Hace tres años. Islandia. Vestmannaeyjar==

    Justo antes de partir al Torneo Galáctico, Hyôga encomendó al pequeño Jakov la responsabilidad de cuidar el navío hundido en el que descansaba su madre fallecida. Pero siendo que aquel barco alcanzó profundidades abisales —a causa de la intervención de Camus de Acuario—, el jovencito ruso no vio más motivos para quedarse en su tierra natal y decidió que lo mejor sería seguir los pasos de quien admiraba. Su sueño a partir de entonces, sería convertirse en un Santo y ser tan fuerte como Hyôga.

    Cuando la paz volvió temporalmente a la Tierra, Jakov llegó por sus propios medios al Santuario de Atenea, donde entrenó arduamente para obtener la cloth de bronce de Corona Boreal. En múltiples ocasiones, durante varios años, tuvo que enfrentar la prueba final para ganarse la protección de la ansiada armadura, pero cada vez que debía luchar contra otro aspirante a la misma, fracasaba estrepitosamente.

    Debido a su edad, esta sería la última oportunidad que se le otorgaría. Las nevadas tierras de la Isla Vestman, en Islandia, serían el escenario del momento culmen de su vida.

    La batalla había durado más de una agotadora hora, en la que ninguno parecía ceder a pesar del cansancio y las condiciones climáticas extremas del invierno bajo cero. No obstante, sería el rival de Jakov quien se sacaría un inesperado as de la manga para desbalancear la situación a su favor:

    —¡‘Lágrimas Enjoyadas’!! —exclamó el más joven aspirante a Caballero, ante el asombro de todos los que presenciaban el combate. Jamás habrían imaginado que ese aprendiz sería un prodigio capaz de reproducir una técnica de Bronce de tal magnitud.

    Los fríos vientos del norte silbaron furiosos en los oídos de Jakov, quien nada pudo hacer para defenderse de la poderosa ventisca; la cual vino acompañada de peligrosos cristales de hielo, que lo vapulearon hasta elevarlo y dejarlo caer de boca sobre la superficie congelada.

    La última imagen que el agarrotado siberiano tuvo antes de perder el conocimiento, fue la de su joven contendiente, abrazando con regocijo la caja de pandora de Corona Boreal.

    Un par de horas pasaron desde la derrota de Jakov, quien desapareció del campamento de aprendices apenas despertó de su desmayo. Cargando su dolor físico y espiritual, vagó desolado y sin rumbo entre los vastos campos de nieve. Quería escapar de la vergüenza que lo agobiaba, ya que había desperdiciado la última chance que se le ofreció para ser un Caballero.

    —Perdóname, Hyôga… No pude conseguirlo —se lamentó el de cabellera castaña, sentándose al borde de un profundo acantilado que le cortó el camino. Sus tristes y llorosos ojos celestes se abstrajeron en el mar congelado que se extendía al fondo del accidente geográfico—. Deseaba tanto proteger a Atenea a tu lado, pero no podrá ser… —Por varios minutos contempló las olas, golpeando con violencia las rocas de la sima, hasta que un fatal pensamiento cruzó por su mente perturbada y vulnerable—: «Si alguien decidiera caer de este lugar, seguramente sería una muerte rápida e indolora».

    Respirando hondo, el hombre de ausente y opaca mirada se puso en pies y dejó que el frío viento golpee su cara. Aun así, no reaccionó y por inercia dio un funesto paso hacia adelante. Acabaría con todo y se redimiría en el proceso.

    —No lo hagas —lo detuvo alguien a sus espaldas, agarrándolo con firmeza de la muñeca derecha—. No permitiré que una vida valiosa como la tuya se pierda en ese mar helado.

    Cuando Jakov se giró para refutar a quien se atrevió a interrumpir lo que consideraba su expiación, se encontró con una mujer que lo observaba fijamente.

    —¿Quién… eres? —quiso saber el siberiano, titubeando un tanto intimidado. Pasó tanto tiempo desde que contempló el rostro de una dama, así que se sintió maravillado por la hermosura de su penetrante mirada azul, contrastada con la cabellera dorada que realzaba sus facciones.

    —Mi nombre es Thetis —contestó ella, sonriéndole de modo sugestivo. Le había soltado la extremidad para cruzar los brazos y así calentarse un poco. Aunque vestía un grueso abrigo de piel, tan inmenso frío le agobiaba.

    —Thetis… déjame decirte que la vida que salvaste no tiene sentido de existir —replicó él con un nudo en la garganta—. Perdí el rumbo cuando fallé en ganarme la protección de la armadura de Corona Boreal.

    —Te equivocas, Jakov. Te he visto pelear en muchas ocasiones, no solo aquí en Islandia, sino también en los campos de entrenamiento de Groenlandia, Canadá y Noruega. Sé bien que jamás te has rendido y ha sido esa determinación la que te ha dotado un gran poder, uno mayor al que tú mismo creerías. Te he seguido por años y puedo asegurar que lo único que te ha hecho falta es suerte, pero eso está a punto de cambiar…

    —¿A qué… te refieres? —preguntó el castaño, confundido y nervioso.

    —Te ayudaré a explotar ese potencial que ocultas… Gracias al poder de Poseidón.

    —¡¿Poseidón?!

    —Como sabrás, Atenea encerró el espíritu del emperador de los mares en su ánfora hace décadas, siendo su voluntad permanecer en ese letargo hasta que llegara el momento de luchar nuevamente contra la hija de Zeus. No obstante, mi señor Poseidón se ha visto en la obligación de ir debilitando poco a poco el sello, porque espera despertar en esta época; incluso si eso le significa regresar con su poder divino aún no restablecido por completo. Lo que lo motivó a tomar tan drástica decisión, fue el gran peligro que amenazará el reinado de los dioses griegos en unos años. Es por ese motivo que le estoy ayudando a reunir su ejército.

    La cabeza de Jakov era una absoluta vorágine. Simplemente no lograba procesar las implicaciones de lo que acababa de escuchar.

    —¿Y qué tiene todo eso que ver conmigo?

    —Nada en este mundo ocurre por coincidencia… Hay un motivo por el que ahora nos encontramos a orillas del Atlántico Norte…

    Un brillo tan intenso como el del sol emergió desde las salvajes aguas, hasta levitar enfrente del casi cegado aprendiz a Santo. Se trataba de una armadura de metales dorados y cobrizos, ensamblada en una efigie que hacía alusión a la forma de un plesiosaurio. Al contemplar tan majestuoso y resplandeciente artefacto, el corazón de Jakov se aceleró sin control. Podía sentir en su interior la fuerza del océano y la autoridad del rey de los mares.

    —¿Qué hace aquí… esa armadura?

    —Usualmente, una escama escoge a un ser humano nacido en el país que colinde con su respectivo océano, pero al parecer eres la primera excepción. Tu destino ha sido trazado, y desde ahora serás conocido como uno de los siete guerreros de más alto rango en la armada de Poseidón: ¡El General Jakov de Dragón Marino!

    El ropaje sagrado enseguida dejó su forma de object y se acomodó sobre el cuerpo de quien lo portaría a partir de entonces. Incrédulo, el nuevo regente del Atlántico Norte sintió como una delicada aura dorada se manifestaba a su alrededor, como símbolo de su naciente e inconcebible poder cósmico.

    —Todavía no llegabas a este mundo, cuando Kanon suplantó tu puesto durante su rebelión contra el Santuario de Atenea —continuó explicando la sirena, con un hablar solemne—. Originalmente, debías tomar tu rango como Marina cuando la voluntad del señor Poseidón lo requiriera, es decir, en esta época…

    —No… aún no puedo creer lo que está ocurriendo —manifestó atónito Jakov. Seguía mirando con incredulidad las piezas de metal que lo vestían y que le transmitían una cálida sensación de bienestar—. Un inútil como yo, quien no fue capaz de siquiera convertirse en Santo de Bronce, no podría pertenecer a la élite del ejército del dios de los mares.

    —Debes saber que el poder que ahora exteriorizas no es la de la escama de Dragón Marino. Las armaduras están vivas, pero no otorgan su esplendor por sí mismas. Ellas sirven como vínculo entre su portador y la infinidad del universo. El cosmos que ahora derrochas, es el que tú mismo desarrollaste con los años y que ocultabas sin saberlo… Por cierto, será mejor que te tranquilices un poco, o de otro modo llamarás la atención de quienes fueron tus compañeros de entrenamiento en el campamento.

    La tormenta de nieve amainó y las olas calmaron su ira. Mientras tanto, Jakov reflexionaba sobre cómo debía proceder a partir de entonces. Se había sentado al filo del acantilado junto a su acompañante, para pensar en silencio por unos minutos.

    —Al parecer, no podré escapar del destino que fue escrito para mí, ¿cierto, Thetis? —elucubró el guerrero, retirándose el casco y mirando al vacío con nostalgia—. Pero si veo o intuyo que Poseidón intenta algo en contra de la humanidad, yo mismo me encargaré de acabarlo…

    —Siendo un General Marino, eres bastante osado como para decir eso —señaló la rubia, sonriendo en un gesto de extrañeza—. Pasaré por alto tu afrenta, porque estoy segura que al señor Poseidón no le convendría estar en contra de Atenea. Cuando el año 2012 esté llegando a su fin, ambos dioses y sus ejércitos protagonizaremos la más terrible de las batallas…


    ==Tiempo actual. Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    Las bajísimas temperaturas que soportó por años, le permitieron a Jakov de Dragón Marino adaptarse fácilmente a ese sublime pero hostil entorno. Tras cruzar el cristalino y gélido bosque, una pequeña planicie le dio la bienvenida, en cuyo centro se elevaba majestuoso un monumento de piedra gris.

    —Se parece a la imagen del dios japonés de la luna que vi en un libro hace años —se dijo a sí mismo, luego de alcanzar la base de la estatua y alzar la mirada para otearla mejor—. Si no estoy mal, se trata de Tsukuyomi.

    Apenas en ese momento, se percató de lo descuidado que fue al acercarse a la efigie, ya que no había tomado ningún recaudo. Por suerte para él, quien debió estar cuidando esa locación se encontraba lejos en la Fundación Graad.

    —«Qué gusto me dio verte nuevamente, Hyôga —pensó con añoranza. La nieve en el llano le había recordado los momentos que pasó con su amigo en Rusia—. Como General Marino, no he dejado de entrenar en estos tres años y me volví más fuerte. Ahora tengo la certeza de que seré capaz de proteger a la humanidad junto contigo».

    La delicada melodía de una flauta empezó a sonar desde lo alto. Alarmado, el Marina intentó ver de dónde provenía tan dulce sonido, hasta que su celeste mirada se encontró con la rojiza de quien entonaba el instrumento de viento. Se trataba de un hombre de cortos cabellos de tonalidad lila, y una apariencia acorde a la fina y serena canción que tañía. El recién aparecido estaba sentado despreocupadamente sobre el hombro diestro del dios nipón, y destacaba por vestir una armadura dorada en muy mal estado, ya que numerosas cuarteaduras cruzaban toda su estructura, y sus dos alas lucían tan rotas como la hombrera izquierda.

    —Saludos, aprendiz a Caballero de Atenea —le dijo desde las alturas el que sujetaba la flauta metálica. Aunque su expresión era de sosiego, se notaba cierto dejo de reproche en sus palabras—. Me sorprende que hayas llegado tan lejos en la morada de los dioses.

    —Dejé de ser un aprendiz hace años —le corrigió el aludido con un tono desafiante—. Ahora soy un Marina al igual que tú… General del Atlántico Sur, Sorrento de Sirena.


    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    —Así es, pequeña. Antes de que llegaras a interrumpirnos, batallé contra tu diosa Atenea, hasta lastimarla lo más que pude —corroboró la lívida Guardiana, sin ningún remordimiento—. Mi intención era asesinarla, pero evitó que le atraviese el corazón, reaccionando a último momento…

    —Eres una desalmada —soltó Cisne entre dientes. Por más que intentó, no logró ocultar su cólera—. Alguien que se atreva a deshonrar así a la diosa protectora de la Tierra, no merece existir.

    —¿Y serás tú quien acabe con aquella existencia que consideras indigna? No eres más que una florecilla de aspecto frágil y delicado. El campo de batalla no es lugar para ti.

    —No te atrevas a subestimarme… Te detendré en nombre de la confianza que Atenea depositó en mí.

    —Veamos si eres capaz de decirme lo mismo cara a cara…

    La protectora de Izanami extendió el brazo en dirección al Santo Femenino, quien enseguida adoptó una pose defensiva, esperando atenta cualquier agresión. Pocos segundos después, su confusión fue grande cuando sintió dolorosos y fríos aguijonazos en la piel de su cara. Una perfecta flor de hielo había nacido sobre el metal de su máscara, cuya temperatura descendió hasta el punto de congelamiento extremo. Cual cristal fino, la careta se desmoronó en pedazos, revelando el impresionado e incrédulo semblante de la chica.

    —Pero que niña más bonita —comentó la japonesa, más como burla que como halago—. Eres tan tierna como te había imaginado, así que espero me disculpes por haber lastimado esa carita angelical que tienes.

    Una profunda herida al costado de la faz pintó de carmesí parte de la ondulada cabellera celeste la espantada doncella de bronce, quien hizo un esfuerzo para no desplomarse en medio de su confusión. Aunque seguía aturdida y se veía un tanto insegura, se inyectó de valor para plantarse frente a su oponente y encender su cosmoenergía blanca.

    —«Al emplear técnicas de hielo, de seguro esa mujer ataca únicamente a distancia —imaginó Cygnus, clavando sus ojos azules en la enemiga—. La combatiré cuerpo a cuerpo y así no tendrá oportunidad de defenderse».

    —Tienes un aura tan bella como la nieve, lo admito. Por desgracia, tu poder congelante es demasiado inferior.

    —Te dije que no te atrevas a menospreciarme, vil demonio de nieve.

    Natassia empleó su prodigiosa velocidad para esfumarse del campo de visión de la guerrera nipona y enseguida reaparecer a su costado izquierdo. Sin demora, le arrojó una vertiginosa patada hacia la sien, a fin de acabarla de un solo golpe concentrado.

    —Adoro tu inocencia, pequeña Natassia —dijo la Guardiana, cerrando los ojos en un gesto de seriedad—. No creas que no sé defenderme de quienes me atacan a corta distancia… —La velocidad de la agredida resultó ser sobremanera superior, porque un simple movimiento le fue suficiente para agarrar a la chica del tobillo, deteniéndola en seco—. Y por cierto, no soy un “demonio”, soy una ‘Yōkai’… ¡y mi nombre es Fuyumi de Yuki-Onna!

    La mujer albina ocupó gran parte de su fuerza física para azotar contra el piso a quien sostenía por la pierna. Tan tremendo fue el impacto del frágil cuerpo de Natassia, que enseguida quedó incrustada de espaldas entre la tierra. Varias grietas se abrieron alrededor de Cisne.

    Fue el turno de la guerrera shinto para expandir el halo blanco de su energía. Todavía inmóvil y adolorida, la alumna de Hyôga percibió claramente el drástico descenso de la temperatura. Aun para ella, que estaba más que acostumbrada a las temperaturas bajo cero de Siberia, resultó extremo aquel frío que llegó incluso a calarle los huesos.

    —Si una flor de hielo destrozó tu máscara, imagínate lo que te harán miles de ellas…

    Alarmada ante tan maliciosa advertencia, la joven presintió el peligro que se avecinaba y, por instinto, olvidó el dolor de sus heridas y se reincorporó de un ágil salto. Sintiéndose acorralada, desplegó un puñetazo que esperaba impacte en el rostro de la contendiente, no obstante, Fuyumi contuvo la acometida con solo la resistencia de su mano.

    —Te tengo justo donde te quería, muchacha. Te convertiré en un ornamento más en estas tierras sagradas —sentenció, apretándole el puño para que no pudiera escapar—. ¡‘Ikebana de Cristal’!

    Una incontable cantidad de flores de hielo brotaron desde la tierra nevada, formando un precioso e irreal jardín a los pies de las dos contendientes. Aunque se supo en graves problemas, a la joven Ateniense le pareció excelsa la belleza de esos arreglos florales. A poco estuvo de abstraerse de la grave situación, pero reaccionó e intentó alejarse de la escena. Por desgracia para ella, Yuki-Onna la había paralizado con un poder sobrenatural que superaba con creces a la parálisis de su ‘Círculo de Hielo’.

    Las flores vivientes, transparentes cual vidrio, empezaron a trepar poco a poco por la humanidad de la impotente Cisne, hasta que llegaron al extremo de cubrirla por completo.

    —Descansa en paz, pequeña Natassia —le dijo a su congelada oponente, despidiéndose de ella con una reverencia que denotaba respeto. Segura de que la Amazona no reaccionaría, le dio las espaldas y caminó lentamente a fin de alejarse de la escena—. Desearía que permanecieras así, como un perpetuo y perfecto adorno de hielo en ofrenda a Izanami; pero, por desgracia, mi técnica no lo permitirá…

    Todas las flores del recién creado jardín explotaron al mismo tiempo, convirtiéndose en incisivas esquirlas de hielo que hirieron de gravedad a la doncella, y resquebrajaron su armadura de bronce en el proceso. Había pegado un desgarrador y agudo grito de dolor, antes de perder la consciencia y desplomarse de bruces sobre el agua congelada.

    —Rezaré por tu alma cuando regrese a la Laguna de los Kappa —le prometió la de kimono blanco, procurando no girarse para evitar contemplar la horrible escena a sus espaldas. Si algo detestaba, era la temperatura tibia y los colores cálidos—. Es lo menos que puedo hacer por ti.

    La nieve alrededor de la desvanecida Natassia empezó a teñirse en gran proporción con el rojo de su sangre.

    Continuará…
     
  17.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    3790
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 71: TAKERU DE BAKE-KUJIRA: EL ESPÍRITU DE LAS PROFUNIDADES MARINAS

    Encarnando el rencor que las ballenas sentían por los pescadores que las cazaban, uno de los esqueletos de estos cetáceos cobró vida y se convirtió en un macabro ‘Yōkai’. Desde entonces, la ‘ballena fantasma’ fue sinónimo de muerte, desolación y hambre para los pueblos costeros que caían bajo su maldición.

    Muchos intentaron hacerle frente a esta bestia abisal, pero los arpones no pueden dañar lo que ya está muerto.


    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    —Al parecer, Thetis te informó bien sobre el ejército de Poseidón —pronunció serio quien portaba una escama en mal estado. Su hablar apenas le fue audible a su interlocutor, ya que se encontraba decenas de metros en lo alto de la efigie del dios japonés de la luna—. En efecto, alguna vez custodié el pilar del Atlántico Sur y me enorgullece decir que soy el último guerrero perteneciente a la orden más poderosa del regente de los mares.

    —Te recuerdo que soy un General Marino al igual que tú, Sorrento de Sirena —reaccionó Jakov con la misma formalidad. El ropaje de tonalidades dorada y cobriza que vestía, le otorgaba un porte majestuoso.

    —Aunque la armadura de Dragón Marino te haya aceptado como su portador, no tienes derecho a llamarte General de Poseidón —objetó el de cabellos lila, cerrando los ojos y soltando una irónica risita—. No hasta que demuestres que eres digno de ostentar tan importante rango…

    A Jakov le contrarió la actitud de su interlocutor, pero aun así le profesó respeto al no desafiarlo de mal modo. Consideraba a Sorrento como su superior, por todo lo que le habían contado sobre él. Lo admiraba por su experiencia como Marina y por su lealtad al mantenerse por tanto tiempo junto a Poseidón. Ocultando bien la molestia que sentía, le preguntó solemne:

    —¿Entonces qué debería hacer para que me aceptes como uno de los tuyos?

    —Un guerrero demuestra lo que vale, del único modo que sabe…

    —Peleando…

    El General del Atlántico Sur se incorporó del hombro de la estatua de Tsukuyomi y, tras saltar desde tan considerable altura, aterrizó como si nada sobre el suelo nevado. A continuación, se plantó frente al atento Jakov y, llevándose la flauta a los labios, entonó una melodiosa tonada que acompañó a la liberación de su cosmoenergía.

    —Aunque lo correcto sería que cooperemos para derrotar al enemigo de este territorio, ¡aceptaré tu desafío, Sorrento! —determinó con valentía Dragón Marino, haciendo un esfuerzo por mantenerse en pies. Incluso cuando la bella canción empezaba a entumir su cuerpo, se mantuvo firme.

    —¡‘Sinfonía Mortal’!

    Una multitud de pequeñas hadas se manifestaron alrededor de quien consideraron su víctima, al tiempo que el tañido del instrumento de viento cambió de notas dulces a unas más estridentes. En un intento desesperado por no escuchar tan insoportable sonido, Jakov se cubrió los oídos con ambas manos. Por desgracia, su esfuerzo resultó fútil y cada segundo que pasaba le significaba un eterno martirio.

    —Es inútil, aprendiz a Santo de Atenea… Debes saber que las notas de mi flauta no viajan a través del aire, sino que resuenan directamente en el cerebro del adversario, hasta destrozarlo sin piedad. De nada servirá inhibir tu sentido del oído.

    —«Como era de esperarse del General Marino más fiel a Poseidón —reflexionó el atacado, sobreponiéndose a la locura. Había caído de rodillas, pero mantenía clavada su desafiante mirada azul sobre el rival—. Si no hago algo al respecto, acabará matándome con tan terrible técnica».

    Fue el turno del protector del Atlántico Norte para liberar su energía cósmica, haciéndolo en la misma proporción que su oponente.

    —Así que al fin te has decidido a pelear en serio —comentó el agresor, agudizando aún más el sonido de su instrumento—. ¡Atácame con lo mejor que tengas!

    Aunque no esperaba que fuera contra uno de los suyos, resolvió que había llegado el momento de revelar la técnica que estuvo desarrollando por años: aquel que consideraba el ken original del Dragón Marino.

    —¡Aunque deba acabar con uno de mis compañeros, te venceré y salvaré a la humanidad junto con Atenea y mi amigo Hyôga!! ¡‘La Reivindicación de Atlas’!!


    ==Maravilla Suprema. Kamidana de Susanoo==

    Un pequeño complejo de templos shinto se asentaba en medio del territorio de Izanami, el cual estaba dedicado al culto del dios japonés de los mares y tormentas. Destacando en aquel lugar sagrado, se alzaban cuatro ‘jinja’ de diseño arquitectónico tradicional, rodeando a un patio que daba a un ostentoso altar miniatura.

    El ambiente de Susanoo lucía inmaculadamente blanco al estar recubierto de una generosa cantidad de nieve, pero en ese momento se vio contrastado por un rastro de sangre, que dejó con sus pasos el malherido hombre que acabó de llegar.

    —«Descansaré aquí un momento —se dijo a sí mismo el de cuarteada armadura de metales albos, sentándose bajo la sombra de uno de los árboles de hielo azul que adornaban el recinto sintoísta—. Si no logro recuperar algo de energía, seré incapaz de continuar con la lucha».

    Los estragos de su combate contra Milo en predios hindúes hicieron mella en él. Tras pocos minutos de abandonar las áridas tierras hindúes, emprendió un tortuoso camino a través del helado escenario nipón, siendo en este lugar donde las quince heridas dejadas por la Aguja Escarlata en su carne se abrieron nuevamente, dejando escapar gran cantidad del líquido vital.

    A pesar de lo crítico de su situación, Camus sintió auténtica paz y sosiego en el solemne ambiente religioso que lo acogía. Por un momento, dejó a un lado sus preocupaciones y se abstrajo en dos pequeñas aves de hielo que jugueteaban sobre el ‘kamidana’ que se encontraba no muy lejos de él.

    —La vida existente en este lugar es preciosa —admitió el antaño Acuario con un dejo de nostalgia—. ¿En verdad el creador de algo así de maravilloso podría tener intenciones tan terribles?

    —Por supuesto que no —contestó tajante una juvenil voz masculina—. Los dioses que moran la Maravilla Suprema solo quieren lo mejor para la Tierra.

    Camus dio un respingo tras escuchar a quien le había hablado desde lo alto del árbol bajo el que reposaba. No se había percatado que el custodio de esos templos estuvo allí todo el tiempo, sentado tranquilamente sobre una de las ramas heladas.

    —Pese a que los planes de los dioses implican la erradicación de la humanidad, considero que sus intenciones son nobles —continuó hablando el de armadura color marfil, sonriéndole afable—. Tú, como Guardián de Júpiter deberías saberlo bien, ¿cierto, Neptuno?

    El antiguo protector del Onceavo Templo se sintió acorralado ante la presencia de ese joven de grises cabellos desaliñados, quien, a pesar de lucir un aspecto sombrío, le había hablado con total amabilidad y calidez. Algo en su interior le decía que ese hombre de facciones orientales representaba un gran peligro, que ocultaba un inmenso poder.

    Camus intentó reincorporarse y encarar a aquel sujeto, pero sus dolorosas heridas se lo impidieron.

    —Pero… si los dioses acabarán con todos los humanos, eso quiere decir que, tarde o temprano, también nos eliminarán a nosotros dos… —expuso el criomante con la misma tranquilidad, aunque el sudor frío que rezumaba su frente hacía evidente su nerviosismo.

    —Estoy consciente de ello, pero no me importaría morir por mi señora Izanami —afirmó el fantasmal guerrero con total naturalidad—. Soy Takeru de Bake-Kujira, por cierto. Es un honor conocer a un colega Guardián de otro panteón divino.

    El aludido tragó saliva y no respondió. Jamás en su vida se había sentido tan indefenso y más cuando los ojos verde alga del guerrero japonés empezaron a escrutarlo con curiosidad.

    —Ahora entiendo —prosiguió Takeru, entrecerrando los párpados en un gesto de suspicacia—. Ya no te consideras uno de los nuestros, ¿cierto?

    —Sería incapaz de mentir, incluso a alguien del bando contrario —se apresuró a contestar quien se hizo llamar Neptuno, despojándose de la inseguridad que lo agobiaba. Había olvidado su estado deplorable para hablar con total aplomo—. Seré un Santo de Atenea hasta el último de mis días…

    —Vaya contrariedad —refunfuñó el ‘Yōkai’ dando un suspiro de decepción, para después descender desde la rama—. Aprecio tu honestidad al admitir que peleas por la diosa protectora de los humanos, pero eso significa que tendré que matarte…

    La tensión reinó en el altar de Susanoo. Ambos guerreros se observaron silenciosos, con los puños apretados, dispuestos a arremeter contra el otro y debatirse en feroz combate a la mínima señal de hostilidad. Sin embargo, algo distrajo a Bake-Kujira. La delicada voz de una mujer habló directamente en su pensamiento:

    —«No lo hagas, Takeru. Por favor, desiste de pelear con ese hombre».

    —«Espero que tengas buenos motivos para pedirme eso» —le contestó extrañado el aludido, también con telepatía. En ningún momento dejó su instancia ofensiva y no le quitó la mirada de encima al invasor, que para ese momento se las había arreglado para reincorporarse y plantarse ante él.

    «No puedo precisarlo, pero… —La voz calló por un momento. No quería sonar vacilante—. Siento que soy la única que debe enfrentarse con él, así que te ruego que lo dejes pasar hasta el lugar que me encomendó Izanami».

    «Jamás habría imaginado que alguien como tú me pediría algo de un modo tan suplicante —le comentó el joven japonés en tono juguetón—. Está bien… lo dejaré pasar, pero me debes una, Jorōgumo».

    A punto estuvo el maltrecho Camus de ejecutar su primer ataque, cuando Takeru lo atajó con un gesto de tregua.

    —Calma tus ímpetus, Caballero de Atenea —lo detuvo el Guardián de buen modo—. He cambiado de opinión. Ni mi diosa ni yo deseamos ver manchado de sangre el kamidana de una de las principales deidades del panteón shinto.

    —Discúlpame, pero no confío en un cambio tan abrupto de intenciones —señaló un tanto confundido el antecesor de Acuario, aunque también relajó su postura de ataque—. ¿Qué es lo que pretendes?

    —Solo puedo decirte que no seré yo quien te haga ver que la humanidad no merece existir…

    Dicho esto, y tras regalarle una misteriosa sonrisa al de rota armadura blanca, el ‘Yōkai’ se desvaneció como fantasma dentro del tronco cristalino del árbol que los cobijaba con su sombra.

    Aún liado, pero también calmado al saberse libre de peligro, Camus decidió que lo mejor sería acoger la sugerencia de aquel inquietante joven, y abandonar en silencio ese lugar sagrado. Mientras se esforzaba por mover su agarrotado ser lejos de los templos, un nostálgico presentimiento cruzó por su mente:

    —«Algo me dice que no solamente Milo y mis otros compañeros de generación se encuentran en esta fortaleza divina… Me pregunto si también ascendiste a este lugar que tanto me recuerda a Siberia, mi querido alumno Hyôga».


    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    Víctima de la inmisericorde técnica de Yuki-Onna, Natassia yacía inmóvil, boca abajo sobre el suelo, ahogándose en un charco compuesto de su propia sangre y la nieve derretida a su alrededor.

    —«No quiero voltear a verla —se dijo a sí misma Fuyumi, apresurando un poco el paso. Su lívido rostro era deformado por una mueca de asco—. Ahora mismo, la hemorragia de sus heridas debe estar mancillando la blanca pureza del entorno… Aun así, intercederé por ella ante el Rey Enma, para que tenga un tranquilo descanso en el ‘Yomi’».

    Pero su marcha cesó, cuando sintió que el creciente cosmos congelante del Santo Femenino renació. Sobremanera sorprendida ante esa proeza que consideró inexplicable, encaró a su maltratada rival, quien, todavía ausente, parecía haberse puesto en pies por puro instinto irracional.

    —Chiquilla necia… Debiste quedarte allí y esperar tu inevitable final. La nevada habría cubierto tu cadáver y el rojo con el que Atenea y tú se atrevieron a deshonrar los dominios azules de Izanami.

    Apenas en ese momento, la joven de Bronce recobró el conocimiento. Aunque sus heridas sangrantes y congeladas le dolían de modo tremendo, olvidó su lamentable situación para empeñarse en continuar el combate.

    —No seré vencida por… alguien como tú, Fuyumi —renegó la muchacha, respirando agitada. Aunque su estado era crítico, su mirada celeste empezaba a refulgir en convicción—. Si algo aprendí de mis amigos, es a jamás rendirme.

    —Tu diosa aseveró algo similar, y con esa misma mirada altanera —le hizo saber la Guardiana, frunciendo el entrecejo con desdén—, pero tú no eres Atenea, y si ella terminó herida, tú acabarás muerta…

    —No será así —se obstinó la doncella de cloth cuarteada, expandiendo en gran proporción el halo blanco de su energía—, porque ha llegado mi turno de atacar.

    Al mismo estilo que su maestro, Natassia se dio a la tarea de ejecutar la danza de Cygnus.

    —«Pero qué movimientos tan perfectos y gráciles —reconoció para sí Fuyumi. Ocultó bien lo maravillada que se sintió, contemplando a su contrincante trazando las estrellas de su constelación. Algo la motivó a dejarla continuar con la ejecución de su técnica, ya que ansiaba saber en qué acabaría tan vistoso preludio. Al fin había dejado de verla como esa frágil invasora moribunda y ensangrentada, para concebirla como una guerrera de elegante presencia.

    —¡‘Polvo de Diamante’!! —exclamó la sucesora de Hyôga como nunca lo había hecho antes. Dio lo mejor que tenía para ejecutar la técnica insigne del Cisne.

    —Esto es… bellísimo —soltó en un suspiro la enemiga, impresionada al contemplar la furiosa ráfaga de brillantes cristales de hielo, acercándosele a la velocidad del sonido.

    Tan distraída estaba la ‘Yōkai’ en la hermosura del ken de su rival, que nada hizo para evitar que este la golpee de manera directa, haciéndola volar a considerable altura.

    —Lo logré… —se alivió Natassia, dejándose caer sobre una rodilla a causa del extenuante esfuerzo.

    Su juventud e inexperiencia en combate le hicieron dar por sentada su victoria, pero en poco apretaría dientes y puños en señal de frustración, al ver que la guerrera nipona aterrizó, delicadamente, sobre la nieve. Fuyumi no tenía un solo rasguño. Ni siquiera su yukata blanca se veía estropeada.

    —Admito que tienes potencial para manejar las técnicas de hielo —aceptó la agredida, retirando la acumulación de escarcha de sus hombros—. Empiezo a entender por qué mi señora Izanami te permitió ser su huésped en sus mismísimos aposentos.

    —No solo me acogió en su palacio —le contó la joven de cabellos azulados con cierta timidez e incomodidad. Se mantenía aún en pose indefensa—. Izanami deseó que pelee a su lado, y así me salvaría del destino que ustedes planean para la humanidad…

    —Y por lo visto es evidente que rechazaste su oferta —le recriminó Yuki-Onna de modo hiriente—. Vaya chica tonta.

    La aludida no respondió. Se limitó a agachar la cabeza y desviar sus tristes ojos celestes de su interlocutora.

    —A pesar de que afirmaste de modo tan ferviente que protegerías a Atenea y a todos los humanos, parece ser que has llegado al límite de tu valentía y convicción —comentó Fuyumi con un hablar frío y afilado—. Es natural que tengas dudas, porque nuestro instinto dicta la propia supervivencia, incluso sobre la de los demás. Por ese motivo, ninguno debería sacrificarse por alguien más débil…

    A punto estuvo la Amazona de Bronce de refutar tan crueles y desesperanzadoras palabras. Debía mandar a callar a esa mujer, pero simplemente no pudo hacerlo. Muy en su interior, un sentimiento de inseguridad y duda empezaba a inquietarla.

    —¿No dirás nada, pequeña Natassia? Claro que no lo harás… porque siento tu miedo. Tienes miedo a la extinción de tu especie. Miedo a la muerte de tus amigos, compañeros y diosa. Miedo porque te sientes inferior al ser solo una guerrera de la clase más baja. El más grande terror te paraliza, porque muy en el fondo sabes que los Caballeros de Atenea fracasarán…


    ==Maravilla Suprema. Caverna de los Kitsune==

    Hyôga era solo un niño la última vez que la vio con vida, pero ni el pasar de los años le haría olvidar su voz y su sonrisa. Incluso cuando su maestro le instó a dejar de depender de su recuerdo, muy en el fondo la mantenía presente todavía.

    —Esto… es imposible… —balbuceó absorto Acuario, sacudiendo la cabeza en señal de incredulidad. El corazón casi le da un vuelco tras contemplar la cándida figura de esa mujer, sentada despreocupadamente entre la oscuridad de la cueva—. Esto debe ser una ilusión… Mi madre no puede estar viva…

    Pero mientras más la veía, más se convencía de que se trataba de ella. Le era inconfundible esa larga cabellera dorada, esos brillantes ojos azules. Por poco se desarma cuando contempló con claridad su juvenil rostro de finas facciones, alumbrado por la tenue luz de las antorchas. Tenía ese mismo ese aire amable que siempre le inspiró paz y seguridad.

    —Te equivocas, mi niño —replicó la fémina con un dejo benévolo—. No soy una ilusión.

    —¡Debes serlo! ¡Porque solo una ilusión intentaría hacerme caer nuevamente en la obsesión que tuve por la muerte de mi madre! —reaccionó él fuera de sí. Su enojo y frustración lograron intimidar a la dama ataviada de blanco—. ¡No puedo creer que haya caído tan fácil en los engaños de un enemigo, teniendo en cuenta que ese General Marino nos jugó una treta similar hace años!

    —Tranquilízate, Hyôga —le dijo ella, incorporándose de su asiento de piedra. Su expresión, aunque temerosa, contrastaba con lo conciliador de su hablar—. También estoy confundida, pero me alegra que…

    —¡Basta ya, quien quiera que seas! —la calló furioso el Dorado—. ¡Sé que te ocultas tras la imagen y la voz de mi madre, pero ahora mismo te haré pagar por la bajeza de utilizar mi más preciado recuerdo!

    —¿Me… atacarás entonces? —le preguntó vacilante y apesadumbrada la dama rubia.

    El Santo suponía que el enemigo se escondía tras la figura de su progenitora, tal como Kāsa de Limnades lo había hecho con la de Camus en el Santuario Marino. Por lo tanto, el único modo que vio para romper esa despiadada trampa, fue destruyéndola. Cerrando el puño con resentimiento, lo levantó y dirigió hacia la indefensa mujer.

    —No… no puedo hacerlo… —soltó frustrado Hyôga, centímetros antes de impactar a quien veía como una amenaza. Luego cayó de rodillas en pose de rendición, para terminar de descargar su impotencia de un golpe que chocó en el piso rocoso de la caverna—. Aunque sé que no es real, sería incapaz de faltarle el respeto a la imagen de mi madre.

    Tan abstraído estaba el Caballero en su debate interno, que no se percató del momento en el que ella se le acercó y lo rodeó suavemente con los brazos.

    —Haz lo que tengas que hacer, hijo —le susurró al oído. Sonaba comprensiva y resignada a la vez—. Si consideras que ese es tu deber como Santo de Atenea, no haré nada para defenderme…

    El calor de su abrazo, el dulce aroma de ese perfume, estaban escondidos en lo más recóndito de su memoria. Recordarlos, provocó que lágrimas de añoranza brotaran espontáneamente de sus ojos azules, ya que sintió que volvía a ser ese inocente niño que siempre era cuidado por su más amado ser. Dejándose llevar por el momento, correspondió a aquel gesto de cariño y también la estrechó en brazos.

    —Cuando eras pequeño, sentía que te protegía cada vez que te abrazaba —comentó conmovida Natassia, siendo contagiada por el llanto del Ateniense—, pero ahora que me encuentro entre tus brazos, me siento tan frágil y vulnerable ante ti.

    Tomándola de los hombros, Hyôga la encaró para mirarla a los ojos. Para ese momento ya no tenía ninguna duda. Esa persona era su madre.

    —Una ilusión no podría ser tan perfecta… Esto… debe ser un milagro.

    —No creo que lo sea, querido —repuso ella, agachando la cabeza con pesar—. Aunque es cierto que me alegra verte convertido en todo un hombre, yo no debería estar aquí… ni tú tampoco…

    —Madre…

    —¿Todavía conservas lo que te obsequié cuando eras niño? —preguntó amable la rubia, cambiando el tema de conversación.

    —Lo tengo siempre cerca de mi corazón —contestó con orgullo el Santo, extrayendo del interior de su peto una cadena, en cuyo extremo colgaba una bella cruz dorada enjoyada en rubíes—. A pesar de que dejé de visitarte en el mar de Siberia, gracias a este rosario jamás podré olvidarte.

    —Tampoco olvides lo que simboliza la Cruz del Norte —añadió ella, posando la palma de su mano en la mejilla de su sosegado hijo—. Siempre ten presente que debes respetar al amor, la amistad y a todo lo bueno que hay en este mundo.

    —Es por eso que peleo, mamá —le aseguró sonriendo el Acuariano, al tiempo que cerraba los ojos y se dejaba reconfortar por su caricia y ese cálido sentimiento de familiaridad que manaba—. Es por eso que lucho junto a Atenea.

    Recuérdalo, Hyôga… Estaré a tu lado siempre, cuidándote hasta el último de tus días —La voz de Natassia sonaba cada vez más distante—. Y aunque toda tu vida esté rodeada por el frío, continúa irradiando esa calidez que te caracteriza… Por último, jamás olvides que te amo… hijo mío…

    Todo alrededor del antaño Cisne se difuminó. La imagen de su madre y la cueva a su alrededor desaparecieron en tiempo y espacio.


    ==Maravilla Suprema. Torii de Amaterasu==

    Hyôga de Acuario abrió lentamente los párpados. Jamás en su vida se había sentido tan seguro y reconfortado.

    —Gracias, mamá…

    Pero su sosiego se tornó en desconcierto cuando se percató de su situación actual: Su cuerpo entero, a excepción de su cabeza, había sido inmovilizado entre una gruesa capa de seda translúcida, la cual fue tejida en el espacio de un gran arco de clásico diseño japonés, o también llamado ‘torii’.

    Por más que forcejeó para romper los hilos que lo aprisionaban, su esfuerzo resultó infructuoso. Aquellos filamentos parecían ser más resistentes que cualquier metal conocido.

    —Aunque seas un Caballero Dorado, no puedo creer que lograste romper mi técnica —comentó sorprendida la voz de una mujer muy cerca de donde él se encontraba suspendido—. Se supone que la persona con la que te hice soñar te mantendría dormido por toda la eternidad, pero en lugar de eso, te ayudó a despertar…

    Hyôga apenas logró girar el rostro hacia el lugar del que le hablaban. Su horror fue grande cuando sus ojos se encontraron con lo que estaba agazapado en una de las esquinas superiores del ‘torii’. Se trataba de una descomunal araña, la cual lo estaba acechando como a una mosca que acababa de caer en su trampa mortal.

    Continuará…
     
  18.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4758
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 72: SHIZUKA DE SAZAE-ONI: LA VORACIDAD DEL DEMONIO MARINO

    La ‘caracola demonio’ era una criatura con apariencia de molusco, que escondía su forma femenina dentro de una concha espiral. Temida por su ferocidad y astucia, marinos y pescadores se mantenían alertas para evitarla durante sus periplos a través del océano, sabiendo que esta ‘Yōkai’ solía aparecer en las noches de luna llena, danzando sobre las aguas o fingiendo ser la inocente víctima de un naufragio.


    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    La inseguridad embargó a la portadora del Cisne. Las malintencionadas palabras de su contrincante lograron calar profundo en su psiquis, hasta que no soportó más y se dejó invadir por sus más terribles miedos.

    —«¿Entonces… ascendimos a esta fortaleza divina para nada? —se preguntó a sí misma la Ateniense. Su pálida cara y sumisa pose exteriorizaban lo vulnerable que se sentía—. ¿Acaso son tan inalcanzables los enemigos a los que nos enfrentamos?»

    —Sabía que acertaría en mis suposiciones, pequeña Natassia —se jactó la ‘Yōkai’, al no escuchar réplica del Santo Femenino. Pero, aunque su dejo era de orgullo por tener la razón, ver a su rival en un estado tan frágil le instó a suavizar su actitud y tener compasión de ella—. No obstante, también entiendo la incertidumbre te agobia, porque la verdad casi siempre es dolorosa para quien no está listo para aceptarla.

    Como quien se acerca a un animalito asustado, Fuyumi relajó su instancia de combate y se juntó con la chica que tenía su azul mirada perdida en la nada, abstraída en una vorágine de confusos y dubitativos pensamientos. De a poco se iban derrumbando sus más arraigadas convicciones, ya que para sus adentros, no concebía forma racional de vencer a la Guardiana japonesa y menos a una diosa como Izanami.

    —¿La verdad? —soltó con rabia contenida la de cabellos celestes, mientras una mirada suplicante deformaba su faz—. ¡¿Entonces la verdad es que son ustedes quienes pelean por lo que es correcto?!

    —Así es —contestó la dama albina, acariciando con ternura la mejilla de su descontrolada interlocutora—. Peleamos por la vida en la Tierra y no solo por la especie que la está destruyendo…

    Tan serena sentencia obligó a que Natassia agachara la cabeza en señal de congoja y rendición. A punto estuvo de estallar en llanto, producto de la impotencia y desesperación.

    —Yo… ya no sé en qué creer…

    —Solo cree en tu fuerza como guerrera de los hielos —le aconsejó Yuki-Onna, sonriendo de modo tranquilizador. Parecía no ser la misma Guardiana aguerrida que luchó por primera vez con Saori y su Santo del Cisne—. He visto en ti el mismo potencial que mi señora Izanami y entiendo por qué deseó que seas nuestra aliada. Sin duda mereces ser salvada de la muerte, a diferencia del resto de los humanos.

    —¿A qué… te refieres?

    —Únete a nosotros, Natassia. Conviértete en una ‘Yōkai’ y seamos juntas las doncellas de hielo de Izanami.

    Sin que la Amazona de Bronce oponga resistencia, Fuyumi se fundió con ella en un suave abrazo. Aunque esos lívidos brazos le transmitían intenso frío, al mismo tiempo le hacían sentir protegida y sosegada.

    —«Esto… ya lo había experimentado antes —reflexionó la vencida Cygnus, dejando escapar un par de lágrimas—. Esta temperatura bajo cero no es como la que estoy acostumbrada a generar con mi cosmos. Este frío, como en aquel entonces, me dice que ya todo terminó».


    ==Hace ocho años. Asgard==

    El invierno se había tornado particularmente más crudo que en temporadas anteriores en el reino que adoraba a Odín. Silbantes vendavales de escarcha azotaban con ímpetu los hogares y negocios de los pobladores nórdicos, quienes a pesar de estar acostumbrados a los climas extremos, fueron tomados por sorpresa por tan temible tempestad que los obligó a dejar a un lado sus rutinas, y correr a refugiarse para salvaguardar sus vidas.

    Solo una persona no se resguardaba bajo techo. Era una niñita de no más de siete años, quien tras haber vagado sin rumbo por días, llegó a un callejón en el que se guareció de los vientos helados. Por desgracia, había empleado los últimos rezagos de fuerza que restaban en su cuerpecito para lograr tal proeza. Había caminado por días sin probar bocado, así que el estómago le rugía de hambre. Sus labios estaban amoratados y su ondulada cabellera, de una bella tonalidad celeste, en ese momento era ensuciada por el barro sobre el que se había colapsado de costado, víctima de la debilidad y de la punzante acumulación de frío.

    —No… entiendo… —balbuceó la yaciente e inmóvil chiquilla. Su rostro se veía tan blanco como la nieve que empezaba a cubrirla, y sus azules y opacos ojos, perdidos en ninguna parte, dotaban a sus delicadas facciones de una expresión de resignación, de desesperanza—. ¿Qué hice mal para que… mis papás no me quieran con ellos?

    De repente, la infante sintió que algo cálido la cobijaba. Alguien acababa de protegerla del frío con un grueso y suave abrigo de piel.

    —Estas calles abandonadas no son lugar para una niña —aseveró la reconfortante pero firme voz de un hombre—. No dejaré que mueras en estas condiciones.

    La paralizada jovencita apenas se percató del momento en el que fue levantada del lodoso y duro empedrado, para luego ser envuelta en la prenda y acomodada delicadamente entre los brazos de aquel buen samaritano, a quien apenas logró divisar tras alzar con dificultad la cabeza. En su inocente pensamiento, le parecieron atractivas sus suaves facciones, resaltadas por su larga cabellera rubia y claros ojos azulados.

    Apenas en ese momento notó que su salvador tenía descubiertos los brazos. Vestía apenas una delgada camiseta desprovista de mangas.

    —Perdóneme, señor —se disculpó ella, con una mezcla de timidez y pesar—. Por mi culpa usted ensució su abrigo y… además, está aguantando mucho frío.

    —No te preocupes, pequeña —le respondió él, dedicándole una jovial sonrisa—. Créeme que estoy bastante acostumbrado a temperaturas como esta.

    La expresión de la chiquilla se ensombreció tras unos minutos en los que ninguno articuló palabra.

    —Señor, déjeme, por favor —le pidió de modo súbito. No se dignó a mirarlo nuevamente y sonaba sobremanera incómoda—. A nadie le importa si estoy viva o muerta, así que lo mejor sería que se cubra con su abrigo, si no se quiere resfriar.

    —A ti te hace más falta el calor del abrigo —señaló el adulto con la misma cordialidad, evadiendo así la funesta solicitud de su protegida.

    A la maltrecha niña le sorprendió el reconfortante candor que le transmitía aquel hombre, aun cuando no estaba resguardado tras gruesas ropas. Y más que aquello, le conmovió que un extraño se preocupara por su bienestar. Era la primera vez en su corta vida que se sintió cuidada y querida, así que se dejó llevar por el momento y aferró sus deditos a la prenda que la cobijaba y que tan agradable sentimiento le producía. A punto estuvo de desvanecerse, cuando el rubio la sacó de su letargo con una duda que le surgió:

    —Vaya, con todo el alboroto de la tormenta, no había preguntado tu nombre.

    —Me llamo Natassia, señor.

    —¡Natassia! —repitió él, alegremente sorprendido—. Para mí es todo un gusto conocer a alguien que comparta el nombre de mi querida madre.

    —¿En serio?

    —Sí, mi estimada Natassia. Y no me digas “señor”. Llámame como lo hacen todos mis amigos. Solo dime Hyôga.

    —Está bien, señor Hyôga.

    El entonces Cisne rio divertido y abrazó con más firmeza a quien sería su sucesora en el futuro. Una fuerte corriente de viento por poco provoca que la soltara.

    —Mi madre era una mujer sabia, ¿sabes? Cuando se sacrificó por mí en ese barco en Siberia, me enseñó una lección que jamás sería capaz de olvidar: Me dijo que si alguna vez un ser humano pudiese elegir el momento exacto del final de su vida, aquel último instante debería dedicarlo a proteger a quienes ama —Las palabras del Santo evocaban añoranza, pero ya no tristeza—. Por eso tienes que vivir, Natassia. Vive al máximo y encuentra a esas personas por las que darías tu vida sin pensarlo dos veces.

    La chiquilla no supo cómo reaccionar, ni qué contestar. Estaba conmovida y al mismo tiempo avergonzada por haber deseado la muerte.

    —Gracias, señor Hyôga —musitó ella con cierto recelo—. No me rendiré hasta que encuentre a quien querer.

    —Así se habla, Natassia —resaltó el Caballero, sonriendo satisfecho mientras seguía avanzando por las heladas y desoladas calles de Asgard—. Y ya que no tienes a donde regresar, ¿qué te parecería acompañarme al Santuario de Atenea en Grecia? Te entrenaré y te convertiré en una mujer de bien que…

    El portador de Cygnus calló al percatarse que la jovencita se había quedado dormida entre sus brazos. Le pareció tierna la ligera sonrisa que se dibujó en su carita. Aquella sería la última vez que la vería sonreír.


    ==Tiempo Presente. Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    —Lo había olvidado, maestro —admitió con un dejo de arrepentimiento la Guerrera de Atenea, observando las ruinas del Santuario de su diosa, de cabeza en el firmamento—. Olvidé aquello que usted me enseñó cuando salvó mi vida en Asgard.

    La piel de Natassia se había tornado tan blanca como la de quien la estaba estrechando con un abrazo tan fuerte, que inclusive empezó a romper su armadura de bronce. Haciendo honor a la ‘Yōkai’ que representaba, Fuyumi aprovechó la íntima cercanía con la Amazona para transmitirle su energía gélida.

    —Eso es… —se emocionó la Guardiana, sabiendo que el proceso de transformación estaba casi completo—. Déjate llevar por el aire congelado de las noches nevadas en Japón y…

    Yuki-Onna enmudeció cuando percibió algo que consideró harto desagradable. Natassia se había encomendado a la tarea de hacer arder su poder cósmico, hasta el punto de generar un ligero halo de tibieza.

    —Yo… todavía no puedo rendirme…

    Por instinto, Fuyumi pegó un gran salto hacia atrás, a fin de alejarse de la joven.

    —Tú… ¡¿Cómo te atreves?! —reprochó la mujer albina con sumo rencor—. ¡Aun cuando deseé que ambas seamos como hermanas, te atreviste a mancillarme con ese repugnante calor que me recuerda a Atenea y a su sangre!

    —Ya he soportado demasiadas faltas de respeto de tu parte —determinó la Guerrera de Cisne, con una mirada que chispeaba ira. Atrás quedaron sus dudas existenciales y miedos—. Aunque mi naturaleza de Guerrera Azul representa a las tierras heladas de Asgard y Siberia, llevo en mi interior el calor que Atenea y mi maestro compartieron conmigo. ¡Es esa calidez la que me da el impulso para continuar!

    —¡No lo concibo! ¡No concibo que algo así de caliente haya hecho contacto conmigo! ¡Te haré pagar por esto!

    A pesar de lo herida y entumida que se encontraba, la alumna de Acuario elevó su cosmoenergía como nunca antes. El calor que la rodeaba se convirtió en un violento remolino que se alzó a gran altura, prueba de que había conseguido el prodigio de manifestar su Séptimo Sentido por primera vez.

    —¡Esta es la técnica más poderosa que heredé de mi maestro Hyôga! ¡‘Kholodniy Smerch’!!


    ==Maravilla Suprema. Torii de Amaterasu==

    Aunque Hyôga enfrentó incontables peligros a lo largo de su vida, jamás se había encontrado con algo tan espeluznante como la criatura que permanecía arrinconada a lo alto del ‘torii’ del que colgaba. Aquella gran araña negra, del tamaño de un adulto promedio, le resultó amenazante y grotesca.

    Sabiéndose en serio peligro, el Santo forcejeó con la firme envoltura de seda en la que estaba envuelto hasta el cuello. Debía liberarse lo más pronto posible de esa agobiante atadura, pero por más que empleó su potencia física, sus esfuerzos resultaron infructuosos.

    —Es inútil, guerrero de Atenea —le advirtió el arácnido con la voz de una mujer—. Aunque te hayas liberado de mi ken de sueño, no fui tan descuidada como para dejar escapar a un Caballero de Oro, en caso de que despertara. Debes saber que mi tela araña es de uno de los materiales más resistentes que existen.

    Al protector de la Onceava Casa le resultó chocante el contraste del sutil tono femenino con el que se comunicaba la araña y su dantesca apariencia, pero más que aquello, le molestó el hecho de haber caído fácilmente en la trampa del enemigo. Debía resarcir su error, así que mantuvo la compostura a pesar de saberse en una clara desventaja. Dejando de luchar con el filamento que no le permitía mover un ápice de su ser, le habló a su captora con total seriedad y calma:

    —Supongo que eres una aliada de Morrigan, la diosa que destruyó el Santuario de Atenea.

    —Te equivocas —refutó la araña, acercándose un poco a quien veía como su presa—. Soy una ‘Yōkai’ al servicio de Izanami, la deidad japonesa que rige estas tierras nevadas. Me conocen como Jorōgumo.

    —Es un gran problema que existan más dioses sanguinarios además de Morrigan —comentó él, intentando no sonar tan contrariado.

    —¿Supones que mi señora es malvada a juzgar por cómo luce de una de sus guerreras? Vaya tonto… Sé que al verme crees que salí del infierno, pero debes saber que aquello no es reflejo de la diosa a la que sirvo. Te aseguro que la crueldad no es su principal característica.

    —Si intenta provocar un genocidio, no podría calificar a tu diosa de otro modo —insistió Hyôga, encarando al arácnido con seria determinación.

    —Perdería mi tiempo explicándote por qué los humanos merecen desaparecer, pero no tiene sentido discutir ahora. La única orden que se me dio, fue impedir el avance de cualquier Santo de Atenea que se atreva a poner un pie sobre los dominios de Amaterasu, y creo que la estoy acatando con creces.

    —También tengo una diosa cuyas órdenes debo cumplir —declaró el otrora Cisne, cerrando los ojos en un gesto de extrema seriedad—. Así que hoy no será el día en el que me convierta en la víctima de una araña…

    La temperatura descendió de súbitamente, cuando una ligera aura dorada se formó alrededor del Caballero.

    —Los humanos siempre son así de necios. Te dije que nada podría romper el material más duro del mundo.

    —‘Kol’tso’.

    El aire frío alrededor del capullo formó una multitud de anillos flotantes de cristal. Cuando estos cerraron sus circunferencias sobre la tela araña, la congelaron al instante hasta resquebrajarla.

    —¡Imposible! —exclamó la criatura con sorpresa—. ¡Suponía que ni el ‘Cero Absoluto’ sería capaz de contrarrestar mi ‘Encantamiento de Jōren’!

    —Lo siento, Jorōgumo —expresó el Dorado entre toses, tras retirar de su cloth los gruesos hilos que la seguían cubriendo. Tras liberarse de su prisión, al fin podía respirar con normalidad—, pero al final sí fuiste descuidada y te confiaste de más.

    —Insolente… Todavía no te he demostrado de lo que soy capaz.

    —Entonces ven y hazlo…

    Alzando la guardia en su clásica pose de combate, el rubio esperó atento el primer movimiento de la oponente, que para ese momento había dejado el rincón superior del arco japonés para colocarse a distancia prudente. Estuvo a punto de abalanzársele como si de una mosca se tratase, pero al escrutarlo con más atención, desistió de su intento de agresión.

    —Esa armadura dorada… —señaló un tanto confusa la araña—. Cuando te atrapé en la oscuridad de la caverna no lo había notado, pero ahora que la veo con claridad, me parece haber visto antes su diseño…

    —Esta es la cloth que mi querido maestro portó hace años —resaltó Hyôga con una mezcla de orgullo y añoranza—. Para mí es un honor ser su sucesor.

    —¿Cuál es el nombre de tu antecesor? —quiso saber ella, impaciente y notoriamente trastornada.

    —Mi maestro se llamaba Camus de Acuario.

    —Ca… mus…

    Algo despertó en el interior de Jorōgumo, tras repetir el nombre del legendario criomante. La imagen de la mencionada armadura evocó en su mente a aquel malherido guerrero que arribó al altar de Susanoo, y por el que intercedió ante su compañero Bake-Kujira de modo telepático. En medio de emociones que le resultaron extrañas y familiares, la ‘Yōkai’ vio a Camus vistiendo su resplandeciente armadura de oro, mientras su capa era ondeada por las ventiscas glaciares. Le resultó conmovedor contemplar al antiguo custodio del Onceavo Templo, oteando a lo lejos los vastos campos de entrenamiento de Siberia, con esa indescifrable y fría expresión que siempre lo caracterizó.

    Tras experimentar tan potentes memorias, Jorōgumo pegó un desgarrador grito que resonó en casi todo el territorio nipón.

    Cuando su contendiente se quedó en silencio por un par de minutos, el Caballero esperó atento a que esta realice algún movimiento; por lo tanto no pudo evitar sobresaltarse a causa del potente alarido que golpeó sus oídos de repente.

    —Esto no está bien… —se dijo a sí mismo él, observando con el entrecejo fruncido la inquietante manera en la que el arácnido empezó a convulsionar—. Debo detener a esa guerrera antes de que…

    Con horror, Hyôga vio como el tórax de la criatura se quebrantaba, como si de una fina cáscara se tratase, y de su interior surgía la silueta de una esbelta mujer de larga y lisa cabellera. Aquella fémina de ominoso aspecto lucía tan oscura como la misma noche, al estar rodeada de una espesa bruma negra que la tapaba desde la cabeza hasta la cintura, la cual se mantenía unida a su abdomen y ocho patas originales. En las facciones oscurecidas de la mitad superior, apenas se podía notar el intenso sufrimiento que le significó la drástica transformación en un extraño híbrido entre una mujer sombra y un arácnido.

    Al Acuariano le resultó aún más espantosa esa nueva apariencia que la anterior. Para él, ese era un ser salido directamente de una horrible pesadilla.

    —Provocaste… algo en mi interior —acusó con rencor la nueva Guardiana al Caballero. Hablaba de manera errática y jadeaba tras la metamorfosis—. Despertaste en mí un recuerdo que… no sabía que albergaba… ¡Y con mi segunda forma te haré pagar por ello!!

    La cosmoenergía de la ‘Yōkai’ se encendió a niveles increíbles, emanando una nociva aura de tonalidad azul oscuro, que pronto se diseminó a lo ancho del ‘torii’ de Amaterasu. El poder de la mujer-araña se había desatado a su peligroso máximo.


    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    La estatua del dios japonés lunar era mudo testigo del feroz enfrentamiento entre Generales Marinos. Ante el claro dominio de Sorrento, Jakov decidió que había llegado el momento de sacar a relucir su mejor arsenal.

    —¡‘La Reivindicación de Atlas’! —bramó el Dragón Marino a toda voz, al tiempo que enviaba toda su potencia cósmica a su brazos levantados. Enseguida, sobre sus palmas abiertas empezó a nacer una enorme e irregular esfera compuesta de agua salada, arena y roca. A su estupefacto oponente le pareció que un planeta a escala fue convocado, cuando la espectacular masa descansó sobre los hombros de su creador, cuyo rostro era claro reflejo del esfuerzo titánico que realizaba por aguantar y no soltar tan extremo peso.

    Nada mal, aspirante a Santo de Atenea —habló Sirena directo al cerebro su contraparte. A pesar de intuir lo que se le vendría a continuación, permaneció calmado y no dejó de entonar su flauta. Debía detener al guardián del Atlántico Norte como sea—. Admito que toda esa parafernalia es impresionante, pero ya que tanto trabajo te está costando soportarla, no me será nada difícil retirarme de su trayectoria si decides arrojármela.

    No supongas que mi técnica es algo tan simple —le advirtió de la misma forma telepática su colega, para luego pegar un grito y dirigir hacia él la masiva mole—. Lo siento, pero nuestro combate ha terminado.

    El de escama deteriorada sonrió confiado al ver que el ken rival se le acercaba a muy lenta velocidad. Unos pocos pasos a un lado le bastarían para apartarse de su camino, pero cuando quiso mover los pies, le fue imposible.

    —«¿Pero, qué es esto? —pensó Sorrento, sobremanera nervioso—. Este sentimiento de indefensión… Ya lo había experimentado cuando el Caballero de Andrómeda me atrapó en su ‘Tormenta Nebular’, solo que en esta ocasión temo aún más por lo que podría pasarme si no hago algo al respecto».

    El descomunal objeto arrojado por Jakov poseía gravedad propia, con la cual atraía a su víctima de modo inexorable. Parecía ser que la ‘Reivindicación de Atlas’ estaba viva e intentaba devorar sin piedad todo lo que se le atraviese.

    El atacado se vio obligado a dejar a un lado su instrumento musical, para extender los brazos hacia adelante y expulsar de golpe todo su poder. Guiado por su instinto de supervivencia, contuvo la mortal masa de agua y tierra con ambas manos. Tan brutal fue el impacto, que poco a poco su escama empezó a exhibir todavía más grietas de las que ya poseía.

    —Ríndete, Sorrento —le instó Dragón de los Mares con un hablar solemne. Había relajado su postura, ya que su contrincante lo dejó libre de su tortura musical—. Aunque seas un General Marino, no podrás de contener la fuerza acumulada del Océano Atlántico.

    —¡Te equivocas!! —renegó con brío el aludido en medio de su suplicio—. ¡Te recuerdo que también llevé sobre mis hombros el peso del Atlántico Sur, cuando custodié su pilar!!

    Sorrento hizo respetar su alto rango dentro del ejército de Poseidón, al emplear su energía para hacer estallar la peligrosa técnica. Ante la incredulidad de su ejecutor, amasijos de arena y agua salada fueron esparcidos alrededor del monumento de Tsukuyomi.

    Varios minutos pasaron para que la calma vuelva al escenario blanqueado por la nieve. Tras su colosal resistencia, Sirena se había hincado sobre una rodilla y respiraba agitado, sin dejar de observar a su contendiente. Por su parte, el Marina aún en pies alzó la guardia, atento a continuar con la lucha, aunque muy en el fondo no sabía qué hacer para vencer a su colega.

    —Ya es… suficiente —manifestó Sorrento, reincorporándose y recuperando su clásico talante calmado y elegante. Acto seguido, le dio las espaldas a Jakov y emprendió lenta marcha para alejarse del escenario nevado—. He visto lo que tenía que ver…

    —Espera —lo atajó confundido el castaño—. ¿Terminarás así nuestro combate, sin decirme si me consideras o no como tu igual?

    —Aún no eres digno de pertenecer al ejército del señor Poseidón —sentenció tajante el custodio del Atlántico Sur, sin permitirse hacerle frente—. Cuando me mostraste tu poder, clamaste el nombre de Atenea y del Santo de Acuario. Sigues aferrándote a tu pasado y no puedes negarlo.

    Incómodo, el más reciente General calló al no saber cómo refutar lo aseverado.

    —Sin embargo, también hiciste gala de extraordinaria fuerza con ese ken inédito —convino el regente del Atlántico Sur, girando el rostro sobre su agrietada hombrera—. Si continuábamos peleando, quizás habríamos desencadenado un ‘Ennosigeo’.

    —El ‘Ennosigeo’… La batalla interminable entre dos Generales Marinos, que no solo es capaz de estremecer los océanos, sino también la tierra.

    —En efecto, aprendiz a Santo de Atenea.

    —Soy más que eso ahora —repuso su interlocutor, contrariado—. La técnica que he dominado es prueba de ello.

    —Esa técnica te ha servido únicamente para lastimar a alguien que te enfrentó con su escama destruida… ¿O acaso has derrotado ya a alguno de los enemigos de la humanidad? Solo te llamaré Dragón Marino cuando en verdad lo merezcas.


    ==Japón. Fundación Graad==

    El desconcierto destacó en la cara de Thetis cuando se desplomó secamente sobre sus espaldas. Aunque Shizuka de Sazae-Oni había fallado en arrancarle el corazón con sus afilados dientes, sí consiguió perforar el peto de su armadura, y al mismo tiempo desgarrarle la piel de un atroz mordisco. Aunque tan terrible herida no fue suficiente para matar a la Sirena Menor, sí lo fue para infligirle una seria hemorragia que la incapacitó, manteniéndola recostada en el piso.

    —¿Sabes algo, sirenita? —cuestionó de manera retórica la agresora, con marcada ironía—. La comida sabe mejor cuando aún está viva…

    La Marina apenas se recuperó del shock cuando escuchó los metálicos pasos de la Guardiana, acercándosele sin prisa. Sabiéndose a la completa merced enemiga, palideció aún más cuando contempló la siniestra imagen que se presentó ante ella: La japonesa masticaba, demente, la mezcla de carne y metal que de modo tan violento le había arrebatado, provocando que sangre chorree entre las comisuras de sus sonrientes labios.

    —Aléjate de mí… demonio —le increpó con rencor la rubia, apenas pudiendo arrastrase hacia el lado contrario.

    —Por supuesto que no. Ahora que he probado tu sangre, sé bien lo deliciosa que eres. No sabes lo mucho que disfrutaré devorando hasta el último de tus cabellos.

    —¡No permitiré que le sigas haciendo daño! —amenazó Julián, colocándose frente a la yaciente guerrera. Aunque lucía asustado, no podía quedarse impávido ante tal carnicería y, armándose de valor, se interpuso entre las dos antagonistas, extendiendo los brazos en actitud protectora—. ¡Ella salvó mi vida y ahora le devolveré el favor!

    —Aunque sea solo un niño rico y mimado, tiene razón —añadió el repuesto mayordomo, colocándose hombro con hombro junto al heredero de los Solo—. Esta valiente mujer evitó la invasión de las instalaciones de los Kido. ¡Así que la cuidaré como si se tratara de la señorita Saori, aunque ya no posea mi espada!

    —Bien dicho, Tatsumi —aportó Seika, posando su mano sobre el hombro del aludido. Se había sobrepuesto al temor para juntarse con él—. Si algo me enseñó mi hermano, es a jamás rendirnos a pesar de lo difícil que parezca la situación.

    —Protegeremos a la señorita Thetis con nuestras vidas de ser necesario —concluyó muy seria Miho. Aunque apenas se recuperó del pánico que le provocaron los recientes acontecimientos, el valor de sus compañeros la inspiró a apoyarlos—. No podría encarar nuevamente a Seiya y a la señorita Saori, si les dijera que permití que alguien fue asesinado dentro de la Fundación.

    —¡No sean ingenuos! —les gritó la todavía vulnerable Thetis con desesperación—. ¡Huyan de este lugar, mientras esa mujer se entretiene devorándome! ¡En especial usted, señor Solo! ¡Debe vivir y cumplir con su destino!!

    —Pero qué gente tan impaciente —se quejó la de armadura celeste con un burlón suspiro—. Ustedes serán el “postre” cuando acabe con la sirenita, así que manténganse quietos y callados con la técnica que bauticé como ‘Piel de Nácar’.

    Pronunciado el nombre de su arte, Sazae-Oni hizo el ademán de soplar sobre la palma de su mano, para enviar un nocivo vapor hacia el cuarteto que se había plantado ante ella. Notando el inminente peligro, los excepcionales reflejos de kendoka de Tatsumi le permitieron ser el primero en reaccionar y, en un acto de bravura y desinterés, se colocó frente el vaho rosa para recibirlo de lleno.

    —¡Tatsumi!! —exclamaron aterradas Miho y Seika, al ver que su protector estaba siendo petrificado de pies a cabeza. Gradualmente, su cuerpo entero fue reemplazado por una dura y brillante materia, como la que se produce en el interior de las conchas marinas.

    Viendo que todo lo que quedó del horrorizado mayordomo fue una estatua de perla de sí mismo, sus dos compañeras se le acercaron para auxiliarlo de alguna forma, pero apenas lo tocaron, sufrieron el mismo pavoroso destino.

    —Esto… no puede estar pasando —musitó el magnate, presa de la incredulidad y el desasosiego. Contemplar ese trío las bellas figuras de perla que antes fueron seres humanos, fue demasiado para él—. Solo un milagro podría sacarnos de esta situación…

    —Los milagros no existen, mi señor —comentó con dificultad la mensajera del dios de los mares, quien ya se había puesto en pies para continuar con su misión. Las piernas le temblaban, pero aun así se mantuvo firme al lado de Julián—. Seguro no lo recuerda pero… usted salvó mi vida dos veces… Es hora de pagar mi deuda…

    —También me salvaste en un par de ocasiones, Thetis —contestó él con una portentosa voz, muy diferente a la suya—. No me debes nada.

    La Sirena Menor supo que había algo diferente en Julián. Sus ojos, encendidos con la misma furia de los océanos, estaban clavados sobre la ‘Yōkai’ que lo escrutaba con curiosidad. Ella también se había percatado del drástico cambio en el porte de aquel hombre que hace poco lució atemorizado. Su postura se había tornado altiva, digna, casi divina; y su naciente aura inspiraba no solo respeto, sino también miedo abrumador.

    —Por fin ha despertado… mi señor Poseidón…

    Continuará…
     
  19.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4030
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo



    CAPÍTULO 73: ¡EL RETORNO DE POSEIDÓN! SE DESATA LA FUERZA DE LOS SIETE MARES

    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    Sorrento de Sirena continuó con su pausado andar, dispuesto a abandonar el escenario donde hace minutos combatió con su camarada de Dragón Marino. No obstante, se detuvo cuando una joven voz masculina rompió el silencio que reinó tras la contienda:

    —Vaya desastre han provocado ustedes dos —les reprochó en tono calmado la estatua dedicada al dios japonés de la luna, que hasta ese momento había sido mudo testigo de la batalla—. Es una grave falta de respeto mancillar las sagradas tierras de una deidad.

    En efecto. El combate entre Marinas dejó notorios estragos, cuando Jakov invocó aquella inmensa mole de arena, agua salada y piedra, que posteriormente el General del Atlántico Sur hizo estallar con su poder cósmico. La secuela fue un ambiente cubierto en lodo.

    —Sabemos que no es el monumento el que nos está hablando —señaló prudente, pero amenazante el que portaba una escama deteriorada.

    —Muéstrate de una vez, si no quieres que destruyamos también la efigie tras la que te escondes —secundó más altivo el amigo de Hyôga, encarando a la fuente del sonido con la guardia en alto.

    Cual fantasma, desde el interior de la figura de roca emergió un guerrero ataviado en una curiosa armadura que parecía estar hecha de hueso. Las lúgubres facciones del recién aparecido eran resaltadas por su desaliñado cabello gris y la tonalidad pálida de su piel. Aunque lo que más llamó la atención de los invasores de la Maravilla Suprema era la amable sonrisa que contrastaba con su aspecto macabro.

    —No es necesario recurrir a la violencia, Caballeros —los atajó el misterioso joven con un tono tranquilizador—. Por cierto, mi nombre es Takeru de Bake-Kujira.

    —Soy Sorrento de Sirena —se presentó de modo escueto el Marina más experimentado.

    —Y yo soy Jakov de Dragón de los Mares —añadió su compañero, con la misma actitud esquiva.

    —Esas no son constelaciones. Me disculpo por suponer que ustedes eran Santos de Atenea.

    —Somos Generales pertenecientes al ejército de Poseidón —informó el guardián del Atlántico Norte, a quien lo escrutaba con una opaca mirada de gama verde alga.

    —Entonces pertenecen al mismo bando —destacó el ‘Yōkai’ con velada ironía, pero sin perder su semblante risueño—. Me pregunto por qué dos guerreros que luchan por una deidad ajena a este conflicto, se tomaron la molestia de ascender al santuario de mi señora Izanami, solo para resolver sus diferencias de un modo tan bárbaro. Además, suponía que su dios, quien hace varias décadas inundó el mundo entero para purificarlo de la presencia humana, estaría de acuerdo con los objetivos de la Alianza Suprema.

    —Poseidón no desea la destrucción de la humanidad —aseveró Jakov con marcada convicción—. Thetis, su mensajera, acertó al vaticinar que, para este año, habría de aliarse con Atenea, para librar la más terrible de las lides. Por ese motivo acepté participar en este conflicto.

    —Si consideras que el dios de los mares es igual a su avatar humano, Julián Solo, entonces debes tener razón —murmuró Sirena con un aire misterioso.

    —¿Qué quieres decir con eso… Sorrento? —le cuestionó vacilante su igual.

    —Puedo ver en sus corazones, Generales de Poseidón —intervino perspicaz Bake-Kujira, acaparando la atención de los aludidos—. A pesar de ser compañeros de armas, cada uno tiene motivaciones diametralmente diferentes…

    —¡No tengo por qué escuchar a un enemigo de la humanidad! —renegó irritado el Dragón Marino, encarando al misterioso Guardián—. ¡Tu palabra no vale nada, si afirmas pelear para quien planea destruirnos a todos!

    —Aunque no te he provocado, veo que ardes en deseos por acabar conmigo —señaló muy sereno el más joven de los tres—. Vamos, atácame si lo deseas. No haré nada para defenderme.

    Takeru relajó su pose, abriendo los brazos en un ademán que claramente incitaba a agredirlo. La reacción del antaño pretendiente a Caballero de Corona Boreal no se hizo esperar, y aceptó el desafío lanzándole un furioso golpe.

    —¡No te atrevas a burlarte del custodio del Atlántico Norte! —vociferó el de larga cabellera castaña, al tiempo que se disponía a atravesar el corazón del japonés—. ¡Borraré esa molesta sonrisa de tu rostro con un solo ataque fulminante!

    Pero antes de que el puño de Jakov siquiera tocase el pecho de su indefensa víctima, frenó en seco cuando a su cerebro llegó la hermosa melodía de una flauta. Su compañero lo había paralizado gracias a su insigne técnica musical.

    —Se ve que eres un hombre leal a tu dios, General de Sirena —comentó un tanto extrañado Takeru—. No esperaba que traicionaras de ese modo a tu colega, y menos para defender a un enemigo.

    —¡¿Pero qué demonios haces, Sorrento?!! —le cuestionó desenfrenado Jakov, todavía esforzándose por alcanzar su objetivo—. ¡No me digas que estás del lado de este sujeto!!

    —No me malinterpretes, aspirante a Santo de Atenea —replicó tranquilo el aludido, apartando el instrumento musical de sus labios—. Solo estoy pecando de orgullo, porque quiero ser el único que acabe con la vida de este antagonista…

    Cuando el de cabellera lila elevó el brazo derecho de forma repentina, la cabeza de Takeru fue expulsada violentamente de su cuerpo, hasta caer sobre la nieve y rodar a los pies del atacante.

    —Esta vez me aseguré de no solo arrancarle el casco a mi oponente —comentó para sí el agresor, agachándose para examinar la decapitada testa que descansaba sobre un charco de su propia sangre.

    —Sorprendente —pronunció muy casual la cabeza cercenada del ‘Yōkai’, sobresaltando a quien a punto estuvo de agarrarla por la cabellera ceniza—. No esperaba que alguien con ese aspecto tan delicado, sería capaz de una maniobra tan bárbara y cruel.

    Ante el horror e incredulidad de la pareja de Marinas, el cuerpo guillotinado de Takeru —que hasta ese momento había permanecido en pies—, caminó a paso lento hasta donde su cabeza yacía. Acto seguido, la tomó de manera grosera con ambas manos y la colocó sobre su cuello, como si nada.

    —¿Qué… qué rayos eres? —soltó Sorrento, evidentemente anonadado y casi sin resuello.

    —Represento a la encarnación de la ‘ballena fantasma’ —contestó el inquietante joven, esforzándose por acomodarse la testa sobre los huesos cervicales. Espantosos tronidos acompañaron el macabro espectáculo—. Así que no importa lo que intenten contra mí… porque no podrán acabar con alguien que ya está muerto…



    ==Japón. Fundación Graad==

    —Pasaron casi tres décadas desde nuestra derrota en el Santuario Submarino —señaló Julián a su mensajera con una voz y actitud diferentes a las suyas habituales. Sonaba severo, desprendía poderío con su hablar—, pero al fin logré debilitar el sello de Atenea y romperlo parcialmente, para que así mi espíritu posea una vez más el cuerpo de mi avatar en la Tierra.

    Sabiéndose ante la auténtica presencia de un dios recién despertado, Thetis olvidó por completo su grave herida y el dolor que esta le provocaba. Con nerviosismo, se arrodilló ante él en señal de respeto y sumisión.

    —No vuelvas a hincar la rodilla frente a mí, como si fueras cualquier sirviente —le ordenó Poseidón, sin quitar su furiosa mirada de la Guardiana nipona que lo escrutaba con curiosidad—. Ahora eres más que solo mi mensajera.

    —Puedo sentirlo —intervino Shizuka, esbozando una enorme y perturbadora sonrisa llena de filosos dientes—. Algo ha cambiado dentro de ti. No es únicamente solemnidad lo que evocas con tu presencia, sino también miedo. Es la misma sensación que transmite Izanami con su cosmos.

    —Pues no luces nada aterrada, mujer. Parece ser que no estás consciente de lo que implica haber desatado la ira de una deidad olímpica…

    —No me importan las consecuencias, porque lo que siento es emoción —manifestó la ‘Yōkai’ con sus ojos de tonalidad oliva chispeando con ansias—. Ahora podré hacer realidad uno de mis placeres culpables. Cometeré el más grande tabú, al probar la carne de un dios.

    —¡Ya he soportado demasiadas faltas de respeto de tu parte! —la desafió la ataviada en escama roja, sobremanera indignada—. ¡No le pondrás un dedo encima a mi señor Poseidón!

    A punto estuvo la Sirena Menor de abalanzarse sobre Sazae-Oni, pero se detuvo cuando sintió una mano posándose sobre su hombrera.

    —Me has sido de gran ayuda en todos estos años, Thetis —reconoció él con un marcado dejo de solemnidad—. Gracias a ti, dos de mis Generales han regresado y están luchando en territorio enemigo. Por tal motivo, no puedo quedarme aquí con los brazos cruzados. Acabaré con ella y pelearemos los cuatro juntos.

    —Pero, mi señor, yo todavía puedo…

    —Descansa, mi fiel guerrera. Te necesito recuperada para lo que viene…

    Thetis apaciguó su rabia y, haciendo una ligera reverencia, retrocedió en silencio de la escena.

    El cielo azul, que hace poco lucía soleado y despejado, fue invadido de repente por una multitud de nubes grises. El fenómeno fue acompañado de intimidantes relámpagos y una fuerte lluvia que se precipitó sobre la Fundación de los Kido. Aquel fue el preámbulo para la llegada de un objeto que descendió desde las alturas en forma de un veloz rayo de luz dorada, el cual impactó estrepitosamente entre el dios y la Guardiana. Se trataba del tridente de Poseidón, que todavía clavado sobre la baldosa, desprendía por sí solo una fuerte aura divina. Cuando su dueño extendió el brazo con la mano abierta, enseguida el arma obedeció la silenciosa orden de acudir hacia quien deseaba empuñarlo.

    —Entonces eres una de las protectoras de Izanami —señaló él con autoridad. Su elegante traje blanco se complementaba perfectamente con el dorado de su tridente, dotándole de una presencia todavía más majestuosa—. Había escuchado de ella en el panteón shinto, pero no imaginaba que alguien tan apacible se aliaría con mi hermano para castigar a los humanos.

    —La verdad, no me interesan las discordias entre dioses y sus panteones. A mí solo me importa el bienestar de la vida de los mares.

    —¡Mentiras! —exclamó el olímpico, azotando con furia su tridente contra el piso—. Alguien que ama a los seres de los océanos, no los tendría amontonados, sufriendo en un espacio con tan poca agua. Tus palabras son solo una justificación egoísta para los macabros actos de gula que planeas cometer.

    Tan efusiva reprimenda provocó la estridente risa de Shizuka.

    —¡Tienes razón, Poseidón!¡Ahora mismo estoy cegada por mi deseo de devorarte junto con tu bonito tridente!

    —Te lo advierto, esta es la última oportunidad que te doy para marcharte junto con las criaturas de la pileta. Devuelve a la normalidad a los tres humanos que convertiste en perla, y regresen en paz al océano.

    La respuesta de la irreverente contendiente fue dejar libre su energía cósmica una vez más en la forma de una densa neblina rosa, que se expandió a lo ancho del patio. Cuando el nocivo vapor alcanzó al recién despertado, se sintió enfermo con su solo contacto, y más cuando los efluvios fueron acompañados de un horrendo y nauseabundo olor. Jamás habría concebido que podía existir una peste tan repugnante, así que por instinto cubrió sus vías respiratorias para evitar percibirla.

    —¡Has caído en mi trampa! ¡Ni siquiera un dios podría resistir mi más poderosa técnica! —se regodeó Shizuka entre dementes carcajadas—. ¡‘Horror Espiral’!!

    Evocado el nombre del ken, el cerebro del avatar de Poseidón fue presa de una aterradora e inconcebible confusión. Todo lo que veía, se distorsionaba y retorcía de modo grotesco. Su reacción fue cerrar enseguida los ojos para evitar contemplar tan hórrido espectáculo, pero sus pensamientos también eran doblados y estirados en la misma forma de remolino.

    —Es inútil que te resistas. En un minuto esa vorágine de pestilencia y abrumadoras imágenes provocará que pierdas la cordura, hasta que al fin tu cerebro termine dolorosamente licuado.

    La deidad helénica en el cuerpo de Julián se agarró la cabeza con ambas manos y gritó en señal de sufrimiento y desesperación. Tan dantesca tortura fue demasiado para él, y no pudo evitar colapsar, aun estando de pie.

    —¡¿Lo ve, señora Izanami?! —gritó eufórica al cielo, tras contemplar la cabizbaja e inmóvil figura de quien la había amenazado—. ¡Hice bien al alejarme del territorio que usted me encomendó en la Maravilla Suprema! ¡Gracias a que descendí a la Tierra, logré derrotar a un dios y ahora brindaré en su nombre y en el de todos los ‘Yōkai’, hartándome con su sangre!

    Pero su risa cambió a sorpresa, cuando a sus oídos llegó una melodía familiar. El bello canto de una sirena interrumpió su prematura celebración.

    —Te olvidaste de mí, Shizuka —apuntó la maltratada Marina, apenas manteniéndose en pies, pero con su energía manifestada al máximo. A pesar de la expresa orden de no intervenir, no podía quedarse impávida al ver al heredero de los Solo en peligro—. Te dije que no permitiría que siquiera toques a mi señor.

    La de melena rosa casi intuyó lo que ocurriría a continuación, pero para confirmar sus temores, miró de reojo a quien creía su víctima. Para disgusto suyo, su oponente se había recuperado gracias a la oportuna protección de su aliada.

    —¿Sabes lo que le ocurre a aquel que se atreve a levantarle la mano a un dios? —le preguntó Poseidón con los ojos encendidos en ira. Por primera vez, la aludida se vio en serio invadida por el pánico, así que no logró articular palabra.

    —Sus ataques le son devueltos con mayor intensidad —complementó Thetis con suma seriedad.

    El ‘Horror Espiral’ emergió de la nada e invadió por completo a su ejecutora. La reacción de esta fue intentar contenerlo lo más pronto posible, pero grande fue su pavor cuando notó que su propio ken se resistía a obedecerla. Esta vez el fétido perfume no se hizo presente, pero sí la retorcida visión que empezó a consumir su cordura.

    —¡Esto no puede estar pasando!! ¡Tenía el combate ganado!! —se lamentó la japonesa, chillando de manera frenética.

    Su terrible calvario mental apenas le permitió percatarse que no solamente el ambiente ante sus ojos se deformaba en una extraña espiral. La ilusión se había materializado y estaba devorando su cuerpo entero. Mientras su existencia física era destruida de modo espantoso, su armadura forjada en metales celestes la abandonó y se ensambló en la forma de la criatura del folclor nipón que representaba.

    —Se acabó, guerrera —sentenció el de cabellera celeste, apuntando con su tridente hacia el ropaje de Sazae-Oni—. No serás más una amenaza para nosotros.

    El dios griego empleó su poder divino para enviar lo que quedaba de Shizuka hacia su propio object.

    —¡Por esta vez me quedaré con las ganas de devorarte, Poseidón!! —exclamó la derrotada ‘Yōkai’, sabiendo que no podría evitar su castigo—. ¡Pero créeme que el destino que le espera a la humanidad será peor que este suplicio! ¡Porque, aunque tu poder actual te bastó para vencerme, no imaginas de lo que son capaces Izanami y los dioses de la Alianza!!

    Prorrumpiendo en carcajadas que lograron inquietar a la deidad y a su mensajera, Shizuka de Sazae-Oni fue sellada en la hombrera izquierda de su armadura, la cual poseía la forma de una gran caracola marina.

    El silencio y la calma volvieron a los jardines de la Fundación Graad, cuando las densas nubes se alejaron del cielo.

    —Y pensar que este es solo el comienzo —susurró la rubia, llevándose la mano a la fea llaga que perforaba su pecho—. ¿Cómo deberíamos proceder ahora?

    Sin responder a la inquietud de su protectora, Poseidón centró su atención en la pileta desbordada de moribundos y palpitantes animales acuáticos. Acto seguido, hizo alarde de su voluntad suprema, al hacerlos desaparecer en un parpadeo, al igual que al tótem que vistió a la enemiga que acabó de derrotar.

    —Regresen al mar al que pertenecen… Están seguros ahora que su tirana permanecerá encerrada por toda la eternidad en las profundidades abisales.

    —Fue muy magnánimo de su parte el no haber acabado definitivamente con ella.

    —Hay asuntos que merecen más mi atención, Thetis —le dijo su interlocutor, observando las estatuas de perla en las que fueron convertidos Miho, Seika y Tatsumi—. Pronto los tres regresarán a la normalidad y quiero que estés con ellos cuando eso suceda. Diles que Poseidón les salvó la vida y que a cambio solo pido que traten las heridas de mi más fiel guerrera.

    Tan portentosas palabras lograron conmover de modo profundo a la Sirena Menor, pero aun así se mantuvo formal ante su extraordinaria presencia.

    —Entonces me reuniré con usted en el Santuario en Grecia, cuando me recupere de mis heridas. Será un honor acompañarlo a usted y sus Generales en esta crucial batalla.

    —Me es muy difícil admitirlo, pero estimo que necesitaré de su apoyo más que nunca, si acaso aspiro a vencer a mi hermano Zeus y a los dioses que lo acompañan… No debió costarme tanto esfuerzo derrotar a esa mujer, pero su horrible técnica incluso llegó a afectarme.

    —No querrá decir que…

    —Así es. No he sido capaz de despertar por completo, porque mi espíritu se mantiene anclado a la urna de Atenea.



    ==Maravilla Suprema. Torii de Amaterasu==

    —¿De dónde conoces a mi maestro Camus? —preguntó Acuario a su rival, imprimiendo firmeza a su voz para intentar ocultar su nerviosismo. Contemplar la nueva apariencia de aquella fémina con abdomen de araña le resultó chocante.

    —¡No vuelvas a repetir ese nombre!! —El rabioso grito de Jorōgumo retumbó a lo ancho del escenario níveo, hasta el extremo de sacudir la nieve que adornaba los árboles cercanos—. ¡Haré que te calles de una vez por todas!!

    La iracunda ‘Yōkai’ se arrojó al cuello del Santo, con ambos brazos extendidos a fin de estrangularlo. Por fortuna, él fue capaz de leer sus maliciosas intenciones y esquivó con una grácil maniobra las filosas garras que ansiaban enterrársele en la garganta. Alerta, a solo unos pasos de la humanoide, Hyôga supo que no salió ileso de la agresión. Una de las ocho patas enemigas había lastimado la porción de su brazo izquierdo que desprotegía su cloth áurea. El corte era profundo, así que no podría permitirse otro descuido ante tan peligrosa y veloz adversaria.

    —¡‘Polvo de Diamante’! —evocó el Dorado, extendiendo de repente la palma de su mano más ágil. La súbita ráfaga de cristales helados tomó desprevenida a la Guardiana, quien, cegada por su cólera, no vio venir el fuerte soplido frío que impactó de lleno contra su ser.

    —Iluso, ¿en serio creíste que una técnica de hielo tan básica, te bastaría para hacerme daño?

    —Mi intención no era lastimarte, Jorōgumo. Solo intentaba ganar un poco de tiempo.

    La sección arácnida inferior de la guerrera fue congelada por completo, hasta el extremo de que su abdomen y patas quedaron aferrados al suelo con una dura cubierta de hielo. En su rostro oculto por las sombras, apenas era visible el esfuerzo que hacía para forcejear con su gélida y a la vez férrea prisión.

    —No puedo creerlo —musitó vacilante ella, sabiéndose en apuros—. Supuse que nada en este mundo sería tan resistente como mi seda.

    —Con tus técnicas me demostraste que el ‘Cero Absoluto’ era tu debilidad —señaló el Ateniense, intentando contener el sangrado en su extremidad—. Y ahora lo emplearé para encerrarte con el ken insigne de mi mentor: ¡‘Ataúd de Hielo’!

    La prisión helada escaló poco a poco, hasta empezar a cubrir su mitad de mujer sombra.

    —Esta gélida sensación me es demasiado familiar —masculló la Guardiana, viéndose sacudida por una ansiedad que le resultaba irracional. Sin embargo, enseguida logró recomponerse y prueba de ello fueron sus ojos, que se vieron encendidos como dos intimidantes faros azules, surgiendo entre la bruma que velaba su cara—. ¡No seré derrotada en el territorio encomendado por mi diosa! ¡‘Subarashī Fantasía’!

    Jorōgumo desplegó su técnica de sueño por segunda ocasión, reforzada gracias al cosmos índigo que había cargado cuando se transformó hace unos minutos.

    —Nuevamente siento la presencia de mi madre —musitó el antaño Cisne con sopor. Los párpados empezaron a pesarle y su cuerpo entero se entumecía poco a poco—. Entonces así fue como… esa Guardiana me atrapó en su tela araña.

    —Duerme de una vez, Caballero de Acuario. Aprovecha la segunda oportunidad que doy para descansar junto al ser que más amas.

    El aludido se desplomó sobre una rodilla, casi abatido por el sueño. A punto estuvo de dejarse llevar por el espejismo, pero recordó que fue su misma progenitora quien lo instó a despertar la primera ocasión que fue alcanzado por el ken.

    —Mi madre… está a mi lado, siempre cuidándome. No necesito una ilusión para… reunirme con ella…

    —Si así lo prefieres, entonces tendremos que hacerlo por las malas —determinó la mujer-araña, liberándose de la coraza helada, que fue debilitada cuando el Ateniense cayó presa del letargo—. Serás tú el que se convierta en una estatua de hielo, que adorne estos predios sagrados para siempre. Serás mi ofrenda para Izanami.

    Jorōgumo se acercó al Santo y, sin que este ofrezca resistencia, lo agarró por el cuello con ambas manos, hasta acercarlo a sus oscuras facciones.

    —Supongo que tu querido maestro quedaría devastado, cuando vea lo que te haré a continuación —añadió ella, pasando el filo de una de sus patas sobre el peto de la armadura de Acuario, produciendo un estridente chirrido, que acompañó al corte quirúrgico que infligió en el metal. Enseguida Hyôga supo que la enemiga pretendía extraerle el corazón.

    A punto estuvo la guerrera de rebanar por completo la cloth de oro, cuando la cercanía con su portador la desconcentró por un momento. En milisegundos, asoció a él el recuerdo de un risueño niño de cabellera dorada y ojos azules, que hace años solía entrenar en los indómitos campos de Siberia. Verlo con atención, le recordó al infante que hace años adoctrinaba aquel hombre, cuyo solo nombre la alteraba.

    El protector de la Onceava Casa aprovechó el momento de distracción de su contendiente para recomponerse y alejársele de un salto hacia atrás. Había recuperado la movilidad, ya que ella detuvo por completo la ejecución de su temible técnica.

    —Tenías la contienda ganada —admitió el agredido entre toses, agazapado y en instancia de batalla—. No entiendo por qué te detuviste.

    —No es de tu incumbencia —respondió la agresora, secamente. Enseguida le dio las espaldas y, mirando al firmamento, adoptó una pose que daba a entender que no deseaba continuar con la lucha—. Si tanto lo deseas, márchate y encuentra a la diosa que regenta estas tierras.

    Confundido, el Dorado también relajó su talante y, muy serio, encaró a quien hace poco estuvo empeñada en acabarlo.

    —Discúlpame, pero me es difícil confiar en ese repentino cambio de actitud. Ahora mismo podría terminar de erigir mi ‘Ataúd de Hielo’ y asegurarme de que no interferirás con el deber de los Santos de Atenea.

    —Vete de una vez —insistió con un tono más nostálgico—. Ya no merezco ser una de las Guardianas de Izanami, porque ahora he decidido perseguir motivos personales…

    —Me iré en paz, entonces —aseguró Hyôga con un hablar más condescendiente, tras unos segundos de reflexión—. Pero a pesar de lo encarnizado que fue nuestro combate, debo decir que alguien que conoce a mi maestro, en realidad no podría tener malas intenciones.

    —No sabes nada de mí, Acuario. Estar lejos de la persona que uno más quiere, a la larga termina convirtiéndonos a todos en monstruos.

    —Lo tendré en cuenta, Jorōgumo. Y espero que, en otras circunstancias, nos volvamos a ver.

    —Yo no, Caballero.

    Una vez el rubio cruzó el ‘torii’ de la diosa sintoísta del sol y dejó la escena, la ‘Yōkai’ contempló en silencio la oscuridad de la cueva que desembocaba en su territorio.

    —«Habría deseado ejecutar cientos de veces la misma técnica de sueño sobre mí misma, esperando reencontrarme contigo en una falsa ilusión —meditó la solitaria dama con suma tristeza—. Solo que esta vez será más que un sueño cuando te vea nuevamente, Camus. Así que prepárate, porque tienes muchos asuntos que resolver, con quien ahora es conocida como Jorōgumo y que antes fue llamada Nissa de Triángulo Boreal».

    Continuará…
     
  20.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

    Tauro
    Miembro desde:
    25 Diciembre 2012
    Mensajes:
    126
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4644
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 74: NISSA DE JORŌGUMO: MELANCOLÍA EN FORMA DE ARAÑA

    Inteligente y sagaz, la ‘mujer araña’ era un ser mágico de gélido corazón, que veía a los hombres únicamente como fuente de alimento. Cuando su apetito la impulsaba, se transformaba en una hermosa y seductora doncella, ocultando así su verdadera apariencia arácnida para atraer a sus víctimas. Todo aquel que entraba a los solitarios aposentos de Jorōgumo, era reducido a un marchito cadáver envuelto en seda.


    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    —¡Esta es la técnica más poderosa que heredé de mi maestro Hyôga! ¡‘Kholodniy Smerch’!!

    En contraste a la reconfortante tibieza que manaba el Santo Femenino, una repentina corriente helada se hizo presente a los pies de la indignada ‘Yōkai’, quien fue azotada con ascendente violencia, hasta que su inmaculada yukata blanca fue desgarrada por completo.

    —Este frío paralizante —susurró para sí la mujer, que ahora dejaba ver la estética armadura alba que ocultaba bajo sus ropas. El potente vendaval de cristales de hielo amenazaba con arrojarla hacia las alturas, pero supo mantenerse firme en su posición —. Definitivamente no me equivoqué contigo, muchacha. Sin duda merecías ser una Yuki-Onna…

    A punto estuvo el arte ofensivo de alcanzar el ‘Cero Absoluto’ y aplacar la resistencia de su víctima; no obstante, la acumulación de daño en la sucesora de bronce provocó que la fuerza de la tormenta amainara poco a poco.

    —«Mi poder cósmico aún no es suficiente para vencerla —reflexionó la joven, en medio de su desesperación por hacer estallar su aura a su máximo posible—. Debe existir una forma de vencer, aunque no sea capaz de igualarla como guerrera».

    —Lo siento, pero este combate ha durado demasiado —sentenció Fuyumi, sobreponiéndose poco a poco a la ventisca que se empeñaba en destruirla—. Así que, en honor a las hermosas técnicas que me has mostrado hasta ahora, haré lo mismo y te acabaré con lo mejor que tengo…

    —Hagas lo que hagas, no me rendiré…

    —¡Jamás esperé que te rindas, solo espero que mueras! ¡‘Caricia Gélida’!

    En milisegundos, la blanca aura helada de la japonesa opacó a la de Cisne y, tras un estruendo similar al de miles de cristales resquebrajándose, emergieron del piso una multitud de filosos picos de hielo. Las traslúcidas estalagmitas parecían tener vida propia, ya que danzaban al son de los movimientos de quien las había convocado. Bastó un ademán de Fuyumi para que todas las astas avancen veloces a través del terreno, formando en su trayectoria una intimidante y gigantesca garra de hielo, que avanzó peligrosamente para atrapar a la Amazona, que se mantenía empeñada en ejecutar su ken.

    —¡Descansa de una vez, pequeña Natassia! —exclamó la ‘Yōkai’, al tiempo que los puntiagudos dedos helados se cerraron en un firme puño sobre su víctima.

    A pesar del agudo y punzante dolor, la Ateniense no se permitió gritar. Sentía que la presión glacial de la cruel técnica enemiga despedazaría en segundos su armadura, carne y huesos; pero, aun así, su espíritu no se amilanó.

    —«Atenea… maestro Hyôga… Solo por esta ocasión, préstenme algo de su fuerza».

    Cuando hilos de sangre empezaron a brotar entre los grandes dedos congelados, Yuki-Onna apartó la mirada a fin de no contemplar tan macabro espectáculo.

    —Al fin se acabó —pronunció en un liberador suspiro la de ropaje metálico blanco—. Esta vez me aseguré de que no volvería a…

    Pero su tranquilidad cambió a asombro, cuando notó que la garra gigante empezaba a abrirse poco a poco. La aporreada Natassia se mantenía con vida en el interior del hielo y, con más bríos que nunca antes, empleó toda la fuerza de su recién despertado Séptimo Sentido para apartar la zarpa que ansiaba seguir aferrándose a ella.

    —Te lo agradezco… Fuyumi —soltó la de cabellera celeste, respirando agitada. El esfuerzo que hacía era sobrehumano y el líquido vital que se deslizaba por su frente tiñó su visión de carmesí—. ¡Te agradezco por enseñarme tu mejor técnica! ¡‘Caricia Gélida’!

    Ante la incredulidad de la Guardiana, la gigantesca mano de hielo obedeció la voluntad de la joven y se dirigió rauda hacia quien la había convocado en primer lugar.

    —Eres una ilusa. Aunque hayas conseguido el prodigio de controlar mi técnica, ¿en serio crees que podrás hacerme daño con mi propio hielo?

    Ya confiada, la mujer albina permitió que el ken la atrapara. Bastaría con un simple pensamiento para ordenarle que no la aplastara.

    —La ilusa eres tú —murmuró la Amazona, casi en un trance—. Ese hielo no te pertenece a ti, ni a mí…

    Por un segundo, a la guerrera nipona le pareció que la armadura de Cisne fue bañada por un hermoso resplandor multicolor. Un brillo que parecía divino…

    —¡Esto no puede estar pasando! —farfulló la Guardiana, sumamente aterrada—. ¡Mi técnica ha dejado de obedecerme!!

    Cuando la ‘Caricia Gélida’ aprisionó su ser entero, Fuyumi no percibió el frío que suponía manaba, sino una sensación de acogedora tibieza. Tan extasiada estaba, que ni siquiera notó las graves heridas que tan terrible presión hizo en todo su ser.

    Tras pocos segundos, la prisión de agua congelada estalló, dejando en pies a la ‘Yōkai’, quien lucía tan maltrecha como su valiente oponente. Las armaduras de ambas lucían grietas por doquier, y los cortes y moretones en sus cuerpos eran evidencia de lo cruento que fue el combate entre ambas.

    —Déjame decirte algo, pequeña tonta —le habló con dificultad Yuki-Onna, dedicándole una ligera sonrisa. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Ese calor que comparten Atenea y tú… no es tan desagradable… pero… aun así… sigo prefiriendo el frío…

    Dicho esto, la protectora de la Laguna de los Kappa se desplomó de bruces sobre la nieve. Enseguida, de su yaciente cuerpo se expandió una fina capa de agua que congeló los alrededores conforme avanzó. Ese bello hielo cristalino sería el último regalo gélido de Fuyumi para su deidad.

    —Lo logramos… Atenea… Maestro —musitó la joven, casi sin resuello. Ver a su oponente inerte la alivió, pero le entristeció al mismo tiempo—. Solo lamento que este haya sido… mi último combate…

    Exhausta y malherida, Natassia cayó de costado sobre la tierra helada y poco después se desvaneció entre las tinieblas de la inconsciencia. Aquel momento le pareció igual a la ocasión en la que conoció a su mentor por primera vez en Asgard.

    El silencio invadió los exteriores de la morada de Izanami y, donde hace poco se enfrentaron invasora y protectora, una suave nevada se hizo presente. Un manto de copos blancos cubrió poco a poco las marcas de la sangre que ambas guerreras derramaron allí.


    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    —Entonces no eres más que un muerto en vida —señaló Jakov en tono hiriente, al tiempo que se ponía en guardia. Sorrento lo imitó.

    —Perecí ahogado en los mares aledaños a las Islas Oki hace varios años —les contó el joven Guardián, sonriendo muy casual—, pero regresé a este mundo cuando la ‘ballena fantasma’ me eligió como el portador de su armadura. Desde entonces, todo aquel que ha intentado hacerme daño, ha fracasado.

    —Nada en este mundo es inmortal —aseguró con aplomo el de escama deteriorada—. Así que no importa cuántas veces tengamos que intentarlo, encontraremos una forma de vencerte.

    —Entonces hagan lo que quieran, Generales de Poseidón. No me importa si quieren atacarme los dos al mismo tiempo.

    Al Marina de Sirena le irritó la actitud cordial con la que el rival pronunció su velado desafío, así que enseguida se llevó la flauta a los labios para ejecutar su técnica.

    —Espera, Sorrento —lo atajó el Dragón Marino, posando la mano sobre la hombrera rota del protector del Atlántico Sur. En ningún momento le quitó la mirada de encima al enemigo—. Deja que yo me encargue de este sujeto. Tú adelántate y derrota a cualquier otro de estos monstruos que encuentres.

    Unos pocos segundos le hicieron falta al aludido para tomar una decisión. Dudaba en que Jakov pudiese vencer solo a tan poderoso rival, pero también sabía que sería más eficiente que cada uno se enfrente a oponentes distintos.

    —Te lo encargo entonces, aspirante a Santo de Atenea —cedió solemne Sorrento, dándole las espaldas a su y colega caminando muy tranquilo hacia Takeru—. Demuéstrame que mereces ser llamado General Marino.

    Cuando el de cabellera lila se encontró hombro con hombro junto al japonés, giró el rostro para hablarle con un amenazante tono:

    —¿No harás nada para detenerme, Bake-Kujira? Debes saber que, si encuentro a tu señora Izanami, no dudaré en tomar su vida.

    Negando con la cabeza, el lúgubre Guardián dejó escapar una risita y con gran confianza le contestó:

    —Tal como les dije antes: Hagan lo que quieran, Generales de Poseidón.

    Contrariado, Sorrento abandonó en silencio la escena, dejando solos a ‘Yōkai’ y Marina.

    —¿Empiezas tú o empiezo yo? —le preguntó un tanto socarrón el de armadura de hueso, para luego dejar libre por primera vez su cosmoenergía de tonalidad gris.

    —¡No te burles de mí, abominación! —le imprecó el castaño, también desplegando su energía cósmica—. ¡Veamos si continúas siendo inmortal, cuando te reduzca a solo polvo!!

    —Eres tan osado como grosero, General —comentó el guerrero fantasma, pasando la mano a un costado de su cabellera gris, en señal de confianza—. Un error que cometen quienes luchan contra ustedes, es siempre ir probando de modo gradual sus poderes. Yo no… Ya que insistes en luchar, te acabaré rápidamente con la mejor técnica que poseo. ¡‘Shin'en no kagami’!!


    ==Maravilla Suprema. Torii de Amaterasu==

    Las punzantes heridas que le infligió Milo quemaban su cuerpo con intensidad, pero más que reprochar este hecho, se sintió agradecido por ese intenso calor que le hacía sentir vivo. Y aunque la acumulación de daño le impedía el rápido avance, logró llegar hasta el otro extremo de la oscura caverna en la que se adentró.

    —«No hay duda —se dijo Camus, vislumbrando la luz al final de la cueva—. Me encuentro cerca del lugar en el que sentí el cosmos de Hyôga».

    Pero no fue a su alumno a quien encontró bajo el arco rojo de estilo oriental. En su lugar, se vio frente a la intimidante presencia de un ser híbrido entre mujer y araña, bañado su ser entero por una espesa capa de oscuridad.

    —Tú debes ser la compañera de Takeru de Bake-Kujira —supuso el recién llegado con cautela, llamando así la atención de la Guardiana—. Y supongo también que tu deber es impedir que continúe con el mío.

    —Esa armadura blanca que portas —notó la ‘Yōkai’, apuntándole con una de sus puntiagudas patas arácnidas—. Por su diseño, asumo que pertenece al Guardián de algún dios de la Alianza Suprema, al igual que yo. Aunque… por el pésimo estado en el que se encuentra, veo que no te ha ido nada bien.

    —Te equivocas —replicó el antaño Acuario, cerrando los ojos en un gesto de seriedad—. Soy y seré un Santo de Atenea.

    —Eso es típico de ti, Camus —comentó la mujer sombra tras un amargo suspiro—. Siempre te has mantenido firme en tus convicciones.

    —¿Acaso nos conocemos?

    —Es natural que hayas olvidado mi voz tras todos estos años. Así que no me queda más que mostrarte mi verdadera forma.

    Dicho esto, la bruma alrededor de la guerrera se agitó cual llamas vivas, para luego aglomerarse en su mitad de araña. Cuando la oscuridad devoró la sección inferior de su cuerpo, de ella quedó solo su apariencia humana, ahora visible a los ojos de quien invadía sus predios.

    La última transformación de Jorōgumo reveló la figura de una esbelta mujer de juvenil aspecto, portando una armadura azul oscuro de intimidante diseño. Su larga y lacia cabellera, tan negra como la penumbra que hace poco la cubrió, era lo que más la destacaba. Sus delicados y bellos rasgos se complementaban perfectamente con su profunda mirada celeste, que en ese momento denotó enorme melancolía al clavarse sobre Camus.

    —Tú eres… Nissa —soltó el criomante, casi sin aliento. A poco estuvo de llevarse la mano a la boca en señal de incredulidad—. El color de tu cabellera es diferente… pero sin duda eres tú.

    —Lo soy —corroboró ella con una mezcla de nostalgia y reproche—. Entonces sí me recuerdas.

    —Pero… no puede ser… A pesar de todos estos años, tu apariencia es la de la misma joven de aquel entonces… La de aquellos días en los que creí que moriste…


    ==Santuario de Atenea. Casa de Acuario. Hace veintinueve años==

    Un serio e inexpresivo Caballero Dorado atravesó los Templos anteriores al suyo, llevando a sus espaldas una caja de pandora que no le pertenecía. En ningún momento detuvo su firme andar, a pesar de la fuerte lluvia y viento que se empeñaban en detener su avance por las escaleras que conectaban cada Casa.

    Cuando al fin arribó a Acuario, abatido, se dejó caer sobre sus rodilleras aúreas y enseguida dejó el recipiente cúbico en el piso. Cuando las caras de la caja se abrieron, dejaron ver una armadura de plata en paupérrimas condiciones. Algunas piezas faltaban y, las que todavía se conservaban, estaban rotas y manchadas de sangre.

    —Perdóname, Nissa —susurró Camus, apretando contra su pecho la destrozada diadema de la cloth de Triángulo Boreal—. Debí ser yo quien acuda a esa misión…

    Aquel sería el único momento en el que el Santo dejaría a un lado su usual talante formal, para manifestar sus profundos sentimientos de pesar ante la pérdida de quien fue una de las personas más importantes de su vida. Estando a solas en su templo, se permitió llorar ante lo único que quedó de su querida compañera y amiga.

    El metal de la cloth aún despedía ese suave perfume floral que ella solía usar, por lo que no pudo evitar recordar los buenos y malos momentos que pasó junto a su amada. Aquello lo derrumbó por dentro, obligándolo a pegar un desgarrador grito que fue opacado por trueno que azotó el Santuario al mismo tiempo.

    Nissa y Camus entrenaron juntos en Siberia desde que se conocieron siendo niños. Mientras él obtuvo la protección de la armadura dorada de Acuario a corta edad, ella hizo lo propio con la armadura de plata de Triángulo Boreal. Los años pasaron y con ellos los arduos entrenamientos en el frío. Cualquiera habría renegado al luchar en tan adversas condiciones, pero no ellos. Caballero y Amazona siempre se apoyaron, hasta que consolidaron algo más que una férrea amistad.

    Sin embargo, los días de felicidad de ambos llegarían a su fin, cuando Nissa, en su afán por mostrarle su valía al Patriarca, insistió en reemplazar a Camus en una investigación sobre hechos extraños y sobrenaturales acaecidos en Japón. Días pasaron tras la fecha en la que se suponía que ella regresaría, pero no fue así. Enseguida el protector de la Onceava Casa partió hacia las tierras orientales para buscarla, pero no encontró más que su armadura destruida, abandonada en un bosque sobre un charco de sangre.


    ==Maravilla Suprema. Torii de Amaterasu. Tiempo actual==

    Te busqué por semanas, pero no fui capaz de hallar tu cosmos, ni tampoco tu cuerpo —admitió el de armadura blanca, apesadumbrado—. ¿Qué fue lo que ocurrió contigo durante todos estos años?

    Ni siquiera recuerdo cuántos ‘Yōkai’ me atacaron ese día le contó ella, intentando ocultar la desazón en su voz. Antes de darme cuenta de su emboscada, ya me encontraba en el piso, luchando por mi vida a causa de las heridas mortales de las que fui víctima. Me destrozaron, al igual que a mi armadura. Luego, mi tormento continuó en el inframundo japonés, el ‘Yomi’, donde me mantuvieron con vida durante años.

    Tras morir en el Muro de los Lamentos en Giudecca, también pasé por un infierno similar, pero no creo que aquello se pueda comparar con lo mucho que tú has sufrido en todos estos años. Habría querido hacer algo para aliviar tu dolor.

    De hecho, fui capaz de mantener la cordura gracias a ti, Camus le confesó la antaño Guerrera de Plata, sonriendo con tristeza. Tú guardaste mi armadura en la Casa de Acuario durante varios años, ¿cierto? Solías hablarle cuando estabas a solas y, todas y cada una de esas palabras, yo fui capaz de escucharlas.

    Nissa yo…

    Pero dejaste de hacerlo con el tiempo le interrumpió la doncella con un tono más acusante. Te olvidaste de mí y no volviste a hablarme más. Eso me dolió mucho, ¿sabes? Hasta el extremo de hacerme perder la esperanza. Llegué hasta el punto de rogarle al Rey Enma para que borrara mi pasado, tu recuerdo y el de mi vida como Santo Femenino. Al final, él accedió con la condición de que me convirtiera en un ‘Yōkai’. De no ser porque tu discípulo pronunció tu nombre, jamás te habría recordado otra vez.

    Alzando la cabeza, Camus respiró hondo y contestó a los reproches de la Guardiana en armadura azul:

    Dejé de hablarle a tu armadura y se la entregué a Mû para que la repare, porque no podía seguir aferrándome al recuerdo de quien creí no volvería a ver jamás. ¿Qué clase de ejemplo podría ser para mi alumno Hyôga, si yo mismo no podía olvidar a quien tanto significó para mí?

    —Entonces esa es tu excusa para haberme abandonado —replicó Nissa, frunciendo el entrecejo en señal de molestia—. Literalmente me convertí en una horrenda araña, tras estar en el infierno durante años, ¿y eso es todo lo que tienes que decirme?

    La nociva cosmoenergía de la Guardiana de Jorōgumo empezó a elevarse a niveles peligrosos. Un terrible resentimiento era lo que transmitía en su naciente aura de la misma tonalidad azul oscuro de su armadura.

    —¡Detente, Nissa! —le exigió enérgico el antiguo portador de Acuario, luchando contra el vendaval que produjo tan brutal expansión de energía—. ¡Sé que nada de lo que diga, o haga, bastará para resarcir todo lo que has pasado, pero si sigues empeñada en interferir en mi misión como Santo de Atenea, te enfrentaré sin dudarlo!

    —Cuando nos separamos, jamás habría imaginado igualar tu poder como Caballero de Oro, ¡pero ahora estoy a otro nivel, siendo uno de los cuatro grandes ‘Yōkai’ de élite del ejército de la diosa Izanami!

    Dicho esto, agitó el brazo hacia él, produciendo una ráfaga de aire en el proceso. La cuchilla invisible fue tan rápida, que el atacado apenas la notó cuando sintió el agudo dolor del corte superficial que acababa de lastimar su mejilla derecha.

    —Ahora estamos a mano, Camus —dijo con seriedad la de melena negra, calmando su ímpetu y relajando su pose—. Ese es todo el daño que me atrevería a hacerte.

    —Nissa —resopló él sorprendido y aliviado, llevándose por inercia los dedos a la cara, empapándolos con su tibia sangre recién derramada—. Tampoco has cambiado nada.

    —Ya tendremos tiempo para arreglar nuestros asuntos en otro momento. Ahora lo importante es apresurarnos en llegar al palacio de Izanami. Debemos detener como sea a los dioses de la Alianza Suprema.

    Camus solo asintió en silencio con gran convicción y, con un renovado espíritu de lucha, decidió acompañarla. Muy en su interior temía a lo que se podrían encontrar más adelante, pero también se sentía feliz de saber que lucharía al lado de quien siempre amó.


    ==Mar Mediterráneo==

    Poseidón empleó su poder divino para trasladarse a su Templo Submarino en Grecia, donde se encontró con nada más que ruinas sepultadas por el océano. Aparte del soporte principal y los siete pilares destruidos, lo único que permanecía relativamente en pie era el complejo central, donde el dios de los mares residió hace décadas durante la guerra contra Atenea.

    Ante la voluntad de su señor recién despertado, las aguas se apartaron, dejando el aire suficiente para que la deidad pudiese caminar a través de las numerosas gradas que daban acceso al templo.

    —«Todavía debe encontrarse en el interior —se dijo a sí mismo el dios, posando la mano sobre una de las enormes columnas que decoraban la gran entrada del santuario—. Si la encuentro, al menos tendré una ligera ventaja en batalla».

    Cuando el regente de los mares alcanzó el vestíbulo principal, se encontró con cinco de las siete armaduras pertenecientes a sus Generales Marinos, reposando en forma de object sobre sus respectivos pedestales y, en medio de ellas, sobresaliendo en un soporte más alto, yacía la mismísima escama de Poseidón.

    —Ha pasado mucho tiempo desde aquella ocasión —evocó con desagrado para sí, contemplando el pésimo estado en el que se encontraban los seis ropajes. Las piezas de metal conservaban los estragos del último combate y el paso de los años bajo el mar las cubrió de algas y corales—. Es una lástima que Thetis no haya sido capaz de encontrar a quienes pudieran reemplazar a mis otros cinco Generales Marinos.

    Los ojos en la máscara de la armadura de Poseidón resplandecieron ante la presencia de su amo. Enseguida las piezas de la escama vistieron el cuerpo de Julián, y en el proceso se restauraron a su vieja y brillante gloria divina. El dios sintió como su energía se renovaba, y como regresaba en toda su majestuosidad original.

    —Discúlpame por mentirte, Thetis, pero aquí es donde nuestros caminos se separan —continuó con un ligero dejo de pesar—. Antes de partir de Japón y, sin que lo notaras, te despojé de tu poder de Marina, para que así tengas una larga vida como un ser humano normal. Aun cuando me mantuve encerrado en la urna de Atenea, fuiste leal hacia mí, y eso jamás lo olvidaré.

    Poseidón azotó su tridente contra la baldosa de su templo y enseguida ascendió hacia la Maravilla Suprema, en forma de un veloz rayo de luz azulada.



    ==Maravilla Suprema. Alrededores del Palacio Yahirodono==

    —«¿Entonces, así se siente morir? —elucubró la indefensa Cisne, dejándose llevar por la agradable sensación de tibieza que la rodeó de repente. Por un momento le pareció estar soñando—. Me alegra al menos no ser presa del miedo, ni del dolor».

    —¡Vamos, Natassia! ¡No nos dejes todavía! —le instó desesperadamente una voz masculina, que le parecía salió de un profundo túnel—. ¡Te conozco bien y sé que no te rendirás!

    —¿Es usted… maestro?

    Cuando la chica recuperó la consciencia de manera gradual, se encontró con el preocupado rostro de Hyôga. Apenas el Santo la encontró, la desenterró de la nieve y la acomodó sobre su regazo.

    —Me alegra tanto encontrarte con vida —se alivió casi entre lágrimas Acuario.

    La joven de bronce supo que aquel reconfortante calor que la abrigaba, pertenecía a la cosmoenergía de su antecesor. Así que, sin decir nada, se dejó llevar por el momento.

    —Cuando tenía más o menos tu edad, mi amigo Shun me ayudó a recuperarme del mismo modo en la batalla que libramos en las Doce Casas —continuó el Dorado, ya encarándola con una sonrisa tranquilizadora—. Aunque mi cosmos no cure por completo tus heridas, sí te ayudará a recuperarte un poco, así que descansa por unos minutos—. Hyôga dirigió la mirada hacia donde yacía la inerte y congelada Guardiana de Yuki-Onna—. Por cierto, estoy orgulloso de que hayas superado la prueba que les impuso Atenea en el Santuario, y que lograste obtener una victoria como Santo Femenino de Atenea. El primer enemigo con el que uno acaba, siempre es el más difícil.

    —Habría preferido no llegar al extremo de matarla —admitió afligida la de cabellos celestes.

    —Ninguno de nosotros desea la muerte de nuestros oponentes, pero es el destino de la humanidad por el que luchamos en esta guerra.

    Pasaron varios minutos en los que mentor y alumna se permitieron descansar en silencio, contemplando el brillante hielo con el que Fuyumi decoró el entorno. Natassia habría deseado que ese bello momento durara para siempre, pero siendo que logró recuperarse de modo parcial, se separó del Caballero y se reincorporó por sus propios medios.

    —Atenea debe estar dentro de ese palacio en estos momentos —señaló la joven, apuntando con el dedo hacia el ostentoso recinto de la diosa nipona—. Allí también se encuentra Izanami, maestro.

    —Sé que nada de lo que diga te hará cambiar de opinión en tu empeño por seguir luchando, pero antes de que nos adentremos en ese edificio, permíteme obsequiarte esto.

    Hyôga introdujo la mano en el interior de su peto de oro, para extraer la cadena con el colgante que cargaba siempre consigo. Luego, se la retiró del cuello.

    —Tal vez no lo recuerdas, pero cuando nos conocimos, te conté que mi madre y tú compartían su nombre —rememoró el Dorado con suma añoranza—. Lo único que tengo de ella, es este rosario que atesoré desde niño y que desde hoy te pertenece.

    El rubio tomó la mano derecha de la chica y colocó en ella su más preciado tesoro. Natassia no supo qué decir en ese momento. Solo se quedó maravillada mirando la bella cruz dorada, cuyas incrustaciones de rubí resplandecían entre sus manos.

    Agachando la cabeza para que sus nacientes lágrimas no sean visibles, la joven Cisne colgó el rosario en su cuello y, en un el impulso, abrazó con fuerza a su maestro. Aquello sorprendió sobremanera al Ateniense, ya que era la primera vez que su alumna le mostraba verdadero afecto. Sin decir nada, también la estrechó entre sus brazos.


    ==Maravilla Suprema. Palacio Yahirodono==

    —He perdido ya a mis tres Guardianas —se lamentó Izanami en un hilo de voz—. Shizuka desapareció muy lejos de aquí. Fuyumi murió hace poco en las afueras del palacio y presiento que Nissa no es más mi aliada. Solo me quedas tú, Takeru.

    La diosa japonesa sentía verdadero afecto por todos y cada uno de sus ‘Yōkai’, así que le dolió en el alma perderlos. Lágrimas se deslizaron por su delicado rostro infantil y se congelaron en finas perlas heladas al contacto con el piso frío.

    —No habría imaginado que uno de los enemigos de la humanidad tendría una apariencia tan inofensiva —comentó alguien asomándose tras las puertas de la habitación principal—. Siendo que eres la única persona habitando este ostentoso palacio, asumiré que tú eres la señora de la que tanto hablaba Takeru.

    —En efecto —contestó con recelo la chiquilla en yukata floreada, dejando su pose de seiza para recibir al recién llegado—. Soy Izanami, una de las diosas del panteón shinto.

    —Mi nombre es Sorrento de Sirena, General del ejército de Poseidón. Espero que no te moleste que haya entrado en tu morada sin avisar, pero me fue muy fácil llegar hasta aquí, siendo que nadie estaba vigilando.

    —¿Poseidón? —repitió intrigada la pequeña—. No entiendo qué asuntos tiene en mi territorio un guerrero que pelea para quien alguna vez intentó ahogar a todos los humanos.

    —Es simple en realidad, Izanami. He venido a detener tus intenciones genocidas…

    La aludida se encogió de hombros y bajó la mirada en señal de tristeza.

    —¿Podrías retirarte de mi habitación, por favor? No deseo pelear contigo, Sorrento.

    —¡No me iré sin antes tomar tu cabeza!

    En una rápida maniobra, el Marina intentó llevarse la flauta a los labios, pero grande fue su sorpresa, cuando sus manos fueron inmovilizadas por unos finos hilos rojos.

    —Ese es el hilo con el que jugué ‘ayatori’ con Natassia —le contó la diosa con un tono tímido—. En lugar de pelear, ¿no quieres tú también jugar conmigo?

    Ese terror Sorrento ya lo había experimentado hace años, en aquella ocasión en la que llevó a Saori ante la presencia de Poseidón. El naciente cosmos que se desprendía del pequeño cuerpo de Izanami inspiraba bondad, pero también el miedo irracional que solo un dios es capaz de transmitir a los mortales.

    Continuará…
     
Cargando...
Similar Threads - [Longfic] CATACLISMO
  1. Monokuma J
    Respuestas:
    3
    Vistas:
    837
  2. Yatterwa
    Respuestas:
    0
    Vistas:
    801
  3. isavetthdz
    Respuestas:
    2
    Vistas:
    1,091
  4. Maze
    Respuestas:
    3
    Vistas:
    1,655
  5. Pire
    Respuestas:
    1
    Vistas:
    949

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso