Coraje el Perro Cobarde Loco y estupido amor

Bueno, de nuevo por aquí, con la meta de escribir a diario, como en los viejos tiempos. Vamos un poco más atrás en esta historia de lo que acontece En ningún lugar.


Una prenda caía al piso mientras que una mujer rolliza, de grandes y rojizas mejillas y el pelo de un rojo intenso se llevaba las manos al rostro comenzando a llorar por vergüenza, sintiéndose humillada, por lo que el sujeto que reía frente a ella acaba de hacer, mismo que reía burlandose.

El nombre de la joven era Muriel, una chica bastante dulce y servicial que siempre era buena con todos, venía de una familia humilde y a pesar de eso abnegada, siempre quería ayudar a todos, era apreciada por todos, más el asunto del amor era otra cosa, pues la mayoría se guiaba por la apariencia y eso, y en esto no tenía mucho que ofrecer.

Como muchas muchachas ingenuas se había enamorado del típico rebelde inalcanzable e incomprendido, había trabajado por días para ahorrar y darle un obsequio, un gorro similar a una cachucha, pues no sabía mucho de muchachos y ese había sido el más adecuado que se le había ocurrido.

—La verdad es que me gustas y bastante, por lo que quiero darte esto — había declarado enfatizando en las r por su ascendencia rusa.

Él chico la había observado desconcertado por segundos, luego de manera cruel había tomado el obsequio tirandolo, para luego comenzar a reír mofándose.

—¡Eres un estupido!— exclamó una voz de otro chico.

Muriel no alzó la vista para ver, pero luego luego se percató de un ruido fuerte como un golpe y del siguiente que emitió el cuerpo del patán mientras caía al piso con la mejilla rota y una mirada confundida.

Una mano huesuda tomó el sombrero y le quitó el polvo. Fue cuando la joven alzó la vista y se encontró con aquel hijo de granjeros, gruñón, delgaducho del que muchos se burlaban por que en plena juventud comenzaba a quedarse calvo con apenas unas matas de pelo que se forzaban a extinguirse y el por testarudo en ocasiones se resistia a cortarlas de manera definitiva, su nombre era Justo Bolsa.

—Creo que me queda mejor a mi ¿verdad que me veo guapo?—declaró probandoselo — si fuera para mi nunca me lo quitaría. — agregó orgulloso.

Coraje se acurrucó en el regazo mirando la foto vieja de un anuario que le mostraba su ama. Allí se encontraban ella y su esposo, jóvenes tomados de la mano.

—Así fue como Justo llegó a mi rescate como mi caballero de armadura — señaló la anciana suspirando — fue tan romántico, desde entonces jamás nos hemos separado. ¿verdad querido?

—¡Va! ¡Tonterias!— espetó el viejo, poniéndose el periódico que leía en rollo bajo su brazo y levantándose del sillón.

Anduvo hasta la cocina donde se quedó parado, vigilando que nadie viera, tomó su sombrero entre sus brazos estrechandolo fuertemente mientras sonreía.