Las flores de las montañas

Tema en 'Relatos' iniciado por rapuma, 3 Junio 2014.

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    rapuma

    rapuma Maestre

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    Escritor
    Título:
    Las flores de las montañas
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2014
    El viento soplaba con fuerza bajando de las altas montañas trayendo en sus primeras ráfagas un mordisco de nieve y de hielo que anunciaba el primer frío del invierno. Las rocas se pulían bajo su lengua áspera y el lobo enmudecía su aullido.
    Por ello los pastores habían buscado esa caverna y en ella se arrebujaban alrededor de la hoguera hecha con hierba seca y excrementos de oveja.

    También el mendigo se había unido a ellos. Los pastores aman a los mendigos pues vienen de lejos y traen historias de otros mundos desconocidos para ellos. Y este mendigo llevaba un arpa a la espalda, debía ser un bardo, un cantante…

    -Buen vino, pastores. Buen vino.

    -Háblanos de Maximos, mendigo. Y come.

    El mendigo aceptó la petición y agarró una pata de cerdo y la saboreó y quedó extasiado con el sabor.

    -Buena comida, pastores. Buen vino. Y afuera sopla el viento y hay una llovizna de hielo que convierte al mundo en una cosa gris y triste, indigna de vivir en ella…

    -Cuéntanos de Maximos…

    -Ah, Maximos. El espectro de Roma. El vagabundo que no hace más que lamentar su amada pérdida sin darse cuenta que la ha perdido más por sí que por los enemigos que la ocupan.

    -¿Por qué dices eso?

    -El hombre perdió a su esposa y a sus sueños cuando sus sandalias se posaron en el polvo de los caminos y se embriagó con el viento de la libertad. El incorruptible ya no tiene cielo propio porque nunca hallará lo suficiente para estar satisfecho. Hubo ya presagios en su niñez…

    -¿Su niñez…?

    -Claro. ¿Olvidas que también el hombre fue niño? También él jugó con trampas de pájaros y con espadas de madera… pero también entonces su persona brillaba de otra manera…

    -Cuéntanos.

    -Su padre…

    Su padre era general en Roma. Era un hombre enorme y meditativo, justo como un dios y así de implacable. Cuando su cólera estallaba hasta el mismo Augusto, el césar, temblaba en su palacio. Su madre reía y cantaba y tejía mantas para su marido y su niño. Los dioses nunca le dieron más hijos como si quisieran centrar toda la atención en aquel niño demasiado alto para su edad.

    Y él creció, fuerte y ruidoso como un arroyo salido del cauce, haciendo trepidar todo a su alrededor…

    -Maximos está muy crecido ya. –comentó su padre hacia la bella mujer que tenía frente sus ojos. La madre llenó sus ojos de un brillo sospechoso.

    -¿Por qué mencionas eso?

    -Es hora que comencemos a pensar en su futuro. De que pensemos en hallarle una esposa.

    -Es un niño aún…

    -Tiene quince años. Pronto será un hombre.

    Ella no se opone. Su marido es el fiel reflejo de su hijo en el futuro y sabe que contradecir algún pensamiento podría entablarse en una batalla verbal de días. -¿Has pensado en alguien?

    -Yo no. Es el comerciante el que me lo ha hecho notar. El tiene muchas hijas y piensa que Maximos haría feliz a cualquiera de ellas.

    La mujer volvió a sentarse y comenzó a tejer. –Es un niño apenas.

    -Tal vez a tus ojos pero no a los míos. Lo enviaré a las montañas.

    -¿A las montañas? ¿Para hacer qué?

    -El anciano quiere tenerlo un tiempo con él.

    -¿El Anciano? Pero él sólo educa a los hijos de reyes…

    -Lo sé. Yo también me sorprendí cuando el mensaje llegó hasta mí. Ni imaginé que el Anciano supiera de la existencia de Maximos.

    La madre calló. El Anciano vivía en las montañas y era costumbre inmemorial que los jóvenes príncipes fueran enviados junto a él durante un año para que asimilaran las sabidurías. ¿Cuántos años tenía en el Anciano? Nadie lo sabía.

    -¿Cuándo…?

    -Mañana.

    Afuera, Maximos, el pequeño Maximos contemplaba con ojos arrobados el vuelo de una mariposa…

    En la mañana, muy temprano, lo vistieron con su túnica de lana y su manto tejido, le dieron un morral de comida y simplemente le indicaron el pico nevado. El niño no hizo preguntas…

    -Hasta la vista. –fue lo único que dijo mientras caminaba en dirección a la montaña. Trepó ágilmente, los largos cabellos negros flotando en el aire gris, delgado, moreno, fuerte, con los ojos brillando de anticipación. Hasta que encontró una caverna y parado en la puerta de la misma había una silueta.

    Y de pronto lo vió. No había equivocación posible. El Anciano.

    -Tú eres Maximos, ¿verdad?

    -Sí.

    -Yo soy el Anciano.

    -Lo sé. He oído hablar de ti.

    -¿Tienes miedo de mí?

    El niño lanzó una carcajada y su risa repercutió entre las rocas como un murmullo de bronce.

    -¿Miedo? ¿Qué es esa palabra, Anciano? No la conozco.

    -Es por ella que estás aquí, Maximos. Para que aprendas el significado de esa palabra. Y de muchas otras tales como fe, respeto, honestidad, dioses. Estás aquí para aprender a conocer las cosas en las que debes tener fe.

    -Tengo fe en mi espada. –contestó el niño, acariciando el mango de la misma que colgaba en su cintura.

    -¿Por qué?

    -Porque yo soy el que la maneja.

    El anciano meditó un poco sin apartar los ojos de él. Por fin sacudió una mano. –Se hablará mucho de ti. Mucho. Las leyendas cantarán por ti por siglos. Tu fama será tal que los reyes cambiarán gustosos su corona por un poco de ella.

    -Abuelo, ¿vienes? –una voz delicada como una flor interrumpió la charla y una niña se asomó por la penumbra de la caverna.

    -Ah, Nainam… Sí… Voy… Ven tú también, Maximos.

    -¿Eres la nieta del Anciano? –preguntó Maximos cuando caminó a su lado.

    -No sé. Crecí con él… tal vez lo sea. Nunca pregunté nada.

    -Me llamo Maximos. Mañana te traeré una flor.

    La vida en las montañas no era fácil. Los bárbaros velludos vivían del otro lado de ellas y continuamente vagaban a la ventura buscando víveres, ganado y mujeres.

    -¿Son ellos?

    -Sí.

    Había media docena de príncipes educándose con el Anciano, niños bravíos venidos de la Hélade, de Sumeria, de los reinos donde aún el rey debía ser un hombre firme sobre sus piernas.

    -Ataquémoslos.

    -No.

    -¿Por qué no, Maximos?

    -Son muchos. Nos arriesgaríamos tontamente y sin fruto. No es inteligente eso.

    -¿Tienes miedo acaso?

    -Cuando los bárbaros se alejen me responderás por esa frase.

    -Con gusto.

    Esperaron unos pocos minutos y finalmente los bárbaros se perdieron entre las montañas. Maximos giró su cabeza hacia el muchachito y sus ojos lo traspasaron cruelmente como agujas. –Se han ido…

    Comenzaron a pelear a puño limpio. Maximos tomó la delantera fácilmente y en pocos segundos los niños los rodearon en un círculo sombrío. Maximos propinó un último golpe en el rostro del pequeño de su misma edad y éste tambaleo.

    -Creo que es suficiente, ¿eh?

    -Maximos… -la voz del Anciano hizo que el aludido se de vuelta por completo para enfrentarlo.

    -¿Sí, Anciano?

    -Peleaste contra Dardas. Ganabas tu pelea y la detuviste. ¿Por qué?

    -Porque era inútil humillarlo con la derrota. De haberlo hecho él sería mi enemigo. De esa manera él me respetará y será mi aliado pues le he dejado con su honor. –y dicho esto, se marchó lentamente hacia la entrada de la cueva, ignorando que los ojos del Anciano caían sobre él.

    -¿Cómo puede un niño tener una mente tan fría y tan clara? A veces me desorienta. Nunca conocí a nadie como él… y sin embargo… cada vez que arrojo los huesos y miro su destino veo sólo la tristeza, soledad, guerra y un árbol desierto, un largo camino y sangres de arena. ¿Cuál es el destino que los dioses han dado a Maximos?

    El joven entró por la caverna y se topó con la niña; llevaba una jarra sobre un hombro.

    -Maximos, ¿has olvidado mi flor?

    El niño sacó una flor azul, de esas extrañas que solo nacen a pies de las montañas y se la entregó.

    -Tú eres el único que piensa en mí.

    -¿No es suficiente?

    -Sí. Sí lo es. –le hizo una caricia en su rostro joven, ignorando que ese rostro joven dentro de muchos años estaría lleno de sangre y con cicatrices viejas de una vida de combate. –Te dejo. Debo ir a buscar agua.

    Los minutos pasaron hasta convertirse en horas y Maximos sospechó. Cargar agua era un trabajo pesado para una niña por lo que decidió buscarla por si necesitaba ayuda.

    “Allí está el arroyo…pero no veo a Nainam…” –se adentró sin ningún miedo en su avanzar. “Su cántaro esta aquí… roto… y hay marcas de pies… enormes pies… y allí.. entre las rocas hay algo…” –se acercó rápidamente hasta distinguir un bulto conocido por sus ojos. “Nainam…” –recorrió su cuerpo con sus ojos y vio la flor aferrada en sus pequeñas manos de niña. “Mi flor…espera, Nainam. No te dejaré sola mucho tiempo. Un momento nada más… verás… te traeré más flores…” –pensó entre sollozos mientras corría cuesta arriba, buscando a los hombres del mal, los asesinos de la belleza.

    Y no estaban lejos. ¿Por qué habrían de apurarse? No temían a ningún peligro…

    “Van cuesta abajo. Me bastará con una roca” –se acercó a una enorme, de esas que parecen estar desde el día de la tierra cobró vida. La empujó con todas sus fuerzas y de pronto sintió que comenzaba a ceder. La roca cayó cuesta abajo, arrastrando otras consigo…

    -¡Cuidado! ¡Arriba! –gritó uno de los bárbaros pero fue inútil. Las rocas arrastraron a todos menos a dos que consiguieron escapar por los pelos.

    -¿Quién ha sido? –preguntó el jefe de la desecha tropa.

    -¡Mira allá arriba! ¡Hay alguien que nos a…! –una flecha directo a su cabeza fue más que suficiente para que se calle para siempre.

    El jefe estalló en cólera. -¡Cachorro de hiena! ¡Si te llego a echar las manos encima…!

    Maximos tiró el arco y flecha a un costado y desenvainó su pequeña daga. -¿Quieres echarme las manos encima, perro? Ven, Maximos no es el que huirá de ti. ¡Ven!

    El niño esquivó certeramente cada bruto ataque dado por el Bárbaro hasta que se cansó de jugar con él y saltó a su pecho. Alzó el cuchillo una y otra vez y en cada golpe su gruñido y el grito del caído se mezclaban en un solo bramido… luego los gritos cesaron pero los golpes sordos continuaron…

    Y cuando el rojo crepúsculo ya estaba cayendo, Maximos volvió a la puerta de la caverna. El Anciano alzó la cabeza. Su expresión no había cambiado y en sus ojos viejos no había ninguna luz de dolor o de vida…

    -Maximos…

    -Los seguí. –dijo el niño, y lanzó la cabeza del bárbaro al piso. –Este era el jefe…

    -Hasta matado tu primer hombre. Y has perdido tu primera ternura. Hoy ha comenzado tu largo camino, Maximos, un largo camino. ¿Tienes miedo?


    El niño alzó una mano. Entre los dedos rojos de sangre seca sostenía una pequeña flor mustia. Sus ojos se suavizaron. -¿Miedo? Mira. Hoy maté por esto. Por una niña y por una flor. La niña ha muerto… sus asesinos también… pero en esta montaña hallaré miles de flores y cada una de ellas me hablará de Nainam y cada una será un recuerdo de ella. ¿Miedo? No. Sólo los que están solos tienen miedo. Yo no estoy solo, Anciano. Nunca lo estaré.

    Luego dio media vuelta y se alejó. El Anciano lo miró por un rato y luego bajó la cabeza como si meditara.

    Recién al oscurecer descubrieron que estaba muerto.

    Así comenzó la leyenda, el largo camino del errante. El nacimiento de su leyenda mató a las otras leyendas y el filo de su espada encandiló a los países conocidos y el eco de su nombre ha sonado como un tambor de bronce en los países bárbaros.

    Y sin embargo… ¿Habrá olvidado Maximos las flores de las montañas?

    ¿Las habrá olvidado Maximos?
     
    Última edición: 3 Junio 2014
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  2.  
    Yukionnatifa

    Yukionnatifa Stephanie la Loca

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    Escritora
    Muy duro... muy difícil... Y sin embargo aun queda la incógnita sobre el alma de Maximos; ¿que esconden sus ojos? ¿Que ha visto su corazón como para que la madurez llegue a el, mas pronto que en un rey?
     
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  3.  
    Amelie

    Amelie Game Master

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    Escritora
    Pero ahora la flor es la que permanece con vida, y ya no está Maximos para protegerla .__.
     
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