Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Adysmal, 9 Enero 2015.

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    Adysmal

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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Hola a todos!! esta es una historia que tengo desde hace años en la cabeza y que he rescatado para reescribirla. La empecé con 15 años pero la dejé porque me lié :)
    Hace un tiempo me la encontré y decidí volver a empezarla para mejorarla y si me es posible acabarla.
    Aquí dejo una presentación:

    Sinopsis:
    Esta es una historia de fantasía épica en la que todo empieza con un asesinato sin aparente explicación. Misterio, traición y un viaje emprendido por tres muchachos cuyo destino es salvar al mundo de la oscuridad que lo gobierna estos días y rescatar a sus dioses.
    Yosh, Syrêm y Akina, pertenecientes a razas diferentes y a lo largo de la historia, enemigas.
    Ellos son los héroes de esta historia.
    Ellos son la esperanza de Arinor.
     
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    Adysmal

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    I. Prólogo

    …después de La Guerra de los Hombres, Ohmkratie, el continente ocupado por los humanos, se dividió, igual que las tres razas humanas.

    Las tierras del este fueron para los humanos, con la corona de Ritten a la cabeza.

    El oeste, recién descubierto, para la raza física, los Serim, que prosperaron en esta tierra estableciendo, como centro de su poder, la magnífica ciudad de Norinëy.

    Pero vacías quedaron las tierras del sur, poblados abandonados, una raza entera exiliada y abandonada a su suerte que, sin embargo, consiguió prosperar en las peores condiciones…
     
    Última edición: 9 Enero 2015
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    Adysmal

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    Los capítulos van a ser larguillos así que los publicaré en varias partes. Aqui va la primera parte del capitulo 1. Espero que os guste.

    1. Yosh


    Norinëy... ¿Qué pudo ocasionar tanto peligro como para tener que construir una muralla cuya altura ensombrece la ciudad horas antes de que el Sol se oculte?
    Yo os contaré la historia de cómo Arinor se sumió en las sombras en un tiempo que ya nadie recuerda...


    Zeshi tenía 14 años cuando todo ocurrió. Él era apenas un niño y se asustaba mucho las noches de luna nueva porque cuando era más pequeño, su hermano Ros, le había contado la historia de Los Dioses y le había dicho que era en las noches de luna nueva cuando se desataba el caos y se cometían los crímenes. Aterrado por esta idea, le preguntó a su padre, Erinos, si eso era cierto y si se podían eliminar las noches sin luna para que esto no ocurriera.
    —Es verdad que las noches sin luna son más caóticas —le dijo—. Pero Doyren nos protege del mal y mantiene el equilibrio, Él no dejará que Zvokshu traiga la oscuridad para siempre, y siempre que haya una noche oscura, habrá un día en el que el sol lo cubra todo. Doyren cuida de nosotros, y también Kyesh, nunca dudes de ello. Tu hermano solo te cuenta estas historias para asustarte, no dejes que lo haga —dijo sonriendo mientras le revolvía el pelo.
    Aun así, Zeshi nunca fue capaz de sentirse relajado las noches de luna nueva, y esa noche, en especial, tenía un mal presentimiento.
    Sus presentimientos nunca fallaban.
    Siempre recurría a su padre cuando algo le preocupaba, la verdad es que no se parecían en nada. Erinos era una persona muy calmada que no tenía miedo de nada, era firme en aquello que creía correcto pero también sabía aceptar cuando estaba equivocado. Zeshi era, por el contrario un niño muy miedoso que temía sobre todo a sus presentimientos.
    Su padre nunca lo entendería porque para él los dioses solo eran una forma de aclarar sus dudas, pero para Zeshi siempre hubo algo más, sospechaba que era capaz de intuir las fuerzas de Zvokshu y de Liehna, los dioses del caos; también, con menor intensidad, la del dios de su propia raza, Kyesh, pero nunca sintió el poder de Doyren y eso le preocupaba. Era mucho más difícil creer en el Dios del Equilibrio si no tenía ninguna sensación de ello, sin embargo siempre fue capaz de presentir cuando algo malo se avecinaba. Cuando se acercaba la oscuridad. La sensación del caos siempre fue para él mucho más real, más tangible, y por eso temía las noches. La luna le ponía los nervios a flor de piel, pero era las noches de luna nueva, en la que no había ningún tipo de luz, cuando se sentía más inquieto. Y esta noche en particular, presentía que Zvokshu se acercaba y que la oscuridad iba a barrerlo todo.
    —Debes relajarte hijo, no va a ocurrir nada —le tranquilizó su padre cuando le habló de sus temores.
    Zeshi le miró a los ojos y vio como su padre sonreía calmado, pero había algo más, en su mirada creyó intuir un atisbo de inquietud; estaba claro que estaba ocultándole algo pero nuestro protagonista ya había aprendido a no insistir en algo que no tenía salida. Y perseverar en que su padre le dijera la verdad en aquel momento era un callejón sin salida.



    —¡Yosh! ¿Se puede saber dónde estás? Porque está claro que en el entrenamiento no —el chico reaccionó justo a tiempo de esquivar la estocada de su maestro.
    —Perdona Feyden, es que hoy estoy algo cansado.
    —Ah, entonces si quieres paramos, y cuando seas un caballero y haya una revuelta en la ciudad también puedes decir que estás cansado y solucionado el problema. Es una buena manera de acabar con las guerras ahora que lo pienso bien Yosh —dijo Feyden sosteniendo su espada sobre su hombro y con expresión burlona—. ¿Qué dices, paramos?
    Yosh sonrió, sabía que con su maestro no había escusas para no entrenar. Años antes, el chico había pasado por un estado febril que le mantuvo cuatro días con fiebre y temblores; los médicos le habían ordenado descansar en cama hasta su completa recuperación, pero Feyden lo sacó de la cama tan pronto como los médicos le dijeron que era un estado febril alegando que no era algo “realmente grave” según sus propias palabras.
    —Vale, ya lo he cogido —dijo levantando las manos y recogiendo la espada que se le había caído.
    El entrenamiento duró una hora más, y aunque su maestro era uno de los mejores caballeros de Norinëy, Yosh consiguió sorprenderlo un par de veces el tiempo suficiente como para vencerle.
    Al acabar el entrenamiento Feyden le dio la enhorabuena por haber sido capaz de vencerle en varias ocasiones, pero también le dijo que aún le quedaba mucho por aprender y que debía ser más rápido en los ataques, ya que él siempre era capaz de desbaratarlos. Le dio una palmada en el hombro y parecía que iba a decirle algo más hasta que un hombre alto y moreno, uno de los vocales de la caballería de Norinëy, se le acercó y le dijo algo al oído. Feyden sonrió y asintió con la cabeza. Después miró a Yosh.
    —Nos vemos en la comida. Adecéntate un poco, hoy viene alguien importante y quiero que se fije en ti.
    —¿Quién? —preguntó intrigado.
    —No te adelantes a los acontecimientos Yosh.
    —¿Adecéntate has dicho? —dijo el muchacho con una sonrisa pícara—. Voy como puedo con las ropas que me consigues, si quieres que vaya vestido de conde quizá deberías pagarle a tu aprendiz un buen atuendo.
    Feyden soltó una carcajada.
    —No seas cara dura, si no fuera por mí estarías pudriéndote en la calle o habrías muerto hace años así que dame las gracias en lugar de quejarte tanto. Y no te voy a presentar a tu futura esposa así que tampoco hace falta que parezcas un príncipe. Dúchate, quítate el sudor de encima y vístete con algo limpio. Con eso bastará.
    Yosh se sintió nervioso de pronto, su maestro había eludido su pregunta y eso no era normal en él. Feyden siempre había sido una persona muy directa con el chico y el hecho de que ahora tratara de evitar el tema no le daba buena espina.
    —No me has contestado. ¿A quién me vas a presentar? Estás empezando a inquietarme con tanto secretismo…
    Feyden sonrió pero no le contestó. Se dio la vuelta y empezó a andar hacia su habitación. Yosh se quedó allí parado, en mitad de la sala de entrenamiento sin saber a qué venía el silencio de su maestro. Entonces, este se giró de pronto y lo miró.
    —¿A qué estas esperando? No se te ocurra llegar tarde, a las dos en punto te quiero en la puerta del castillo.

     
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Capitulo 1:Yosh (segunda parte)

    Zeshi estaba en su habitación, llevaba despierto varias horas pero no le apetecía levantarse todavía. Estaba nervioso como todos los años por esa fecha. Una vez por ciclo, todos los miembros de su familia se reunían en la casa principal, en la que vivían sus padres, sus hermanos y él. A lo largo de la mañana llegarían a Norinëy sus tíos y primos de las ciudades de Hexthi y Khass para cenar en familia antes del cambio de ciclo.
    La verdad es que a Zeshi nunca le había gustado esta tradición, por alguna razón creía que a sus tíos de Khass no les gustaba estar cerca de él y la situación era muy tensa. Además una de sus primas de Khass, Deryana, estaba embarazada y a punto de dar a luz y la perspectiva de que aquello pudiera ocurrir esa noche añadía otro punto de tensión a la velada.
    Sin embargo, en algún momento debía hacer aparición, así que decidió levantarse y desayunar con sus hermanos.
    Cuando llegó al comedor sus hermanos ya estaban en mitad del desayuno, pero sus padres no estaban allí.
    —Han ido a recibir a los tíos —dijo su hermano mayor, Erin.
    —¿Ya han llegado? —dijo Zeshi nervioso—. Esperaba que tardaran más.
    —¡Sí! —dijo Lais, su hermana menor, de 12 años, emocionada— ¿A que no sabes qué? Hoy el tío Meyr me va a traer la yegua que nació el año pasado. La voy a llamar Luna porque es blanca y muy bella.
    —¡Vaya! —dijo él tratando de fingir interés—. Pasarme la leche y unas cuantas rebanadas de pan, aún no he comido nada y no sé si tendremos tiempo en toda la mañana para picar algo.
    —Anímate —le dijo su hermano—. Seguro que no va a ser tan malo, no sé por qué odias tanto el cambio de ciclo.
    —No es el cambio de ciclo lo que odia, Erin —dijo su otro hermano, Meyr, que era un año mayor que él—. Si no la cena con la familia, y no me extraña la verdad, son malos con él. Además a mí tampoco me apetece escuchar otra vez las teorías sobre la desaparición de Ros, lo dan por muerto y hablan de él como si lo conocieran y solo lo veían una vez al año, como al resto de nosotros. ¿Cren que somos familia por eso? Te diré quiénes somos familia: tú, Lais, Zeshi, padre, madre y yo, ellos solo son conocidos. Apuesto a que si Brianna se pone de parto tendremos que pagar nosotros a la matrona.
    —¡Ya basta, son tu familia, tus tíos y tías, tus primos y primas, tus abuelos, y los respetarás como tal! —dijo Erin enfadado.
    —Tú no lo entiendes —respondió Meyr de nuevo—. Tú eres el hermano predilecto, el que va heredar el mando, son buenos contigo y comprendo que te caigan bien pero Ros era solo un hermano más para ti, para mí era MI hermano gemelo, nacimos juntos y he pasado toda mi vida con él, se fue y tú perdiste a tu hermano ¡pero yo he perdido a la otra parte de mi! —gritó con lágrimas en los ojos. — ¡Y no voy a permitir que ellos me digan que está muerto mientras pueda pensar lo contrario! Lo único que quieren es llevarse bien contigo para que les tengas en cuenta cuando heredes y tratan bien a Lais porque todavía es una niña pero a mi no paran de torturarme con la desaparición de Ros y a Zeshi le tratan realmente mal, le desprecian y lo sabes, siempre le miran por encima del hombro.
    Erin bajó la mirada, sintiéndose mal por lo que su hermano le había dicho. Él también echaba de menos a Ros, pero nunca se había parado a pensar en lo que su desaparición había significado para Meyr. Siempre se evitaba el tema, todos habían aprendido a sufrir su pérdida en solitario. Solo Zeshi y Meyr compartian sus sentimientos al respecto ya que eran los que más unidos estaban a Ros.
    —No sabía que te sentías así Meyr —dijo avergonzado—. Debería haber estado más a vuestro lado pero padre siempre me tiene ocupado. Sé que es duro, de verdad que lo sé, pero siguen formando parte de nuestra familia, descendemos del primer serim, somos un ejemplo para el resto de familias en los territorios serim y debemos comportarnos como un modelo a seguir. Y eso significa que a veces tenemos que hacer de tripas corazón, como hoy. Lo siento, pero es así.
    —Acabas de hablar como padre —dijo Lais de pronto, sorprendida. Erin sonrió agradecido y se sonrojó, mientras el resto de sus hermanos lo miraban orgullosos, como si por fin hubiera hecho bien su papel de hermano mayor.



    Yosh estaba en una de las habitaciones del castillo donde vivían los soldados y caballeros de Norinëy. Se había bañado después del entrenamiento con Feyden y ahora se sentía mucho mejor, sus músculos estaban doloridos pero el agua caliente los había desagarrotado un poco y ahora se movía con más facilidad. No sabía que iba a pasar a continuación así que cogió lo mejor que había entre sus ropas: unos pantalones oscuros que metió por dentro de sus botas de piel y una camisa blanca que había lavado con anterioridad y que parecía menos rota y desarrapada que el resto. Se miró un momento en el espejo del aseo de sus aposentos y por un momento pensó en peinarse como lo hacía cuando vivía con sus padres, pero luego decidió que se dejaría secar el pelo al aire como lo hacía normalmente.
    Hacía ya cinco años desde la última vez que vió a su familia y recordarlos de pronto le dolió más de lo que esperaba así que alejó esos pensamientos de su mente. Se revolvió el pelo y se afeitó para bajar a comer con su maestro y el invitado sorpresa.
    El castillo tenía 5 pisos de alto pero solo los tres últimos se utilizaban como habitaciones para los soldados, que se dividían según el rango: los soldados rasos se hospedaban en las habitaciones del último piso, los caballeros, que constituían el rango medio de mando, en el cuarto y los cargos superiores en el tercero. Los primero dos pisos, por otro lado, se dedicaban a las dependencias comunes: varios salones, salas de entrenamiento, el comedor, la cocina, etc.
    Yosh había empezado a vivir allí cuando su maestro se lo encontró en la calle y le dijo que si quería servir como caballero a Norinëy. Todo había sido diferente desde entonces, había encontrado en Feyden no solo una oportunidad, sino una nueva vida en la que podía ser libre y no estar asustado todo el tiempo. Le debía mucho a su maestro y nunca lo olvidaría, por eso siempre seguía sus órdenes, sin importar cuales fueran, por eso era capaz de entrenar aún cuando sus músculos ya no podían más. Se lo debía. Y no iba a fallarle.
    Con la sensación de que algo importante iba a ocurrir aquel día y la suposición de que tenía que ver con el invitado de Feyden, Yosh se decidió por fin a bajar a la puerta del castillo. Eran la una y media, pero quería estar allí lo antes posible.
    —Vaya, sí que eres puntual hoy, Yosh —dijo Feyden que estaba también en la puerta del castillo—. Pensaba recibir a nuestra visita antes de presentaros pero supongo que tendremos que improvisar.
    —¿Quién es?
    Su maestro, que estaba a su lado, le miró de reojo.
    —El día en que Arinor dependa de tu paciencia estaremos todos perdidos.
    —No es por mi paciencia, es solo que tengo esta sensación y no puedo quitármela de encima.
    —¿Qué sensación?
    —La de que algo malo va a ocurrir.
    Su maestro lo miró fijamente y con seriedad y entonces empezó a hablar.
    —Está bien, ya sabes que el capitán de la guardia no pasa mucho en el castillo porque se dedica a realizar misiones diplomáticas con los humanos. Hace ya cuatro meses partió hacia Ritten, la capital de los Reinos Humanos, porque algo importante había ocurrido, algo de que solo él y los Representantes de las Casas de los Serim están al tanto.
    —Sé que partió en mitad de la noche, varias personas le vieron.
    —Hace unos días me llegó un halcón con una carta suya en la que me decía que volvería pronto para informarme de la situación. Por lo visto, hoy es el día de su llegada —Yosh no podía creerlo, ningún soldado raso había tenido contacto en toda la historia con el capitán Dhar, para algunos era casi un mito.
    —¿Voy a conocer al capitán? —preguntó sorprendido.
    —Voy a presentarte al capitán —corrigió Feyden—. Verás Yosh, llevas en este castillo cuatro años y sabes que uno de los requisitos para que te nombren caballero es que hayas pasado por seis años de servicio como soldado. Yo he visto tu evolución, sé de qué eres capaz, y en todo el tiempo que llevo como caballero no he conocido a nadie más rápido y más certero con la espada. Eres perfectamente capaz de vencer a la mayoría de tus compañeros y siempre quedas el primero en las pruebas de habilidad. No necesitas dos años más, pero yo no puedo hacer nada al respecto, sin embargo, el capitán sí que tiene potestad para hacer una excepción y adelantar tu nombramiento. Por eso voy a presentártelo.
    Yosh estaba emocionado, lo que Feyden estaba a punto de hacer era una oportunidad única para perseguir lo que más ansiaba. Y no era quedarse en Norinëy como caballero.
    Su intención era partir hacia los Reinos Humanos, donde esperaba encontrar al asesino de sus padres. Y Feyden lo sabía, en el fondo. Aunque le hubiera cogido cariño al chico después de esos cuatro años y le gustara pensar que no se complicaría la vida y que se quedaría en Norinëy como caballero, Feyden sabía muy bien que la muerte de los padres de Yosh seguía persiguiendo a su aprendiz, sabía que seguía soñando con aquella noche y que nada de lo que pudiera conseguir en la ciudad le haría feliz. Porque él lo vio todo, y jamás podría olvidarlo. No mientras siguiera con vida. No mientras el asesino de sus padres siguiera con vida.
    Se les estaba acabando el tiempo. Pero Yosh necesitaba respuestas por encima de todo y buscándolas se arriesgaría a morir en el intento. Por eso su maestro esperaba que el Capitán le disuadiera, o que le mandara alguna misión sin importancia que le mantuviera alejado de la tentación durante un tiempo. Hasta que estuviera preparado para saber la verdad. Luego le acompañaría a Sirussa, al bosque donde los exiliados shiremay habitaban, para que descubriera quién era realmente y por qué quisieron quitar a su familia de en medio cuatro años atrás.
    De pronto vieron a lo lejos la figura de un hombre montado en un caballo negro que se acercaba hacia el castillo. Al ver a Feyden saludó con la mano y sonrió, y en ese momento Yosh fue consciente de que su maestro y el capitán estaban unidos más allá de sus rangos.
    —Vosotros sois amigos ¿verdad? —su maestro se rió.
    —Bueno… —dijo mientras se pasaba una mano por el pelo–. Yo he sido tu maestro desde que te encontré tirado en las calles, digamos que él hizo algo muy parecido por mí.
    El capitán llegó a dónde estaban y saludó cordialmente a Feyden. Después se quedó mirando a Yosh.
    —Este es mi alumno más aventajado, capitán. Esperaba que le hicieras un pequeño favor, pero mejor lo hablamos en la comida.
    El capitán era alto y rubio, tenía un aire de solemnidad que intimidaba a Yosh. El chico empezó a pensar que quizá no había sido una buena idea la de Feyden pero entonces Keyl, el capitán, habló:
    —Está bien, supongo que tenemos mucho de qué hablar. Espero que tu alumno…
    —Yosh.
    —Bien. Espero que Yosh acepte comer con nosotros, así me informáis de cuál es ese pequeño favor que esperáis que le haga.

    Estaban sentados en la mesa desde hacía ya una media hora y Yosh había alcanzado a intuir la complicidad que había entre su maestro y Keyl, habían estado hablando de cómo se conocieron.
    Al parecer cuando Feyden tenía dieciséis años el capitán lo había encontrado robando en las calles. Era huérafno desde los ocho y malvivía de la caridad de la gente y de lo que él mismo podía conseguir con sus propios medios. Un día, cuando acababa de robar una barra de pan de un puesto del mercado de la ciudad se había topado con el capitán de la guardia de Norinëy. Si no se hubiera puesto nervioso Keyl no se habría dado cuenta de nada, pero Feyden llevaba escrito en la frente lo que acababa de hacer.
    En ese momento el capitán le hizo una proposición extraña: le dijo que le enseñara cómo lo había robado. Y el maestro de Yosh lo hizo de nuevo, estaba acostumbrado a llevarse cosas de los puestos del mercado, solo había que crear una simple distracción y ser rápido con las manos.
    Después de aquello y a pesar de que tenía un año más de lo conveniente para entrar al servicio militar, el capitán le ofreció realizar su formación con él. Feyden dijo que sí sin pensárselo dos veces, la simple perspectiva de tener todos los días un plato de comida en la mesa y un techo donde dormir le pareció un sueño. Ahora, once años más tarde, eran, no solo miembros de la misma institución, sino también buenos amigos.
    —Tendrías que haber visto la cara del tendero del puesto del pan cuando le dije que un niño le había robado dos veces el mismo día, y una por orden mía —dijo el capitán entre carcajadas mientras Feyden sonreía—. Después le pagamos, por supuesto pero años después seguía sin fiarse de Feyden.
    —Así que mi maestro era un ladrón —dijo Yosh mirando a Feyden con picardía.
    —No hables demasiado alto, Yosh.
    —Vaya, veo que tenéis muchas cosas en común —dijo el capitán—. Supongo que por eso decidiste entrenarle ¿no, Feyden?
    —Algo así, capitán —respondió el maestro de Yosh.
    —Bueno Yosh, tu maestro ya me ha comentado que eres un soldado de los más aventajados. ¿Es eso cierto?
    —Supongo. Dejé de tener problemas para vencer a mis compañeros hace tiempo, si es lo que pregunta. Así que mi maestro consideró que era una buena idea que empezara a entrenar con los caballeros. Llevo con ellos ya un mes.
    —Vaya —dijo el capitán sorprendido—. ¿Cuándo son las pruebas de ascenso, Feyden?
    —En una semana, capitán.
    —Bien, Yosh. Voy a inscribirte en esas pruebas, si eres capaz de pasarlas te nombraré caballero y pasarás a ocupar una habitación en el segundo piso del castillo. Si no eres capaz, por lo menos habremos tenido un buen entretenimiento.

     
    Última edición: 11 Enero 2015
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    Aquí está la siguiente parte del capitulo 1 (la siguente la subiré el sábado y será la última de ese capítulo) espero que os guste:

    Capítulo 1: Yosh (tercera parte)

    En casa de los Sind la cena de cambio de ciclo fue incómoda, pero nadie esperaba lo que iba a ocurrir a continuación.

    El tema central volvió a ser la desaparición de Ros. Hacía ya un año desde que se fue de Norinëy. Solo Erinos sabía secretamente dónde estaba porque había encontrado una carta de su hijo dirijida a él en la que le pedía que no le siguieran, que se iba siguiendo el dictado de su corazón y que estaría a salvo. Erinos decidió no contárselo al resto de sus hijos por si alguno decidía irse también. No podían permitirlo en este momento. La familia debía permanecer unida.

    Meyr y Zeshi eran los que estaban más unidos a Ros. También los que lo pasaron peor. Al principio la inquietud de no saber dónde estaba o si estaba vivo. Y luego todo empeoró. La gente lo dio por muerto y su familia se destrozó.

    Para Zeshi siempre fue diferente, soñaba con él a menudo. Había pasado un año desde entonces y sin embargo el fantasma de su hermano seguía acudiendo a sus sueños, le decía que estaba vivo, que estaba a salvo, que había descubierto a unas personas increíbles, con las que ahora vivía, en un lugar en el cual, había conocido a una chica preciosa pero muy tímida que le provocaba sentimientos que nunca antes había experimentado; "ella es única."-le decía-"Espero poder presentártela pronto, hermano, y espero que tú también puedas sentir lo mismo algún día..."

    Cuando se despertaba siempre tenía la sensación de que todo era real. Como cuando tenía los ataques. Sus sueños eran diferentes a los del resto. Por eso sus familiares de las otras ciudades lo miraban mal. El niño de los ataques, el defectuoso en un linaje puro. Alguna vez había oído a sus tíos de Khass decir que quizá era un bastardo, porque nadie nunca en la estirpe de los Sind había tenido ese tipo de ataques. Se quedaba inconsciente durante horas, a veces días, con los ojos en blanco y murmurando palabras en sus sueños. Solo le había ocurrido tres veces, pero al parecer esas tres veces fueron suficientes para que el resto de su familia lo juzgara y empezara a tratarlo como a un extraño.

    Sus padres trataban de evitarle las situaciones en las que tenía que estar con su familia de las otras ciudades para que no lo pasara mal, pero la cena de final de ciclo era obligatoria para toda la familia.

    Debían dar ejemplo. Se decía que su familia, la estirpe Sind, provenía del primer Serim que habitó en Arinor, por lo que su linaje era el más puro y su casa la más noble y con más peso social. Pese a todo esto los primos y tíos de Zeshi se empeñaban en comportarse mal con él y en hacer de dicha reunión familiar un momento incómodo para todos.

    Además, Zeshi estaba totalmente convencido de que aquella noche iba a ocurrir algo malo. No podía quitarse ese mal presentimiento de encima. Y eso le hacía estar todavía más incómodo. Solo quería que acabara todo para irse a la cama y despertarse al día siguiente dándose cuenta de que esa sensación había sido errónea. Pero todavía quedaba noche por delante, su presentimiento todavía podía convertirse en una realidad.



    Yos y Feyden se habían quedado solos en la mesa mientras el capitán iba al aseo. Estaban en silencio, ambos sabían que ese momento era la calma que precedía a la tormenta. Entonces Yosh habló:

    —¿Por qué crees que ha venido en realidad, maestro? Porque dudo de que haya sido para hablar de vuestros tiempos pasados.

    Feyden tardó en contestar, tenía una extraña expresión de gravedad en el rostro.

    —No lo sé la verdad, pero no debe ser bueno, si no ya habría empezado a contarnos lo que ha vivido en Ritten. Debe ser grave porque le está costando encontrar el momento adecuado para hablar de ello.

    —Te dije que no tenía un buen presentimiento.

    —Lo sé Yosh, y también sé cómo te sientes respecto a ese tipo de sensaciones, pero no quería asustarte. Además, no todos los presentimientos que tiene la gente se cumplen. A veces simplemente los tenemos por nervios.

    —Los míos siempre se cumplen —dijo Yosh sombrío.

    Feyden dirigió la vista hacia su aprendiz, miraba al infinito con una expresión teñida de tristeza y nostalgia.

     
    Última edición: 13 Enero 2015
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    Capítulo 1: Yosh (última parte)
    Por fin había acabado la cena y Zeshi había tenido la posibilidad de escabullirse mientras el resto de la familia conversaba en el gran salón de la casa de los Sind. Había ido a la cocina con la excusa de beber un vaso de agua pero en realidad estaba allí porque no aguantaba más esa farsa. Todos haciendo como si se llevaran bien cuando en realidad no se aguantaban.

    Además, sentía una incómoda presión en el pecho. Estaba ansioso, cada vez más. La sensación que había tenido aquella mañana era más agobiante por momentos. Llevaba sintiéndose mal todo el día debido a su presentimiento, pero durante la cena todo había empeorado. Entre las miradas que le dirigían sus tíos y sus comentarios sobre la desaparición de Ros se había puesto todavía más nervioso pero había tratado de ocultarlo con todas sus fuerzas. Ahora ya no podía.

    Le dolía la cabeza y la presión en el pecho era cada vez más fuerte, por lo que le costaba respirar. Al verse así decidió coger un vaso de agua para calmarse un poco, sabía que si seguía así de nervioso podría acabar desmayándose. Cogió un vaso de una de las estanterías de la cocina y se sirvió agua de la jarra que los criados habían utilizado para servirles durante la cena. Respiraba entrecortadamente y cada vez le latía el corazón más deprisa. No podía quitarse un pensamiento de la cabeza: “está pasando”, “sea lo que sea está pasando ahora”.

    De pronto empezó a marearse, se sentía muy débil. Iba a desmayarse. Oyó un ruido lejano, como de un cristal rompiéndose y se dio cuenta de que se le había caído el vaso de las manos y se había roto en el suelo, mojándole los pies con el agua.

    Ya no podía respirar, a pesar de sus intentos. La vista se le nubló de negro y sintió que se caía pero alguien le cogió en brazos antes de que tocara el suelo.

    ¿Zeshi? —Reconoció la voz de su hermana. — ¡Zeshi despierta! —abrió los ojos lo justo para poder verla antes de perder el sentido, estaba a su lado. Lais los sostenía entre sus brazos y estaba… ¿llorando? —por favor despierta… tenemos que irnos… tenemos que ponernos a salvo… eso ha dicho padre… por favor…

    —¡Hay que levantarlo! —dijo otra voz.—Ayúdame, Meyr, tenemos que entrar en los pasadizos, allí no nos encontrarán.

    Zeshi sintió que se elevaba del suelo y que sus hermanos lo cogían por los hombros, trató de resistirse pero estaba demasiado débil. De pronto su vista se nubló y perdió el conocimiento.



    —Capitán… —comenzó Feyden. —supongo que ha venido a Norinëy porque ha ocurrido algo importante en Ritten.

    —Sí, Feyden, algo ha ocurrido. Y no sé hasta qué punto puede afectarnos a los serim —dijo muy serio. —El rey de los humanos ha muerto. Y el heredero enfermó hace ya unas semanas y se fue de los reinos humanos. No se ha vuelto a saber de él desde entonces pero es probable que haya muerto también. Se habla de envenenamiento. La gente quiere respuestas y creo que culpan secretamente a los pocos serim que estábamos allí. Nos han obligado a irnos, y quieren convocar un consejo de guerra —Feyden palideció.

    —¿Estamos en guerra con los humanos, capitán?

    —Todavía no. Para convocar un consejo de guerra necesitan un líder. Ese es precisamente el problema. Las cosas están muy tensas, han entrado en una guerra por la sucesión del reino. Y ya sabéis que uno de esos posibles líderes, Berrik, está en contra de que los serim podamos ir a los territorios de los humanos.

    Yosh no entendía nada, los humanos y los serim acordaron la paz después de la gran guerra, y desde entonces no había habido conflictos entre ellos. El tratado de paz se estaba cumpliendo. ¿Por qué ahora?

    —¿Quién podría querer envenenar al rey y al heredero de Ritten? —preguntó. — no tiene sentido…

    El semblante de su capitán se volvió aún más sombrío.

    —Sabéis quienes, la única raza humana que lo perdió todo con la guerra. Los Shiremay. Creemos que había varios en Ritten aquella noche, por lo visto sus simpatizantes se han organizado y los protegen, haciéndolos pasar por humanos. Mezclándose con ellos.

    —¿Qué debemos hacer? —dijo Feyden levantándose de su silla.

    —De momento nada, dejaremos que los humanos arreglen sus problemas entre ellos.

    —¡Podrían estar declarándonos la guerra ahora mismo! —dijo dando un golpe en la mesa.

    —¡Soldado! —gritó el capitán.— Creo que no hace falta que te recuerde quien tiene el rango más alto. Has llevado todo muy bien durante mis ausencias, pero ahora he vuelto. Así que no me lleves la contraria si no quieres que te releve.

    Yosh miró al suelo. Nuevamente había ocurrido, sus presentimientos se habían cumplido.


    Espero que os haya gustado, seguiré con el capítulo 2 en cuanto pueda pero agradecería algún comentario para saber qué opinais de la historia:)
     
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Capitulo 2: Akina

    Desterrados, buscados y asesinados.
    Desde hace siglos los Shiremay habían sido olvidados, confinados en el bosque maldito, se los acusaba de traidores, de asesinos.
    La guerra de los hombres... cuánto daño causó. Convirtió a los que solo buscaban la paz en proscritos y a los que buscaban únicamente el poder, en los mayores héroes jamás conocidos...



    Aquella mañana era soleada, aunque hacía un poco de viento. En aquel lugar la luz era verdosa, los tímidos rayos de sol se colaban entre las hojas de los árboles del bosque de Sirüssa, dando cierta calidez al ambiente.

    Ros la miró, se había quedado dormida a los pies de un alto y viejo árbol. En su mano reposaba un largo volumen sobre magia que Dzardt le había dejado y que solo ella y el viejo sabio eran capaces de leer.

    Era una joven promesa entre los Shiremay, algunos decía que su poder era un milagro de los dioses. Que cuando los humanos y los serim se enteraran de que Akina era capaz de curar cualquier herida les perdonarían por fin, y entenderían que ellos no fueron los que provocaron la masacre de los picos de Syr.

    El chico sonrió, quizá así, dormida, le recordaba un poco a su hermana, que ahora tendría su misma edad, pero el caso es que Ros sentía un cariño especial por aquella muchacha. Nadie pensaba que miembros de distintas especies pudieran llevarse tan bien.

    La gente pensaba demasiado, eso creía él.

    La despertó con suavidad y le explicó lo que había ocurrido. Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

    —¡¿Un humano?! ¿Aquí?

    —Eso parece. Tienes que curarle Akina. Nadie sabe cuál es el veneno. Este es un caso extremo.

    Ella lo miró con fiereza. No le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Y desde luego no le gustaba que otras personas la hicieran utilizar su don por capricho.

    —Y eso de que es un caso extremo lo dices tú ¿no? —Ros calló. No había querido ofenderla al decir eso, pero de pronto ella pareció relajarse. —Perdona, ya sabes que no me gusta que me molesten cuando estoy durmiendo. Está bien, iré. Pero... ¿quién es él?

    —Ya tendrás tiempo de preguntarle, porque yo no tengo ni la más remota idea. Ven conmigo.

    La llevó hasta la Casa Central, dónde El Gran Consejo debatía sobre el humano que estaba inconsciente en el centro de la sala, sobre la gran mesa redonda en la que los sabios se reunían.

    Akina se acercó al chico, de aparentemente diecisiete años. Deliraba. Sus ropas estaban hechas trizas, estaba pálido y tenía los labios resecos. Quería odiarlo, al fin y al cabo, era un humano y por culpa de ellos los Shiremay habían sido expulsados de sus casas y obligados a vivir en el exilio. Pero al verlo en semejante estado no pudo más que compadecerse de él. No estaba en su naturaleza odiar.

    —Vengo a curar al humano —dijo con voz firme al llegar ante El Gran Consejo.

    Unos asintieron con la cabeza, otros la miraron con seriedad.

    —Cuando acabes querremos hablar con él —le contestó Dzardt.

    Akina asintió y se volvió hacia el humano, estaba a las puertas de la muerte: deliraba, tenía mucha fiebre y parecía estar pasando por mucho dolor.

    —No sé si podré curarlo completamente.

    —Haz lo que puedas, después nosotros nos ocuparemos de él.

    ₪​

    Ros llegó a Sirüssa cuatro años antes. Su aspecto era espantoso, sus ropas estaban hechas trizas y estaba extremadamente pálido y delgado, seguramente no había comido nada en días.

    Aquel día, Akina, que todavía era una niña, se lo encontró a las afueras del bosque maldito cuando iba con su maestro a un claro del bosque donde los Shiremay estaban construyendo un templo para orar a los dioses.

    Desde el momento en que vio a ese muchacho castaño de ojos marrones desmayarse delante de ella supo que de alguna forma, sus destinos estaban entrelazados. En aquel sitio, y en ese mismo instante supo que todo era real. Supo que él era el serim con el que había estado soñando las últimas semanas. Y que traía algo importante consigo.

    Aunque no fue hasta después cuando averiguó lo que era.

    Akina se había separado de su maestro para coger fresas silvestres, que crecían cerca del claro donde se iba a construir el nuevo templo. Y fue allí, al norte del bosque, donde un muchacho unos años mayor que ella le pidió ayuda.

    —Vengo de Norinëy —dijo entrecortadamente—. Necesitaba hablar contigo… necesitaba saber que todo era real… —una pierna le falló y cayó de rodillas. —Tienes que decirme qué soy. Por favor.

    La muchacha estaba asustada y no supo qué contestar.

    —No sabes cuánto me ha costado llegar hasta aquí —dijo con esfuerzo.

    De pronto, el chico intentó levantarse para acercarse a ella, pero estaba demasiado débil y cayó de nuevo. Pero esta vez ya no intentó levantarse.

    No se movía y apenas respiraba. Akina se había quedado paralizada y no sabía qué hacer pero se forzó a actuar, si no hacía algo, el desconocido moriría. Y sería culpa suya.

    Se acercó a él y puso una mano en su frente. Tenía fiebre y heridas por todo el cuerpo, lo más probable era que hubiera pasado los últimos días al raso, que se le hubiera acabado el agua y que le hubiera dado una insolación.

    Sintió pena por él, y en aquel momento, sus manos comenzaron a irradiar una luz blanca y las heridas del chico empezaron a sanar, hasta estar totalmente curadas. No entendía qué estaba pasando.

    Se miró las manos nuevamente asustada y entonces algo le llamó la atención. El desconocido tenía una especie de colgante con símbolos por toda la superficie, como una pieza ovalada de jade, pero mucho más fina. La reconoció al instante. Había leído mucho sobre ella y había visto imágenes de los tiempos anteriores a la guerra. Aquel colgante era una pieza de algo más grande. Era una parte del amuleto de los dioses. El que mantuvo la paz durante tantos años.

    El amuleto de Ueya.

    ₪​
     
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    Hola!! ya he subido la primera parte del segundo capítulo. En este presento a otra de las protagonistas, como habeis visto.
    Agradecería mucho que me comentarais vuestras impresiones sobre la historia para poder mejorarla ya que es un proyecto que me interesa que salga bien y los comentarios podrían ayudarme mucho
     
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Capítulo 2: Akina (segunda parte)

    —¿Qué crees que van a hacerle? —Preguntó Akina muy seria.

    Ros observó al humano, no entendía qué podría haberle llevado hasta el bosque prohibido, y tampoco si podía ser peligroso para los shiremay. Suponía que el Gran Consejo trataría de averiguar sobretodo esto último. Pero no sabía qué ocurriría con él si llegaban a la conclusión de que ese chico constituía un peligro. Al fin y al cabo, cuando él llegó a Sirüssa todos fueron amables con él. Pero Ros había llegado con el amuleto de Ueya y eso era un signo de que se podía confiar en él. De lo contrario todo podría haber sido distinto.

    —No lo sé —contestó. — ¿Crees que podrás curarlo lo suficiente como para hablar con él antes de que lo hagan los sabios?

    Por toda respuesta, Akina se acercó al muchacho y se dispuso a curar sus heridas y eliminar el veneno de su organismo. Colocó una mano en la frente del chico y otra en el pecho y respiró hondo para relajarse y dejar que su don fluyera mejor.

    Poco a poco el muchacho empezó a recuperar la consciencia. Aún tardaría un tiempo en recuperarse pero por lo menos estaba despertando y eso era una buena señal.

    El desconocido abrió los ojos y se sobresaltó al ver a dos personas tan cerca de él. Trató de incorporarse pero le dolía mucho el hombro y le falló el brazo. Con una mueca de dolor se dejó caer de nuevo en la mesa. Todo le daba vueltas.

    —¿Dónde estoy? —preguntó.

    Ros fue directo al grano, no tenían tiempo que perder.

    —¿Quién eres y qué es lo último que recuerdas? —preguntó con gravedad. Akina se giró hacia él con una mirada de reproche.

    El chico miró a Ros con desconfianza.

    —Perdona a mi amigo —intervino Akina—. A veces es muy poco diplomático. Estás en el bosque de Sirüssa —dijo amablemente, mientras el chico la miraba con desprecio— ¿Cómo te llamas?

    —Mi nombre es Syrêm, soy el príncipe de Ritten

    —Y por tanto, el heredero de los reinos humanos —completó Ros, que no pudo ocultar su sorpresa.

    El chico los miró a ambos con una expresión altiva.

    —Exacto —afirmó.

    A Akina no le gustó nada la manera de comportarse de Syrêm, de pronto era demasiado orgulloso, estaba claro que no era más que un humano con prejuicios que ni entendía, ni querría nunca entender a su raza. Y mucho menos, verse mezclado con ella.

    —Yo soy Akina, la shiremay que te ha salvado la vida —dijo entonces con orgullo—. Así que estaría bien que como mínimo nos trataras con respeto. Tal vez en Ritten seas alguien importante pero aquí no eres ningún príncipe.

    En ese momento Ros trató de calmar la situación.

    —Yo soy Ros —dijo tendiéndole una mano.

    Syrêm mantuvo las distancias y no aceptó la mano que Ros le ofrecía. Intentó levantarse de nuevo pero no pudo, le dolía todo el cuerpo y todavía estaba muy débil.

    La shiremay que te ha salvado la vida —comentó con ironía—. No has salvado nada, solo has curado mis heridas. Estoy muerto igualmente.

    —El veneno ya no está en tu cuerpo —respondió ella.

    El joven príncipe sonrió.

    —¿Qué veneno? Lo que yo tengo es una enfermedad, nadie sabe cuál es, no tiene cura. Mi padre también estaba enfermo cuando yo me fui de Ritten.

    Akina y Ros cruzaron una mirada.

    —¿Te fuiste a dónde exactamente? —preguntó Ros intrigado. Ese chico había llegado gravemente herido.

    Syrêm lo miró de arriba abajo, como queriendo dejar claro que no era de su incumbencia.

    —A no obligar a mi madre a ver morir a su único hijo ¿algún problema?

    Akina se acercó al muchacho para examinar bien las heridas que no había podido curar.

    —Los síntomas que tenías se corresponden a los efectos de un veneno que se encuentra en algunos tipos de bayas de este bosque. Cuando los shiremay fueron exiliados y comenzamos a vivir aquí, algunos de ellos creyeron que esas bayas eran comestibles. Muchos murieron en cuestión de semanas.

    —¿Quieres decir que un shiremay trató de asesinarme?

    La chica frunció el ceño.

    —No quiero decir nada, solo que nosotros también hemos padecido los efectos de ese veneno. Es posible que las mismas bayas que son venenosas aquí crezcan también en otros lugares.

    —Ya —contestó Syrêm con sarcasmo.

    Akina estaba empezando ya a cansarse de la manera de actuar de ese muchacho.

    —Mira ya está bien, piensa lo que quieras, sinceramente a mí no me importa lo que creas siempre y cuando no traiga repercusiones para el resto de los shiremay. Yo te he salvado la vida, que era lo que tenía que hacer, ahora ya no eres problema mío.

    Ella se giró e hizo ademán de marcharse pero Ros la detuvo.

    —Si ha dicho que su padre tenía los mismos síntomas podría estar siendo envenenado también, podría morir —comentó en voz baja para que solo le oyera Akina.

    La chica miró a su amigo, con rabia.

    —No es asunto mío. Lo que ocurra en los Reinos Humanos es problema de otros —contestó ella—. Tu eres un serim y al igual que ellos no lo entiendes ¿tienes idea de todo lo que hemos sufrido por su culpa, por vuestra culpa?

    —Te estás desviando del tema, no te estaba pidiendo que viajaras a Ritten a salvar al rey. Pero si está siendo envenenado, y creen que es culpa de los shiremay… eso sí podría traer consecuencias los habitantes de este lugar, Akina.

    —Que lo decida el Gran Consejo, para eso están. Igualmente quieren hablar con él. Serán los sabios los que decidan qué hacer contigo a partir de ahora —dijo girándose hacia el humano—. Querías que habláramos con él antes y lo hemos hecho, Ros, pero es imposible razonar con alguien cuyos prejuicios están tan arraigados. Cree que es superior al resto, cree que es superior que los shiremay, y yo no pienso aguantar a este niño malcriado ni un minuto más. Voy a avisar de que ya ha recuperado la consciencia.

    Tras decir esto se marchó de la Casa Central.

    —Así que tú eres un serim —comentó Syrêm cuando Akina se había marchado— ¿Eres de Norinëy? —Ros asintió—. Desde el principio me había parecido que no podías ser un shiremay

    —No recuerdo haber dicho que lo sea —respondió tranquilamente.

    —¿Y qué hace un serim con los exiliados? ¿Acaso eres un traidor? —Ros sonrió.

    —No te equivoques, humano, yo no he traicionado a nadie.

    —Entonces ¿por qué estas con los shiremay? ¿Por qué no estás en Norinëy con los tuyos?

    —A veces un cambio viene bien, digamos que me he encontrado a mí mismo aquí.

    Syrêm le miró desconfiadamente. En ese momento Akina volvió a entrár a la sala.

    —El gran consejo querrá hablar con él —dijo—. Pero aún no puede moverse y necesito tiempo para poder volver a hacer el conjuro de curación así que me han dicho que lo llevemos a casa, para que pueda descansar.

    Akina y Ros llevaron a Syrêm a su casa y una vez allí le proporcionaron una habitación donde reposar. Luego Ros fue a comentarles al resto de los que habitaban en aquella casa cuál era la situación mientras Akina cosía las heridas de Syrêm en su habitación.

    Cuando terminó de ponerle los vendajes se levantó y recogió los desechos de vendas e hilo que habían quedado por el suelo.

    —Aquí te dejo un poco de agua, por si te entra sed —dijo señalando la mesita que había al lado de la cama justo antes de girarse para dejarle dormir.

    Él la sujetó de la muñeca para que no se fuera y la miró a los ojos.

    —Sé que me he comportado como un capullo y también sé qué no tenías por qué curar mis heridas ni por qué salvarme la vida. No estoy acostumbrado a esto, nunca había visto a un shiremay y bueno… supongo que solo he oído una de las versiones sobre lo que pasó en la Guerra de los Hombres. Siento haberte tratado mal.

    Akina sonrió.

    —Acepto tus disculpas…

    —Gracias por todo lo que has hecho.

    —No me has dejado acabar —dijo mirándole muy fijamente—. Acepto tus disculpas, y si son verdaderas estaré encantada de ayudarte en lo que necesites. Pero si crees que tratarme bien ahora te va a librar de ser juzgado por el Gran Consejo estás muy equivocado.

    Syrêm bajó la mirada.

    —Entiendo que estás en un lugar desconocido con gente desconocida, así que me quedaré contigo si eso te hace sentir más tranquilo.

    El príncipe la miró ofendido, pero luego se relajó y asintió con la cabeza. Pronto se durmió.
     
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Capitulo 2: Akina (tercera parte)


    Los shiremay solían vivir en casas grandes, con suficientes habitaciones para alojar a ocho personas. Eso hacía más fácil vivir en un bosque ya que los árboles impedían la construcción de grandes ciudades con muchas viviendas.
    Ros llevaba una semana viviendo con los shiremay y cada vez le asombraban más. Sobre todo Akina, ella era diferente, igual que él. No había estado seguro hasta que la había visto curar sus heridas pero ahora sabía cuál era la razón por la que soñaba con ella casi todas las noches desde hacía meses.
    Los primeros días fueron muy extraños, el Gran Consejo le obligó a explicar delante de todos los shiremay de la ciudad de Sirüssa cuáles eran sus intenciones, de dónde venía, y si alguien iba a venir a buscarlo. Al parecer todos estaban muy nerviosos con su llegada porque pensaban que los serim querían atacarles. Ros apenas llegaba a intuir por lo que habían pasado desde la guerra. Para él la Guerra de los Hombres no era más que un capítulo en la historia que su padre le había contado cuando era niño.
    En aquella historia, tanto los serim como los humanos culpaban a los shiremay por una batalla que se libró en los picos de Syr, en el centro del continente, y que acabó siendo una masacre. Muchos serim y humanos murieron en esa batalla. La historia oficial contaba que los shiremay habían utilizado sus capacidades mentales para convencer a los otros dos bandos de que acabasen con el otro, manipulándolos para librarse de la guerra de una vez por todas.
    Pero lo que Ros estaba viendo a lo largo de los días que pasaba con Akina y el resto de los shiremay es que ellos no podrían haber hecho semejante cosa. Eran demasiado buenos para ello. Demasiado creyentes. De hecho, ellos culpaban a los dioses por todo lo ocurrido, a Liehna y a Zvokshu. Eso le había contado Akina.
    —Todo tiene que ver con el amuleto de Ueya —le dijo ella—. Ese que llevas colgado al cuello.
    Ros no entendía nada, en su casa los dioses nunca habían significado nada, nadie era realmente creyente, se seguían las viejas tradiciones pero solo porque siempre se había hecho. Solo su hermano Zeshi creía en los dioses realmente, decía que casi podía sentir su influencia.
    En aquel bosque todo era diferente, estaba aprendiendo muchas cosas que desconocía sobre la luz y la oscuridad, sobre los dioses y sobre las tres razas. En apenas unos días estaba obteniendo respuestas a preguntas que aún no se había formulado.
    Y lo mejor era que ellos le habían aceptado, obviamente tenía que ver con el hecho de que pensaban que aquel colgante que él llevaba era el amuleto de Ueya. Pero eso era imposible, había sido un obsequio de su padre y aunque lo tenía desde hacía tempo nunca había demostrado tener ningún poder.



    Akina fue a la habitación donde estaba Syrêm a la mañana siguiente a llevarle comida. Llevaba dormido desde que ella se había quedado con él, así que había decidido ir a por algo de comida para cuando despertara.
    El humano se sobresaltó en el momento en que ella entraba en la habitación y la arrinconó con una daga en la mano, contra la pared, presionando ligeramente en su fina y suave piel.
    Al sentir la daga en su cuello Akina no supo qué hacer, se le cayó la bandeja en la que llevaba la comida. Unos segundos después Syrêm se apartó y se sentó de nuevo en la cama pidiéndole perdón. Ella no reaccionó.
    Él se levantó y se acercó a ella, pidiéndole perdón, diciendo que no quería hacerle daño. Akina se dio cuenta de que sus ojos eran muy fríos. De un azul tan pálido que casi parecían plateados. El pelo era cobrizo, lo que le hacía cara de bueno aunque no había demostrado serlo.
    Syrêm le ofreció la daga con la que la había amenazado.
    —He actuado de forma instintiva. Lo siento, de verdad.
    Por fin, Akina reaccionó. Cogió la daga que él le ofrecía y se acercó a la mesita para dejarla allí. Entonces la puerta se abrió de golpe. Akina escondió rápidamente la daga en uno de los cajones de la mesa.
    —Akina, ¿qué ha pasado? —Dijo una chica de unos veinte años— Hemos oído un estruendo.
    —Nada Vellara —contestó ella mientras se encogía de hombros—. Una tontería, al verme entrar se ha sobresaltado y yo me asustado también y he tirado la bandeja al suelo sin querer. Ahora lo limpio, no te preocupes —dijo con su mejor sonrisa.
    —Está bien, voy a llevarme la bandeja al menos. —Se giró hacia Syrêm—. Me parece que vas a tener que bajar a comer al final. —Sonrió y le tendió la mano—. Soy Vellara, vivo en esta casa también. Voy a prepararte algo de comer ¿de acuerdo?
    Él le estrechó la mano.
    —De acuerdo, gracias.
    —¡Vaya! Pero si habla y todo, ya pensaba que ibas a quedarte ahí con esa cara de pasmarote.
    —¡Vellara! —se quejó Akina, escandalizada.
    —¿Qué? Es demasiado serio.
    —Eso es porque no me conoces —dijo Syrêm más tranquilo.
    —Encerrado en esta habitación no es que te estés dejando conocer… —contestó Vellara antes de salir de la habitación.
    Syrêm sonrió y miró a Akina, se había puesto a recoger la comida que había por el suelo.
    —Me gusta tu amiga. —Ella lo miró levantando una ceja.
    —Tiene novio.
    —No me refería a eso —dijo tras una carcajada.
    —Bueno, ya la has oído, abajo a comer, que tienes que hablar con el Consejo hoy.
    Él se puso serio de nuevo.
    —Gracias por cubrirme, no sé qué me ha pasado.
    —Como he dicho, ha sido una tontería. Sería absurdo provocar el pánico por un susto. Pero que no se repita. —Syrêm asintió.
    —¿Qué va a hacerme el Gran Consejo? —Ella puso los ojos en blanco.
    —¡Por todos los dioses! Solo van a hacerte un par de preguntas. En el peor de los casos te encerrarán hasta que decidan qué hacer contigo. Pero solo si eres una amenaza. ¿Eres una amenaza, Syrêm?
    —No —aseguró él.
    —Entonces no tienes de qué preocuparte. Los shiremay no condenamos a alguien por el simple hecho de ser de otra raza. Venga, te acompañaré abajo —dijo cuando había acabado de limpiar los restos de comida que había por el suelo.
     
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    Capítulo 2: Akina (última parte)


    Akina se encontró a Ros a las afueras de la ciudad. Llevaba viviendo con ellos ya un mes y medio y todos estaban muy contentos con él. A pesar de tener una cultura muy diferente a la de los shiremay se estaba adaptando al ritmo de vida en el bosque.
    Las primeras semanas sobre todo, se las pasó haciendo preguntas sobre un montón de temas relacionados con los dioses y con los dragones. Akina sabía que toda su curiosidad venía dada por el poder que tenía. Ros tenía ciertas capacidades que no eran normales en su raza, podía leer la mente de quienes se encontraban a su alrededor y también comunicarse mentalmente.
    Dzardt estaba intentando enseñarle a controlar mejor su poder, igual que con Akina. Sin embargo, a pesar de que para ella su don era más reciente porque lo había descubierto con la llegada de Ros, él estaba teniendo más problemas para controlar sus capacidades.
    Akina se había llevado muy bien con él desde el principio. Congeniaron en seguida. Ros le hablaba de Norinëy, de la familia que había dejado allí, de la estructura socio-política de los serim y ella a cambio, le explicaba todo sobre los shiremay.
    Pero los últimos días Ros había empezado a distanciarse del resto, pasaba más tiempo solo y cuando estaba en compañía de alguien estaba muy callado. Así que aquella noche cuando él salió de casa mientras los demás dormían Akina decidió ir a buscarlo.
    Y lo encontró.
    Estaba sentado en una roca en la orilla del río, con los pies metidos en el agua. Desde donde estaba Akina podía ver que sostenía entre sus manos su colgante. Se acercó a él.
    —Llevas un par de días muy raro —le dijo mientras se sentaba a su lado—. ¿Qué te pasa?
    Ros la miró y sonrió pero ella pudo ver a la luz de la luna que tenía los ojos llorosos.
    —Echo de menos a mi familia —contestó encogiéndose de hombros mientras volvía a mirar el amuleto—, eso es todo.
    Akina puso su mano sobre las de él.
    —Llevas mucho tiempo sin verlos, es normal. Debe estar siendo muy duro para ti. Quiero que sepas que si necesitas algo, cualquier cosa, estoy aquí para ti.
    Él le devolvió el gesto cogiéndole la mano.
    —Gracias. —Levantó la vista hacia la luna—. Yo tengo un hermano gemelo ¿sabes? Debe estar destrozado. Y otro que tiene pánico a las noches sin luna.
    —Chico listo —respondió Akina sonriendo—. Las noches sin luna son en las que domina Zvokshu, y tanto él como Liehna son dioses del caos.
    —Yo nunca he sido capaz de creer en estas cosas, en mi familia se siguen las costumbres pero nosotros siempre hemos pensado que cada persona se busca su propia suerte. Eso solía decir Erin, mi hermano mayor.
    —¿Sois todos chicos?
    —No —dijo él y se le iluminó la cara—. Tenemos una hermana, la más pequeña, se llama Lais, tiene tu edad. Supongo que también me echará mucho de menos. Seguro que se sienten fatal, Akina, me fui sin avisar, apenas les dejé una nota a mis padres.
    Akina se dio cuenta de que una lágrima resbalaba por el rostro de su amigo y le abrazó con todas sus fuerzas.
    —Volverás a verlos Ros, de hecho, puedes volver cuando quieras. Aunque no quiera que te vayas, si es lo mejor para ti…
    —¿Qué? —Cortó él. Ella se sonrojó.
    —Pues que no me gustaría que te fueras, te echaría de menos.
    Ros la miró fijamente y lo vio con toda claridad. No había nadie como ella. Era perfecta. Supo que llevaba buscando a aquella muchacha mucho más tiempo del que creía. Y también supo, que ahora que la había encontrado por fin, no podía permitirse perderla. No lo soportaría.
    Aquella noche ambos se dieron cuenta de que entre ellos había algo más que una amistad. Y desde entonces Ros nunca había vuelto a pensar en dejarla, ni Akina había dejado de querer estar con él. Parecía que estaban predestinados a estar juntos. Y cuatro años después todavía lo sentían del mismo modo.

    Akina le había estado hablando a Syrêm sobre los shiremay y lo que iba a ocurrir a continuación. Irían a la Casa Central, en la que habitaban los sabios y allí tendría que responder a algunas preguntas delante de otros shiremay que acudirían como audiencia para informarse de lo que estaba pasando con el humano.
    Ros y Akina quedaron en que le acompañarían y se quedarían como audiencia, así, por lo menos, tendría dos caras conocidas y se sentiría más cómodo.
    Llegaron a la casa de los sabios a la hora acordada, con la caída del sol. Syrêm había pensado que Akina viviría en el centro de Sirüssa pero en realidad, habitaba en una de las casas de las afueras de la ciudad. Ros le comentó que a ella no le gustaba nada llamar la atención y ya tenía bastante con su poder como para vivir en la zona más concurrida de la ciudad.
    En el salón de la Casa Central habría como pocas veinticinco personas, que miraban a aquel desconocido con una mezcla de miedo y rencor. Estaba claro que para ellos esa situación también era algo extraordinario y no sabían muy bien qué podían esperar. En el centro de aquel salón estaba la mesa ovalada sobre la que Akina le había curado el día anterior. Sentados en la parte más ancha de aquella mesa estaban los cinco sabios que conformaban el Gran Consejo.
    Ros empujó un poco a Syrêm y este se acercó a la mesa. Una vez allí el más viejo de los sabios y el maestro de Akina, Dzardt, le dijo que se sentara en la silla que había delante de ellos y le preguntó:
    —¿Cómo te llamas?
    —Me llamo Syrêm, soy el príncipe de Ritten, hijo de Kharedt y heredero de los reinos humanos.
    —¿Por qué estás tan lejos de tu reino, humano? —Preguntó otro, uno moreno, más joven que el maestro de Akina— ¿Y cómo llegaste aquí?
    —Esa es... —Se pasó la mano por el pelo y miró a su alrededor—. Es una larga historia.
     
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    Antes de nada perdonad que haya tardado tanto en actualizar la historia pero he estado muy ocupada y me ha resultado muy dificil encontrar tiempo para escribir
    El capítulo tres lo subo en dos partes porque me ha salido bastante largo con respecto a los otros así que lo voy a dividir en 2 que subiré ahora seguidos.
    Por último daros las gracias a los que os pasais por la historia, agradezco que os interese lo suficiente como para entrar a echar un vistazo o a leerla entera.
    Trataré de no tardar tanto con el próximo capítulo pero de todas formas os iré avisando de cómo voy de tiempo y eso, a ver si en dos semanas puedo tenerlo acabado.
    Gracias a todos y aqui teneis el tercer capítulo, espero que os guste ;)
     
  13.  
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
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    Capítulo 3: Syrêm

    Los humanos, nacidos con ansias de poder...codiciosos seres cuyo único afán es reinar sobre todo... ejercer de dioses en un mundo que ya los tiene.

    La Orden Arcaica les acecha. Desde la tierra de las sombras esta antigua orden sigue los pasos de los Dioses corrompida por su poder. Un ejército de almas les protege de la traición y la derrota. ¿Reinarán en Arinor los que de la oscuridad absorben poder y en las sombras moran?


    ¿Quién dará paz a las almas de los guerreros caídos, que aún susurran en las noches más oscuras?

    ¿Quién salvará a las tres razas humanas de la muerte y la locura...?



    Syrêm se giró para localizar a Akina y a Ros, ver unas caras conocidas entre tantos extraños le ayudó a mantener la calma. Todos los que estaban allí lo miraban fijamente, esperando su historia, esperando saber si era una amenaza para ellos. Pero ¿y si lo fuera? Si una persona contaba una historia falsa delante de aquel consejo… ¿Cómo iban a saberlo?

    —Está bien —dijo al fin reconfortado por la sonrisa de Akina—. Empezaré por el principio.



    Cuatro semanas antes Syrêm había empezado a encontrarse realmente mal. Estaba cazando con un primo suyo del condado de Shun cuando se desmayó. Llevaba toda la mañana con un intenso dolor de cabeza que no le había permitido dormir la noche anterior.

    Su primo Kaleyn, había llamado corriendo para pedir ayuda y entre él y uno de los guardias habían llevado al príncipe de vuelta al castillo.

    Syrêm tardaría dos horas en recuperar la conciencia, pero para cuando lo hizo, el médico de la familia real ya había proporcionado un diagnóstico a los reyes de Ritten. El príncipe, el único heredero, se estaba muriendo. Había desarrollado una enfermedad que él desconocía y que no sabía cómo tratar.

    Los días siguientes fueron un caos, sus padres no paraban de buscar a alguien que consiguiera curar a su hijo. Llegaron incluso a ofrecer una recompensa. Pero todo era en vano.

    Y al final de la semana el rey comenzó a mostrar los mismos síntomas que Syrêm. Según dijo el médico, aquella enfermedad era contagiosa. Esa palabra lo cambió todo para el chico. Estaba decidido a irse de allí. Cada momento que pasaba al lado de su madre la estaba poniendo en peligro. Y cada vez que miraba a su padre se sentía culpable por haberle contagiado. Así que, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde para el rey, cogió a su caballo y se marchó de Ritten, sin despedidas y sin mirar atrás. Simplemente se fue a morir a otro lugar.

    Había un sitio que siempre había querido visitar. Había oído tantas historias que tenía que verlo, al menos una vez en su vida. El lugar donde murió su tío, el antiguo conde de Leja. El lugar donde tantos soldados cayeron.

    Los picos de Syr.

    Aquel era un buen lugar para morir, rodeado de los héroes que murieron en la masacre. Por fin podría poner una imagen al lugar del que tanto le habían hablado sus maestros y sus padres. Miraría a la historia a los ojos y pasaría a formar parte de ella. Syrêm era consciente de que no volvería nunca a su hogar. Estaba preparado para morir, pero no para lo que encontró en aquellas montañas.


    Llegó al centro de Ohmkratie, a la cordillera de Syr, al sexto día de viaje. De haber estado en plenas condiciones habría tardado solo cuatro. Pero tuvo que parar en varias ocasiones debido al malestar que le provocaban los dolores de cabeza. Luego los desmayos se hicieron más frecuentes. Y comenzaron las alucinaciones.

    Había momentos en los que le constaba respirar, pero a pesar de ello no dejaba de levantarse cada mañana y cabalgar, hasta que ya no podía más. Había momentos en los que se olvidaba del dolor y solo podía pensar en su destino. Como si una fuerza más grande que él mismo le empujara hacia las montañas del centro del continente.

    Quizá esa sensación era provocada por su enfermedad. Pero durante esos seis días de viaje se convirtió en una obsesión. Por primera vez en su vida sentía que tenía una misión. Debía llegar a Syr…




    —…aunque fuera lo último que hiciera debía llegar hasta allí.

    Syrêm hizo una pausa, todos le escuchaban con atención. Levantó la cabeza y observó por un momento a los cinco sabios que conformaban el Gran Consejo. Dzardt le hizo una señal indicándole que continuara con su relato, pero el chico vaciló. «Van a creer que estoy loco» pensó.

    Una imagen cruzó por su mente, la imagen de lo que se encontró en los picos de Syr. Pero aquello era imposible, todo el mundo lo sabía. No podía estar seguro de que aquello no fuera una alucinación provocada por su enfermedad, ni siquiera sabía si debía decir en voz alta lo que había visto. O lo que había creído ver.

    Pero ahí estaba ese recuerdo, grabado en su mente. El recuerdo de una llamarada, y un rugido aterrador. Una nueva llamarada, y el enorme animal de color negro del que provenía el fuego.

    Ros se levantó de golpe y todo el mundo se giró hacia él. Tenía los ojos muy abiertos y la mirada clavada en Syrêm. Akina se apresuró a actuar antes de que la situación se volviera más incómoda.

    —¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal? —le preguntó en voz baja.

    —No es posible —murmuró—. Son… una leyenda.

    Syrêm entrecerró los ojos, «¿y ahora a este qué le pasa?»

    —¿Qué ocurre, Ros? —preguntó finalmente Dzardt.

    —No sé si debería…

    —Habla —le instó el anciano seriamente.

    —Es su mente —comenzó—. He visto una imagen en ella. Si no supiera que es imposible pensaría que era la imagen de un dragón. Un enorme dragón que atacaba a Syrêm.

    Se oyó una exclamación general y luego todo el mundo comenzó a murmurar, algunos rieron con sarcasmo. Pero Syrêm se quedó muy callado, mirando a Ros con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Entonces, Loren, otro de los miembros del Consejo, mandó callar a todos los que estaban en la sala.

    —Bien —dijo mirando a Syrêm—, continúa tu historia por favor. Como ves, estamos ansiosos por saber qué te pasó en Syr.

    —¡¿Qué continúe?! No hasta que alguien me explique qué ha sido eso —dijo claramente enfadado mientras señalaba a Ros.

    Los murmullos volvieron.

    —¡Silencio! —ordenó Dzardt para que todos se callaran—. Ros es capaz de leer la mente de aquellos a los que tiene cerca —dijo contestando a Syrêm.

    —Ningún serim puede hacer eso —dijo el príncipe.

    —El sí. Ahora por favor continúa, no es a Ros al que estamos juzgando aquí. Y no voy a pedírtelo otra vez.

    —¡Pero si no necesitáis que yo os diga nada! Él podría saberlo absolutamente todo de mí ¿A qué viene esta farsa entonces? Todo se reduce a que no os fiais de mí.

    —Exacto. Se trata exactamente de eso —dijo el maestro de Akina con tono amenazante.

    Syrêm le aguantó la mirada unos segundos más, pero luego se dio cuenta de que no le iba a servir de nada comportarse así. Y a regañadientes, comenzó a hablar.





    La cordillera de Syr tenía una forma casi circular, en el centro había un valle que quedaba rodeado por las montañas. Allí, había un pequeño lago que conectaba los tres ríos más caudalosos de todo el continente. Era de noche cuando Syrêm llegó montado en su caballo y extremadamente cansado. Por fin había alcanzado el centro de la cordillera donde se desarrolló la última gran batalla de la guerra y lo primero que hizo fue buscar un lugar recogido donde poder descansar. Unos diez minutos después encontró una pequeña cueva cerca del lago donde podría hacer un fuego para aguantar las bajas temperaturas que había allí.

    Cuando el fuego ya estaba encendido observó un momento el lago y le pareció extraño que no estuviera recubierto de una capa de hielo, ya que en aquel lugar, todo estaba nevado. Desde la cueva se oía con fuerza las ráfagas de viento y el rumor del agua. Al día siguiente Syrêm tenía planeado rodear el lago para llegar a la otra orilla, donde se enterró a los serim y los humanos caídos en la batalla de Syr. Pero esa noche estaba muy cansado, y solo podía pensar en dormir. Así que se acurrucó al lado del fuego y se tapó como pudo esperando poder conciliar el sueño.


    Se despertó con la primera luz del día, el sol se asomaba entre las montañas y no había ninguna nube que enturbiara la brillante luz anaranjada del amanecer. Syrêm sintió frío, pero no era el frío al que estaba acostumbrado, era muy intenso, como si le hubiera calado todos los huesos. La hoguera estaba totalmente apagada a pesar de que la leña no se había consumido del todo. “Maldito viento”, pensó.

    Trató de levantarse pero entonces el dolor de cabeza volvió y su vista se nubló. Tuvo que apoyarse en la pared para mantenerse en pie. Cuando por fin se estabilizó un poco y dejó de sentirse mareado se apartó de la pared y se frotó las manos para entrar un poco en calor. Iba a ponerse los guantes de cuero cuando se dio cuenta de que tenía las manos negras, como si las hubiera metido en hollín. Se giró de nuevo a la pared y se dio cuenta de que estaba toda de color negro. Pasó los dedos por la superficie retiró un poco de aquella capa negra.

    Efectivamente era hollín. La noche anterior no se había dado cuenta de este detalle porque estaba demasiado cansado como para fijarse en lo que había a su alrededor pero toda la cueva estaba recubierta de hollín.

    “¿Qué coño?”

    Frunció el ceño, extrañado. Aquello no era normal ¿un incendio tan grande, en un lugar tan frío? Sin pensarlo dos veces fabricó una antorcha con un trapo y uno de los palos que solía llevar en el jergón de su caballo y echó a andar hacia el interior de aquella cueva para descubrir hasta dónde había llegado el fuego. Según avanzaba la cueva iba haciéndose más amplia pero las paredes seguían estando igual de negras. El corazón le latía muy fuertemente y cada vez estaba más nervioso. Algo en su cabeza le pedía a gritos que se largara de allí. Pero siguió avanzando, porque en su interior intuía algo que la razón la impedía admitir. Siguió avanzando con paso firme, esperando una respuesta. Hasta que ya no pudo avanzar más.

    Cuando ya llevaba un rato adentrándose en aquella cueva llegó a una especie de cámara subterránea. Tuvo que frenar en seco porque el camino por el que estaba avanzando acababa en un abrupto y alto precipicio. Si hubiera dado un solo paso más, probablemente ahora estaría muerto. Se asomó al borde.

    Nada.

    No veía absolutamente nada. Pero aquel lugar le daba muy mala espina. Y decidió no pasar allí más tiempo del necesario.

    No fue capaz de ver los brillos de las armaduras, ni de las espadas. Y, aunque decepcionado, volvió por donde había venido sin pensar en los cadáveres que no fue capaz de ver en la oscuridad de aquella caverna.

    Con determinación volvió a montar en su caballo, a pesar del frío, y comenzó a rodear el lago para llegar a la otra orilla. Porque al volver de aquella cámara subterránea tuvo una sensación extraña. Como si algo estuviera esperándole allí, al otro lado del lago. Y por alguna razón, sentía que en esta ocasión no era la muerte la que guiaba sus pasos, sino una especie de sentido del deber que no alcanzaba a comprender. Así que reemprendió su camino hacia el cementerio de Syr, un lugar que se consideraba sagrado desde el tratado de paz.

    Pero al llegar allí se encontró una imagen grotesca: las tumbas habían sido saqueadas. Más bien parecía que alguien hubiera removido toda la tierra y con ella las tumbas. Syrêm quedó horrorizado ante aquella barbaridad. El lugar estaba destrozado: los huesos estaban esparcidos por la tierra, las armaduras de los soldados caídos estaban aplastadas y tiradas de cualquier manera en el suelo.

    “¿Cómo han podido hacer algo así?”, pensó impactado por la situación.

    De pronto vio algo brillante entre la nieve y se acercó a uno de los esqueletos. Tenía colgada al cuello una piedra ovalada, con inscripciones por toda la superficie. Recordaba haber visto algo así una vez, pero no era capaz de acordarse de dónde.

    Se agachó al lado de aquel esqueleto y cogió aquel colgante entre sus manos. Lo observó con atención, intentando identificar dónde había visto aquel colgante. Los guantes le molestaban y aquel óvalo se le cayó de entre las manos, así que se quitó el de la mano derecha y agarró de nuevo el colgante.

    Su corazón dio un vuelco. Aquel objeto comenzó a irradiar una tenue luz y Syrêm comenzó a sentirse fuerte de nuevo. Respiraba profundamente, intentando contener la emoción que le estaba embargando. Sentía su corazón palpitando fuertemente en su pecho e instintivamente cerró la mano con fuerza dejando que la emoción le invadiera. Notando como, poco a poco, se iba sintiendo menos enfermo, como le invadía una ola de bienestar. Sanándolo. Y por primera vez, haciéndolo sentir completo.

    Entonces recordó.

    Años atrás su madre le había llevado a Leja y le había enseñado un retrato de su hermano. El antiguo conde de Leja. Su tío.

    Aquel cadáver era el de su tío Larreïn.





    Silencio.

    Nadie susurraba ya, nadie hablaba, ni se reía. Solo le miraban fijamente. Algunos hasta estaban más pálidos. Syrêm se sentía extraño. Todos le miraban con interés. Con demasiado interés, desde que había mencionado el colgante de su tío. Sintió el impulso de llevarse la mano al pecho para asegurarse de que todavía seguía allí. Pero se contuvo, porque él tampoco se fiaba de los shiremay. Y no iba a mostrarles de una manera tan obvia dónde estaba aquel objeto.

    De pronto se preguntó qué pasaría si decidían arrebatarle el colgante. Sabía que era poderoso. Y que la Orden Arcaica lo estaba buscando ¿Cómo podía fiarse? ¿Cómo podía estar seguro de que no había ningún miembro de la Orden entre los presentes en aquel juicio?

    Una voz le sacó de sus pensamientos. Era la de Dzardt.

    Lo que había profanado las tumbas -dijo con frunciendo el ceño-. ¿Era el dragón?

    —No te estarás creyendo en serio la patraña esa del dragón -dijo Loren levantando una ceja.

    Dzardt lo miró con una expresión indescifrable.

    —Ya has oído a Ros, estaba en la mente de...

    —Sí —contestó Mohl, otro de los sabios—. Estaba en su mente. La mente de un chico que estaba pasando por una dura enfermedad y que tenía alucinaciones. Todos los que estamos aquí sabemos cómo de poderosa es la imaginación.

    Syrêm sabía que le iban a tomar por loco pero aunque no pudiera estar seguro de que lo que había visto era real se negaba a aceptar que fuera una alucinación. Porque las quemaduras que sufrió no fueron cosa de su imaginación.

    —No fue una alucinación. Casi muero en aquellas montañas -dijo sin alzar la voz.

    Los sabios se giraron hacia él. El maestro de Akina le miraba con un brillo de ilusión en los ojos.

    Loren sonrió sarcásticamente y resopló. Entonces la voz de Ros se oyó de nuevo.

    —A mí no me ha parecido una alucinación, Loren. Era muy real.

    El anciano levantó las manos

    —Está bien, que continúe con su historia y ya veremos luego. Si lo que dice el joven príncipe es cierto conservará ese colgante ¿verdad?

    Syrêm maldijo para sus adentros a aquel anciano. Todavía no sabía si debía fiarse de los que estaban en esa sala, y todos parecían demasiado interesados en el colgante.





    Se quedó un momento así, observando detenidamente el colgante de su tío. Intentó leer las inscripciones que cubrían la superficie de aquel óvalo pero estaban escritas en un idioma que él no entendía. Después volvió la mirada hacia el cadáver de Larreïn y trató de comprender.

    Si alguien hubiera saqueado aquel lugar no se habría dejado algo con tanto valor, se notaba a la legua que no era una piedra normal, cualquier casa de empeños pagaría un buen precio por tenerla. Pero estaba allí, entre huesos y armaduras, nadie había intentado llevársela. No tenía sentido.

    De pronto se oyó el sonido del viento.

    Y entonces lo vio. Un dragón. Un enorme dragón de color negro que se aproximaba hacia él. No podría creer que aquello fuera real, aunque lo estuviera viendo con sus propios ojos. Pero eso no era lo peor. Se dirigía exactamente hacia el lugar donde estaba el joven príncipe. Cada vez que batía las alas volvía a hacer ese ruido, sonaba igual que el viento, por eso Syrêm lo había confundido.

    Syrêm se dio cuenta de que el dragón todavía no le había visto así que decidió tratar de esconderse detrás de una roca que había cerca de su posición. Pero su ropa oscura resaltaba demasiado entre la nieve.El dragón rugió. Le había visto.

    Se agazapó detrás de la roca rezando por que el animal pasara de largo. Cerró los ojos con fuerza y se aferró al pomo de la espada que llevaba colgada del cinto; sabía que no podría hacer nada contra aquel monstruo con su espada, era como un palillo en comparación al cuerpo de casi seis metros del animal, pero aunque no pudiera vencerle tener cerca su espada le hacía sentir más seguro. Esperó un rato, en tensión. Pero no recibió ataque alguno. El dragón aterrizó encima de las tumbas y se quedó allí. Sin hacer nada.

    “A lo mejor no quiere hacerme daño”, pensó el chico. Se asomó con cuidado para mirar desde atrás de la roca. El animal se había echado encima de los restos de los soldados, y parecía bastante tranquilo. “No me ha visto”.

    En ese momento, el dragón levantó la cabeza y le miró directamente, mientras Syrêm se estremecía pensando que no saldría de aquella con vida. Las escamas negras del animal brillaban al sol, parecían muy duras y fuertes. Mucho más de lo que podía llegar a ser su espada.

    —¿Vas a quedarte ahí mirando? —dijo entonces el dragón con una voz grave y aterradora. Syrêm dio un respingo—. Si quisiera matarte ya lo habría hecho ¿no crees?

    —Hablas —dijo el príncipe asombrado, apenas en un susurro.

    El dragón rebufó, dejando escapar un poco de humo, ofendido.

    —Por supuesto que hablo, soy una creación de los dioses, es increíble lo ignorantes que podéis llegar a ser los mortales.

    Syrêm salió tímidamente de su escondrijo.

    —Acércate —ordenó el animal. Syrêm no se sentía en posición de desobedecer, y aunque estaba aterrorizado se acercó, hasta quedar a unos pocos metros de él. El dragón le observó de arriba a abajo con atención. Después movió la cola lentamente y sonrió.

    —Me gustaría saber quién eres… y qué haces aquí —comentó con un tono sutilmente amenazante—. Pero supongo que si te lo preguntara me mentirías. Me dirías que querías ver este lugar porque es una leyenda, y que no quieres molestar. Y yo debería creerte y dejarte ir, pero ambos sabemos que no sería la verdad —esta vez sonaba peligrosamente amenazante—. De todos modos hoy me apetece jugar… dime ¿de dónde vienes?

    —De… yo… —tartamudeó.

    —Venga chico, no puede ser tan difícil de recordar. —Movió la cola.

    —De Ritten —consiguió decir finalmente—. Vengo de Ritten.

    —Ritten ¿eh…? —Syrêm asintió— ¿Y cuál es tu nombre?

    —Syrêm.

    El dragón volvió a mover la cola. El joven príncipe sabía que algo no iba bien pero no se le ocurría una manera de salir de allí fácilmente, así que necesitaba ganar tiempo.

    —Y dime Syrêm —dijo el dragón con una voz muy grave—, ¿qué harías tú si alguien entrara en tu casa de Ritten sin tu permiso y cuándo te lo encontraras te dieras cuenta de que pretende llevarse algo que no es suyo?

    El chico cerró el puño con fuerza, para que el colgante no se viera, aunque sabía que ya era demasiado tarde.

    —Mmm… ¿lo matarías? —continuó el dragón, moviendo la cola una vez más.

    —No —contestó Syrêm tratando de que su voz sonara firme.

    —¿Y si ese objeto fuera extremadamente valioso? Seguro que entiendes a qué me refiero. Y seguro que sabes que no puedo dejarte marchar. Ya lo han intentado otros… —dijo mirando al suelo en el que reposaban los huesos y armaduras de los fallecidos allí—, y no les ha ido muy bien.

    Syrêm no sabía qué hacer, se enfrentaba a una muerte segura, así que decidió decir la verdad.

    —Yo no pretendía robar nada…

    El dragón movió la cola, esta vez un poco más deprisa.

    —Pues tu mano derecha no dice lo mismo —comentó el animal con cierta ironía—. Verás, sé de sobra quién eres, sé qué eres y no voy a permitir que tú o cualquier otro de La Orden se lleven ese amuleto.

    —¿Qué Orden? —el dragón movió la cola más deprisa.

    —No tienes por qué seguir mintiendo, he visto a otros como tú. Sé quién os envía y no pienso dejar que se lleven lo que no les pertenece.

    —No sé a qué te refieres —dijo Syrêm pálido—, de verdad.

    —¿Me tomas por idiota? —dijo el dragón con rabia— Crees que puedes engañarme —dijo moviendo la cola de nuevo—, pero yo llevo viviendo mucho más tiempo que tú.

    Syrêm dio un paso hacia atrás.

    —¡Se acabaron los juegos! —dijo el dragón elevándose en el aire.

    El chico se puso el colgante al cuello y volvió a esconderse detrás de aquella roca.

    —¡¿Crees que puedes esconderte de mí?! Arderás igual que los otros —dijo, y mientras Syrêm se agazapaba detrás de la roca una llamarada chocó contra ella. Sintió el calor, pero aquella enorme piedra le protegió del fuego.

    El dragón se movió entonces, y voló hasta estar justo delante de Syrêm. Se acabó, la roca no podía protegerle en ese ángulo y no tenía ningún sitio a donde ir, porque tendría que salir corriendo entre la nieve. Y sus piernas no podrían correr lo suficiente como para dejar atrás a aquel enorme animal. Tampoco las de su caballo. De pronto echó de menos la cueva en la que había dormido la noche anterior.

    Y lo entendió. Entendió por qué las paredes estaban negras. Era la marca que había dejado el fuego del dragón. Seguro que en aquella cámara subterránea había más de una persona que había muerto calcinada.

    Ahora estaba frente a frente a aquel animal, que lanzó un poderoso rugido lleno de rabia. Y que volvió a lanzar otra llamarada, esta vez directa hacia Syrêm. El chico cerró los ojos con fuerza esperando morir rápido, pero algo ocurrió de pronto.

    De su pecho empezó a irradiarse una luz morada que le protegió del fuego y una onda expansiva lanzó al dragón hacia atrás, que chocó contra el suelo, y dejó de moverse.

    Era el colgante, aquel colgante tenía que ser mágico o algo así y le había protegido del ataque, salvándole la vida. El joven príncipe no perdió ni un segundo, corrió hacia su caballo y montó encima de él. Cabalgando tan rápido como pudo lejos de aquel animal. Huyendo a toda prisa lejos de los picos de Syr y mirando de vez en cuando por encima del hombro para asegurarse de que nada le seguía.
     
  14.  
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    Las crónicas de arinor (la era de la oscuridad) capitulo 3 (acabado)
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    3017
    (segunda parte)



    —Cabalgué en cualquier dirección, no me importaba dónde acabara, siempre y cuando no me siguiera aquel monstruo. Y lo conseguí, no sé si no me buscó o si no me encontró, pero no volví a encontrarme con él.

    —¿Qué ocurrió a continuación? —preguntó Dzardt asombrado por el relato de aquel chico.

    —Cuando había conseguido alejarme de los montes de Syr me di cuenta de que ya no me sentía enfermo. Sabía que tenía que ver con el colgante así que…

    —Así que ¿qué? —preguntó Loren.

    Syrêm bajó la cabeza tratando de contener las lágrimas. Aún estaba muy reciente. Y recordarlo era doloroso. Respiró hondo tratando de recomponerse.

    —Intenté volver a Ritten para salvar la vida de mi padre con el amuleto. Pero ya era demasiado tarde.





    Cinco días y medio después de que Syrêm saliera de Syr llegó a Ritten, cansado, pero con ganas de ver a su familia y establecerse de nuevo en el ostentoso castillo que ocupaba la parte norte de la ciudad. El rey ya había comunicado su deseo de abdicar en favor de Syrêm y descansar hacía ya meses, ya que su salud había empeorado mucho en los últimos dos años pero si Syrêm llegaba a tiempo podría salvar la vida de su padre con aquel colgante y devolverle su salud.

    Unos minutos después, dos guardias se plantaron ante él impidiéndole la entrada al castillo. Al reconocerle se miraron el uno al otro y volvieron a mirar a Syrêm, ambos con la mano el en pomo de las espadas que reposaban en sus cinturones.

    Lo acompañaron hasta la sala del trono, donde sus padres oficiaban los juicios y concedían audiencias a personas importantes o ayudaban con sus problemas al pueblo. Esperó allí, acompañado de los dos guardias. Aquella sala era grande y rectangular, con seis columnas que se alzaban a su derecha y su izquierda. Había varias filas de bancos a los lados dejando un ancho espacio en medio para llegar a donde estaban los dos tronos: uno de oro, en el que se situaba el rey, y otro de plata, para la reina.

    Aparentemente todo estaba igual, pero Syrêm se dio cuenta bien pronto de que el castillo en el que había crecido había cambiado demasiado en su ausencia.

    Cuando vio a su madre entrar junto a Shon, su antiguo maestro de espada y el antiguo jefe de la guardia real, no supo cómo actuar, palideció ¿significaba aquello que había llegado demasiado tarde para salvar a su padre?

    Dirigió la vista de Shon a su madre y de su madre a Shon un par de veces. Intentando comprender.

    —¿Qué...? —comenzó; pero Shon levantó una mano para pararlo y contestó.

    —Cuando vos os fuisteis, el rey Kharedt empeoró en su enfermedad, a pesar de los intentos no conseguimos salvarlo. El caso es que al verse a las puertas de la muerte y sin ningún heredero de sangre real, decidió nombrar a una persona que conociese desde siempre, para que reinara en Ritten y así evitar una guerra por la sucesión.

    —Pero yo soy el príncipe, y el trono me pertenece por derecho —dijo el chico, perplejo.

    —Lo sé chico, pero como el rey pensaba que habíais muerto y que sino abdicaba en favor a alguien que conociera se produciría una guerra de sucesión, estableció una ley para que nadie pudiera derrocar o traicionar al siguiente rey, ya que no tenía sangre real.

    »Para que podáis reinar he de derogar esa ley y eso lleva su tiempo, lo mejor será esperar hasta mañana para comenzar con el proceso ya que veo que estáis cansado y que necesitáis descansar. Este siempre ha sido vuestro hogar, así que ocupad vuestra antigua habitación. Siento que no llegarais a tiempo para despediros de vuestro padre. Pero veo que habéis mejorado en vuestra salud. Todo el mundo os daba por muerto.

    Syrêm se giró hacia Dyanna, su madre. Las normas de Ritten solo permitían a la reina ocupar el trono de plata si estaba casada con el rey. De otro modo, incluso aunque fuera viuda no podría ocupar aquel trono.

    —Pero madre... vos... La única manera de que los dos estéis en el poder sería que estuvieseis casados.

    —Lo estamos, hijo. Sé que es complicado, pero era lo mejor para el reino. Shon me dio la posibilidad de reinar sin tener que casarme con él pero yo lo amaba secretamente desde hacía mucho tiempo aunque nunca llegara a pasar nada porque yo era una mujer casada.

    Syrêm no podía creerlo, era imposible no podía ser verdad, su padre había muerto hacía poco tiempo. Demasiado tiempo. Y su madre siempre lo había amado. No podría haber olvidado tan rápido. Tenía que ser mentira. Estaba tan sorprendido que no podía ni moverse. Miró fijamente a su madre y ella le devolvió la mirada, con tristeza, casi parecía que estuviera pidiéndole ayuda. O eso le pareció.

    —Es mucho que asimilar en unos pocos minutos —dijo Shon acercándose a Syrêm—. Yo os acompañaré a vuestra habitación. Puedes esperarme en la habitación, querida, iré enseguida.

    Su madre se levantó y le dio un beso en la mejilla, mientras apretaba fuertemente su mano. Después salió de la sala.


    Syrêm y su antiguo maestro se quedaron un rato hablando en la habitación, el nuevo rey mandó llevar algo de comida a los aposentos del chico, y mientras este cenaba estuvo con él, poniéndole al día. Aunque Shon se comportaba con la misma afabilidad que siempre había algo que a Syrêm no le gustaba. Su instinto le pedía a gritos que huyera de él, y no entendía por qué. Después de un rato el nuevo rey se marchó a sus aposentos y dejó al chico solo en la habitación para que descansara.

    Ahora estaba tumbado en la cama, llevaba un tiempo así, no se había desvestido ni tenía ganas de dormir. Jugueteó un rato con el colgante, intentando descifrar la inscripción de la superficie pero no entendía lo que ponía así que decidió guardarlo en el bolsillo de su pantalón, ya que no le parecía prudente llevarlo colgado al cuello donde alguien podría verlo.

    Se acabó la comida y el vino que le había mandado traer su maestro y volvió a tumbarse en la cama mientras pensaba en todo lo que había ocurrido, tratando de digerir la muerte de su padre. No volvería a verlo nunca más.

    Se había ido demasiado pronto. Aún tenía tanto que enseñarle, no estaba preparado para ser rey. Todavía no. Por un momento fantaseó con la idea de dejar que Shon reinara. De irse de Ritten de nuevo. Pero sabía que no podía hacerlo. Todo era muy raro. No entendía nada.

    “¿A qué viene todo esto?”, pensó. “No puede ser cierto que mi madre se haya casado por amor con Shon”, frunció el ceño. “Pero si ella siempre desconfió de él, ni siquiera quería que me diera clase y eso que era el único maestro de armas en la ciudad cuando yo era un niño”.

    No puede ser ¿y toda esa indiferencia por parte de los dos? mi madre intentaba decirme algo pero no consigo saber que era...”.

    De pronto oyó como la cerradura de la puerta cedía.

    Se levantó de la cama de un salto y alcanzó su espada. Sin hacer el más mínimo ruido se situó detrás de la puerta, preparado para atacar. Todo pasó muy deprisa: la puerta se abrió y, sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre el intruso, haciéndolo caer al suelo, mientras lo apuntaba con la espada.

    —¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó amenazadoramente.

    —Mi nombre es Shaya, soy la doncella de la reina... Ella me envía —dijo la chica de pelo negro y ojos oscuros que había entrado en su habitación.

    Syrêm no se fiaba, a pesar de que la chica estaba claramente nerviosa y de que respiraba entrecortadamente no sabía si debía confiar en ella. Todo podía ser una mentira.

    —¿Cómo puedo saber yo que eso es verdad? —contestó Syrêm indiferente.

    —Si me permite levantarme se lo mostraré. —El príncipe asintió.

    Ella se levantó y buscó en sus bolsillos una joya que le había entregado la reina para su hijo, cuando la encontró se acercó a Syrêm y se la entregó. Entonces su rostro cambió, y sonrió aliviado.

    —Me ha dicho que debéis abandonar la ciudad.

    —Sabía que algo iba mal. ¿Por qué debo irme de Ritten? ¿Está ella en peligro? —preguntó más amablemente apartando la espada.

    —Aquí no.

    Syrêm comprendió, e inmediatamente se dirigió hacia la cama y accionó una pequeña palanca que había escondida detrás de ella. De ese modo se accedía a un pasadizo situado detrás del armario de la pared izquierda, que se había desplazado un poco dejando el espacio justo para entrar en la abertura.

    Comenzaron a andar por aquel lugar, el príncipe señalando el camino e iluminando con una antorcha y la sirvienta de la reina siguiendo sus pasos, hasta que llegaron a una pequeña sala llena de polvo que contenía una mesa y varias sillas.

    —Aquí sí que podremos hablar —dijo Syrêm mientras se dejaba caer en una de las sillas. De pronto le dolía la cabeza, como en el inicio de su enfermedad—, nadie conoce este lugar a parte de mí.

    Shaya asintió y se sentó junto a él.

    —Mi señor ¿Vos sabéis qué es la Orden Arcaica?

    Syrêm frunció el ceño. Le vino a la mente lo que le había dicho el dragón: “…ni tú ni cualquier otro de La Orden…

    —No.

    —Vale —dijo ella con un suspiro— ¿Qué sabéis de Los Dioses?

    El chico asintió.

    —Sé lo que me han contado siempre. Que el primer dios creador fue Doryen, que creó Arinor y más adelante a sus dos hijos: Liehna y Zvokshu. Liehna se convirtió en la diosa de la luz y Zvokshu en el de la oscuridad. Pero los dos hermanos empezaron a sentir envidia del otro, y comenzaron a utilizar Arinor como un tablero de ajedrez sobre el que ellos ejercían su influencia para ver cuál era más poderoso y cual heredaría el legado de su padre.

    »Cuando Doryen se dio cuenta de esto, se sintió muy decepcionado y decidió separar a los dos hermanos. Ligó los poderes de Liehna a la luna llena y creciente, ya que su elemento era la luz, y los de Zvokshu al resto del ciclo lunar ya que su elemento era la oscuridad. Pero ellos seguían utilizando Arinor para competir, y en el proceso se perdían vidas y el equilibrio se trastocaba, y llegaba el caos.

    »Doryen empezó a pensar que sus hijos no eran los más indicados para realizar una tarea tan importante como la de velar por el equilibrio. Y entonces llegaron los Nuevos Dioses: Erya, Kyesh y Sasa, los dioses creados. Los Dioses de las Tres Razas.

    —No conocéis la historia completa. La verdadera historia habla de un grupo de personas de las tres razas que se encargaban de cuidar el bosque y el templo de Ueya, en el continente sagrado, donde habitaban los seis dioses. A aquellas personas se las conocía como La Orden Arcaica. Servían a los dioses y tras años allí se dieron cuenta de que la esencia de estos les había afectado y de que tenían ciertas habilidades.

    El chico nunca había oído nada semejante.

    —¿Magia? ¿Cómo los Shiremay? —preguntó.

    —No, majestad. Los Shiremay tienes las capacidades mentales más avanzadas que los Humanos o los Serim, son capaces de ver ciertos patrones que al resto nos pasan desapercibidos y con concentración pueden llegar, por ejemplo, a mover cosas con la mente. Pero los integrantes de La Orden Arcaica tienen poderes divinos por así decirlo, ya que les fueron otorgados por los dioses, aunque de manera involuntaria.

    »El caso es que los dioses decidieron expulsarlos de allí, porque sus poderes les estaban corrompiendo, y esto hizo que se sintieran abandonados. Y se aliaron con Liehna y Zvokshu para debilitar al resto de los dioses y controlar Arinor. Todavía en nuestros días están escondidos, esperando para tomar el control, aunque algunos ya lo han conseguido. Estoy hablando de Shon.

    —Eso no puede ser cierto, tendría que ser muy viejo.

    —Entre las cualidades que los dioses les entregaron está la de vivir durante más tiempo. Mucho más tiempo que cualquier humano, serim o shiremay.

    —Lo que dices no tiene sentido.

    —Sé que parece una locura pero es vuestra madre quien me envía a contaros esta historia. Quiere que encontréis un objeto, dice que os pertenece. Que vuestro tío Larreïn solía llevarlo y que debe estar en los picos de Syr junto con su cuerpo.

    Syrêm palideció ¿cómo podía saber eso? Pero estaba claro que su madre la había enviado. La joya que le había enseñado antes pertenecía a su familia materna desde hacía siglos.

    —Pero…

    —Se trata de un colgante, que contiene una de las partes del amuleto de Ueya, el amuleto que creó Doryen para mantener el equilibrio y que le entregó a Los Dioses de las Tres Razas.

    Syrêm se llevó una mano al bolsillo y miro a Shaya fijamente. Ella entendió sin necesidad de palabras.

    —Ya lo tenéis ¡¡Debéis marcharos, su majestad!! Shon no tardará en encontrarnos y su misión como miembro de La Orden es hacerse con ese colgante a toda costa para entregárselo a Liehna y Zvokshu. Si os descubre os matará.

    Ahora todo tenía sentido, había obligado a su madre a casarse con él porque pensaba que ella tendría el amuleto.

    —Pero mi madre... —comenzó—, no puedo dejarla con ese traidor.

    —Ella estará a salvo Nosotros la protegeremos. No le ocurrirá nada.

    —¿Nosotros?

    —Algunos somos conscientes de lo que está pasando y estamos en contra de ellos. Debéis ir a Sirüssa, a la tierra de los exiliados y tratar de encontrar respuestas allí. Después debéis reuniros con los otros dos portadores del amuleto para llevarlo a Ueya y destruir a La Orden Arcaica debilitando a los dioses del caos. Vamos —dijo levantándose de la silla—, se acaba el tiempo y debo sacaros de esta ciudad. Son órdenes de la reina.

    El príncipe la cogió del brazo.

    —Prométeme que estará a salvo.

    Shaya asintió.

    —La protegeremos con nuestras vidas.

    El chico se levantó, pero se mareó y un intenso dolor de cabeza le hizo perder el equilibrio. Shaya se arrodilló junto a él.

    —¿Estáis bien? —dijo poniendo una mano sobre su frente—. Estáis ardiendo.

    Él la miró y asintió.

    —Estoy bien ¿a dónde tenemos que ir? —preguntó.

    —Hay unos amigos esperándonos en una calle, cerca del centro de Ritten, con vuestro caballo y las cosas que trajisteis. Todo el mundo está en contra de Shon y se arriesgan a pesar del castigo que les puede caer por ayudaros.

    —¿Pero cómo vamos a salir de la ciudad? —dijo con esfuerzo mientras se levantaba y empezaba a andar detrás de la chica.

    —Hemos sobornado a los guardias de la muralla. Ah, por cierto —dijo Shaya poniéndole una mano en el pecho para que parase de andar—, la próxima vez no confiéis en alguien porque os enseñe una posesión familiar, podría haber sido una asesina bajo las órdenes de Shon, que se lo hubiese robado a vuestra madre.


    Cuando salieron de los pasadizos a la ciudad comenzaron a andar a toda prisa. Unos minutos después se encontraron con un par de hombres de unos treinta años que les esperaban con las cosas de Syrêm y un caballo negro para Shaya. Eran los guardias que le habían recibido en el castillo.

    —Una vez llegados a las puertas de la ciudad deberéis cabalgar rápido e intentar llegar lo más lejos posible —comenzó a decir Shaya—, así los Kow no os alcanzarán.

    —¿Los...qué? —dijo Syrêm, que se encontraba peor por momentos.

    —Los Kow, son un ejército de almas que La Orden Arcaica suele invocar para librarse de los humanos que les crean demasiados problemas. Nosotros os acompañaremos un poco más adelante de las puertas de la ciudad, pero después estaréis solo, así que cabalgar lo más rápido que podáis.

    —No. Ven conmigo, sino te matarán. Si lo que me has contado es cierto, Shon se enterará de todo y pagarás por ello.

    —Debo proteger a vuestra madre. De todas maneras mi vida no es importante, la vuestra sí.

    —Te equivocas —dijo Syrêm—, pero si eso es lo que quieres al menos prométeme que saldrás con vida y que de verdad podrás proteger a mi madre.

    —Vos sabéis que no puedo prometeros eso, me estoy arriesgando demasiado —dijo ella mirándole con una expresión de tristeza, luego sonrió—, pero sí puedo deciros que morir no entra en mis planes en estos momentos. Y que vuestra madre estará a salvo aunque yo no esté.

    Montaron a los caballos y empezaron a cabalgar lo más rápido que podían. Cuando ya habían salido de Ritten, Syrêm vio como unas sombras se acercaban, Shaya también se dio cuenta y miró hacia atrás.

    —¡Nos han descubierto! —dijo alarmada—. Yo los detendré, vos seguid con vuestro camino ¡Recordad que no podéis fiaros de nadie completamente, cualquiera podría pertenecer a La Orden!

    —¡¡No Shaya!! —gritó el príncipe. Pero ya era tarde. Shaya había detenido al caballo y poco después las sombras la envolvían. Quería haber parado, pero los guardias lo obligaron a seguir y escapó de los Kow mientras el grito de agonía de la chica lo estremecía de arriba a abajo.

    Tres días después los Kow le alcanzaron.

    Syrêm vio como la luz del sol desaparecía tras un manto de oscuridad y dolor.

    De pronto, los minutos se convirtieron en segundos y una especie de luz morada, que salía del amuleto de Ueya, disipó las sombras y el sufrimiento que los Kow le estaban provocando.

    Pero Syrêm se sentía muy cansado, tanto que apenas podía respirar. El chico se dejó caer en el lomo del caballo y perdió la consciencia.

    Lo siguiente que recordaba era haberse despertado en el bosque de Sirüssa, cuando una chica trataba de curar sus heridas.
     

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