Lady Phantomhive

CAPITULO IX: “Ese mayordomo, descuidado”

Al tenerla frente a mí con aquella falsa apariencia de niña despreocupada e inocente hizo que un respingo de rabia se me suba por la espalda. Me quede contemplándola, mientras ésta se detenía en el gran salón.

Debió ser un descuido mío, pues me miró fijamente como si hubiera visto un fantasma. Hay cosas que aún no puedo controlar como se debe, tales como la fuerza bruta o la naturaleza de un demonio.

—Mi nombre puedo decírselo luego, señorita —una sonrisa se posó en mi rostro mientras ella trataba de recuperar la compostura—, ¿de verdad no quiere que le pida a mi mayordomo que busque su preciado objeto?
—No hace falta.

La siguiente pieza la bailamos en silencio. Su mirada no se apartaba de la mía y yo no me atreví siquiera a pestañear. Era una verdadera desgracia que no tuviera el poder de leer la mente, pero en sus ojos se reflejaba cada sentimiento suyo, una mezcla de duda sazonada con temor y una pizca de miedo. Estaba empezando a entender los gustos de Sebastian en cuando a la “comida” y me eché a reír por lo bajo cuando descubrí la mirada de Sebastian fija en mí; si su mirada tenía el poder de lanzarme dagas, lo hubieran hecho sin dudar.

Quería comprender a la chica que bailaba conmigo, pero en ese momento no se me hacía fácil entenderla. Sebastian y yo la habíamos estado siguiendo muy de cerca, tan pronto me había enterado que alguien más en Europa tenía el apellido Phantomhive. Fue una suerte el haber vivido en Suiza estos últimos años, le ordené a Sebastian que la investigue por una semana entera mientras ella aún vivía en Alemania, tuvimos resultados… interesantes.

¿Qué haría ella cuando al final de la noche le revelé mi verdadera identidad? ¿Cómo reaccionará cuando sepa que conozco todo su pasado? No tenía intención de derrocarla de su frágil trono de porcelana, yo era un muerto andante en ese momento, sólo quería que viviera consiente de mi existencia y del hecho de que yo sabía toda la verdad de su vida. Mi recompensa llegaría más adelante, cuando confirme mis sospechas del interés de Sebastian sobre ella.

En todo caso, ¿Qué podría desear esta niña más que nada en éste mundo, más que su vida misma, para ofrecer su alma a cambio del favor? Quería descubrirlo, tal vez preguntárselo, por que teniendo todo lo que ella poseía era difícil desear algo más. Claro, omitiendo el hecho de que deseaba a mi mayordomo en ese mismo instante.

Quien sabe, tal vez podré usarlo como un instrumento en su propio juego y así conseguir la victoria antes que él.
Era fácil, pues él era de mi propiedad, y simplemente podía utilizarlo como un instrumento intercambiable en el contrato.

—Ha sido un placer bailar con usted, pero debo retirarme.
—No hay problema, Lady Madeleine. Estaré esperando hablar con usted luego.

Ella sólo me hizo una reverencia, sonrió, y se alejó de mi posición. Su grácil paso me revolvió el estomago.

—Sebastian, ¿Qué haz estado haciendo con ella?

Al instante Sebastian apareció tras de mí, con los ojos cerrados, la cabeza gacha y su mano derecha sobre el pecho, con solemnidad.

—Nada que vaya contra sus órdenes, amo.
—¿Y cómo descubrió tu nombre? ¿Es adivina?

Me alejé de los invitados junto con Sebastian para que nadie pudiera oír nuestra conversación, estaba hecho humos debatiendo mentalmente que clase de excusa insolente tendría Sebastian para mí.
Peor aun, debíamos esquivar a los sirvientes con suma cautela. Sabía que eran estúpidos, pero no podía confirmar por mí mismo si eran capaces de reconocernos bajo la simple máscara.

—¿Quiere retirarse tan pronto, my lord? —pregunto con descaro mientras salíamos hacia el palco con vista al jardín.
—Quiero saber cómo descubrió tu nombre.
—Es una joven lista, no la habíamos juzgado apropiadamente en el pasado.
—¿Y la explicación es…? —mi impaciencia debía estar remarcada en mi rostro, por lo que espere que entienda su posición y me responda sin dar rodeos.
—Simplemente me dijo “Sebastian” y yo asentí con la cabeza… supongo que sí fue un error mío después de todo.

Su sonrisa retorcida demostraba perfectamente el poco respeto que sentía en cuanto a mi persona y me pregunte cual sería la manera correcta de hacerlo sentir aquella decisión, de hacerlo pagar por su error fingido.

—En fin. Cuando el reloj toque las doce conducirás a Madeleine al despacho principal y allí podremos hablar con ella.
—Usted hablará con ella —me corrigió de una manera significativa—. Por lo que a mí respecta no tengo ningún tema que tratar con ella… aún.
—¿Aún? Hmp —me retiré de vuelta al salón principal, sin pedirle que me acompañara.

Recostado por la pared de tapiz rojo, seguí con los ojos cada movimiento de Madeleine. Se acercaba a los invitados, intercambiaba algunas palabras, sonreía y luego se retiraba, borrando aquella sonrisa tan pronto les daba la espalda.

¿Estaba triste? O a caso preocupada… Volvía a repetir el procedimiento con cada persona que se le acercaba. Era gracioso verla de esa manera, considerando que aquella fiesta era todo lo que anhelaba.

Si ella pudiera tener la mente un poco más abierta recordaría que me conoció en una ocasión, cuando Sebastian y yo fuimos a Francia luego de haber dejado mi vida cómoda aquí. Hace unos cuantos años, debo agregar, cuando ella aún no era ni la sombra de la “Señora” que es ahora. En ese instante no le tomé interés alguno, a pesar de que vivía con mi tío. Al fin y al cabo sólo conviví mi tiempo con tía Frances, puesto que ella había buscado su propia fortuna al casarse con el Marqués Middleford y se quedó en Inglaterra con el nuevo título de Marquesa.

Ya en ese instante las cosas no le pintaban bien, escuché que el tío Arnold compadecía de una enfermedad que lo llevaría en cualquier momento. Dicho y hecho falleció en el poco tiempo que estuve por aquel país.

Con respeto al nombre de mi familia, fui a ofrecer mis condolencias en el funeral acompañado de Sebastian. En efecto ella estuvo allí, llorando amargamente y con la expresión destrozada, nadie en su vida se imaginaría que aquella joven bailando en el salón podía llegar a tener una expresión tan vaga y quebrada.

Me acerqué junto con Sebastian y le dí el pésame correspondiente, ella me miró de reojo y sólo asintió con la cabeza. Ese fue el primer contacto que tuve con ella.

—De quebrada a majestuosa, de sencilla a extravagante, de vacía a satisfecha… pero… —sonreí para mí mismo mientras la observaba—. ¿Ha pasado la etapa de tristeza a felicidad?
—Esas pequeñas cosas son lo que la hace… apetitosa —dijo Sebastian, más bien pensando en voz alta que dirigiéndose a mí. No me había percatado del tiempo que pudo haber estado a mi lado.
—Lo sé —le correspondí con una sonrisa.
—Allí viene el pastel.

El majestuoso pastel de cumpleaños era de merengue blanco adornado con muchas flores de caramelo. Fresas por ahí, cerezas por allá. La gulosa actitud de Madeleine se veía reflejada en aquel pastel de magnitud gigante, unos cinco pisos para ser exactos, y como adorno en la cúspide se podía divisar una pequeña Torre Eiffel.

La canción empezó como la tradición lo requería.
“Happy Birthday to you…” Yo sólo me limitaba a seguir la canción con un aplaudido de manos.

—And your end is beginning… happy birthday to you —no puede evitar decir esa frase, aunque sólo había sido con los labios y sin que nadie pudiera escucharla.

La mirada cortante de Sebastian me perseguía de reojo, mientras mi rostro reflejaba satisfacción mientras Madeleine se disponía a cortar el pastel. Pronto se acercaría la hora de nuestra cita, la cita que nos deparó el destino.

—Recuerda lo que debes hacer —le mencioné a Sebastian mientras me salía hacia la escalera principal.
—Por supuesto, my lord.
—La cita con el destino se acerca para la bella dama de blanco.
—En efecto puedo asegurarle que el destino no tiene nada que hacer con demonios como nosotros… si aquella criatura de blanco tiene una cita hoy, ha sido porque usted ha venido a buscarla.

Simplemente lo miré con expresión indiferente y me retiré del gran salón.

Mientras subía las escaleras contemplé que el tapiz había cambiado y que varios de los adornos de la casa también. Era de esperarse, un toque femenino y brillante invadió la lúgubre casa que alguna vez fue mía.

—A mí no me interesa esta casa —dije para mí mismo mientras ingresaba a mi antiguo despacho—. Sólo necesito una cosa… una cosa que vendrá en menos de una hora.

La luna iluminaba mis pasos mientras me sentaba en mi antiguo trono de nuevo.

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Lamento mucho la tardanza xD espero lo disfruten ;3