One-shot de Naruto - Ladrona de dulces [Minato/Kushina]

Título: Ladrona de dulces.


Minato Uzumaki

-Catador de Dulces-



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Había dejado su oficio “elitezco” de degustar dulces por algo más mundano como era crearlos, hacerlos y saborearlos en la intimidad de su cocina. Y justo lo había dejado por eso, no era ya un adolescente, era alguien con una familia que mantener y esto le daba mayor holgura económica.

Nuevamente volvió a vaciar los datos en las columnas del debe y del haber, nuevamente el monto arrojado por los cálculos eran negativos. Saldos en negativo. Mal, muy mal.

—Minato, ¿qué haces aún despierto? Ven a la cama conmigo.

Recostada del marco de la puerta una pelirroja con pronunciada y redonda barriga le observaba con ojos cariñosos.

—Sacando cuentas, este mes no hemos salido muy bien —suspiró cansinamente.

—¿Qué, por qué? —inquirió con verdadera sorpresa—. ¡Si has hecho dulces completamente divinos!

El rubio rió observándola mientras negaba con la cabeza, volviendo nuevamente su vista a los papeles frente a él.

—Sí. Y todos te los has comido tú, querida.

Aquel comentario hecho con verdadera intención la ofendió por completo. Se cruzó de brazos parándose junto a él. Su esposo era un famoso repostero, tenía una dulcería que había pertenecido a su familia. Y sí, sin duda, había probado uno que otro dulce éste mes, era normal, estaba embarazada. Y a medida que la llegada del pequeño Naruto se acercaba, más ansiedad y hambre sentía.

—Dime cuándo me he comido algo más de lo normal —exigió enojada.

El hombre se llevó el bolígrafo a los labios simulando pensar.

—Uno. Te comiste veinticinco ponquecillos. —Empezó a enumerar levantando sus dedos hacia ella en una cuenta creciente.

—Mentira. Sólo me llevé una bandeja. —Se defendió.

—Que trae veinticinco ponqués —repuso—. Te llevaste la fuente de chocolate.

—No hice nada con ella. —Se acarició la barriga con gesto protector—. Me caí con ella en el pasillo.

—Sí, es normal cuando te la llevas a medianoche con todo el lugar oscuro. —Se rió Minato—. Tres, has desayunado todos los días croissants, y te comes de a cuatro por desayuno.

—¡Los vomito! —chilló.

—Una pérdida, sin duda. ¿En realidad quieres que siga enumerando?

La mujer enrojeció. Sabía que había comido un poco más de lo normal, pero no era su culpa. Y él no la entendía. Sus ojos se aguaron y las lágrimas le escocían en los ojos.

—Ojalá tú fueses el embarazado —sollozó.

—Ya, ya, cariño…—Le acarició el cabello depositando un tierno beso en su mejilla—. Ven, vamos a la cocina.

La tomó de la mano y la guió hasta la cocina principal. La dejó descansar en una de las sillas del mesón y colocándose su delantal comenzó a sacar ingredientes y vertiéndolos en una gran taza, mezclándolos. El cuarto pronto se llenó del aroma del chocolate y la menta, después de meter la bandeja con los moldes en el horno se sentó junto a su esposa a secar sus lágrimas y besarle. No le estaba culpando de nada. Sólo había dicho, que no les había ido tan bien éste mes. Si ella no hubiese preguntado, ni siquiera le hubiese dicho que había sido por ella.

El sonido del horno lo hizo levantarse. Tomó la bandeja con el guante expertamente.

—Para ti. Un sufflee de menta y chocolate recién salido del horno. Mi ofrenda de paz.

La mujer rió antes de arrebatarle el dulce sin pensar. Nada mejor que ser la esposa de un dulcero.

El sonrió nada más de observarla devorar todo con gusto. Era su ladrona de dulces.