One-shot La Triste Huida [Ace Attorney]

Contenido oculto: Mia Fey

La Triste Huida​

Una figura misteriosa recorre las callejas al amparo de la tenue luz de la luna. Sumidos en un profundo sueño, los habitantes no parecen darse cuenta de lo que está sucediendo fuera de sus hogares. Se trata de una persona encapuchada, cuya larga capa de color azabache ondea a cada paso que da. Había decidido dejar el pueblo desde hace mucho, sin embargo, nunca se animó hasta ese instante. Haciendo acopio de una gran cantidad de valor, tomó sus cosas (las expresamente necesarias) y las colocó en un morral. Luego se cubrió el rostro y salió a enfrentar la noche, y su destino. Después de unos minutos, llegó al lugar indicado. La enorme entrada del templo se hallaba frente a su persona, tan imponente como siempre. La enigmática figura revisó apresuradamente los bolsillos de su morral, buscando algo.

Acaso el no hallarlo inmediatamente hizo que sus nervios comenzaran a despertarse. Cerró sus ojos, lanzó un leve suspiro y empezó otra vez, ahora con la calma recobrada. Sus pupilas se iluminaron al dar con aquel objeto: una llave negra de buen tamaño. No pasó mucho tiempo hasta que lo introdujera en el cerrojo y de esta manera ingresara al maravilloso recinto. A lo lejos se oyó el eco funesto de un trueno. Se desplazó tranquilamente por los pasillos, ya sin la necesidad de actuar de manera furtiva. Jamás imaginó que este día llegaría, el momento en que visitaría ese lugar por última vez. Una de sus manos se posó sobre su pecho, como tratando de contener el inminente dolor. Antes había considerado que era lo suficientemente fuerte como para no sentir aquello. Se equivocó.

Entonces alcanzó la sala principal, un enorme espacio en cuyo centro se hallaba un majestuoso altar. Las paredes exhibían unas inscripciones rúnicas, las cuales relataban la leyenda de una mujer de extraordinario poder: Ami Fey, La Mística. La persona que estaba allí se quitó la capucha, revelando su cara. Era una muchacha joven y esbelta, con las facciones delicadas. Su largo cabello castaño oscuro, junto a su piel pálida, le otorgaban una apariencia muy elegante y frágil. Sus ojos ahora estaban húmedos, a causa de la zozobra que la atenazaba. Extrajo la llave que había utilizado antes. Se acercó lentamente al altar, como si estuviera llevando a cabo un ritual, y arrodillándose delante, colocó el objeto en la base de éste, de manera muy respetuosa y considerada. No se oían más que sus sollozos y unos jadeos contenidos.

—Mia, La Mística… —alguien la llamó a sus espaldas, aquella voz le resultó familiar.

Se volteó totalmente sorprendida, estaba segura de que el templo permanecería vacío a esas horas de la madrugada. Quería llevar a cabo lo planeado sin que nadie la viera, sin que nadie supiera nada. Para eventuales explicaciones, ya había dispuesto con antelación una nota escrita a puño y letra. Era una lástima, pero debía afrontar ese imprevisto, no tenía otra opción. Quien la había descubierto era nada más y nada menos que Morgan Fey, su tía. La experimentada sacerdotisa observó lo que estaba sucediendo y no tardó el llegar a una conclusión más que acertada.

—¿Qué hace aquí, tía? —preguntó la muchacha, mientras se enjugaba las lágrimas—. Creí que no habría nadie.

—Últimamente no has estado lo suficientemente atenta como para saber que desde hace unos días he implementado la tarea de oficiar como serenos con el fin de proteger los tesoros sagrados de la aldea Kurain, hoy me toca a mí —entonces sonrió taimadamente, como sintiendo un poco de satisfacción al importunar así a su sobrina—. Y me disculpas, pero no hace falta ser un genio como para saber lo que planeas. Así que… te marchas.

Mia Fey se puso de pie ante aquellas palabras. Se dispuso a mirarla a los ojos, demostrando que su decisión en verdad la afectaba. La mujer, en cambio, parecía comprenderla. Quiso hacerle saber que no la juzgaba (porque eso, muy en el fondo, le convenía). La joven titubeó, pero habló al fin.

—Les pido perdón a todos por esto —bajó la mirada, adolorida. Su voz se quebraba más y más a cada palabra—. Pero creo que el alejarme es lo mejor. Quiero encontrar a mi madre. Tengo que saber qué le ocurrió exactamente y luego limpiaré su nombre. Lo he decidido, restauraré el honor del clan Fey. Seguiré mi propio camino, aunque eso signifique romper con la tradición. Aunque me tachen como una traidora o desertora, me iré.

—Está bien querida sobrina, si es lo que deseas, no te detendré —al decir esto, la sacerdotisa tuvo que hacer un esfuerzo titánico para disimular su alegría. Se cubrió el rostro con la gran manga de su traje para que su hipocresía no saltara a la vista, fingiendo estar acongojada—. Solo recuerda que siempre estaremos aquí, por si llegaras a necesitarnos. Nunca te olvidaremos. Ve, encuentra a mi hermana, por favor.

Precisamente por esto es que Mia hubiera preferido la discreción. No había nada más doloroso y lacerante para el alma como una despedida frente a los miembros de su familia. Cada palabra, cada mirada fungían como una aguja ardiente que se hundía en el corazón. Evitar eso no era sinónimo de cobardía, sino más bien una manera de conservar la dignidad; de no destruir aquella bella imagen que conformaban los recuerdos. Tantos buenos momentos vividos en buena compañía, junto a todos sus amigos y allegados. Era un sentimiento muy fuerte, tan intenso como agridulce. Quiso evitar sensibilizarse y demostrar fortaleza, pero no pudo lograrlo.

Dispensando un sentido adiós a su tía, la joven volvió a cubrirse la cara con su capucha y abandonó el lugar, no sin antes derramar una cuantiosa cantidad de lágrimas. Ya de nuevo entre las callejas, corrió sin detenerse hasta llegar a las afueras de la aldea. Comenzó a llover de forma torrencial, como si su desasosiego se trasladase al clima. Pensó en su hermana, la pobre Maya Fey, a quien debía dejar sola para cumplir con su cometido. Esperaba que algún día entendiera por qué hacía aquello y que la perdonase. Tomando el sendero que la llevaría hasta la estación del tren, apoyó su mano sobre la magatama (el símbolo místico que representaba a su linaje), el cual colgaba de su cuello y que estaba a la altura de su pecho. Lo apretó fuerte y luego susurró unas palabras.

«Sé que aún sigues con vida, Misty Fey, La Mística. Voy a por ti, mi querida madre… solo espérame, por favor.»

Y desde ese día, en la aldea ya nadie volvería a saber de ella.