La otra parte del mundo

Tema en 'Relatos' iniciado por Aithra, 2 Marzo 2008.

  1.  
    Aithra

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    La otra parte del mundo [One-shot]

    En La Otra Parte del Mundo
    [One-shot]​

    —Es fácil generalizar.

    —No tiene que ver una cosa con la otra, vos estarás aquí y yo por allá.

    —Cualquiera diría que estás feliz.

    —Te crees omnisapiente.

    —¿Y vos?

    —¿Y yo qué?

    —¿Y vos qué podes saber?

    —Ya entramos en el jueguito ese: yo te digo algo y no te podes aguantar para devolvérmelo.

    —Idiota. Sacás cualquier pretexto para desviarte de lo que digo.

    —Como si vos no hicieras lo mismo siempre.

    —Siempre. Allí está tu problema: te pones a generalizar cualquier estupidez, ¿y lo demás?

    —¿Y lo demás qué?

    —Ya con tus preguntas estúpidas.

    Se miraron resentidos. A ella le temblaba la boca y Felipe no podía mantener la mano en un lugar fijo. Por aburrimiento o tal vez por una sensación más profunda, buscó una cajetilla de cigarrillos con la excusa de fumar. Pero él no fumaba. Nada más jugueteó con el cigarro antes de guardarlo y volver a mirarla.

    El tic se había pasado a su mandíbula. Felipe se dio cuenta, por primera vez dentro de los pasados cincuenta minutos, que ella estaba a punto de llorar. Hizo una mueca y llamó al mesero para pedirle agua mineral.

    —No soy una pendeja que va llorando por todas partes, vos sabés.

    —Sí , ya. Tomate el agüita antes que te quedés sin líquido.

    Tragaba con rabia. Ella nunca se podía tomar las cosas con calma. Cuando dejó el vaso completamente vacío sobre la mesa, respiró audiblemente y comenzó a apretarse los dedos de forma nerviosa. Felipe puso los ojos en blanco cuando vio que ella no estaba dispuesta a hablar.

    —No digo que no me intereses.

    —Ahora hablás como chileno.

    —Pero hay prioridades —continuó él, conteniéndose de decirle que los dos lo eran.— Tú sabes, lo del trabajo, las cosas importantes para tener un buen futuro laboral y todo eso.

    —Y ahora vas a decirme que lo habíamos dicho desde un principio —él asintió. Ella bajó la vista y jugueteó con una gotita de agua sobre la mesa.

    —Eres como una niña.

    —Siempre dices lo mismo.

    Él suspiró con cansancio. Apoyando los codos en la superficie plana, masajeó sus sienes lenta y pasivamente.

    —No veo la necesidad de darle más vueltas al asunto…

    —Y no te importo ni un poco, bastardo mentiroso —le interrumpió ella seriamente, sin despegar la vista de sus manos.

    Felipe hizo otra mueca, odiaba las despedidas trilladas. Eso pasaba todos los días, no tenía por qué alargarse más de lo previsto. Para él, un hombre tan serio y estricto en sus horarios, esto era a todas luces, una pérdida de tiempo.

    —Siempre cabe la posibilidad de que vuelva.

    —Pero no lo vas a hacer.

    —Claro que no, era sólo para mostrarte el tipo de hombre que soy: Una plasta, como te gusta llamarlos a vos.

    Él contó exactamente cinco minutos con cuarenta segundos antes que ella hablara:

    —Me gustaría que hubiera sido diferente. Como en las películas, de esas que íbamos a ver en un principio — sonrió con una pena que no le cabía en la cara. —Yo pensé que sería facilito, un tramite corto sin ganas de llorar y nada. No puedo. Debe ser por lo que tú sabes, por lo que siempre te dije y vos tramitaste como un anfitrión que saluda a los asistentes y se va. —La pena ya le había carcomido el pecho y la garganta, es que había sido tan lindo pensar que después de todo, nunca llegarían a eso.

    —Si hubieran otras vidas, ser inmortal…

    Pero el Sol es sólo una llama, la Tierra es una pantalla y nosotros sólo figuras, que pasan y que se esfuman —citó su canción preferida. —No podemos ganarle a eso— carraspeó de modo que pareciera discreto, el nudo en la garganta debía tragarse con dignidad.

    —Imposible.

    —Vamos a estar tan separados.

    —Al otro lado del mundo prácticamente. Y no es sentido figurado.

    — Quizás en el último podríamos… —dejó a la frase colarse en el humo viciado del local —Sería todo, supongo —se puso de pie con naturalidad repentina.— ¿Me acompañas a tomar el ómnibus?

    Caminaron a paso normal hacia el paradero con una prudente distancia entre ellos. Conversaron del tiempo y de lo horrible del tráfico en horario pic. Por lo mismo, a Felipe se le hizo muy normal darle un beso en la mejilla y verla subir al autobús sin voltearse para decirle adiós y nunca más.

    Era tan bueno que ella lo hubiera entendido. Esperaba que también lo fuera esa sensación de desastre que se le pegó por toda la ropa y piel como la lepra, en menos de un pestañar.

    ¿Para qué había comprado la caja de cigarrillos? Se preguntó de repente. Tal vez por algún tipo de premonición, pensó al acercarse a su auto y verse reflejado en la puerta y vidrio.

    Al igual que ahora, ocho mil setecientos treinta y seis horas después.

    Botó la colilla y la aplastó con rabia contra el suelo. Entró dando un portazo y sin perder tiempo arrancó el auto.

    -0-0-0-0-0-​

    Su nombre.

    Maldijo. ¿Cuál era su nombre?

    ¿Desde cuándo recordaba rostros sin nombres?

    Desde que ella había subido al ómnibus una vez y en Buenos Aires.

    Qué curioso era que a la hora de los gatos tristes le bajara la angustia de un perro lejos de su hogar. Desde hacía tanto tiempo que vagaba por una ciudad desconocida, donde ella no iba a estar por ninguna esquina o en una parada de buses.

    Frenó espontáneamente frente a un café. Miró la fachada, a la gente yendo y viniendo; se imaginó a él saliendo tomado de esa cintura de antaño y se sintió miserable. Una plasta.

    —Ya lo dijimos tantas veces —suspiró ella, sentada sobre el asiento del copiloto.— Típico de los humanos: nos arrepentimos muy tarde. Podrías haberme llamado.

    Y no era mala idea, pensó Felipe observando a todo el mundo caminar y girar sin él. Si hubiera sido 14 de Febrero, habría reído. Pero no lo era y ella tampoco era/estaba.

    -0-0-0-0-0-​

    —Vos sabés, el acento santiaguino nunca se me pudo quitar; a vos tampoco, aunque nunca lo pudiste aceptar: tú tenías que hablar como una argentinita. ¿Cómo fue que nos encontramos allá? Digo lo de allá porque yo estoy acá, recuerda. Porque estaba la guita. Luego te gustó todo y conseguiste pega. Y mirá qué lindo pronunciabas el vos, como si de verdad hubieras nacido allí (y no en el otro allá). No te lo dije, claro, para que no te creyeras tanto; lo del acento santiaguino, ya ves.

    “ Yo nomás te llamo para decirte, muy así, que las cosas no han ido muy bien. De que gano plata, ni hablar. Pero me he sentido solo como un perro (sin dueño). A veces, cuando veo las puestas de sol, te apareces en cualquier parte y me alegro tontamente aunque sé, por supuesto, que no eres tú ni tu fantasma. Creo que te extraño un poco.

    “Podría ir cualquiera de estos días para allá; puedes recibirme si quieres, pero es obvio que va a ser un poco imposible. Dadas las circunstancias (por esto de que estás al otro lado del mundo), vos no vas a estar por ahí. Y no, no quiero decir que porque estés al otro lado del mundo no vaya para allá (ése allá). Pasa que, en cualquier parte que yo esté, vos estarás… Te extraño un poco más que un poco.

    “No te lo sé explicar. No hay caso. Pero creo que se entiende lo imposible de que tú y yo estemos en un mismo lugar; estamos en opuestos de forma eterna, lo dicen ellos. Lo mismo que los tipos de aquella vez y en Buenos Aires, cuando no me dijiste adiós y nunca más.

    Felipe colgó el teléfono que había perdido el tono hacía rato.

    —Que de ese ómnibus sobrevivieron dos (vos no). Nadie encontró una identificación con tu nombre.

    Fin



    Se supone que iba a ser un drabble, pero cuando iba pasada las 900 plabaras... bueno, me di cuenta que no. No es lo mejor que he escrito y con esto demuestro mi falta de práctica en el asunto, espero mejorar y seguir publicando.

    Sobre la historia, no creo que haya mucho que explicar: situación simple, actos y sentimientos simples que de repente se segregan en un hecho puntual nada que ver con todo lo anterior más un juego de vocablos. Quería hacer algo sin mucho que pensar, pero que tampoco cayera en un tono demasiado superficial. Espero no haberle errado del todo.

    [Me!]
     

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