Microrrelato La distancia

Mirar desde este rincón de la cama hacia tus ojos supone admirar también todo este espacio que nos une y nos separa a la vez. Tu rostro apacible y aún dormido me observa también desde el otro lado del sueño. Esto lo sé por esa suerte de sonrisa cómplice que se dibuja en tu boca y que se enmarca con la escasa luz que se filtra por entre las cortinas. Es tan amplio este corto espacio entre nuestros cuerpos que atravesarlo me parece una de las más grandes hazañas que pudiesen llevarse a cabo un domingo a las nueve de la mañana. Dejo entonces que mi mano surque el océano de sábanas embravecidas que yo mismo no me atrevo a cruzar, llegando hasta el punto de rozar con total delicadeza la piel de tus labios. Tu boca se entreabre lentamente al mismo tiempo que tus ojos y mi mano deshace todo el camino recorrido en un segundo, como huyendo despavorida. Nos admiramos el uno al otro, con lo inverosímil que nos parece esta situación, tú de tu lado y yo del mío. La distancia, sin embargo, parece infranqueable y ninguno se atreve a romper las barreras en estas condiciones. Mi mano fue una rebelde al pretender romper el acuerdo entre ambos, al querer sobrepasar lo que claramente no debía. Dudando de mi honra, tus ojos me escrutan en la mañana a media luz, buscando que reconozca mi autoría en lo que acaba de despertarte, pero no he sido yo -te lo digo a fuerza de miradas-, ha sido mi mano quien ha querido cruzar la frontera. Ademán de buscar respuestas, tu mano se dispone también a cruzar el campo minado que nos separa, acercándose peligrosamente a mi piel que tiembla bajo las sábanas. Todo cuanto nos hemos esforzado por mantener al margen esto se iría por la borda si decidieras finalizar este movimiento... de un hilo pende nuestra amistad. De un golpe mi corazón se acelera y mi respiración se agita. Cierro los ojos en espera del momento de contacto, sin embargo este demora en llegar y, al entreabrir los ojos nuevamente, noto que tu mano se ha quedado a medio camino, quizás cansada del extenuante viaje a través de las estepas que nos separan, quizás reflexiva ante el hecho de que esto sería un gran error, un error que ambos vemos venir y deseamos desde el fondo de nuestro ser, pero un gran error al fin y al cabo. Nuestros ojos se vuelven a cruzar mientras tu mano se desliza nuevamente a su posición original. Observarnos de esta manera es la única forma de percibir a ciencia cierta este espacio que nos divide tan cruelmente, pero que al mismo tiempo nos atormenta con su proximidad. Hemos salvado un día más, aun cuando sea uno menos al contador.