Comedia La conferencia

Tema en 'Relatos' iniciado por Red, 26 Marzo 2017.

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    Red

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    Aries
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    Título:
    La conferencia
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    Para todas las edades
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2416
    La conferencia

    La conferencia, prometedora e interesante, empieza con fuerza. El silencio es roto con un sonoro «buenos días» de un nervioso y novato profesor cuya inexperiencia es más que obvia. Ese simple saludo fue reforzado por la impetuosidad y el miedo escénico del joven profesor, resultando en un grito que casi rompe los altavoces y los tímpanos de la sala.
    De ese estremecedor inicio, se pasa a una exageradamente larga tanda de agradecimientos y saludos a personas muy conocidas entre los conferenciantes, pero totalmente extrañas para el público. Las palabras más repetidas durante cinco minutos oscilan entre «Gracias», «Saludos» y «Demos la bienvenida».
    Finalmente, se introduce de forma ligera la temática de la conferencia, la cual se dice casi de pasada y casi a disgusto; eso sí, no se duda en ensalzar y magnificar la inminente charla de un anciano con más títulos que casi todos los nobles de la actualidad. Lo que unos catalogan de «respeto» otros lo señalarían de «peloterío», pero vamos, esta apreciación deriva de unos a otros, dependiendo casi siempre de la cercanía del emisor con respecto del adulado.
    El venerable anciano se acerca con lentitud al micrófono que se encuentra sobre la mesa, hace unos incómodos sonidos con la lengua que retumban en toda la sala. Existen hombres con una incomparable voz grave que provoca tanta envidia como admiración al ser escuchada, personas que podrían leer el menú de una cafetería de barrio en alto y aun así hacerla parecer una gran obra literaria; Pues bien, este no es para nada el caso de nuestro elogiado anciano. Su tono es casi el de un susurro y su timbre tan agudo que hasta parece mentira que sea hombre. Incluso con el micrófono, apenas las tres primeras filas de la conferencia llegan a escuchar algo, por otro lado, los que ocupan las sillas a izquierda y derecha del conferenciante asienten a cada palabra que dice. Este inaudible discurso se extiende segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, eternidad a eternidad. Es simplemente desquiciante.
    Tengo la hoja de apuntes casi en blanco, destacando en la esquina superior izquierda unas palabras muy elegantemente escritas: «Conferencia - Apuntes de la ponencia». Lo subrayo, lo reescribo, le pongo detalles, quizás algún dibujo casual. Hago todo cuanto puedo hacer en un papel (salvo tomar apuntes). No sé muy bien cómo he llegado a dibujar a un payaso gigante peleando contra un tiranosaurio mientras los ovnis atacan, pero el caso es que está dibujado. Sintiéndome algo culpable y preocupado al mismo tiempo por no haber estado trasformando palabras oídas a palabras escritas, vuelvo mi mirada hacia el escenario, donde continúa el anciano titulado, susurrando su interminable discurso bajo la atenta mirada sus colegas profesionales. Suspiro notablemente y dejo escapar un «Ay Dios» que, menos mal, no parece escuchar nadie.
    Es entonces cuando dedico mi desaprovechado tiempo a observar al resto de público que me acompaña en las incómodas sillas que en alguna época estuvieron llenas de gomaespuma. No hay mucho público, ni frente a mí ni detrás mía, pero aun así, hay gente.
    Puedo ver algunas nucas desnudas que bailan al son de crujidos, una de las cuales suda notablemente, quizás debido al calor o quizás debido a la inmensa cantidad de carne que la rodea, quien sabe. Puedo ver otra, apunto de unir la carne del cuello a la carne de la frente, y, desde el fondo de mi corazón, le doy mi pésame en silencio. Es entonces cuando veo una nuca especialmente atractiva frente a mí; sobre ella, un apresurado moño ata el pelo rubio de una joven; por debajo se pueden ver unos hombros brillantes cubiertos a regañadientes por una fina blusa que deja ver un sujetador negro tras ella. Esa imagen se clava en mis retinas durante unos minutos en los que lucho por buscar algo que pueda distraerme todavía más. No me entiendan mal, adoro esta vista, pero mi subconsciente y mi contexto cultural me insultan con palabras como «pervertido» o «cerdo» cada segundo que mantengo los ojos clavados en esas tiras de tela tan misteriosamente atrayentes.
    Finjo estirarme en el asiento para poder girar la cabeza disimuladamente y así observar a la gente que hay tras de mí con un rápido vistazo. Me vuelvo a colocar rápidamente en mi sitio tras ver una perturbadora imagen en la que un hombre hacía un movimiento de vaivén con el brazo francamente sospechoso. Me muerdo los labios y aprieto las manos, noto como el corazón aumenta el ritmo y el cerebro empieza a elaborar las más extrañas teorías. Nuevamente giro la cabeza hacia el extraño movimiento de vaivén, y esta vez miro más detenidamente, confirmando que tan solo es el resultado de golpear el bolígrafo contra el papel repetidamente mientras nuestro amigo simplemente mira al techo. Me siento estúpido durante un momento, pero al mismo tiempo me siento algo decepcionado, pues hubiera sido una buena historia que poder contar más tarde a los amigos. Entonces, el hombre que segundos atrás ha demostrado la perversión de mi mente aparta la mirada del techo y mueve sus ojos hacia mí. Yo muevo la cabeza disimuladamente como si mirase a otro lado, pero claramente se ha dado cuenta de que le estaba mirando. Me pregunto que habrá pasado por su cabeza.
    Para cuando me quiero dar cuenta, el anciano con el culo más limpio del mundo ha terminado su discurso, y en su lugar se encuentra un joven de camisa satinada y sobacos sudados dando una animosa charla acompañada de un powerpoint en el que sobran los efectos especiales. Maldigo por lo bajo al no haber apuntado nada y empiezo a copiar cada palabra que aparece en el inmenso proyector. Desgraciadamente, apenas entiendo nada de lo que se está hablando.
    A los cinco minutos me rindo honorablemente mientras miro a mi alrededor y veo con desilusión y algo de envidia como todos están copiando y escribiendo diligentemente en folios y portátiles. «Venga ya, ¿En serio?» susurro casi en un grito mientras veo con desasosiego que el único idiota que no está haciendo lo que debería, está sentado justo donde estoy sentado yo. Miro disimuladamente a mi derecha, para ver los hermosos y detallados apuntes de una chica morena de grandes... gafas. Sin girar la cabeza, y acercándome disimuladamente, empiezo a copiar palabra por palabra. Sin embargo, cuando estoy cogiendo buen ritmo, el bolígrafo de la chica se detiene. No hago demasiado caso y sigo cogiendo tantos apuntes como puedo, cosa que se va complicando cuando, repentinamente, la chica voltea sus apuntes. Es entonces cuando dirijo mi mirada a su rostro, para encontrarme una mirada de asco unida a una mueca de desagrado que calan en lo más profundo de mi depravado corazón. La modosita chica me abre su corazón, o más bien el corazón de su mano derecha, y se gira sobre su asiento lo suficiente como para que no pueda ver nada al tiempo que deja escapar un escueto «imbécil». Suspiro desganado, pero no me rindo en mi empeño por aprender (o por aprobar, lo que ocurra primero), y me giro hacia mi izquierda. Pero por azares del destino, me encuentro con un joven pelirrojo que me mira secamente y con ciertos aires amenazadores, y, sin perder un solo segundo, me niega con la cabeza, como intuyendo que yo querría acechar sus apuntes. Que mal pensada es la gente.
    Yo no puedo hacer más que dar un largo suspiro y recostarme sobre mi asiento, rememorando a todas y cada una de las personas que conozco en aquella sala, preguntándome cuál de ellas tendría un alma lo suficientemente caritativa para dejarme vislumbrar la transcripción de tan afamada e interesante conferencia; de paso me pregunto si dicha alma me cobrará mucho. En ese preciso momento, el powerpoint se acaba y el joven de camisa transpirable se levanta para hacer un corto saludo, y, por alguna razón, es recibido en aplausos. «Bueno, al menos se ha acabado esta tortura», pienso para mis adentros mientras hago el ademán de levantarme de la silla. Pero entonces, como un cruel castigo divino, surge una nueva presentación y más agradecimientos mientras una profesora alemana toma el relevo, sentándose en el asiento principal e iniciando un nuevo powerpoint. En alemán.
    —Hay que joderse—digo en voz alta, a mitad de camino entre estar de pie y estar sentado, provocando un repentino silencio en la sala y una avalancha de miradas en mi dirección.
    La alemana se queda desconcertada, sus camaradas se miran atónitos, y, las que antes me parecían pocas personas en la sala, se transforman en un millar de ojos bien abiertos y caras de estupefacción.
    —Ah... Hay... Hay que joderse, que no haya más mujeres alemanas dando conferencias ¿Eh? —digo, en un repentino intento de remediar la irremediable situación— Siga, por Merkel, siga —Concluyo, volviendo lentamente a sentarme.
    Sonrío de la forma más simpática que se me ocurre mientras la invitada germana asiente y vuelve a iniciar su explicación. Yo asiento con la cabeza, notando como decenas de miradas me desgastan la dignidad. Poco a poco, las miradas vuelven a su cauce y todos reinician la toma de apuntes concienzudamente, como si entendieran algo de lo que se está contando entre «dasses» e «itches» e imágenes y esquemas de los que Picasso estaría orgulloso. Yo aprovecho para llevarme las manos a la cara y dar un largo e inaudible suspiro. Con todo perdido, me limito a dibujar a Hitler con peluca mientras la ponencia continúa su curso sin mí. Una vez acabado el jocoso garabato, miro a mi alrededor, y me desilusiono ligeramente al reparar en que nadie me presta ya atención. Sonrío tristemente mientras niego con la cabeza y mi mirada vuelve al frente, a los tirantes de sujetador negro que hace un rato me provocaron aviesos pensamientos y una inocente sonrisa. Mientras mi sonrisa vuelve a suceder, juego darle vueltas al bolígrafo con la mano, y comienzo a fantasear en cómo serán los labios de la dueña del sujetador, en si tendrá ojos de mar u ojos de pradera, o si su mirada enmudece o hace cantar; Y para cuando me quiero dar cuenta, mi fantasía se transforma en realidad cuando mis pupilas y las suyas crean una finita línea recta imaginaria. Sus labios son rosas, finos y tan esponjosos que la misma luz se queda durmiendo en ellos; sus ojos, más que de mar o pradera, son de cielo infinito; y su mirada, sin duda alguna, te convierte en un hechizado silencioso; y Dios, vaya tetas.
    Mientras debato en mi fuero interno sobre si soy un poeta enamorado o un salido impresionado (o un híbrido de ambos), la chica inclina ligeramente su cabeza, tratando de que mi mirada vuelva a ser propiedad de sus ojos. Yo reacciono más tardíamente de lo que me hubiera gustado, pero en seguida obedezco la inexistente orden que me ha dado. Ella sonríe de una forma tan encantadora que yo no puedo hacer otra cosa que sonreír como un imbécil. Pasamos así unos cuantos segundos, hasta que, por fin, ella reacciona y comienza a escribir algo en su cuaderno. «Creo que has ligado con la alemana» es lo que leo cuando me enseña discretamente su cuaderno. Yo río enmudecido y escribo en mi cuaderno con la mejor letra que jamás he hecho «El que me ha hecho ojitos es el anciano». Al leerlo, la chica hace algo verdaderamente cruel, ocultar su risa detrás de su mano. Daría lo que fuera por verla reírse. Ella vuelve a escribir en su cuaderno «¿Te está gustando la conferencia?». Una sonrisa invade repentinamente mi rostro y escribo sin dudar «Estoy deseando que acabe tan solo para pedir un bis». La chica ahoga cuanto puede una bella risa, pero aun así ésta provoca un nuevo silencio en la sala. Completamente roja, y con la cara escondida entre sus manos, la chica permanece inmóvil a la espera de que se reanude la conferencia. Por mi parte, me giro lentamente sobre sí mismo, tratando de fingir ignorancia, aun así, se acumulan suficientes miradas como para que las pueda notar clavándose en mi yugular. Una vez el moño, y la chica adherida a él, vuelven a su posición original, y el discurso vuelve a su cauce, yo me quedo a la espera de alguna ingeniosa respuesta en el cuaderno del asiento de enfrente, pero eso no ocurre. Quizás se haya enfadado por haberle puesto en entre dicho frente a todos, quizás piense que soy un inmaduro, quizás tan solo quiera evitar mirarme y esquivar la posibilidad de un nuevo ataque de risa, sea como sea, los minutos pasan sin recibir respuesta, y me temo que no tengo arrestos suficientes como para llamarla. Suspiro, esta vez de tristeza, pero aun así no puedo evitar sonreír al pensar en la hermosa risa de la chica del moño.
    La conferencia está cerca de su fin, y, aunque quisiera, no puedo prestar la más mínima atención a lo que se dice. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé de qué va la conferencia. La alemana acaba, y todos vuelven a aplaudir por sexagésimo cuarta vez. Todos se levantan y se vuelven a agradecer los unos a los otros. Algún listillo trata de levantar la mano, pero el organizador avisa de que la ronda de preguntas será en veinte minutos. Mientras tanto, tanto el público como los conferenciantes salen calmadamente entre risas y comentarios sobre cuán interesante ha sido lo que sea que se ha explicado. Algo de algas, creo. Miro al frente y veo como la chica del moño se pone de pie y comienza a caminar lentamente hacia la salida, sin siquiera dirigirme la mirada. Yo hago un ademán de levantarme y decir algo, pero me quedo callado. Me maldigo por lo bajo por cobarde y me vuelvo a sentar, apoyando los codos sobre las rodillas. «Capullo, deberías haberle preguntado su nombre al menos», me reprocho a mí mismo en algo que es poco más que un susurro. Entonces, bajo la silla de enfrente veo un papel doblado a la mitad, y en él hay algo escrito «¿Te quedarás a la ronda de preguntas? Porque yo sí». Instintivamente, miro hacia la puerta, donde la chica del moño, se ha quedado apoyada, mirándome de reojo. Rápidamente tomo mi bolígrafo y escribo algo con letras exageradamente grandes; alzo el cuaderno por encima de mi cabeza con una sonrisa, en él se lee «No me la perdería por nada del mundo».
     
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    Ichiinou

    Ichiinou Amo de FFL Comentarista destacado

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    Escritora
    Me ha encantado este relato. Tienes una forma de relatar un tanto peculiar y diría más madura de lo que estoy acostumbrada a leer y me ha gustado, muchísimo, la verdad.
    En cuanto a la historia, me ha parecido muy interesante toda la descripción del escenario y lo que iba pensando el protagonista y me ha parecido muy mona la "conversación" entre él y la chica. Aunque no haya un culmen como tal, aunque me gustaría leer más y más, sobre esta relación, el final me ha dejado con una gran sonrisa, ya que me ha parecido muy adecuado y creo que no podrías haberlo culminado de mejor forma.
    Bueno, me encanta tu forma de escribir, Red. Espero poder leer más cosas tuyas. Sigue escribiendo y nos vemos. :)
     
  3.  
    Ayeah

    Ayeah Shinobi

    Acuario
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    Escritora
    Me ofende no haber sido avisada de esto :c
    Aun así ya sabes que amo como escribes <3
     
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