Fantasía La cacería de los traidores del Este

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Confrontador, 21 Enero 2020.

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    Confrontador

    Confrontador Last cup of Sorrow

    Piscis
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    Escritor
    Título:
    La cacería de los traidores del Este
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    3070


    Final

    La espada de Samarat estaba a los pies de su enemigo. Fíbrula le miró carente de emociones y cargó de inmediato. Sin tener tiempo para pensar, el exhausto cuerpo del general se preparo para esquivar la embestida; solo con su guantelete le era imposible detener el avance de la espada bastarda. Segundos antes de que Fíbrula impartiera su mortal corte, la adalid saltó apareciendo de la nada para arremeter con su espada por la espalda del traidor. Lo habían pillado por sorpresa; había sido un ataque fugitivo perfecto, pero sus habilidades en combate se sobrepusieron; ni así seria tan fácil herirlo. El traidor esquivó el ataque ladeando el torso hacia su derecha mientras giraba sus caderas para quedar de frente a la amenaza que lo acechaba a sus espaldas. Inmediatamente después, trazó un corte horizontal que Sú alcanzó a bloquear con suma dificultad. Tras el golpe, la adalid retrocedió cuatro pasos, abrumada por la fuerza del impacto, mientras que Fíbrula se tambaleó por unos segundos, pero pudo mantener el equilibrio.

    La sangre se escurría visiblemente desde el abdomen del traidor y caía al suelo guiada por su pierna izquierda. Su visión estaba lentamente tornándose borrosa y cada paso nuevo que daba le costaba más que el anterior.

    —¡Qué haces aquí! —exclamó Samarat, pero su voz no tomó fuerza.

    Inmediatamente después, Fíbrula adoptó la posición de ataque y se lanzó hacia Sú. Ella, aunque mediocre en velocidad y fuerza, de alguna forma había sabido encontrar el momento perfecto para su arremetida.

    Fíbrula fue veloz, pero Sú había iniciado su huida en el mismo instante en el que su ataque había fallado. Fíbrula no pudo dar alcance a la adalid, que volvió a desaparecer por las escaleras. Si él no hubiera sentido aquel mareo habría podido cazarla con un solo movimiento y él lo sabia. había perdido sangre y eso le estaba pasando la cuenta. No tenia sentido perseguirla, menos aún sabiendo que su antiguo compañero representaba una amenaza mucho mayor.

    En el entretanto, Samarat se abalanzó a tropezones hacia su espada. Fíbrula podo verlo antes de que este pusiera sus manos en ella. Corrió con prisa hacia la espada, descargando un torpe ataque que obligó a Samarat a retroceder y a adoptar una actitud defensiva nuevamente. Cuando el traidor llego hasta donde estaba el arma, la lanzó con un fuerte puntapié hacia atrás, dejándola fuera de alcance.

    Tenía que acabar la batalla de inmediato. Levantó su espada y avanzó con lentitud hacia su enemigo. Samarat, con su rostro envuelto en sudor y por la sangre que brotaba desde su desgarradora herida, le miró inhalando cuantioso aire para enfriar su cabeza. Esta sería muy posiblemente la última vez que podría infligir daño sobre el traidor, pero por más que lo miraba, no veía cómo sin su espada en la mano.

    Fíbrula cargó. El filo de su espada, por sobre su cabeza, inició una caída en vertical. Cuando sus codos estuvieron a la altura de sus ojos, nublaron su visión lateral. Fue entonces que Sú Un se abalanzó nuevamente, desde la derecha con su espada hacia adelante. Samarat la vio asomarse desde las escaleras y correr veloz hacia su lado. Sú intentaba decapitarlo desde la parte de atrás de su cuello, trazando un ataque en diagonal, desde abajo hacia arriba y con la fuerza de ambos brazos. Aún cegado por sus propias extremidades, el traidor fue capaz de percibir a la adalid. Su corazón sintió la cólera y la ofuscación por primera vez desde que habían iniciado la pelea. Su mirada se encendió con rabia y se dejó llevar. La espada bastarda cargó contra el suelo con poca fineza, permitiendo que Samarat pudiera esquivarla. Su trayectoria estaba demasiado lejos de la adalid, por lo que Fíbrula levantó su pierna derecha lanzando una patada que cayó de lleno en el estómago de Sú, lanzándole lejos sin que esta alcanzara a concretar el golpe. La mujer fue despedida varios metros hacia atrás, soltando el aire en sus pulmones y vaciando el contenido de su estómago por la boca. El traidor, enajenado, raspó el suelo con la punta de su espada mientras la movía para apuntar hacia la adalid. La partiría en dos en un solo tajo, y así lo habría hecho si Samarat no hubiera intervenido. El general se agarró desesperado de la espada desde el filo utilizando su guantelete metálico. La sujetó antes de que esta alcanzara a tomar fuerza. Con su mano derecha libre, vapuleó la cabeza del traidor repetidas veces y con sus pies, logró hacer que ambos cayeran contra el piso.

    Los dos hombres se enfrascaron en un enfrentamiento de contacto. El forcejeo continuó por un corto instante y terminó después de que el traidor se zafara al propinar un certero golpe sobre la sien de su adversario.

    Apenas se separó, Fíbrula adoptó la posición de ataque y levantó su espada para ejecutar a Samarat que estaba a su alcance. El general se incorporó, pero su cercanía le haría imposible evitar el golpe. Desde la distancia, la adalid lanzó su espada intentando herir a Fíbrula. Este se protegió con facilidad del arma blanca utilizando la suya propia. La espada de talante rebotó hacia un costado, cayendo solo a metros de Samarat. El ataque de Sú había fallado, pero le había salvado la vida y ahora le otorgaba una nueva última oportunidad para acabar con su misión. Samarat saltó con todas sus fuerzas hacia la espada de la guardia real, que se había clavado con la punta en el suelo. Fíbrula inició su carga con la esperanza de evitar el rearme, pero no pudo llegar a tiempo. Sujetó entonces Samarat Hermain la espada con su mano derecha, desprendiéndola del suelo y apuntándola hacia el traidor. Los antaño camaradas cargaron el uno contra el otro, ambos con los dos ojos perdidos en los del otro. Fíbrula, con la ventaja del rango, atacó primero trazando un corte vertical hacia abajo. Samarat lo esquivó rozando el filo con su cuerpo y lanzo su vida en una última estocada. La punta de la espada de la adalid aceleró hacia el pecho del traidor, pero Fíbrula volvió a mover su arma, cortando hacia arriba y mutilando el brazo de Samarat en la altura de la muñeca. Su mano y la espada se desprendieron limpiamente.

    Ese sería el final para Samarat. Había apostado su último movimiento en un ataque excesivamente directo. Él era como un libro abierto para cualquiera que lo conociera; un guerrero poderoso pero apasionado e impulsivo; totalmente carente de sutileza. Las miradas de ambos no se habían separado, y ahora que se acercaba el final, Fíbrula no pudo evitar sentir empatía por su antiguo camarada. Si bien sus ojos seguían iluminados por el fuego de su sed de sangre, ahora desarmado, seria decapitado en el siguiente movimiento, cuando bajara su espada de nuevo. Él hubiera deseado que todo hubiera ocurrido de diferente manera pero las circunstancias y azares del destino no fueron favorables.

    En ese breve lapso de tiempo antes del final, mientras levantaba su espada para agarrar impulso, quiso grabar la mirada de su antiguo camarada en su memoria. Fue entonces que entendió realmente que había estado enfrentándose a un hombre dispuesto a convertirse en un mártir. Dolor en su vientre; la mano izquierda de Samarat se introducía con violencia en la herida de su abdomen y revolvía sus interiores. El general había entregado voluntariamente una extremidad a cambio de una brecha en su defensa. Fíbrula lo golpeó torpemente con su espada antes de dejarla caer. Por reflejo llevó ambas manos hacia sus vendajes mientras retrocedía con letargo. El daño era irreparable y el intenso dolor lo hizo derrumbarse hacia atrás.

    * * *​


    Renata tenia sus ojos abiertos, pero Lempo los veía cerrados. Su visión era en negro, como abrir los ojos en completa obscuridad, y sus músculos estaban tensos. Sus manos heladas por la temperatura le habrían dolido si las circunstancias hubieran sido diferentes. Ella tenía sus parpados cerrados, pero lo cierto era que estaba más atenta aún que cuando los llevaba abiertos, y es que la luz no necesita entrar por las pupilas cuando se mira a través de los sentidos de Rea.

    El resplandor verde de aquellas velas sobre el mirador de la torre en la propiedad de Samioneka; una noche oscura y menos de un ciclo del reloj de marcha. Todo se había realizado de acuerdo a un plan premeditado: en alguna parte de la ciudad, algo estaba apunto de suceder. Era invisible para todos, pero no para Renata, que fue capaz de verlo y encontrarlo en el mismo momento en el que se disparó.

    Lempo fue testigo incrédulo de como el cuerpo de la mujer empezó a exudar una especie de energía brillante pero fría que inundó el tejado completo. Sin darle el tiempo necesario para razonar sobre lo que estaba observando, Renata lanzó una violenta y ágil estocada con el filo de su báculo. Inmediatamente después, estiró su brazo intentando alcanzar lo que solo ella veía pero no pudo sujetarlo y se escapó.

    Sus cejas fruncidas y su respiración acelerada. Renata abrió sus ojos por primera vez en un largo rato y el resplandor que emanaba se apagó. Desde el filo de su báculo se escurrían hilillos de sangre muy roja que empapaban sus manos y caían hacia el suelo. Lempo la miró confundido y ella le devolvió una mirada arrogante.

    * * *

    Sú Un corrió hacia Samarat. Con la manga de su uniforme limpió la suciedad de su propia boca mientras arrancaba su cinturón de cuero para armar un torniquete alrededor del brazo cercenado del general.

    —¡Tú! —balbuceaba Samarat.

    Fíbrula se arrastró con dificultad unos metros y apoyó su espalda sobre un mueble cercano.

    —Voy a morir —dijo con una sonrisa en su boca—… Estoy viendo a la muerte frente a mi.

    —¡No!, primero dime, donde están todos… —dijo Samarat intentando mantener la conciencia.

    Fíbrula sonrió como queriendo soltar carcajadas, pero solo sonidos guturales salieron desde su garganta atiborrada en sangre. Las vísceras del traidor eran visibles a través de su cruenta herida abdominal. La adalid intentaba contener la hemorragia de su camarada pero mantenía también sus ojos sobre el traidor que yacía frente a ellos esperando su muerte.

    —Al final cumpliré la orden de capturarte con vida, ¡pero yo quería matarte! Estoy cumpliendo la misión, ¡pero me sabe a mierda!…

    Los lamentos de Samarat se mezclaban con un sentimiento de impotencia. Su voz se fue apagando poco a poco mientras repetía la misma frase una y otra vez:

    —No puedo llegar mas lejos que esto. No puedo llegar mas lejos que esto...

    La conciencia lo abandonó.

    —Nunca he traicionado al Rey, adalid, nunca —La voz del traidor sonaba con un dejo de melancolía—, pero mi pasión me impide rendir pleitesía a sus súbditos solo por la cadena de mando. Tampoco le he jurado lealtad a nadie...

    Sú le escuchaba, pero no decía nada. La espada de talante estaba fuera de su alcance y sus manos estaban ocupadas haciendo presión sobre las heridas de Samarat.

    —En cualquier momento me sacaran de aquí… Si no me matas ahora será un error del que se arrepentirán a futuro —Hizo una pausa—… pero... escúchame, también puede ser la mejor oportunidad de vuestras vidas, si llegan a entender porqué hago lo que hago —Apoyó una de sus palmas sobre el suelo para intentar acomodarse—. Inténtalo, solo inténtalo.

    Una de las puertas se abrió de golpe, pero solo Sú y Fíbrula pudieron voltear su cabeza. Mietchena entraba en la habitación con una mirada seria y con la espada desenfundada. Sus manos estaban manchadas parcialmente con sangre, ya que se había tomado el tiempo de limpiarlas frotándolas contra algún trapo en la otra habitación.

    —¡Mietchy! —exclamó la adalid.

    Mietchena se acercó hasta Fíbrula y se debuto junto a el. Sin mover su cabeza, encorvó sus pupilas volcando una fría mirada sobre el moribundo guerrero. Él la miró y suspiró con resignación.

    —Mietchena... detén el sangrado, por favor.

    La vigetchén de Biorocheto levantó su espada y la hundió despiadadamente en la garganta del traidor, acabando con su vida.

    * * *​


    La propiedad de Samioneka fue allanada por la guardia civil de Rovriadriana durante la mañana. En el interior se encontraron los cuerpos mutilados de una multitud de empleados de la casa, así como los de los guardias y el del propio dueño. La gran mayoría había muerto por heridas de arma blanca, sin embargo cuatro de los cuerpos, incluyendo el de Samioneka, estaban demasiado deteriorados como para atribuirlos al efecto de armas convencionales. Las autoridades de Korona dictaron en primera instancia que todo había sido obra de Gaviota, quien era el líder de una conocida banda de malnacidos que pululaba por las zonas interiores del reino cumpliendo contratos como mercenarios o simplemente saqueando aldeas.

    Marco Wolfgang había tomado la vida de Gaviota en el piso más bajo de la torre. Cuando vio el deplorable estado del General, el remordimiento por su falta de habilidad le hizo derramar algunas lagrimas amargas. Si hubiera terminado más rápido con Gaviota; si él hubiera terminado mas rápido con Gaviota...

    Samarat fue sacado de la mansión por sus compañeros y fue atendido en el patio de armas por los médicos de la guardia civil, quienes lo estabilizaron hasta la llegada de los especialistas del gremio que fueron llevados por Lorenz.

    Antes de que el sol se ocultara, las huestes de Frietchena y Samarat se alistaron para partir devuelta a la capital del Ciempiés. Cargaban con ellos los cuerpos de sus camaradas caídos, así como el cuerpo de Fíbrula. Un gran grupo de los soldados, alterados y hambrientos por venganza, quisieron amarrar el cadáver del traidor a uno de los caballos para arrastrarlo a través de todo el camino hacia la ciudad. Anna, Semko y principalmente los subordinados de Samarat sentían un fuerte deseo de profanar los restos del otrora general. Frietchena no tranzó y dispuso que el cuerpo seria llevado intacto hasta la capital, lugar donde seria colgado y exhibido a modo de ejemplo.

    Antes de la partida, las autoridades del Ciempiés se reunieron en las afueras de las murallas.

    —No pude ver su rostro —decía la sacerdotisa—, pero la he apuñalado. Si sigue con vida, me es difícil creer que pueda salir de la ciudad por sus propios medios. Yo sugiero que busquen entre los bárbaros que tengan una herida que cuadre con mi hoja.

    —Abordaré ese asunto —contestó Lorenz—. Una bruja podría tener algún otro truco para conseguir salir de la ciudad, pero no es algo seguro.

    —Se lo encargo, oficial —dijo Frietchena para luego dirigirse hacia la adalid—. ¿Ha visto algo nuevo en los alrededores?

    —No, general.

    Sú Un, con algunas vendas en su cuerpo, miraba sobre su caballo el anaranjado brillo de la puesta de sol.

    —Se los habrá tragado la tierra…—comentó uno de los oficiales.

    —Sin el testimonio del traidor no tenemos forma de saberlo —reflexionó Lorenz—. No hay nada que podamos hacer por ahora.

    —Pero sin el traidor, esa batería no tiene razón de ser; se desbandarán —Mietchena, optimista, sacudió su mano derecha—. Tendremos que lidiar con ellos tarde o temprano, pero no ahora. Un montón de renegados enojados y hambrientos, que solo sirven pelear, todos sueltos en medio de los caminos donde circulan las rutas comerciales mas ricas del Este… Nada bueno saldrá de ahí.

    —En fin, Habrá mucho por hacer.

    El Ciempiés inició la vuelta a casa. Solo Mietchena y su guardia permanecerían en Rovriadriana durante un tiempo más, como invitados del rey de Korona y el príncipe Amfarto.

    Mietchena montó su caballo. Estaba en compañía de diez de sus hombres. Lorenz se había devuelto a sus labores. Los recientes acontecimientos habían puesto sobre su espalda un enorme y pesado saco de cosas complicadas por hacer. La general no se movió del camino hasta perder de vista a la hueste de Phioria Oriental, que finalmente fue engullida en el horizonte.

    ¿Cómo ha ido todo, vigetchén Mietchena?

    Una voz delicada hizo que la general despertara de su ensueño diurno.

    Unos ojos rojos se materializaron poco a poco junto su caballo. Era como si dos globos oculares flotaran en el aire. Los animales de la Guardia del palacio de Biorocheto respondieron con sobresalto, relinchando y levantándose sobre sus patas traseras. Varios alabarderos debieron luchar para evitar ser lanzados desde sus monturas. Poco a poco, un cuerpo humano fue dibujándose alrededor de esos ojos, completando así una figura femenina. Se trataba de Maeví, que vestía las elegantes ropas con las que el príncipe Amfarto había visto a Mietchena durante la noche de celebración.

    Mietchena sonrió.

    —Te ves bien vestida así. Espero que te hayas divertido.

    —Gracias —respondió con voz temblorosa y sus mejillas se ruborizaron.

    Mietchena suspiró.

    —La sacerdotisa Renata hirió a la bruja, pero no sabemos quien es. Maeví, tienes que encontrarla antes de que Lorenz lo haga. Pero recuerda que no debes matarla —Mietchena adquirió un tono serio—. Cuando sepas quien es, solo házmelo saber.

    —Pero vigetchén, pídame que la elimine —Con la palma de su mano golpeó su pecho—, ¡yo puedo…!

    —¡Maeví! —interrumpió Mietchena con evidente enojo y con los ojos cerrados.

    La subordinada agacho levemente la cabeza y guardó silencio.

    —Yo ya veré que hacer —murmuró Mietchena.

    Con el seño fruncido, miró hacia el horizonte, pero no en la dirección por la que habían partido sus compañeros.

    —Tengo que alejar a la batería de la Frontera… —comentó con fastidio.

    —El general Frietchena mandó la orden antes de partir: su batería se acuartelará devuelta en Phioria Oriental ¿Qué haremos con la nuestra?

    —...Que se muevan más hacia el Este. Quiero que se alejen de la frontera de Korona e inicien marcha lejos de Rea... Que se internen en el territorio beshalle.

    —¡Sí, vigetchén! —contestó obediente uno de los hombres que la acompañaba.

    Maeví cerró sus ojos y tal había aparecido, fue desvaneciéndose ante la vista de todos los presentes. En unos pocos segundos, su cuerpo se desmaterializó quedando solo como un remanente sus dos globos oculares, que no tardaron en sufrir la misma suerte.

    «Mientras nos alejemos de ella, todo estará bien» Mietchena sonrió. La vigetchén de Biorocheto y su escolta cambiaron de dirección para caminar de regreso al palacio del Rey.



    Esta historia ha concluido, por lo que el señor moderador puede sentirse libre de moverla donde corresponda.

    ¡Todos los comentarios son bienvenidos!
     
    Última edición: 12 Abril 2021
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    Elliot

    Elliot Usuario común

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    Pluma de
    Escritor
    Me gustó un montón como hiciste la batalla final contra Fíbrula (quien, por cierto, no imaginé que fuera tan fuerte. Ahora me intriga que tan poderoso es Frietchena para haberlo derrotado tan fácil en su momento).
    De mis historias favoritas que he encontrado en esta bella página, te felicito y te doy un merecido Ganador.

    Saludos! ^^
     
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