Fantasía La cacería de los traidores del Este

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Confrontador, 21 Enero 2020.

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    La cacería de los traidores del Este
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    2726

    I
    La ciudad de Phioria Oriental estaba emplazada en varios montes de curvas suaves. Había también algunos salientes rocosos gigantes y agudos, en uno de los cuales estaba la fortificación de Phioria Oriental. Era un fuerte construido a unos docientos metros por sobre el nivel llano de la ciudad, y unos setecientos metros sobre el nivel del mar. Unas anchas escaleras talladas sobre la misma piedra serpenteaban desde la base hasta la enorme entrada de madera. Era una construcción arquitectónica clásica de la cultura que antaño gobernó la ciudad. Actualmente estaba en posesión del Reino de Rea, que había sabido incorporar su propia cultura, acomodando el ya orgulloso castillo como centro administrativo del ejército bajo el mando de la Segunda División del Ciempiés.

    El Reino de Rea era una nación monárquica nacida mucho más al oeste de Phioria Oriental. La ciudad capital, Reaful, había construido su imperio sobre los hombros de su ejercito; era una cultura militarista y en general violenta que expandió sus fronteras apropiándose de las riquezas y de las tierras de sus vecinos vencidos. Filas y filas de soldados marcharon una multitud de veces desde Reaful, derramando su sangre y la de aquellos que encontraran en su camino a cambio de clavar su estandarte sobre nuevas tierras. Desde su última marcha habían pasado ya muchas décadas; los fantasmas de los antiguos señores de Phioria Oriental ya se habían disuelto entre la cultura invasora, mas nadie sabia si alguno de ellos permanecía aún con vida en en interior de los hijos legítimos de las tierras.

    Estaba el general de división Frietchena muy tieso, con los pies juntos y mirando por la ventana en un oscuro salón de reuniones del fuerte de Phioria Oriental. El seño fruncido, con sus labios apretados y secos.

    —¿Cómo han reaccionado en la aldea Rupina? —preguntó.

    —No parece haber diferencia, pero tengo miedo de que todo esto les encienda la llamita… —respondió una mujer vestida con opulencia, que permanecía parada bajo el marco de una de las puertas más anchas del salón.

    Un tercer sujeto, vestido con el uniforme de la segunda división del ejercito, estaba escuchando sentado sobre una especie de sillón arrimado a la pared. De su cuello y a su espalda colgaba una capa típica de los oficiales y en sus hombros estaba el escudo del Ciempiés estampado.

    —Si cruzaron la frontera este, tendremos problemas para agarrarlos —dijo el joven oficial con una entonación carente de respeto—. ¡Debemos que salir y cercar las tierras de nadie para que no entren en ninguna ciudad extranjera!

    Frietchena lo miró sin cambiar su semblante.

    —Ninguna ciudad dejaría que una batería salvaje y sin ley camine como si nada por sus calles.

    —Pero tienen el estandarte del Ciempiés con ellos y también el uniforme. Si llegan a usarlo…

    —No lo harían. Nunca —interrumpió—. Ellos están guiados por la pasión y el orgullo; usar el estandarte seria como escupir sobre todo lo que han estado tratando de hacer.

    —General, no todo el mundo se comportará como tú —Se levantó, haciendo ondear su capa en el acto.

    El general Frietchena era el amo y señor de todas las tierras del borde este del Reino de Rea, así como también la cabeza del Ciempiés.

    Todas las ciudades y territorios del reino estaban divididos y eran administradas de forma autónoma por cada una de las divisiones profesionales del ejercito. Cada general de división, líder absoluto de su estandarte, se encargaba de cobrar impuestos e imponer sus reglas sobre las ciudades bajo su protección para así poder mantener un ejercito sano, vigoroso y preparado. Eran un total de cinco divisiones profesionales las que participaban en la administración del reino. La más importante de ellas era la Guardia Real, comandada por el rey en persona, que ejercía su gobierno sobre la ciudad capital de Reaful y los territorios aledaños. Las otras cuatro divisiones se repartían el resto de las ciudades y riquezas, utilizándolas para sus fines y obras propias, aunque manteniendo siempre un flujo constante de dinero hacia la capital. Cada general de división a su vez administraba sus territorios con ayuda de autoridades locales y de sus subcomandantes que ejercitaran poder sobre distritos más pequeños, en cuanto estos se les fueran concedidos.

    —Samarat Hermain, quiero que vayas a la frontera por el camino que cruza el río Besta y cierres cualquier posibilidad de escape. Dejaré a tu criterio si quieres entablar combate, pero tu única responsabilidad ahora es evitar que ellos avancen fuera de los territorios del reino —Lo miró entonces directamente a los ojos—. Solo te haré responsable de que ninguno de ellos pise el otro lado del río.

    —¡Si, general! —Juntó sus pies enérgico, adquiriendo una postura de disciplina absoluta.

    —Yo lo sacaré de donde sea que esté escondido y le haré cumplir sentencia.

    La reunión había durado más de una hora, pero aún era temprano y el sol apenas había salido del horizonte. Samarat montó su caballo en los establos que había a los pies del peñasco y cabalgó custodiado por una escolta de cinco soldados a caballo con armaduras ligeras.

    Phioria Oriental era la ciudad más grande dentro de todas las ubicadas tan cerca de la frontera. Comparativamente, era muy similar a Phantome —ciudad santa del culto a la diosa Rea— en cuanto a habitantes y al flujo de dinero; era la ciudad que conectaba al reino con todas las rutas comerciales que venían desde los imperios orientales y había sido elegida como la capital de la división del ciempiés, lo que le había supuesto un desarrollo explosivo en cuanto a infraestructura se refería. Caminar por sus calles era caminar por el pabellón geográfico-comercial más importante del Reino de Rea.

    Samarat avanzó galopando hasta salir de los limites de la extensa ciudad. Él era dueño de los territorios al suroeste de Phioria Oriental, y rendía vasallaje al general Frietchena. Era un sujeto bastante joven, audaz y un poco impertinente. Una cicatriz horizontal en su frente daba cuenta de una herida pasada que casi le había costado el ojo derecho.

    En los campos cercanos a la ciudad acampaba un grupo de más de docientos soldados con el escudo del Ciempiés en el hombro. Vestían armaduras ligeras y portaban fienas en el cinturón. Estaban ubicados alrededor de algunos árboles, descansando bajo su sombra mientras charlaban de buena gana en espera de las ordenes de su superior. Samarat entró galopando al centro de multitud, que lo recibió con bullicio y gritos de lealtad y bravura.

    —Compañeros, partimos, nos movemos —gritó con fuerza— ¡Nos movemos, nos movemos!

    Corrió entonces con su caballo, atravesando la horda de soldados, mientras que movía ambos brazos repetidamente para mostrar el camino que tomarían.

    Uno de sus hombres había montado sobre su caballo apenas lo divisara en el horizonte. Su nombre era Semior. Se le acercó a galope de inmediato, para correr a un costado de él y a su misma velocidad. Luego de realizar un fugaz saludo militar, abrió su boca.

    —Comandante, ¿debo moverme hasta el fuerte? —preguntó.

    En vez de responderle, Samarat fue frenando poco a poco su marcha. Atrás de ambos, el resto de los hombres montaba en sus caballos para acomodarse y avanzar en fila en la dirección señalada por su comandante.

    Samarat no sabia que debía hacer. La pregunta de Semior era otra forma de preguntar si debía ir en búsqueda del grueso de sus tropas. Samarat y los hombres a caballo que lo acompañaban eran solamente una cuadrilla ligera de reconocimiento. Cuando el incidente sucedió, él alistó la cuadrilla con la intención de perseguir y dar alcance; era una cuadrilla de caza. Ahora que el tiempo había pasado, la ventaja que le supuso su velocidad y ligereza podía haberse esfumado, e inclusive, cabía la posibilidad de que le jugara en contra. ¿Se habrían ellos reagrupado ya?¿era aún demasiado tarde para lanzar el primer golpe?

    * * *​


    Cuando Samarat salió de la habitación, Frietchena volvió a prestar atención a su otro acompañante. Su nombre era Mietchena, heredera de la corte de una ciudad amurallada al sureste de Phioria Oriental, y general regente de la misma. Ostentaba el título de Vigetchén, que no tenia un equivalente exacto en el nobiliario del Reino de Rea.

    —Ninguno de los rastreadores ha traído alguna noticia —dijo, tomando asiento sobre el sillón que anteriormente ocupaba su colega—… Yo nunca podría haberlo visto venir; osea, si usted hablaba con él, si usted…

    —¿Estás tratando de disculparte? —interrumpió el general de división.

    Ella evitó la mirada de su superior, incómoda por sus verdaderos sentimientos.

    —...No.

    —Los rastreadores están teniendo problemas porque él era astuto —continuó el general, después de hacer una pausa y dándole la espalda a su subordinada que hundía sus ojos contra el piso.

    En ese minuto habían más de cuarenta rastreadores recorriendo las planicies del este de Rea. Eran los mejores que Frietchena identificaba de entre sus dominios. Los había lanzado inmediatamente después de la insurrección. Hasta ese minuto ninguno había logrado alguna pista certera de las presas; según las palabras de uno de ellos, la batería lo tenia todo muy bien pensado, probablemente desde hacía mucho tiempo. Parecía como si el grupo completo se hubiera evaporado para viajar con el viento; era como si se hubieran alejado volando y sin dejar ningún rastro sobre el suelo.

    —Los miembros del gremio de caza creen que se escabulleron de uno en uno para no marcar el camino con rastros de grupos. Así se pueden camuflar entre las huellas de carretas mercantes y de viajeros de campo, pero eso es… Tampoco tienen explicación sobre los caballos…

    —Dime, Mietchena, ¿cómo solucionarías esto si te ordenara resolverlo por tu cuenta?

    Mietchena sintió la pregunta como si el general estrellara su mano abierta contra su delicado rostro. Su nariz habría quedado rota y sangraría abundantemente, mientras que sus manos habrían cubierto su boca y nariz, empapándose en rojo, lagrimas y vergüenza.

    —Si no pudiera localizarlo por mi misma, enviaría mensajeros a cada señor en el Este, rogando por ayuda —contestó con voz suave.

    —¿Crees que con un grupo mayor de gente podrías realizar lo que tú por tu cuenta no pudiste hacer? ¿Es una cuestión de números para ti?

    —N-no, pero con más cabezas se puede abarcar mas territorio.

    Frietchena guardo silencio. Ella, sin saber cuan acertadas fueron sus respuestas, continuó:

    —¿Qué era lo que esperaba que respondiera, general —preguntó mientras se ponía de pie—? Si desea que imparta la justicia, y que lo tome de manera personal, estoy dispuesta a hacerlo.

    Sus ojos brillaban por la rabia y su orgullo roto.

    —No esperaba nada en especifico. Pero tu mirada siempre le ha dado poco crédito a las acciones individuales. Cuando el enemigo es astuto, no basta con tener más cabezas; hay que arriesgarse, o buscar una salida excepcional.

    —¿Salida excepcional? —Mietchena repitió las palabras de su superior desconcertada.

    —Es cosa de tiempo que lo pillemos; hacia el este no hay ningún lugar al que yo no pueda entrar. El real problema es que, mientras más tiempo pase, más tiempo tendrá para agruparse y envenenar a la chusma.

    En ese minuto, una figura llegaba cabalgando a la fortaleza y montando un caballo de pelaje negro, tan negro como lo fuera un profundo firmamento nocturno en el que no brillaran más estrellas que el Sol. Desde los establos hasta Frietchena caminó con pasos rítmicos, acompañada de dos oficiales que la habían tomado desde que se presentara en frente del gran portón.

    —General Frietchena—dijo abriendo la puerta un oficial—. Ha llegado desde el oeste un Adalid de la Guardia Real, y desea hablar con usted.

    Frietchena miró a su subordinada esbozando una casi imperceptible sonrisa.

    —Cuando la presa es astuta, siempre es bueno buscar esa salida excepcional, estimada Mietchena —continuó desconcertando aún más a su interlocutora.

    Con un gesto de su mano permitió la irrupción del invitado a la sala.

    Entrando con una sonrisa infantiloide, una mujer penetro la estancia. Vestía el uniforme clásico del ejercito de Rea, pero en sus hombros se encontraba bordado el orgulloso escudo de la Guardia Real.

    —Buenos días —dijo.

    La oficial era de baja estatura y usaba el cabello medianamente corto. Caminó grácilmente hasta quedar frente a Frietchena. Dos aretes redondos colgaban desde unas cadenitas de largo asimétrico ancladas en sus orejas. Eran tan grandes como sus globos oculares, de color azul en la derecha y celeste verdoso en la izquierda; ambos tambaleaban de lado a lado cada vez que la oficial movía su cabeza. Sus grandes ojos negros irradiaba un aura angelical, y su presencia iluminó la sala completa. Un escalofrió recorrió la espina dorsal de Mietchena.

    Frietchena y la oficial se saludaron: con los pies firmes, el uno frente a otro, golpearon su pecho con el puño derecho, mientras sujetaban con su otra mano el pomo de sus armas al cinto. Se escuchó un sonido metálico en el saludo y Mietchena se levantó de un salto. Avanzó entonces hasta la recién llegada, procediendo a saludarla de la misma manera, aunque estaba desarmada.

    «Es un adalid de la Guardia Real» pensó mientras apretaba sus puños con fuerza.

    —Vigetchén Mietchena, le presento a Sú Un Perna Rakmantha: guardia real de rango y rastreadora de la corte de Reaful.

    Los guardias reales de rango, llamados también Adalides o simplemente oficiales —entre muchas otras denominaciones populares—, eran soldados excepcionales pertenecientes a la Guardia Real. Por haberse destacado en alguna disciplina o haber realizado alguna acción de infinita devoción, se les reconocía con el título que los separaba del grueso de la división real. A partir de ese momento pasaban a responder directamente a la casa real de Reaful; funcionaban como brazos, oídos, ojos y piernas para el rey y eran enviados a misiones específicas para que otorgaran asistencia, ademas de funcionar como testigos de fe. Dentro del reino de Rea y los alrededores, se les reconocía como guerreros de élite cuasi divinos. Eran respetados por la clase militar, admirados por el pueblo y despertaban un miedo instintivo en las entrañas de los bandidos.

    —Tome asiento oficial Sú Un —con su mano señaló hacia un sillón junto a una ventana—; le contaré sobre la situación.

    —¿Podríamos conversar mientras caminamos bajo el sol?

    Los tres oficiales abandonaron la sala, en dirección a la plaza del fuerte. En el exterior el Sol brillaba sobre la piel de los soldados que en esos momentos realizaban sus labores dentro de las paredes del castillo. Sú Un siempre intentaba mirar hacia el Sol, regocijándose con el buen clima y refrescándose con el viento; sin duda sería un día hermoso y libre de nubes.

    —Lo escucho, general —dijo Sú Un cepillando su cabello con sus dedos recién descubiertos.

    —¿Me permitiría dar la explicación a mí, señor? —preguntó súbitamente Mietchena.

    El general de división asintió con su cabeza, entonces Mietchena prosiguió:

    —Quiero ser directa: el general Fíbrula nos ha traicionado y ha arrastrado consigo a una batería de infantería completa.

    Pasaron dos segundos de silencio antes de que la guardia real abriera su boca.

    —Oh... —exclamó sin cambiar su semblante.

    Mietchena viró sus ojos para encontrarlos con los de su superior. Estaba un poco descolocada por la ligereza que la guardia real mostró ante el trascendental suceso.

    —Creo que es un poco más grave que un simple “oh”, oficial Sú Un —Mietchena entrecerró sus ojos, forzando una sonrisa y moviendo las palmas de sus manos hacia arriba por en frente suyo.

    —Dama Mietchena, me haría muy feliz si me llamara a secas —La oficial mostró una cándida sonrisa—. ¡Oh!, y por supuesto entiendo lo delicado de la situación.

    Mietchena suspiró.

    —Requerimos encontrarlo antes de que abandone el reino. ¡Su sola presencia podría generar revueltas en los territorios mas jóvenes! Es por esto que el general Frietchena ha pedido su asistencia en Phioria Oriental, dama de Reaful. Es decir, Sú.

    —¡Entendido—exclamó entusiasmada, hinchando su pecho con aire y golpeándolo con su puño cerrado—! Me gustaría conocer más detalles.

    —Muy bien. Le contaré cómo han sucedido las cosas…

    —¿Cómo es él?¿en qué cosas piensa? —acercó ella su rostro al de Mietchena que debió inclinarse levemente en la dirección contraria— Pero no me cuente nada aquí, si es posible me gustaría que charláramos mientras nos movemos.

    Sú los observó a ambos antes de tener la afirmativa del general.



    v1 22 enero 2020
     
    Última edición: 22 Enero 2020
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    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Hola, Confrontador. Creo que es la primera vez que leo y comento una historia tuya, al menos en esta zona.

    Tengo que decir que, al principio del capítulo no entendía demasiadas cosas. No fue sino hasta el final que pude entender bien el asunto de la trama. No es algo que me guste del todo, pero me alegra que en el primer capítulo ya se pueda ir deduciendo de que va a ir la historia. Lo que me llama la atención es que el título de la historia va en plural, pero en este capítulo solamente se habló del general Fríbula. Imagino que los hombres a su cargo conformarían el resto de los "traidores del Este", pero me pregunto si es que llegaremos a ver a alguno de estos cobrar relevancia en la historia en otro aspecto más allá de ser simples ayudantes y hombres al servicio de dicho general.

    Debo decirte que me gustó mucho la forma en la que has descrito las cosas, en especial al principio del capítulo. No fue demasiado extensa como para que resulte tediosa, ni muy breve como para que abarcara solamente un par de renglones y ya.

    Lo que sí debo admitir es que con los nombres estoy algo perdido. Frietchena, Mietchena... sus nombres son bastante similares y me costó mucho diferenciar quien era quien con la primera leída, teniendo que leer algunas partes más de una vez. El nombre más complicado es el de Sú, que no lo recuerdo bien del todo, por lo que yo también optaré por llamarla de esa forma. Pero lo que más me tiene mareado son los nombres de los lugares. No es algo que se me de bien al principio con ninguna historia, pero calculo que en un par de capítulos ya podré ser capaz de diferenciarlos.

    En fin, no tengo mucho más que comentar. Este capítulo fue una introducción para el mundo y los personajes que imagino que tendrán la mayor cantidad de protagonismo (siendo una historia corta según las etiquetas, no creo que la cantidad sea tan grande). Supongo que en los próximos capítulos seremos introducidos a la estrategia para capturar a los traidores y a los motivos de los mismos para haber cometido traición de esa forma. Me atrevo a pensar que se trata de un asunto de poder, pero es muy pronto para eso.

    Te marcaré algunos errores que encontré.

    La palabra correcta allí sería "vaya", dado a que hace referencia a la acción.

    A esas dos palabras les faltó la tilde. Sin ella, ambas palabras no tienen el significado que intentas expresar.

    Eso es todo por ahora. Será hasta la próxima ocasión.
     
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    Holas. Gracias por comentar. Usualmente menciono nombres de lugares y ciudades para posicionar geográficamente los acontecimientos. En todo caso, intento presentar como corresponde cada lugar que requiera ser presentado. Los nombres propios pueden resultar raros, pero así como son, forman parte del universo de la historia (que después de todo es diferente al nuestro) y en general pueden tener (como en la vida real) información sobre las personas, como por ejemplo su ascendencia. Espero que a medida que avance la historia suene todo más familiar xD.

    Gracias. Correcciones realizadas xD

    Saludos.
     
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    II​

    Fíbrula es un hombre alto. Su piel al natural es pálida, pero está algo tostado por el servicio y por las horas que ha recorrido a caballo por las llanuras cercanas a Sat Sham, la ciudad que solía gobernar —actualmente está bajo custodia del ejercito del general Frietchena. Su cabello es negro y sus ojos color café oscuro; es el monigote perfecto de un hombre con ascendencia de los antiguos reinos del Este.

    No lo conozco de forma íntima. La primera vez que lo vi fue hace años, cuando visitó la corte en mi ciudad natal y yo no estaba en el ejército. Después de aquel día, solo nos hemos visto cuando coincidimos en Phioria Oriental, o cuando tenemos que movernos en conjunto; ha sido solo trato profesional.

    Se que es muy inteligente; me consta. Maneja su tropa no solo con el peso de su rango, mezcla ideas de hermandad y honor —es muy similar al general Frietchena, que gusta de usar esos términos también, aunque Frietchena es mas llevado al honor que a la hermandad—. Se hace escuchar por sus hombres, los alienta y los lidera; hace florecer la pasión de sus corazones y acepta sobre sus hombros la responsabilidad de sus decisiones… como lo haría una especie de hermano mayor o un mártir.

    —¿Por qué lo comparas a un mártir y no a un general?

    —Considero que los generales o los reyes empujan a los demás por su potestad… él no dependía tanto de eso —Mietchena miró hacia el cielo y guardo silencio.

    La verdad, era alguien de admirar. Tenia liderazgo; no todos tienen esa virtud y no es algo que se pueda aprender… yo lo creo así. A él le salia todo de forma natural, aunque no fuera un hombre muy letrado.


    * * *​

    Frietchena, Mietchena y Sú Un bajaron peldaño a peldaño por las escaleras de piedra del fuerte de Phioria Oriental. Estaban a tal altura que el viento, implacable, los empujaba hacia el precipicio sin barandal que se encontraba a mano derecha. Las capas de Sú Un y el general ondeaban con ferocidad, mientras que Mietchena aferraba su mano derecha contra su casaca y sujetaba su gorro con su otra mano para que no saliera volando. Frietchena parecía inmune a todo ello y caminaba con el mismo ánimo con el que cualquiera caminaría por una jardín floreado en un hermoso día de primavera.

    Era todo de un color blanco, radiante por la luz del sol en los tramos en los que el propio pedregón donde se erguía el castillo no hiciera sombra. La escalera era muy empinada, pero caminar por ella permitía ver la gran ciudad que los rodeaba. Phioria Oriental era una joya para el Reino de Rea.

    Llegaron hasta la segunda plaza del fuerte, ubicada a nivel del suelo junto a los establos. Estaban aún a cobijo de un muro de piedra de aproximadamente tres metros de alto que los separaba del paisaje urbano.

    Frietchena había dado la orden de antemano: una batería de infantería marchaba en filas de a cinco hombres, cruzando por la inmensa puerta de madera y hierro. Las fuertes pisadas al unísono de cada camarada creaban una especie de canto de guerra y disciplina. Era una melodía retumbante que se escuchaba por todo alrededor de la avenida principal por la que marchaban.

    A Frietchena le encantaba. Sú Un parecía entretenida; con los ojos cerrados, sus pupilas hacia el cielo y sonriendo, levantaba ambas orejas con sus dedos índices, perfilándolas hacia el desfile del ciempiés. Los soldados que pasaban a su lado se volteaban sin salirse de sus filas para saludarla orgullosos con el puño en el pecho y ojitos titlantes.

    Montaron sus caballos y salieron de las murallas del recinto galopando a un costado de la hilera de infantería. Por las ventanas de los edificios se asomaban los habitantes de Phioria Oriental. Gritaban y silbaban alentando a sus tropas. Por sobre la tierra y la piedra, los ciudadanos en el suelo se detenían para mirar. Hombres de piel oscura, blanca y azul alzaban su puño y gritaban. Eran los mismos hombres que la gran ruta del Este arrastraba consigo, los mismos hombres que tomaban el regalo del Este para el mundo entero y lo depositaban en la ciudad. Ellos se inclinaban al ver pasar a su señor y elevaban alabanzas hacia la dama de Reaful.


    * * *

    Fue durante la noche, a una hora en la que no se podía ver nada sin usar fuego, y con una Luna ausente por las nubes. Yo estaba en compañía de mi corte, sentada sobre el prado, acampando a orillas de la laguna de Lucio. Me parecía una noche perfecta para cuidar de mi misma. Eramos mi corte, yo y una escuadra de Alabarderos de la Corte.

    Desde el noreste más o menos fue que apareció Fíbrula. Pese a la luz cálida de las antorchas, su rostro estaba demasiado pálido. Parecía como si hubiera estado vomitando.

    —¿Vomitando? —preguntó Sú Un.

    —No sé, es lo primero que pude pensar; estaba agitado, jadeaba y se veía... ¿enfermo?

    Venia acompañado de un puñado de sus hombres a caballo —serian unos seis o siete—. Se habían escabullido todos por el contorno del campamento, según me contaron, antes de ser encontrados por un grupo de los alabarderos. Fui a su encuentro de inmediato, pero él se mostraba algo reacio a contar con mi ayuda, al menos durante el principio; cuando logré convencerlo para que se detuviera a descansar pareció relajarse y pude invitarlo a mi tienda a charlar.

    Él me contó que tenia mucha prisa por alcanzar a unos bandidos. Eran un grupo grande, con más de treinta miembros, que había tratado de asediar una aldea granjera en los alrededores de Sat Sham. Me resultó chocante verlo en ese estado; decía querer lanzarse rápido contra ellos, que la noche los ayudaría, que no podrían responder una embestida relámpago, pero él y su grupo entero se veía demasiado cansado. Pensé que quizás se precipitaron de forma irresponsable y se habrían agotado en un intento fracasado de dar caza a los rufianes. Lo miré de pies a cabezas, pero se veía intacto. Su ropa estaba algo arrugada y sucia; tampoco tenia puesta su armadura pesada, por lo que deduje que debía estar portando equipo ligero. En ese momento no supe en qué circunstancias fue que se encontró con los bandidos, pero Fíbrula cuando está en armas suele usar una armadura pesada junto a su espada bastarda.

    —¿Sabes quién le enseñó a blandirla?—preguntó Sú

    —¿Qué?—respondió Mietchena desconcertada.

    —Nadie en el Oeste. Él no se forjó en academia, el maestro Toribio Fionato fue su mentor —interrumpió Frietchena—. Lucha con un estilo muy similar al que practican en Río Negro, que es lo que imagino le interesa saber.

    Estuvimos cerca de cinco minutos hablando; él intentaba ponerme en contexto. Pasado ese rato insistió en continuar. Ahí fue cuando sorprendentemente pidió mi ayuda. Ambos nos levantamos —estábamos sentados sobre unas almohadas— y salimos hacia la orilla del lago para idear una estrategia rápida.

    —Pidió ayuda después de todo —murmuró la adalid mirando hacia el cielo.

    El grupo enemigo estaba compuesto por hombres a pié y a caballo, todos con armas ligeras, incluyendo algunos sujetos muy diestros con el arco largo. Los Alabarderos de la corte portan siempre equipo pesado; hubiera sido imposible para ellos seguir el paso de los forajidos en huida y por asuntos de tiempo, era imposible contar con refuerzos desde algún fuerte. Ese fue el panorama que Fíbrula planteó ante mi. Era extremadamente complicado cazarlos en esa misma noche… Si él fallaba en atraparlos, lo más seguro era que en los días venideros se retiraran por la frontera, eso por supuesto saqueando poblados pequeños que cupieran en su paso. Todo iría bien para ellos en cuanto se mantuvieran alejados de la ruta principal hacia Phioria Oriental, que está siempre bien custodiada.

    Apenas salimos de la tienda, Fíbrula se acercó a la orilla del lago para mojar su cabeza. Cuando volteó hacia mi, me explicó cómo lo haríamos: él y y los suyos, a caballo, correrían a toda marcha e intentarían rodear al grupo de bandidos que acampaban en un valle más o menos al Este de donde estábamos. Yo y mis alabarderos caminaríamos a marcha lenta y sin desvíos hacia el valle, pero nos ocultaríamos de la vista de los bandidos. Fíbrula pretendía engañarlos para que se toparan de frente con mis alabardas. De alguna forma u otra, se mostraría ante ellos desde el Este, pretendiendo ser muchos más de los que eran. Los haría huir de forma conveniente; quería conducirlos hacia mi, tal como un pastor lo hace con su rebaño, para que así yo los acabara. Él fue quién urdió todo y quien me convenció, más yo guardé mis dudas. ¿Cómo podía engañar a un grupo tan grande con tan solo un puñado de hombres?, en ese minuto no se me ocurrió una respuesta, pero confiaba en su palabra; él era un hombre muy inteligente y yo sabía que nunca daba un paso sin saber donde caería su zapato.

    Su grupo más dos alabarderos montados, por los cuales tuve que insistir para que les permitiera unirse, partieron a toda velocidad desde el campamento. Yo y un grupo de cuarenta alabarderos partimos a pie, recto hacia el Este tal como habíamos acordado. No estaba vestida para la batalla, pero portaba mi arma y los Alabarderos son superiores bajo cualquier mirada.

    Llegamos en poco tiempo hasta la orilla del valle y nos acomodamos atrás de una suave saliente. Habíamos coordinado iniciar la acción en tres ciclos del reloj de marcha, tiempo más que suficiente para que él y los suyos tuvieran todo preparado. Los bandidos, según su relato, estaban relajados, por lo que era poco probable que cambiaran su posición. Acomodé a mis hombres formado una linea y esperamos agazapados.


    * * *​


    Pasaron más de cuatro horas de marcha. La tropa avanzó a través de un sendero que se bifurcaba a pocos kilómetros de avance desde el camino principal pavimentado que salia de Phioria Oriental. La hueste completa estaba compuesta por una batería de infantería ligera y profesional, un triángulo de soldados provistos de arcos largos y un grupo de alrededor de cincuenta soldados a caballos, siendo estos algunos oficiales al mando de Frietchena y el grupo de guardia de los Alabarderos de la Corte de Mietchena, que la escoltaban desde su arribo a Phioria Oriental. También los acompañaba una sacerdotisa del culto a la diosa Rea.

    Mietchena cabalga junto a Sú. La miraba de reojo y con suspicacia. Su piel era muy pálida y sana; le parecía una muñeca de porcelana, una señorita de la nobleza o alguien que jamas hubiera luchado en su vida. Cuando miraba sus propias manos veía lo mismo. Ella era un general del ejercito profesional del Reino de Rea, pero también era la Vigetchén de su ciudad y de su gente; había crecido rodeada por mimos y bajo los escudos de los Alabarderos de la Corte. Su piel no fue tocada por el sol si no hasta que tuvo edad suficiente para conocer el amor. Estaba orgullosa de lo que era y también de lo que logró. ¿Sería Sú Un Perna Rakmanth como ella? A sus ojos se veía linda, pura y frágil. Vestía como todos los demás soldados en el ejercito, pero tenia adornos femeninos totalmente inútiles en batalla. Era algo usual que a los guardias reales de rango les permitieran el maquillaje o algunos detalles estrafalarios —de hecho era usual reconocerlos por ello—, pero también era usual, al menos con todos los adalides que ella había conocido a lo largo de su vida, que se vieran intimidantes. Sú no intimidaba; era una joven linda e inocente y no un guerrero monstruoso.


    * * *​


    Una vuelta. Dos vueltas. Tres vueltas. Silencio y oscuridad.

    No vi señales de Fíbrula ni señales de los bandidos y temí lo peor. Dubitativa y pasmada, no supe que hacer ¿Era prudente continuar esperando o debía actuar ya? Confiaba demasiado en él, pero si su estrategia no había funcionado, ¿qué debía hacer? Me temblaban las manos mientras trataba de mirar a través del horizonte, pero tenía que ingeniar una respuesta. Él podría haberse retrasado en montar su posición, o los bandidos pudieron no haber seguido el camino por donde se suponía debían huir. ¿Estaba yo en el sitio indicado?¿había seguido bien la dirección? Eran muchas posibilidades, pero cuando una de ellas cruzaba mi mente, mi corazón se aceleraba: ¿y si los bandidos no habían caído en su truco...? Con rabia, mande a uno de mis hombres sobre mi propio caballo para que trajera a mis fuerzas. No podía permitir que unos bandidos arrebataran el orgullo de un compañero.

    Y pasaron así las horas… esperando. Fueron las suficientes como para que llegara la escuadra de caballería que había mandado a traer. Partimos a galope atravesando el valle, buscando cualquier lucecita o señal de fuego, de batalla; cualquier cuerpo en el césped o él aroma a sangre en el aire, pero no encontramos nada. El remordimiento por haberme guardado mis pensamientos en aquel momento empezó a carcomerme como muy pocas veces había sucedido. Fue entonces que pude ver en el horizonte a un grupo grande de caballos avanzando. Ellos nos vieron también; era el general Samarat Hermain acompañado de muchos soldados.

    —¿Hermain? —repitió Sú.

    Hermain fue quien me contó lo que realmente pasaba. Fíbrula había alzado su espada en la capital: había intentado tomar la cabeza de Frietchena para hacerse con el poder de Phioria Oriental. Hermain lo había atestiguado todo con sus propios ojos: Frietchena y Fíbrula se enfrentaron, con el traidor vociferando sobre reclamar las tierras del Este para sus reales dueños, pero al verse derrotado, habría huido malherido a través de una de las ventanas. Lo habían acompañado a la ciudad varios de sus hombres que se sacrificaron para crearle una oportunidad de escape. Aquellos que lo acompañaban cuando nos habíamos encontrado no eran más que los restos de ese grupo.

    Frietchena había enviado mensajeros a todos los subcomandantes del Ciempiés con la orden de captura prioritaria. A Hermain le había encargado perseguir al traidor, mientras él se dirigía con el ejercito hacia Sat Sham, temiendo que una revuelta a mayor escala estuviera sucediendo por allá.

    —¿Los reales dueños del Este? —preguntó para Sú.

    —Sí —suspiró.

    Él sabía que la forma más sencilla de tomar el poder era remplazando por la fuerza al general de división. No habrían hombres muertos, ni huestes de afuera metiendo sus narices; todo a espaldas de Reaful. Bajo la linea de mando, él era quien mas adeptos tenía; con su peso podía hacerse aceptar como el nuevo general sin mayor oposición. Si era capaz de vencer a Frietchena, era porque merecía el poder que intentaba usurpar. Dice hacerlo en nombre de Sat Sham y de los antiguos reinos del Este que ya están bajo tierra, pero lo hace solo para intentar ganar el respaldo del populacho; a él no le interesan tales cosas. Es un embustero, yo lo sé y el lo sabe también; su única ambición es el poder, su única ambición es el poder.

    Cuando el ejército del general llego a la ciudad no encontró revuelta alguna. Era una noche normal en Sat Sham, pero al hacer ingreso al fuerte principal de la ciudad, se encontraron con los barracones vacíos; no había ningún soldado alojado en su interior. Indagando en los registros propios, y viendo las evidencias, llegamos todos a la conclusión de que había una batería de infantería completa ausente. Los uniformes, el estandarte y las armas; todo el equipamiento estaba desaparecido. El oficial de mayor rango que pudo encontrar era un capitán que decía desconocer la situación tanto como nosotros. Los soldados restantes al mando de Fíbrula decían no saber nada también. Frietchena registró los edificios gubernamentales, pero no logró encontrar registros oficiales que pudieran desvelar quienes eran exactamente los desaparecidos, ni cuanta indumentaria fue robada.

    —Hasta este minuto aún se está buscando —interrumpió el general.

    Yo pensé durante todo ese tiempo que había enviado a un hombre a su muerte, pero lo que realmente había hecho era dejar escapar a un traidor; un malnacido que cree tener potestad para hablar en nombre de los que tenemos sangre del Este corriendo por nuestras venas. Y yo… yo durante todo ese tiempo...


    * * *​

    Pasaron cuatro horas más y el grupo completo llegó hasta una meseta. El sol ya no estaba en el zenit y el viento empezaba a soplar a ras de suelo. Las tropas recibieron la orden de descanso y se tendieron alrededor de la meseta, mientras que Sú, Frietchena, Mietchena y dos oficiales más se acomodaban sin desmontar en el borde de un acantilado poco sinuoso pero también de poca altura. El general de división miró hacia el horizonte.

    —Fue en el valle a nuestros pies donde se perdió el rastro de Fíbrula durante la noche —comentó dirigiéndose a Sú—. Sobre la infantería, no tengo ninguna pista, pero creo que sería bueno que le comentara más detalles.

    Sú bajó de su animal mirando hacia el horizonte.

    —La verdad, me resulta irrelevante donde estemos, general —Y volteándose hacia este continuó—. Con todo lo que me han contado durante el camino me basta.

    Caminó dando saltitos hasta el borde. Las puntas de sus botas tocaron el vació.

    —Hay mucho sol —musitó haciendo sombra sobre sus ojos con su diestra como si fuera una visera.

    Cerró sus ojos y levantó sus orejas con los dedos de sus manos.

    —¿Qué está haciendo... ?—susurró Mietchena que también desmontaba de su caballo.

    Sú no abrió la boca. Hizo un leve movimiento de izquierda a derecha con su cabeza, como si intentara escuchar cada resquicio del horizonte frente a ella. Tras el movimiento inhalo profundo con sus pulmones y abrió los ojos.

    —Ya se donde está, general. ¡Lo he encontrado!

    Giró su cabeza hacia sus acompañantes, haciendo ondear sus grandes aretes y regalándoles una sonrisa de entusiasmo. Mietchena y los demás palidecieron expectantes.

    —¿Está segura que es él, que es Fíbrula? —cuestionó el general de división solo por el afán de despejar cualquier duda.

    —Sí.

    —¿¡Dónde está!? —Uno de los oficiales abrió sus ojos con ira y excitación—¡Yo no lo logro ver, dama de Reaful!

    Se volteó con violencia hacia las tropas a sus espaldas. Intentó entonces levantar su mano para preparar posiciones para una carga con la infantería, pero su superior lo debuto en el acto sujetando su mano con firmeza.

    —Espere, coronel —dijo sin mirarle, y encarando a Sú, prosiguió— ¿Dónde exactamente está?

    —Está a varios kilómetros al noreste de aquí. Mucho más allá del cruce del Besta—dijo apuntando con sus brazos en la dirección. Giró entonces sus pupilas hacia arriba— Mmm… No estoy segura cuán lejos es, pero yo diría que está en una ciudad.

    —¿¡Una ciudad!? —exclamó Mietchena—¡¿Cómo podría estar en una ciudad más allá del río…?!

    —No sé, pero está en un lugar muy poblado, lejos de cualquier soldado del reino… aparte de Lorenz Nicolao. Necesito acercarme más para poder distinguir mejor.

    —¿Lorenz Nicolao?, ¿quién es ese?

    —Esa dirección —El segundo coronel, que se había mantenido sereno, abrió su boca—… la única ciudad que puede cuadrar con la orientación sería Rovriadriana, la capital de Korona…

    —¡Espera! —Mietchena no daba crédito a lo que escuchaba—,¡eso es demasiado lejos, cómo podría estar allá si ha pasado tan poco tiempo!

    Agitaba sus brazos con fuerza, interponiéndolos por delante de ella.

    —En territorio extranjero.—Los dientes del otro oficial crujieron con ira.

    —D-dama de Reaful —tartamudeó Mietchena—, explíqueme, ¿¡se ha sacado esa respuesta de la nada, no es así!? —Y apretando sus puños con fuerza, sin pensar en sus palabras, continuó— ¡No juegue con el orgullo del Ciempiés del Este!

    Frietchena se volteo violentamente, encarando a su subcomandante con una mirada fría de desaprobación. Pretendía interceder, pero Sú interrumpió.

    —No estoy mintiendo, Mietchy —Dio una vuelta juguetona sobre sus pies juntos y con ambos brazos abiertos—. ¡Yo puedo ver a todos a mi alrededor!

    Dio otra vuelta y sus grandes aretes giraron alrededor de su cabeza. Su inocente sonrisa ya no la engañaba más; la rastreadora de la corte era también un monstruo.
     
    Última edición: 22 Marzo 2020
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    Agus estresado

    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Hola, paso a comentar el capítulo nuevo que has publicado.

    Debo decir que me he mareado un poco al leer las cosas y ver como dábamos un salto de una escena a la otra. Pero me agradó bastante que se pudiera ver un poco más sobre el general Fíbrula, y también la forma en que se hizo. Sin darle un punto de vista para él en el capítulo, sino narrado a través de los ojos de otro personaje, se pudo explicar más el asunto de su traición y cómo lo logró. Ahora, creo que lo único que falta es explicar con mayor profundidad el motivo. Sé que se dice que es alguien con ambición de poder, pero creo que eso es muy superficial. Eso creo que ya debería ser visto desde su punto de vista.

    Tal parece que Friet, Mietchy (ese apodo me gustó XD) y Sú ya lo tienen detectado gracias a esta última. Si no está mintiendo, tiene sin dudas una vista privilegiada. Aunque yo no me fiaría tanto de que esté diciendo la verdad. Que exista alguien con una cualidad así es demasiado bueno para ser verdad. Creería que algo esconde, pero supongo que ya se verá.

    Te marcaré estos errores que encontré.

    La palabra correcta sería ‘tuvo’.

    Te faltó la hache a la primer palabra.

    En esta parte repetiste dos veces la misma frase.

    La tilde ahí iría en la i y no en la o.

    Allí falta tanto la tilde sobre la letra a y los signos de pregunta, o al menos uno de ellos, ya que los puntos suspensivos dan a entender que se interrumpe. Hay algunas otras tildes faltantes, pero deberían ser fáciles de encontrar.

    Estaré esperando por el siguiente capítulo. Espero poder estar presente para cuando lo publiques. Eso será todo por ahora. Saludos.
     
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    Hechas las correcciones.
    Así es como el personaje narró.
    En su momento no quise poner los signos porque la entonación del personaje no era la de una pregunta. No es una pregunta retórica exactamente... pero creo que bajo las reglas (más allá de lo que yo crea es más expresivo) si deben ir los signos xD

    Saludos!
     
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  7. Threadmarks: Tercera parte
     
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    Título:
    La cacería de los traidores del Este
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    3938
    III​


    Mietchena mordió su labio inferior y trató de calmarse. Había actuado impulsivamente y había roto su personaje. Sentía a Frietchena acuchillándola con su mirada y a los demás oficiales expectantes.

    —Discúlpeme, Sú —dijo arrepentida y mirando hacia el suelo.

    —¿Por qué te disculpas—preguntó Sú desconcertada—? No has hecho nada malo.

    En ese minuto, Sú Un Perna Rakmantha le parecía un ser lejano y omnipresente. Se había separado de los demás oficiales que la acompañaban, todos ellos excepcionales, y había ascendido a un nivel inalcanzable e impredecible.

    —¿Puedes encontrar a la batería de infantería sublevada?—preguntó un coronel.

    —No. Desde aquí solo veo a los soldados que vienen con nosotros y a las guarniciones de las ciudades… Hay un grupo más pequeño en el cruce del Besta.

    —Debe ser Hermain —interrumpió Frietchena.

    —¡Sí, es él! —Sú sonrió e hizo una pausa—… En este momento, al oeste y también cerca de Dalelium acontece algo como una batalla y ocurre en cuatro lugares simultanemente. Están matando gente. Podrían ser bandidos atacando aldeas rurales.

    El general de división y sus dos coroneles enlazaron miradas entre ellos.

    —Hay cosas más importantes ahora —Frietchena no titubeo.

    —… Alrededor de nosotros no hay nadie y alrededor de Fíbrula solo escucho a Lorenz. El resto son todos bárbaros paganos. No puedo diferenciar a los soldados de los civiles si se trata de paganos, pero me imagino que deben haber muchos de ambos si es una ciudad.

    —¿Qué hay de los comerciantes hijos de Rea?¿No hay ninguno en la ciudad?

    —Oh, sí, ¡hay muchos civiles!, pero estamos buscando soldados sublevados ¿no? —Miró entonces a Mietchena.

    —¿Sabes quien es ese Lorenz Nicolao que mencionas?¿Está él con Fíbrula?

    —Lorenz es… creo que es un diplomático. Es miembro de la Real Misión. A esta distancia no logro distinguir cuán cerca están el uno del otro.

    —Tendremos que corroborar eso.

    La Real Misión era una división del ejercito encargada de realizar labores de inteligencia y diplomacia. Muchos de los miembros eran destinados a ciudades extranjeras para actuar como embajadores y propiciar una relación a amistosa.

    —¿Qué haremos, general? —preguntó uno de los coroneles.

    Frietchena permaneció en silencio durante unos minutos. Cruzó sus brazos y se dirigió a Sú:

    —Dama de Reaful, ¿serías capas de identificar a la batería rebelde si esta se moviera?

    —Podría verlos pero no podría saber si son rebeldes o no sin conocer quienes son los individuos que se revelaron.

    —¿Te refieres a los soldados, individuales, a cada uno?

    —Sí.

    —Y si Fíbrula se moviera….

    —Me daría cuenta de inmediato, general.

    —Me basta con eso —cortó Frietchena, entonces volviéndose a sus demás oficiales, prosiguió— El traidor está acorralado; iremos a buscarlo.


    * * *​

    Con un panorama más claro y aprovechando la cooperación de la rastreadora de la corte, Frietchena se dispuso a ubicar las piezas en el tablero. Él, Sú Un, Mietchena y Samarat partirían en compañía de quinientos soldados a caballo en dirección a Rovriadriana. La hueste estaba conformada por trecientos hombres de Frietchena más cien por parte de cada uno de sus dos subcomandates. En paralelo, el conjunto de infantería de Frietchena marchaba al mando de uno de sus coroneles con destino a las fronteras de Rovriadriana. Mietchena, por iniciativa propia, ordenó también el avance de una de sus batería de infantería regular.

    La identidad de Lorenz Nicolao había sido comprobada previamente en Phioria Oriental y, efectivamente, era el miembro de la Real Misión destinado a ejercer labores en Korona desde hacia más de siete años.

    Antes de partir, la sacerdotisa de Rea se acercó a los cuatro oficiales. Vestía una túnica negra con adornos en color naranjo vivo. Como su trabajo era acompañar al ejercito, tenia también una coraza de placas de barbano cubriendo su zona pectoral y en sus rodillas, ocultas por el ropaje. Sostenía un báculo ceremonial más alto que ella misma. En la punta había una hoja filosa que, indudablemente, podía ser usado para atravesar cuerpos humanos. El Reino de Rea mantenía embebida su cultura guerrera en todos los aspectos de su existencia, incluida la religión. El hecho de otorgarle a un hijo de Rea la capacidad de arrebatar vidas —por ejemplo, a través de un arma—, en cuanto esto fuera por el bien del reino y de la diosa madre, implicaba reconocer su valía y por ende era una forma de mostrar respeto. Frietchena, Sú Un y Samarat se arrodillaron con humildad para aceptar la plegaria que la joven sacerdotisa extendió sobre ellos. Las hebras del cabello de la Diosa aún hasta ese día bajaban y se sujetaban de sus almas, bendiciéndolos y dándoles la vida como había sucedido desde el día de sus nacimientos.

    Habiendo comulgado con la divinidad y estando ya preparados para partir, Mietchena se acercó hasta su superior.

    —¿Realmente va a confiar sin más en lo que dice Sú Un —preguntó con tono sereno, mas su pregunta parecía un reproche—? Si lo que nos dice no son más que sandeces… estaríamos desperdiciando muchos recursos inútilmente. Incluso podríamos estar dejando escapar la verdadera oportunidad de capturar a Fíbrula…

    —¿Tienes esa oportunidad ahora—El general interrumpió, alzando la voz—, Mietchena?

    Los ojos severos del regente de Phioria Oriental cayeron casi con ira sobre la mujer.

    —General —Samarat, que estaba un poco más atrás, irrumpió en la conversación—, yo tampoco estoy seguro sobre todo esto. ¿Confías tanto en lo que te diga ella?¿Cómo sabes si no esta inventando todo?

    —¿Por que esta súbita desconfianza hacia la rastreadora de la corte? —preguntó Frietchena mientras miraba hacia el suelo.

    —No —Mietchena agitaba frenéticamente sus brazos mientras hablaba—, No se trata de desconfianza… pero, general, mire a su alrededor: estamos a punto de mover soldados hacia territorios que no nos pertenecen solo por un testimonio que no podemos corroborar.

    —Si al menos nos hubiera dicho cómo obtuvo esa información —habló Samarat—. ¿Es alguna clase de bruja? Sabes tan bien como yo que muchos Adalides se comportan de forma caprichosa por esa libertad que la casa real les da.

    Frietchena guardo silencio por un corto instante antes de responder.

    —Mietchena, dices desconfiar, pero has insistido en enviar una de tus baterías para la campaña; una batería completa que cruzará también por el territorio de Korona.

    —Pero…. Yo solo quería… —Mietchena palideció, siendo incapaz de fijar la mirada sobre la de su superior que la miraba en ese minuto.

    Apretó con fuerza ambos puños, que apuntaban hacia el suelo. No se le ocurrió cómo responder.

    —Si no son capaces de confiar en Sú Un, entonces les ordeno que lo hagan en mi. Como rastreadora, ella tiene la confianza del mismísimo rey e inclusive es un miembro de rango entre la Guardia Real.

    —¡Si general!

    Samarat posó su mano sobre el hombro de Mietchena tratando de confortarla antes alejarse. Empezó a buscar a Sú, a quien hasta ese minuto no había visto en persona. Quería conocerla; verle la cara y decidir por si mismo cuánta confianza podía depositar sobre ella. No había que malinterpretarlo; él haría todo lo que su superior le ordenara sin titubear, pero su curiosidad y su propio sentido de la moral le empujaban a formarse un criterio propio.

    Caminó entre los soldados que se preparaban para partir, encontrando a Sú Un sentada sobre una roca. Samarat no la hubiera podido reconocer a esa distancia si no fuera por los grandes y coloridos aretes, además de sus ropas de oficial. Ella estaba quieta, con las piernas juntas intentando mirar en la dirección por donde salia el sol.

    —Dama de Reaful —saludó Samarat estando a siete metros de ella—, no he podido presentarme como es debido.

    Sú giró su cabeza hacia el oficial que se acercaba. Cuando estuvieron el uno frente al otro, procedieron a realizar el saludo militar.

    —Soy Samarat Hermain, general de la división del Ciempiés.

    —Mucho gusto, general —Sú sonrió.

    —Frietchena me ha contado que has sido tu quien ha pillado al traidor —Samarat jamas mostró el respeto a través del lenguaje formal.

    —¿Se refiere a Fíbrula? Sí, el general cree que está en Rovriadriana.

    —¿El general cree?

    —Sé donde está pero no he sido yo quien identificó el lugar como Rovriadriana —Sú acerco dos de sus dedos a sus labios—. Debe ser muy hábil para tener tan buena orientación. Es bastante sorprendente, ¿no le parece?.

    —A mi me sorprende más que tu lo encontraras tan rápidamente. Hemos enviado a todos los rastreadores con que contamos e involucramos al gremio de caza para buscarlo, pero ninguno ha podido encontrar rastros.

    —¿Habla de pisadas en la tierra?

    Samarat miró a Sú de pies a cabeza. Su traje de oficial, sus adornos y su capa; la rígida funda de algún tipo de sable que portaba en su cinturón y también sus manos descubiertas de los guantes que colgaban anclados al mismo cinturón. Todo estaba muy cuidado y limpio. Su rostro y sus manos carecían de las imperfecciones que la mayoría de los guerreros curtían en su cuerpo tras dedicarle su vida a la espada. Sus dedos eran tan delgados que, de estar blandiendo algún arma, parecían poder romperse ante el primer choque de hojas. Si bien su uniforme no permitía dar un juicio certero sobre su estado físico, era muy probable que no tuviera la musculatura necesaria para mantenerse con vida en un enfrentamiento crudo. Esa fue la conclusión superficial del joven general.

    —Oficial Sú Un, ¿me permites ver tu arma? —preguntó mientras se sentaba a su derecha. Había poco espacio en la piedra, por lo que tubo que hacer esfuerzos para comprimirse y no incordiar a su interlocutora

    Sú ladeo levemente su cabeza, desenvainando una espada de talante.

    El arma tenia alrededor de un metro de largo. La portaba en el lado izquierdo de sus caderas; analizando el largo de sus brazos y de la propia espada, lo más probable era que ella la blandiera con su mano derecha.

    Las espadas de talante eran un arma común en las zonas centrales del reino. Se fabricaban popularmente en las forjas de aldeas y ciudades pequeñas ya que eran fáciles de producir y resultaban relativamente económicas y también fáciles de usar. Esto, por supuesto, no quería decir que no fueran efectivas.

    Samarat se levantó. Miró devuelta hacia Sú, obteniendo su permiso para poder blandir el arma. La alzó con su mano derecha y trazó tres certeros cortes frente a él. La filosa hoja silbó fuerte contra el viento. La espada tenia un peso promedio. Estaba en excelente estado. Samarat no pudo evidenciar ningún vestigio de daños o reparaciones previas; el arma era nueva o había sido tratada por artesanos muy habilidosos. No era una practica habitual dentro del reino el desechar y remplazar las armas. La filosofía del soldado profesional dictaba que un arma, tras ser entregada a un guerrero, pasaba a ser responsabilidad de este y debía ser usada para machacar los huesos del enemigo hasta que se rompiera. Esa era la muerte digna que se le debía dar a un compañero al que se le confía la vida. La costumbre era más fuerte dentro de las zonas centrales del reino. En el Este, los soldados no mantenían con tanta fiereza las mismas ideas. El reino de Rea abarcaba una extensión territorial gigantesca producto de la última expansión violenta que se había llevado a cabo hacia años. Era una nación cosmopolita, especialmente en las periferias en las que se había engullido culturas extranjeras y etnias orgullosas que se negaban a ser olvidadas. Siendo Sú Un un miembro de la Guardia Real, era de esperarse que se ciñera a la filosofía del soldado de Reaful, aunque su sangre no fuera de ahí como lo evidenciaba su nombre. Contrario a lo que se podía pensar en el extranjero, no era habitual ver a soldados con armas limpias fuera de los periodos de guerra; sin duda Sú Un era extraña.

    —¿Te graduaste de la academia en Reaful?—Samarat habló sin dejar de contemplar el brillo de la hoja.

    —Sí, general.

    —Podrías concederme el honor de un duelo amistoso, oficial Sú Un.

    Samarat volteó su rostro hasta ella. Él sonreía y mostraba su blanca dentadura; lo hacia con confianza y con una pizca de malicia, muy similar a la que un niño mostraba cuando estaba por cometer una travesura.

    —No quiero.

    Sú respondió con sequedad, mas sus facciones amigables no cambiaron en absoluto. Samarat se descolocó. No era muy disciplinado de su parte querer iniciar un duelo a puertas de la marcha, pero su alma de fiero soldado moría por la curiosidad. Quería sentir con su cuerpo y espada la embestida de la adalid; quería que fuera la fuerza de ella quien le obligara a reconocerla como meritoria de su confianza.

    —No tiene que ser ahora. Puede ser durante el descanso en la marcha, ¿o no encuentras placer en medirte con la espada?

    —No quiero.

    Samarat soltó el aire de sus pulmones. Aún sujetando la espada, afirmó los puños en su cintura y empezó a dar golpecitos ansiosos con su pie derecho contra el suelo.

    —Bien… debo confesar que no me esperaba esa reacción. ¿Puedo al menos saber cómo has hecho para encontrar a Fíbrula tan rápido?

    Sú Un no respondió.

    —Quiero ver a ese traidor donde corresponde, y por eso tienes mi eterno agradecimiento, pero preferirá no avanzar a tientas ¿me entiendes?

    Sú lo miró sonriente.

    —Hasta luego, general —dijo bajando de la piedra.

    La adalid dio la espalda a Samarat, que la vio alejarse caminando hasta perderse entre los demás soldados que estaban alrededor.

    El general restregó enérgicamente su mano libre contra su cabello.

    —Dejó su espada…


    * * *
    Partió el grupo completo. Mietchena ahora vestía el uniforme de oficial que muy raras veces usaba. Se movían por los caminos pavimentados que utilizaban las grandes rutas comerciales. Tras cruzar el río Besta estaban finalmente sobre el territorio de nadie; era una llanura en cuyo horizonte solo se podía ver a la linea de la carretera angostarse y perderse. Quedaba un largo recorrido hasta la capital de Korona. Avanzarían de día y acamparían de noche; las temperaturas por el territorio eran bastante promedio, por lo que no habrían problemas relacionados con el clima durante la marcha.

    —Jamás en mi vida había escuchado o visto algo como lo que me cuenta, general.

    La sacerdotisa del culto a Rea montaba un caballo y avanzaba a un costado de Frietchena.

    —Pero es fundamental saber si hay alguna bruja ayudando al enemigo —continuó hablando—, o podríamos caer en su trampa.

    Frietchena había consultado por una de las cuestiones que no tenían respuesta hasta ese minuto: ¿cómo había Fíbrula llegado a Rovriadriana en tan poco tiempo? Le preocupaba que el traidor tuviera la ayuda de algún practicante de la magia que transformara su captura en una serie de acontecimientos impredecibles. Si había usado magia para escapar hasta una ciudad lejana, no había nada que pudiera impedirle utilizarla de nuevo para huir cuando se viera acorralado. Tenía que proceder con cautela y saber jugar sus cartas. Si era posible, tenía que identificar a quien fuera su cómplice e inhabilitarlo antes de su captura.

    —...Pero no se preocupe, general, ¡yo estoy aquí e impediré que cualquier pagano intente utilizar sus artes siniestras contra nosotros! —La sacerdotisa golpeó su esternón con ambos puños y sus ojos titilaron brillantes y llenos de confianza.

    Cuando anocheció, el grupo decidió montar campamento para dormir y dejar que los caballos descansaran. Todavía no pisaban el territorio que Korona se adjudicaba; estaban lejos aún, marchando sobre tierras sin ley.

    A media noche, Mietchena salió de su tienda de campaña. Muchos de los soldados permanecían aún alrededor de fogatas, charlando y contando historias irrelevantes entre ellos. Cuando Mietchena pasaba cerca de ellos, parecían bajar el tono de sus voces y agachaban la cabeza. Ciertamente los soldados que no estaban a su mando directo tenían una visión diferente de ella.

    Avanzó hasta el borde del campamento, en una zona donde dormían los soldados de Samarat. Tenía ganas de estirar las piernas, por lo que se había alejado caminando a paso lento. Iba acompañada de una mujer que portaba el uniforme de los Alabarderos. No había mucha luz de Luna, pero era suficiente para iluminar los bordes de la superficie y no tropezarse. La zona no era habitada por animales salvajes peligrosos, por lo que la general no tenia mayores aprensiones para caminar libremente. Tras algunos minutos de caminata, una fogata en el borde del campamento llamó su atención. Sú Un y algunos soldados de Frietchena estaban sentados alrededor del fuego, hablando y compartiendo la comida y bebida que calentaban en la misma fogata. Se acercaron las dos mujeres hacia ellos. Antes de que alcanzaran a dar mas de cinco pasos hacia el grupo, Sú Un giró su cabeza plantándoles una sonrisa como siempre lo hacía.

    —Es una linda noche, Sú —dijo serena Mietchena mientras se sentaba junto a ella.

    Los soldados que estaban presentes saludaron a la general y a su acompañante, tendiéndoles comida y bebida para que se unieran al jolgorio.

    —Todas las noches son hermosas, Mietchy —respondió con énfasis—. ¡De noche se puede ver de todo!

    —Es un placer poder ver las estrellas o el brillo de la luna sobre el agua...

    Sú se silenció por unos segundos sin despegar los ojos de su interlocutora.

    —Ahora que vistes de uniforme, nos parecemos.

    La guardia real arrimó su cuerpo hacia la general, que no supo hacer otra cosa que sonreír. Lo cierto era que ambas distaban bastante de parecerse física o mentalmente. Además, si bien los uniformes eran similares en todo el reino, habían diferencias sustanciales entre las vestimentas que se usaban en cada zona geográfica; pasaba en todos los niveles de la cadena de mando.

    —Dama de Reaful —La acompañante de Mietchena se había sentado junto a ella—, Soy Maeví, capitán de los Alabarderos de la corte de Biorocheto. ¡Es un honor poder trabajar con un oficial de Reaful!

    —Mucho gusto —saludó Sú—… No está bautizada, capitán Maeví, ¿es usted un bárbaro?

    Mietchena y su subordinada se miraron entre ellas, asombradas por el poco tacto.

    —N-no he sido bautizada bajo su fe, si es a lo que se refiere… pero soy ciudadana del reino.

    —Los Alabarderos de la Corte son la guardia del palacio de Biorocheto. No son parte del ejercito del Ciempiés, pero me sirven a mi y a mi ciudad con lealtad —intercedió Mietchena—. Ellos son un cuerpo orgulloso y muy antiguo, Sú. Se ganaron hace años el derecho a continuar con su legado y seguirán custodiando el palacio y la ciudad por el bien del reino.

    —Suena como una tarea muy importante —Sú Un se acercó hasta Maeví, sujetándole la mano derecha entre las suyas—. Su uniforme es precioso; no se parece en nada al que usamos nosotros.

    Maeví se sonrojó levemente.

    —Estoy muy feliz con sus halagos.

    —Sú, ¿te gustaría acompañarnos en una caminata alrededor del campamento?—preguntó Mietchena.

    —Sí —Se levanto—, vamos.

    Las tres mujeres se apartaron del grupo de soldados.

    —Agradezco que hayas accedido a acompañarnos, Sú. La verdad quería poder charlar contigo antes de que entremos en Korona. Primero… me gustaría disculparme nuevamente por la actitud que mostré.

    —No es necesario. —Sú Un sacudió enérgicamente su cabeza de lado a lado.

    —El asunto del traidor no ha sacado lo mejor de mí. Sabes que hay una gran distancia entre donde me lo encontré y Rovriadriana ¿no? Es que simplemente no puedo entender cómo ha podido moverse en tan poco tiempo. ¡Es increíble!

    —Hay muchísima gente increíble en el continente.

    —Me gustaría compartirte algunas de mis deducciones, a ver que piensas.

    Cuando estuvieron a una buena distancia del campamento, Mietchena decidió detenerse para sentarse sobre el prado de hiervas salvajes. Era fácil saber donde estaba el campamento, ya que la luz de las fogatas alcanzaba a divisarse a buena distancia. Todo lo demás alrededor, aparte del cielo, era completa oscuridad.

    —Maieví y yo creemos que Fíbrula está cooperando con una bruja —dijo Mietchena mientras miraba hacia el cielo—. No conozco otra forma de lograr tal hazaña… y ni siquiera sé si una bruja podría hacerlo. Todo lo que te digo es en base a lo que me han contado sobre ellas; jamás en mi vida he visto a alguien utilizar magia o poderes sobrenaturales.

    —Mmm —Sú Un ladeó sus ojos como intentando hurgar entre los recuerdos que había en su cabeza.

    —¿Sabes alguna cosa sobre brujería? Alguna vez has hecho algo…

    —No sé nada, Mietchy.

    —...Esperaba que al ser un oficial de la Guardia Real, ya hubieras recorrido a través de un montón de experiencias.

    —Me estas sobrestimando —Sú sonrió, agachando levemente la cabeza.

    Mietchena cerró sus ojos y permitió que el silencio se volviera a sentir. No se escuchaban muchos grillos ni animales rastreros.

    —No se puede sobrestimar a alguien que tiene la capacidad para encontrar a un hombre a kilómetros de distancia —habló Mietchena.

    La general esperó unos segundos, buscando una reacción por parte de Sú. Ella no dijo nada.

    —Sú, ¿Cómo lo has hecho?¿Cómo pudiste encontrarlo con tanta facilidad —Mietchena giro su torso para encarar a la oficial—? Pero por favor no lo tomes a mal; de verdad no quiero que creas que estoy tratando de ser grosera o confrontacional como pude haberlo sido la vez anterior.

    —Lo sé —respondió.

    —Es solo que me resulta difícil poder confiar en algo que no comprendo.

    Mietchena intentó poner la mejor de sus caras.

    —Mmm —Sú rosó sus labios con dos de sus dedos—.... Yo no rastreo, yo los veo y los escucho, Mietchy. El cómo lo haga no es importante, pero si realmente dudas de lo que te digo, al menos dame la oportunidad allá en Korona para demostrar que no te miento.

    Sú sonrió. En sus grandes ojos se alcanzaba a reflejar la Luna y varias estrellas.

    —Deja que te cuente algo: cuando el Sol no esta en el cielo, se me hace muy fácil mirar con los ojos —Sú apuntó sus globos oculares con ambos índices—, y aunque aún estamos muy lejos como para que pueda ver al traidor, puedo ver a los cuatro paganos que nos han estado acechando alrededor.

    La adalid extendió sus brazos como intentando señalar hacia todos los lados. Mietchena palideció.

    —¡Pero no te asustes! Todos ellos vienen con la capitán Maeví. —Sú Un inclinó su cuerpo hacia la susodicha, afirmándose con las palmas de sus manos sobre el prado.

    Mietchena giró bruscamente la cabeza hacia Maeví, que al verse atrapada hizo una mueca de miedo y sumisión.

    —¡L-lo lamento, Vigetchén —repitió inclinando su cabeza hacia adelante y cerrando los ojos—! Es nuestro deber el protegerla bajo cualquier circunstancia, No podemos simplemente dejarla caminar…

    —Maeví, tu… —susurró Mietchena.

    —Mietchy, cuando encontré a Fíbrula pude ver el miedo que sentiste por mí—Sú se levantó para luego sacudir con delicadeza su uniforme—. No quise entrometerme en tu privacidad, pero fue inevitable estando tan cerca tuyo.

    El sudor frio bajó desde la frente de Mietchena y su corazón se aceleró tanto que creyó poder escucharlo. Se levantó violentamente, con la mente en negro y con sus ojos fijos, siempre buscando a los de Sú Un pese a la oscuridad .

    —Es por eso que entiendo tu recelo. ¿Sabes?, me haría muy feliz si pudieras darme esa única oportunidad ¿Qué dice, dama Mietchena?

    Sú tendió con delicadeza su mano derecha hacia Mietchena y la mantuvo en el aire, esperando que ella la tomara.

    Desde que abandonaron la fogata, Maeví había mantenido un bajo perfil. Sus agudos ojos habían estado sobre la guardia real la mayor parte del tiempo. Ahora estaba de pie, con una mirada depredadora y acariciando con sus dedos el pomo del arma que tenía envainada en la cintura.
     
    Última edición: 27 Marzo 2020
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    Agus estresado

    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Piscis
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    Hola. Paso a comentar el capítulo. Debo decir que está pintando interesante cuando se mencionó la posibilidad de que Fíbrula está usando una bruja para poder moverse rápidamente por grandes distancias. Aunque como no se conoce demasiado el mundo, es difícil que ese hecho cause mucho impacto en el lector, al menos en mí.

    Solo tenemos los diálogos de los personajes, que muestran su asombro por ver que alguien haya recorrido tanto en poco tiempo; pero si conociéramos mejor el mundo, sería algo mucho más impactante.

    Los diálogos entre los personajes están bien, pero puedo decir que no tolero la actitud de Sú. Debo decir que Mietchy y Samarat tienen razón para confiar en ella, y creo que ella no ha hecho ni dicho suficiente como para hacer que otros estén totalmente convencidos de su lealtad. En cierto modo, tampoco me agrada mucho Frietchena. Creí que tendría un argumento más convincente para demostrarle a los demás que pueden confiar en Sú que simplemente decir “si no confían en ella, confíen en mí”. Entiendo que él pueda tener su fe en ella, pero no todos tienen por qué tenerla. Después de todo, con la fe y la confianza ciega no se ganan peleas.

    Quizá Sú no esté siendo totalmente sincera porque tiene algo que ocultar, ya sea por vergüenza, por un juramento que haya hecho o por alguna otra forma de restricción; pero eso no justifica (al menos no a mi punto de vista) que se guarde cosas tan importantes. Si se tratara de un simple ladrón o algo más leve, quizá no sería tan grave, pero se está hablando de un traidor muy importante para los que lo están persiguiendo.

    Debo decir que la narración y las descripciones me han gustado. Sentí algo de pena porque Sú no aceptara un duelo de práctica con Samarat porque tenía interés en saber cómo ibas a narrar los combates. Pero supongo que en un futuro ya habrá oportunidad para eso.

    Te marcaré un par de errores.

    Allí pusiste un punto y luego seguiste con minúscula en la primer palabra. Puedes cambiarlo por una mayúscula o bien, reemplazarlo por una coma.

    La palabra “hacia” tiene que ser reemplazada por “hacía”. De lo contrario, no tiene el significado que le quieres dar.

    No estoy muy seguro de si esto es un error, porque no soy un conocedor experto en esto, pero creo que el signo de interrogación debería cerrar antes del guión. Se repite un par de ocasiones más después de eso.

    Allí está el mismo error con “hacía” que mencioné antes, además de que deberías escribir “a cabo” y no “acabo”. Esta página lo explica mejor

    Allí deberías quitar uno de los ‘lo’. No pueden ir los dos juntos. Debería ir:

    “¿Cómo pudiste encontrarlo?” o “¿Cómo lo pudiste encontrar?”

    En ese lugar pusiste ‘quince’ en vez de ‘quise’.

    Hay algunas otras palabras sin su tilde correspondiente, que no son tan graves como para interferir en la lectura.

    Saludos y hasta la próxima.
     
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    ¡Holas! Gracias por las correcciones.

    Con respecto a esto, me has dejado con la duda y creo que tienes razón. En su momento yo me ceñía a esto (2.4 c) para darle formato a los diálogos, pero si nos fijamos en otros puntos de la misma pagina (y unos libros que revisé recién), veremos que los escriben como has señalado. Puede que haya malinterpretado aquel punto en su momento, y también se me hace más natural cerrar esos signos antes de la raya. Me parece que lo correcto sería corregir esas partes, pero me gustaría conocer tu opinión al respecto (y la de cualquier internauta que quiera aportar).

    Espero que mi tardanza para responder no desanime a nadie a comentar. Usualmente leo los comentarios apenas los veo. Como no hay preguntas directas que requieran ser respondidas de inmediato, prefiero guardarme cualquier réplica para un poco antes de actualizar la historia. De esta forma puedo tomar todos los posibles comentarios que se hayan escrito entre capítulos.

    Saludos!

    Edición: corregir una palabra
     
    Última edición: 29 Mayo 2020
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    Título:
    La cacería de los traidores del Este
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    4785
    IV

    Durante el medio día el grupo llegó hasta los últimos kilómetros antes de entrar a Korona. El río Besta serpenteaba alrededor del camino que se habían escogido, y es que dicho camino se había erguido justamente para que las caravanas de comercio aprovecharan el agua dulce y fresca del profundo Besta. Durante la puesta del Sol, la hueste volvió a pisar el río, aprovechando de reabastecer las reservas de agua y de descansar.

    —No ha salido en ningún momento de la ciudad —decía Sú Un sentada sobre una piedra a orillas del agua— pero ha estado moviéndose constantemente.

    Frietchena bebía desde una cantimplora hecha con el estómago de algún animal. Era una obra de artesanía de muy buena calidad.

    —¿Puedes darte cuenta de ello? —Arqueó una ceja.

    —Sí. Ahora que estamos cerca puedo distinguir el movimiento levemente.

    Korona era una monarquía que gobernaba sobre una basta porción de tierras cultivables. Abundantes eran las cosechas de trigo y granos, que representaban la mercancía de mayor producción en la nación y también la que más se exportaba hacia el extranjero. Los escasos bosques y materiales preciosos bajo tierra eran compensados por la posesión de los más benditos suelos de cultivo en todo el este del continente.

    Interminables plantaciones de trigo crecían alrededor del camino por el que el grupo avanzaba luego de dejar atrás el río. Las tierras eran llanas. Mietchena recordaba haberlas cruzado de pequeña, aunque había sido solo una vez. Ya de mayor casi no podía recordar rostros ni el lugar específico al que arribó junto a su familia; lo único que se le venia a la mente era el atardecer amarillento producto de los rayos del sol que golpeaban sobre las espigas, y es que desde esos años hasta este día, la vista que se tenia desde la carretera no había cambiado en nada durante los periodos cercanos a la cosecha.

    Cuando los caballos pasaban cerca de los campesinos y pobladores que trabajaban la tierra, estos se volteaban a ver curiosos. Frietchena y Mietchena habían alzado los estandartes de Phioria Oriental y del palacio de Biorocheto respectivamente. Ambos banderines colgaban de astas de varios metros que terminaban en una punta metálica y aguda. Frietchena no pretendían presentarse como el ejercito del Ciempiés marchando, ya que ello suponía una acción hostil. El estandarte de la división era remplazado por los estandartes personales. De esta forma el grupo se mantenía en calidad de autoridades extranjeras visitando Korona junto a su escolta.

    En el horizonte, algo se movía veloz dejando tras de sí una estela de polvo que se desprendía desde el suelo. Un hombre de pelo oscuro cabalgaba a toda velocidad hacia ellos, vistiendo un uniforme militar y portando el escudo de la Real Misión en su hombro. Se trataba de Lorenz Nicolao.

    —General Frietchena. Soy Lorenz Nicolao, oficial de la Real Misión en Rovriadriana. Me gustaría saber que significa todo esto —exclamó sin rodeos y sin esconder su desasosiego mientras ubicaba su caballo a la par del general.

    Frietchena le miró y sonrió.

    —Lo estaba esperando, oficial Lorenz.

    —¿A que se refiere? —Lorenz hizo una pausa, pero no pudo detenerse por mucho tiempo—. General, Su Majestad en Rovriadriana esta al tanto del movimiento de la infantería hacia sus fronteras y eso es algo que lo está sacando de sus cabales. ¡Necesito que me explique aquí y ahora en que diablos está pensando!

    —Lamento no haber mantenido el trato diplomático, pero fue una urgencia.

    —¿Cómo que una urgencia? Necesito saber que es lo que piensa hacer con tal contingente ¿Es que acaso pretende iniciar una guerra en estos tiempos?, ¿una guerra sin tener el tacto suficiente para hacer una declaración formal?

    —Permítame ponerlo en contexto.

    Frietchena explicó los detalles del asunto, contándole la situación de Fíbrula y la necesidad imperante de capturarlo en la brevedad. Durante el trayecto hacia Rovriadriana, Sú Un había dado cuenta que el traidor y Lorenz no habían estado cerca en ningún momento, por lo que Frietchena descartó una posible colaboración entre ambos. La Real Misión era el servicio de inteligencia para la casa real de Reaful. Era prácticamente imposible concebir en ellos actos de traición si no existían pruebas explicitas y evidentes. Aunque el general de división había pedido a Sú Un que le mantuviera informado sobre los movimientos de Lorenz, lo cierto es que en ningún momento lo tuvo como un sospechoso.

    —Ayer envié uno de mis rapaces hacia Phioria Oriental, buscando explicaciones. Ahora que me cuenta lo que sucede, me parece una situación delicada y comprometedora.

    —Es mi falta; debí comunicarme con usted antes de partir.

    Los rapaces eran aves entrenadas que se utilizaban para enviar mensajes entre ciudades cuando el tiempo disponible o la gravedad de la situación hacían imposible el uso de mensajeros convencionales. Usualmente se utilizaba una variedad de paloma de criadero, pero dependiendo de la distancia y del clima, el animal podía ser otro.

    Sú Un se acercó hacia Lorenz, saludándolo desde su caballo.

    —La rastreadora de la corte de Reaful nos ha asistido. Ella ha dado con el paradero de Fíbrula—dijo Frietchena mientras Sú Un hinchaba su pecho con orgullo tras haber escuchado como le atribuían gran crédito.

    —Entonces… ¿sabemos dónde esta él, pero desconocemos el paradero de sus hombres?

    —Exactamente —contestó el general—. Hemos puesto esos dos contingentes en la frontera para que subyuguen a la batería enemiga en caso de que se haga presente.

    —Desde que partimos de Phioria Oriental —dijo Sú Un— no he visto soldados agrupados aparte de las guarniciones cercanas.

    —¿Y qué sucede si ellos están diseminados?

    —Si es así, no sabría como encontrarlos. Sin conocer sus nombres no puedo diferenciarlos del resto de los soldados.

    Lorenz frunció el ceño.

    —… Su Majestad se habría dado cuenta si ellos hubieran cruzado la frontera todos juntos sin más… No les hubiera permitido un cruce tan descarado, ¡habría sido un escándalo!, pero si se han estado escabullendo de a poco a través de la frontera...

    —He estado atenta durante el avance —Sú Un ladeó su cabeza y encorvó sus pupilas hacia arriba—… pero no he visto a ningún soldado hijo de Rea moverse por estas llanuras de Korona (aparte de nosotros).

    —¿Crees que el rey de Rovriadriana pueda estar ayudando a Fíbrula? —preguntó Frietchena sin dejar de mirar hacia adelante.

    —No. Me habría enterado, eso téngalo por seguro.

    Lorenz volteó su cabeza para mirar a sus espaldas. Allí venía el resto del grupo; varios metros más atrás, los Alabarderos de la corte avanzaban cargando su estandarte que se elevaba varios metros por sobre el suelo.

    —¿Viene con ustedes la vigetchén de Biorocheto? —Giró su cabeza hacia el general—, podemos usar eso a nuestro favor. Su Majestad siente gran simpatía por los títulos bárbaros del Este.

    —¿Crees que el rey interceda a nuestro favor?

    —Interesante pregunta—Lorenz acarició su mentón—, pero yo no contaría con eso. Si debemos capturar al traidor probablemente tengamos que hacerlo nosotros mismos y a sus espaldas. Debemos preguntarle, si, pero yo le recomendaría que esté preparado para actuar por encima de la ley.

    Entre el Reino de Rea y el Reino de Korona había ásperas relaciones diplomáticas. Jamás había ocurrido un enfrentamientos armados entre ambas naciones, pero la naturaleza belicosa de Reaful a lo largo de los años, había mermado la disposición al diálogo en Korona. Ellos habían sido un testigo sin bando durante la expansión de Reaful hacia el Este; habían visto la subyugación de todos los tronos que alguna vez existieron bordeando su frontera Oeste.

    —General, ahora lo importante es que hable con Su Majestad y despeje los malos pensamientos de su cabeza. Esta muy irritado con este asunto.

    —La visita al rey será después de que tengamos al traidor en nuestro poder —interrumpió Frietchena alzando levemente su voz.

    Lorenz suspiró.

    —Es muy pronto para que actuemos por nuestra cuenta, general.

    —¿Muy pronto? Desde que partí de mi ciudad he estado actuando por mi cuenta, oficial. No necesito el permiso de alguien para ajusticiar crímenes contra el reino.

    —Sabe muy bien a lo que me refiero, general. Su Majestad tiene resquemores por las tropas en la frontera. Sé que si usted en persona le explica la situación…

    —En estos momentos, lo que menos me interesa es la burocracia.

    —¡General, tenemos que tener delicadeza en todo esto!

    —¿Crees que estamos en posición de dejarle saber que hemos llegado a la ciudad? —Frietchena giró su cabeza apuntando sus ojos hacia Lorenz, que mostraba con sus facciones una mueca de desaprobación—, no le daré esa oportunidad para que escape.

    —Esto está más allá de sus deseos. ¡Esto es serio!, no puedo permitir que desgaste todos los frutos que he estado sembrando durante estos años —Lorenz intentó ahogar su exacerbación, pues comprendía que no le llevaría a nada—. Entiendo el anhelo por castigar al traidor, pero estamos hablando de un asunto diplomático.

    Frietchena no respondió de inmediato. Sú Un los observaba hablar sin mostrar mayor interés. Cabalgaba al otro costado de Frietchena.

    —Es más complicado de lo que intuyo usted cree, oficial. Tenemos hechos concretos que nos hacen pensar que una bruja esta ayudándolo.

    —¿Una bruja?¿Se refiere a...?

    —Le estuvimos siguiendo el rastro desde que huyó de Phioria oriental hasta que estuvo alrededor del lago Lucio. Desde ahí lo perdimos por menos de cuatro días; cuando lo volvimos a localizar, ya estaba en Rovriadriana—El general bajo la vista—. No hay forma humana de llegar ahí en tan poco tiempo sin utilizar hechicerías.

    —Entiendo, pero eso no cambia nada.

    —Fíbrula no tardará mucho en darse cuenta de que venimos por él. Apenas pisemos Rovriadriana será una carrera por atraparlo antes de que abandone la ciudad.

    —Rovriadriana es una ciudad grande, ¿qué le hace pensar que el traidor puede tener tanta información como para saber que están pisándole los talones?

    —Porque lo conozco —Frietchena volvió a encarar a Lorenz—. Sé de que es capaz.

    —Bien, le doy el punto en ello, ¡pero aún así no es la mejor opción, general!

    —Oficial, esto se esta volviendo un fastidio —Frietchena marcó con fuerzas sus palabras, volviendo a mirar hacia el horizonte—. Usted es muy consciente de lo que Fíbrula representa si tiene a su mando una batería completa...

    —¡Sí, sí, pero deténgase ahí, general!

    Lorenz apuró su caballo, adelantándose unos pasos a Frietchena. Buscaba poder entablar contacto visual con el general.

    —Mire, tiene solo dos opciones por delante: puede ir hacia la corte de Su Majestad y pedir su venia, o puede ir a tomar al traidor de inmediato, desafiando a la autoridad de Korona y saltándose el protocolo. Si toma la primera opción, aún existe la posibilidad de que el renegado no actúe lo suficientemente rápido ¿no es así? ¿no es así, general?

    —¿Pretendes que lo capture tan solo con la esperanza de que no alcance a huir?

    Lorenz negó con su cabeza, y sin prestar mayor atención a lo que el general decía, continuó hablando, interponiendo su voz por sobre la de él.

    —¡Escuche general!, si toma la segunda, se liberará de él de inmediato, pero le juro por mi vida que la herida al orgullo de Korona será irreconciliable. Si lo que quería evitar era una revuelta, lo habrá hecho a coste de una guerra.

    Ambos oficiales quedaron en silenció.

    —Si va a ignorar mi consejo, le pido que me lo diga de inmediato; como miembro de la Real Misión en Korona tengo el derecho de saber si interferirá con mi trabajo en la ciudad a la que estoy destinado, y le aconsejo que convoque a más generales porque solo con dos baterías no podrá tomar Rovriadriana.

    Frietchena no dijo nada, tenia su mirada fija sobre el pavimento en el camino. Lorenz respiraba con fuerza, expectante a la respuesta del líder del Ciempiés.

    —¡Maldita sea! —exclamó Frietchena— ¡Maldita sea! .

    Apretó sus puños con ira, levantando violentamente su cabeza para poder ver a Lorenz. Tomó una bocanada de aire para continuar hablando:

    —Le concedo la razón, oficial.

    * * *


    Rovriadriana era una ciudad grande, comparable en tamaño a Phioria Oriental. A través de ella pasaba también la mayoría de rutas comerciales que iban hacia Reaful y hacia el Oeste. Estaba rodeada por una muralla continua de alrededor de doce metros de altura (en promedio). Habían tres puertas principales que permanecían abiertas durante todo el día y toda la noche para facilitar la entrada y salida de las caravanas y de los productos. Al costado este de la ciudad, a unos pocos kilómetros de distancia, había un castillo perteneciente al ejercito de Rovriadriana; desde el camino principal era posible divisarlo en el horizonte, aunque se veía más pequeño de lo que realmente era.

    —… Yo estaba ahí cuando Fíbrula atacó al general —Samarat se había acercado a Sú Un—, Si quieres te cuento cómo fue la pelea.

    —No quiero —contestó Sú Un, sonriendo pero fastidiada.

    En una larga fila, el contingente penetró por la gran puerta principal. Los caballos cruzaron alzando los altos y sublimes estandartes. Caravanas de comerciantes y un sin fin de civiles se movían alrededor, entrando y saliendo por la misma puerta. El sol estaba apunto de entrarse por el Oeste. La luz anaranjada producía sombras largas y bien definidas.

    —Son mucho más abiertos a la magia que nosotros… es verdad—comentó Lorenz—. Existe un gremio oficial de magos en Rovriadriana. Son auspiciados por la familia real, por lo que están muy regulados.

    —¿Es como la academia de Reaful?

    —No. La academia está dedicada a la ciencia. A ella suelen adherirse algunos magos pero eso es por el bien de las contribuciones que pueden hacer ayudados por sus habilidades. En la academia tienen una visión muy teórica de la magia. El gremio de magos de Rovriadriana en cambio, vive y existe únicamente para servir a su disciplina; practican la magia de forma más empírica que allá.

    La sacerdotisa hizo una mueca de desagrado tras escuchar las últimas palabras. Ella, Frietchena, Lorenz y Mietchena conversaban mientras avanzaban a caballo en dirección a los aposentos del rey. Maeví cabalgaba junto a Mietchena, escuchando la conversación pero sin hacerse partícipe de ella.

    —Pido perdón por adelantado sacerdotisa, pero para que se hagan una idea, podríamos tomarlo como una gran orden de sacerdotisas.

    Bajo los principios del culto a la diosa Rea, la practica de la magia debía ser acotada solamente a aquellos hijos de Rea que mostraran virtuosismo y que fueran aceptados dentro de alguna de las varias ordenes religiosas existentes. Las ordenes religiosas del culto a Rea eran instituciones dedicadas a la adoración de la diosa y a la instrucción de las sacerdotisas. Entre sus deberes estaba la conservación del conocimiento mágico. A los únicos a los que se les permitía la practica de la magia, era a aquellos aceptados por algún de estas ordenes. Por este motivo, la mayoría de magos y hechiceros dentro del reino eran sacerdotisas, y por ende, mujeres entregadas a Rea. Un porcentaje mínimo correspondía a hombres; bautizados y creyentes, pero sin poder para oficiar ceremonias religiosas.

    El desarrollo de habilidades vinculadas con la magia era algo muy poco común en el continente. Podía ser enseñada o, en algunos casos adquirida de forma innata, pero no lograba frutos en todos los individuos que intentaban acercase a ella. El abanico de capacidades a las que un practicante de la magia podía acceder con el entrenamiento y talento necesario era desconocido y difuso, lo que provocaba un profundo recelo en la mayoría de los habitantes de las naciones humanas. Cuando ocurrían incidentes difíciles de explicar, las autoridades se enfrentaban a la gran tarea de identificar si había habido magia involucrada. Hasta la fecha nadie había sido capaz de hilar una teoría que vinculara reglas, limites y hechos comprobables sobre el cómo funcionaba la magia. Todo el conocimiento que se tenía era a partir de la experiencia de aquellos que habían atestiguado su actuar y de aquellos que la utilizaban. La magia y todo lo que su mundo representaba estaba aún bajo un velo de misterio; opaco incluso para aquellos que eran considerados vacas sagradas en el mundillo.

    El termino brujo también era ambiguo. Técnicamente, era acuñado para referirse a cualquier practicante de la magia que intentara ir en contra del equilibrio de la creación de Rea; romper tabúes y maldecir en su nombre. En el fondo, el brujo era visto como aquel mago maligno y peligroso que se involucraba en conspiraciones para causar el mal. Las únicas instituciones con la potestad de identificarlos y condenarlos eran las ordenes de sacerdotisas, pero era muy común que las personas usaran el término de forma peyorativa y con ligereza para denigrar a aquellos magos con los que mantuvieran algún resentimiento. Por supuesto, esto era cierto solo dentro de los dominios de Reaful; cada reino y cultura tenía diferentes formas de ver el mundo sobrenatural.

    —Korona obliga a cada ciudadano capaz de usar magia a inscribirse en el gremio. Para los que incumplen la orden, dependiendo del caso, hay penas de cárcel o tortura.

    —¿Tenemos alguna forma de saber quien es la bruja que ha ayudado al traidor? —preguntó Mietchena dirigiéndose a Lorenz.

    —No sé si en el gremio puedan darnos alguna pista; mi trabajo no me hace codearme con ellos muy a menudo, pero —volteó su cabeza hacia Sú Un— quizás la rastreadora de la corte pueda ayudarnos con eso.

    —Lo lamento oficial, pero no sé como reconocer brujas.

    La sacerdotisa cerró sus ojos y tomó la palabra, hablando en un tono solemne.

    —Si lo que quiere es impedir que la bruja actué en el momento de la captura, no necesitamos saber quien es, general Mietchena.

    * * *​



    Un súbdito, desde lo alto de un podio inalcanzable, anunció a viva voz la llegada del grupo desde Phioria Oriental.

    ¡Se presenta ante Su Majestad, el Rey Amfarto de Rovriadriana , el regente Frietchena y su corte!
    Mietchena, Samarat y Sú Un, encabezados por el general de división, dieron varios pasos hacia el centro del salón. La sacerdotisa, cuyo nombre era Renata Alberta, Lorenz y un puñado de escoltas, incluida Maeví, esperaron más atrás, a ambos lados de la puerta. Frietchena fue quien expuso la situación.

    El rey de Rovriadriana los observaba desde lo alto del solio. Sus manos esqueléticas estaban cubiertas en anillos y se aferraban con viveza de un báculo que posaba su punta sobre la alfombra. A su izquierda estaba un sujeto de tamaño considerable, vestido con un uniforme militar y con una mirada desalmada. A su derecha, un hombre entrado en los sesenta y con vestimenta pomposa lo asistía verbalmente para alivianar su escasa capacidad visual.

    El anciano regente, ya habiendo escuchado a Frietchena, los observó unos minutos sin abrir la boca. El salón era de forma circular, con un diámetro que superaba los cincuenta metros, y una altura similar. En los bordes, dieciséis robustos pilares sostenían el techo, en cuyo centro descansaba un tragaluz decorado con motivos mitológicos de la cultura de Korona. Cada pilar era unido a ras de piso por una linea pintada con color amarillo pálido que desentonaba poco con los colores del suelo. En cada lado del hexadecágono formado por estas lineas, un guardia permanecía inmóvil, con ambas manos sobre los pomos de dos armas blancas enfundadas a cada lado del cinturón.

    Su Majestad suspiró.

    —Generalio Frietchena, líder vecino del Este —El eco hacía resonar las palabras del monarca con fuerza, aunque este las hubiera pronunciado con mucha delicadeza—… ¿Por qué un traidor acudiría cerca mio para esconderse?

    El rey movió sus manos haciendo girar sus muñecas.

    —No lo sé, Su Majestad, pero así ha sucedido. Como regente de Phioria Oriental y de todas las tierras del este de Reaful, está en mi derecho el querer impartir mi justicia donde sea que sea necesario.

    —Lo comprendo, generalio, pero me temo que no es algo en lo que yo deberé interceder.

    —¿Por qué no, Su Majestad? Estamos en Rovriadriana —Frietchena abrió sus brazos, queriendo señalar todo alrededor—. Usted es el dueño de este lugar. Solo le pido que me permita reclamar lo que es justo para mí.

    —Yo no tengo ningún poder sobre tu justicia generalio Frietchena. Mi poder está sujeto a la justicia que ejerzo acá, con mi gente, y no puedo dar la espalda a esa responsabilidad solo para permitirle a alguien alcanzar lo que es justo para él. Mis mejores deseos estarán con usted, pero es todo lo que puedo brindarle.

    —¿Es que acaso la presencia de un renegado armado con un ejercito propio no representa nada para usted?, alguien que es capaz de envenenar las mentes de los hombres de todo su reino, y capaz también de usar la fuerza para promover su falsa cruzada. Él necesitará dinero y comida para mover a sus hombres; asolará sus aldeas, sus ciudades y a las rutas comerciales que con tanto tesón hemos hecho crecer.

    El rey sonrió.

    —Está subestimando las mentes de mi gente, generalio, y también el poder de mis huestes.

    El rey se levantó ayudándose del bastón. Frietchena siempre lo supo; hablar con él no le llevaría a ningún lado. Lorenz también lo sabia, pero era algo que no podía evadirse si lo que quería era evitar un conflicto mayor.

    —¿Podrían tus acompañantes acercarse más para que pueda apreciarles las caras? Mis ojos no pueden llegar tan lejos.

    El sujeto a su derecha movió sus manos, invitándolos a acercarse hacia el solio. El rey estaba ya de pie a unos pocos pasos del asiento, pero todavía sin bajar ningún escalón.

    Su Majestad observó a corta distancia los rostros, topándose primero con el de la guardia real.

    —Tú...

    Una carcajada salio desde su boca, retumbando estrepitosamente contra todas las paredes del salón.

    —¡Hahahaha! ¿Por qué has traído contigo a la mascota de la niña de vuestro rey? —vociferó el monarca dirigiéndose a Frietchena.

    —Mucho gusto, Su Majestad —contestó Sú Un haciendo una reverencia juguetona, como las que hacían las niñas pequeñas de familias acomodadas de Reaful para saludar a sus mayores.

    —No necesitaré charlar con ella…

    El rey no volvió a mirarla. Pasando del adalid, continuó dirigiendo su atención hacia la general.

    —¿Mietchena? —La voz del rey se quebró ligeramente—, ¿la niña de Odochena?

    —¿S-sí, Su Majestad? —replicó nerviosa.

    Los ojos del rey se humedecieron levemente. Sus manos temblorosas sujetaron las tersas mejillas de la general, que abrió los ojos con sorpresa e incomodidad.

    —¡No puedo creer que después de tantos años tenga la oportunidad de verte de nuevo!—exclamó con júbilo—. Cuando tu padre falleció no fui capaz de ir a rendirle honores, y ahora tu estas aquí…

    —Mi padre lleva años muerto, Su Majestad.

    —¿No me recuerdas? Solías ser de este tamaño cuando tu padre te presentó ante mi —contestó, marcando con su mano por encima de sus rodillas—. Eras una chiquilla muy temerosa ¿de verdad no lo recuerdas?

    Los ojos del viejo brillaban pese a las cataratas. Mietchena no supo como contestarle. Sentía las arrugadas y heladas manos del poderoso anciano aprisionando su rostro. Lorenz sonrió con complacencia al ver como el rey se enternecía; la situación parecía ser mejor de lo que él había premeditado.

    —No puedo recordar, Su Majestad, lo lamento—Mietchena titubeó.

    —Es lógico; eras muy pequeña. Tu padre solía visitar al vigetchén de Rovriadriana durante la época de la cosecha. Ambos asistían a las celebraciones en el castillo—El rey bajó sus manos para sujetar los hombros de Mietchena, alejando su cabeza para contemplarla con un mayor angulo—. ¡Ahora estas hecha toda una mujer! Has madurado y…

    Repentinamente, el rey detuvo su parloteo. Sus ojos parpadearon entrecerrándose mientras recorrían el cuerpo de la regente de Biorocheto de pies a cabeza con una mirada juiciosa. Al viejo le temblaban los labios y la piel en sus mejillas, haciéndose notorio cuando se quedaba quieto.

    —¿Estas vestida con el uniforme de un soldado?

    Mietchena, abrumada por la cercanía del monarca, no logró entender la objeción.

    —Soy un general —respondió.

    Hubo un silencio.

    —Eras la única hija del vigetchén Odochena, pero no lo has sucedido…

    El rey sacudió ligeramente a la mujer a la que tenía agarrada de los hombros. Sus manos empezaron a apretar con más fuerza mientras sus brazos se tensaban y sus facciones se tornaban ásperas.

    —¿Quién extiende la gracia de la madre de Biorocheto sobre la ciudad si no lo has sucedido?

    Los opacos ojos del monarca capturaron la mirada de su interlocutora, que tenía la obligación de verlos. El rey abrió sus garras, recogiendo nuevamente el bastón que había afirmado contra su vientre.

    —¿Has dejado huérfana a tu ciudad natal?, ¿la has privado de la dicha de una madre?

    Los brazos caídos de Mietchena empuñaron ambas manos con fuerza.

    —Yo soy la vigetchén de Biorocheto, Su Majestad —contestó intentando mantener la compostura—. Sucedí a mi padre y mantengo el palacio.

    —Estas vestida para la guerra… Mira tu atuendo, ¡tienes un arma en el cinturón!

    Mietchena calló.

    —¿Pretendes repartir perdón y consuelo con el filo de un arma, niña, o vas a hacer que la diosa de Reaful sea quien salve a tu gente?

    Maeví nerviosa, solo alcanzaba a mirar la espalda de la general. En su rostro se evidenciaba angustia. Se estaba esforzando, pero le era muy difícil mantenerse inmóvil e impávida cuando veía a Mietchena siendo increpada con voracidad por el monarca. Buscó con sus ojos al general Frietchena; tampoco le podía ver la cara, pero parecía mostrar una asombrosa postura de desinterés que le hizo apretar su mandíbula con rabia. Lorenz, perplejo con el diálogo que el rey de Korona había decidido entablar, intentó interceder:

    —Su Majestad, si me permite…

    —¡Todos ustedes guardarán silencio! —exclamó con fuego en sus ojos—. Esto no tiene nada que ver con Reaful, así que guardarán silencio en mi corte.

    ¡Silencio en la corte de Su Majestad!

    Mietchena cerró sus ojos tomando una bocanada de aire. Con el ceño fruncido respondió:

    —No, Su Majestad, no he dejado mis deberes.

    Su voz era clara y sin titubeos, pero parecía como si sintiera dolor por cada palabra que pronunciaba.

    —Pero ahora he adoptado más responsabilidades. Tengo tierras que cuidar y un pueblo al que criar. Estoy haciendo más que lo que mi padre solía hacer.

    El rey quedó inmóvil. Su boca estaba abierta pero no salia voz desde ella. Mietchena apartó la vista hacia un costado, topándose accidentalmente con Sú Un, que le devolvía hieráticamente la mirada. No soportó hacer contacto visual con ella. Despreciaba su mirada y despreciaba la sensación de desnudes que sentía cuando la tenía cerca.

    —Oh… Eso es bueno. Es bueno —El viejo monarca se relajó, tornándose dócil nuevamente—… El mundo es diferente a cuando yo era joven. No esperaré que todo se quede quieto solo para mí; no tendría sentido hacerlo, si después de que yo muera ya nadie me hará caso. Niña, de aquí en adelante mis deseos estarán contigo.

    El rey giró, dando la espalda a sus invitados. Tenía la intención de devolver sus posaderas hacia su asiento, pero la voz de la mujer a la que recién reprendía le detuvo.

    —Su Majestad, le pido por favor que reconsidere la petición del general Frietchena.

    —¿Qué asunto tiene la vigetchén Mietchena con todo lo que el generalio me ha contado?

    —¡Ese sucio traidor se ha aprovechado…!

    La avalancha de sentimientos en su cabeza le habían hecho escupir palabras sin medirse. Dándose cuenta de ello, debió frenar. Cerró sus ojos, inhalo y exhalo profundo y continuó:

    —No. Me he dejado engañar por sus palabras y he enviado a morir a dos de mis lanceros. Por favor, Su Majestad, ¡es mi deber ajusticiarlos!

    —Muy bien, niña, lo reconsideraré durante el desayuno —El rey volvió a sentarse en el solio, dejando caer su cansada espalda contra el respaldo—. Por ahora, generalio Frietchena y vigetchén Mietchena, Me interesaría contar con vuestra presencia en los jolgorios de la cosecha. Desde hoy serán mis invitados en el castillo.

    ¡Su Majestad ha terminado esta audiencia!

    Que el rey de Rovriadriana estuviera dispuesto a reconsiderar su permiso era una buena señal. Lorenz creía que la reunión había acabado con el mejor desenlace posible dentro de los que la realidad les hubiera podido ofrecer. Si conseguían el permiso del rey, ellos tendrían el poder legal para usar la fuerza dentro de la ciudad.

    Ya habiendo pasado la medianoche, varios grupos de la escolta de Frietchena se habían internado afuera de la urbe. Acampaban cerca de cada una de las puertas de la ciudad, vigilando atentos para caer encima del traidor y aprisionarlo en caso de que este decidiera escapar. Mientras permanecieran pasivos y no quebrantaran la ley, la guardia civil de Rovriadriana no les supondría un problema.

    El permiso del rey no debería tardar en llegar, pero Frietchena no tenía la intención de esperar por él.
     
    Última edición: 31 Mayo 2020
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    Agus estresado

    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Piscis
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    Hola. Paso a comentar el capítulo. Debo decir que estaba esperando algo más de conflicto cuando vi llegar a Lorenz, y más cuando este comenzó a explicar las razones por las cuales deberían proceder con formalidad. Pensaba que él y Frietchena tendrían una discusión más subida de tono. No esperaba un duelo entre ambos porque eso sería gastar fuerza con alguien que solo estaba haciendo su trabajo mientras el traidor se les podría estar escapando. Pero a pesar de todo, me esperaba algo más de salseo para decirlo de una forma, entre Frietchena y Lorenz.

    Parece que la ciudad de Korona es demasiado formal cuando se trata de gente extranjera. Me recuerda a varias situaciones que he experimentado tanto en juegos como en otros libros e incluso historias de este mismo foro que he leído. Los protagonistas tienen que pasar por un protocolo, pero los criminales entran y salen como panchos por sus casas. Aunque supongo que el mérito de eso se lo podríamos atribuir a la bruja que acompaña a Fíbrula, si es que esa información es cierta o no es mentira. Realmente, estaba esperando en algún momento saber algo más de el traidor, más que nada teniendo en cuenta que es una historia corta.

    Sú menciona la muerte de sus lanceros, pero se me hace que ella dijo eso para evitar decir la verdad. Ya sea porque le incomoda, o porque cree que será mejor así. Aunque tampoco tiene que ser mentira exactamente. Bien podría ser que haya hecho algo más y esos crímenes que dijo Su sean los más "apropiados" para contar. Pero bueno, es algo que pronto se sabrá, supongo.

    Se descubrió que Mietchena heredó una tarea bastante importante de su padre, quien parece ser muy allegado al rey, o parecía, teniendo en cuenta que ha muerto. Por cierto, la forma en la que describiste los gestos, acciones y también las palabras que usaste para que el rey se exprese me han encantado. Es algo muy único, ya que no recuerdo haber visto un caso similar en una caracterización de una figura de autoridad como esa. Diría que, pese a que las interacciones del rey no aportaron mucho (al menos las iniciales) me gustaron bastante.

    Ahora, parece que el grupo tiene rodeado al traidor. Salvo que haya podido escapar, camuflarse, o bien, transportarse mágicamente a una zona segura. Supongo que eso ya lo vamos a ver después. Frietchena me parece algo torpe en esa última frase que dice que no piensa esperar por el permiso del rey. Ya se tomó la molestia de pasar por el protocolo y esperar un poco más no le va a costar la vida. Pero bueno, él está al mando. El sabrá que hace XD.

    Te marcaré algunos errores.

    Creo que quisiste poner "acercarse".

    Faltó la tilde en "tenía".

    La palabra correcta es "capaz".

    Bueno, como dije antes, ese no sé si es un error, pero es el mismo caso que se da en el capítulo anterior.

    Ahí pusiste "parmanecieras" en lugar de "permanecieran".

    Por ahora es todo. Hasta la próxima.
     
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    Holas. Corregiré los errores en la brevedad.

    Creo que te has confundido de personaje aquí xD.

    Hay varias cosas que has mencionado que son interesantes de comentar, pero las reservaré para cuando haya acabado la historia (para no interferir con el flujo de info que tienen los mismos caps).

    Saludos
     
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    Elliot

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    Solo llevo leído el primer capítulo pero he de decir que tiene muy buena pinta.
    Los nombres suenan exóticos pero naturales, la exposición sobre el mundo no es excesiva ni molesta, el mundo de por si parece interesante, y el relato está muy bien escrito, me gusta un montón como está narrado. Si algún día me animo a empezar mi historia de fantasía podría guiarme en tu estilo, entro los de otros, por su puesto.

    Un saludo!
     
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    Gracias por las apreciaciones. Dale la oportunidad a la fantasía; yo usualmente la evitaba en casi todos los medios (soy del team de la ciencia ficción), pero un videojuego me despertó el entusiasmo en ella xD

    Saludos!
     
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    Elliot

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    Ya me he puesto al día con los 4 capítulos disponibles hasta el momento. Me alegra ver que todas las cosas buenas que mencioné sobre el primero mantienen una calidad consistente y que además los personajes se me hacen cada vez más interesantes y, en el caso de Su y Fíbrula, misteriosos. El tono militar me gusta mucho y a mi parecer está bien logrado (cabe aclarar que mi experiencia en historias de ese tipo en literatura se limita a las partes belicosas del Antiguo Testamento, por lo que no soy un experto).
    De las novelas que he ojeado en esta página, esta me ha parecido la mejor (sin desmerecer el trabajo de los demás), mis felicitaciones. Espero que más gente la lea.

    PD: No me acuerdo si hubo una descripción física detallada de Frietchena en algún momento, pero todo el rato me lo imagino con la apariencia y expresiones faciales de Wilhuff Tarkin, le quedan perfecto jaja

    Un saludo! ^^
     
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  16. Threadmarks: Quinta parte
     
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    Título:
    La cacería de los traidores del Este
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    4783
    Dejo estas notas poner dos puntos que quería comentar:
    • Aunque imagino que es fácil de deducir, la razón del retraso en los capítulos ha sido meramente el tiempo. El capítulo de abajo ha estado "listo" desde hace meses, pero no he podido darme el tiempo necesario para hacerle las correcciones finales (ortografía, pulir párrafos, etc) y así subirlo al net. La historia está "terminada" en mi mente, por lo que no debería quedar abandonada sin tener su final.
    • Esta historia se acerca a su conclusión. No diré más, pero ya pueden tener una idea de cuantos capítulos mas o menos han de quedar.
    Saludos!
    V

    Bajo el amparo de la oscuridad de la noche Sú Un, Samarat y Renata evaluaban la situación desde la altura del torreón de un edificio grande. Tenían los pies sobre el techo. En una esquina a algunos metros de ellos, un sujeto sacaba medio cuerpo desde el interior de la construcción. Él era un conocido de Lorenz; el oficial lo había contactado para que les diera acceso al edificio.

    El tejado era un cuadrado de ocho metros por lado. En los bordes había una especie de baranda de piedra cuya única función era estética. El edificio no había sido diseñado con intención de tener una azotea.

    Samarat se asomaba hacia el vació sujetando sus manos de la baranda mientras sentía el frio viento penetrar entre su ropa. Renata estaba de pie más hacia el centro, muy seria, cubriendo su espalda con una especie de frazada. Sú Un por su parte permanecía parada en el lado opuesto a Samarat, junto al boquete por el que habían ascendido. Tenia sus ojos muy abiertos, observando inexpresivamente en dirección a la esquina del sureste del tejado. Sus ojos y los aros en sus orejas brillaban con los relfejos de las luces nocturnas. Para Samarat, su mirada era como la de un búho acechando.

    —Sí. Ahí está —dijo Sú Un sin cambiar de expresión—. En ese edificio grande. Hay ocho personas a su alrededor, en el mismo edificio. Una de ellas está junto a él.

    —Ese edificio...

    Samarat se enfocó en la descripción de la adalid. Era un edificio amurallado que ocupaba una gran extensión en la ciudad. Bajo su juicio, podía ser fácilmente usado como defensa en el caso de que una fuerza extranjera asaltara la ciudad y lograra penetrar los muros exteriores.

    El contacto de Lorenz aún no subía junto a los demás. Con una de sus manos se agarraba del mismo techo que los soldados pisaban, mientras que con la otra sujetaba un pedazo de tabla sobre su cabeza que funcionaba como tapa para la abertura.

    —Esa casona es el habitáculo del señor Samioneka. Él es un noble, pero tengo entendido de que no se encuentra en la ciudad.

    —¿Y quienes son esas personas de ahí adentro?

    —Ahí tienen que estar los criados y todos los que mantienen el edificio.

    —¿Por que no sube, señor bárbaro? —preguntó Sú Un encobrándose para acercar su rostro al de él.

    —Me llamo Pablo, señorita —dijo con algo de fastidio—, y n-no gracias, aquí estoy bien.

    —¿Una fortaleza privada en medio de la ciudad capital?

    —Sí, general.

    Samarat se giró para encarar a los demás, afirmando sus codos y espalda contra el barandal. La disposición de los edificios y el uso de la tierra en una ciudad extranjera no era algo que le concerniera, pero por otra parte le disgustaba que un rey pudiera ceder un baluarte importante de la ciudad a alguien que no fuera parte de su ejercito.

    —Ocho personas son muy pocas para proteger esas paredes, ¿no lo crees, Sú Un?

    —Mmm—Tocó sus labios con su índice derecho—… supongo.

    —Es verdad, debería haber más guardias —dijo Pablo—. La residencia del señor Samioneka siempre esta vigilada. Si usted pasa cerca de las paredes durante la mañana, siempre se encontrará con uno o dos de ellos patrullando, ¡y algunos son muy malhumorados!

    —Más allá de eso, algo de ese tamaño no puede funcionar con solo ocho personas. —Y bajando la voz continuo—… bueno, no se como lo hagan acá en el extranjero. ¿Qué mas puedes ver, Sú Un?

    —Solo a esas ocho personas. Todos son bárbaros salvo por Fíbrula, y varios de ellos no se han movido en mucho tiempo. Quizás estén durmiendo —Sú sonrió—. ¡El traidor es sorprendente! ¡Ahora que lo veo de cerca, brilla con mucha fuerza!

    Las pupilas de Sú Un se dilataron y sus párpados dejaron de pestañear.

    —Dama de Reaful, no creo que sea una actitud digna de usted alabar a alguien que negó a sus camaradas —increpó Renata con un dejo de molestia.

    Samarat sonrió.

    —Con que sorprendente, ¿eh?—Abrió desafiante ambos brazos— ¿y qué te parezco yo?

    La adalid giró su cabeza hacia el lado, dejando bien en claro su postura apática. Samarat cerró sus ojos, sin dejar de sonreír. Se volteó, volviendo a mirar hacia afuera del edificio, afirmándose con ambas manos del barandal.

    —...Pero es cierto, el traidor es asombroso —murmuró apretando el material fuertemente con sus dedos—. Sacerdotisa, ¿has sentido algo sospechoso? —Solo volteó su cabeza y habló con fuerza.

    —No oficial. Desde que subimos no he podido notar nada inusual. No he visto ningún rastro que revele brujerías.

    —Pablo, si bajáramos ahora y nos metiéramos en la casa del ricachón ese, ¿qué crees que pasaría?

    —Primero que nada, no creo que puedan penetrar así la fortaleza… ¡no me malentienda, oficial!, se que ustedes son muy capaces, pero es que el habitáculo de Samioneka es muy seguro…

    —Ve al grano.

    —Sí, bueno, la guardia civil intervendría. Si se dejan ver, intervendrían porque estarían violando el dominio de alguien importante, y conociendo el poder de influencia del señor Samioneka… probablemente pida sus cabezas.

    El general guardó silencio.


    * * *​


    Amfarto había heredado el nombre de su padre, quien también lo había heredado del suyo. Era el joven príncipe, el directo heredero al trono de Korona desde el fallecimiento de su padre. Su abuelo era su gran protector; fue quien se encargó de su educación, de su entrenamiento y de forjar su carácter. Él lo sostenía y lo guiaba por el mejor camino para convertirlo en el poderoso señor del reino.

    —Me asombré al enterarme que la vigetchén de Biorocheto se había convertido en un general al servicio de la potencia militar vecina.

    Su sonrisa era pura y honesta. Continuó hablando:

    —Admiro la determinación de cualquier ser humano que sea capaz de ir más allá de aquello a lo que está predestinado desde el nacimiento.

    Mietchena sonrió. Ambos, el uno al lado del otro, recorrían pausadamente por las zonas mas hermosas del castillo.

    —No necesita alabarme, príncipe.

    —No es así, ¡de verdad me pareces admirable! Yo perdí a mi padre cuando era un niño, al igual que tú, pero junto a mí aún estaban mi madre y mi abuelo. A ello les debo todo. Tú en cambio debiste arreglártelas sola, y has alcanzado más… Ni siquiera mi ambición está a la par con tus acciones.

    —Príncipe…

    —Por favor, llamame por mi nombre —interrumpió el joven con una sonrisa.

    —Bien…Amfarto. Aprecio muchísimo las palabras amables que me ha dirigido, pero sospecho que su visión de mi persona está muy idealizada. Estoy muy lejos de ser todo eso que usted clama. Los generales al servicio del ejercito del Ciempiés no funcionan igual que los generales de Korona...

    —No te restes crédito, vigetchén Mietchena —Sacudió su mano—. El mundo ya no es como antes (como dice mi abuelo) y encuentro estupendo que poco a poco la herencia de los antiguos reinos al oeste de nosotros este volviendo a brotar…

    —¿Le parece adecuado…

    —Por favor, no me trates con formalidad —interrumpió—. Me gustaría que pudiéramos ser más íntimos en nuestro trato.

    —Muy bien.. ¿Te parece adecuado hablar de esa forma frente a un general del Ciempiés?

    —No no no no no —exclamó apresurado el príncipe mientras negaba con ambas manos—. No es mi intención meterme en la política extranjera, pero considero que es una buenísima señal que desde Reaful se reconozcan los derechos ancestrales de otras culturas.

    La general no respondió. Las palabras de Amfarto eran casi las mismas que Fíbrula usó el día que ella ascendió de rango y se le fue concedido el gobierno de Biorocheto en calidad de oficial.

    —Que… ¿qué ha pasado con el vigetchén de Rovriadriana? —preguntó Mietchena con timidez.

    —Fue victima de la fiebre. Desde hace cinco años que esta nación esta luchando por si misma, sin nadie que le tome de la mano durante los momentos difíciles.

    Llegaron ambos hasta una carroza tirada por cuatro caballos que estaba estacionada en uno de los jardines del castillo. Junto a ella, había tres criados esperando. Había dos sujetos más, vestidos ambos con trajes iguales a los que usaban los guardias del salón del trono.

    —Creo que es un día hermoso. Es mejor que disfrutemos de lo vívida que está la ciudad en estos tiempos de celebración. Ya habrán muchas más ocasiones para conversar de las tragedias, ¿no te parece? —Sonrió.

    Amfarto tomó con delicadeza la mano de Mietchena, asistiéndole para que entrara en el vehículo.

    Durante la tarde, a pocas horas del ocaso, Frietchena y sus subordinados se reunieron en uno de los salones del castillo que el rey de Korona había dispuesto para ellos.

    —¿No encuentra extraño que el rey se haya relajado tanto, aún con nuestras tropas muy cerca de su frontera?—preguntó Lorenz.

    —El rey se siente seguro teniéndome en su castillo —contestó Frietchena de píe junto a una ventana—. Estando yo aquí, puede capturarme cuando quiera e incluso cortarme la cabeza, aunque mis tropas se muevan.

    Lorenz estaba sentado frente a una mesa grande que se ubicaba en el centro del salón. En ella habían algunos bocadillos dulces que el oficial de la Real Misión picaba recurrentemente.

    —Es usted una suerte de rehén.

    —Pero me resulta conveniente. Si así está en paz y no estorba en la captura, todo habrá valido la pena.

    —Y, ¿cómo la ha pasado en las celebraciones? —Lorenz sonrió.

    —No soy un hombre de celebraciones, oficial.

    Durante la mañana y parte de la noche anterior, Frietchena y algunos de sus oficiales cercanos habían estado en compañía del rey Amfarto y su corte en los jolgorios. Habían asistido a celebraciones, banquetes y un montón de otras actividades de entretenimiento frívolo, algo infaltable en los excesos de las casas reales de la mayoría de los reinos del continente. Habían presenciado una obra de teatro de bufones en la plaza central de la ciudad, e inclusive uno de los coroneles mas jóvenes, Marco Wolfgang, participó en una carrera a caballo compitiendo contra algunos de los nobles de Rovriadriana.

    —Si me permite un consejo, debería aprovechar la oportunidad. La cultura y las celebraciones en esta ciudad son muy satisfactorias. Los bufones del mediodía son excelentes...

    La puerta del salón fue abierta con lentitud, asomándose desde ella uno de los hombres de Frietchena, que les advertía del arribo de los demás oficiales. Samarat Hermain, Su Un y la sacerdotisa Renata penetraron en el salón. Quince minutos más tarde, arribó Mietchena, que venía en compañía de dos de sus alabarderos.

    —Ahora que estamos todos —habló el general de división—, me gustaría discutir los resultados de tu tarea, Hermain. Aquí tengo la venia del rey Amfarto.


    Con ambas manos desenrolló un documento protegido por el timbre oficial de la casa real de Korona. Le echó una ojeada completa y lo puso con ímpetu sobre la mesa, apoyando su palma izquierda sobre las letras en tinta negra.

    Alrededor de la mesa estaban Frietchena, Mietchena, Sú Un, Samarat y Lorenz. Todos están sentados a excepción de Frietchena y Samarat, quien constantemente estaba moviéndose desde la silla hacia la ventana y viceversa. En el mismo salón, un poco más alejados, estaban Maeví, Marco Wolfgang y Semior.

    —Esto es el fruto de haber tomado la mejor opción, señores —dijo Lorenz sonriendo de oreja a oreja.

    —Esta todo muy bien, pero es una pena que tenga malas noticia — replicó Samarat rompiendo con el optimismo—. Hemos hecho el reconocimiento y encontramos a Fíbrula parapetado en el castillo de un fulano de la ciudad.

    —¿Parapetado?

    —Está en un castillo gigante… es una construcción con murallas en plena ciudad, en la parte este.

    Samarat relató la situación comprobada por él durante la madrugada. Frietchena se mantuvo inexpresivo, pero a Lorenz se le calló la mandíbula sobre la mesa.

    —¡Ese sujeto, Samioneka, como es posible que él…! —el oficial de la Real Misión se detuvo por unos segundos—… Me estoy apresurando; es verdad, él no ha estado en la ciudad desde hace meses. Es muy temprano para realizar acusaciones sin tener pruebas directas.

    —¿Le conoces?

    —He tratado con él, pero no puedo decir que le conozca. El rey le tiene gran estima, y debo admitir que sabe dejar una buena impresión en los demás, incluyéndome.

    —¡No me jodas! —dijo Samarat con un tono burlesco. —Que fácil es para ti darlo por inocente.

    —No lo doy por inocente, pero no puedo tomarlo por culpable sin investigar la situación, oficial.

    Samarat tomó una de las sillas y la apartó bruscamente para girarla y sentarse sobre ella.

    —Ese miedo a dar un paso en falso es un clásico de ustedes, las mariquitas de la Real Misión.

    Lorenz suspiró.

    —¡Oh, Diosa!, a veces pareciera que estoy tratando con un mocoso...

    —Entonces —interrumpió Frietchena alzando levemente su voz— este permiso no nos da derecho a entrar a los dominios de ese noble.

    —Exactamente —respondió Lorenz con el documento en sus manos— Acá solo esta especificado que podemos capturar a Fíbrula en el territorio de Korona. No se menciona nada sobre irrumpir en propiedad privada. Si fuera la casa de cualquier muerto de hambre seria diferente, pero estamos hablando de un noble importante.

    —Tenemos un nuevo obstáculo.

    —Me gustaría poder decir que hay alguna salida diplomática—Volvió a hablar Lorenz—, pero esta vez está mucho más complicado. Samioneka es influyente, pero no es de la dinastía de Amfarto ni de la casa real. Como quieran proceder no me concierne más —Y volviéndose a Frietchena, continuó en voz más baja—, imagino que eso le alegra, general.

    —No me gustaría tener que retrasar más su captura.

    —A mi tampoco —Lorenz frunció el seño—. Es un asunto delicado, pero si lo tomamos con el cuidado adecuado, no habrá problemas. Yo lidiaré con cualquier reclamo que se genere durante la siguiente semana, pero eso si, tenemos que actuar silenciosos y causar el menor daño colateral posible; intentemos que sea fácil para mi también.

    —Quiero proponer un plan de acción —dijo Samarat.

    —Explicate.

    —La fortaleza es inexpugnable sin usar algún ariete o algo no convencional, pero no estamos luchando contra un ejercito, y las paredes del edificio estaban extrañamente sin custodias. Sú Un advirtió también que hay muy pocas personas en el interior.

    —¿Muros inexpugnables sin guardias que los protejan? —exclamó Lorenz con asombró—. ¿Esta segura, dama de Reaful, esta segura que la construcción estaba tan desolada como nos cuentan?

    —Sí oficial —respondió.

    —¿Y qué dices de ahora, en este minuto?

    Sú Un giró su cabeza, mirando aparentemente a una de las paredes vacías del cuarto.

    —No sé si estén en los muros, pero solo hay diez personas aparte de Fíbrula. Él está —Sus cejas se movieron—… está ahí… y no se ha movido desde ayer…

    Sú Un acarició sus labios con la yema de uno de sus dedos índice. Todos los presentes la miraron, expectantes de sus palabras y desencajados por la extraña declaración.

    —¿Qué significa eso? —preguntó Mietchena enderezando su espalda contra el respaldo de la silla.

    —No lo sé, Mietchy. Pero es curioso que una persona permanezca durante tanto tiempo inmóvil.

    Lorenz llevo su mano hacia su mentón, dejando escapar sus pensamientos:

    —¿Se habrá muerto? —musitó, para luego preguntar a viva voz— General, cuando usted se enfrentó a él... ¿pudo cerciorarse de que lo hirió?

    —No pude, oficial, pero sé que una estocada atravesó su armadura.

    —… No está muerto —interrumpió la adalid—. Tampoco está por fallecer, pero si ha estado inmóvil podría deberse quizás a que esta guardando reposo.

    Frietchena cerro sus ojos y cruzó sus brazos.

    —En fin, creo que esto no nos llevará a nada. No me interesa lo que esté haciendo mientras sepamos que no se ha esfumado. Si llega a estar enfermo o herido, sera mejor para nosotros, lo que me interesa ahora es idear una forma de sacarlo de ahí.

    Samarat carraspeo para obtener la atención de los presentes nuevamente.

    —Mi idea descansa en el supuesto de que esta noche tampoco habrán guardias sobre los muros, y unos muros sin guardias son igual de eficaces que una verja de palos. Tenemos que meternos en el castillo usando escaleras, o escalando durante la noche. Lo podremos eliminar limpiamente y sacarlo al exterior, donde la venia del rey estará vigente.

    Frietchena guardó silencio, con la mirada perdida en el suelo.

    —Para hacer algo así tendremos que asegurarnos de bloquear a la bruja que lo asistió —dijó encarrilándose sobre la idea de su subalterno—. Sacerdotisa ¿qué opinión tienes sobre lo que propone Hermain?

    —Yo estuve ahí también, general, y comparto las apreciaciones de los oficiales. Puede confiar sobre mis hombros a todos los hombres que quiera. El derecho que Rea me ha otorgado es prueba suficiente de que no miento, y le aseguro que ninguna bruja indecente podrá burlar el filo de mi alabarda.

    —Sú Un, ¿hay alguna noticia nueva alrededor nuestro?¿hay algún rastro de la batería perdida?

    —No he visto nada nuevo.

    —Bien Hermain, has ganado el honor; dirigirás a un grupo y asaltarás el castillo esta misma madrugada. Actuaremos de noche para evitar complicaciones.

    —¡Sí, general! —exclamó Samarat con evidente entusiasmo.

    —Yo no podré ir con ustedes. Actualmente estoy comprometido a asistir con el rey a las celebraciones, y me temo que no es algo que pueda evadir fácilmente si considero como están las relaciones que tenemos con Korona.

    Frietchena desvió su mirada hacia el suelo nuevamente. Samarat frunció el seño con una seriedad impropia de él.

    —¿A cuantos hombres piensa llevar? —preguntó Lorenz—. Lo ideal seria no llamar la atención de la población. Tampoco la de la guardia civil.

    —No tomes más de quince hombres contigo, Hermain. Procura disponer de los mejores que traje, les daré la orden para que te acompañen si lo necesitas —Frietchena se volteó hacia la adalid—. Sú Un te acompañará. La ventaja que nos ofrece es enorme y no podemos escatimar.

    —¡Entendido! —replicó la aludida levantando ambos brazos y haciendo rebotar sus enormes aretes con el impulso.

    Samarat afirmó las palmas de sus manos contra la mesa. Estaba pensativo e inquieto. Mietchena, silente durante la mayor parte de la reunión, frunció el seño y habló dirigiéndose hacia Frietchena.

    —Yo también quiero participar, general.

    —Tú estas en una situación similar a la miá, general Mietchena. Tienes compromisos con el príncipe Amfarto.

    —Qué importancia tiene eso cuando estamos a pasos de atrapar al traidor —declaró con un dejo de molestia— Harán falta muchas manos, ¿no es así Samarat?

    Mietchena se levantó de la silla, posando delicadamente su mano derecha abierta sobre su corazón.

    —Déjanos participar —Le hablaba a su colega—; puedo poner a tu disposición a los mejores alabarderos de mi corte para la tarea.

    Mietchena podía ser muy persuasiva, eso se había demostrado durante la audiencia con el rey. Quizás fuera la sangre noble que corría por sus venas —a diferencia de la mayoría de los generales del Ciempiés—, o el peso de ser una figura de autoridad por un derecho que iba más allá del que su rango en el ejército le otorgaba, el caso era que sus palabras, aparte de ser influyentes, solían ir adornadas de tonos dulzones y de una belleza manipuladora con el poder de cambiar las decisiones ya tomadas.

    Los alabarderos que Mietchena traía consigo eran parte de la guardia del Palacio de Biorocheto. Como cuerpo militar existían desde mucho antes de que el ejercito de Rea conquistara el Este. Su función era la custodia del Palacio de Biorocheto y del vigetchén. Como no eran parte de la división del Ciempiés, solo respondían a las ordenes de Mietchena. Eran alrededor de doscientos hombres en total, y aunque fueran llamados “Alabarderos del Palacio de Biorocheto”, sus destrezas no se limitaban exclusivamente al uso de alabardas.

    Samarat giró su cabeza. Mietchena le miraba intentando hacer contacto visual para que este compenetrara con sus deseos.

    —No tengo objeciones —sentenció.

    —Pero yo sí —Frietchena se interpuso sin vacilación—. Tienes que seguir tu agenda. No me interesa lo que hagas después de que esto haya terminado, pero mientras estemos aquí por el traidor, tendrás que ser complaciente con nuestros anfitriones..

    Mietchena mordió levemente su labio inferior.

    —Vigetchén Mietchena, comprendo su frustración, pero tengo que darle la razón al general Frietchena —dijo Lorenz—. El rey es benevolente con usted y nos ha tolerado en parte por su intervención, pero es obvio que lo mínimo que esperará a cambio será contar con su presencia en la festividad, más si tiene tiene en cuenta que Rovriadriana no cuenta con un vigetchén propio desde hace varios años.

    —Esto es injusto —refunfuñó la mujer, volviendo a tomar asiento y cruzando los brazos y piernas.

    —Una hora antes de la medianoche, partiremos —dijo Samarat—. Denme nombres, los nombres de los mejores solados que puedan brindarme su fuerza: ¡hoy vamos a hacer una carnicería!
    Lorenz suspiró y se dirigió a Frietchena:

    —General, ya estoy al tanto de los pormenores de la traición de Fíbrula, pero cuando lo encuentren ¿qué harán? —El oficial afirmó su cabeza sobre la palma de una de sus manos—. Siento el resentimiento por la traición, por eso puedo afirmar que soy el único aquí que puede permitirse decir lo obvio: ganaríamos mucho si lo capturáramos con vida.

    Lorenz levantó ambas cejas y sonrió. Los tres generales voltearon al unísono sus cabezas hacia quien habló, cada uno con una mirada igual de intensa pero con una evidente diferencia en la actitud.

    —¿Me estás diciendo que le perdone la vida a un traidor? —Los ojos de Samarat estaban tan abiertos que deformaban la simetría de su rostro.

    —¡No puedo creer, oficial, que ponga sobre la mesa una opción tan desatinada! —exclamó Mietchena levantándose de golpe.

    —Deben enfriar vuestras cabezas, generales —contestó Lorenz con un tono sereno — La juventud suele hacer que se responda al corazón más que a la razón. Capturarlo con vida es abrir un camino que podría llevarnos a desvelar el misterio del paradero de la batería de infantería, o hacia los cómplices que lo han asistido.

    —La batería puede ser encontrada de otra forma; tenemos un adalid ¿no? ¡Ella representa un peligro que los traidores no pueden ni imaginar! —arremetió Mietchena—. Lo único importante ahora es arrancar la raíz de la podredumbre en la institución.

    Samarat dio un manotazo al aire.

    —A mi la verdad me importa una mierda la batería. Cuando aparezca la haremos pedazos como a cualquier otra banda de perros fugitivos.

    —Entiendo su punto oficial Lorenz, pero no creo que sea lo que Rea quiere para nosotros —hablo Frietchena intentando calmar sus propios ánimos—. Mi objetivo principal es detener su conspiración y no me regodearé, tomaremos la oportunidad que sea más fácil de tomar.

    El general dio unos pasos hacia la ventana y continuó hablando.

    —Si ven que pueden capturarlo con vida, háganlo. Pero si no se encuentran con ese escenario, solo elimínenlo. No tomen ningún riesgo.

    Lorenz suspiró, rindiéndose ante los alegatos de los generales.

    —Yo haré mis propias averiguaciones. Me intriga saber porqué el traidor eligió venir a Rovriadriana… y también lo de Samioneka.

    —Te lo encargo.

    —Solo les pido que actúen con mucha discreción durante la captura. Lo que soy capaz de arreglar sentado en mi escritorio tiene un límite, recuerden eso por favor.

    Con la reunión acabada, los asistentes empezaron a dispersarse. Cuando Samarat estuvo por salir, Frietchena lo retuvo, pidiéndole un minuto extra.

    —No te haré perder el tiempo, así que iré al grano. ¿Te crees capaz de derrotar a Fíbrula?

    Frietchena posó su mano derecha sobre el hombro de su subordinado, mirándolo fijamente.

    —¿Qué quieres decir? —preguntó arqueando sus cejas.

    —Podemos suponer que habrá al menos una docena de enemigos en el castillo. No sabemos nada de ellos, cuan hábiles son, que armas tienen, nada. Nos será imposible estar preparados como es debido para ellos, pero con Fíbrula es diferente; sabemos quien es y de qué es capaz, y aún en el supuesto de que esté herido, te repito la pregunta: ¿crees poder contra él?

    Samarat sonrió con algo de nerviosismo. Aspiró una bocanada de aire y contestó:

    —La verdad no lo sé, general, pero si puedo asegurarte que de esta no va a salir, aunque me mate.

    Frietchena se giró, quitando la mano de su interlocutor.

    —Era muy fácil sugerir que lo capturemos con vida... pero el oficial no deja de tener razón en lo que plantea. Las circunstancias nos han obligado a a abandonar la ventaja numérica con la que contábamos.

    —¿Qué hay de Sú Un? Es un guardia real de rango, debe ser un monstruo en batalla.

    —No cuentes con ella —respondió con firmeza—. Nuestro Rey le tiene una alta estima, algo obvio si te pones a pensar en lo que es capaz de hacer —Levantó una de sus manos y abrió su boca, mas tardo unos segundos en continuar—… Aprovechando que la has nombrado... quiero pedirte que no permitas que sufra daño.

    Le miró Samarat confundido.¿Él debía ser quien protegiera a un adalid, a uno de los soldados de élite de la Guardia Real?

    —Muy bien. Si que sabes ponerle diversión a mis misiones —Sonrió humedeciendo sus labios con su lengua.

    Las ultimas horas del día pasaron volando y la noche volvió a alzarse sobre la capital de Korona. Antorchas fulgurantes en las calles y luces intensas que se colaban hacia afuera por las ventanas. La guardia civil del Rovriadriana atenta por la llegada de las caravanas de comerciantes que venían desde el territorio beshalle y arribaban solo por la noche.

    En el interior del palacio de Rovriadriana, de pie entre algunos nobles de la corte de Amfarto y algunos de sus oficiales, estaba Frietchena. Tenia sus brazos cruzados, ensimismado por lo trascendental que podía llegar a ser la misión que encomendó a uno de sus más confiables generales. Era difícil para él el no poder participar, pero el gobierno de una parte considerable del reino era su responsabilidad, por lo que debió elegir la opción mas sensata.

    Desde su mano izquierda venia caminando Mietchena, quien se detuvo a un par de metros a él.

    —Créeme que es tan difícil para mí como para ti, general —La miró de reojo y sintió la necesidad imperante de corregirse—… vigetchén Mietchena.

    La general se había cambiado de ropa. El uniforme militar que había usado desde que saliera de Phioria Oriental era remplazado por un atuendo despampanante y elegante, ademas su rostro estaba embellecido con el maquillaje. Mietchena se sonrojó. No apartó la vista de las piedras que pavimentaban el suelo que pisaba. En cierta forma, sabia que no era correcto, que no era conveniente, pero la duda y la casualidad de las circunstancias en las que se encontraba la llevaron a querer preguntar:

    —Ge-general Frietchena —Tragó saliva—. Me gustaría hacerle una pregunta, si es posible.

    Con un movimiento de su cabeza, Frietchena la incitó a continuar.

    —Durante la audiencia con Su Majestad el rey, cuando él… él me reprendió… ¿por qué no-no interfirió? —tartamudeó.

    —¿Esperabas que interviniera? —contestó sin cambiar el semblante de su rostro.

    —Yo-yo, yo…

    —Hermosa noche, general Frietchena, vigetchén Mietchena

    Desde sus espaldas, el príncipe Amfarto hacia aparición. Vestía de blanco, por lo que el brillo de las lamparas de aceite se reflejaba con fuerza en su traje.

    —Efectivamente, príncipe —contesto Frietchena, estrechando su mano.

    —Le agradezco, líder del Ciempiés, su presencia en esta noche. Le deseo la mejor velada y espero que aquí en Rovriadriana pueda distenderse y olvidar las obligaciones de los gobernantes aunque sea por un día.

    Un gran carro de siete ruedas arribó empujado por cuatro caballos. La mujer y Amfarto se miraron a los ojos. Cuando el príncipe sujetó su mano, su rostro se prendió y sus corazón se aceleró. Ambos subieron abordo y el carro partió.

    En ese mismo instante, a una gran distancia, Samarat y trece guerreros se reunían en los establos. Doce de ellos se arrodillaron para recibir la bendición divina; encarar a Rea por última vez con la razón, puesto que en la próxima oportunidad lo harían abriendo la carne de aquellos que lo merecieran. Las espadas estaban hechas para ello.

    Montaros sus caballos. Samarat al frente, partieron a trote para impartir el castigo al traidor.
     
    Última edición: 7 Octubre 2020
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    Tengo hyyyyype por lo que se viene. Parece que será, al menos por un tiempo, una subtrama de drama en una fiesta por un lado y otra subtrama de asalto sigiloso por el otro, dos tropos que me encantan.

    Me gusta la relación que tienen Frietchena y Mietchena, y, aunque esto ya lo dije, me encanta como escribes y narras los sucesos.

    PD: Tómate el tiempo que necesites para cada capítulo. Sé lo complicado que es cuando son tan largos, y también lo poco recomendable que es subirlos sin pulir bien.

    Un saludo!
     
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    Confrontador Last cup of Sorrow

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    La cacería de los traidores del Este
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
    3001
    VI

    La sacerdotisa Renata subió hasta el torreón en el que habían observado por primera vez la situación. Pedro la acompañó hasta arriba sosteniendo una antorcha. Junto a ellos estaba Lempo Adriano, uno de los oficiales al servicio de Frietchena. Muy hábil con la espada, sostenía con su mano derecha el pomo de la fiena que cargaba en el cinturón. Renata pidió a Pedro apagar la antorcha. Con algo de temor, el oriundo de Rovriadriana retrocedió, perdiéndose a través de la abertura del suelo hasta no verse más.

    Todo estaba oscuro. Lempo se agazapó en una de las esquinas, mirando hacia la sacerdotisa que permanecía de pié en el centro. Con un movimiento veloz de ambas manos, la mujer se hizo con su alabarda y la sostuvo en guardia alta. Sus parpados se cerraron y su respiración se desaceleró. Sus músculos se relajaron y su visión se volvió negro absoluto.

    * * *​

    Los soldados amarraron sus animales lejos de las murallas y caminaron sigilosos el resto del trayecto. Se movían todos agrupados, encabezados por Samarat y con Ana cuidando la retaguardia. Cuando estuvieron solo a metros de la pared de piedra, Samarat los detuvo alzando su mano derecha. Era imposible verlos desde encima de la pared ya que las construcciones aledañas se interponían, mas no pretendían ocultarse de los civiles puesto que su intención era parecer lo menos sospechosos posible.

    Todo alrededor estaba desierto. Samarat miró hacia la adalid, que también le miraba. Ella levanto dos dedos de su mano, empuño los dedos y señaló hacia una dirección con su indice. Sonrió. Alzó los cinco dedos de su mano, la empuñó y levantó su índice nuevamente, haciéndolo girar horizontalmente. Levantó sus dos brazos y los perfiló hacia una sola dirección. Todos la miraban con los labios cerrados y con suma atención.

    Samarat sonrió y volvió a mirar hacia el paredón que tenía más o menos al frente. Cuando se disponía a avanzar, Sú Un, que estaba atrás suyo, le jaló del uniforme. Él giró su cabeza, descubriendo a la adalid que señalaba entusiasmada con su pulgar hacia algún lugar a sus espaldas. El grupo completo volcó su mirada en dirección de algo incierto. Los segundos se perdían sin motivo aparente, pero la adalid insistió y nadie de los presentes tenia el poder para contrariarla. Pasados no más de dos minutos, una figura se perfilo de entre la oscuridad del callejón. Era Mietchena, que avanzaba con mirada orgullosa hacia el grupo. Samarat la vio llegar, desafiante de la orden de su superior. En cierta forma su actitud rebelde alimentó en él el deseo de impartir justicia, ya que veía en ella la misma determinación que él tenía y le llenaba el pecho de entusiasmo.

    La oficial llegó junto al grupo, sacudiéndose por costumbre el polvo pegado a su uniforme. Antes de que Samarat pudiera abrir su boca, fue acallado con rapidez por la propia Mietchena. Era verdad, tenían tareas por cumplir y Renata los esperaba lejos, velando por ellos; no podían perder el tiempo.

    Ana se separó del grupo y avanzó hasta la pared. Con las yemas de sus dedos tanteó la solida superficie; era suave y estaba helada. Suspiró y miró hacia la adalid buscando su permiso. Ella le miró de vuelta, haciendo una señal con su mano, acto seguido, Ana se encaramó sobre la pared cual cucaracha y la escaló con gran agilidad. Recorrió la envergadura del muro, llegando hasta el adarve, donde se agazapó lo más discretamente posible. Desde arriba lanzó una cuerda cuyo extremo golpeó el suelo levantando un poco de polvo.

    Beneveta y Marco fueron segundos en subir. Sin siquiera mirar a los demás se lanzaron, cuidando de no hacer ruido con sus zapatos, por la derecha en la muralla. Varios metros mas allá, ignorantes de la situación, dos sujetos bebían embobados mirando hacia el cielo. Estaban quemando papeles y libros, todos esparcidos alrededor de una especie de hoguera sucia y llena de cenizas. Se veían imponentes en tamaño y musculatura.

    La noche estaba muy tranquila, por lo que les fue fácil escuchar el crujir de las pisadas que avanzaban hacia ellos. El primero extendió con rapidez su mano derecha para agarrar el sable que tenia apoyado cerca de un asiento frente al fuego. Se irguió exhibiendo sus más de dos metros de altura y girando el torso, encontrándose de frente contra los ojos de Marco; el oficial hundió despiadado la espada en su pecho, sin dejar de mirarle a los ojos, mientras que Beneveta separaba la cabeza y torso del otro sujeto con un corte limpio, sin que este hubiera alcanzado siquiera a darse la vuelta. Ahora quedaban trece enemigos.

    Con plena confianza en que sus dos hombres eliminarían a las dos únicas amenazas que estaban lo suficientemente cerca como para advertirlos entrando, el contingente penetro los muros. Todos tenían asignados objetivos. Sú Un corroboró por última vez que no había cambios en las posiciones del enemigo antes de que partieran.

    El fuerte tenia dos patios de armas separados por una especie de empalizada de madera puesta en una zona estrecha, en el punto donde dos de las murallas paralelas estaban más cerca. El ciempiés había subido por el lado que daba al patio mas pequeño y que parecía servir como taller de alguna industria, según podía vislumbrarse por las maquinarias e instrumentos que estaban esparcidos alrededor. Cruzando la puerta del muro de madera, estaba el patio mayor, los establos y el edificio principal donde descansaba el traidor.

    Samarat, Mietchena, Sú Un, Ana y Moaktchena saltaron del muro hasta el patio de armas, amortiguando la caída contra el techo de madera que hacia sombra en los talleres. Tenían que atravesar el muro central y entrar a la mansión, mientras que el resto del grupo tomaba el camino a mano izquierda por sobre el adarve, ruta que los conduciría hasta el grueso de los posibles colaboradores de Fíbrula. Ninguno sabía si se trataba civiles o guerreros, pero de ser lo último, era primordial evitar que se reunieran con su jefe.

    El Grupo de Samarat atravesó el muro central. Frente a ellos y a varios metros de distancia estaba la puerta principal. A mano izquierda, un sujeto desconocido los sorprendió. Tenía un aspecto áspero típico del submundo y portaba una espada en su cintura; no era ningún civil. Al verlos a la distancia, pareció vacilar, decidiéndose pronto a escabullirse en la dirección contraria. Ana desenvainó su arma y salió disparada como un proyectil, separándose del grupo para darle caza, mientras que el resto continuaba su camino para irrumpír en el edificio.

    El salón principal estaba a oscuras por completo, pero el sonido de las pisabas constataba que era amplio y estaba extrañamente vacío. Con la ayuda de una lampara, el grupo cruzó a través de las diferentes salas y piezas. La adalid los guiaba con los ojos abiertos y casi sin pestañear a través de un montón de puertas y salones. Pronto llegaron hasta una escalera de piedras que se empinaba hacia arriba. Subieron por ella hasta toparse con una puerta de madera. Sú detuvo al grupo a pocos metros de la entrada. Levantó entonces dos de sus dedos y apuntó hacia la parte alta de la puerta cerrada. Samarat sujetó su fiena con ambas manos y con sumo cuidado la levantó hasta la altura de su cabeza, apuntando hacia la puerta.

    «Desde aquí ya no habrá más sorpresa para ellos»

    El arma atravesó la madera y perforó el occipital del hombre que se hallaba afirmado en el otro lado, saliendo la punta por debajo de su mandíbula. Una fuerte patada de Samarat sacó la puerta de sus bisagras. El cuerpo inerte cayó hacia un lado mientras el oficial desprendía limpiamente el arma con la que le había quitado la vida. Moaktchena irrumpió violentamente, apareciendo desde la espalda de Samarat y saltando con fiereza sobre el segundo guardia, que estaba a pocos metros. En su izquierda levantaba un martillo que dejó caer con toda la fuerza de los músculos de su brazo sobre el enemigo. Este estaba sorprendido por la entrada inesperada de sujetos armados, pero tubo los reflejos suficientes como para saltar hacia atrás, interponiendo uno de sus brazos ante la amenaza. El contundente metal negro en la cara del martillo alcanzó a triturar el antebrazo y la armadura que lo recubría. El dolor fue aplacado por la adrenalina. No había tenido la vida que había tenido solo para dejarse matar con tanta facilidad. Con su mano sana, tomó un hacha desde la pared, pero las fuerzas lo abandonaron tras recibir una funesta estocada en el abdomen a manos de Mietchena que había desenfundado su espada. Inmediatamente después, el alabardero de Biorocheto lo embistió, cayendo al suelo y sobre él. Con violencia, golpeó la cabeza del desdichado repetidas veces hasta causarle la muerte. Quedaban once.

    Al mismo tiempo en que Mietchena sacudía la sangre de su elegante espada, cinco soldados del ciempiés acorralaban desde el adarve a un grupo de los secuaces del traidor. Antes de el allanamiento, Sú había visto a cinco de ellos en esa posición, rodeando los establos. Palas Antonia era la de más alto rango de entre los soldados del ciempiés que fueron hacia allá, y observaba con la euforia a flor de piel desde la altura.

    Habían hecho contacto con los objetivos hacía un minuto: los enemigos eran todos hombres de aspecto desafiante y temerario. Vestían armaduras diversas y armas pesadas, sin uniforme alguno, por lo que Palas dedujo que eran forajidos pagados.

    La intención del ciempiés había sido emboscarlos, pero uno de ellos los alcanzó a ver antes de que se acercaran lo suficiente. Perdiendo la ventaja de la sorpresa, Palas decidió no embestir de frente, ordenando a Semko a utilizar el arco. La única flecha que alcanzó a disparar entró por la nariz de uno de los enemigos, mientras que el resto del ciempiés bajó del adarve para cortar el camino hacia el edificio principal. Al verse en desventaja numérica y de posiciones, los cuatro mercenarios restantes corrieron a tropezones hacia el establo, donde podrían mantener una férrea resistencia.

    —Lo único que nos interesa es impedir que se reúnan con el traidor. ¿no? —murmuró Palas mientras intentaba mantener el control sobre su respiración acelerada—. Todo está en orden… todo está en orden… —exhaló.

    Desde su posición de altura, Semko alcanzaba a ver a través uno de los orificios del establo a algunas de las siluetas moviéndose. No pretendía tentar a la suerte disparando hacia un blanco tan poco certero; si fallaba, bastaba el pequeño lapso de tiempo que le tomaba cargar una flecha y adoptar la postura para que los enemigos abandonaran su defensa y cargaran, transformando el asalto en un desastre.

    Palas no conocía los interiores de la fortaleza. Sabía que lo que estaba frente a ellos era el establo, pero no había escuchado ni visto ningún caballo en todo ese tiempo, pese al alboroto que debería estar armándose adentro. Tenía en su cabeza la posibilidad de que, de alguna forma, hubiera un pasadizo oculto bajo la tierra que conectara los establos con la casa principal. De ser así, lo más sensato era abandonar el sitio y entrar al choque para eliminar la amenaza antes de que esta huyera, pero eso les quitaría la ventaja de posición que habían ganado. Prefería correr el riesgo y tan solo esperar. Ahora quedaban diez, pero aparentemente, solo seis de ellos estaban en condiciones de ser una amenaza.

    Beneveta y Marco entraron a una torre y bajaron por unas escaleras circulares. Siguieron avanzando a través de lo que parecían ser los cuartos de la guardia de la fortaleza. Finalmente, llegaron hasta donde la oscuridad les hacia imposible ver. Se suponía que más adelante debían haber dos enemigos más. Tenían que derrotarlos para reunirse lo más pronto posible con Samarat y ayudarlo con Fíbrula. Como estaban aún lejos de la ubicación, no tuvieron reparos para encender una pequeña lampara. Así no tropezarían contra los muebles y podrían ver donde estaban las puertas.

    Un olor nauseabundo entró por las fosas nasales de ambos: era el olor de la podredumbre. Beneveta debió contenerse lo mejor que pudo para no vomitar. Estiró su brazo, moviendo la lampara de un lado a otro intentando dar con la fuente de la pestilencia, pero la habitación era demasiado grande y no se alcanzaba a ver nada. Tuvieron que avanzar varios metros más para percatarse de lo que sucedía: sobre el suelo, esparcidos por todos lados, estaban los cuerpos inertes de varios desconocidos. La mayoría eran hombres, y por las marcas y heridas que se lograban distinguir, quien fuera que les había dado muerte, no había tenido piedad. Era una carnicería, y por el olor y el estado de los cuerpos, resultaba evidente que estaban ahí dese hacia varios días. Marco suspiró sintiendo compasión por los fallecidos. Las autoridades de Rovriadriana serian quienes se encargarían de investigar en los próximos días, no ellos. Los dos oficiales continuaron avanzando, topándose de frente con sus dos objetivos en la siguiente habitación.

    Los enemigos estaban esperando, con las armas en sus manos y con la delirante sonrisa de aquellos que sienten una excesiva confianza. Ambos estaban equipados con armaduras metálicas y espadas largas difíciles de identificar. Su indumentaria era costosa y profesional, muy diferente a la que usaban los sujetos que habían pillado al principio del asalto. Beneveta sabía que estaban en desventaja. Él usaba una fiena, y aunque Marco también blandía un tipo de espada larga —bautizada como Lemimí—, esta era notoriamente de menor envergadura. La habitación era lo suficientemente espaciosa como para que las blandieran con comodidad. Era importante dar el primer golpe. El capitán Miró de reojo a Marco, saltando de inmediato sobre uno de los hombres. Quería pillarlo desprevenido. Con su arma por delante, intentó cortar el cuello de su enemigo, pero este interpuso su arma enfrente, produciendo un chirrido metálico por el golpe.

    Marco atacó al segundo hombre al mismo tiempo. Sujetando su espada con ambas manos, lanzó varios cortes verticales, desde arriba a abajo y viceversa, que intentaban caer sobre la cabeza descubierta de su enemigo. El mercenario bloqueó con suma dificultad la acometida del oficial, utilizando la gruesa hoja de su espada y regalando varios metros de suelo en los que debió retroceder. Viéndose con la pared a su espalda, contraatacó intentando darle en la rodilla. Marco esquivó el ataque rotando su cuerpo, y aprovechando la inercia, lanzo un corte horizontal que dio de lleno en el brazo y hombro izquierdo del gigante, haciéndole perder su equilibrio. El oficial, aún febril por sangre, retrajo su arma para lanzar una virulenta estocada que perforó el costado izquierdo de su oponente. Si no dio en el corazón, fue porque el mercenario alcanzó a moverse. La hoja atravesó la armadura y rompió costillas a su paso, ademas de dañar sus interiores. Con toda la fuerza de su brazo derecho y dejando escapar un gemido, el sujeto blandió su gigantesca espada y la lanzó contra Marco que debió detener su ataque para bloquear. Un golpe metálico y la espada larga saltó a un costado.

    La armadura y las hombreras evitaron la amputación del brazo, pero el golpe le había roto el húmero. Gotitas de sangre roja se escurrían de entre el metal del antebrazo y caían al suelo guiados por los dedos de la mano izquierda que ahora colgaba sin dirección. Jadeando con fuerza, y superado por el peso de su cuerpo, el mercenario cayó sobre su rodilla derecha. Ya no tenia fuerza en sus brazos para empuñar su arma y se desangraba a través del boquete en su tórax.

    Marco se acercó a su oponente derrotado. Estaba dispuesto a darle el golpe final, pero primero tenía que comprobar el estado de su camarada. Su expresión de asombro fue evidente al percatarse de que Beneveta no tenia su arma en mano; de alguna forma la había perdido ante su adversario y ahora, haciendo alarde de su agilidad, intentaba dificultoso esquivar los devastadores ataques de la gigantesca espada. Ignorando sus planes, saltó en la defensa de su compañero, embistiendo con mucha fuerza su propia arma en contra de la del mercenario. Su acometida fue similar a la que realizó contra su anterior oponente, pero esta vez quien encaraba era capaz de seguir el ritmo de su arma, bloqueando cada ataque en una exhibición de buena técnica. Beneveta aprovechó el respiro que le brindaba su compañero y corrió hacia una esquina para alcanzar la fiena que le había sido arrebatada. De su frente empezó acorrer un hilillo de sangre roja y muy brillante que empapó su cabello negro.

    —Este bárbaro es fuerte, Marco —alzó la voz sin importarle quien le pudiera escuchar—. Tienes que retroceder. No vinimos acá por esto.

    Sujetó la fiena con ambas manos y adoptó una posición defensiva. Marco cesó su ataque y retrocedió a una distancia segura para mirar de reojo a su compañero de armas.

    —¡Ve con el general Samarat ahora, yo me encargo acá! —exclamó Beneveta.

    Sin bacilar, Marco se escabulló por la puerta contigua. El mercenario le siguió con la mirada, pero no intentó detenerlo, mas Beneveta aprovechó la pequeña distracción para lanzar un ataque relámpago apuntando hacia el cuello de su enemigo. El golpe no surtió efecto puesto que fue bloqueado, pero la fuerza del impacto logró desestabilizar a su oponente, que por la adrenalina, lanzó un poderoso golpe con la espada que devastó el mobiliario cercano y que casi le cuesta la vida al oficial.

    Marco Wolfgang, ahora con el camino libre, corrió veloz, atravesando varias habitaciones y recordando las instrucciones simples que había recibido antes de que iniciaran el asalto. Pronto llegó hasta las escaleras del torreón más alto de la fortaleza. Con ágiles zancadas se comió los escalones hasta llegar hasta lo alto. Al terminar las escaleras, una enorme puerta doble se encontraba abierta de par en par, mostrando camino hacia el interior de la habitación. Allí estaba el grupo de Samarat, que también acababa de llegar
     
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    Que intenso el inicio del asalto, ¡y ese último duelo estuvo muy bueno!
     
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    La cacería de los traidores del Este
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    Fantasía
    Total de capítulos:
    8
     
    Palabras:
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    VII

    Samarat, Moaktchena, Sú Un y Mietchena estaban de pie, a un costado del marco de la puerta. Marco se les unió caminando con pasos suaves y lentos. Fíbrula se encontraba perplejo por la inesperada visita. La habitación era lo que quedaba de un maltratado despacho aristocrático: habían muebles de alta finesa construidos con madera cara. A mano izquierda y a mano derecha había una puerta, y al fondo, de frente a la entrada principal, un ventanal que dejaría entrar con entusiasmo la luz del amanecer cuando tocara la hora. Fíbrula se encontraba sentado con las piernas cruzadas sobre un montón de cojines y alfombras en la esquina derecha de la habitación. Estaba pálido, desarreglado y sin peinar, pero su mirada tenía el mismo fuego que siempre tubo. No vestía el uniforme del ciempiés que siempre usó; el único vestigio de su antigua carrera de militar era su casaca de oficial, que estaba sujeta a su cuello, cubriendo su espalda a modo de capa. Sentado frente a un escritorio y de espaldas al ventanal estaba un sujeto desconocido de aspecto formidable y despreocupado. Apoyaba sus sucias botas sobre el mueble mientras sonreía. Dos jovencitas se habían puesto de pie apenas vieron a los oficiales entrar. Una de ellas estaba frente al traidor mientas que la otra se encontraba camino a una de las puertas. Samarat pudo ver el miedo en sus ojos.

    —Samarat, me has ahorrado tiempo viniendo —Fíbrula empezó hablar sin mostrar el menor atisbo de preocupación —. Estaba dentro de mi lista de cosas por hacer el ir a buscarte.

    Samarat sonrió.

    —¿Ah, si? —exclamó sin quitarle los ojos de encima.

    —Acércate. No tenemos por qué estar gritándonos de extremo a extremo.

    —Hey, soldado. ¿Quiénes son estos? —El sujeto del escritorio interrumpió irrespetuoso dirigiéndose al ex general.

    Fíbrula le hizo un gesto pidiéndole que esperara y que no interfiriera.

    —Eres un maldito cínico, tú y la horda de monos que pusiste alrededor.

    Con mucha discreción, Fíbrula hizo saltar su mirada sobre los oficiales del ciempiés que habían entrado. De uno en uno los miró: Samarat agarraba su fiena con una de sus mano, pero la mantenía apuntando hacia el suelo; Moaktchena, vestido con armadura pesada y en una postura de ataque, portaba un martillo en la derecha y un cráneo de lagarto (una especie de hacha corta y pesada diseñada para bloquear y golpear) en su izquierda; Algunos pasos más atrás estaba Marco Wolfgang, con el arma al cinturón y una postura relajada; a la izquierda de Samarat se encontraba Sú Un, con su espada envainada y el escudo de la Guardia Real bordado en el hombro.

    Fíbrula tragó saliva y se puso de pie.

    —Dama de Reaful, Mis respetos sean con Su Majestad el Rey de Reaful —saludó.

    Sú Un no le devolvió la mirada y le ignoró.

    Mietchena, con su fiena desenvainada, se acercó con cautela hacia las mujeres. Con la irrupción de los oficiales, ambas se habían acurrucado en una de las esquinas bajo una actitud temerosa.

    —Manténganse quietas y tranquilas —musitó sin mirarles.

    Antes de realizar el asalto, Sú constató que dos de los bárbaros que acompañaban a Fíbrula no se veían como una amenaza. Esos dos bárbaros eran sin duda las dos mujeres. Samarat pensaba que eran prostitutas, pero como Sú no sabía reconocer brujas de personas comunes, existía la posibilidad de que una de ellas fuera la hechicera que ayudó a Fíbrula a escapar. Era mejor mantenerlas vigiladas.

    —Oye, soldado, trajiste a una jovencita muy hermosa contigo — El tipo frente al escritorio soltó una risotada mientras recorría el cuerpo de Sú Un con una mirada lasciva.

    —¡Cierra la boca, puto salvaje! —vociferó Samarat sin mirarle— Cuando termine con el traidor sigues tú.

    —No necesitamos ser violentos entre nosotros —interrumpió Fíbrula dando unos pasos hacia sus antiguos compañeros —Solo te pido que te sientes conmigo y hablemos por una última vez, ¿qué dices?

    Se debuto a pocos metros de Samarat. Levantó ambas manos para mostrar sus palmas limpias y llenas de buenas intenciones, entonces, le invitó a sentarse junto a él en las alfombras donde había estado reposando. Moaktchena caminó lentamente hacia la derecha, rodeando parcialmente al traidor. Fíbrula no reaccionó y se mantuvo firme, expectante de la respuesta de Samarat. El oficial del ciempiés le miró a los ojos y se mantuvo quieto por unos segundos. Inhaló con fuerza a través de su nariz haciéndola tronar, para luego lanzarle un escupitajo en plena cara.

    —Púdrete —susurró con todo el odio en su alma—... ¡No hay nada que hablar!

    Samarat levanto su fiena y adoptó una postura de ataque. Sujetaba el arma con ambas manos, pero en su izquierda portaba un guantelete metálico.

    Fíbrula limpió la suciedad de su rostro con las mangas de su brazo.

    —Gaviota —dijo dirigiéndose al sujeto que lo había estado acompañando—, todo esto podría haberse evitado si...

    Fíbrula no terminó su oración. Sorprendiendo a todos los presentes, levantó su espada y cargó veloz. Tenía a Sú entre sus ojos; su espada alzada hacia el cielo se dejó caer sobre la guardia real con fuerza sobre humana. Sú apenas pudo reaccionar; sujetando su espada con ambas manos, alcanzó a escudarse del filo, pero la fuerza del impacto la hizo volar hacia atrás, cayendo contra la pared. Fíbrula no se debuto y volvió a cargar, sin dar tregua ni hacer pausa. Ella observó hierática el avance impiadoso del traidor, incapaz de reaccionar, como si esperara su inminente final, pero en el último minuto, se interpuso Samarat, bloqueando el ataque con su espada. En sus brazos sintió el empuje de la brutal fuerza de Fíbrula.

    Gaviota hizo lo propio. Con la enorme maza que cargaba entre sus manos partió el escritorio, haciendo saltar astillas por todo alrededor. Inmediatamente después cargó contra Marco, que en ese minuto desenvainaba su espada con la vista fija sobre el traidor. El oficial se percató a buen tiempo de la embestida del corpulento buey. Pudo apartarse segundos antes de que la maza desgarrara la pared a la que le había estado dando la espalda. Se desarmó como si hubiera estado hecha de papel.

    Moaktchena saltó por la espalda de Fíbrula. Blandiendo el martillo intentó dar un golpe en la cien del traidor, mientras que con su otro brazo pretendía colgarse de su cuello para reducirlo. Fíbrula, que se hallaba forcejeando contra la espada de Samarat, se agachó para esquivar el martillazo, y con el pomo de su espada larga embistió el abdomen del alabardero, rompiendo las placas metálicas de su armadura. Inmediatamente después, aprovechando la conmoción de su ataque anterior, trazó un corte diagonal hacia arriba en contra del hombre de Biorocheto, atravesando la armadura y abriendo carne en el torso. Moaktchena retrocedió abrumado por el dolor en su pecho. Fíbrula, con sus ojos aún sobre él, se lanzó para liquidarlo, pero debió frenar para defenderse de Samarat, que le intentó clavar su fiena entre los omóplatos. El traidor logró esquivar el ataque, pero debió retroceder a una distancia donde su espada larga tuviera la ventaja.

    Moaktchena empezó a perder abundante sangre. Respiró profundamente y adoptó una posición defensiva. Samarat sujetó su fiena con su derecha, dejando libre su mano izquierda. Sin perder de vista al traidor, empezó a dar círculos alrededor de este, intentando mantenerse entre él y Sú Un, que se hallaba afirmada con la espalda en contra de la pared, intentando mantener una postura defensiva mientras en su rostro se dibujaba una clara expresión de dolor.

    —La adalid que te acompaña no merece su rango. Lamento ser yo quien te lo diga.

    Fíbrula empezó a lanzar ponzoña. Sujetaba su espada con ambas manos y la alzaba por sobre su cabeza, apuntando al cielo.

    —No tenía la intención de matarte, ni a tu grupo; aún podemos detener esto. No busco derramar sangre por mero gusto, pero Frietchena no es quien debe regir Phioria Oriental, ni tampoco ser la cabeza del ciempiés y tu lo sabes.

    —¿No te da vergüenza decir eso después de que fuera él quien te hizo huir con la cola entre las piernas?

    —Bien jugado, no tengo como responderte a eso —sonrió con resignación.

    —¡Debiste afrontar la muerte ahí, no venir acá a lamer tus heridas como un cobarde! —Con su mano libre apuntó exacerbado y lleno de ira.

    Mietchena apretaba los dientes con fuerza. Perturbada por el dolor de su alabardero, su respiración se aceleró y su juicio empezó a nublarse por la ira y la impotencia. Las cosas no estaban saliendo como ella quería. En la confusión de la oficial, las dos mujeres vieron su oportunidad para escapar. Ambas corrieron despavoridas perdiéndose por la puerta hacia la habitación contigua.

    —¡Mietchena! —Gruño Samarat.

    La oficial soltó un quejido de rabia y corrió en persecución de las dos mujeres. El traidor la siguió con sus ojos, mas no intentó detenerla.

    Fíbrula cargó contra Samarat. Realizaba cortes horizontales haciendo girar su espada por sobre su cabeza, siempre de derecha a izquierda. El oficial trataba de esquivar los ataques, ya que la fuerza que los movían era muy devastadora como para bloquearlos. Era asombroso ver que alguien fuera capaz de mover una espada tan pesada con tal agilidad como lo hacia Fíbrula. Samarat se estaba viendo sobrepasado por los ataques de su antiguo compañero. Él era consciente de ello; su oponente era más rápido y más fuerte que él. Tampoco era capaz de encontrar una brecha para poder contraatacar, pero debía jugársela si quería cambiar la situación: tras un ataque que apuntaba a su cuello, Samarat se inclinó con rapidez, esquivando el corte y cargando hacia adelante. Con su fiena lanzó una puñalada. La propiocepción del traidor le permitió ladearse para evitar la mortal cuchilla; la hoja rozó su abdomen, cortando su ropa y sin alcanzar a herirle. Inmediatamente después, sin que Samarat pudiera verlo venir, Fíbrula hizo viajar su espada hacia arriba para hacerla girar hacia el suelo y hacia arriba nuevamente, trazando un semicírculo que terminó con un corte vertical que dio de lleno en la parte izquierda del torso de Samarat. La sangre saltó, ensuciando la espada y esparciéndose por el suelo.

    Moaktchena, sacando fuerza de voluntad para mantenerse de pie, atacó de nuevo con el martillo desde la espalda, tratando de partir el cráneo de Fíbrula. Como si tuviera ojos en su nuca, el traidor hizo girar su cuerpo y contraatacó con un golpe de arriba hacia abajo antes de que el martillo conectara. El alabardero pudo bloquear el ataque utilizando el cráneo de lagarto. El choque produjo un fuerte estruendo. Al ver como su martillo no llegaría a dar el golpe, aprovechando la fuerza depositada en su brazo, decidió lanzarlo. Fíbrula apartó la cabeza por reflejo, evitando la trayectoria del arma, pero dejando un punto ciego que Moaktchena aprovechó para arremeter: con su mano derecha ahora libre, alcanzó el cuello del traidor. Sus dedos se agarraron con tanta fuerza como si quisieran hundirse entre la carne. Con la visera de acero en su casco, le dio un fuerte cabezazo en la boca, y con el hacha de su mano izquierda empezó a a lanzar golpes ciegos en su abdomen. Fíbrula, viéndose impedido de realizar ataques con el filo de su hoja, recurrió al pomo del arma, con la que golpeó repetidas veces la cabeza del alabardero para hacer que este le soltara. Ambos cayeron al suelo, siendo Moaktchena quien quedó arriba. Con su enorme cuerpo continuó resistiendo los golpes, intentando ganar tiempo suficiente para que Samarat se recuperara, pero sus heridas le estaban drenando la fuerza y poco a poco empezó a ceder.

    El viejo Alabardero se hallaba en el suelo, en medio de un charco de sangre. Fíbrula se lo quitó de encima mientras se incorporaba y lanzaba un escupitajo sanguinolento y con varios dientes. El ataque de Moaktchena no le había salido gratis: tenía la boca destrozada y algunas costillas rotas.

    Samarat enfrentaba dificultades para ponerse de pie. Estaba sangrando y luchaba contra el dolor, pero su espíritu estaba intacto. Maldijo entre dientes y miró a Fíbrula. Estaba dispuesto a dar su vida ahí si podía arrastrar consigo al traidor. Le miró con determinación.

    —Esto es el fruto de tu falta de visión, Samarat. Eres como un niño que no puede ver lo que los adultos ven. Ahora ¿a qué te ha llevado todo esto? Estas a punto de hacer que te maten, lo siento mucho, pero ya es muy tarde para llegar a entendernos.

    Fíbrula inició un lento avance.

    —Has condenado a tus aliados, Samarat. Han venido a regalar su vida a cambio de nada. Acá quedaran sus cuerpos y yo saldré caminando como si nada de esto hubiera pasado.

    —Estas mintiendo —Súbitamente, Sú interrumpió—. Tu vida se está esfumando. Te estás apagando.

    Fíbrula dirigió su mirada hacia la adalid. Estaba parada sobre sus propios zapatos, manteniendo una postura defensiva un poco más atrás de Samarat, que ahora se encontraba con una rodilla en el suelo e intentando incorporarse. Ella le devolvía la miraba, con sus ojos florecientes en vida, florecientes como nunca antes los había visto en ningún guardia real.

    —¿Qué es lo que estas viendo? —preguntó Fíbrula sin malicia y con sincera curiosidad.


    Tras escuchar a Sú, Samarat se percató de un detalle: ahora que las ropas de Fíbrula habían sido cortadas por su ataque, quedaban al descubierto unos vendajes que le envolvían abdomen. Eran vendajes blancos que poco a poco se iban empapando de color rojo. ¿Eran acaso esas las heridas que el enfrentamiento contra el general Frietchena le había dejado? Los golpes de Moaktchena habían abierto las cicatrices de batallas pasadas y ahora estaban amenazando su vida.

    —¡Te llevaré conmigo, traidor! —dijo Samarat con voz carrasposa—. Sera tu cadáver el que quede contra el suelo y Mietchena meará sobre él.

    —Mietchena…

    Samarat se irguió sobre sus dos pies y adoptó una postura de ataque. Sú empezó a moverse hasta rodear al traidor un ángulo de cuarenta y cinco grados. Fíbrula les miró.

    —Sí, estoy herido, pero no estoy solo —Alzó su espada por sobre su cabeza.


    * * *​

    La habitación de al lado era un dormitorio, pero todo el equipamiento estaba hecho pedazos: cortinas rasgadas, muebles volcados y madera quemada. No estaba en una condición muy diferente al otro cuarto. La oficial movió su cabeza de un lado a otro intentando encontrar a las dos mujeres que podrían estar aprovechando el desorden para ocultarse. Con su espada en mano, recorrió la habitación sin éxito. Perpleja ante la situación, mordió su labio inferior.

    Junto a la cama, al lado de las ventanas, había una puerta corrediza que Mietchena pasó por alto en su primera inspección visual. No era un mecanismo muy común en el Este. Sin apuros, penetró por ella, encontrándose con unas escaleras circulares que daban hacia una hermosa terraza que muy probablemente había servido para el placer del propietario. En lo alto, ambas mujeres se desesperaron al ver la figura de la oficial asomarse.

    —¡Por favor, no nos haga daño! —imploró una de ellas— ¡No sabemos nada! Hemos sido arrastradas acá, no tenemos idea de qué está haciendo Gaviota y el extranjero.

    —¡Es verdad, por favor créanos! Solo estábamos tratando de ganarnos el pan.

    Las lágrimas empezaron a salir a borbotones.

    Mietchena, con cierto disgusto, quiso apartar la mirada. Aún tenía su espada en lo alto y no pretendía bajarla. La terraza era grande y estaba solo a merced de la luz de la Luna. Unos gruesos barandales las separaban de una caída mortal. Junto a ellos, dos sillas finas, una mesita redonda y una vista hermosa por donde se podía ver gran parte de la ciudad.

    —¿Quiénes son ustedes? —preguntó Mietchena.

    —Solo somos prostitutas.

    —Gaviota, nos obligó a venir con él —interrumpió la segunda—. Nos ha obligado a atender las heridas del extranjero, ¡No estamos aquí por voluntad!

    —¿Qué saben del herido?

    —¡Nada, nada!

    —Él ha hablado de peleas con sus enemigos...

    La segunda mujer pegó una mirada de sorpresa y horror a su compañera, agarrándole el antebrazo con firmeza como queriendo hacerla callar.

    —… ¡Solo eso, de verdad! —continuó—, no sabemos ni quienes son esos enemigos que tanto menciona, ni quien es su aliada, ni qué trato tiene con Gaviota. ¡Le tenemos mucho miedo, señora!


    —¡Por favor, ayúdenos!

    Mietchena no dijo nada. Ambas le pedían ayuda, pero le parecían plegarias vacías nacidas solo por la situación. Una de ellas encendió una especie de vela de cera pegada en el barandal. Utilizó un chispero muy bonito que probablemente robó de la mansión. Una luz verdosa rompió la oscuridad e iluminó con delicadeza el suelo que las tres mujeres pisaban.

    —¿Po-podemos conocer su nombre, mi señora? —tartamudeó la más osada de ellas. Mietchena no respondió.

    —Queremos conocer el nombre de quien nos salvará —sonrió la otra con lágrimas en los ojos—. Gaviota mató a todos aquí en el castillo, ¡gracias a las estrellas que hemos sido liberadas de ese destino!

    Cos sus pies sobre la tierra, a varios metros de distancia, Anna dejaba escapar un gran suspiro tras haber dado muerte al bandido que perseguía. La persecución la había conducido hacia afuera de las murallas y la oscura noche le permitió ver con claridad el destello verdoso que venía desde la parte alta de la mansión. Fue imposible para ella desviar la mirada a tan curioso resplandor. Pasó lo mismo con Lempo. Aún desde lo alto del techo donde se encontraba, se alcanzaba a ver el reflejo verde, haciéndole fruncir el seño. Era confuso para todos los que en ese minuto fijaron sus ojos sobre aquella fosforescencia, y es que no era solo el Ciempiés quien podía ver el resplandor. Mietchena se percató de aquello. Parecía una acción inocente, pero ocultaba un significado perverso. ¿Era una señal?¿Era el inicio del conjuro?

    La oficial palideció. Con su espada partió la vela de un zarpazo, apretando los dientes y casi sin pestañear.

    —Ustedes —murmuró mordiéndose el labio.

    Rápidamente se asomó por el barandal, mirando frenéticamente hacia todos lados, buscando por alguna señal que le confirmara o desmintiera sus sospechas. Las dos mujeres tragaron saliva. La más atrevida de las dos tomó a su compañera del brazo para arrastrarla hacia abajo por las escaleras mientras la oficial no veía, pero Mietchena no tropezó de nuevo con la misma piedra. Con una mirada carente de amor, la vigetchén de Biorocheto se volteó, pillándolas en el acto.

    —Lo lamentarán... — Fue lo último que escucharon antes que la oficial cortara sus gargantas.

    * * *
    —¡Vete de aquí, ve con Palas o Lempo! —gritó con autoridad Samarat dirigiéndose hacia Sú.

    «No puedo dejar que muera aquí», pensó.

    Sú negó con su cabeza.

    —Huya conmigo, general —respondió—. El traidor no podrá mantenerse en pie durante mucho tiempo más.

    Fíbrula se lanzó contra Sú. Pese a las heridas, sus ataques no habían perdido ímpetu. Un corte hacia abajo intentó despedazar el cuerpo de la adalid, que dudosamente era capas de seguir sus movimientos. Samarat de nuevo debió intervenir bloqueando el golpe. Sú, perturbada, saltó hacia atrás. Con vacilación, salió corriendo atreves de la puerta principal.

    —¿Sabes que si la matas estarás revelándote contra Su Majestad el Rey, no? —gritó Samarat exacerbado por la adrenalina—¿Hasta este punto has llegado, tú, sucia perra?¿revelarte ante el Rey?

    Fíbrula no respondió.

    —¡Aunque me mates aquí, si la matas a ella, te habrás condenado! ¿me escuchas? ¡Condenado!

    Fíbrula no se detuvo. Samarat intentaba a toda costa salir del trayecto del filo cada vez que éste avanzaba hacia él, pero era imposible sortear todas las arremetidas. Con su espada se ayudaba desviando los golpes que su cuerpo no alcanzaba a evitar, pero a costa de recibir daño en el filo de su arma y en las extremidades que debían sostenerla.

    —¡Su Majestad el Rey de Reaful vendrá por ti y no habrá ninguna bruja de mierda que te ayude!

    —Solo abres la boca para ganar tiempo, confiando en lo que te ha dicho ella.

    Samarat había quedado solo. Marco se había perdido mientras enfrentaba al rufián y Mietchena estaba en algún lado del edificio, vigilando a las dos mujeres. Si lo que Sú decía era cierto y él lograba aguantar al traidor durante un tiempo más, podrían obtener la victoria sin arriesgar más vidas. Era una idea de fácil ocurrencia, pero su estado físico era lamentable.

    Fíbrula se lanzó hacia adelante. Con la espada apuntando hacia el cielo, atacó lanzando un corte vertical hacia abajo. Le regalaba un punto ciego a su oponente, un punto ciego por el que Samarat había estado sediento. Para evitar el ataque, el general inclinó rápidamente su cuerpo hacia su derecha y aprovechando la oportunidad, estiró su fiena para alcanzar el pecho del traidor. El filo de Samarat viajó con velocidad. Parecía una puñalada inminente, pero era algo con lo que Fíbrula contaba desde el principio. En un acto de que desafiaba las capacidades humanas, el renegado desvió la trayectoria de su ataque, ladeando su espada hacia su izquierda, en busca de la cabeza de Samarat. Éste, con el filo enemigo casi entre sus ojos, inclinó todo su peso aún más a la derecha para intentar apartarse del trayecto, pero era imposible. Su mano izquierda chocó con fuerza contra la hoja del su oponente, haciéndola rebotar hacia arriba. Fue una reacción rápida, pero el arma ya había entrado en su carne.

    Su cuerpo giró sobre el piso para apartarse del peligro. Restos sanguinolentos se regaron a través del tramo que ahora lo separaba de su antiguo compañero. Se incorporó con una de sus rodillas contra el suelo. Su mejilla estaba abierta y la cuenca de su ojo izquierdo estaba vacía.
     
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