La bufanda arcoíris

Tema en 'Relatos' iniciado por Lionflute, 22 Octubre 2015.

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    Lionflute

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    Aries
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    682
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    La bufanda arcoíris
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1776
    En el pueblo no se contaban más de seiscientos habitantes, entre los cuales todos se conocían, desde el alcalde hasta el campesino, del cura de la parroquia hasta los borrachos de las calles. Sin embargo, por mucho que preguntaron, no pudieron saber de dónde venía aquella mujer de tez blanca y cabello rojizo como el cobre. La encontramos tirada al borde del río junto al cadáver de un niño ahogado y con una herida en la cabeza que sugería un severo golpe. Debía tener unos veinticinco años y el niño no más de unos cuantos meses. La descubrimos yo y mi hermana mientras paseábamos por la orilla y, al darnos cuenta de la situación, la cargamos hasta mi casa donde mi padre se ocupó de llamar al doctor de la ciudad que se encontrara más cerca. El doctor, que venía de la ciudad más cercana, tardó cinco horas en llegar y la cuidó hasta que despertó. Estaba acostada en la habitación de mi hermana con las cortinas abiertas para dejar entrar la luz y con toda mi familia al rededor más el doctor cuando por fin abrió los ojos. En un comienzo se asustó por no reconocer ningún rostro, se reclinó en la cama y nos observó a todos detenidamente, pero el doctor la calmó rápidamente para preguntarle sobre su procedencia. La mujer estaba perpleja intentando recordar, pero sus verdes ojos abiertos como flores sugerían que ni ella misma lo sabía. Intentaron preguntarle de muchas maneras hasta que ella misma pudo articular casi inaudiblemente un par de palabras.


    —No lo sé —dijo apenas mientras nos miraba a todos y todos la mirábamos con compasión.


    Mi madre fue la primera en reaccionar. Nos miró a todos y en menos de un segundo supimos que no había que mencionarle nada sobre el niño muerto, que había sido ya enterrado en el jardín de la casa antes de que mi padre fuera a por ayuda. El doctor también lo supo y luego, en privado, nos dijo que en algún momento había que decirle, cuando viéramos que empezara a recordar un poco, pues en cuyo caso acabaría por recordarlo de todos modos.

    Ese mismo día fuimos con mi padre y mi hermana a preguntar en cuanta casa pudimos si sabían de alguna chica extraviada mientras mi madre cuidaba de ella en casa, pero nadie tenía idea alguna y menos aún cuando les mencionábamos que era pelirroja, puesto que nadie en el pueblo tenía el cabello de semejante color. Estuvimos todo el día aquel más los dos siguientes buscando de casa en casa, de puerta en puerta y nadie supo darnos siquiera una pista que nos condujera hacia alguna solución. Ella por su parte, pasaba sus días mirando por la ventana y lo único que había recordado hasta ahora era que sabía tejer, a lo que mi madre, por ayudarle un poco en el sufrimiento que sugería el no recordar nada más, le trajo cuanta lana pudo encontrar y le prestó ella misma sus palillos para que la pobre chica ocupara en algo su tiempo.

    Con el pasar de los días se hizo necesario tenerle un nombre y pues, estando todos y hasta ella de acuerdo, decimos llamarle Ana como nombre provisorio hasta que ella recordara el suyo y entonces fue que ella pasó a ser parte de nuestra familia. Ahora bien, no es que ella aportara demasiado en la casa. Mi madre no la dejaba ocuparse de muchas cosas y pasaba entonces la mayor parte de su tiempo tejiendo una bufanda de lana gruesa y mirando por la ventana del salón hacia el río con tanta inquietud en su mirada, que comenzamos a sospechar que pudiera recordar algo sobre su hijo. Pasaba largo rato observando el río y escuchando el rumor de los árboles y, cuando no lo estaba haciendo, era solamente porque su mirada estaba fija en el tejido. Ambas cosas parecían mantenerla bastante tranquila.


    La bufanda ya tenía varios colores y parecía nunca acabar, pero era porque, a pesar de ser lo único que recordaba hacer, no era muy buena en ello y a menudo se le soltaban algunos puntos y tenía que deshacer lo tejido y retomar de nuevo desde aquella parte. A veces cuando ésto ocurría, ella cambiaba el color aludiendo a que eso le daba buena suerte, que no le volvería a pasar. Pero igual, al poco tiempo le volvía a ocurrir y entonces de nuevo a elegir otro color y ya para la primera semana la bufanda parecía una maraña de arcoíris tejido.

    Mas iban pasando los días y, fuera de la habilidad del teijdo, no parecía ir recordando nada más. Le interrogamos sobre su fecha de cumpleaños, sobre su pasado, su niñez, sobre su ciudad y hasta por su familia. Si recordaba a su padre o a su madre, sus abuelos, sus hermanos, sus primos, pero nada de nada. Mi madre entonces intentó por primera vez acercarse a la verdad del que pensó debiera ser su hijo.

    —Mija —le habló mientras Ana miraba por la ventana —, ¿usted no tenía por casualidad algún esposo?
    —No recuerdo, señora —respondió con prontitud.
    —¿Y no será, mi amor, que tuvieras un hijo?— intentó nuevamente mi madre, a lo que Ana tardó un poco más en responder.
    —No lo sé —dijo, siempre mirando por la ventana.

    Ese silencio nos dejó una leve sombra de duda, pero su expresión que se mantenía totalmente impertérrita, nos hacía creer que quizás sólo fuera nuestra imaginación y encima, con semejante recuerdo tan triste, no nos parecía coherente que luego estuviera tan contenta como lo estaba para la cena. Esa noche comió bastante y rió mucho con nosotros, lo que nos hacía muy felices también, puesto que ya no nos importaba que recordara su pasado. Después de todo, si se lanzó al río, no podía ser un buen recuerdo para ella de todos modos, así que nos hicimos a la idea de que fuera parte de nuestra familia.


    Un día me le acerqué curioso, porque no entendía mucho acerca de la amnesia. A mis diecisiete años no era algo que hubiese aprendido en el colegio del pueblo y me intrigaba saber qué pasaba por su mente.

    —Ana —le dije mientras me sentaba en un taburete al lado de ella mientras tejía.
    —Dime.
    —¿Qué sucede en tu cabeza cuando intentas recordar?— le dije y ella volvió su cabeza a la ventana por unos instantes antes de responderme.

    —Pues cuéntame qué hiciste ayer por la mañana.
    —Ayer fuimos con mi hermana al mercado y luego ayudamos a preparar el almuerzo.
    —Pues acabas de buscar algo así como en un archivo de tu cerebro los acontecimientos de ayer. Yo intento buscar lo que sea antes del accidente y es como si me encontrara esos cajones vacíos. A veces hay imágenes borrosas, pero en general no encuentro nada concreto —me dijo, siempre sin mirarme, sino a la ventana.


    Tratando de descifrar lo que ella me quiso decir, me fui a ayudar a mamá con la cena mientras que ella seguía tejiendo hasta que, antes de servir la comida, ella exclama con gran emoción que por fin terminó la bufanda. Entonces se la puso y la lució frente a toda la familia. Siendo sincero, era como varios retazos de lana colocados unos sobre y al lado de otros y pues, en fin, un mamarracho de colores y formas dadas por las distintas lanas que utilizó, pero que ella usaba con grandes ademanes de grandeza como si se tratara de la más lujosa prenda de ropa. No obstante el deplorable aspecto de la prenda, toda la familia la alabó por su trabajo y pues, como ya se empezaba a sentir el frío del invierno, le vendría muy bien a pesar de su aspecto. Y fue así que no se quitó la bufanda en toda la cena, comiendo con sumo cuidado con tal de no mancharla siquiera.


    A la mañana siguiente se levantó resplandeciente. Nos saludó a todos en el desayuno y nos sorprendió luciendo su espantosa bufanda. A estas alturas, ya a nadie le importaba mientras ella fuera feliz y, luego de haber desayunado, como ya no iba a ocupar sus horas tejiendo, ella misma se ofreció para ir de compras al mercado para las cosas del almuerzo. Estaba francamente efervescente, irradiando energía por todos lados, así que, en vista de que era la primera vez que sentía ganas de salir de casa desde que llegó, mi madre accedió y nos pidió a mi y a mi hermana que la acompañáramos, puesto que ella no sabía donde quedaba el mercado. Ya en éste, ella estaba como loca moviéndose de un lado a otro, meneando la dichosa bufanda para allá y para acá, que con sus colores atraía la mirada de todo quien se nos cruzara. Estaba tan feliz de salir que se acercaba a oler cada fruta, a tocar cada verdura y no dudaba en meter sus manos en los sacos de granos varios. Aprovechando que eramos tres, nos dividimos las compras y quedamos de juntarnos dentro de veinte minutos en el centro del mercado, pero pasados los veinte minutos, yo y mi hermana estábamos reunidos y no veíamos a Ana por ningún lado. Pasada ya la media hora nos comenzábamos a preguntar si le habría pasado algo. A mí se me ocurría que podría haber sufrido alguna especie de ataque de amnesia y que quizás se habría perdido en medio de la gente y habría huido en pánico. Con esto en la cabeza, fuimos preguntando de puesto en puesto por si acaso alguien la hubiese visto y debido a su peculiar apariencia, no fue muy difícil seguirle el rastro, pero sí era un rastro confuso. De un lado del mercado nos enviaron al otro, que vieron a la pelirroja entre las piñas, que luego se fue hacia las flores, que anduvo mostrándole la bufanda a unos comerciantes y, por último, dijeron que se fue saltando en direcciœn a la casa. Entonces con mi hermana creímos que solamente había olvidado hacer las compras con la excitación de aquel feliz día. Como nuestra madre siempre nos envía con un poco de dinero demás, pudimos terminar las compras y entonces decidimos volver a casa.

    Cuando íbamos llegando, a casi unas tres cuadras, por el lado del río se encuentra un puente y entonces, mi hermana pega un grito y me tira de la manga para que voltee hacia el puente. Si hubiera sido yo cualquier persona, nada en él me hubiera llamado la atención, pero la sangre se me heló cuando veo la baranda del puente y, amarrada a ella, veo el extremo de una tensa bufanda fea de arcoíris.
     
    Última edición: 27 Octubre 2015
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    Elayne

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    Y se quedo con toda la tristeza acumulada para si misma (?)

    La historia es bastante sencilla por encima, pero encuentro que la dificultad sería pensar en problema psicológico de Ana. Tal vez, mi punto de vista sea erróneo, pero siento que has dejado el "¿por qué?" para que cada uno se haga la idea que quiera. Si no es así, diré que he pensando mucho sobre el suicidio, el significado de este o tal vez el simple acontecimiento de algún accidente. Por otro lado, me ha gustado bastante la lectura, ha sido fluida, entretenida y sobre todo, me has dejado con suspenso.
     
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