Mitología Egipcia Justicia (Maat)

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Kikuz-sama, 2 Junio 2016.

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    Kikuz-sama

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    Escritora
    Título:
    Justicia (Maat)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1370
    Este texto fue presentado en el Concurso de Mitología Egipcia.

    Título de la historia: Justicia
    Diosa: Maat


    Se encontraba en el infierno. Su garganta estaba seca y no tenía ni una gota de agua para aliviar la sed. Sentía la necesidad de llorar pero la deshidratación no le permitía enceguecerse bajo la neblina acuosa. Quería caer, necesitaba descansar y la imposibilidad de la acción lo destrozaba. Si aspiraba a seguir con su mundana existencia no podía parar. Si el deseo de vivir era aún fuerte, necesitaba avanzar.


    ¿Qué sentido tiene?


    Había sido despojado de su condición divina y posicionado en una mortal. Ahora todos sabían que lo podían asesinar. La muerte tocó su vida de una manera brutal. Le arrancó de los brazos a su mujer y a su pequeña niña para entregárselas a un grupo de bárbaros. Ellos profanaron hasta el cansancio sus cuerpos y después las asesinaron con crueldad.


    Y él, impotente, sólo pudo observar. Lo drogaron y esa sustancia que suministraron en su organismo le permitió mirar pero no actuar. Fue prisionero de su corporalidad durante todo el vil acto. Se sintió frustrado. Cada grito proferido por los labios de su esposa y de su hija, cada suplica de cese al daño, cada risa burlona y el sonido de los golpes en aquella carne blanda, quebraron su alma.


    Sintió sed de sangre más no pudo hacer nada. Lloró amargamente y el alarido de sufrimiento quedó atrapado en su garganta. Cuando terminaron, le escupieron a la cara y lo retaron a que los buscará. Acto seguido, lo apalearon. Después, esas bestias humanas salieron. Las horas pasaron y el efecto acabó. La primera sensación en recibirlo fue la dolencia física que hizo eco de la espiritual.


    Se arrastró como pudo hasta el cuerpo inerte de sus dos luceros y sollozando les pidió perdón. Solicitó su indulgencia por ser juez y haber sellado su destino al condenar a ese asesino. Clemencia por desatar la ira de esos bellacos sobre ellas y no proporcionarles la protección que necesitaron. Y en medio de ese torbellino emocional, un ataque de tos le hizo escupir sangre. El ver el líquido rojo saliendo de su cuerpo, sentir que estaba cubierto de él, no sólo por ser suya sino por aquella que fue derramada por su esposa, lo hizo enfurecer.


    Él era un juez. Los jueces eran protegidos por Maat y ¿dónde estaba ella? Dejó que todo esto pasara y que inocentes murieran porque un grupo de rufianes decidió tomar la justicia en sus manos. ¿Esto era resguardar a los honestos seres que seguían sus preceptos?, ¿su familia merecía esta clase de ecuanimidad al querer guardar el orden por el bien social? No, y la injusticia de la situación lo llevo a golpear el suelo con fuerza y renegar de los dioses.


    Un chillido perforó sus oídos e hizo que su vista recayera en la puerta. En el lumbral se encontraba una mujer que lo miraba horrorizada. Las miradas de ambos se cruzaron y ella al ver que la ropa de él se hallaba bañada en sangre, salió corriendo. Segundos después hasta él llegó el pregonar de la doncella que aseveraba el asesinato de la familia del magistrado. Ella aseguraba que el hecho tan vil lo perpetró él.


    Miró a su esposa y pensó que pronto la alcanzaría pero al ver la multitud enardecida que clamaba su vida, el sentido de supervivencia lo golpeó e, inevitablemente, huyó. Y en esa desesperada carrera llegó al desierto y este lo recibió con los brazos abiertos. Ahí estaba él, aquel que había pregonado la justicia, tratando de alejarse de ella. Intentó no pensar empero a sus oídos los alcanzó un viejo clamor de misericordia. ¿Cuántas veces había condenado a alguien basándose en evidencia circunstancial?, ¿cuántos no alegaron que la situación los sobrepaso y los hizo parecer culpables?


    Él estaba en el mismo escenario que tantas veces juzgo de conveniente. Él era culpable a los ojos de los hombres. Y, justo en ese momento, el peso de sus decisiones cayó sobre él. Tal vez cegado por esos mandatos que seguían las reglas del bien y el mal, que sólo en blanco y negro eran capaces de observar, llevaron a la muerte a hombres que no tuvieron ninguna opción de escapar.


    ¿A cuántos inocentes he condenado?, ¿qué clase de justicia impartía el hombre y los dioses respetaban que no se saciaban hasta que el supuesto culpable perecía?


    Volvió a gritar. Su cuerpo sucumbió ante el cansancio. El dolor, el espacio, los golpes y la pérdida lo estaban matando. Sus perseguidores llegaron y también lo masacraron. Dejaron de ser hombres, se convirtieron en animales y como tal, destrozaron ese cuerpo maltrecho. Dolorosamente lo descuartizaron.


    Y mientras él era asesinado con bestialidad, una mujer presenciaba todo. Cuando la sed de sangre remitió, todos se repartieron los pedazos. Sólo quedó en medio del desierto, en el centro de una gran mancha de sangre, un roto corazón. Ella se acercó y lo recogió. Lo acunó en su pecho y dejó que se la tragara el desierto. Emergió en un salón que daba la sensación de ser dorado y colocó el corazón en una balanza.


    Antes de poner el contrapeso, dejó que el alma del pobre hombre regresará. Él miró alrededor y al posar los ojos en la silueta de la mujer, sus rodillas cedieron y realizó una reverencia.


    –Mi señora, es un honor encontrarme en su presencia. –Murmuró sin apartar la mirada del suelo.


    –Levántate.


    Él obedeció. Se quedó de pie y observó cómo era llevado a cabo el mítico ritual. Tuvo miedo pero este rápidamente fue suplido por la indignación. No lograba acallar esa voz que le decía lo injusto que era el hecho de que estuviera siendo juzgado cuando acababa de ser asesinado. En su vida terrenal había alcanzado la divinidad al ser la figura que representaba la voluntad de Maat. En todo momento fue honesto y le prestó servicio como su más fiel ciervo pero eso no fue suficiente para evitar la tragedia que cayó sobre él.


    Cerró los ojos y sus manos se crisparon. Quiso negarse a hablar, sin embargo, el daño era tan reciente, las heridas estaban tan frescas y el abandono tan latente que no pudo evitar solicitar una explicación. Precisaba saber la razón de tanta saña, de tanta indiferencia ante el ultraje que sufrió.


    –¿Por qué permitió que ellas murieran si era capaz de evitarlo?, ¿era necesario que sufrieran tan terrible muerte? Ellas eran inocentes… –Iba a decir más, no obstante, su voz murió.


    –Las cosas así debían ser. –La frialdad de esas palabras terminó por quebrarlo. Y se acercó a ella. Encaró a la diosa que destrozó su vida.


    La tomó de los hombros y fue en ese momento en el que por primera vez realmente la vio. Era una mujer bellísima, inmaculada, aparentemente perfecta o casi… era imposible pasar por alto que estaba ciega. El impacto de tal revelación hizo que la soltara. Los brazos cayeron inertes a los costados. Toda su vida vivió vilmente engañado, desilusionado se dio cuenta de que su vida fue sacrificada en vano.


    La diosa Maat de pronto perdió todo su esplendor. La verdad la afeo, colocó a su alrededor un brillo de hipocresía y la mostró como lo que realmente es. Un falso ideal, un manoseado y deslustrado concepto de imparcialidad. Tan engañoso y peligroso que llegaba a asesinar. Y en ese instante en el que se atrevió a juzgar, su corazón pesó más.


    ¿Justicia?

    ¡Justicia!

    ¡No existe tal concepto!


    Una bestia apareció detrás de él. No importó todo lo que hizo, que fuera honesto, que tratará de mantener el orden social, estaba sentenciado a perecer por osarse a juzgar una fuerza celestial. No hubo tiempo para nada más. Su esencia, todo lo que quedaba de él, desapareció. Tanto física como espiritualmente, murió.


    Maat miró el asesinato una vez más, no podía hacer nada ya que sólo estaba ahí para mostrar una bella imagen que intentaba tapar la podredumbre que hay detrás. No todos los rufianes reciben su castigo, muchos inocentes mueren… pero nada más se puede esperar, la justicia no es capaz de ver más allá pues muchas veces es ciega ante la verdad.
     
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    Tarsis

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    La justicia es un ideal.

    Kikuz, excelente escrito. Una lección cruda, cruel, pero, ¿qué no era descabellado en ese tiempo? La sed de sangre persistía sobre la justicia, pero no sólo eso, ¿Qué es la justicia en sí? ¿No cambia la percepción dependiendo del acusado? No todo el que parece inocente lo es, ni todo el que parece culpable lo es.

    Me gustó mucho el toque de como se empezó a desintegrar ese rostro hermoso que reflejaba la diosa, mostrándole la verdad.
     
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