(IV Ciudad) Disneyworld (Zona)

Tema en 'Ciudad' iniciado por Tarsis, 4 Marzo 2020.

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    Zireael

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    —¡Ya basta! —sollozó, enredando los dedos en su propio cabello, incapaz de seguir mirándolo—. ¡Ya basta!

    Agitó la cabeza y los hilos níveos se movieron en direcciones aleatorias, zafándose de las coletas.
    Tras ella, Caster extendió los brazos, preparado para recibirla. Su terrible sonrisa solo se ensanchó.

    >>¡Sal de una vez! —Se detuvo a medio camino entre el hechicero y el muchacho. Varios hebras de cabello cedieron, separándose de su raíz y flotando entre sus delgados dedos—. ¡¿Qué se supone que haces, Joey?! ¡Deja mi maldito corazón!

    Perdida. Sin dirección. Confundida. Aterrada. Adolorida. Destrozada.

    Cariño.

    ¿Qué?

    Amor.

    No... Ya basta. Ya basta. Ya basta.

    Mírame.


    Trastabilló y sus manos se separaron de su cabeza, despacio, y sus ojos dorados, cristalinos y terriblemente enrojecidos se posaron en él.

    No se había rendido. Su voluntad seguía moviendo a Caster, por supuesto que no se había rendido, el problema era que quería acabar consigo misma para que él viviera.
    Pero había trastabillado. Sus lágrimas, sus palabras, su cariño... se había filtrado en las decenas de grietas que cubrían su corazón.

    La sonrisa enfermiza desapareció del rostro de Caster y sus enormes ojos de búho pasaron al master de Assassin. Jez lo supo, claro que lo supo, estaba conectada a ese maldito brujo. Sus piernas cedieron.

    ¿Qué has hecho?

    Un enorme rayo violáceo, en dirección al otro servant, pasó sobre su cabeza justo cuando se volteaba hacia Caster.

    —¡¡Para de una vez!! —chilló desde lo más profundo de sus pulmones—. ¡DÉJALO!

    Falla. Por Dios, falla.
     
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    Gigi Blanche

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    Todo rastro de aire abandonó sus pulmones de golpe cuando un silencio premonitorio se asentó entre ellos. Jez lo miró, posó sus ojos enrojecidos sobre él, y Joey contuvo el aliento. No fue capaz de pensar o hablar hasta que el corazón de Jez tomó su decisión.

    Los rayos alcanzaron a Assassin sin tregua, lanzándolo varios metros hacia atrás.

    Joey se volvió hacia Jez y Caster, y volvió a respirar. Allí estaba, y estaba viva.

    Gracias a Dios.

    —Lo siento, Jez. Por favor, perdóname, pero déjame ser egoísta una sola vez más.

    Redirigió su mirada hacia Caster. Ese hechicero horrible lo comprendía, ¿verdad? Incluso mejor que ellos, seguramente. No había dudado ni un segundo en arremeter contra Assassin cuando Jez flaqueó.

    Le sonrió a ella, entonces. Le sonrió, pese a todo, porque estaba malditamente aliviado de verla viva. No necesitaba seguir reflexionándolo, la verdad estaba ahí, frente a él. La quería viva, quería su corazón latiendo. Nada más.

    Pero tampoco se sacrificaría inútilmente, no la obligaría a cargar con ese peso.

    —Créeme, cariño, cuando te digo esto —murmuró, dulce y suave, incluso con la batalla transcurriendo alrededor de ellos—. Te mereces ser feliz como nadie en este puto mundo. Ese es mi deseo, y voy a protegerlo hasta el final.

    No necesitó verbalizar su orden. Assassin arremetió contra Caster desde diferentes direcciones, desenmascarando la emboscada que habían preparado. ¿Alcanzaría para sorprenderlo?

    spoiler alert: claro ke no
     
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    Última edición: 19 Abril 2020
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    Zireael

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    Cuando las víboras púrpura de Caster alcanzaron a Assassin sintió que el alma le dejaba el cuerpo, pero se levantó, no supo con qué fuerzas pero lo hizo. Estuvo por irse de boca al suelo, percibía el mundo como siluetas recortadas, como formas sin sentido.
    El flequillo le cubrió el rostro.

    —Eres un cabrón de mierda, Caster. Traidor asqueroso. —Una risa extraña escapó de sus labios—. No puedes ver a un pobre a gusto, ¿eh? Hijo de puta. Encima sabes que Assassin es un puto lastre.

    Ah, nunca había soltado tantos insultos en su vida y era... asombrosamente liberador.

    Alzó la mirada entonces, aún ligeramente perdida, percibiendo la única forma extraña que podía identificar a pesar de no poder enfocarla.

    Joey.

    Las piezas del mundo regresaron lentamente a su lugar, tan despacio que casi pudo verlas encajar entre sí hasta permitirle distinguir el rostro del muchacho y su sonrisa. Su eterna sonrisa.

    Maldito idiota.

    Allí estaba, llamándola cariño, haciendo crecer raíces en su corazón árido. Haciéndola dudar lo suficiente para que Caster reaccionara.
    Sus gestos se suavizaron y sus ojos dorados volvieron a enfocar el mundo. Se le escapó una carcajada que desentonó por completo con la escena, pero era una carcajada genuina, perteneciente a la Jez que Joey había conocido.

    —Dios, Wickham, eres un cabeza dura. —Se retiró el cabello del rostro con las manos, pero volvió a caer casi en el mismo lugar—. ¿Cómo fui a enamorarme de semejante imbécil?

    Otro relámpago violeta pasó a su lado, reflejándose en sus ojos ámbar.

    Falla, maldito desgraciado.
     
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    Gigi Blanche

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    *deja la wea de Yaahl en loop*

    Sintió una extraña mezcla de emociones cuando Assassin falló su ataque. El maldito se mantendría inútil hasta el final, ¿eh? De alguna forma, sus ánimos se alinearon con los de Jez y soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza. Ah... joder.

    Iba a morir ahí, ¿eh?

    Bueno, no era como si tuviera derecho a quejarse.

    —Soy un idiota, sí —reconoció, alzando las manos en señal de culpabilidad—. Es uno de mis grandes encantos.

    Soy un idiota.
    Por eso hago todo más complicado.


    —¿Te han dicho que esa rabia te sienta bien, preciosa? —soltó, socarrón, con la barbilla en alto—. Porque lo hace. Si no te hubiese besado ya...

    Dejó la frase suspendida en el aire, y su sonrisa se torció hacia un costado. ¿Era todo aquello una última actuación sobre el escenario? ¿Era la forma que habían encontrado para no rendirse bajo el peso de ese increíble agobio? Se estaban asesinando, y sólo podían pretender que en realidad no lo hacían.

    —Assassin —lo llamó, alzando un brazo en alto, y una extraña luz comenzó a emanar de su cuerpo, conectándolo con las decenas de figuras oscuras a su alrededor—. Venga, sé que tienes más que ofrecer, campeón.

    Había utilizado la carta de emergencia. No le quedaba mucho, quizá sólo aguantara... dos ataques más. Assassin pareció recuperarse un poco, y Joey amplió su sonrisa mientras incontables quemaduras le carcomían la piel. Las piernas le temblaron un poco, mas no se permitió flaquear. No demostraría debilidad alguna frente a Jez; no ahora, que por fin la había convencido.

    Pero puta madre, Caster. Cómo duelen.

    —Ahí tienen, su adorable Master les está compartiendo su carne y sangre. ¿Me harán orgulloso ahora?
     
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    Zireael

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    Caster hijo de la grandísima puta.

    Frunció el ceño, mirando con el rabillo del ojo al hechicero. ¿Por qué le habían asignado ese horrible servant? Su precisión era ridícula y acertaba en función de qué tanto deseaba que fallara.
    La voz de Joey volvió a atraer su atención.

    El idiota de todos los idiotas, sin duda.

    Volvió a reír, aunque sin la misma inocencia de antes, estaba bloqueándolo todo porque de no ser así... no iba a poder.
    Hizo una reverencia dramática y al incorporarse, se retiró el cabello con un fluido movimiento de mano.

    —Gracias, gracias. —Entrecerró ligeramente los ojos—. Supongo que debe ser porque es la misma rabia con la que te besé, debo admitirlo.

    Debiste dejarme morir, maldito tozudo.

    Permaneció en su lugar, estática incluso cuando las decenas de figuras se abalanzaron sobre el brujo.

    >>Es bueno ver a Assassin mover el culo por fin, no creí que pudiese.

    Tragó grueso, si lo veía trastabillar un solo instante iba a correr a atraparlo. Correría hasta donde fuese para atrapar al idiota que se había filtrado en su corazón.

    Te traeré de regreso.

    La magia de Caster vibró de nuevo, a pesar de que se encontraba casi sepultado bajo las siluetas de Assassin.
     
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    Caster parecía afectado por el ataque de Assassin, y los músculos de Joey se tensaron lo suficiente para enviarle una descarga dolorosa al cerebro. Puso todo de sí para apartarla y seguir con el show.

    —¿Oh? —canturreó, risueño, y se encogió de hombros—. Lo sé, lo sé. No tengo remedio, pero... eso no es algo que tú ignoraras, ¿o sí~?

    ¿Quería morir allí mismo?
    ¿O quería sobrevivir?

    —Quiero decir, de todos modos me besaste. Y creo que lo volverías a hacer.

    Un suspiro casi imperceptible corrió por sus labios al ver que el ataque de Caster no daba resultado. ¿Era alivio? ¿Era molestia? Quién sabe. Ya nada tenía sentido en ese puto lugar. Sólo quería acabar de una vez por todas, y si fuera el caso, combatir contra tierra y marea para concederle a Jez lo que le correspondía.

    Las quemaduras comenzaban a tornarse insoportables. Apretó los dientes en una mueca similar a una sonrisa, y se obligó a reír para mitigar la sensación.

    Vamos, Assassin.
    Permítele vivir.
     
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    ¿Era posible que Assassin fuera igual de torpe que Joey? Porque tenía toda la pinta. Deseaba que acabara con Caster, que acabara con ella, pero no parecía ir a concedérselo.
    No quería meterse en la cabeza que era un inútil porque respondía a los deseos del moreno.

    Enarcó una ceja al escuchar a Joey, le dedicó una sonrisa y... flaqueó en su espectáculo.

    —Te besaría cada maldito día si estos imbéciles de la guerra mágica me lo permitieran.

    Sacudió la cabeza inmediatamente después.

    >>Assassin, ¡por Dios, ponle algo de emoción a esta mierda!

    Lo cierto es que tenía más emoción de la que era sana. Si se demoraban demasiado no iba a soportarlo, tampoco sabía si iba a soportar el saber que ella...

    Joder.
     
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    Ver a Assassin fallar otra vez le envió una clara confirmación de lo que estaba pasando en su caótico corazón, y eso... eso le sentó como una patada al estómago. Se sonrió, sacudiendo la cabeza, y chasqueó la lengua un par de veces.

    Ah, Joey, ¿en qué momento te volviste tan suave?

    Dios, debía estar realmente mal de la cabeza. Dando la jodida vida por una chica, una chica contra la que estaba peleando a muerte y a la cual, si hubiese perdido dos gramos más de cordura, habría besado en medio de todo ese desastre. Joder, cómo la habría besado.

    —Me matas, linda. Literal y figurativamente.

    El espectáculo comenzaba a resquebrajarse, y ni siquiera en sus palabras explícitas era capaz de censurar las pequeñas filtraciones del pánico que sintió al darse cuenta que, efectivamente, estaba muriendo.

    Y sus ideas no fueron más que confirmadas cuando la magia de Caster vibró en el suelo y sus relámpagos violáceos alcanzaron a Assassin. Fue un golpe casi letal. Joey se llevó una mano al estómago y maldijo, respirando agitado. Mierda, le estaba costando demasiado mantenerse en pie.

    Tenía que acabar con eso... de una vez.

    Dios.
     
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    Zireael

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    No. No. No. No. No.

    Recordó a Lena, boqueando por aire, a Daichi acabando con ella y todo el teatro, la locura e ira que le corrieron por las venas retrocedieron de golpe, su fuerza flaqueó. Si tan solo Caster se dignara a fallar.

    El inservible de Assassin había acertado una segunda vez, pero... empezaba a ser demasiado tarde. Lo vio llevarse una mano al estómago.
    No podía. No podía dejar ese teatro seguir así.

    —Y una mierda —murmuró y luego su voz usualmente suave, se transformó en un extraño rugido—. ¡Y una mierda, no puedo seguir con esto!

    Estuvo por echarse a llorar de nuevo, la vista se le empañó en segundos y el amargo nudo volvió a formarse en el fondo de su garganta.
    Odiaba a Caster con toda su alma, se odiaba a sí misma con la misma fuerza.

    Te dije que me dejaras morir.

    Corrió hacia él, a pesar de que había sido ella misma quien se había alejado, y lo hizo pasar su brazo por encima de sus hombros. No podría aguantar su peso, pero poco importaba, no iba a dejar que se desplomara en el suelo como si no hubiese valido nada. Porque Joey... había sido todo.

    >>Perdóname. —La voz estuvo a punto de quebrársele. Apretó su agarre en torno a su cuerpo—. Cielo, perdóname

    Caster, hijo de puta... por favor.

    Otra serpiente violeta. Cerró los ojos con fuerza.

    Por favor.
     
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    Le quedaban pocas fuerzas, incluso para sonreír, y el aire entraba y salía ruidosamente de sus pulmones. Alzó la vista hacia Jez cuando oyó su rugido y frunció el ceño, sintiendo las gotas de sudor frío correrle por la espalda.

    Perdóname, amor.
    Perdóname por forzarte a todo esto.


    No era capaz de conciliar sus emociones, no en ese momento. Quería sonreírle, sólo Dios sabía cuánto, pero el miedo le rayaba la mente y le costaba horrores seguir siendo el héroe que siempre quiso ser para ella. Su voz, de repente, sonó dentro de su cabeza.

    Tú me dijiste que no debía serlo siempre, ¿verdad?

    A pesar de todo, y por mucho que se odiara por ello, una enorme oleada de alivio le bañó el cuerpo cuando oyó sus pasos apresurados en su dirección. Era cálida, y él estaba tan frío, y todo le dolía allí donde lo tocaba pero... pero...

    Dejó caer la cabeza, silbando por aire. Estaba agotado.

    —¿Perdonarte? —farfulló, alzando ambos brazos para acunar su rostro, aunque las manos le temblaran—. Cielos, Jez. Tendremos que... empezar a hablar sobre ese hábito tuyo.

    Cuando encontró sus ojos ámbar empañados, tan cerca y tan tristes, la sonrisa brotó por sí sola. Joder, no era solo el poder que tenía sobre él.

    Era el poder que le daba.

    Presionó los labios contra su frente y allí se quedó cuando oyó la batalla recrudeciendo. Allí se quedó hasta que las fuerzas lo traicionaron y se volvió, cediendo al cansancio de su cuerpo y dejándose caer de rodillas al suelo. Permaneció en silencio, atento a cualquier sonido que pudiera indicarle el porvenir del enfrentamiento; a decir verdad, no se atrevía a mirar. Creía ya no ser capaz de respirar si miraba. Creía que el corazón se le detendría allí mismo, presa del pánico. Y no podía permitirse eso.

    Tenía que mantenerse lo más entero posible.
    Tenía que hacerlo por Jez.
     
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    Su ridículamente frágil corazón la traicionó cuando lo sintió estampar sus labios, ahora fríos, contra su frente y las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas. No pudo escucharlo, ya no podía, y apenas había podido notar la sonrisa que le había dedicado.

    Assassin... volvió a acertar.

    El aire falló en llegar a sus pulmones.

    Mátame. Por lo que más quieras, maldito inútil, mátame.

    Cuando lo vio ceder por fin, sollozó a pesar de que había intentado contenerse. Necia como era, se arrodilló a su lado y volvió a envolverlo en sus brazos, con todo el cuidado del que fue capaz.

    Jez, ¿en qué maldita basura te convertiste?

    —Déjame sostenerte —murmuró, sin saber si podría escucharla—. Permíteme solo eso aunque sea.

    Clavó la vista en ninguna parte y Caster, a un ataque de perecer, lanzó su magia hacia lo que quedaba de Assassin.

    Ya no puedo más.
     
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    Assassin había acertado sobre Caster, pude percibirlo en el débil flaqueo del abrazo de Jez y sentí como si cientos de espinas se me clavaran en el pecho. ¿A qué... nos empujé?

    ¿Tomé la decisión correcta?

    El tiempo se agolpó en mi pecho y las palabras de Jez llegaron embotadas a mis oídos. Podría habérselo dicho, cuán feliz me hacía que estuviera allí, sosteniendo mi tembloroso cuerpo. Era jodidamente contradictorio. Pero allí, entre sus brazos, pude ignorar el doloroso ruido de mi respiración y cerrar los ojos en calma cuando... cuando Caster me alcanzó.

    Extraño. Cómo el dolor se desvaneció.

    Oí el ruido seco de los cuerpos de Assassin cayendo al suelo, inertes, y entonces el silencio. Me aferré por algunos segundos a la sudadera de Jez con toda la fuerza de la que fui capaz, hasta que los brazos me fallaron y tuve que ceder. Ceder a la realidad.

    Tenía que dejarme ir.

    Mi cabeza cayó sobre su hombro, había comenzado a marearme y... ah, espera, no es su hombro. Es el suelo, ¿verdad? Abrí apenas los ojos, enfocando el mundo poco a poco, y reconocí su silueta sobre mí. No sé cómo, pero logré alzar un brazo lo suficiente para atrapar el final de un mechón de cabello color nieve. Era tan suave y brillante, incluso en medio de toda esa oscuridad...

    —Tu cabello —resollé, tragando saliva—, siempre... creo que siempre me gustó. Es, como, ¿super blanco?

    Solté una risa ahogada, o al menos pretendió serlo. Ah, ya no tenía sentido obsesionarme con todo ese terror sofocante. Era inevitable.

    —Ya no llores, cielo. —Era una suplica disfrazada de pedido, a decir verdad; si ella lloraba, no sería capaz de contenerlo—. Esto es... esto está bien. Quiero... que seas feliz. Es lo que más quiero, ¿me oyes?

    Desvié la vista brevemente al cielo, oscuro y profundo, poblado de estrellas tintineantes. Era... muchas veces habíamos hecho eso, ¿no? Con papá, mamá, Matty y Edgar. Nos echábamos sobre el césped, apagábamos todas las luces, y...

    —... mirábamos las estrellas. Podíamos pasarnos la noche entera así. Me aprendí decenas de constelaciones, como...

    Mis ojos se abrieron un poco más y tuve que pestañear para quitar las lágrimas del medio. Allí estaba. No necesité el menor esfuerzo para trazar con mi mente los largos brazos de Cygnus, recorriendo el cielo de punta a punta. Tan inmensa, tan solitaria y tan fría.

    Mamá.

    ¿Estás con ella, ma? ¿Allá, en lo alto? ¿Podré volver a verte, ahora que... me iré de aquí? Eso... eso sería agradable. ¿Papá está contigo? ¿Podré disculparme con él? Espero... que pueda perdonarme. Siempre tuvimos nuestras diferencias, para qué mentirnos, pero ahora lo veo con claridad. Cuánto los quise a ambos, y cuánto los extraño.

    Ah, Matty... perdóname. Una parte de mí no quiso creerse que la despedida en el motel fuese real, pero pasaron muchas cosas y... hey, estoy haciendo esto por una chica. Es una chica extraordinaria. Ojalá hubieras podido conocerla. Está un poco rota, pero supo amarme incluso en mi peor momento y yo... hombre, creo que también la amo, ¿puedes creerlo?

    Por Dios, perdóname, Matty. Perdóname por... dejarte solo.

    —Cygnus —murmuré, con la vista perdida en la inmensidad del cielo; de repente recordé su nombre, y logré ponerlo en palabras—. Jez, esa es... Cygnus. Es... mi constelación favorita.

    Mi voz fue perdiendo color y sonido poco a poco, hasta convertirse en un susurro apenas audible.

    —¿La ves? La de los brazos gigantes. Esa... era... la favorita de mamá.

    Ah, por alguna razón empecé a sentirme... tan cansado. Como cuando tenía clases de tarde en la secundaria, y la noche anterior había dormido horrible y apenas lograba mantenerme despierto para escuchar al profesor. Cerrar los ojos era tan tentador, y odiaba tener que mantenerlos abiertos; por ello me concedía el pequeño placer de hacerlo durante un par de segundos.

    No pasaría nada si cerraba los ojos... ¿verdad?

    Jez... perdóname, Jez. Te he hecho algo horrible, y ahora tendrás que cargar con esto... por mucho tiempo.

    Tan sólo unos segundos.

    No imagino cuánto va a doler, pero espero... realmente espero que consigas superarlo. Y que seas feliz.

    Unos pocos segundos.

    Por Dios, sé feliz, mi amor. Nada me daría más tranquilidad.

    Al final, no estuve seguro si lo hice o no. Cerrar los ojos. El cielo estaba allí, Cygnus estaba allí, y pude... creo que pude sentirlo. Los brazos de mamá envolviéndome. ¿Estaba... en casa? ¿Por fin había llegado?

    El brillo desapareció de mis pupilas, y la última lágrima corrió río abajo cuando el cabello de Jez se me deslizó entre los dedos.

    Sí, estaba en casa.
     
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    Negro.
    Rojo.

    Púrpura.

    Vacío.

    Muerto.

    El mundo volvió a desenfocarse a mi alrededor, transformándose en figuras sin sentido, incapaces de encajar entre sí.
    Las luces se apagaron y las estrellas, en lo alto y vacío del cielo, también.

    Muerto.

    Caster desapareció a mis espaldas y el silencio, el terrible silencio, me envolvió.

    Cariño.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Amor.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Te quiero.

    La voz de Joey apenas fue capaz de atraer mi atención, había… había alcanzado mi cabello y pude jurar que ahora su piel era igual de blanca. Creo que nunca había odiado mi cabello blanco hasta ese momento, en que sus dedos prácticamente se fundieron en él.
    Las lágrimas fluían sin permiso, empapando mi rostro, empapándolo todo. Una tormenta, ¿qué era eso comparado al dolor que me provocaba haberlo matado?

    Lo atraje a mi regazo, no quería que tuviera la cabeza en el piso, no quería tantas cosas y todas habían pasado.


    Ya no llores, cielo.

    Muerto.

    Muerto.

    ¿Feliz? ¿Qué significaba esa mierda cuando acababa de matarlo? ¿Por qué le importaba tanto?

    Negué con la cabeza, sin saber muy bien qué era lo que estaba negando.

    Cygnus. El cisne del cielo nocturno. Su estrella alfa… era una de las más brillantes de todo el firmamento.

    ¿Y sabía eso por qué?


    Alcé la vista, a pesar de que todo era negro, no lograba enfocar ni uno solo de los puntos de luz en la negrura. Mis lágrimas no me dejaban y aun así asentí, le dije que sí con un gesto sin saber si podía verlo siquiera, pero no podía hablar. Le dije que sí, porque siempre le diría que sí.

    ¿Brazos? Alas, torpe.

    Mi mano temblorosa acarició su cabello revuelto, las facciones de su rostro, perfectamente consciente de que se estaba apagando en mis brazos. Que la estrella estaba colapsando, por mi maldita culpa.

    ¿Le había arrebatado una estrella al cielo? ¿Qué diría nani, si supiera que maté al chico al que le entregué mi bufanda? ¿Qué pensarían Anne e Isaac, si supieran que maté al muchacho que dije amar? ¿Me tendrían miedo? Yo misma me tenía miedo en aquel momento, total y absoluto terror.

    Regresé mi vista a él, justo cuando noté que el peso en mi regazo cambiaba.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Muerto.

    Y por un instante, a través del cristal roto de mis lágrimas, distinguí su mirada oscura, brillante hace apenas unos minutos, ahora completamente opaca. No tengo idea de cómo fui capaz de cerrar sus ojos, pero lo hice y en ese momento el mundo se derrumbó a mi alrededor.
    Dejé caer mi cabeza sobre su cuerpo y el llanto comenzó a ahogarme, espantoso, incontenible. Deseaba ahogarme, morirme de una vez por todas.

    Ya no había calor, ni brillo, ni nada que recordara lo que había sido él y su cuerpo, como un costal vacío, yacía frente a mí para recordarme el terrible pecado que acababa de cometer.

    ¿Así te sentiste luego de matar a tu padre?

    Quítamelo. Vuelve y quítame esto.

    Me llevé las manos al cabello por incontable vez en aquella interminable noche y desprendí mechones de raíz, como si el dolor fuese lo único que permitiera que los fragmentos de mi mente destrozada se desperdigaran sobre su cuerpo… Sin éxito.

    —Quítamelo —sollocé contra él—. Quítamelo por favor. No quiero esto.

    Muerto.

    Vacío.


    Sin respuesta.

    Sin calor.

    Sin amor.


    La supernova al borde de colapsar y dar origen a un agujero negro.


    >>¡¿Qué clase de estúpido eres para creer que puedo con esta mierda?! ¡Te dije que me dejaras, te lo dije!

    Me aferré a su ropa, buscando anclarme a algún sitio, pero no era posible, no había ninguna maldita forma de que lograra sostenerme.
    Separé mi cabeza de él y volví a acariciar su rostro, con cuidado como si temiera hacerlo pedazos, y por encima de la terrible ira que sentía, logré decir una cosa más. Mientras dejaba un beso sobre su flequillo, la más absoluta verdad, la única que sobrepasaba mi dolor aunque no hacía más que intensificarlo.

    —Te amo, cariño.

    No podía más. No podía seguir sintiendo el peso de su cuerpo ni viendo la palidez de su piel ni sus ojos cerrados, que no se abrirían, y su gesto apagado, incapaz de sonreír ya,
    Me quité el suéter que llevaba encima y lo hice un ovillo, para colocarlo bajo su cabeza. Ni siquiera sentí la brisa y mucho menos el frío.
    Me levanté a tropezones, con el mundo parpadeando a mi alrededor en blanco y negro. Me temblaba cada músculo del cuerpo.

    Inhalé aire con fuerza, buscando el oxígeno que me faltaba y el llanto en vez de amainar, se permitió volverse aún más violento.

    Pude jurar que el grito desgarrador que salió de mi garganta había hecho vibrar todo el maldito parque. Grité hasta el cansancio, hasta que sentí el sabor de la sangre en mi garganta y hasta que me quedé sin voz para continuar, e incluso después, seguí sollozando como la niña rota que siempre había sido.

    No tengo idea de cuándo me detuve y regresé a su lado, pero allí estaba, junto al buen Joey. Afónica, adolorida y más perdida que nunca.
    Abracé mis rodillas, apoyando mi rostro en ellas, mirando en dirección contraria a su cuerpo inerte, y extendí mi mano hasta la suya, helada.

    ¿Qué tan destrozado había que estar para buscar consuelo en un cadáver?

    Caster, estoy esperando ese maldito grial.

    No había más que silencio. No escuchaba ni el palpitar de mi propio corazón, si es que tenía uno.
     
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    Tarsis

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    Una luz dorada llenó todo el lugar, todo comenzó a disolverse en pequeñas partículas brillantes. Todo incluyendo el cuerpo caído. Sólo los dos sobrevivientes parecían estar abrazados por todo ese halo brillante cuando la chica de cabellos níveos se materializó en el centro del vórtice con el Santo Grial en la mano.

    —Escucho tu deseo, ganadora. (Debes enviarlo por MP)

    Y todo se volvió blanco, del blanco de la muerte.
     
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