Itihasa

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Kreuz Void, 3 Julio 2012.

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    Kreuz Void

    Kreuz Void Iniciado

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    3 Julio 2012
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    Título:
    Itihasa
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    512
    Pre-Prólogo

    Estos son los escritos de un amigo. Le gusta escribir pero es un poco tímido a veces, así que publico esto en su nombre. No, no me estoy proyectando, en serio el escrito es de un amigo. Bajo su propia descripción, el indica que esto es "Acción fantástica", o sea que hay muchas fantásticas acciones, o algo así.

    Disculpen la intrusión, les entrego Itihasa.

    Prólogo

    “Está seguro de que debemos encargarle el discurso a él, señor?”

    Aún era pronto para decidir nada, pero lo cierto es que no tenían ninguna otra opción más que esa, y él lo sabía.

    “Scritch, scritch.”

    El búho se quedó mirándole, pasmado, no esperaba para nada esa reacción, e incluso se le pasó por la cabeza que pudiera estar tomándole las plumas, pero conociendo el carácter de su maestro, sabía que eso era imposible.

    “Scritch.“ Ante la cara de incredulidad de su súbdito, tuvo el detalle de justificar el porqué de su decisión.

    El búho alzó el vuelo y recogió con sus garras un saquito de pergaminos que yacía sobre una mesa cercana. Acto seguido se puso delante de su maestro y intento hacer lo que podría haberse dicho que era una reverencia en caso de que uno fuera maestro de ornitología mágica. Cualquier otro estaría rascándose la cabeza dubitativo y preguntándose cómo puede un búho doblarse así. Aunque se trataba de una muestra de lealtad ante su amo, éste lo miró indiferente y dirigió la mirada hacia la mesa donde antes se encontraba la bolsa, y en la que ahora se encontraba una mancha negra recubriendo un pergamino abierto.

    “O-oh, lo siento muchísimo, señor!” se disculpaba el pobre búho. “Yo no quería, lo siento mucho...”

    Por desgracia para él, las continuas reverencias de disculpa seguían haciendo que la bolsa de entre sus garfas siguiera balanceándose y esparciendo más la tinta y el contenido de la mesa, dejándolo todo hecho un desastre.

    A la tercera reverencia, el pájaro levantó la mirada para vislumbrar un tono rojo encendiéndose en el semblante de su amo.

    “C-creo que mejor m-me voy ya...” el ave intentó excusarse y marcharse de allí para evitar enfadar más a su amo, pero una garra metálica le agarró fuerte por el pescuezo antes de que pudiera marcharse.

    Un sonido similar al de las llamas crepitando se escuchaba de lo que podría decirse que era la boca de su maestro. O bien podía ser una chimenea que tuviera justo detrás, con estas figuras sombrías nunca se sabe. O casi completa. Como bien había remarcado anteriormente, sí que podíamos afirmar que una sombra rojiza por donde podemos suponer que se encontraba su cara, que presentaba un bonito contraste con el tono azulado que estaba tomando el búho.

    Después de escuchar los graznidos sordos del animal durante unos segundos, lo soltó, y en menos de lo que tardó la figura sombría en volver a esconder su mano, el búho ya se había dado a la fuga de la furia de su amo. Acto seguido, la figura desapareció de la habitación.
     
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    Kreuz Void

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    4
     
    Palabras:
    1760
    Capítulo 1

    Aquel iba a ser un gran día para Laoch. Bueno, para él, y para muchos aspirantes a héroe de la comunidad.

    Inisiasi era una comarca conocida por la gran cantidad de héroes que salían de ella, y por ello, decidieron institucionalizar el título de héroe. Así pues, se instauraron nuevas leyes a lo largo y ancho de la comarca, que practicamente se convirtió en una zona de entrenamiento para nuevos aventureros. Las únicas zonas que se libraron de ser repobladas por monstruos con tal de que fueran masacrados por estos salvadores del mundo en ciernes en sus primeras aventuras, eran pequeños pueblecitos.

    Estos pueblecitos eran tanto los nidos de los pre-adolescentes como el motor de la economía de la zona, pues rara vez los héroes traían sus fortunas de vuelta a sus casas, si es que volvían siquiera. Es por esto que la población de estas villas estaba formada principalmente por decepcionadas madres de héroes que esperaban que su hijo no fuera como los de las otras madres, que se iban de correrías por el mundo, madres orgullosas de que sus hijos se quedaran a ejercer de mano de obra para los cultivos y minas, y los hijos de estas últimas, que por desgracia para ellos, no eran vistos por los hijos de las primeras más que como meros pueblerinos a los que había que salvar de los monstruos que habitaban los antes seguros campos, y las no tan propensas a derrumbamientos minas.

    Por si esto no fuera suficiente, algunos pueblos podían tener la mala suerte de ser los elegidos por el villano de turno para ser destruidas en una demostración de maldad y crueldad por su parte, y aunque no era un hecho que ocurriera muy a menudo, era un riesgo que debían correr los pobres aldeanos. Estas destrucciones a su vez se solían dar en caso de que algún héroe retirado que hubiera vuelto a su pueblo a morir en paz, se hubiera traído consigo alguna clase de artefacto mágico de alguna de sus últimas aventuras, que, sin saberlo él, era codiciado por un general de la oscuridad o similar con intención de despertar a su amo oscuro de su letargo. También podía darse el caso de que el aventurero en cuestión sí que supiera el significado de éste artefacto y la razón de su vuelta fuera esconderlo, dárselo a su hijo, o su defecto llevárselo a la tumba. En éste último caso las probabilidades de que el poblado acabara en llamas tendían a infinito.

    En cualquiera de estos sentidos, el pueblo de Laoch no tenía nada de especial. Su média de destrucción en las últimas décadas era de tres, habiendo sido reconstruido cada vez, una veces desde cero, y otras aprovechando el material que se podía recuperar. Esto a su vez propiciaba la aparición de ruinas, y con ello, más lugares de aventura. Esta villa, Mard, se dedicaba unicamente a la agricultura, ya que no tenía minas cerca, y de un modo u otro, la tierra que tapaba las ruinas de la Mard de la generación anterior, era cada vez más fértil.

    La casa de Laoch se encontraba en lo alto de una pequeña colina que se encontraba en el límite este del pueblo, y desde la cual se podía ver el otro lado del bosque que formaba una semicircunferencia alrededor de la villa. No era una casa muy grande; estaba formada solamente por dos pisos, siendo el superior el usado para los dormitorios, y el inferior el usado para la cocina y el comedor, en el cual se encontraba Mayr, la madre de Laoch, cuando éste bajó ansioso justo después de levantarse y vestirse.

    Mayr era una mujer de avanzada edad, que en su tiempo había sido princesa de un reino ya olvidado, pues fue quemado hasta sus cimientos por un reino enemigo que buscaba invadir el territorio. Por el tiempo de su rapto y consiguiente rescate por el padre de Laoch, Mayr era la mujer más bella del reino, prácticamente la encarnación de la mujer ideal para un héroe. Cuando decidió asentarse con su marido en Mard, Mayr se fue haciendo a la vida de campesina, habiéndose cortado su preciosa melena castaña, ahora teñida de blanco, a altura del cuello, y habiéndose hecho un cómodo moño con el resto de su pelo para que no le impidiera trabajar. Su refinada piel se había vuelto más morena, gruesa y arrugada por la edad, quedando solamente pequeños restos de la seda que la caracterizaba en sus tiempos mozos. Los rasgos de su delicada tez se habían ido redondeando con el paso del tiempo, dando lugar al retrato de una madre bonachona con los ojos del color de la miel. A pesar de haber olvidado los modales de la corte, Mayr seguía siendo una mujer educada, respetuosa, y sobretodo, cariñosa con su único hijo, pues era lo único que le recordaba a su desaparecido marido.

    Laoch, por su parte, lucía una larga melena carmesí, que fluía como el fuego, y hacía juego con su carácter, ardiente y apasionado. Según Mayr, su hijo era el vivo retrato de su padre, que también lució una melena de similar color, y que tenía un carácter similar. Laoch había estado entrenando con su padre el arte de la espada desde que era muy joven, y cuando desapareció, siguió con sus lecciones él solo, lo que le había ido proporcionando a lo largo de los años un porte ágil aunque no demasiado musculado, pues su estilo se basaba más en la velocidad que en la fuerza. Sus ojos verdes brillaban con ansias de aventura. Ansias que habían ido aumentando con las historias que le contaba su padre de las aventuras que había vivido a lo largo de su carrera.

    El chico ya había bajado ataviado con la armadura que le había dado su padre, que fue la que llevó él cuando tenía su edad, junto con la espada que también le dejó. En su caso, ni la armadura ni la espada estaban encantadas, como las que dejan otros padres a sus hijos, simplemente era un equipo normal cuya única propiedad era su valor sentimental, ya que de su uso, ambas estaban bastante desgastadas. A su madre no le hacía mucha gracia que llevara ropa tan vieja, y se había ofrecido a comprarle ropa nueva, pero Laoch insistía en llevar esa armadura, pues al igual que a ella, también le recordaba a su padre.

    “Buenos días, cariño.” dijo Mayr con su dulce aunque cascada voz. “Te he preparado unas gachas para desayunar.”

    Tan ansioso como bajaba el chico, al oler el desayuno y escuchar la voz de su madre indicándole que era para él, decidió pararse un momento, hacer caso a su estómago, y comerse a toda prisa las gachas recién sacadas del puchero que había humeando en un bol de barro encima de la mesa.

    El desayuno en cuestión fluyó como magma volcánico por la boca de Laoch, llevándose consigo toda sensibilidad que pudiera haber tenido y provocando alguna que otra quemadura interna en el esófago, a su vez también abrasó a cualquier bacteria que podría haber tenido en la boca y desintegró cualquier resto de comida que podía habérsele quedado entre los dientes.

    “Waaaaaaah!!!” gritó Laoch “Arde!”

    Su madre puso los brazos en jarras y le miró con gesto de reproche. “Eso te pasa por ir tan acelerado... Anda, relájate un poco, que aún no es hora siquiera de ir al registro.”

    Mayr alargó el brazo para mostrarle a su hijo el reloj que colgaba de la pared. No era realmente un reloj que marcara las horas en el mismo sistema que usamos nosotros, sino que era más bien una rueda que marcaba la posición del sol y la luna y iba dando la vuelta conforme pasaba el tiempo, mostrando solo la mitad de la rueda, como si representara el horizonte la línea de separación. No es que fuera muy preciso, pero servía como indicativo de cuando hacer las cosas. Así no habría líos en que uno llegaba tarde porque desde donde él veía el cielo, el sol se veía más alto. Es más, una de las villas cercanas a Mard fue incendiada debido a que un tirano loco por el tiempo decidió robar el primer solímetro inventado que a su vez fue robado primero por un héroe al que simplemente le pareció bonito.

    Laoch dejó el bol en la mesa e intentó ventilarse la boca como buenamente pudo, sin éxito, mientras su madre le miraba con una sonrisa de oreja a oreja, pues le recordaba a los actos irresponsables del que se hacía llamar Svärd, su marido.

    “Anda, sientate mientras te preparo algo fresco.” le dijo a su hijo mientras se dirigía hacia la puerta “Voy al río a por agua, no tardo.”

    Fuera de la casa se oía algo de barullo; gente andando y hablando entre ellos. El pueblo estaba animado para ser tan pequeño. Ya que no tenía nada mejor que hacer, Laoch miró por la ventana y se encontró con que un grupito de gente se estaba dirigiendo hacia un edificio bastante grande comparado con las casitas de que estaba formada la villa.

    Aquel edificio era el Instituto de Héroes. Bueno, una sucursal, más bien, ya que cada pueblecito tenía uno, excepto los más pequeños, cuyos jóvenes tenían que ir al pueblo de al lado para registrarse. Ahí era donde uno se tenía que registrar en las pruebas de héroe para ver si el chico era realmente apto para salvar al mundo, o al menos intentarlo. Y Laoch era uno de los que se quería registrar, ya que ese mes había cumplido la edad para poder ser por fin legalmente un héroe.

    Mientras el joven estaba embobado mirando por la ventana, se le había olvidado por completo el dolor y el hecho de que Mayr había vuelto ya con un cubo lleno de agua cristalina del rio. Como le vió bastante más calmado pero también muy ilusionado por irse ya, la mujer dejó el cubo en el suelo y le dió un gran abrazo al chico, al cual le dió un susto que le paró el corazón unos segundos. “Vete ya, no vayas a tener que hacer mucha cola...” le dijo Mayr al chico al oído.

    Dicho eso, Laoch se dio la vuelta, le devolvió el abrazo a su madre, y se marchó corriendo por la puerta, dejando a ésta mirando la estela que dejó detrás de sí con una sonrisa en la boca y lágrimas en los ojos.

    “Igualito que su padre”
     
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    Palabras:
    1526
    Capítulo 2


    Cada vez más y más jóvenes se agolpaban en las puertas del Instituto. No es que Mard fuera un pueblo muy grande o que sus mujeres fueran muy productivas, sino que era el único pueblo lo suficientemente grande como para tener un Instituto en varias hectáreas a la redonda, por eso chicos de varios pueblos de la zona se reunían en aquella institución.

    Por suerte para él, Laoch había corrido lo suficiente para encontrarse en la cola justo detrás de los otros chicos a los que había visto por la ventana. Por desgracia había corrido tanto que se había caído al suelo del cansancio y los demás aspirantes que llegaban lo iban empujando al final de la cola, así que para cuando se pudo levantar, tenía a por lo menos una quincena de intentos de espadachín, dos o tres arqueros en ciernes y un par de agitavaritas. Y no se habría dado cuenta de que también había ladrones escondidos en la fila si no hubiera notado que su bolsa de monedas pesaba bastante menos que antes.

    En un intento de recobrar el puesto que le pertenecía, el pelirrojo tenía intención de volver a ganarse su puesto con fuerza, pero como tampoco era alguien que ataca a nadie por la espalda, primero intentó hablarlo con el chico que tenía justo delante.

    “¡Eh, tú! ¡Me has quitado mi sitio en la cola! ¡Así es como pretendes representar a la justicia y el amor, robando sitios?” rugió Laoch después de tener su atención dándole una palmadita en la espalda.

    Este acto no sólo llamó la atención de su siguiente en la cola, sino de casi todos los que tenía delante, que se quedaron atónitos ante su reacción. Laoch prosiguió lanzando un apasionado discurso sobre los ideales de los héroes, y como él estaba decepcionado con ellos por haber traicionado esos ideales solo para poder firmar un pergamino un poco antes. Durante este discurso, la cola se había ido deshaciendo, colocándose al lado de Laoch los que también creían en esos ideales y en parte se sentían avergonzados de lo que habían hecho, mientras que al otro lado, formando un muro delante de la puerta del Instituto se habían quedado aquellos que creían en la ley del más fuerte y que pensaban que la culpa era del ansioso pelirrojo por no haber podido defender su lugar. Otros tantos se hicieron a un lado sencillamente porque no querían meterse en problemas antes siquiera de empezar su trayectoria heroica.

    Los que se habían quedado del lado de Laoch le animaban y le daban su apoyo, y él, dándose cuenta de la situación, torció su discurso en dirección a desmerecer a los que habían quedado al otro lado, considerándolos indignos.

    “Y aún y así, aún hay gente que cree que la ley que impera es la del más fuerte. Esos rufianes, son aquellos destinados a caer al lado del mal, a convertirse en aquellos contra los que los héroes debemos combatir.” proseguía el discurso, hasta que llegado a ese punto, Laoch desenvainó su espada y la apuntó hacia los “rufianes”. “¿Qué podéis decir en vuestra defensa? Aún estáis a tiempo de rectificar vuestra conducta.”

    Al ver el barullo que se estaba montando, de dentro del Instituto salieron dos hombres mayores a ver que estaba ocurriendo ahí fuera. Uno era un héroe retirado, se le notaba por la cantidad de cicatrices que adornaban su cuerpo, que unicamente portaba una armadura ligera de cuero, que le permitía lucir sus músculos. El otro era un pobre anciano que se tenía que ayudar de un bastón porque no podía tenerse en pie. Al ver el campo de batalla que se había formado no pudieron evitar mirarse entre ellos y sonreir, pero al ver también que había unos cuantos que se habían desentendido de la disputa, abrieron las puertas del edificio y les hicieron señas a los desinteresados para que fueran a hacer sus trámites sin interrumpir al resto. Una vez habían guiado a aquellos jóvenes hacia el registro, el héroe se colocó justo a tiempo entre los dos bandos, que efectivamente habían decidido enfrentarse.

    “¡ALTO!” gritó con un vozarrón que retumbó por todo el lugar “Ehem. Soy Eadranai y voy a arbitrar este combate. Como representante del Instituto de Héroes, ésta va a ser una prueba extra especial para todos vosotros, y la primera eliminatoria. El grupo ganador podrá pasar a registrarse. El grupo perdedor deberá esperar a la siguiente convocatoria para poder registrarse. Las reglas son sencillas: el objetivo es incapacitar al oponente, por lo que todo está permitido excepto la muerte, el resto es cosa vuestra.”

    Esta vez Laoch se unió al grupo de miradas atónitas que estaban todas centradas en el hombre que acababa de aparecer allí en medio.Y podía sentirse orgulloso, si eliminaba a aquella panda de indeseables, le evitaría al mundo un gran mal. Quien sabe lo que harían aquella banda de criminales con el título de héroe... Para él, aquella era su primera acción heroica, y como pudo ver en las miradas de sus compañeros, no era el único que pensaba así.

    Por otro lado, el otro bando estaba aún más cabreado, si cabe. ¡No podían permitir de ninguna manera que una pandilla de ilusos anticuados les quitaran su oportunidad de fama, no señor! Les iban a demostrar quienes eran los más fuertes y les harían volver llorando con sus mamás.

    Ambas partes estaban más o menos igualadas en cuanto a cantidad de miembros, y estaban dispuestas a darlo todo por la victoria. Como era de esperar, los magos y arqueros se habían retirado anteriormente del pacífico debate y habían entrado ya a registrarse, por lo que ambos bandos estaban formados únicamente por combatientes cuerpo a cuerpo. Además tenían la suerte de que el Instituto se encontraba fuera del pueblo, más a las afueras que la casa de Laoch, y tocando por una parte la linde del bosque que semi-bordeaba Mard, por lo tanto tampoco tenían que preocuparse por no hacer ruido para no molestar a los trabajadores ni madres posiblemente preocupadas. Sí tenían que hacerse daño, por lo menos que no tuvieran que verlo.

    “¡ADELANTE!” gruñó el héroe mientras se hacía a un lado de la contienda.

    Sólo escuchar el grito, ambos bandos se abalanzaron sobre sus oponentes como furiosas bestias. Ya que eran guerreros jóvenes e inexpertos, Eadranai esperaba que el combate terminase pronto, ya fuera porque un grupo se hubiera rendido, o porque habrian caído al suelo todos por el cansancio de la lucha. Pero claro, sabiendo lo que había en juego, ningún grupo iba a rendirse y iban a luchar hasta el límite de sus fuerzas.

    Por desgracia para Laoch, él precisamente no podía luchar con todo su poder por los percances que había sufrido anteriormente, y que de hecho le habían llevado a estar en esa situación. Así y todo, habiendo sido él el que había liderado a su grupo, no iba a quedarse atrás, así que sacando fuerzas de flaqueza, se adentró de cabeza contra el grupo de oponentes, atravesandolos fluidamente con su espada. Bueno, todo lo fluidamente que puede atravesar una espada que se cae a trozos a un grupo de gente al que no tienes intención de matar. Más que fluidamente, se podía decir que era como si estuviera golpeando a sus oponentes con una sardina metálica en la cabeza, a pesar de que realmente no corría peligro de matar a nadie usándola normalmente ya que el filo de su espada era prácticamente inexistente. Por suerte para él, sin embargo, sus compañeros no se quedaban atrás y avanzaban con toda la fuerza que necesitaba el joven para poder aguantar. Sus oponentes eran duros, pero carecían de técnica y de amor por la justicia, y por lo tanto no eran rival realmente para los tajos justicieros del grupo.

    Excepto uno. Sólo un hombre del grupo de “rufianes” estaba plantando cara a todos los justicieros. De porte tranquilo, con un estoque por arma, iba despachando uno a uno a todo oponente que se acercaba a él, pero sin participar activamente en el combate, como si realmente no le importara más que no ensuciarse su impoluta armadura azul o revolverse su negra coleta. Laoch, que estaba acercándose al límite de sus fuerzas, vió que se había quedado solo en el campo de batalla. Sólo quedaban él y el inmaculado.

    “Tú...” dijo el joven entre jadeos, apartándose el sudado flequillo de los ojos y usando su espada para ponerse en pie del todo “Tú no eres como ellos... Por qué luchas tú?”

    “Es irrespetuoso por tu parte hacer preguntas sin ni siquiera presentarte...” le dijo, mirándole a los ojos, y dejando ver en sus ojos un vacío azul.

    “Yo soy Laoch de Mard, hijo de Mayr y Svërd y aspirante a héroe” le dijo poniéndose en pose de combate mientras un dramático viento le mecía la melena de modo que le hacía parecer aun más fiero.

    “Sparnik de Qonsu, también aspirante a héroe,” le respondió el chico poniéndose también en posición de combate. “y respondiendo a tu pregunta, lucho por el bien de mi pueblo.”

    Acto seguido, ambos jóvenes cruzaron espadas.
     
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    Palabras:
    1856
    Capítulo 3


    Laoch sabía que en su estado actual le iba a ser imposible vencer a tan poderoso oponente, pero las llamas de la justícia y el hecho de que no quería esperar hasta la siguiente convocatoria, le impidieron rendirse, y blandió lo que quedaba de su espada como buenamente pudo. Por el contrario, después del envite, Sparnik no se movió de su posición.

    “Tienes potencial, pero ahora mismo no eres rival para mi.” con un ligero pero ágil movimiento que nadie fue capaz de ver, Sparnik desarmó al pelirrojo, cuya espada cayó al suelo, partiéndose en mil pedazos. Ante la mirada de rabia de Laoch por haber perdido de tal manera, se dio media vuelta, y dándole la espalda dijo “No necesito un titulo para demostrar nada. Árbitro, me retiro.”

    Como el resto de combatientes estaban inconscientes, los únicos que pudieron ver este acto fueron Laoch, que estaba retorciéndose de rabia sin poder hacer nada al respecto, y Eadranai, que estaba más que contento de tener que atender solamente al pelirrojo ya que el resto probablemente no se iban a despertar al día siguiente; así que le ayudó a levantarse y le sirvió de apoyo para llegar hasta el edificio. Laoch no estaba de acuerdo con ganar así, pero estaba demasiado cansado como para decir nada.

    El joven firmó los impresos como buenamente pudo, es decir, le estuvieron moviendo el brazo para que escribiera porque él mismo no era capaz de mover un solo músculo. El hombre mayor, del nombre Tython, y encargado principal del papeleo, se extrañó de que Laoch siguiera consciente, y estaba preocupado por lo que pudiera pasarle, pero Aedrenai lo descartó con una fuerte carcajada y diciéndole que eran cosas típicas de héroe y que había visto peores. Aquello no tranquilizó al burócrata, pero decidió legalizar el papeleo del registro y posponer las pruebas hasta que el pobre pudiera moverse.

    Pasaron tres días hasta que se despertó del sueño en que entró justo después de “firmar” el último papel del registro. El resto de sus compañeros, como no habían hecho tanto esfuerzo, consiguieron recuperarse a tiempo para poder realizar las pruebas al día siguiente, e incluso se les había asignado ya a algunos afortunados, alguna leyenda o profecía para cumplir. Para cuando Laoch se recuperó, sólo quedaban unos pocos rezagados que habían decidido hacerse los dormidos para poder participar cuando hubiera menos competencia, y además estar más relajados.

    “Buenos días, campeón.” en cuanto abrió los ojos vio que tenía sentada a su lado una jovenzuela, que al parecer había estado a su lado mientras él descansaba. “Ya empezaba a pensar que no despertarías.”

    Laoch, algo confundido por la modorra, intentó sentarse en la cama, pero la joven se lo impidió, alegando que debía descansar ahora que aún podía, ya que las pruebas iban a ser por la tarde. Creyendo que era la enfermera del lugar, le hizo caso y cerró los ojos un momento, sólo para volver a ver la cara de aquel chico de pelo azabache, y que sus palabras volvieran a penetrar en su mente como agujas, pinchando su orgullo. Estaba claro que no podía seguir descansando; es más, acababa de recordar que su espada se había roto, y se dio cuenta de que no iba vestido en su armadura, sino que al parecer, ésta se había roto cuando cayó inconsciente y le dejaron únicamente con una camisa interior simple. Debajo de ésta, tenía el cuerpo cubierto de vendajes. El joven no pudo más que derramar una lágrima por todo lo que había perdido aquella mañana: su orgullo, los únicos recuerdos de su padre, y la consciencia. Entonces, sintió un agradable calor, una sensación conocida, familiar y reconfortante, pero que a su vez no había sentido nunca. Acto seguido, se quedó dormido de nuevo.

    Esa misma tarde, justo a la hora de comienzo de las pruebas, Aedrenai le fue a visitar y despertar. No estaba muy seguro si le había despertado la gran carcajada del héroe, o la fuerte palmada en la espalda que le dió. “¡Vamos chico, ya es hora de levantarse!”

    Nuestro protagonista, con más energía que nunca, se levantó de un salto de la cama, a la vez que se le cayeron los vendajes, que mostraban que ya había sido curado de todas sus heridas. Por desgracia, no podía presentarse a las pruebas en mangas de camisa. De nuevo con una sonora carcajada, el árbitro le mandó a la armería del lugar a que se pusiese algo decente. Nadie hubiera dicho que aquel hombre fue el que se puso enmedio de dos bandas de combatientes enfurecidos.

    En la armería se encontró con toda clase de armas y armaduras, desde simples arneses que no cubrían nada y por lo tanto ni se podrían calificar como armaduras, hasta sets completos tan cubiertos que incluso impedían ver al que lo llevara. Escogió una de las armaduras más ligeras que encontró, se la ajustó, y pasó al estante de armas. En él encontró armas diversas, de todos los tamaños, colores y procedencias, hasta que se topó con lo que más le llamó la atención. Una empuñadura, sin hoja.

    No era una empuñadura cualquiera. Su pomo representaba la garra de un dragón agarrando un orbe negro, mientras que tenía una cruz adornada cuyos extremos eran dos cabezas de dragón. Era lo que quedaba de la espada de su padre. Al lado del estante, justo al lado del extremo en que se encontraba colgada la empuñadura, había una caja de madera abierta. Reconoció los fragmentos de metal como los restos de la armadura de su padre. Se colocó la empuñadura en la parte de atrás de su cinturón, y se colocó otra espada con una hoja de forma similar a la que tenía anteriormente, y luego volcó los restos de la armadura en su bolsa. Quién sabe, lo mismo en una tienda le hacían rebaja si le traía los materiales.

    Preparado y equipado, Laoch se dirigió a donde Aedrenai le dijo que fuera cuando acabara de equiparse; que venía a ser el mismo sitio donde había tenido lugar la contienda tres días atrás. Allí estaba esperando Tython, apoyado en su fiel bastón, y examinando a los pocos aspirantes que quedaban con la mirada. El joven se apresuró a colocarse en la fila junto al resto. En cuanto el anciano revisó a todos los que se encontraban allí, sacó una lista, se aclaró la voz, y comenzó a recitar los nombres de aquellos que se encontraban allí. Aquellos a los que nombraba, se acercaban a la mesa que tenía al lado y cogían un trocito de papel.

    “¡Hérega!” cuando el anciano gritó su nombre, se dio cuenta de que a quien tenía al lado no era otra que a la muchacha que le había acompañado durante su inconsciencia. Ahora que estaba despierto podía verla mucho más claramente. Gozaba de una figura estilizada, cómo acostumbrada a hacer piruetas. Su pelo, de un marrón muy claro, era corto, pero a su vez, de atrás le caía una fina coleta trenzada. Con tal de poder moverse más cómodamente y confirmando el hecho de que su estilo se basaba en las acrobacias, portaba un traje verde sencillo abierto por las piernas, y sin mangas. Además, llevaba colgando en la espalda, un sencillo bastón de combate.

    ¿Quién era ella? ¿Por qué se había ocupado de él? No tenía la más mínima idea, pero decidió dejar esos pensamientos a un lado y centrarse en lo que tenía delante; la primera prueba. En cuanto todos habían recogido su papel, Tython procedió con la explicación.

    “Ésta será la primera y única prueba a la que os someteremos. En ella se evaluará todo lo que se debe esperar de un héroe. En cada papel hay escrito un símbolo que indica cual será vuestro camino a seguir en el circuito que tendréis que atravesar.” mientras iba explicando la prueba, se acercaba renqueante a la linde del bosque que rodeaba Mard. Aquel borde era especial; había cuatro caminos que entraban, bordeados por árboles, de los cuales los más exteriores estaban marcados con los símbolos que aparecían en las cuartillas. “Ese papelito también os servirá como mapa, y como prueba de que habéis pasado la prueba, así que aseguraos de no perderlo. Tendrá puntos extra quien libere y escolte hasta la salida a los otros aspirantes de los días anteriores que quedaron atrapados en sus correspondientes caminos.”

    A Laoch le hervía la sangre. Aquello era perfecto para hacerle olvidar el encuentro con aquel fanfarrón, cuyas palabras aún resonaban en su cabeza. Rescates y aventuras, aquello era lo que implicaba ser un héroe. La fama y la fortuna no eran más que complementos. Se dirigió hacia el camino que le tocaba y empezó a recorrerlo en cuanto el anciano dio la señal.

    A pesar de ser un bosque, había sido rediseñado para ahora ser una pista de obstáculos con cuatro carriles, que para hacer más complicada la prueba, se cruzaban a cada dos pasos. Habían colocado en él trampas de pinchos, fosos, túneles oscuros, e incluso algún bar secreto al que iban los instructores cuando se cansaban de observar a los participantes. A primera vista, podía parecer imposible que en un bosque semicircular cupieran formas como las que se mostraban en los papeles, pero las maravillas de la arquitectura de mazmorras permitían que los lugares se vieran más grandes y de distintas formas desde dentro que desde fuera.

    Tras llevar un rato andando y viendo que no se encontraba con nada, Laoch se preguntaba cual se suponía que era la prueba. Cada vez se notaba como más hundido, y supuso que se trataba por el hecho de no encontrarse con nada, pero la cosa es que estaba más hundido literalmente, pues se había metido en arenas movedizas.

    Siendo el chico impetuoso que era, lo primero que hizo fue revolverse furiosamente, intentando librarse de la arena pero consiguiendo el efecto opuesto. En cuestión de segundos, estaba hundido hasta la cintura. Por desgracia para él, no había ninguna rama cercana a la que sujetarse, ni ninguna lejana a la que lanzarle una cuerda, de la cual tampoco disponía; pero lo peor de todo, es que, al girar la cabeza, vio que la entrada del bosque estaba a escasos metros de él.

    No sabiendo a qué recurrir, y con la arena por los codos, cerró los ojos e intentó concentrarse en el poder de las llamas de la pasión, creyendo que era la única manera que tenía de salvarse. No fue exactamente así, pues fue un fuerte estirón el que lo sacó de allí. El tirón provocó que gran parte de la arena del foso se saliera junto con el chico, pero como ya no disponía de las temibles bolsas de aire, tan solo se trataba de arena normal y corriente.

    Sin tener idea exactamente de qué había pasado, prefirió pensar que fue el poder de la justicia el que lo sacó de allí, y como tampoco sabía que se podía encontrar por ahí, ni si podría serle útil, cogió un puñado de inofensiva arena, lo metió en un tarro, y se lo metió en la mochila.
     
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