Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    ¿Si hubiese sabido que era otro hilo incorrecto de los cientos, miles, que ella habría podido tomar qué habría hecho? ¿Irme? ¿Desaparecer o seguir aferrado como una maldita garrapata? La respuesta era ciertamente un misterio, eran de esas cosas que ni la mejor hipotetización podía contestar, era algo meramente emocional y al final del día yo tenía una máquina en el centro del pecho. Al menos me había convencido de ello durante mucho tiempo, el suficiente para anularme del mundo cuando hiciera falta.

    En eso me parecía mucho a un par que me conocía por encima. Si me forzaban lo suficiente era capaz de levantar paredes, crear una cueva en medio de la nada y zambullirme para dejar que la oscuridad me tragara sin más. Lejos de la vista del mundo gris.

    Pasaba que ahora el fuego submarino repiqueteaba, brillaba, iluminaba las tinieblas y las corrientes se arremolinaban en el fondo, en las raíces que poco a poco estaba arrancando para ver si acaso crecía otra cosa más que esas algas oscuras, con pintas de haber nacido muertas. Quizás nunca pasara, qué iba a saber yo, pero al menos estaba haciendo el intento o algo así. Cuando sus pulgares me acariciaron de hecho sentí que aunque arrancara las raíces iba a crecer otra cosa de índole parecida, quizás porque aunque no vivía con la ansiedad palpitando el miedo no desaparecía del todo.

    El de acaparar.

    Absorber.

    Ahogar.

    Aún así me forcé a ignorarlo y lo logré seguro porque tenía un tercio del cerebro adormecido por las medicinas. Un porción del dolor del costado había parecido desvanecerse con sus caricias. Esta chica guardaba en ella un poder inmenso y no era el de su incendio, nunca lo había sido, la verdadera fuerza que tenía consigo era la de su maldito amor desinteresado. Anna podía amarnos a todos, desde Hodges hasta Jez, desde Jez hasta mí y de vuelta al principio; nos ofrecería su calor apenas pareciéramos necesitarlo, sanaría con él hasta la herida más profunda.

    Ahora posible se la estuviese llevando el mismísimo Satanás, pero de alguna forma había contenido el incendio o algo para enfocar la cabeza en otra cosa, y una parte de mí se lo agradecía profundamente. Incluso cuando yo mismo era un desastre con patas, cuando podía ser hasta un puto instigador, ahora no quería nada de eso. No quería que se le volara la pinza, que su fuego consumiera el oxígeno y amenazara con arrasar el mundo, solo quería que se quedara allí conmigo.

    Siempre fui un mocoso caprichoso.

    La tonta al verme arrugar los gestos me alcanzó sus brazos, me ayudó a hacer la estupidez que se me había ocurrido y me lanzó algo de calidez encima con esa acción. No tardé mucho en sentir sus manos en mi cabello, sus caricias eran suaves, transmitían calma y siguieron aflojándome los músculos tensos contra mi voluntad uno a uno. Sentía la garganta cerrada y un sabor salado se me había acumulado en la boca apenas empezar, pero estaba haciendo un esfuerzo titánico por no hacerme trizas allí.

    Porque ya bastante tenía con verme así.

    Cuando terminé de hablar la sentí removerse, así que la liberé de mi agarre para que hiciera lo que quisiera. Se me voló la cabeza pesimista por los aires, hubo una fracción de segundo en que pensé que se iría, pero solo se sentó frente a mí y volví a distraerme con los destellos de la tela que se desparramó a su alrededor. Para cuando volví a sus ojos me di cuenta que me estaba sonriendo y me quedé prendado a ella como un idiota. De verdad que lo intenté, hice todo lo que pude, pero cuando me atrajo a su pecho se me cristalizaron los ojos y tuve que sorber por la nariz.

    Me había tratado con un cuidado estúpido al no saber qué me dolía más o menos, pero me acunó en su pecho, me acarició e incluso cuando sentí la punzada de dolor por el movimiento lo ignoré como un campeón. En el momento en que me rodeó la espalda prácticamente me derretí en sus brazos, tenía la vista empañada hasta decir basta y las neuronas medio quemadas, así que tardé un poco en reaccionar para rodearla con los brazos también. Ya no vi por dónde hablar, solo asentí con la cabeza como un crío y la presioné con algo de fuerza.

    ¿Duele mucho?
    La cabeza se me quedó en blanco, en sí no era el dolor lo que me tenía ahí casi hecho una bomba de mocos, lo que me tenía medio descompuesto era el alivio estúpido que había sentido por haberme aparecido para verla. El dolor me daba igual, podía pretender que no existía hasta cierto punto. Tomé aire con algo de fuerza, me desinflé los pulmones y sorbí por la nariz otra vez.

    —Si me sueltas una bofetada posiblemente no la sienta, estoy drogado que da gusto —dije cuando logré deshacer el nudo con bastante más dificultad que antes—. Pero me jodieron una costilla, eso es lo que me duele incluso con los medicamentos. Estoy entero, bueno, más o menos. No es insoportable quiero decir.

    Estoy acostumbrado.

    Me apreté un poco contra su pecho, cerrando los ojos con fuerza y solo se me resbalaron las lágrimas que se me habían acumulado hace unos instantes. Había logrado contener el resto de puro milagro, me sorprendía hasta a mí honestamente. Me separé despacio, busqué sus ojos y después volví a repasarla completa con la vista. Se me formó una sonrisa en los labios, fue amplia en realidad, y genuina para qué mentir.

    —Estás preciosa, ¿sabes eso? Pero creo que debes explicarme por qué tengo semejante honor. Además, ¿pusiste un cartel sospechoso en el tablero? ¿No serás tú una mente maestra acaso?


    i WANT TO KEEP U FOREVER MY LOVE BUT WANTING IS NEVER ENOUGH

    chingadamadre tampoco había caído en que decía BLOOD. Bueno no pasa nada, quieres llorar conmigo? puedo agendar una sesión de llanto ya mismo
     
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    Gigi Blanche

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    Éramos putos experimentos a medio desarrollar. Las certezas no existían, la incertidumbre era inevitable y siempre, siempre nos movíamos con un porcentaje ineludible de desconocimiento. Resultaba hasta hilarante que hubiera tanto tonto suelto con la necesidad de control impresa en el cerebro, sonaba a un chiste de la naturaleza o quizá sólo fuéramos imbéciles a secas. Siempre empujando en torno a ideales inventados, basándonos en promesas vacías o utopías ajenas. Tomábamos lo que volvía a la existencia un poquito más soportable, nos lo grabábamos a fuego e intentábamos fingir que no éramos humanos, que el miedo jamás lograría superarnos y que el control existía. Pero ¿de qué íbamos? ¿No nos dábamos cuenta, acaso, que de tanto pretender nos vaciábamos por dentro?

    Y luego nos quemábamos.

    O nos ahogábamos.

    Lo oí sorber por la nariz, estaba segura, y el corazón se me siguió yendo a la mierda. Ya había llorado frente a mí un par de veces y, de hecho, me iba haciendo a la idea de que este grandulón era más llorón de lo que cualquiera sospecharía, pero eso no le quitaba el peso agobiante que su dolor me significaba. Me había atravesado el alma ya la primera vez, cuando Jez se había roto y él no lo soportó, y las punzadas sólo se replicaban. Más y más, proporcionales al cariño que ya no sabía cómo frenar. Era un maldito grifo descompuesto, era una cascada o el núcleo de un volcán. Era el ojo de la tormenta y también era la calma suficiente para dormirte sin monstruos debajo de la cama. Sabía por ello que valía la pena, valía toda la maldita pena del mundo, así tuviera que atravesarme el alma con mil y un lanzas. No importaba.

    Era la clase de amor que siempre había querido sentir.

    Poderoso, incandescente.

    Capaz de arrasar imperios y salvar vidas.

    No me salió la risa que habría deseado al oír que estaba drogado hasta el cuello, porque podía aplacar el incendio pero ciertamente me resultaba imposible pintarle liviandad al asunto. Era una puta mierda que tuviera que ahogarse en pastillas, que te usaran de saco de boxeo, era una reputísima mierda que hubiera en el mundo hijos de puta capaces de buscar sangre ajena a pulso, como hienas hambrientas. No era del todo idiota, una parte de mí se olía que Altan poseía un costado ciertamente oscuro, pero ¿qué iba a hacer, cuando me había mostrado lo que me mostró? Cuando cuidaba a toda chica que conocía, cuando me respetó hasta el punto de lo absurdo, cuando me sonreía así y me transmitía tanto, tanto cariño. Vulnerabilidad también.

    ¿Qué iba a hacer, cuando no era más que un niño asustado de las sombras en el pasillo?

    Una costilla.

    Le habían jodido una puta costilla.

    Lo vi, entonces. Apareció frente a mis ojos con una claridad tan despiadada que tuve que tragarme el llanto. Lo vi en medio de un callejón mugriento, tirado en el suelo, mientras tres infelices de mierda lo sacudían a patada limpia. Como si no fuera una puta persona, como si no fuera un jodido niño asustado de las sombras en el pasillo. Lo vi y tuve que cerrar los ojos hasta irme a negro, tensar la mandíbula hasta que doliera, porque el fuego me ardía por dentro y era insoportable.

    ¿No había estado a punto de perder a ambos el mismo día?

    ¿A mis dos niños aterrados?

    Lo pensé de un momento al otro, la idea adquirió forma y me sacudió el cuerpo. Estuve a medio pelo de irme a la mierda, ni siquiera sé cómo fui capaz de soportarlo. Lo único que atiné a hacer fue estrecharlo con un poquito más de fuerza, así le molestara en el pecho, porque estaba cansada de bordear el abismo, de la idea de amanecer cualquier día y haberlos perdido. Porque vivían ahogándose en sus propios laberintos, no veían luz alguna y los monstruos los acechaban como malditos carroñeros.

    Ya no quería sangre.

    No quería sentir la puta muerte tan cerca.

    Era desgarrador.

    Le permití retroceder de inmediato al percibir sus intenciones, con el miedo repentino de haberle estado haciendo daño. Busqué sus ojos para comprobarlo y relajé el semblante al no encontrar indicios de ello. Noté que me recorrió con la vista, tenía el cerebro demasiado imbécil para que me avergonzara, y cuando recibí su maldita sonrisa lo hizo de nuevo. Me atravesó el alma. Lo veía como si se me fuera la vida en ello y apenas puse mis neuronas en orden para prestarle atención a sus palabras. Hasta su voz me resultó preciosa.

    ¿Y si lo hubiera perdido?

    ¿Qué mierda habría hecho?

    Su cumplido me robó una sonrisa automática, arrastró consigo parte del aire que había contenido y apreté los labios, tragándome el nudo que tenía en la garganta. Estaba claro que lo mejor que podía hacer por Altan era distraerlo, pintarrajear su mundo un rato y fingir entre los dos que no todo allá afuera era una puta mierda. Alzaría las murallas, encendería todas las fogatas y lo guiaría de regreso.

    Construiría otro refugio.

    Aquí mismo y donde hiciera falta.

    Las veces que fuera necesario.

    —Bueno, señor —comencé, incorporándome poco a poco—. Resulta que el otro día estaba muy aburrida en mi casa y se me ocurrió agasajarlo un poco. Podemos fingir que es su cumpleaños, ¿qué dice?

    No estaba muy segura si forzarlo a moverse o no, pero como mínimo tenía que llegar a la mesa, de modo que estiré las manos hacia él y esperé que las tomara.

    —Le prometo contarle sobre el cartel sospechoso que, por cierto, lo considero la mejor parte de mi obra maestra. Pero para ello debe acompañarme.


    no vuelvan por mí yo ya estoy muerta

    nunca le vi el growth en two tan activado a esta niña and its beautiful
     
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    Zireael

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    Las cosas eran un caos, lo habían sido siempre incluso en la quietud de un mundo sin color alguno. No sabría decir si era que a secas la vida era así de mierda por naturaleza o nosotros nos habíamos graduado con honores en un máster de tomar decisiones asquerosas, porque es que a veces no parecía tener sentido. Al final iba a ser cierto lo que ella había dicho la semana que la conocí, que estábamos meados por elefantes.

    En realidad ya eso se quedaba corto.

    Aún así seguíamos moviéndonos, tercos como nosotros solos. Insistíamos, nos negábamos a permanecer estáticos y quedarnos de brazos cruzados con las mierdas, en parte porque habíamos alcanzado a ver lo que permanecer estáticos podía ocasionar. La falta de movimiento era la muerte absoluta, te condenaba incluso más deprisa a pasar a formar parte de las raíces del fondo del agua o lo profundo de la tierra. Quizás, muy en el interior, yo sabía que era la misma clase de imbécil que Anna.

    Era capaz de amar profundamente, sin límite alguno, hasta consumirme por el fuego o ahogarme en medio de mi océano oscuro. Tenía un sentido de justicia, de familia, que me cegaba en más de una ocasión porque aunque casi todo el mundo me era indiferente, cuando aparecía alguien que se ganaba mi afecto o algo de mi simpatía ya no había vuelta de hoja. Podía confirmarlo ella y el mismo Ishikawa, a pesar de parecer tan o más desligado del mundo que yo. Me dabas en el botón correcto y me tenías atado como un perro, era así de simple.

    No era que hubiese esperado hacerla reír con la estupidez de los medicamentos ni de puta coña, pero había sido mi manera de restarle un poco de importancia al asunto. La tensión iba a comerme vivo si no lo hacía, así que eso era todo lo que tenía. No me gustaba recibir tanto la atención de las personas, era abrumador de alguna forma y no entendía cómo había quienes la deseaban. En sí era porque se recibía atención por una serie limitada de opciones: envidia, peligro, si tenías suerte era por amor y luego estaba la preocupación a secas.

    No había cosa más jodida que preocupar a la gente.

    Claro que yo no era ningún santo, eso ella lo tenía claro y la mitad de la gente que me rodeaba también. Era igual o más peligroso que los hijos de puta que me habían agarrado de piñata, pasaba que en grupo cualquiera salía ganando. La cascada roja lo dejaba claro, también el hecho de que en medio de mis delirios de dolor de la primera noche me rebotara la risa que había soltado cuando logré escupir la sangre que se me acumuló en las vías respiratorias.

    Era una risa de hiena, genuina, oscura como el mismísimo vantablack y desconectada del mundo.

    Era la risa de los monstruos que acechaban en las sombras.

    La sentí estrecharme con algo más de fuerza, lanzándome otra punzada de dolor, y solo pensé en seguir disculpándome con ella como un jodido perro regañado, pero me callé porque sabía que realmente esas disculpas insistentes a veces solo tenían un efecto contrario. La gente se fastidiaba de oír disculpa sobre disculpa y no quería incordiarle más la existencia de lo que ya estaba haciendo.

    La forma en que me miró me hizo pensar que un montón de mierda debía estar pasándole por la cabeza, no podía culparla tampoco, ya lo había dicho Shimizu en algún momento del domingo, si el imbécil de Sugino me metía otras tres hostias en la cabeza me rajaba el cráneo. Le estaba contando porque estaba con Arata, porque el idiota había aparecido a tiempo para salvarme el culo de la bestia de Taitō.

    Al menos el cumplido sí alcanzó a hacerla sonreír y eso me bastó, seguí sus movimientos al incorporarse. También acepté sus manos para levantarme y solté el aire un poco de golpe para distraerme del esfuerzo y el dolor que me resbaló directo al cerebro.

    —Agasajar. Palabras complicadas también, ya veo, ¿me prestas un diccionario? —Dejé salir una risa breve, cosa de nada—. ¿Mi cumpleaños? Digamos que cuela, no tengo ganas de esperar hasta octubre.

    Un poco porque me dio la gana cuando liberé una de sus manos no lo hice con la otra. En su lugar entrelacé los dedos y esperé a que me guiara o lo que fuese.

    —La sigo, señorita. Después de todo uno no puede ignorar a una princesa, ¿o sí?


    im crying here bc Annita my girl i love u so much and so does my son
     
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    Al final este vestido tan bonito acabaría directamente ligado a la desgracia o algo, cosa que me parecía una mierda pero sólo había que ver lo que ocurría cuando lo usaba. Lo había olvidado por completo entre el resto del desastre, sentí su presencia al ponerme de pie, su peso y el de los tacones, y un escozor extraño me ardió en el cuerpo. Como si ansiara arrancármelo. Pero esto no se trataba de mí, ¿verdad? Era sobre Altan, siempre lo había sido. Sólo me quedaba ser consecuente con mis propias ideas.

    Era difícil enmascarar la preocupación que sentía por cada pequeño movimiento que hacía y parecía implicarle un esfuerzo mayúsculo, pero al recibir su mano me las arreglé para subir a sus ojos y sonreírle. Me incliné para dejarle un beso de nada en la mejilla, una leve caricia.

    —Traje muchas cosas, ¿sabes? Pero un diccionario precisamente no. —Solté una risa floja y comencé a caminar a un ritmo increíblemente pausado, en dirección a la mesa—. Eh~ ¿Conque octubre, Al? ¿Qué día? Yo soy de agosto.

    La tontería de la princesa esta vez sí logró cohibirme un poquito. Esbocé una sonrisa apenas avergonzada y me liberé de su mano al llegar junto a la mesa. Allí estaban los dos bentos dispuestos con sus correspondientes té y palillos, además del parlante que pasaba una canción suave, bastante bonita y que... pegaba un poco en el palo, la verdad.

    More than my body.

    You're more than my heart.

    You're my blood.

    Me quité la melancolía de encima a fuerza de pura voluntad.

    —Tará~ —le presenté el almuerzo con ambos brazos extendidos y luego alcé el índice frente a mi rostro, desapareciéndome hacia el suelo, donde seguía la bolsa—. ¡Y eso no es todo! ¿Pensaste que sería la única ridícula vestida así?

    Bueno, igual no quería que sufriera y quizá cambiarse de ropa le causaba dolor. Suspiré, irguiéndome con las manos vacías, y me acerqué a él con toda la disculpa escrita en la cara. Sabía que era como echarle una correa al cuello a un perro rabioso, contando la forma desastrosa en que solía usarlo, de modo que simplemente apoyé ambas palmas en su pecho, colando los dedos por dentro de las solapas del blazer, y le sonreí con cara de borrego degollado.

    —¿Me dejas arreglarte el uniforme, Al? —le pedí con voz suave, y luego adquirió cierta firmeza ¿pasivo agresiva? Aunque iba a broma, obvio—. Es eso o tener que cambiarte~

    Mira, algo de pena me daba que al final ridiculizarme frente al Krait fuera a ser en vano, pero no importaba en lo más mínimo. Ya lo había pensado antes, ahora mismo todo se trataba de Al y eso seguía siendo verdad. Lo sería hasta que abandonáramos el invernadero y el tiempo se reiniciara.

    Era ahora nuestro pequeño reino.

    Aquí podíamos hacer lo que nos apeteciera.


    spoiler sólo para que quede record de que aquí Annita y yo también amamos al niño con todo nuestro pinchecito corazón de poio
     
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    Posiblemente cuando llegase a casa me comiera la retahíla de mi vida, en realidad ya no sabía ni cómo iba a reaccionar la bomba de tiempo que era mi madre. Si se iba enfurecer, encerrarse sobre sí, reclamar o callarse, quizás todas juntas porque para variar le había mentido con todo el descaro del mundo. Cualquiera que fuese el caso, al menos podría decir que había podido estar con Anna antes de ello y de alguna forma me servía de consuelo.

    Ni siquiera recordaba las cosas que le había soltado a Minami y a Arata como un maldito sueño de fiebre, pero tampoco hacía falta siendo que estaba actuando en función de ellas de todas maneras. Habían cosas que simplemente uno llevaba grabadas ya no en la cabeza, sino en el corazón directamente y no podían ser ignoradas. Digamos que esa había sido una de tantas enseñanzas de Jez.

    Recibí su beso en la mejilla con una calma estúpida, como si hasta ese momento la tormenta que se había desatado estuviese mermando por fin y la seguí mientras me respondía. Había pausado el paso al punto de lo ridículo, pero ciertamente se le agradecía, pasar aire a los pulmones no era una tarea muy fácil si debía ser honesto.

    —Del treinta. Un día más y soy el hijo de Drácula o algo —respondí casi con genuina diversión—. ¿Agosto? Al menos el tuyo está más cerca, ¿qué fecha?

    Noté la sonrisa que se le formó en los labios por haberle dicho princesa y de haber tenido menos drogas en el sistema seguro la habría picado un poquito más, pero no se me podía pedir tanto. Cuando me soltó me limité a hundir la mano en el bolsillo y repasé todo con la vista luego de que lo presentara como si fuese el almuerzo del siglo.


    Y es que la verdad podía serlo.


    La música sonaba y la letra era melancólica que te cagas si debíamos ser honestos, pero detrás tenía un trabajo instrumental que no dejaba nada que desear. Las cuerdas eran tranquilizantes y de hecho creía haberlas escuchado en medio la inconsciencia o de las siestas con los medicamentos encima, quizás porque quería estar en casa. Quizás porque como todo mocoso aterrado y adolorido quería tan siquiera sentir la presencia de mi madre, incluso con sus regaños, y una parte de sí estaba atada a los instrumentos de cuerda.

    So stay with me.

    Esta tonta se había esforzado tanto solo para preparar todo el teatro, lo había hecho por mí y de repente tuve ganas de echarme a llorar otra vez. Ya ni sabía por qué en particular, pero imaginaba que tenía que ver con el inmenso cariño que Anna era capaz de profesar. El estúpido amor que había querido que alguien más que mi familia de sangre me brindara.

    Àmame.

    Eso había pensado uno de los días que nos pegamos una siesta en la enfermería, lo había pensado con una fuerza ridícula y el caso era que, bueno, ya lo hacía, ¿no?

    Alcé un poco las cejas al ver que desistía de una parte de su idea, la de la ropa, y aunque me hubiese gustado decirle que no importaba lo cierto es que no quería que viera el resto del destrozo. Los moratones, la venda que me ayudaba con la lesión de la costilla, todo el asunto, no quería que ella viera más de eso así que le quedaría debiendo una parte del teatro. Me pesaba, claro, pero más me hubiese pesado seguir acentuando la preocupación en su mirada.

    Se acercó a mí, me apoyó las manos en el pecho y por rebote yo deslicé la mirada a ella, que me sonrió con cara de cordero a medio morir. Atajé el motivo antes de que abrirse la boca, pero aún así esperé porque lo preguntara, quizás precisamente porque iba a preguntar a pesar de que ya sabía la respuesta.

    Incliné la cabeza hacia ella lo suficiente para apoyar la frente en la suya y cerré los ojos, liberando el aire despacio por la nariz.

    —Puedes hacer lo que quieras —murmuré—, eso ya lo sabes.

    Me separé de ella aunque no se me apetecía como tal, pero no tenía muchas ganas o fuerzas, para qué engañarnos, para quedarme de pie. Así que me senté en una de las sillas.

    —Pero vas a disculpar a este viejo al que le adelantaste el cumpleaños, necesita sentarse.
     
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    Gigi Blanche

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    No iba a negar que me hizo bastante gracia el hecho de que Altan cumpliera años prácticamente en Halloween, como si el universo se le estuviera riendo desde que nació o algo así. Podía ser una broma de mal gusto y eventualmente podría molestarlo con eso hasta cansarme, pero de momento me causó ternura y un poquito de tristeza. No me gustaba la idea de que asimilara el chiste, de que se lo grabara en el corazón y acabara creyendo que nunca iba a lograr ser nada más que oscuridad, melancolía y silencio. Me negaba por completo a aceptarlo.

    Los había visto, además.

    Así él lo creyera un delirio, los había visto.

    Los colores danzando sobre el estanque negro de sus ojos.

    Quizás absorbiera gran parte de la luz que recibía, quizá tuviera alma de acaparador y en su búsqueda por aferrarse a algo, lo que fuera, acababa rechazando el mundo. Pero eso sólo significaba que necesitaba más luz, ¿verdad? La suficiente hasta reflejarla, me daba igual la cantidad. Le daría toda la puta luz existente, bajaría el sol y lo postraría a sus pies. Lo que sea con tal de que viera lo que yo.

    Acaparaba, sí, pero también reflejaba.

    Y reflejaba colores preciosos.

    —Huh, ¿un vampiro? Kinky~ —lo molesté por la pura gracia de seguir diluyendo la tensión—. El dos. Fui un bicho de invierno y ahora de verano, y de un signo de fuego, ya que estamos. Demasiadas pistas del universo para recordarme que soy una intensa de mierda.

    Una de las pocas cosas que debía reconocerle a Japón era haber invertido las estaciones. Nunca me había gustado cumplir años en invierno, te daba mucha pereza salir de la cama y muchas veces el clima te arruinaba los planes. Aquí las cosas eran diferentes, con mamá comprábamos helado hasta reventar, comíamos sandía, o nos tomábamos el tren e íbamos a la playa. Papá siempre intentaba estar en Tokio para el dos de agosto pero bueno, ya estaba visto que era difícil. Generalmente debía conformarme con una videollamada.

    Altan me había hablado de su familia, ¿verdad? Allí, en el invernadero. Me había contado de la máquina que heredó de su padre y de la pasión de su madre, el mal genio también. Me pregunté si sería feliz en casa, si encontraría un refugio en ellos y tuve que preguntarme, por encima de todo, cómo debía sentirse recibir a tu hijo en casa y encontrarlo hecho un saco de huesos. Fue una estupidez de lo más irracional y enfermiza, pero me rayó el cerebro con la intensidad suficiente para obligarme a tragar saliva.

    Si alguna vez hubiera sangrado, ¿mamá habría hecho algo?

    ¿Habría preguntado de una puta vez?
    ¿O habría seguido ignorando todo?

    Ni siquiera sabía qué había hecho Altan desde que le dieron la paliza, dónde se había quedado y a quiénes había acudido. El famoso Shimizu, suponía, ¿que no era el mismo rubio de la fiesta? De la forma que fuera, sólo esperaba que Al tuviera un lugar al que deseara regresar. Un refugio estable, duradero, uno del cual no tuviera que dudar si seguiría en pie al alejarse. Quería que su casa fuera un refugio.

    Porque la mía muchas veces no lo era.

    Y dolía como la mierda.

    Me quedé quieta cuando se inclinó hacia mí, para unir nuestras frentes. Parpadeé, repasé sus facciones como la imbécil que estaba hecha y solté el aire por la nariz lentamente. Su voz me aflojó el corazón en el pecho y quise echarle los brazos encima, apretarlo contra mí y llorar hasta agotarme. En su lugar asentí, lo dejé hacer y sonreí cuando volvió a hablar. Es verdad, estaba hecho un viejo.

    Dios, cariño.

    Renové la ligereza que había conseguido antes y rodeé su silla hasta posicionarme a su espalda. Deslicé los brazos sobre sus hombros, pegué la mejilla a su cabello, cerca de su oído, y comencé a acomodarle los botones de la camisa y la corbata mientras hablaba en voz baja y suave.

    —Cuando me puse a tramar mi plan maestro el invernadero fue una de mis primeras opciones, pero ¿cómo hacía para reservarlo? Seguí pensando y recordé que, convenientemente, tengo un par de amigos en el club de jardinería~ Pobre Ko, no lo dejé negarse. El caso es que logré colgar en el tablón un anuncio falso poniendo que el invernadero iba a permanecer cerrado por mantenimiento. No me culpes si cae Bob, el de la bordeadora, para podar los arbustos. Fue lo mejor que conseguí.

    Le acomodé un poco también las solapas del blazer por la pura gracia y dejé las manos sobre su pecho un par de segundos. Luego me erguí, que ya la espalda empezaba a molestarme, y comencé a peinarle el cabello entre mis dedos.

    —Sólo espero que Ko no se meta en problemas, la verdad. Pero bueno, si tengo que comerme un regaño, bienvenido sea. No será el primero ni el último.

    Aunque ya tenía una estúpida sanción por el jodido de Shinomiya, como sea.

    Repasé los canteros con la vista, localizando una flor que activó un recuerdo preciso, y me acerqué para cortar una. Me la llevé a la nariz, girando medio cuerpo hacia Altan, y lo repasé con la vista. Asentí, satisfecha.

    —Todo un príncipe~

    Regresé a mi posición inicial, a su espalda, y volví a deslizar los brazos por sus hombros hasta abrazarlo. Mantuve la peonía entre mis dedos, frente a nosotros, girándola sobre sí misma con cierto aire distraído.

    —Sé que no tiene sentido, pero un poco no puedo evitar pensar que si no me hubiera ido de la fiesta, nada de esto habría pasado. Y sé que vas a decirme que no me disculpe, pero igual lo siento. —Esbocé una sonrisa amarga y pegué la mejilla a la suya, girando el rostro para dejarle allí un beso; le hablé cerca del oído—. Ya, no volveré a decirlo así que no tienes que regañarme, ¿vale? Que no hay nada peor que un viejo gruñón~
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Ya en general yo no era una persona enérgica, de hecho pecaba de apagado, ya no era tanto por el famoso mundo acromático aunque tenía parte de la responsabilidad. Era posible que incluso si fuese capaz de distinguir colores con la frecuencia normal fuese igual, era introvertido al final del día, mi energía estaba completamente volcada hacia el interior. Afuera en general no encontraba casi nada capaz de llamarme la atención.

    Nada que significara algún esfuerzo.

    Aún así era evidente que me faltaba incluso más energía de lo usual, pero nadie podía juzgarme por ello, si me habían agarrado de saco de boxeo. Lo había soltado en broma pero me sentía como un genuino anciano, me dolían lugares que no sabía que podían doler y me cansaba con una facilidad estúpida. Era posible que hasta el viejo Sonnen estuviera en mejor estado que yo en esos momentos, con sus pintas de viejo Padrino de la mafia y toda la mierda.

    En sí había nunca había pensado nada en particular de cumplir años casi en Halloween, era gracioso a secas viendo mi personalidad en general. La introversión, la capacidad de retraerme y luego las pintas de emo kid o vete a saber qué revoltijo entre niño pijo, gang boy y depresivo de cajón. No me representaba nada en especial, era lo que era y ya estaba, aunque a veces me permitía reírme al respecto todavía.

    Lo del vampiro me aflojó una risa, esa tontería no se me había cruzado por la cabeza si debía ser honesto y me hizo genuina gracia. Luego escuché su respuesta del cumpleaños, principios de agosto, lo que significaba que para variar tenía un signo de fuego encima, cosa que ella misma señaló. Era hilarante si me preguntaban, incluso para una persona como yo que poco o nada le importaba la mierda astrológica, pero la coincidencia era increíble.

    —Intensa se nace, no se hace —respondí conteniendo la risa solo para no ir a forzarme—. Eres un tanuki de fuego~

    Para ser un pobre diablo que se metía en un montón de broncas debía agradecer la suerte que tenía, los padres que me habían tocado, las amistades que había elegido y la aparición de Anna. Meado por elefantes o no, al menos algunas buenas cartas me habían tocado, las suficientes para montar una partida un poco más decente que la que me habían dado apenas iniciar, con mi cerebro descompuesto.

    Luego de mi respuesta se acomodó para empezar su tarea, de hecho cuando pegó la mejilla a mi cabello me permití cerrar los ojos en lo que ella hacía lo que tuviese que hacer. No hubo rastro alguno de tensión, ni la necesidad imperiosa de revolverme como un perro que había sentido cuando Suzumiya me había acomodado el uniforme o cuando lo hacía Kurosawa, solo para tocar los huevos. Su voz me pareció un arrullo, si debía ser honesto.

    —¿Ishi? Me parece a mí que puede ser lo suficientemente sneaky para librarse y si no, con su cara cuela cualquier cosa —dije casi en un susurro, sintiendo cómo me peinaba el cabello con los dedos.

    Cuando se separó y volvió a acercarse ya con la peonia entre las manos, la vi repasarme con la vista y tuve que tragarme la risa ante lo del príncipe. Ya estaba dicho que no había ni una pizca de eso en mi persona, era un desgraciado y ya, no había más que hacerle. Aún así, no iba a replicar nada en ese día, no con la bomba que le había soltado encima al aparecerme así.

    De alguna forma los dos necesitábamos esa burbuja.

    Desconectar del mundo un rato.

    No tardó en volver a mi espalda, me echó los brazos encima para abrazarme y mantuvo la flor en la mano, frente a nosotros, girándola. Digamos que imaginé que iba a decirlo, lo supe porque podíamos ser el mismo tipo de idiotas, así que cuando la escuché soltarlo no me sorprendí como tal. Todo lo que hice fue suspirar, escucharla y alcanzar sus brazos con las manos, para estrecharla suavemente.

    —Podría haberme ido a casa, pero no lo hice. Esa es la verdad —respondí en voz baja después de recibir su beso en la mejilla—. No es un regaño, solo quiero que entiendas que no tienes responsabilidad alguna en ello, ni un poco. Eso es todo, cariño.

    Moví la mano para poder hundirla suavemente en su cabello, antes de girar el rostro y dejarle un beso ligero en los labios, pues porque sí.

    —Anna, gracias —dije sin saber realmente por qué le estaba agradeciendo, quizás por quererme a secas—. Eres una intensa, a veces se te vuela la pinza y uno no sabe qué demonios vas a hacer, luego sales con tus ideas de preescolar y de vuelta al principio. Eres maravillosa y te lo digo porque quiero que lo sepas, que lo recuerdes cuando haga falta.


    que si lloré? no, quién dice
     
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    Gigi Blanche

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    cambiaré de rolita pero jamás me iré de syml and thats nearly a fact

    Anna 2.png

    Que era intensa, eso ya no se discutía bajo ningún punto de vista. Era intensa y no sabía si adjudicarle a esa intensidad lo que creía sentir por Altan. Puede que en parte sí pero al mismo tiempo no, no enteramente. El fuego tenía que ver, mi costumbre de vivir cada día como si fuera el último y mierdas así, lo había hecho siempre desde que me la jugaba a metros y metros del cielo, volando sobre un tubo metálico amarrado al techo. Era experta en impulsarme, lanzarme de cabeza con los ojos vendados y muy probablemente estrolarme contra la pared. También era experta en levantarme y reír, como si nada hubiera pasado. Unos dirían que no aprendía nunca, otros que ninguna herida me asustaba lo suficiente para negarme de vivir la vida. Ya me había negado a mí misma durante un tiempo, ya me había congelado y no quería volver a transformarme en eso nunca.

    Y lo que sentía por Altan podía ayudarme.

    Era combustible puro.

    No tenía idea de dónde había salido ni adónde me estaba llevando. No era por sus pintas a secas, su temperamento tampoco. Podía tratarse de la persona que yo era estando con él o podía simplemente resumirse en una sola palabra: humano. Altan era humano, yo era humana, nos habíamos quitado la armadura para mostrarnos nuestros cuerpos y todo lo que allí albergábamos. Éramos humanos y nos habíamos preocupado por que el otro lo supiera, habíamos confiado lo suficiente.

    Y esa confianza era el más puro de los amores.

    Gracias a Altan me sentía capaz de ser una mejor persona y eso era todo.

    —Eh, no me digas tanuki —me quejé sin ganas, inflando las mejillas por puro deporte.

    Era probable que cambiar el mundo allí afuera implicara un esfuerzo titánico, tantos, tantos errores expertos en frustrarte. Era también probable que no lográramos cambiarlo nunca y que la clave estuviera en los refugios que alzáramos y las personas que aceptáramos dentro. Verlas a los ojos, grabarnos sus sonrisas, el color de sus voces y la textura en sus dedos. Quizá se tratara de no olvidar lo importante, de no desatenderlo ni darlo por sentado. Y contar con la valentía suficiente para regresar una y otra, y otra vez a ellos, todas las que lo necesitáramos.

    No era un pecado ser débil.

    No necesitaba saber a ciencia cierta que a otras personas les había negado o rechazado precisamente lo que estaba haciendo para considerarlo un privilegio. El idiota podría dejarme hacerle una trenza en el cabello y me seguiría pareciendo un maldito honor, como para enmarcarlo en mi pared y todo. Estaba hecha esa clase de tonta y si lo pensaba con detenimiento era incluso aterrador, el poder inmenso que le estaba otorgando sin venir a cuento. Pero bueno, era parte del paquete de la intensidad, ¿no? Los sentimientos me desbordaban, como si literalmente no me cabieran en el cuerpo, y lo mejor que podía hacer era aceptarlos. Darles la bienvenida, que se acomodaran e hicieran conmigo lo que quisieran.

    Era el primer paso para aprender a vivir con ello.

    Solté una risa tan suave que apenas si tuvo sonido, no hacía falta más con la cercanía. Tenía razón, Kohaku era sneaky que te cagas y con su sonrisa de angelito seguro colaba la excusa estúpida que pusiera. Entre eso y su sexto sentido era que sobrevivía a la calle como un campeón.

    —Dios, tendrías que verlo algún día —murmuré, con la diversión impresa en la voz—. Todo delgadito, con su carita de cordero y su cabello color cielo, rodeado de tíos que parecieran capaces de asfixiar a tu gatito si no adivinas qué desayunaron esa mañana. Y no sólo sobrevive, sino que se los mete en la bolsa y ahí va, como un puto protegido o algo. Sólo le falta la aureola.

    Luego tendría que agradecerle por haberse jugado el pellejo, la verdad, y también... Bueno, quizá podría ayudarme un poco más. No podía escindirme completamente, la verdad sea dicha. Había una parte de mí que debía seguir atenta al fuego, atenta a contenerlo, pero para ello tenía que permanecer tan cerca que le resultaba imposible ignorar lo que las llamas susurraban. El deseo latente, quieto y paciente, pero ineludible, de consumir.

    De alcanzar a los hijos de puta.

    Y liberar la correa.

    En líneas generales habíamos sido siempre tan volubles que me resultaba un poquito extraña la paz que estábamos conservando. Me recordaba al último receso que pasamos en la azotea, cuando me pidió los cupones y le conté de los parhelios, y pensé que quizá sólo necesitáramos aprender a modelar nuestros bordes, que era un proceso de inevitable prueba y error y que precisamente eso estábamos haciendo.

    Rompiéndonos y volviendo a construirnos.

    Hasta encastrar.

    Sus manos en mis brazos me resultaron cálidas, sentí que a través de ellas había conseguido regresarme un poquito del calor que le estaba otorgando sin restricciones. Cerré los ojos y su voz me alcanzó con la suavidad de una auténtica canción de cuna. Lo recordé hablándome al oído, las veces que nos habíamos dormido en la enfermería y asentí, tragándome las ganas de llorar como una campeona.

    An, I love you.

    I really do.

    —Lo sé —acordé, en un susurro—. Y también sé... que un poco agradezco que hayas estado ahí. Que hayas salvado a esa chica.

    Ojalá hubiera habido alguien para salvarme.

    Sorbí de pura inercia y hundí el rostro en su cuello, respirando lentamente.

    —Sé que te llevaste la peor tajada del pastel, pero gracias, Al. De verdad. No tienes idea lo que... no me alcanzan las palabras para agradecerte. Que hayas hecho algo por protegerla. Gracias.

    Reaccioné al sentir sus dedos hundiéndose en mi cabello, alcé un poco la cabeza y recibí sus labios de un momento al otro. Me quedé mirándolo, los ojos se me habían cristalizado un poquito y me tomó una buena porción de tiempo darle crédito a sus palabras. Vivía a toda velocidad, me impulsaba sin reparar en daños y me la daba contra mil y un paredes. Siempre corriendo, siempre moviéndome, siempre alimentando el incendio. Era tan frenético que no esperaba ni creía que nadie estuviera ahí y fuera capaz de observarme.

    Eres maravillosa.

    Pero Al me veía.

    Hice un puchero de cría, con los ojos cada vez más húmedos, y volví a hundirme en su cuello. No quería que me viera llorando y lo cierto era que podía tragarme las ganas de incendiar el mundo, podía tragarme todo el dolor que sentí al verlo, pero si se trataba de felicidad o genuina emoción... No, no podía. A esas mierdas no estaba nada acostumbrada y eran un golpe bajo.

    —Tonto —le reproché con la voz un poco gangosa, refregándome contra la piel de su cuello—. Tonto, tonto, tonto.

    Y lo apreté con un poquito más de ganas, sujetando la peonía contra su pecho. Los latidos suaves de su corazón se imprimieron en la punta de mis dedos y le arrugué la camisa, mi cabello deslizándose encima suyo.

    —Sólo quiero cuidarlos, cielo, eso es todo. Quiero mantenerlos a salvo o, como mínimo, darles un lugar al que volver cuando los golpes duelan demasiado.

    Era precisamente lo que le había dicho que él podía ser para Jez.


    yo ya había llorado desde antes, te gané (??

    y ahora lloré otra vez, sí, bueno


    no puedo poner en palabras todo lo que siento cuando roleo a estos niños, por el amor de dios
     
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    Zireael

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    En realidad ambos éramos intensos a nuestra propia manera, como buenas fuerzas de la naturaleza. El incendio de Anna era arrollador, como no supieras contenerlo se cargaba el mundo como lo conocías, quemaba, consumía y desaparecía todo bajo su calor. Era vicioso, repartía lenguas de fuego por todo sitio en cosa de segundos, hasta que considerabas que no quedaba nada más que llamas. Mi agua era distinta solo porque era horriblemente fría, pero el océano presionaba los cuerpos hasta reventarlos, ahogaba, rompía huesos y como no le diese la gana, no eras capaz de contenerla por más que lo intentaras.

    Yo era el intenso de mierda que me había ido encima de un infeliz sin dudar un segundo, el que lo había seguido mancillando incluso ya estando fuera de juego. Era el loco de la información que escarbaba entre la mierda hasta encontrar las piezas flojas o corruptas, solo para poder ubicarlas y joderlas si tenía la oportunidad. Era agresivo que te cagas, lo era porque quizás la ira era lo único que me había permitido sentir de forma recíproca. Si me ceñía con alguien, ese alguien se ceñía conmigo y ya estaba. En el mundo gris el rojo era el color que más distinguía, seguido del ámbar de Jez y luego... Luego apareció el magenta en los ojos de Anna, el rosa de su cabello, y la estúpida confianza que me había otorgado luego de haber sido perseguida por lobos.

    Confianza ciega, nacida del amor incondicional.

    Era posible que cualquiera me juzgara de puto salido por haberme ido de cabeza por alguien que recién conocía, pero era nuestra intensidad precisamente la que nos había unido de esa manera y ya no había marcha atrás. Su fuego había aprendido a resistir el agua con tal de alcanzar el fondo, iluminarlo y mostrarme que podía arrancar las algas muertas de una vez por todas.

    Agradecerle no alcanzaba.

    No alcanzaría nunca.

    La fuerza de ambos yacía en nuestra capacidad para levantar muros, alzar las murallas de Micenas a nuestro alrededor y proteger a todos aquellos que estuvieran dentro de las paredes con nosotros. Pudieran o no defenderse por sí mismos, fuesen o no similares a nosotros, cada persona que dejábamos entrar estaba bajo nuestra sombra y primero nos cargábamos al mundo antes que dejar que algo les ocurriera.

    Éramos fuego y agua, pero en nuestro propio elemento éramos capaces de sosegar o instigar a los restantes. Las corrientes de aire de las que el fuego de Anna podía tragar todo el oxígeno o su capacidad para picar las tormentas hasta que el viento arremolinara su fuego, su capacidad para fundir la tierra y convertirla en lava hirviendo, o solo calentar su superficie fría. Todos éramos capaces de ayudarnos o destrozarnos, pero el tema yacía en confiar que incluso si hacíamos lo segundo, podríamos reconstruirnos entre nosotros.

    Anna estaba dentro de mis murallas y yo dentro de las suyas, por supuesto, así que aquella protección estúpida era recíproca también.

    La escuché hablar de Ishikawa con una atención estúpida, fue una versión light de la información que yo había soltado de Dunn en algún punto perdido de la semana pasada. De hecho quizás gracias a esa comparación me lo pude imaginar a la perfección, con la cara de borrego degollado entre puros cabrones que podían haber salido de la costilla de la yakuza y el otro fresco como lechuga en medio del desastre, inmutable. Habían ciertos idiotas en el mundo de sombras que parecían no pertenecer allí, que era como si se hubieran forzado a entrar. No conocía muchos pero sabía que existían, eran una especie rara y que casi merecía estudio.

    Porque carecían de la ira o la contenían al punto de desaparecerla.

    Y no la necesitaban para dominar a las bestias, para conseguir lo que quisieran.

    Ya desearía uno ser de esos, pero desgraciadamente era la ira lo que nos servía de combustible. Sin ella era posible que muchos de los demás no fuésemos capaces de hacer nada, ni siquiera defender a los otros, y ante ese pensamiento las palabras de Yuzuki en medio de mis delirios cayeron de alguna parte. Me dieron un golpe seco en la nuca.

    Podrías cuidarnos.

    Podrías cuidarnos a todos.

    Como si fueran un montón de críos perdidos y asustados, porque quizás en el fondo lo eran pero yo no lo sabía. Sus palabras no conectaban con nada más, las piezas que necesitaba unir estaban perdidas en la marea roja y negra, no era capaz de alcanzarlas por completo. Solo pude arrojarlas allí, a la nada, y pretender entenderlas aunque no comprendía realmente ni un cuarto de la intensión que cargaban. Aún así se combinaron con el agradecimiento de Anna, la gratitud impresa en sus palabras por saber que había hecho algo.

    Que había habido alguien para hacerlo.

    Afiancé un poco el agarre en sus brazos, buscando darle soporte de alguna clase o lo que fuese y me ardieron un poco los ojos conforme siguió hablando. No había ya nada que hacer por lo que había pasado con ella, era demasiado tarde, pero si viera a cualquiera de esos pedazos de mierda les caería encima como le había caído al idiota de Akihabara. Incluso si acababan conmigo por hacerlo.

    —Si me quedaba sin hacer nada no iba a ser realmente diferente de ellos —murmuré luego de tomar aire despacio—. Si callas, si observas y sigues, eres cómplice de lo que desearías erradicar. Y solo pensé, Dios, que ojalá hubiese habido alguien para ayudarte cuando lo necesitaste.

    Hundió el rostro en mi cuello y me dijo tonto vete a saber cuántas veces, sabía que le había soltado un golpe bajo así por la pura gracia, pero no había podido quedarme callado. Ya que había hundido la mano en su cabello aproveché para acariciarla con un mimo estúpido, casi como si buscara consolarla, y le quité la peonia con cuidado de entre los dedos con la mano libre para dejarla sobre la mesa.

    Quiero mantenerlos a salvo o, como mínimo, darles un lugar al que volver cuando los golpes duelan demasiado.

    Traté de tener todo el tacto que me fuese posible, la hice dejar de arrugar la camisa y tiré suavemente de su mano para que dejara de esconderse allí a mi espalda, entre mi cuello. La hice rodear la silla para poder envolverla con los brazos, quizás la apreté con algo más de fuerza de la que planeaba, pero no sé, quería fundirme con ella.

    —Vamos a hacer un trato, ¿qué te parece, mi princesa? Un trato de verdad. Tú quieres cuidarnos, pues está bien, cuídanos. —Acaricié su espalda lentamente, inhalé, exhalé y luego seguí hablando—. Y yo te cuidaré a ti de todo, del mundo, de los monstruos, del frío, de cuanta mierda se te ocurra. Puedes llamarme así llueva, truene o nieve, porque llegaré y levantaré las murallas y no dejaré que nada te toque. ¿Qué tal? Tendrás un lugar al que volver cuando los golpes duelan mucho o el mundo sea muy gris.

    Me despegué un poco de ella solo para tomarle el rostro con las manos, acariciarle las mejillas y sonreírle a pesar de todo.

    —No tienes que aguantarte las ganas de llorar por mí ni por nadie. Si ya has visto lo llorón que puedo ser, ¿qué mal va a hacer que por una vez sea yo el que te sostenga un rato? —Le pellizqué las mejillas como si fuese una mocosa—. El sábado te fuiste y no tienes que contarme por qué si no quieres, pero a veces las corazonadas no fallan. Así que eso, tu lugar seguro está aquí ahora mismo, ¿de acuerdo?


    me iba a dormir cuz pinche sueño me cargo, pero me cayó la alerta and i just went nyoooom

    dios la growth en two que se le acaba de salir no debería ser legal, im so sorry pero seguiré llorando porque estos dos me hacen bien al corazón y vivan las healthy ships idk
     
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    Gigi Blanche

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    Un poco me pesaba en la consciencia el hecho de estar agradeciéndole haberse puesto a entera disposición de la peor calaña que podías encontrarte en la calle. Me pesaba y ojalá no hiciera falta, ojalá no necesitáramos de sacrificios como Altan para mantener a raya la puta maldad del mundo, el ego y los delirios de supremacía. Pero era lo que era, ¿verdad? Y en tanto existiera de unos, seguiríamos echando en falta de los otros. Era una suerte de simbiosis de lo más cagada, si lo analizaba con detenimiento.

    Porque se quisiera o no, era probable que ambas partes encontraran de dónde sacar tajada.

    Para bien o para mal.

    Aún así, idiotas como Altan en la calle había pocos y bien lo sabía. Yo misma, en mis peores momentos, había visto a la lejanía cómo muchos imbéciles se creían con el derecho de meterle mano a las tías, gyarus por lo general, sólo porque estaban ahí y porque, no lo sé, usaban minifalda. Y ellas no decían nada para no causar alboroto, y yo regresaba la vista al frente porque meterme implicaba forzar el rojo sobre el mundo, abrir heridas y seguir tensando el hilo del cual pendía.

    Podría implicar una puta guerra y todos lo sabíamos.

    Y nos callábamos.

    Esa era una mierda que siempre iba a pesarme como cemento y con lo cual tendría que vivir, en especial luego de haber ido a esa fiesta, luego de que los lobos me rodearan y comprendiera, finalmente y en carne propia, lo que muchas chicas debían sentir a diario. Porque estaban aún más solas que yo, porque no habían encontrado vigías ni mercenarios. Era una absoluta mierda pero era verdad.

    Necesitábamos de hombres en un mundo de hombres.

    Pero había hombres que valían un poco más la pena, lo suficiente para que el cuerpo no los interpretara como amenazas inmediatas. Era una absoluta mierda, sí, y si lo pensaba mucho me enchufaba unas ganas insanas de patear y gritar hasta destruirlo todo. Pero era lo que era, y al menos entre los espacios grises recibíamos un tiempo libre para intentar construir algo decente. Algo que nos hiciera sentir más en casa.

    Para recostarnos y descansar un rato antes de salir a seguir peleando.

    Había llegado al Sakura convertida en un animal arisco, huraño y desconfiado. Había llegado con todas las intenciones de permanecer dentro de mi caparazón, al resguardo del mundo, pero los imbéciles que me recibieron aquí no me dejaron seguir mis planes ni un sólo día. Primero Jez, luego Suzu, Emily y entonces... Altan. Me reescribieron de pies a cabeza, me jalaron hacia un espacio luminoso donde atendieron todas y cada una de mis heridas abiertas. Me recordaron la calidez de un abrazo sincero, el cariño inmenso que podía haber impreso en un par de palabras simples. Que reírme estaba bien, que agasajarlos estaba bien, que los merecía y que un beso podía hacerme sentir en casa.

    Que un hombre podía ser mi lugar seguro.

    Y solo pensé, Dios, que ojalá hubiese habido alguien para ayudarte cuando lo necesitaste.

    Si tan sólo te hubiera conocido antes, cariño.


    Pero vete a saber, quizá nada habría funcionado unos meses antes. Quizá necesitaba hacerme trizas, sacudir mi mundo y barrerlo hasta los cimientos para ser capaz de aceptar a Altan, de no ver en su amabilidad el incremento de una deuda. Quizá de todo el dolor fue que aprendí a amar, amar de verdad. O quizá sólo recordé cómo hacerlo.

    Sus caricias en mi cabello eran suaves, eran un auténtico arrullo y me ayudaron a calmarme. Le permití quitarme la peonía un poco reticente, pero al final cedí y cedí con todo. Buscó mi mano, me separé de su cuello y me sequé las mejillas en lo que me tomaba rodear la silla. Me senté apenas en su regazo, no me quedaba de otra a pesar de que temía hacerle daño, y procuré no echarle demasiado peso encima del pecho en cuanto me estrechó. Que lo hizo con fuerza, una fuerza de lo más cálida y absurda, y pensé que iba a desarmarme. Colé los brazos por debajo de los suyos para alcanzar su espalda y aplasté la mejilla en su hombro. Cerré los ojos, respirando profundo y pausado.

    Olía a él.

    Vamos a hacer un trato, ¿qué te parece, mi princesa?

    Y otra vez con lo de princesa.


    Asentí sin pensarlo ni nada, como un niño obediente, y seguí recibiendo su voz. Sus manos acariciaban mi espalda, se colaban entre los hilos del vestido hasta rozar mi piel, el tatuaje de la serpiente, y lo sentí. Lo sentí con una fuerza tal que me obligó a apretar los párpados con tal de no llorar.

    Cuídanos.

    Me estaba reescribiendo.

    Y yo te cuidaré a ti de todo, del mundo, de los monstruos, del frío, de cuanta mierda se te ocurra.

    Estaba recogiendo mis fragmentos del suelo, uno a uno.

    Puedes llamarme así llueva, truene o nieve, porque llegaré y levantaré las murallas y no dejaré que nada te toque.

    Y estaba construyendo paredes inmensas con ellos.

    Tendrás un lugar al que volver cuando los golpes duelan mucho o el mundo sea muy gris.

    Para cuidarme.

    Lo sentí removerse, hice algo de espacio y sus manos encontraron mi rostro. Lo vi a los ojos y no vi nada más, no vi otra cosa, Al estaba allí y yo sólo quería echarme a llorar como una puta cría porque era precioso. Era lo más precioso que hubiera visto nunca y quería cuidarme. A mí. Quería cuidarme a mí.

    Siguió hablando y los ojos se me llenaron de lágrimas, la barbilla comenzó a temblarme por el esfuerzo de contenerlas y cuando me pellizcó las mejillas, cuando eso me arrancó una risa floja, las fuerzas se me desequilibraron y la resistencia se me fue a la mierda. Me largué a llorar como una niña, me escondí en su cuello y me aferré a la espalda de su camisa casi con desesperación. No sabía si dolía, si me alegraba, aliviaba o todo junto. No sabía si era la felicidad de haberlo encontrado o la tristeza de no haberlo hecho antes. Quizá lo fuera todo.

    Era brillante.

    Tanto que dolía.

    Y era precioso.

    No encontré palabras que valieran la pena, la verdad. En un punto comencé a murmurar sonidos afirmativos y asentí con la cabeza, una y otra, y otra vez, sin dejar de llorar. Pasó un rato hasta que empecé a calmarme, a regular mi respiración, y tragué saliva. Le había mojado todo el cuello de la camisa, pobre diablo.

    —No es que no quiera —murmuré con la voz un poco ahogada todavía, allí desde su cuello—. Quiero contarte, Al, de hecho quería hacerlo y en parte por eso preparé todo esto. Pero no creo que sea el momento ahora.

    No quiero seguir echándote peso encima, cariño.

    Justo ahora, que todo te duele tanto.

    —Pero voy a contarte, ¿sí? Te lo prometo. Voy a contártelo todo. —Sorbí la nariz, separándome un poco, y esta vez fui yo quien recogió su rostro entre ambas manos; lo acaricié con un mimo infinito y le sonreí, incapaz de contenerme—. Dios, eres precioso, Al.

    nada, que sigo llorando
     
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    Era posible que siguiera haciendo esa clase de mierdas impulsivas hasta el día en que dejara de respirar, de hecho lo sabía con absoluta certeza, sencillamente así funcionaba el mundo y si me ponían a escoger entre estar del lado de los lobos y lo que sea que hubiese en el otro bando, la opción era clara. No buscaba redención, componerme, nada de eso porque me conocía y aceptaba mi naturaleza sin más, pero con dicha aceptación venía el hecho de que quería defender mi justicia, la justicia de los míos y sus familias. Los métodos que usara para ello poco o nada interesaban, que si elegía peones, llamaba a las piezas flojas o me metía yo mismo a cerrar a palos a todos hasta que no me diese la vida.

    El fin no interesaba para alcanzar la meta.

    Acudir a la injusticia para pelear contra ella, era la mierda más cliché que había, pero a veces las cosas solo podían pelearse con lo mismo porque no había otra fuerza capaz de ponerles, tan siquiera, un freno temporal. Era si se quiere una lucha sin fin entre depredadores, todos corríamos detrás de presas diferentes y cuando nos encontrábamos a mitad del campo en vez de seguir con nuestras cosas, nos íbamos uno encima del otro hasta alcanzarnos la yugular. Una presa se libraba, un depredador moría y la otra presa que restaba seguía en la mira de alguien. Porque la vida se reducía a eso, quisiéramos o no, porque la bondad y los buenos corazones no nos salvarían por siempre.

    Había que encajar los dientes, arañar la piel y abrir los estómagos.

    Anna lo sabía, lo sabía y debería correr el riesgo ahora de que un día se le fuese la pinza contra los idiotas de Taitō.

    Muchas cosas dependían de un solo peón ahora mismo y yo no tenía idea.

    Los imbéciles como yo, como Arata y Minami, existíamos para derramar la sangre en el tablero, para pelear por los demás. Luchábamos nosotros en una búsqueda eterna y agotadora de sacar a los demás del campo de guerra, salvar a los que tenía buen corazón sin importarnos lo que tuviéramos que hacer; si era moralmente correcto o no, porque de por sí casi nunca lo era. Aún así, era posible que hasta que Anna no hubiese aparecido hubiese seguido pensando que mi ira estaba enfocada hacia la nada, ahora tan siquiera tenía un objetivo más claro.

    Le había dado dirección a mi océano embravecido.

    Quizás eso era lo que realmente le agradecía ahora que lo pensaba, haber tenido esa capacidad y ese poder, era lo que había logrado al darme su confianza. Noté que no me echaba el peso encima del todo, imaginé que por miedo a hacerme daño por andar hecho un saco de boxeo, pero aún así noté el peso de su mejilla al aplastarse en mi hombro y la apreté un poquito más. Había asentido a mi estupidez sin siquiera pensarlo, como una chiquilla, y eso solo me había terminado de confirmar que habérselo dicho era lo correcto.

    Que estaba levantando todos los pedazos.

    Los estaba poniendo en orden.

    Y levantando una muralla mucho más resistente que cualquiera que hubiese alzado antes.


    Fue seguir hablando y que los ojos se le llenaran de lágrimas, se cristalizaron, dándole a sus cuarzos cierto aire de piedra consumida en lo profundo del agua y prácticamente vi cuando todo se le fue a la mierda, incluso antes de que la risa le aflojara el llanto por fin. Lloró como una mocosa, escondida en mi cuello, y me las arreglé para abrazarla de nuevo y acomodarla bien en mi regazo sin interesarme en la punzada de dolor que me tiró la costilla. Volví a acariciarle el cabello con suavidad y ni siquiera me di cuenta que había comenzado a mecerme despacio, era un movimiento casi automático, buscaba arrullarla, calmarla o solo hacerle saber que podía desinflarse los pulmones hasta que le diese la gana.

    Me dolía verla descompuesta de esa forma, pero llorar hacía bien.

    Cuando empezó a afirmar en medio del desastre de lágrimas la estreché todavía con más fuerza, giré el rostro y alcancé a dejarle un beso en la cabeza antes de seguir a lo mío. Allí, sosteniéndola, haciéndole de pilar cuando no estaba hecho de nada más que de agua.

    La escuché hablar todavía desde allí, no dejé de acariciarla ni nada y esta vez fui yo el que asintió con la cabeza sin más. Ya solo que quisiera contármelo me lanzaba una calidez estúpida encima, la sentía cada vez que me confiaba algo o me buscaba, como si se me olvidara cada puto día la forma en que Anna estaba confiando en mí.

    —Te escucharé cuando sea, cuando tú quieras.

    Aflojé el agarre ligeramente en cuanto adiviné sus intenciones de separarse y me dejé hacer cuando sus manos encontraron mi rostro, acariciándome. Fue automático, cerré los ojos unos segundos, asentí con la cabeza otra vez y cuando volví a mirarla tenía la sonrisa en la cara.

    Y lo soltó así, sin venir a cuento.

    Era una tontería con la de estupideces que habíamos hecho ya, que el rellano, que el club de fotografía, que la azotea y las siestas en las enfermería y decirnos que nos queríamos. El caso fue que alcanzó a enviarme la sangre al rostro, ya no sabía si seguir echándole la culpa de todas las reacciones medias flojas que estaba dejando salir a la media farmacia que llevaba encima, pero ni modo.

    —¿Qué? —Una sílaba y aún así casi se me enredó la lengua—. No digas esas cosas así nada más, debería ser ilegal. No se vale, ¿no ves que no tengo neuronas vivas para procesarlas? ¿Qué hago con ellas?

    Parecía un mocoso, estaba más perdido que la mierda, bien que se lo había dicho a ella pero al revés no sabía qué hacer. Si agradecerle, paniquearme como un gato que no sabe qué hacer con una caricia o qué demonios. Además el calor de la cara ya no me lo quitaba ni Dios, joder qué vergüenza. Entre el mini momento de pánico emocional acabé por estirar la mano a la mesa, alcancé uno de los té y lo abrí para extendérselo.

    —Anda, bebe un poco, así terminas de tranquilizarte.

    ¿Desviando los tiros como un campeón? Pues sí.

    Al final no era más que un crío.
    no voy a dejar de llorar, permiso

    el strong five de Al right now: feelings and compliments? whAT ARE THOSE *gatito chillando*
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Por la mente se me atravesó un genuino relámpago de preocupación cuando noté que me acomodaba encima suyo, porque debía dolerle hasta el alma y no quería que se forzara por mí. El caso fue que entre el ataque de llanto y toda la mierda ni siquiera fui capaz de expresarme y tuve que dejarlo correr, resignarme a que el tonto de aquí haría eso y probablemente más aunque le doliera, en tanto significara cuidar de los suyos. Lo sabía.

    Porque éramos el mismo tipo de imbécil.

    Y yo habría hecho exactamente lo mismo.

    Me acariciaba el cabello, se mecía y me sentí una auténtica niña asustada de los monstruos dentro del armario, de las sombras al final del pasillo y las siluetas que me observaban en silencio, desde una esquina. Me di cuenta que había tantas, tantas cosas a las que uno les tenía miedo, tantas verdades que negábamos y ocultábamos con tal de seguir avanzando. Aunque el suelo bajo nuestros pies fuera pantanoso y a cada intento de engañarnos sólo conseguíamos hundirnos un poquito más.

    Sabía que me escucharía, lo sabía pero no estaba de más escucharlo, la verdad, tener el recuerdo físico al cual acudir cuando nos supiéramos solos, cuando las mierdas se apiláramos y las cosas importantes se nos desdibujaran. Lo cierto era que no me alcanzaban las palabras para agradecerle la seguridad que me transmitía, la calidez y la paciencia impresas en todas, todas y cada una de sus palabras.

    Dios, ver su reacción a mi cumplido sí que barrió toda la tristeza de un golpe certero. Mi sonrisa se ensanchó al punto de lo ridículo y seguí sus movimientos, en lo que alcanzaba una botella de té y me la ofrecía. Se había quedado balbuceando como un mocoso avergonzado y, mierda, pensé que iba a explotar o algo en ese preciso instante.

    De puro amor y ternura.

    Me quedé quieta un par de segundos, viéndolo a los ojos. Había tenido la decencia de no echarme a reír, aunque la sonrisa no me la quitaba ni Dios, y fue tan grande el impulso que me movió que no vi por dónde negármelo. Acepté la botella, sí, pero sólo para devolverla a la mesa. Lo hice de un movimiento rápido y con la misma velocidad volví a recoger su rostro entre mis manos, me incliné y lo besé. No fue un beso breve ni superficial, busqué sus labios y me presioné contra su boca, hundiendo los dedos en su cabello. Sin ansiedad, sin maña ni brusquedad, pero con todas las ganas y la intensidad de lo que ese idiota me hacía sentir.

    Las emociones que no me cabían en el cuerpo.

    Y se desbordaban.

    No me clavé ninguna movida extraña, unos cuantos segundos después me separé apenas, deslicé una mano hasta su nuca y le dejé un beso en la comisura de los labios, luego un poquito más al costado, y más, y más, trazando un camino entre besos y risas hasta su oído. Allí me tragué la gracia y solté el aire por la nariz, en una suerte de suspiro contenido.

    —Eres tan bonito cuando te sonrojas, mi cielo —murmuré, entre divertida y enternecida—. Me dan ganas de comerte a besos.
     
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    Zireael

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    ¿Realmente qué era una punzada de dolor en el costado por solo servirle de soporte? Si me había comido hostias desde los catorce por muchísimo menos, de hecho por absolutamente nada si teníamos que ser honestos. Solo por forzar algo sobre el mundo gris, dirección la ira a alguna parte por no tener la capacidad de ver los colores del mundo. Ahora tan siquiera distinguía chispazos de pigmentos aquí y allá, muy de vez en cuando, y con ellos era capaz de darle dirección real al desastre. Era capaz de enfocarlo a metas, usar la cabeza para algo más que pura violencia cruda y sin centro.

    Un montón de mierdas podían dejar de importar cuando uno veía a las personas que apreciaba desmoronarse, se olvidaba el dolor propio, cualquier rescoldo de furia o tristeza, y la cabeza se empeñaba en gritarte que hicieras algo, lo que fuese. Muchos no éramos buenos dando palabras de aliento ni nada de eso, pero podíamos acompañar, arrullar y tranquilizar sin necesidad de abrir la boca.

    Era un poco jodido que lo hiciera con las mismas manos que tenían los nudillos magullados por cerrar a hostias alguien, pero era lo que había.

    Decir que no era predecible era mentira, apenas vio mi reacción al cumplido la sonrisa se le ensanchó y los nervios estúpidos me siguieron corriendo por el cuerpo de forma un poco errática. Al menos no me soltó la risa en la cara, porque eso habría terminado por provocarme un cortocircuito casi sin espacio a dudas, que ya de por sí no tenía la cabeza en las mejores condiciones.

    Aceptó la botella solo para dejarla a un lado, el movimiento fue más rápido que mis reflejos de viejo apaleado y cuando quise darme cuenta de nada sostuvo mi rostro para besarme. No era un beso de esos llenos de maña ni de coña, pero tampoco había sido superficial y me activó el cuerpo a medias, consiguió alzar algunos interruptores y regresarme tan siquiera un poco de energía. Aflojé el agarre de uno de los brazos a su alrededor solo para anclar la mano en su mejilla al corresponderle, ¿qué coño iba a hacer si no?

    Cuando se separó creí que se quedaría quieta, pero empezó a repartirme besos revueltos con su risa hasta alcanzar mi oído y si el sonrojo del demonio había desaparecido recuperó toda su intensidad apenas oírla. No era coña, que de verdad esto tenía que ser ilegal, no estaba picando en todas las de la ley pero tampoco dejaba el asunto quieto.

    Tenía las neuronas chamuscadas, así que todo lo que atiné a hacer fue rodearla con los brazos otra vez y hundir el rostro en su cuello. Con toda la tontería sentía la cara caliente, había que ver nada más.

    —Entonces hazlo —solté un poco porque sí y ya que más vergüenza no podía pasar, seguí hablando—. Por mí está bien si lo haces todos los días incluso.

    Creo que esa fue la primera vez que lo pensé en la vida, fue un chispazo de un amarillo puro. No había rojo en él, tampoco azul, estaba en el centro de ambos tonos y era asombrosamente brillante. Surgió directamente de Anna, me hizo pensar que iba a cegarme incluso, pero joder que lo pensé.

    Que me haría feliz.
     
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  14.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    ahora la versión no sad (??

    Anna 3.png

    ¿Altan también era una mala decisión? ¿No seguía revolviéndome, acaso, con la oscuridad de la cual había ansiado arrancarme? Como si fuera una ilusión temporal y sólo me estuviera engañando, pintarrajeando mentiras con pintura luminosa para sobrevivir al más oscuro de los negros. ¿No era una suerte de historia repetida? Podía comerme la cabeza con esas mierdas, probablemente en algún punto del futuro lo hiciera, pero en este preciso instante no podía importarme menos. Si debía arriesgar, diría que ahora mismo no existía fuerza universal capaz de convencerme de apartarme.

    Aquí no había deuda.

    No había silencio.

    No había medias tintas.

    Y, Dios, era una estupidez considerando el poco tiempo que llevaba conociéndolo. Seguía siendo una cabeza dura, una intensa y una imprudente de mierda. Seguía arrojándome al vacío sin interesarme en averiguar lo que me esperara al fondo. No importaba, de alguna forma me las arreglaría, ¿verdad? Lo había hecho siempre y siempre lo haría. Seguiría avanzando, construyendo refugios donde sea y acobijando personas entre mis alas. Era lo que quería hacer, lo que me brindaba felicidad. Y lo sentía.

    Sentía que podía hacer por Altan lo que nunca había podido por Kakeru.

    Podía amarlo.

    Podíamos protegernos.

    Podíamos hacerlo todo.

    ¿Cómo iba a ser eso un error?

    Alcanzó mi mejilla para corresponderme, la caricia me hizo cosquillas y probablemente no me quejaría si aparecía alguien y nos encadenaba juntos. Era incapaz de cansarme de eso, de su calidez, su cercanía y sus besos. Quería llenarme los pulmones, el corazón y todo el cuerpo de él, todos los putos días de la semana. De lunes a domingo y reiniciando, una y otra, y otra vez. Todavía seguía un poco flojo de reflejos y, por ende, de reacciones, pero no me importaba en lo más mínimo. No iba a negarle ni una pequeña chispa de calor.

    Sus brazos me rodearon luego de volver a molestarlo y ladeé un poco la cabeza al notar que hundía el rostro en mi cuello. Alcé mis brazos, envolví su espalda y aplasté la mejilla en su cabello, sonriendo con una alegría y tranquilidad inmensa. Me lo imaginaba sonrojado que te cagas y honestamente, no sé, me estaba muriendo de amor.

    Del más puro amor.

    Entonces hazlo.

    Abrí los ojos, vete a saber cuándo los había cerrado, y el corazón me latió un poquito más deprisa.

    Por mí está bien si lo haces todos los días incluso.
    Ah, mi amor.

    Vas a matarme de verdad.

    No tenía idea de los colores que podía otorgarle a su mundo, nunca se me había cruzado por la cabeza porque nunca pensaba esas cosas. Sólo me preocupaba por lo que a mí me concernía, por entregarle todo lo que tuviera así luego veía él qué hacer con eso. Se lo arrojaba encima con la esperanza de que le fuera de utilidad y no mucho más.

    Pero si hablábamos de hacerlo feliz,

    podía convertirlo en mi puta misión de vida.

    —Tenemos otro trato, entonces —susurré, hundiendo los dedos en su cabello—. La política internacional debería envidiarnos.

    Me separé un poco, le corrí el cabello de la frente y deposité allí un beso. Mis dedos descendieron hasta su mejilla, busqué sus ojos y le sonreí. Dejé otro beso en sus labios, fue sencillito y me incorporé, un poco a regañadientes pero bueno. Aún quería que encontrara los cupones y para eso debía redirigir su atención.

    —¡Pero bueno, tanto drama de Wattpad me dio hambre! —Me dejé caer en mi silla y clavé los codos a la mesa, mirándolo fijamente con la sonrisa pegada al rostro—. Anda, anda, eres mi invitado de honor, tú vas primero~


    Eran bentos sencillos, la verdad, los había preparado con ayuda de mamá que, por cierto (y por suerte), no preguntó mucho al respecto. Sacié su curiosidad confesándole que había un chico y ya. El arroz estaba fresco, pero también había carne cortada de la noche anterior y algo de papa hervida con huevo y atún.
     
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    Zireael

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    Había momentos en que el pánico que me consumía, eran más frecuentes ahora que años atrás, y pensaba aquella mierda de que no era más que un maldito acaparador. Que tomaba las cosas que brillaban y me aferraba a ellas como un desgraciado hasta volverlas opacas, como un cuervo con sus malditas baratijas. Quizás ese era mi miedo más visceral, consumir a los demás bajo mi océano al ser plenamente consciente de la fuerza de mi carácter y por ello me retraía de tanto en tanto, cuando no era ira lo que sentía si no otras emociones con las que no sabía lidiar.

    Para lo temperamental que podía ser realmente lo cierto era que mi mente era jodidamente cuadrada, casi cualquier otra persona a mi alrededor era más flexible que yo, hasta los más distantes y ensimismados que se me pudieran ocurrir. Era cierto que mi carácter pecaba de obsesivo, era intenso que te cagas, pero en el núcleo, en el desgraciado centro de todo lo que defendía era a mi familia y su libertad. Las características que según yo había robado realmente habían estado conmigo siempre.

    Desde muy pequeño me habían enseñado que se podía amar hasta desbordarse, pero nunca encerrando. El amor de mis padres era así, el de mis abuelos, luego apareció Jez que amaba a todos de esa manera y llegó Kurosawa en el extremo contrario, usando el amor como una máquina de control absoluto. Encadenaba, aplastaba y obligaba a todos a ceder para evitar el horror de saberse sin control del mundo que le había demostrado una y otra vez que era un caos. Que se lo siguió demostrando.

    Y sólo hasta ahora me di cuenta que, ni siquiera intentándolo, sería capaz de semejante cosa, que no podía disfrazar mi deseo de poder con amor. Podía revolverme con gente sin quererla en realidad, eso ya estaba visto, pero apenas detectaba un atisbo de afecto genuino la tortilla se daba vuelta por completo. Entregaba todo, no pedía nada a cambio y me volvía una suerte de perro pastor en lugar de un perro guardián a secas. Seguía siendo descendiente de los lobos, pero había sido criado para otro fin completamente distinto, para mantenerlos alejados.

    No había manera de que acaparara a Anna.

    No podía.

    Solo quería verla ser libre de los monstruos algún día, incluso si debía luchar con ellos hasta arrancarnos las cabezas, incluso si en algún momento posterior implicaba que debiera dejarme a mí también. Estaba bien incluso con ese sacrificio, en tanto en ese tiempo me dejara amarla de la única forma que era capaz, ayudándola a extender las enormes alas que tenía en la espalda y bajo las que nos había recibido a todos.

    Ella, que había sabido llevar el fuego bajo el agua, hacerlo danzar entre las olas e incendiar la lluvia, se merecía todo lo bueno del mundo.

    Su tacto se me antojó tan agradable como siempre, además de que allí en el hueco de su cuello me sentía protegido de todo, ridículamente seguro, y sólo quería quedarme allí mil años. Inhalé despacio como si tuviese todo el tiempo del mundo y me permití una sonrisa tranquila al escucharla decir que teníamos otro trato, su voz se combinó con sus dedos en mi cabello, y sentí una tranquilidad tan profunda que por un segundo me olvidé de todo.

    De Taitō, de los lobos, de los hilos sueltos de Arata y hasta del dolor físico.

    El beso en la frente me hizo cerrar los ojos un momento, luego reflejé su sonrisa y acepté el otro beso sin más, como un mocoso obediente. No era que quisiera que se apartara de mí, pero bueno, mi modo.

    Enfoqué de nuevo el resto del mundo entonces, cuando me dijo que como era su invitado de honor iba primero y si debíamos ser honestos, me estaba muriendo de hambre. No era que hubiese comido muy bien los últimos días, además de que ni de coña iba a ponerme de glotón en la casa de Arata, así que estiré la mano para alcanzar el bento sin esperar realmente nada más.

    Ni siquiera recordé hasta entonces que le había pedido más cupones.

    Al arrastrar el bento hacia mí descubrí los papeles, eran de dos colores y las neuronas se me conectaron un poco de golpe mientras dejaba el almuerzo a un lado un segundo. Los revisé tratándolos con un tacto estúpido, como si estuviesen hechos de porcelana o quién sabe qué, y ni siquiera me di cuenta de la forma en que sonreí. No era una sonrisa especialmente amplia, pero era posible que fuese comparable a las pocas veces que la alegría infantil me cruzaba la cara y me hacía parecer lo que era realmente, un crío de diecisiete.

    Fue la clase de sonrisa que se suelta de forma inconsciente mientras alguien no te está mirando, asociada directamente a un objeto, un recuerdo o algo del estilo. Cargó consigo el amor estúpido que había comenzado a sentir por Anna.

    —No tengo idea qué hice exactamente para ganarme tu confianza y tu cariño, cielo, te prometo que no tengo ni la más remota explicación —dije casi en un murmuro, repasando los papeles con los dedos—, pero te adoro.

    No había podido quedarme callado, fue imposible.

    I love you.

    I really do.

    —De verdad que te adoro.

    Dejé salir una risa nasal bastante ligera en lo que dejaba uno de los que eran para mimos en el pelo sobre la mesa antes de guardarme el resto en el bolsillo despacio.

    —Me harán falta bastantes de estos, pero primero el almuerzo porque te prometo que me muero de hambre.

    Volví a alcanzar el bento y ahora que no tenía distractores me pregunté si lo había hecho ella sola o no, si la había ayudado Hodges o quizá alguien en su casa, ni idea. En realidad me pregunté qué tanto sabían las demás personas, fuera de Ishikawa que había colgado el anuncio, del plan de Anna o de todo el tema en sí, porque mira que cargar todo eso y cerrar el invernadero no era poca cosa.

    Volqué la atención en la comida, no fue que me atragantara ni nada, pero sí que comencé con algo más de velocidad de lo usual y en el primer bocado estuve por romperme otra vez. Se me humedecieron un poco los ojos, parpadeé un par de veces para disipar el cristal y continúe, pero me sentía tan afortunado que la emoción se me estaba desbordando por cualquier lado.

    Porque Anna había hecho todo eso para mí.

    Solo para mí.
     
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  16.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Era increíble que incluso ahora, por momentos, una chispa de preocupación siguiera encontrando terreno para empaparme de una ansiedad ligera. Era remota, nada que no pudiera manejar, pero me enredaba un poquito el estómago de la pura expectativa. Quién sabe cuánto tiempo me tomara erradicarla, puede que me acompañara toda la vida, pero suponía que lo importante era impedirle dominarme, impedirle que me retrajera de hacer y decir las cosas que pugnaban por salir directamente de mi corazón.

    No se trataba de erradicar el miedo, sino de aprender a adiestrarlo.

    La chispa de preocupación me había atravesado la duda de si los cupones le gustarían, si los recordaría en absoluto o si los creería algo innecesario. Ridículo desde ya, considerando todo el resto del teatro, pero bueno. Era irracional y punto. Me las rebusqué para disimular mi expectativa, aunque cuando movió el bento y los cupones asomaron me quedé allí, quieta, jugueteando con mis propios dedos encima de la mesa. Me quedé a la espera que pareció eterna, intentando distinguir emociones concretas en sus reacciones. La expectativa escaló hasta su pico máximo y se desinfló de golpe, cuando recogió los papelillos y lo vi.

    Su sonrisa.

    Me arrojó de inmediato a otro recuerdo del invernadero, cuando la mierda de Tomoya casi nos dividió y desde aquí, en la mesa, lo escuché asegurarme que desaparecería si así se lo pedía. Su silueta encorvada apareció ante mí, su miedo bajo el umbral de la puerta del cuarto oscuro, la suavidad de sus lágrimas en la enfermería. Recordé cómo me incorporé y me le fui encima, prácticamente tirándolo al suelo. Sus besos por toda mi cara, su voz tan dulce y su sonrisa al erguirse y estirarme la mano. El sol estaba cayendo, los colores del crepúsculo se recortaron a su alrededor y me dieron ganas de llorar. Era la misma sonrisa que tenía ahora.

    Exactamente la misma.

    Seguí el movimiento de sus dedos sobre el papel, la forma tan cuidadosa en que los repasaba, y sus palabras me cristalizaron los ojos otra vez. Lo veía fijamente aunque él no lo hiciera, lo veía como si fuera un suceso milagroso. Como si aún no me creyera del todo que contaba con el derecho, el puto privilegio, de recibir su cariño a cambio del mío.

    Pero así era, ¿verdad?

    Merecido o no, allí estaba.

    Estaba sonriendo como estúpida y se me aflojó una risa también al oír la suya. Parpadeé, apartando las lágrimas, y me encogí de hombros. Estiré las manos, esperando que depositara las suyas encima.

    Te adoro.

    —Me trataste bien, Al —respondí, en voz baja—. Me trataste bien y me permitiste verte tal cual eres, con todo y miedos, con todo y mierdas. Me mostraste que eres humano y no hay más que eso. Es el inicio de cualquier cosa real.

    De verdad te adoro.

    —Yo también te adoro, cielo. Lo hago de una forma estúpida.

    Regresé los brazos a mi espacio apenas mencionó que tenía hambre. Lo vi empezar a comer y me tomé un par de segundos para soltar el aire despacio, sorber la nariz y remover la tapa de mi bento, dispuesta a seguirlo. A quién iba a engañar, yo también tenía hambre. Me llevé un poco de arroz a la boca y fui repentinamente consciente del silencio que nos envolvía, del aroma de las flores y el cielo sobre nuestras cabezas. Sentí, por primera vez sentí algo directo en el corazón, como una bala de rifle o una semilla lista para germinar. Era contundente y gentil, se aferraba a mí pero me permitía respirar. Era el equilibrio perfecto entre todas las fuerzas que siempre había pretendido regular.

    Era paz y bullicio.

    Era firmeza y suavidad.

    Era fuego y era agua.
    —¿Está rico, cielo? —pregunté con un cariño inmenso en la voz, sonriendo calmada.

    Era real y no podía ser más feliz que en ese instante.

    Con tanto, tantísimo amor iluminando el mundo entre sus grietas.

    weno, por mí aquí ya cerramos <3

    la softness de esto ha sido estúpida, siento una paz encima que no es ni medio normal y sólo quiero decir: all hail altanna uwu/

    aND I KNOW AND I KNOW IT'S A DIFFERENT LOVE AND I KNOW AND I KNOW WE ONLY GET BETTER
     
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  17.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Estaba tan centrada en mi tarea de encontrar a Kohaku y no perderlo de vista antes de decirle de almorzar juntos que ni siquiera me di cuenta de la presencia de Haru, así fuese mientras se alejaba del chico en lo que yo me acercaba, y supongo que si lo hubiese sabido me hubiese sentido un poco mal, pero nada que pudiese hacer ya al respecto. De todas formas, al moreno parecía gustarle pasar desapercibido, así que en realidad había sido lo mejor para todos~

    Recibí la sonrisa de Kohaku con casi la misma alegría que él pareció demostrar, indudablemente aliviada por verlo así de contento, y solté una risilla cuando me respondió a la propuesta del lugar a dónde ir, asintiendo un par de veces con la cabeza antes de erguirme al mismo tiempo que él. Me llevé la caja de bento al pecho mientras tanto y observé con curiosidad lo que me estaba enseñando, frunciendo apenas el ceño al hacerlo.

    —¡Y no solo tu abuela, que lo sepas! —exclamé, haciendo un mohín con los labios y todo.

    Al final no me pude controlar, claro, y dejé los almuerzos a un lado para llevar las manos a su abrigo y bufanda, asegurándome de que lo tenía todo bien puesto en su sitio antes de salir. Asentí con la cabeza una vez, orgullosa, al comprobar que todo estaba correcto y ya después volví a hacerme con los almuerzos para guiarlo hacia la planta baja. Le pedí hacer una parada rápida en los casilleros, pues quería coger mi paraguas y un par de toallas que tenía guardadas, y ya después comenzó la operación "colarse en el invernadero en plena tormenta".

    ...

    No fue tan emocionante como pudiese parecer, tampoco era como si hubiese vigilancia alrededor del invernadero ni nada, y nos protegimos bastante bien con los paraguas como para no ser reconocidos por las cámaras en primera instancia. En realidad la regla solo estaba porque el camino hacia el invernadero se ponía muy resbaladizo con la lluvia y era algo peligroso, ¡pero fuimos con muchísimo cuidado y no sufrimos ninguna baja!

    Le pasé una de las toallas en cuanto pusimos un pie dentro del invernadero, porque mira que no iba a permitir que se le colase ni una gota pequeñísima, y fui la primera en encaminarme hacia el fondo del lugar para poder dejar los almuerzos sobre la mesilla que había cerca del estanque.

    >>Tú solo siéntate ahí, senpai, que yo me encargo de hacer el té esta vez —le dije en cuanto volvió a aparecer en mi campo visual, con la sonrisa ligera de siempre—. No me va a salir tan bien como a ti, pero prometo que mínimo va a ser potable. Dame un momento~

    Se suponía que yo iba a regañarlo, ¿verdad? Bueno... cambio de planes, al parecer.

    WOAH DARE I SAY HOW MUCH I'VE MISSED THEM?????

    also su two on fire oh god JAJAJ
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Emily siempre se había balanceado con cierta irregularidad entre espectros de lo más dispares, que podían ir desde colarse en aulas de tercero como si nada pero luego avergonzarse de los detalles más pequeños. No alcanzaba a distinguir qué reglas seguía, aunque siendo honesto tampoco me había empeñado en ello. No hacía falta, ella era como era y estaba bien. Me daba gracia e incluso ternura, eso sí, reparar en que ya iban dos veces que se aparecía en la 3-3 para almorzar conmigo. No consideraba que alguna vez hubiera hecho nada especial por ella, nunca pensaba eso de nadie, pero había que ser tonto para ignorar el hecho de que ya me consideraba su amigo y ¿honestamente? Era de lo más bonito. Y quién sabe, quizá sí que ya lo era. No me había detenido a pensarlo antes. Otra vez, nunca lo hacía.

    En lo que me abrigaba me pareció notar que algo le urgía, aunque no imaginé que fuera ponerse en modo mamá. Alcé las cejas al ver que dejaba los almuerzos a un lado, pero apenas me echó las manos encima solté una risa suave y la dejé hacer, risueño. No me había tensado ni un poco, la verdad, y así no fuera un loco del espacio personal pues tenía mis mañas y recordaba que una vez, en los casilleros, prácticamente la había rechazado. No pensaba nada particular de la comparación, sólo me resultaba curiosa y me alegraba haberme habituado a tenerla en mi espacio porque, vamos, era una niña de lo más encantadora.

    Otra vez me sentía un muñeco de torta al haberme echado todo el abrigo encima, pero era lo que había. Bajamos los tres pisos, aguardé a que recogiera las cosas de su casillero, y finalmente salimos. La lluvia golpeaba en mi paraguas con fuerza y me alegraba que la abuela hubiera tenido todo preparado, que ambos no habríamos entrado en uno solo y yo probablemente me lo habría olvidado. El paraguas era de esas cosas que nunca, jamás incorporaba, sin importar cuánto lo intentara.

    Las piedras del caminito sí que se ponían resbaladizas, pero con el debido cuidado las sorteamos sin problema. Bueno, en una casi me fui de culo al piso, y el exabrupto sólo me arrancó una risa breve. Se me hacía casi estúpida la ligereza que sentía en el corazón, pero no podía ser de otra forma. Ya no estaba enfermo, había vuelto a casa, había encontrado a Chiasa y por fin me había dado cuenta que el fuego de Cayden se asemejaba al suyo, al fuego que siempre me había acompañado y sostenido en pie. Y las pequeñas luciérnagas, como chispas danzantes, no habían dejado de revolotear ni un sólo segundo.

    Le agradecí la toalla apenas me la alcanzó y de pura manía me repasé el rostro y el cuello, aunque no estaba realmente mojado. La seguí con calma, sentándome como me indicó, y la tranquilidad en mi semblante se perturbó un breve, brevísimo instante al oír que ella se encargaría del té. Parpadeé, reiniciando los sistemas, y la seguí con la mirada. Bueno... mejor me callaba la boca, ¿cierto? Después de todo, Emily sólo intentaba ser amable. Habría sido sumamente descortés rechazar su oferta.

    Pero, vaya, justo de té estábamos hablando. Era un puto pesado con eso.

    Me desinflé los pulmones lentamente y mantuve la sonrisa en mi rostro, viéndola alejarse para proceder. De paso dejé el abrigo en el espaldar de la silla, aunque me dejé puestas la bufanda y el gorrito. Estaban calentitos.

    —Eh~ ¿No me estarás malcriando un poco mucho? —bromeé, en tono ligero, y me quedé con las manos colgando del regazo—. ¿Qué tal estuvieron las clases, Hodges-san?
     
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  19.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Por supuesto que el miedo a que Kohaku se tensase por mi repentina cercanía y se apartase estaba ahí, ya había comprobado que a veces era un poco reacio con su espacio personal y lo entendía completamente, pero a decir verdad estaba un poquito más preocupada por saber que estaba bien aun a costa de que se pudiese molestar conmigo así que apenas pensé demasiado en ello. De todas formas, no pareció tensarse en absoluto, y admitía que un poco de alivio sí que me dio notarlo.

    No me dio tiempo a ver su cambio de expresión cuando mencioné lo del té, pues ya prácticamente me había dado la vuelta para dirigirme hacia el lugar donde se hacía, y en cierta medida creo que fue mejor que no lo hubiese visto. Ya se sabía que no era la persona con mayor autoestima del mundo y seguramente me hubiese echado mucho para atrás ver cualquier señal de rechazo, así fuese no intencional; pero quería que aquel almuerzo saliese bien, así que desde luego era mejor no haberme dado cuenta de ello.

    Solté una risilla al escucharlo hablar, encogiéndome de hombros, y le eché un vistazo rápido por encima del hombro antes de centrarme por completo en poner el agua a hervir para el té.

    —Ya ves, le dije a Sugawara-senpai que iba a regañarte por haberte descuidado... y aquí estoy. Supongo que no puedo evitarlo~ —me quedé un rato en silencio, realmente concentrada en la tarea que tenía delante, y ya después de esos segundos volví a hablar con el ánimo de siempre—. Las clases bien, como siempre. ¿Las tuyas, senpai? ¿Se te hicieron muy pesadas?
     
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  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Emily le había echado toda su atención a la mesa de té y yo tuve que contenerme a consciencia de ponerme en pie para ver qué hacía. A ver, no era tonta, se daría cuenta y mucho más importante que el té era no incomodarla o hacerle creer que dudaba de ella... que un poquito venía siendo el caso, y ni siquiera me gustaba sentirme así, de modo que me esforcé por ignorar todo el asunto de plano. Me concentré en la conversación en su lugar.

    —¿A Haru? —repliqué, pestañeando, y luego recordé—. Ah, sí. Le había dado tu bento para que te lo trajera. Espero que se haya comportado~

    El chico no era malo como tal, a lo sumo pecaba de huraño o corto de palabras, pero a ciencia cierta ni siquiera trataba mal a la gente. Pero bueno, no estaba de más alguna que otra broma. Además, de lo poco que lo conocía me olía que era más blandito de lo que aparentaba y esos detalles siempre me generaban entre gracia y ternura. Nada que fuera a decirle de frente, claro, era un poco tonto pero suicida jamás.

    Permanecí en silencio con respecto al regaño, porque bien sabía que me lo merecía pero mira, si me lo ahorraba tampoco iba a quejarme. Después de todo era consciente de que los había preocupado, de que no me había comportado de la mejor forma posible, y tampoco contaba con mayor intención de repetirlo en el futuro cercano. Nos podíamos relajar todos, ¿verdad?

    Recorrí el invernadero con la vista, reconociendo casi sin falta todas las flores que allí había, y la voz de Emily me alcanzó como un eco suave, cercano. Las gotas de lluvia golpeteaban en el techo de vidrio, sobre nuestras cabezas.

    —Un poco, no mucho. Lo de siempre. Aunque esta lluvia me da un poquito de sueño, ¿no te pasa? —Volví el rostro hacia ella con una sonrisa liviana, así me estuviera dando la espalda—. ¿Y bien? ¿Algo interesante que me haya perdido la semana pasada?
     
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