Iba a repetirlo, por el mero hecho de hacerla enojar al sentirla tan... inoportunamente irritante, sin embargo, la voz dulce de Suzumiya llegó a tiempo, mirándola sobre el hombro, de perfil; alcé las cejas en modo de saludo al verla inclinarse, comenzando a seguirle el paso a medida que notaba el desconcierto de Lena, y aquello a fin de cuentas me divirtió, parecía una niñata que le presentaban el misterioso mundo de Disney. Una pequeña sonrisa sardónica se me dibujó en los labios ante su ceja arqueada, pasando de su reproche mudo. Observé el sitio de forma superficial hasta tomar asiento en donde ella los ofreció, sin inmutarme hacia la propuesta del té. Sí, en definitiva lo tomaría. Saqué de mi mochila el paraguas y lo coloqué sobre la mesa con parsimonia. ¿Debía darle las gracias? Pff, ¿delante de Lena? No, eso jamás pasaría. Mucho menos le preguntaría cómo se sentía, ya luego lo haría, a solas. En cuanto deslicé mis dedos dentro del maletín nuevamente escuché una voz más aniñada, a la cual ni siquiera me giré a ver. Al parecer el sitio era bastante concurrido, y aquello no era mi fuerte, para nada, sin embargo, continué sacando el libro forma y función de la estructura humana I, abriéndolo en donde marqué con el separador de página, hablándole en un susurro a Lena mientras comenzaba a deslizar mis pupilas por las páginas. >>¿Qué tal este mundo de fantasía? Sí, aquello había sido más una burla al verla tan recia. Definitivamente, la próxima vez, la dejaría elegir a ella el destino del receso, y llevaría a Violet con él.
Emily se comportaba tan fresca como siempre, era bastante probable que se estuviera forzando un poco para animarme a mí pero no iría a recriminárselo ni renegar al respecto. Estaba bien, en tanto no le hiciera demasiado daño. Me venía bien para no estar pensando todo el tiempo en puras mierdas, para despejarme y eso. Se lo agradecía, en definitiva. Además no me resultó muy difícil que digamos seguirle la corriente. Ella se aprovechó en seguida de mi estupidez de cerrar los ojos y luego de usarme como perchero humano me empezó a guiar por la Academia. Debíamos quedar bastante ridículas, en verdad, pero esas cosas nunca me importaban demasiado en tanto no me encontrara sola. Solté alguna risa floja al esquivar por los pelos un estudiante o al toparme con un escalón que no me esperaba, intentando adivinar hacia dónde me estaba llevando porque, pues, ¿quién no lo intentaría? Era bastante sencillo en realidad, contando los pisos que habíamos bajado, los cambios de sonidos en el ambiente y el sol que me dio de lleno en la piel para luego evaporarse. El invernadero. Caí en cuenta apenas unos segundos antes de que Emily se detuviera, cuando el aroma a flores me inundó las fosas nasales y fruncí el ceño por mera inercia. Abrí los ojos, pestañeando repetidas veces para acostumbrarme a la luz, y la emoción de Em a mi lado se solapó de una forma extraña con la imagen que tenía al frente, varios metros más allá. Suzu, una chica que no conocía y... Gotho. Tenía que ser una puta broma. ¿Hubo algo en mi expresión? Ni idea, creo que no, a lo sumo perdí la sonrisa que Hodges había conseguido arrancarme. Emi se acercó al grupo para disculparse y eso, y seguí su silueta con la seriedad y precisión de un jodido perro guardián. Me lo debatí unos segundos hasta que finalmente me decidí y, corriéndome el cabello de un manotazo, avancé. No suspiré, no demostré hastío ni nada parecido. Todo quedaba dentro, dentro, bien adentro. Pero ¿en serio, Suzu? ¿Invitarme a almorzar con el jodido de Gotho? ¿Era puto en serio? —Buenos días~ —saludé con una suavidad jodidamente impostada, porque de vez en cuando podía ser una puta cabrona, y no sé qué tenía en la cabeza pero la verdad, seguía sin procesarlo o entenderlo—. Al final sí que nos hemos encontrado, Suzu. Qué cosas. Le dediqué una sonrisa a los allí presentes, ignorando por completo lo que Emily me dijo sobre haber confiado, y reparé en la bonita chica de ojos esmeralda y cara de perro viejo durante algunos segundos significativos. Pero bueno, qué combinación tan curiosa. Me estaba forzando como una hija de puta a que la mierda de Tomoya no me alcanzara. Pero esto me seguía tocando bastante los ovarios. —Oye, ¿me presentarás a tus amigos de aquí? —agregué viendo a Lena, para deslizar toda mi suavidad hacia Konoe en el proceso—. Digo, ya que estamos.
Konoe Suzumiya Sallow-san. Giró sobres sus talones y se aproximó hasta la mesa. Era un poco extraño por no decir sumamente inusual que Ai no hubiese llegado. Era presidenta del club a fin de cuentas. Quizás... ¿había sonado demasiado brusca en la mañana? Ni siquiera había medido la frialdad en sus palabras. Mientras el agua hervía lo sintió. Ese peso en su pecho, intenso, asfixiante. No había sido justa. Ai no tenía la culpa de sus problemas ni de la frustración que le generaba verse tan impotente, incapaz de hacer nada por solucionarlos. Cuando la viese, lo primero que debía hacer era pedirle disculpas. Fue entonces que escuchó esa voz. Suave, ligera. Como una suave brisa de verano. Giró apenas la cabeza lo necesario para encontrarse con Emily y Hiradaira. —Oh—fue todo lo que alcanzó a murmurar sorprendida en un inicio. Pensaba que no iban a encontrarse... pero allí estaban. Las dos, una al lado de la otra. Aunque a juzgar por sus expresiones de decepción tal vez preferían no estar—. Anna-san, Hodges-san. Buenos días. Qué curioso. Pudo sentirla. La tensión, la cuerdas tensas. Incluso el aire parecía haberse cortado repentinamente. La brisa silbó entre las hojas. >>Dudo que amigos sea la definición correcta—corrigió con un tono firme, tenso, aunque no sonó molesta ni tampoco lo estaba. Se llevó un mechón tras la oreja antes de girarse por completo—. Tal vez conocidos sea más apropiada. Gotho-kun, Sallow-san... ellas son Hodges-san y Hiradaira-san. Son alumnas de segundo. Ni siquiera sabía qué hacía presentado a Natsu. Era evidente que Anna ya lo conocía de sobra.
Una sorpresa bastante predecible cruzó el rostro de Konoe, y al recibir su saludo de regreso ensanché un poquito más la sonrisa. Permanecí allí, a su lado, con una mano envuelta en torno a la cabecera de su espaldar, y paseé mi mirada por los otros dos presentes a medida que los mencionaba. Mi cuarzo lucía limpio y la maldita sonrisa seguía ahí. ¿A quién se la había robado? ¿A Kakeru? No. Al Krait posiblemente. —Eh~ ¿Amigos no? —repliqué, curiosa, y comencé a rodear la mesa en círculos con movimientos silenciosos y acolchados—. Qué fría, Suzu-chan~ Me detuve detrás de Natsu y Lena, justo entre ellos, y volví a clavar los dedos en sus espaldares para inclinarme ligeramente hacia ellos. —¿Has oído eso, Gotho-san? Al parecer es cada día más difícil ser amigos. —Me erguí para seguir el recorrido, aunque me detuve apenas un instante y me acerqué a su oído contrario a la ubicación de Lena, para que sólo él pudiera oírme—. Ya ni con follártelos en la enfermería alcanza. Me enderecé casi de un brinco y seguí caminando, sin mirar a nadie en particular. —Oye, Suzu —la llamé en un tono de voz más alto y firme, aunque seguía sonando jodidamente ligero y puede que hasta risueño—. ¿Has hecho ya lo que nos prometiste? ¿Hablaste con este cabrón? Sentí mi móvil vibrar en el bolsillo pero no le di importancia. Deslicé la mirada de soslayo apenas un momento hacia ella y le sonreí, sin detenerme. —¿Teníamos razón o no~? ¿Este hijo de puta de aquí es un jodido acosador o no? ¿Eh, Suzu?
Konoe Suzumiya La actitud de Hiradaira, adivinando la ira y el desagrado que bullía en sus venas en relación a Gotho solo la tensó aún más, como si estuviera tirando de un hilo muy fino. ¿Fría? Probablemente. Uno de los efectos secundarios de tener todo en contra. El invernadero era un lugar distendido, uno de los pocos donde podía sentirse en paz desde hacía algún tiempo dentro del Sakura. Su zona de confort. Su Edén particular. Y la actitud forzadamente conformista de Hiradaira estaba tensando lentamente todos y cada uno de sus nervios. La siguió con la mirada de soslayo, atenta a sus movimientos a pesar de todo y colocó cinco tazas sobre la mesa dentro de una bandeja, sirviendo dentro té rojo para cada uno de los presentes. El té humeó. Brillante, del color de la sangre oxidada. Dejó la tetera con algo más de fuerza sobre la mesa. —Anna-san—la llamó. Sonó como un toque de atención, firme. Como el reproche de una madre ante la actitud condescendiente o cínica de un hijo. La miró a los ojos—. No quiero problemas aquí. Mamiya-san no los tolera y como vicepresidenta del club de jardinería yo tampoco lo hago. >>Hablé. Y la respuesta es afirmativa a medias. Sí, Gotho-kun acosó a esa chica de tercero. La arrastró hasta el cuartillo del tercer piso. Es probable que la besara, no estoy segura de eso. Pero se arrepintió, pidió disculpas y estoy completamente segura de que haría cualquier cosa por redimirse. No volverá a acosar a nadie más. ¿No es injusto juzgar a alguien por lo que fue y no por lo que es, Anna-san?
Glúcidos o carbohidratos, lípidos, proteínas, ácidos nucleicos, vitaminas como principales biomoléculas orgánicas. La lectura en mi cabeza se detuvo al tenerla tras mío, como una niñita revoloteando sin poder quedarse quieta. Qué fastidio. En cuanto iba a retomar la escuché hablar sin inmutarme en realidad. ¿Era ella una de las que tanto se pasaba hablando del tema? Elevé apenas los ojos por encima del libro, con un gesto de fastidio. En cuanto iba a hablar la voz de Suzumiya se alzó, continuando la conversación sobre mí como si no estuviese ahí. Qué hastío. —¿Pueden parar el tema? —solté plano—. La chica está aquí, y tiene suficiente de que la estén mirando como un bicho raro por donde pasa por la gente que no sabe callarse. Y ustedes, siguen hablando de ello como si les concerniera. Si tanto les molesta pongan la queja a la directora y déjenla en paz. Que a mi me da lo mismo si hablasen solo de mí, pero la idiota se está viendo afectada y se nota que está harta, o al menos, eso fue lo que percibí al mantener conversación con ella. Quizá, también estaba un poco cansado de martirizarme por ello, a fin de cuentas era mi culpa, pero no ganaba nada deteniéndome en una misma página del día. Volví entonces la vista al libro, hablándole a Lena. —Si te sientes incómoda, podemos irnos, o como quieras.
Las recién llegadas parecían ser alumnas de segundo y amigas de la anfitriona de aquella fiesta del té particular. Y las había invitado a quedarse. Maravilloso. Me hundí en la silla con silenciosa exasperación ante la situación que se volvía cada vez más caricaturesca si cabía, y noté el susurro de Natsu buscándome las cosquillas, burlón. "¿Qué tal este mundo de fantasía?" Apoyé mi mejilla en la palma de mi mano cuando volví mi rostro hacia él y le pisé el pie por debajo de la mesa, dirigiéndole una dulce sonrisa cargada de ironía. —Encantador —ladeé el rostro apenas, melosa, en mitad de aquella suerte de susurro—. Una lástima que no crezcan manzanas envenenadas por aquí, ¿no crees? Porque no veía otra forma de escapar de aquel estúpido cuento de Disney que no fuera el suicidio mismo. Y la cosa parecía mejorar por momentos. Cuando Konoe dejó la bandeja sobre la mesa con cierta fuerza volví el rostro hacia ellas, con la mejilla aún sobre mi palma, y mis cejas se alzaron ligeramente con cierto interés repentino. ¿Ah? ¿Y esa tensión? Las princesitas parecían estar perdiendo la paciencia y solo me faltaban las palomitas para ver la escena que se estaban montando. Quizás aquel almuerzo no sería tan molesto después de todo. Claro que nunca imaginé que en mitad del acto el foco me apuntaría entre los asientos y me convertiría en la estrella del espectáculo de nuevo. Fulminé a Natsu con la mirada cuando me mencionó innecesariamente y me volví por primera vez hacia el resto de las presentes, con visible hartazgo. Llevé dos dedos al puente de mi nariz. —Lo que hiciera o dejase de hacer le corresponde únicamente a la víctima, al agresor y a la dirección del centro resolverlo, si acaso sus familiares más directos. El resto de implicados en el asunto son meramente un lastre y solo vuelven el jodido proceso más difícil de lo que ya es de por sí —Aquello último lo dije sosteniendo los cuarzos rosados de la chica de segundo, tratando de mantener las formas lo mejor que podía. Odiaba que se metiesen en mi vida, pero una parte de mí comprendía que su reacción era comprensible. Era difícil hacerse a un lado con algo así—. Gotho ya está pagando por lo que hizo, y yo misma me encargaré de llevar a dirección el caso si vuelve a atreverse a hacerle algo así a alguien más. Suficiente. La voz de Natsu avivó aún más la ira que estaba conteniendo a pesar de no ser su intención y giré el rostro hacia él de nuevo, tensando la mandíbula en el proceso. >>Y tú deja de fingir que te preocupas por mí, ¿quieres? Tenemos un puto trato, así que cíñete a él y déjame en paz. No soy una cría huidiza, Gotho. Creí dejarlo claro. Sinceramente no sé de dónde saqué las jodidas ganas de quedarme allí. Quizás era mi puto orgullo, porque me animé a tomar una de las tazas y probar el té a pesar de que por dentro la sangre me hervía. A saber qué mierdas le había echado dentro, el té no era lo mío.
Emily Hodges Bueno, repentinamente todo se volvió bastante incómodo. Observé a Anna moverse de aquí para allá con ese tono tan claramente falso, sin saber muy bien como reaccionar. No entendía del todo las implicaciones de lo que estaba pasando pero fuese lo que fuese, parecía que nada bueno, eso seguro. Y la información no tardó en llegarme casi por completo, provocándome un montón de sentimientos que no supe muy bien como filtrar. Intercalé miradas entre Suzumiya, el tal Gotho y la otra chica que supuse sería Sallow, con el ceño fruncido. Konoe había dicho que el tal tipo había acosado a una chica y se había quedado tan fresca, y el chico lo admitió diciendo encima que la chica había sido aquella castaña y seguía tan pancho. Claro que la miraban a ella, que era la víctima, y no a él por ser el acosador porque así de jodido era el mundo. Pero si tanto se preocupaba y tanto quería redimirse como decía Suzumiya, ¿por qué no había sido él el que había ido a dirección y seguía ahí leyendo tan tranquilo? Cuánta jodida mierda. Al menos relajé la expresión en cuanto habló la castaña, así brusca como fue y todo. No compartía aquella manera de actuar pero si ella que era la víctima creía que Gotho estaba pagando por lo hecho, entonces solo quedaba confiar. No la conocía de nada, pero no importaba, en esa clase de situaciones todos deberíamos estar preocupados por como se encontraba realmente ella por mucho que no nos incumbiese. Como sea. Le eché un vistazo a las tazas de té que la chica había dejado sobre la mesa, las cinco, y solté un risa algo irónica que, por fortuna, fue tan baja que esperé que no la hubiese escuchado en realidad. Me acerqué a la posición de Anna y la agarré del brazo, sin ser brusca a pesar de todo, para llamar su atención. —Anna, vámonos a otro sitio, por favor. Pocas veces había sonado tan demandante como en aquella ocasión pero ni loca iba a quedarme a tomar el té con tres personas tan estúpidas, y mucho menos dejaría a Anna fuera de la ecuación. Aún cuando había sido yo quien la había llevado ahí. Contenido oculto Por favor me disculpan la silence sassiness de esta niña, gracias (?)
Las reacciones de Suzu definitivamente me venían en gracia, aunque no debieran, y es que ya estaba hasta el coño de todo y si de algo servía la oscuridad, la desconexión y la ausencia del fuego, si de algo servía la jodida apatía, era para aflojarme las inhibiciones. Cuando parece que ninguna mierda vale la pena, cuando el miedo desaparece y con él los instintos de supervivencia, ¿qué queda? Amargura. Acidez. Hostilidad. Fría, rauda y lejana hostilidad. O puede que algo del fuego hubiera regresado sin percatarme, honestamente seguía sin tener idea de nada. Me movía de aquí allá como un jodido insecto a la espera de estímulos, ya fuera un haz de luz, un depredador inminente o un manotazo. Seguí los movimientos de Konoe con cierta mofa impresa en el rostro, ¿en verdad creía que me quedaría a tomar el té con su adorado Gotho-kun? Su regaño vino entonces, de esos que solía arrojar por amor al oficio, y me arrancó una sonrisa asquerosa, llena de prepotencia e incredulidad. Le sostuve la mirada sin la menor pizca de culpa o remordimiento en mis ojos. Anna-san, no quiero problemas aquí. Mamiya-san no los tolera y como vicepresidenta del club de jardinería yo tampoco lo hago. Solté una carcajada áspera y sonora, que rasgó la profunda paz del invernadero que Suzu pretendía cuidar. No fue una reacción a consciencia pero quizá nació del mero impulso por llevarle la contra, ya que ni de coña me cargaba los ánimos suficientes para mostrarme tan efusiva. —¿Y ahora te interesan las normas de nuevo, Suzu? ¿Luego de haber usado la enfermería como motel de turno? —Alcé las manos en señal defensiva, aunque fuera pura ironía—. No me malentiendas, por mí descose las sábanas, me da igual, pero no vengas a creer tener el jodido derecho de decirme qué hacer con tu historial reciente, cariño. Aún quería cuidarla, muy en el fondo lo sabía, y ojalá contara con el poder o la fuerza para genuinamente arrastrar a ese cabrón fuera del invernadero y de la vida de Konoe, pero la niña me estaba poniendo la tarea por demás difícil. No me entraba en la cabeza, no podía entrarme qué mierda hacía tomando el té con él como si nada. Y la seguí escuchando, porque pese a todo me preocupaba por ella, y mi expresión mutó a una extraña mezcla de diversión y sorpresa mientras más y más hablaba, con lujo de detalle. Eh, ¿no quería aclarar también fecha y hora del incidente? Pero bueno, Suzu, que hasta tuve la decencia de ser discreta y todo con la mierda de Gotho, ¿y ahora vienes tú a ventilar sus trapitos sucios frente a dos chicas que ni a cuento? Claro que aún no tenía idea que Lena era, de hecho, la otra protagonista de la jodida mierda, pero ni modo, sus últimas palabras consiguieron lanzarme un chispazo por el cuerpo. Aún no era fuego, no, fue más bien... el coletazo de una serpiente. Y mis cuarzos se oscurecieron. ¿No es injusto juzgar a alguien por lo que fue y no por lo que es, Anna-san? —Dices, ¿lo que fue hace tres días? ¿Cuatro? ¿Una semana? ¿Cuánto hace que conoces a Gotho-kun, exactamente, Suzu? —Apoyé una mano sobre la superficie de la mesa y le eché parte de mi peso encima, ladeando la cabeza; cada vez que pronunciaba el nombre de Natsu de aquella forma podía jurar que el veneno reverberaba en mi garganta—. Juzgaré a personas que hicieron mierda hace una hora o seis meses y lo seguiré haciendo el puto tiempo que me de la gana, porque la mierda la hicieron y tendrán que comerse el escarmiento si tienen los huevos para pagar por sus errores. Todos lo hacemos. Y algunos no dejaremos nunca de hacerlo. Entonces intervino el rey de la conversación y genuinamente me sorprendió enterarme que la muchacha entre ellos era nada más y nada menos que la reina, además ¿estaba queriendo protegerla o qué onda? ¿Y por eso la expuso de semejante forma? Menudas cagadas se estaban marcando él y Suzu, casi parecían ir sincronizados y todo. El mundo ya estaba de puto cabeza, lo estaba desde hacía tiempo, sólo que aún no había sido capaz de asimilarlo. Pero ahora sí. Irónicamente, la jodida oscuridad me permitió verlo todo con una claridad casi dolorosa. Y ustedes, siguen hablando de ello como si les concerniera. Si tanto les molesta pongan la queja a la directora y déjenla en paz. ¿Y por qué no la pones tú, cariño, si tan arrepentido estás de tus errores? Ten los huevos, maldito cobarde. Abrí la boca, a punto de replicar, cuando Lena captó mi atención. No era, si se quiere, como habría imaginado a la víctima de Gotho. Parecía contar con templanza, carácter y, lo principal, parecía saber perfectamente lo que estaba haciendo y dónde se encontraba. Sus excusas no sonaban vacías o producto del mero apuro por quitarse la atención de encima. La escuché sin darme cuenta que cualquier rastro de burla o condescendencia había desaparecido de mi rostro, había regresado a la seriedad mortal que me cargué al tratar las heridas de Kurosawa y las piezas cayeron en su lugar. Tenemos un puto trato, así que cíñete a él y déjame en paz. Una sonrisa extraña revoloteó en mis labios, mezcla de interés y puede que hasta orgullo, curiosidad. Se asimilaba con la máscara que me echaba encima para sobrevivir en las calles y lo supe de inmediato, al leer el color de sus palabras y la fiereza de sus ojos verdes. Lena Sallow definitivamente no parecía una princesa. Y era la primera en esa jodida escuela de mierda. Pero bueno, esto sí que era una sorpresa. Al final el juego de casitas no era tan inocente ni estúpido como parecía, al menos por el lado de Lena, y aunque las decisiones de Konoe seguían preocupándome... quizá lograra quedarme parcialmente tranquila. Pero qué puta gracia, ¿eh? El tacto de Emily en mi brazo me hizo girarme hacia ella y asentí, obediente, casi sedosa. Coloqué la mano sobre la suya para deshacer el agarre suavemente y me volví una última vez hacia los allí presentes. Clavé los cuarzos en Gotho, lo hice hasta captar su atención y le mostré los dientes en una amplia sonrisa. Agria, irónica, llena de puta y oscura diversión. —Mírate nomás, con la correa al cuello. —Deslicé la mirada hacia Lena y apunté a Natsu directamente con el dedo—. Si este imbécil te trae problemas o hace algo me vendría bastante bien enterarme, pues mi amiga de aquí parece querer insistir sobre él con una fe ciega y ya no veo que me haga ni puto caso. Creo que entiendes mis preocupaciones, ¿verdad? Así que cuento contigo. —Llevé la mano a mi pecho y luego la devolví a su posición original—. Hiradaira Anna, me encuentras en la 2-2. Ya no tenía nada que hacer allí, pero su puta madre dejaría el asunto estar. Era así de cabeza dura con mis amigos cuando los sentía en peligro o lo que fuera, y Suzu comenzaría a aprenderlo por las malas antes que por las buenas. Le eché un vistazo a las tazas frente a mí, el té humeante, y solté una risa floja por la nariz. No tenía idea que estaba rechazando aquel té justo como Natsu había rechazado las hierbas de Kohaku, pero de haberlo sabido toda la situación habría sido aún más satisfactoria. Deposité mis ojos en Konoe apenas unos segundos. —Te veo después de clases, Suzu. —Me giré y empecé a caminar hacia la salida, indicándole a Emi que me siguiera, y alcé la voz con firmeza al agregar—: A solas, de ser posible. Ya basta de compañías indeseadas, por favor te lo pido.
Konoe Suzumiya Honestamente, esperaba bastantes cosas de esa situación. No iba a fingir que todo estaba bien cuando no lo estaba pero necesitaba un mínimo de margen para poder ordenar sus ideas. Para volver a su eje. Para encontrar la salida a la telaraña enmarañada en la que se enredaba más y más cada vez. Primero Welsh. El error de los cristales con Kurosawa. Ahora eso. Repentinamente sus palabras hicieron saltar la chispa del incendio que había estado gestándose. El fuego arrasó con la paz, el murmullo de la brisa entre las hojas, la explosión de color de las flores. Las redujo a ceniza, polvo y destrucción. El humo negro, viciado y denso oscureció el sol y opacó los ánimos ya caldeados de todos los presentes. Solo fue la antesala de un desastre. Mientras Anna derramaba su bilis y se desquitaba, Konoe no movió un solo músculo. No se alteró, no se enojó. No hizo absolutamente nada más que escucharla. ¿Por qué intervenir y replicar cuando le estaba lanzando verdades a la cara? Incluso la propia Anna lo sabía, solo estaba tratando de mantener a la antigua Konoe en pie, pero ya no había ni restos de la persona que había sido antes. Su propia sangre le manchaba las manos, la piel nacarada e impoluta. Qué ridículo preparar té para todos. Qué ridículo tratar de aferrarse al más ínfimo trozo de paz, de calma, cuando ya no había nada de eso en el Sakura. Su adorada academia se había convertido en su propio infierno. Y lo sentía. Las llamas lamerle la piel, ardientes. Y ella estaba allí, sobre el negro y el rojo. Sobre la pira en una ordalía. Culpable. Las palabras hicieron mella y golpearon y quebraron la máscara que había buscado desesperadamente mantener sobre su rostro. El estoicismo, la diligencia, la educación. La fachada de estudiante correcta y perfecta. ¿A quien mierda quería engañar, por todos los cielos? ¿Por qué fingir que permanecía inalterable, que nada había cambiado cuando era tan absurdo y tan falso? El silencio cayó pesado y se mantuvo por segundos eternos cuando Emily y Anna abandonaron finalmente el invernadero. Repentinamente no quería ver a nadie. Repentinamente la idea de hacerlo le repugnaba, le revolvía el estómago, le hacía sentir deseos de vomitar. Ni siquiera a sí misma. Especialmente sí misma. La azotea. El alcohol. Ser egoísta con Alisha, imponiendo por encima de su necesidades sus propios deseos y sentimientos. Usar a Natsu para olvidar. Su brusquedad con Mamiya. Dejar los cristales en las heridas de Kurosawa. ¿Quién te conoce, Suzu? Eres otro animal más. Otra bestia del Sakura. Su propio reflejo se le antojaba ajeno e irreconocible. Todo lo que veía al otro lado era el lienzo manchado de negro. Corrupto, roto, putrefacto. La tinta negra de la piel de Gotho, de las pinceladas con la solía enseñarle los kanji a Welsh. Las piezas faltantes de la máscara dejaban resquicios difusos de lo que había debajo. Negro. Nada. Su voz sonó átona, un plano vacío de emociones. Ni siquiera pudo reconocerla como propia. Un tono lívido, gris, casi muerto. Se había abrazado a sí misma ansiando desesperadamente unir los fragmentos dispersos de su propio ser. Pero no había nada. No podía reconocerse. —Machaos por favor. Quiero estar sola. Quiero volver a ser yo. Desaparecer.
Vaya vaya con la kohai, siendo un puto tanuki como yo y ahí estaba, cerrando bocas una por una. Natsu no agregó nada después de la tremenda cagada que se marcó y su amiga estaba igual, solo que parecía tan tensa que terminaría partiéndose a la mitad o algo así. En cualquier caso ese asunto a mí me traía sin cuidado; las niñas no iban a meter sus narices en mis asuntos y con eso me bastaba para dejarlas ser todo lo que quisieran. Como si querían armar la tercera guerra mundial ahí dentro, qué se yo. Alcé las cejas cuando Anna se dirigió hacia mí y le sostuve la mirada en silencio, severa, quedándome de alguna forma con el dato a pesar de no soltar una respuesta concisa. No iba a buscarla y contarle mis problemas con el idiota al que me cargaba, eso no iba conmigo, pero hubo algo en ella que llegó a alcanzarme de alguna forma inesperada. Su actitud había sido desencadenada aparentemente por la preocupación sobre quien parecía una amiga preciada para ella, y respetaba eso por sobre todas las cosas. Yo no había sido muy diferente. Cuando aún tenía a alguien a quien proteger de compañías indeseadas. Detallé la figura de ambas al marcharse y volví la atención hacia la anfitriona. A pesar de mi aspecto hosco no era un puto monstruo, y la chica parecía verdaderamente afectada por toda esa escena. Me levanté del asiento, dejando el té sobre la mesa, y le di un golpe ligero a Gotho en el hombro, como una advertencia silenciosa. No me molesté en disculparme o despedirme porque yo no tenía nada que ver con su jodido problema, pero al menos podía concederle su espacio. Después de todo, no éramos más que unos intrusos en sus dominios. La gente como nosotros no pintaba nada allí.
El silencio se hizo casi agónico y cayó como una pesada losa cuando me quedé finalmente sola en el invernadero. Ni siquiera podía percibir el murmullo del viento o el aroma de las flores. Estaba entumecida, fuera de mí misma. Quebrándome como la muñequita de porcelana que decían que era. A la deriva, en aguas embravecidas y zozobraba entre las olas sin poder nadar, luchar, sin nada a lo que aferrarme. Nada de aquello que solía calmarme o aliviar la pesadez en mi pecho parecía poder liberarme ahora de las garras de mis propios demonios. No cuando los tenía en frente. No cuando podía mirarlos a los ojos. Eran retazos de mí misma. Mi egoísmo, mi irresponsabilidad, mi templanza, mi optimismo. Mi actitud idealista. Mi confianza en el género humano. Incluso aquellas buenas cualidades se habían convertido en pesadas cargas y fuentes constantes de sufrimiento. Y todo había empezado porque sentía. Porque sentía con intensidad. Porque lo sentía todo. Qué irónico. Lo que siempre había deseado era la felicidad de otros. Asegurarme de su bienestar, de que las cosas estuviesen bien. Mantener el equilibrio, el orden, como si tuviese la necesidad o el deber de hacerlo. ¿Pero para qué? ¿Qué necesidad tenía de hacer tal cosa? ¿Qué me motivaba o me movía a actuar en favor de alguien más? Estaba dando palos de ciego tratando de encontrar mi lugar en el mundo. Una zona de confort, un rincón al que acudir cuando todo se sentía demasiado pesado e insoportable. Había intentado serlo para todos. El refugio, la zona de confort. La luz en las sombras. Realmente lo había intentado. Pero me había sobrestimado a mí misma y fallado miserablemente. Mi mirada desencantada viajó hasta las tazas de té. Cinco. Dispuestas de forma ordenada sobre la mesa. Una estampa idílica... como un cuadro de acuarelas. Y una mierda. Simplemente no encajaba. Solo eran piezas sueltas de un puzzle del que ya no me sentía parte. Ni la ola de Kanagawa representaría tanta ira desatada. El grito me nació en el fondo del pecho, un rugido de frustración, de ira desgarrada. Con el brazo arrasé con las tazas haciendo que se rompiesen anárquicamente contra el suelo. Los pedazos de cerámica y el té se dispersaron caóticamente sobre la piedra. Rojo sucio. Rojo sangre. Como los cortes de Kurosawa. Me dejé caer al suelo y allí permanecí de rodillas, trémula, abrazada a mí misma. Los mechones oscuros me rozaron las mejillas. Ojalá me arrancaran las emociones. Los sentimientos. Todo el amor que tenía dentro del pecho.
Konoe Suzumiya La seguí por gran parte de la academia. El aire me había empezado a arder en los pulmones, pesado, porque generalmente no estaba acostumbrada a correr tanto. Y no sabía en qué momento exacto había terminado haciéndolo. Más y más rápido. No veía por dónde iba simplemente seguía su silueta como si se me fuese la vida ello. Mamiya-san no parecía tener intenciones de detenerse. Avanzaba sin rumbo fijo, solo buscando alejarse. Era evidente que no quería verme, que trataba de huir de mí... pero sentía que si dejaba ir su mano la perdería para siempre. Era un pensamiento catastrofista... ¿pero acaso podía pensar algo más? ¿Acaso desde que había empezado el curso había tenido la oportunidad de pensar en algo más? Probablemente era un sentimiento paranoico, motivado por la pura ansiedad, por el miedo, por la angustia. Pero no quería perderla. No podía perder lo único que realmente me quedaba. La única persona que había permanecido siempre a mi lado. Que había estado en mis buenos y malos momentos. Las apacibles tardes de té leyendo un libro. Cuando plantamos rosales en la parte de atrás del invernadero. El Hanami del año anterior; el pequeño picnic bajo la lluvia de pétalos de cerezo. Todo. No podía perderlo. La luz anaranjada del atarceder cubría el invernado de un apacible silencio. Caía como un ligero manto sobre la mesa, la fuente. El susurro del viento entre las hojas sonó ligero, casi procedente de otro mundo. Había vuelto a la casilla de salida. Allí nos conocimos. Durante sido un día soleado, a inicios de curso. La jardinería siempre había llamado poderosamente mi atención. Cuidar de las plantas, mimarlas y hacerlas crecer fuertes y hermosas. Me parecía una labor tan dadivosa, noble y abnegada. Cuando la vi por primera vez, la presidenta del club me recordó a una flor de hibisco. Su piel nacarada e impoluta, los grandes ojos azules llenos de templanza... la sonrisa sutil. Era hermosa y agradable. Sabía todo sobre plantas, flores, ornamentales o medicinales. Era inteligente, a veces sibilina, bastante terca. Y estaba sola. Siempre estaba sola. Hasta que yo me uní al club. —Mamiya-san—logré decirle al fin, deteniéndome. No podía correr más. El corazón amenazaba con estallarme en el pecho. Jadeé buscando recuperar el oxígeno, llenar de aire mis pulmones. Y al incorporarme sentí esa chispa. Nuevamente la sentí—. Lo siento. Realmente lo siento. Esta mañana no pretendía sonar tan brusca como lo hice. Estaba frustrada. Estaba molesta y enojada. Estaba triste. Y lo pagué contigo. —No importa Cerasus-chan. Comprendo que no quieras ir al Hanami conmigo. No es eso. Por dios, no es eso. —No, yo- —Preferirías ir con Welsh ¿verdad?—no me pasó desapercibida la amargura en su voz ni la tensión presente—. Siento no ser ella. Y entonces... las piezas encajaron como un puzzle. Siempre lo había tomado como una broma. Como parte de su carácter burlón, algo que podía hacer con cualquiera. Pero solo me abrazaba a mí. Solo flirteaba y bromeaba conmigo. Aprovechaba la más mínima oportunidad para tocarme, para sentirme cerca. La realización me golpeó con la contundencia de un mazo. Chispazo. —¿Por qué no me lo dijiste? —¿De qué hubiera servido?—replicó— ¿Crees que no me había dado cuenta de todo lo que significa ella para ti? La respiración se aceleró bruscamente. Quería llorar, quería gritar. Quería desgarrarme la garganta. —¿Por qué hiciste que me diese cuenta de mis sentimientos por Welsh? —¡Porque eso es lo que deseas cuando quieres a alguien!—se giró. Lo gritó. Y su semblante se contrajo en un rictus de dolor amargo. Tenía los ojos llenos de lágrimas, acuosas, que le dificultaban la visión y le caían por las mejillas enrojecidas. Y me pregunté por cuanto tiempo había estado así. Durante cuando había sufrido en silencio—. ¡Que sea feliz! ¡Pero no pensé que fuese a lastimarme tanto! No. No soy feliz. Lo siento. —¡Yo te...! No lo digas. No te atrevas a decir que me amas. —¡Mamiya-san, yo...! Acortó las distancias conmigo repentinamente y tomándome de las mejillas me besó sin vacilar. Probablemente fue un impulso, tal vez no pudo aguantarlo más tiempo. Quizás solo quiso silenciarme. Mi cuerpo se congeló al sentir el tacto cálido y suave de sus labios. Era un beso ligero, casi dulce, pero estaba impregnado de necesidad. De dudas. De miedo. Las manos de Ai recorrieron mi cintura y bajaron hasta mis caderas apretándome contra su cuerpo. Sus senos se presionaron contra los míos a través de la camisa del uniforme. No encontré la forma de negarme o de apartarla. Porque yo sabía perfectamente lo que era no ser correspondida. Lo doloroso y angustiante que resultaba tener la certeza de que la persona que amabas nunca iba a verte de la misma forma. Cuando quise percatarme su lengua se había colado entre mis labios y buscaba ansiosamente la mía. Era húmedo y caliente. Y le respondí. No debería estar haciendo eso. Repetiendo la historia. Cometiendo los mismos errores una y otra vez, incapaz de aprender de ellos. Debería decirle que no. Que no podía corresponderla. Que no sentía lo mismo. Que me olvidara, que me desechara de su vida. Eso era lo que debería estar haciendo. Pero me sentía tan vacía, tan rota, tan hecha pedazos y culpable que la dejé aferrarse a mí para que no terminara por romperse. Y yo me aferré a ella. Mamiya me presionó contra la mesa y su muslo encontró un lugar entre mis piernas. Me arrancó el aire de los pulmones. Sintí sus manos frías serpenteando bajo la camiseta del uniforme, sinuosas, nuevamente sin un rumbo fijo. Solo me tocaba. Había necesidad en su tacto. Y ardía. Y mi cuerpo respondía a sus caricias por instinto. Se acercó a mi oído, sibilina. Por primera vez me percaté de lo pesado que era cargar sobre los hombros los sentimientos de alguien más. Repulsivo. Quemaba. Me robaba las fuerzas. Su lengua se deslizó, húmeda y caliente por mi cuello sin ningún rumbo fijo. Estaba probándome y yo no se lo negué. Soltó el primer botón de la camisa. Y yo no se lo negué. Correspondí por inercia porque estaba hecha pedazos. Porque no quería perderla. Porque la quería incluso si no la quería como lo hacía ella. Y me pregunté si era lo mismo que había hecho Alisha cuando yo me le declaré. Si lo había hecho para no perderme. Si la había empujado hasta ese extremo. Y sentí asco de mí misma. —¿Puedo pedirte un favor?—cuestionó. Su voz no tuvo el tono dulce ni meloso que solía. Sonó ronca, agitada. El aliento caliente me cosquilleó el lóbulo de la oreja. Cuando habló casi suplicó, pude sentir la desesperación y la tristeza en su voz. Estaba impresa en casa nota. >>No pienses en ella. Los pedazos dispersos se quebraron hasta volverse irreconocibles. La sombra que vi en mi reflejo tomó mi lugar. Me cegó. Y el mundo seguía siendo rojo y negro.
Bueno, no tuve mucho tiempo para preocuparme, Dante había dicho que iría a la cafetería y parecía que Altan tenía la misma idea en la cabeza, ¡así que podrían acompañarse mutuamente! Me di cuenta también de la presencia de Shiori y la seguí con la mirada hasta que di con la cabellera castaña de Nagi. Vaya, esperaba... que todo saliese bien. Así que al final seguí a Kohaku hasta el objetivo que tuviese en mente, y no me sorprendió haber acabado en el Invernadero. Tenía que admitir que una punzada de culpabilidad me atravesó el pecho cuando alcanzamos la mesa del fondo, recordando lo sucedido la última vez. No tenía ni idea, en realidad, de lo que pasaba con Suzumiya-senpai, no todo por lo menos. Y quizás no tenía que haber dejado a Anna comportarse así cuando estuvimos aquí... Bueno, el daño estaba hecho, suponía. Ojalá poder disculparme con ella y todos los demás por lo que había sucedido en algún momento. Y, también, me preguntaba donde estaría Anna, ya de paso. Me dejé caer sobre la silla con un suspiro y miré al chico con una sonrisa, ignorando aquellas preocupaciones por el momento. El día anterior me había estado preguntando por Anna y aunque no lo mostrase, suponía que estaría preocupado por ella. Por otro lado, estaba teniendo el presentimiento de que la chica no le estaba dando mucha bola y eso no iba a ayudar en nada, así que... ¿para qué añadir más preocupaciones al asunto? —¿Y estuvo bien la siesta de ayer, senpai~? Contenido oculto Gigi Blanche ¿te han dicho alguna vez lo preciosa que eres? owo Yugen heyo baby, te etiqueto para que sepas que los pendejos están aquí, por si al final te apetece aventarte a Suzu con ellos uwu
A ver, me tomó un par de años, varios de hecho, acostumbrarme y aceptar finalmente el hecho de que tenía una intuición bastante aguda. No tenía idea si había venido así de fábrica o en cierto punto comencé a afilarla, lo cierto era que mi cerebro permaneció mucho tiempo reacio a valerse de una información tan, no lo sé, ¿incomprensible? Pero bueno, al final la experiencia me cerró la boca y aprendí a hacerme más caso. El intercambio en el pasillo no demostró nada extraño a vivas luces, de hecho Emily al parecer no se percató de ningún detalle atípico, pero una alarma vibró hasta tímida en mi cerebro y no tenía forma de conectar las piezas, me faltaba casi toda la información, sólo supe que había habido algo en Altan al dirigirse a Dante. ¿Me importaba? No realmente. Sólo era información que captaba y almacenaba, muchas veces inconexa, hasta que quizás algún día fuera capaz de darle forma, rotularla, lo que fuera. Así funcionaba desde siempre. Despedí a los muchachos sin más, se me había ocurrido invitar a Altan al invernadero pero entre la tontería y la aparición repentina de Kurosawa lo olvidé por completo. La niña siquiera reparó en mí, claro, no me tenía de nada, pero sus ojos me arrojaron una ráfaga de recuerdos encima que bien procesé desviando la mirada. Era ese jodido atardecer, un calco exacto del fuego que había llevado Yako encima. Como fuera, ni siquiera fue cuestión de recuperarme porque la impresión no logró desestabilizarme. Le sonreí a Emily, cálido, y la insté a seguirme con un movimiento de cabeza. Recorrimos la escuela en silencio hasta dar con el invernadero, le eché un vistazo por reflejo y noté que no había nadie. Un lugar tan lindo y tan desaprovechado, qué cosas. Emily se desplomó en una silla, seguí sus movimientos hasta que se quedó quieta y renové la sonrisa, yendo a la mesita de siempre para poner a hervir agua. —Muy bien~ Una pena que no se hayan quedado. —También dejé mis cosas ahí para luego preparar el té y me regresé junto a Emily con un tupper que dejé en la mesa, entre nosotros—. Dime, Hodges-san, ¿alguna vez comiste el postre antes que la comida?
Observé los movimientos del chico con bastante atención, sin perder mucho detalle, mientras iba a poner el agua a hervir y luego volvía a la mesa con algo en sus manos, una sonrisa ligera asomándome en los labios. A ver, las flores también eran bonitas de ver y eso, pero algo en movimiento era más interesante y llamativo, ¿v-vale? Y no sé, había algo satisfactorio en la calma con la caminaba, logrando transmitirme ese mismo sentimiento solo con observarlo. —Ah, también me sorprendió que al final Anna decidiese ir a clases, pero la verdad es que me alegró bastante~ —añadí, como quien no quiere la cosa—. Aunque me da pena habernos ido. Me incorporé un poco mejor en la silla y miré el tupper que había dejado en la mesa con cierto brillo de emoción en los ojos, ladeando la cabeza a cada lado un par de veces hasta dejarla inclinada hacia la derecha. >>¿Uhm? Si te soy sincera, creo que no —respondí con una ligera risilla, volviendo a levantar la vista hacia él al hablar—. Ya sabes, soy una buena chica así que me comía todo antes de disfrutar del postre. ¡Hasta las verduras, eh! Pero supongo que puedo romper esa regla también si me vas a ofrecer algún dulce de ahí~ Contenido oculto Perdón que está un poco pendejo el post, me duele la cabecita y quiero mimir (?)
Me quedé quieto mientras Emily inspeccionaba el tupper, intentando adivinar lo que tenía dentro. Seguí sus movimientos con una sonrisa de pura ternura impresa en el rostro y acabé por reír suavemente, cerrando los ojos. —Creo que la verdadera pregunta aquí es: ¿tenemos algo para almorzar? —Inspeccioné los alrededores de la mesa, encogiéndome de hombros—. Porque yo sólo traje té y... ¿Le puse un suspenso estúpido para bromear un poco? Pues claro, hacía un tiempo ya que me sentía realmente cómodo con la compañía de Emily y me permitía relajarme. Bueno, de cualquier forma llevaba desde el día uno molestándola. ¿Qué había cambiado? Cuánto le permitiría acercarse, quizá. Divertirme a costa de la gente era un pasatiempo algo cruel pero inofensivo, en definitiva, que practicaba asiduamente y que, por lo tanto, no iba de la mano con un nivel de confianza elevado ni nada parecido. Podía molestar desde a Anna hasta un imbécil promedio demasiado alcoholizado como para reaccionar. Pero la mierda de ayer, echarnos una manta encima y ponernos a hablar de mierdas reales, ¿solía hacerlo? Claro que no. Como fuera, acerqué las manos lentamente al tupper y le saqué la tapa de golpe, con una sonrisa por demás emocionada pegada a la cara. —¡Galletas! —presenté, mostrándole el contenido del envase a Emily—. Caseras, claro~ Aunque no, lamento decepcionarte, no las hice yo. Son de mi abuela. Las preparó ayer a la tarde y me dejó traer las que sobraron a la escuela. Obvio, quiero decir, ¿no era acaso su niño consentido?
Puede que Kohaku hubiese hecho aquella pausa dramática solo para molestarme un poco y siguiese preguntándome qué había traído, pero lo cierto es que sus palabras me hicieron darme cuenta de algo que me horrorizó. Me había dejado los almuerzos arriba como una estúpida. No me dio tiempo a decírselo al chico porque abrió la tapa del tupper antes de que pudiese abrir la boca y pues, bueno, no dejaba de ser una niña, ¿verdad? Noté como el rostro se me iluminaba y sin pensarlo ni un poquito me lancé de lleno a coger una y llevármela a los labios. —Mnh~ —solté, llevándome una mano hacia la mejilla y mostrándole una expresión de satisfacción al chico mientras probaba la galleta—. Está muy rica~ Oye, le tienes que pedir la receta a tu abuela por mí, por favor. Tienen un sabor diferente a las que yo hago, mhm. Y tras decir aquello, volví a darle otro mordisco, como para comprobar que definitivamente tenían un toque algo diferente que no sabía muy bien como definir. Claro, seguro que era algún truco que había aprendido con la experiencia o algo así.
Mantuve la sonrisa mientras degustaba las galletitas con muchas ganas y asentí, echándole un vistazo a la pava sólo para confirmar que aún no estuviera hirviendo. —Claro, luego le pregunto aunque, vaya, no prometo que abra la boca. Con las recetas de cocina y los trucos para curar el mal de ojo son bastante recelosas, ¿a que sí~? —Me incorporé, apoyando ambas palmas en la mesa, y reparé en los ojos de Emily—. Hodges-san, ¿quieres que vaya a buscar los almuerzos? Ya sabes, esos que te dejaste en el aula~ Ah, ¿no podía pasar cinco minutos sin molestarla? Claro que no. Era un pesado. Contenido oculto super shitty post chale sowwy
—¿Uhm? ¿En serio? Pues que pena, en realidad, porque podr- Había empezado a responderle justo después de que me diese él su propia respuesta, un poco demasiado concentrada en intentar descubrir qué tenía la galleta para prestarle toda la atención del mundo, pero tuve que cortarme a mitad de frase cuando encontró mis ojos y siguió hablando. Me atraganté con el trozo que tenía en la boca y tuve que toser unas cuantas veces, poniéndome en pie, antes poder reaccionar apropiadamente. Lo cierto es que aun no me había recuperado del todo pero al menos pude pronunciar alguna palabra con un hilo de voz. >>Y-ya voy yo. T-tú... ¡tienes que vigilar el té! Y como si esa excusa no tuviese cabida a réplica, me di la vuelta y me dirigí hacia el exterior del invernadero con paso rápido. ¿M-me había leído la mente o qué? * * * Volví después de un rato, ya habiendo bebido algo de agua en el camino, con la respiración agitada y un par de cajas de bento en las manos. Me había pegado una buena carrera por... pues no sabía muy bien por qué motivo, pero había llegado agotada así dejé las cajas con cuidado sobre la mesa y me tiré a la silla, echándome hacia delante sobre el cristal. >>A-aquí no ha pasado nada... Contenido oculto Asume que ha tardado lo que te apetezca la verdad (????