Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    El que iba a acabar muerto, eso sí, era el pobre Ishikawa entre Hodges y lo que sea que yo estaba haciendo, pero no era tampoco que me fuese a poner demasiado freno ya y estaba dicho, no confiaba en la puta silla.
    La voz del muchacho llamó mi atención y aunque no solté a Anna, giré el rostro para poder verlos, sonreí de puro reflejo y los despedí con un movimiento de la mano libre.

    Como la señorita pólvora en el culo no paraba quieta, cuando se despidió la silla se tambaleó y apreté el agarre en torno a su cintura.

    —Me voy a morir a los treinta con la tensión que me cargo, joder. No debe ser bueno para el cerebro además.

    Bueno, eso lo sabía.

    Su caricia me hizo liberar el aire contenido en un suspiro suave en realidad, como cuando acaricias a un gato que estaba durmiendo.

    Mirlo.

    Plumas negras tornasoladas.


    Anna había cortado la frase a medio camino y al principio temí que fuese porque, qué sé yo, no sintiese que pudiese hablar de lo que sea que había estado a punto de hacerlo pero cuando vi su sonrisa entendí que no era eso en realidad.
    Aún así enarqué una ceja cuando soltó el resto del teatro y se me escapó una risa.

    —Pero ni en coña usaría nadie la palabra príncipe en la misma oración que mi persona, pero venga.


    Era más parecido al dragón de las historias.

    Para príncipes habían tontos como Amery.


    En cualquier caso, ¿quería molestar? Pues bien.

    No le di mucho tiempo a nada en realidad, de nuevo apreté un poco el agarre en torno a su cuerpo y la alcé de la silla, prácticamente echándomela al hombro. Contuve la risa y segundos después la bajé con cuidado.

    —Bueno, princesa, ya la ominosa montaña quedó atrás~
     
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  2.  
    Gigi Blanche

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    Cuando la silla se tambaleó y Altan afianzó el agarre se me escapó una risa divertida, pues me veía venir la queja y cuando efectivamente dijo lo de morirse a los treinta me reí aún más.

    —Ya relaja, Al, todo va a estar bien —le dije, dándole palmaditas en el hombro—. Además ¡puedo parecer tonta pero soy bastante ágil!

    Como fuera, se subió a mi broma sin mayores demoras y le rodeé el cuello con los brazos hasta que apareció el suelo bajo mis pies. Lo dejé ir, un poquito a regañadientes, y ejecuté una reverencia de agradecimiento sosteniendo el borde de mi falda para dar por finalizado el teatro. Eché un vistazo a mi alrededor, había de repente un silencio casi mortífero y el atardecer se había comenzado a teñir de un rosado suave. Le concedí una sonrisa breve antes de caminar hasta uno de los canteros y empezar a recorrerlo sin un objetivo demasiado específico, con las manos entrelazadas a la espalda y murmurando una canción en voz baja.

    Me incliné sobre los jazmines y aspiré su aroma. Busqué los ojos de Altan para sonreírle y seguir andando, rozando las diferentes flores apenas con la yema de los dedos. No sentía una conexión tan especial como Kohaku con las plantas y definitivamente no almacenaba ni la mitad de la información, pero no dejaba de ser una niña que se había echado la mitad de su vida corriendo por el césped descalza. La naturaleza me silenciaba el alma y ahuyentaba los monstruos.

    —Hay muchos mirlos allá, especialmente en zonas rurales. —Mi voz se asemejaba más bien a un murmullo suave, no había necesidad de alzar el tono y, en definitiva, estaba tranquila—. Mamá es japonesa, nació en el seno de una familia bastante estirada y siempre fue la oveja negra. No sé bien la edad, creo que a los diecinueve se le aflojó un tornillo y se fue literalmente a la mierda. Al otro lado del mundo, siendo precisos.

    Ese invernadero era en verdad precioso. Me detuve un momento al oír el trinar de unos pajarillos y alcé la vista al techo de vidrio. Las nubes grises se arrastraban con pereza y el cielo, donde la oscuridad iba ganando terreno, empezó a limpiar. Suspiré antes de seguir recorriendo.

    —Papá es hijo de inmigrantes italianos, más pobres que la mierda. No pudo terminar la secundaria, tuvo que trabajar para no morirse de hambre y más o menos a nuestra edad se topó con los idiotas que se convertirían en su vida entera. El arte fue lo único que lo mantuvo lejos de las villas y la droga, y entonces se fue de casa. Se hizo básicamente nómada.

    Mierda, se me había soltado la lengua con una facilidad increíble. ¿Siquiera le importaría a Altan todo eso? Qué sabía yo, tampoco me interesaba. Me sentía lo suficientemente relajada para hablar y hablar sin preocuparme de nada, y eso era lo fundamental.

    —Resultó que estos idiotas eran parte de una compañía de circo, iban viajando a lo largo y ancho del país presentándose donde les apeteciera y de vez en cuando levantaban gente perdida, como mi viejo. Unos cuantos años después pasó lo mismo con mamá, y se enamoraron como en la película más cliché de Disney. —Ni siquiera me molesté en disimular la sonrisa que curvó mis labios al pensar en ellos, al recordar cómo se miraban y con cuánta dulzura se hablaban—. Y bueno, ya te imaginarás por dónde vienen los tiros.

    Solté una risa algo vaga y empecé a intercalar mis pasos con algunos brincos de tanto en tanto, como si la brisa hubiera empezado a soplar sin música, sin darme cuenta, y mi cuerpo respondiera solo.

    —Soy un bicho de circo —definí, recogiendo una peonía que estaba caída sobre la tierra, y empecé a hacerla girar entre mis dedos mientras caminaba con la liviandad de una pluma—. Vivía con mis viejos en una casa rodante, nunca estuve más de cinco meses en un mismo lugar y honestamente ya perdí la cuenta de todas las escuelas a las que fui. Me incorporé a los espectáculos desde que era un piojo de, no sé, ¿seis años? Probando diferentes cosas, yendo aquí y allá, hasta que finalmente di con lo que más he amado hacer. —Busqué su mirada un breve instante antes de agregar—: Trapecio.

    Es una disciplina considerada dentro de la familia de danzas aéreas, y pensarlo me resultaba bastante hilarante considerando que ahora, aunque estuviera atada al suelo, igual le llamaba brisa a toda la mierda como si en cualquier momento pudiera remontar vuelo. Como si albergara la eterna esperanza de recuperar las alas y surcar los cielos otra vez.

    —¡Era bastante peligroso! —agregué, riendo—. Así que te recomiendo relajar un poco el culo, que he hecho mierdas mucho más arriesgadas que subirme a una silla o un taburete. Si te fijas bien, de hecho, tengo las piernas, las rodillas llenas de cicatrices. Me vivía cayendo, cortando, raspando, me he doblado el tobillo unas dos o tres veces, ¡y mira! Vivita y coleando.

    Se me aflojó el pecho de un suspiro pesado y bajé los brazos que había alzado, volviendo a entrelazarlos tras mi espalda. En verdad era como un animalillo salvaje, y nunca había cobrado dimensión de ello hasta que me encadenaron a Japón y me topé con, bueno, la vida real, rutinaria y segura del ciudadano promedio. Cuando me topé con los estúpidos estándares y descubrí que no era nada de lo que este país esperaría de una jovencita.

    Más o menos me adapté, aunque fuera a base de golpes y el haber caminado tanto tiempo a ciegas me hubiera lanzado directamente a la madriguera de las serpientes.

    Me adapté y aprendí a disimularlo, aunque el núcleo de mi corazón probablemente jamás cambiara.

    Venga, había hablado como una radio descompuesta. Decidí cerrar la boca y giré sobre los talones para encarar a Altan, sonreírle y extenderle la peonía. Se había separado de su fuente de vida y estaba condenada a morir, pero seguía siendo tan hermosa y delicada.

    —Y bueno, que los mirlos siempre se posaban en la tienda, o en los cordones de ropa, o sobre el techo de la casa. Son absolutamente negros, del más puro carbón, y la luz del sol les arrancaba destellos tornasolados cada vez que se movían al menos un centímetro. Siempre me quedaba prendada viéndolos porque...

    Deslicé la mirada hacia su cabello y me puse de puntillas para revolvérselo apenas, con mimo.

    —Porque se veían preciosos.
     
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  3.  
    Zireael

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    Is there anybody out there looking out for me?
    Just say you want me, just say you need me.
    Is there anybody out there looking out for me?
    Does anybody need me?
    .

    Is every last soul just fucking me over?
    .
    All my pride is in my praise
    I hum along with this vibration
    and hope to god I make it.
    Altan c2.png
    ¿Qué me relajara? Y una mierda. Era como si esa palabra no encontrara dónde hacerse lugar en mi cabeza a pesar de lo sosegado y centrado que podía parecer a veces, cuando las aguas lograban perder fuerza. Si lograba sentir calma alguna era una cosa de segundos y luego parecía que yo mismo me encargaba de desaparecerla, cuando no era el caso aparecían idiotas como Cerbero, como Gotho, Astaroth y el jodido Tomoya.

    Cuando empezó a caminar la seguí con la vista antes de comenzar a caminar también, luego de haber hundido las manos en los bolsillos de la chaqueta. No tenía la misma energía que ella se cargaba ni por asomo, pero le sonreía casi por reflejo, sin molestarme en pensarlo siquiera. Me detuve en los jazmines luego de que Anna los dejara atrás.

    Amor y amabilidad.

    ¿Humildad, quizás?

    En cualquier caso sus palabras empezaron a llegar a mí, tranquilas, de nuevo como el calor de una fogata a mitad del bosque helado. Escucharla era reconfortante de alguna manera, era parecido al arrullo de las olas, el repiquetear de la madera al ser consumida. No creí que lo hiciera, pero allí estaba soltándome todo, sin atisbo alguno de duda, entregándome de nuevo aquella confianza estúpida, prácticamente ciega.

    ¿Y qué iba a hacer además de escuchar y archivar? Escuchar y archivar. Escuchar y archivar.

    Madre japonesa, se había ido a la mierda teniendo apenas un par de años más que yo. Padre hijo de... migrantes italianos, pero sin un duro encima.

    Arte. Nómada.

    Circo.

    Soy un bicho de circo.

    Estúpida, eres artista. Eso es lo que eres.


    La vi recoger la peonia mientras continuaba siguiendo sus pasos en silencio, prestándole atención a sus palabras y a sus movimientos. La cabeza volvió a arrojarme la sensación de que debía, de una vez por todas, regresar al agujero oscuro del que había salido y quedarme allí, en lugar de estar compartiendo espacio con el jodido sol, pero no sé ni cómo logré ignorarlo lo suficiente para no perder el hilo de las palabras de Anna.

    Trapecio.

    No pude contenerlo, realmente no, se me escapó una risa directo del pecho y detuve la vista en ella después, con una mezcla de diversión y ternura que no supe de dónde mierdas había salido.

    —Lo pensé, lo pensé en el jodido cuarto de mierda —solté sin molestarme en disimular nada porque estábamos allí solos y alcé la vista al techo del invernadero, por donde se colaban los rayos de sol—. Anna, tienes la cabeza floja y te balanceas sobre un pozo oscuro como una maldita trapecista, sin pensar siquiera en el peligro que representa. Lo llevas grabado a fuego, Dios, como todos los artistas.

    No me había reído con malicia, de hecho la diversión que se me había colado era directamente dirigida hacia mí mismo, a cómo había terminado por hacer esa lectura de la jodida nada, sin tener ni un solo detalle todavía de su vida hasta que se la tuvieron que arrastrar a Japón y ahora que lo sabía, mierda, era tan acertado que casi daba miedo.

    Cuando bajé la vista de regreso a ella estaba extendiendo la peonía, dudé de forma visible pero al final la tomé mientras, de nuevo, solo la escuchaba.

    Suerte.

    Fortuna.

    Felicidad.

    Son absolutamente negros, del más puro carbón.

    Destellos tornasolados.

    Recibí su caricia sin más, pero lo último que dijo fue lo que sin permiso de nadie me arrojó al otro espectro de repente y la sonrisa, antes tranquila, recuperó algo del aire que había tenido en el jodido rellano y en el cuarto oscuro. Me incliné apenas hacia ella, con movimientos suaves.

    —¿Qué haces comparándome con un mirlo entonces, An? —murmuré antes de retroceder.

    La rodeé sin decir nada más, hasta estar a su espalda, deslicé los dedos por su cabello, arrastrando una parte hacia atrás y luego lo dejé libre de nuevo. La peonia había perdido gran parte del tallo al haber caído por su propio peso, así que realmente no pude hacer lo que había pensado y al final solo deslicé los brazos por sus hombros, echándole algo de mi peso encima como había hecho antes y sostuve la flor frente a ambos, con aires algo distraídos.

    —No esperes que me relaje, aunque me hayas contado todo y sepa que puedo hacerlo —dije entonces, presionándola un poco contra mí—. A veces las cosas que nos confían los demás solo alimentan nuestros miedos, ¿no lo has pensado? Este no es el caso, pero a veces pasa.

    El pasillo vacío.

    La hiena.

    La dejé ir entonces, volviendo a entregarle la peonia y me alejé un par de pasos, apenas para deslizar la atención sobre las plantas de nuevo. Me acuclillé frente a un grupillo de flores que realmente no supe por qué llamó mi atención. Un arbusto bajo, nada fuera de lo normal, las flores eran de un amarillo puro. Me costó un poco recordar el nombre: prímulas.

    Primrose.

    —Creo que es obvio que no sé relajarme y esas cosas. Mi madre tiene mal genio italiano y mi padre un cerebro de archivo que al parecer pasó a mí directamente, es frío y extraño, almacena un montón de mierdas y no me deja tampoco tomar casi nada con la misma ligereza que el resto de la gente. Es mucho más parecido a una máquina, a un jodido procesador o un CPU de lo que me gustaría admitir. ¿Así debería imaginar la mente adulta? No lo sé. —Puede que Mamiya fuese a cortarme las pelotas si se daba cuenta, pero no estaba allí, así que estiré la mano, me hice con una de las prímulas antes de incorporarme y regresar con Anna—. El mundo parece un tablero o una tela de araña, puede volverse extremadamente aburrido de vez en cuando y otras veces da miedo a secas y me hace pensar en que quizás papá pasó por lo mismo y también mi abuelo y quién sabe cuántos detrás; pero está bien, creo, quiero pensar que todos encontraron a las personas que los ayudaron a dejar de funcionar como máquinas y quizás yo esté teniendo la misma suerte.

    Volví a correrle algo del cabello, del lado que no significara que se le viese la marca del cuello, y le deslicé la flor detrás de la oreja antes de dedicarle una sonrisa distinta a la anterior, dejando de lado toda la tontería.

    —Estás confiando en mí y si es así, tal vez debería dejar de pensar que pertenezco al cuarto oscuro, a quién sabe qué hueco del infierno —admití entonces, quizás un poco regañadientes antes de añadir algo más—. Encima ahora puedo alardear que una de mis amigas fue trapecista~
     
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  4.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    You fill my head with pieces of a song I can't get out.
    .
    Can I take you to a moment where the fields are painted gold,
    And the trees are filled with memories of the feelings never told?
    When the evening pulls the sun down,
    and the day is almost through.
    .
    Can I be close to you?

    Coso-de-Anna-GIF-6.gif
    Altan me siguió durante todo el rato, no caminaba a la par sino unos pasos por detrás y me hizo preguntarme si acaso creería que ese era su lugar predestinado o algo así, al menos con ciertas personas, ya que lo hacía con frecuencia. Una sombra, un perro guardián, acaso, aunque se moviera con el sigilo de un gato. No había realmente indicios de su presencia cuando mantenía la vista al frente y puede que esa fuera la razón de estar buscando sus ojos a cada rato.

    Como si fuera a abandonarme.

    O sencillamente evaporarse en el aire.


    No iba a negar mi estúpida necesidad de compañía, de hecho era la primera en reconocerlo e identificarlo como una falla, un defecto a corregir. Y era extraño. No lo sentía, no lo oía, no lo veía, pero sabía que estaba ahí. Era casi una fe ciega, como la que se rinde en cultos y religiones.

    Era aferrarse.

    Dios, ya calla.

    Su risa me arrancó de mi eje por un instante, en lo que me tardé para girarme y verlo. No sonaba burlona, pero así y todo el miedo escaló por mi garganta y me arrojó el frío helado de la pequeña vocecilla que había silenciado a la fuerza, esa que había estado chillando ya cállate, vas a ahuyentarlo, se reirá de ti. Puede que algo del miedo se haya filtrado en mi expresión, no era fácil de controlar y tendía a ser bastante transparente con esas cosas. Aguardé, sin embargo, a que le diera forma y algún sentido a su reacción.

    Lo pensé, lo pensé en el jodido cuarto de mierda.

    ¿Ah?

    Anna, tienes la cabeza floja y te balanceas sobre un pozo oscuro como una maldita trapecista, sin pensar siquiera en el peligro que representa. Lo llevas grabado a fuego, Dios.

    Como todos los artistas.

    Artista.


    Esa estúpida palabra con la cual, por alguna razón, siempre me resistía a identificarme. ¿Es que las risas y las burlas habían calado tan hondo que fueron capaces de robarme hasta la última pizca de orgullo? Si ese fuera el caso, ¿cómo rayos iba a recuperarlo? De cualquier forma, logré relajarme y me reprendí mentalmente por haberme asustado tanto. Tenía razón, ¿verdad? La había tenido cuando decidí abrir la boca y más me valía no dejarme ahuyentar por otras mierdas, porque Altan me escuchó de principio a fin, a mí, la radio descompuesta. Ni siquiera diciéndome cabeza floja o suicida a secas conseguía activar las alarmas, y no entendía muy bien cómo funcionaba toda la cuestión pero allí estaba.

    Me había dicho artista, y el simple hecho de oírlo en boca ajena me ayudó a sentir que quizá, sólo quizá lo mereciera.

    Su sonrisa mutó luego de aceptar la peonía, ya la había visto lo suficiente para adivinar sus intenciones y como el maldito espejo que era, la reflejé luego de pestañear y amoldarme a sus bordes en apenas un segundo. Teníamos esa facilidad irrisoria para cambiar de máscaras y cuando te topabas con un zorro de la misma calaña, las manías saltaban a la vista y destacaban como pintura fluorescente.

    ¿Qué haces comparándome con un mirlo entonces, An?

    Seguí sus movimientos todo lo que me fue posible sin despegar los pies del suelo y cerré los ojos al sentir sus manos en mi cabello. El cabrón me lo tocaba tanto que iba a terminar engrasándolo, pero vaya, no sería quien se queje.

    —Eres como un ave negra, o un gato negro, o bueno, casi cualquier animal negro, creo. —Solté una risa floja mientras creía adivinar sus intenciones frustradas; ¿había querido colocar la peonía en mi cabello? Qué romántico—. Vas mutando entre ellos y así como a veces pareces una pantera, todo enorme y amenazante, a veces también eres un mirlo, ya sabes, bonito y acariciable, o un gato. Arisco por momentos, mimoso por otros. Como ahora —destaqué, en una especie de ronroneo satisfecho al sentir que me echaba su peso encima y, con él, parte de su calor.

    Observé la peonía que sostenía frente a ambos por puro reflejo y lo escuché en silencio. Era, por lo general, un cúmulo de energía volátil y errática, pero cuando Altan abría la boca siempre prestaba atención a sus palabras.

    A veces las cosas que nos confían los demás solo alimentan nuestros miedos, ¿no lo has pensado?

    Claro que sí, cariño. ¿Por qué piensas que no te he dicho una palabra sobre Tomoya?

    Este no es el caso, pero a veces pasa.
    No quiero arrastrarte a mi mierda y preocuparte, porque sé que lo harás.

    Me había hecho pequeña, diminuta entre sus brazos, y cuando me presionó contra él tuve este reflejo de gato mimoso de removerme suavemente. Me dejó ir, sin embargo, y lo dejé correr aunque una parte de mí podría haberse quedado allí por horas. Busqué sus ojos para sonreírle y acepté sin mayores complicaciones la peonía cuando me la devolvió, viéndolo acuclillarse frente a un cantero desde mi posición. Hice a la flor girar entre mis dedos y me la llevé a la nariz, impregnándome de su aroma, memorizándolo.

    Supe que era su turno de hablar o algo así, funcionábamos bajo una lógica similar desde el viernes, en la enfermería. Oír al otro nos arrojaba esta noción de responsabilidad o privilegio, quizá, de también abrirnos y confiarnos pedacitos de... alma, si se quiere. O corazón.

    ¿Un cerebro de archivo? Bueno, creo que en cierta forma ya lo sabía, cuando se había puesto a hablar del sistema endocrino de un momento a otro como si tuviera toda la información del mundo al alcance de una sinapsis.

    ¿Que si así era la mente adulta? Diría que no, en todo caso así era el cerebro de ciertas personas bendecidas o malditas por los genes. Es decir, sin importar cuántos libros me comiera estaba segura que ni en mi mayor esplendor adulto sería capaz de recordar la maldita composición química de un cigarro. Y a todo esto, ¿pesaría? ¿Sería pesado un cerebro así? Lleno de mierdas, lleno de ruido, quizá. La sobrecarga de información existía y de hecho hoy día era moneda de todos los días, ¿y qué generaba? Anulación, efecto rebote. Era un bombardeo y como tal, su principal efecto resultaba por demás destructivo.

    El mundo era un tablero. Rumié entre sus palabras mientras lo veía arrancar una flor y volver junto a mí.

    Quiero pensar que todos encontraron a las personas que los ayudaron a dejar de funcionar como máquinas,

    y quizás yo esté teniendo la misma suerte.

    Me arrebató una sonrisa sin tregua y cerré los ojos un momento, cuando lo sentí colocarme el cabello detrás de la oreja y acomodar allí la flor. No tenía su maldito archivo, no sabía el nombre de esa planta así como, en verdad, no sabía casi nada del mundo que me rodeaba. Había vivido toda mi vida en ese espacio grisáceo, de misterio y reverencia, y creo que pude imaginar cómo sería tener sobre mi cuello la cabeza de Altan. ¿Un poco de ignorancia no era, acaso, ingrediente fundamental de la felicidad?

    Siempre había sido un poco tonta y despistada, y como tal no tenía la menor idea qué podría hacer para ayudar o colaborar con el cerebro de archivo de Altan. Pero sabía, al menos, que el mundo no se resumía a código binario, a blancos y negros, datos fácticos y fechas. En el mundo había energías, había arte, interpretación, locura y sentimientos. El mundo estaba lleno de fuego y de hielo, de tierra y aire, era naturaleza, fuerza y prácticamente exigía rendirse a su poder para llevarlo adelante sin enloquecer.

    Y lo pensé.

    Que el mundo de Altan fuera opaco y frío, quizá de agua, incluso... acromático.

    Y yo tenía este fuego.

    Estás confiando en mí y si es así, tal vez debería dejar de pensar que pertenezco al cuarto oscuro, a quién sabe qué hueco del infierno.

    —No sé por qué confío en ti —le solté, un poco de repente, y busqué sus manos para darles un apretón cálido—. Pero hay tanto que no sé, tanto que no entiendo, y no necesito comprenderlo para admirarlo, amarlo o sentir que le pertenezco. Sé que tengo derecho a habitar esta tierra y sé que puedo conectarme con ella de formas para las cuales quizá nunca encuentre palabras. —Comencé a balancearme suavemente, de lado a lado, y lo arrastré conmigo por el espacio del invernadero—. ¿Adónde pertenecemos? Eso sólo depende de ti, Al. Yo, personalmente, no pertenezco a ningún lugar concreto. Puede que una porción enorme de mi corazón esté en Argentina, pero eso no es por la tierra en sí, sino por las personas que viven allí y como tal, me gusta creer que puedo pertenecer a cualquier parte. Que mi corazón es lo suficientemente grande para albergar gente de aquí, gente de allá, toda la gente que sepa alcanzarlo.

    En un momento me detuve y lo atraje hacia mí para apoyar una mano sobre su pecho. Le sonreí.

    —Tendrás cerebro de archivo, pero también tienes corazón, Al, eso ya te exime por completo de ser una máquina. Y puede que parezcan fuerzas dicotómicas pero no tienen por qué repelerse, así como no tienes que pertenecer a un cuarto oscuro, al cielo o al infierno. Puedes estar en todas partes al mismo tiempo y en ningún lugar como tal, o puedes limitarte a un pequeño hogar y encontrar allí la felicidad. Y eso no te lo dirá el cerebro, ¿sabes?

    Alcancé su mejilla, las plumas negras me hicieron cosquillas y deslicé el pulgar con profundo cariño.

    —Ese trabajo es de tu corazón.
     
    Última edición: 16 Noviembre 2020
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    Zireael

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    I know you're chokin' on your fears.
    Already told you I'm right here,
    I will stay by your side every night.
    .
    I don't know why you hide from the one
    and close your eyes to the one,
    mess up and lie to the one that you love.
    When you know you can cry to the one.
    Always confide in the one.
    You can be kind to the one that you love.
    Altan c2.png
    Vi el miedo que le cruzó en la cara cuando me reí a pesar de que no lo hice con mala intención y entendí de repente que si había contado eso alguna vez la habían destrozado a mordidas por ello, porque la gente podía ser extremadamente cruel, y al final por eso quizás era que se había encerrado de aquella manera, transformándose en el animal arisco que había terminado por ser amansado por Jez en cosa de horas.
    Para mi suerte nunca había pasado por eso y me tranquilizaba el alma que aunque era de agarrarme a hostias con todo dios, no había sido tampoco de los que se burlaban de los demás. En su lugar había sido el imbécil que defendió a Jez de aquel grupo de idiotas.
    En gran parte porque era introvertido como la mierda, al punto de retraerme de los demás como ya había venido pensando durante todo el día y por otro porque... Tenía, muy en el fondo, aquel maldito sentido de moralidad.

    Luego me reflejó con la facilidad de siempre, cuando me pasé de nuevo por el borde del pozo sobre el que ella se balanceaba en su trapecio, y estuve apunto de lanzarme de cabeza pero al final retrocedí porque en ese momento el calor de la fogata me resultaba mucho más necesario que el incendio sin control. Solo quería la calidez, el arrullo del fuego, aquella sensación de somnolencia que me caía encima al escucharla hablar con tranquilidad por una vez en el día o solo que me dejara tenerla entre mis brazos.

    Acaparador.

    Joder, ya basta.

    Pantera.

    Mirlo.

    Gato.


    Mentira no era, en lo más mínimo. Tenía esta facilidad estúpida para moverme entre figuras sin demasiado esfuerzo, como si viniera en el paquete del cerebro de archivo, como si tener toda aquella información me dice acceso a moverme entre símbolos, entre siluetas, y actuar en función a ellas. Tenía algunas más arraigadas que otras quizás, entre esas la de la pantera o el jodido lobo que había robado de los malditos inútiles de la calle, luego el gato arisco y mimoso de tanto en tanto, con la gente correcta.

    No sé por qué confío en ti.

    Ni idea, cielo, no tiene el mínimo sentido.

    Por un instante, como cuando Suzumiya me había alcanzado el brazo, sentí el impulso casi incontrolable de apartarme, fue un mero reflejo, una reacción a la luz cegadora otra vez pero al menos logré contenerlo y volver al centro, allí donde no tenía por qué reaccionar así al tacto de Anna por nada del mundo. Fue de esa forma que volví a dejarme arrastrar por ella, como había pasado en la enfermería, mientras volvía a prestarle toda mi atención y, para bien o para mal, tenía atención de sobra para darle.

    ¿A dónde pertenecía? Ella a ninguna parte y a todas a la vez.

    Nunca me había parado a pensar si pertenecía a alguna parte, de alguna manera no me preocupaba, no me quitaba el sueño y quizás era porque sentía en eso una correa más, como si no tuviese bastantes. ¿Hubiese sido distinto si me hubiesen arrancado de Japón, si a papá se le hubiese ido la cabeza y nos hubiésemos largado a Estados Unidos? Quizás o tal vez era porque igual mi sentido de pertenencia estaba atado a las personas que apreciaba, que para mi suerte estaban todas aquí, y por eso nunca me lo había cuestionado.

    Corazón decía.

    Eximir.

    Vaya palabra complicada, cariño.

    El problema es que no es el cerebro el que me envía al cuarto rojo y negro, de hecho.

    Nunca me envía solo el cerebro en lo que hago, de ser así no tendría la ira desmedida.


    Pero su caricia silenció las palabras que iba a soltar, que posiblemente fuesen a tambalear el argumento o obligarla a replantearlo. Cerré los ojos a la vez que busqué apoyar el rostro en su mano, como el gato que ya ella había señalado que podía ser, buscando todavía arrebatarle algo de calor.
    Podía apagarme de una forma completamente distinta a la que había pensado inicialmente, cuando hice la estupidez en el rellano, era como cuando tenías la suerte de dormir como una roca. Sin sueños, sin pesadillas, solo silencio que resultaba reconfortante.

    Y por eso, a pesar de todo, no me lo podía guardar.

    Separé el rostro para luego rodearla con los brazos, atraerla a mi pecho y apretarla suavemente, con mimo.

    —Lo vi —murmuré y el resto de las palabras me salieron en un tono de voz raro, como si fuese un mocoso que se dio cuenta de algo que no debía—, al lobo, hiena, yokai ya no sé qué cojones es. Salí de la clase con Suzu, no estabas ya en el pasillo y ella no había visto tu mensaje. Se apareció al final, cerca de las escaleras como un fantasma o una mierda así, y lo tenía escrito en toda la cara, su maldito nombre: Hideki Tomoya.

    No le había dicho de la llave maestra y todo lo demás, ¿cierto?

    —Creo que nunca en la vida había intentado marcar una línea de forma tan clara como cuando le vi la cara al hijo de puta. Y joder, el maldito miedo que me echó encima no saber dónde mierda te habías metido, por suerte Suzu al final leyó el mensaje, porque me le iba a poner al corte aunque no tuviese pruebas ni pistas ni una sola lectura de nada. —Se me escapó una risa sin gracia—. Malditas mierdas las que me encuentro por tener acceso a un mar de información y ser un resentido de cuidado.

    Había esculcado hasta encontrarlo.

    Sin saber que prácticamente lo tenía encima.

    Y sin tener la mínima idea de que había encontrado a Anna el viernes.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Un pensamiento me rayó la mente de repente, al verlo pegarse a mi mano y cerrar los ojos, pero intenté apartarlo de un jodido manotazo. Su rostro me recordó entonces a la expresión que tenía dormido y me pregunté si realmente habría sido capaz de alcanzar semejante grado de... tranquilidad. Si habría podido desconectar el archivo, silenciarlo y arrojarlo al fondo de su cerebro, al menos un rato, para ocuparse de otras cosas.

    Acaparador.

    De repente tuve la sensación de que su maldito archivo debía ser un jodido acaparador.

    ¿Acaso yo... podía ayudarlo?

    La idea encendió una pequeña chispa de calidez en mi pecho y me permití sonreír, viéndolo quizá con demasiado descaro mientras él era ajeno a ello. Entonces se separó lo justo y necesario para envolverme con sus brazos y aplasté la mejilla contra su pecho, alcanzando su espalda ya sin ninguna reflexión o segunda consideración. Entrecerré los ojos, era cálido y mi respiración se acompasó a la suya. Y el maldito pensamiento volvió a surgir, arrastrándose por los costados, arriba y abajo, como una enredadera o un nido de serpientes cerniéndose a cámara lenta.

    Miedo.

    Ilusión.

    Jez.

    Eso que tenía entre mis brazos,

    ¿no le pertenecía a Jez, acaso?

    Así y todo, no vi por dónde apartarme.

    Lo vi.

    ¿Huh? No tenía idea a qué se refería y, aún así, el cerebro se me activó y empezó a correr en puras direcciones caóticas, a mil por hora. Puede que hubiera interpretado las verdaderas intenciones detrás de aquel abrazo sin ser consciente de ello y ahora estaba allí, intentando darle forma a una idea tan vaga. Unos cuantos rostros y nombres desfilaron por mi mente y el peor de todos, el más improbable también, danzó frente a mis ojos y fruncí el ceño.

    No.

    Al lobo, hiena, yokai, ya no sé qué cojones es.

    Se apareció al final.

    Como un fantasma.

    Hideki Tomoya.

    Una maldita cuota de ansiedad, de miedo quizá, había ido reptando por mi cuerpo como putas enredaderas a medida que hablaba, y apenas soltó el nombre de la puta hiena apoyé ambas palmas sobre su pecho para separarme con cierta brusquedad y verlo a los ojos. No era buena ocultando emociones, lo sabía, pero ¿de qué me servía fingir demencia? Altan ya tenía la información que había intentado evitarle y eso era lo que más me preocupaba de todo el asunto. Había fallado manteniéndolo al margen, lo había arrastrado al fango y ahora... ahora...

    Miedo.

    Tú también lo sentiste, ¿verdad? Al verlo.

    El jodido escalofrío.

    Miedo.

    Miedo.

    Miedo.

    —¿Cómo lo sabes? —Me soltó el resto del contexto pero honestamente no le di mucho crédito, mi voz se asemejó a un susurro tenso, como si la maldita hiena pudiera estar oyéndonos incluso allí, en el invernadero—. Al, ¿cómo mierda sabes quién es?

    Y se me fue la cabeza.

    —¿Quién te dijo? —lo enfrenté, apretando un poco las manos sobre su camisa sin llegar a comprimirlas en puños; mis ojos desprendían una extraña mezcla de miedo y severidad—. ¿Fue Kohaku?
     
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    Zireael

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    No matter who you are or where you've been
    he is watching from the screen.
    Keeps a keen eye on the in-between,
    from the people to the queen.
    .
    And he will play God.
    .
    Am I mistaken or are we breaking
    under weight from the long time
    That he played God?
    Altan c2.png
    ¿Aprendería algún día a cerrar la boca de una vez por todas? Era improbable, lo sabía de sobra. Habían cosas que alcanzaba, información que obtenía que no podía solo guardarme porque sí, que era incorrecto reservar hasta las consecuencias últimas o eso creía. Eso era lo que había ocurrido con la mierda de Gotho y Suzumiya, era lo que estaba pasando ahora con la mierda de Tomoya.
    Si lo hubiese olvidado hasta el final del día quizás lo habría dejado estar, pero no, había tenido que recordarlo, seguir esculcando en la herida abierta y ver todos los malditos hilos.

    Y entonces, luego de soltar toda la mierda, lo supe. Supe que ella lo había visto antes que yo y de repente la misma sensación que tuve el jueves en la noche, cuando Jez me llamó para decirme que se iba y se había soltado a llorar, me corrió por cada centímetro de piel.

    Por dejarla sola.

    Por irte.

    Por no estar allí, como el puto perro guardián que se supone que eres.

    Por no levantar las murallas y dejar toda Micenas desprotegida.


    Tragué grueso, como si de repente la boca se me hubiese secado por completo y lo que tenía en lugar de lengua era un pedazo de esponja viejo, casi tostado que ya no hallaba por dónde recibir agua. Ni siquiera reaccioné cuando se separó de mí para mirarme, ni al tono de su voz o la severidad en sus ojos, todo lo que salió fue una risa extraña, todavía culpable y quizás hasta vacía. Al menos así fue hasta que el nombre de Ishikawa salió de su boca.

    ¿Por qué cojones tendría que habérmelo dicho él?

    —No, Ishikawa no abriría la boca tan fácil, ¿no crees? —La pregunta real era, ¿no lo viste? Pero no iba a decir eso justo en ese momento, porque se le podía aflojar la boquilla al cilindro de gas en cosa de segundos y tan estúpido tampoco era—. Nadie me lo dijo, lo... conseguí solo. Necesito que enfríes la cabeza un segundo, tan siquiera un poco para poder explicarte.

    Que soy un jodido intenso.

    Un acaparador.

    Un resentido.

    Un peligro absoluto.

    ¿Pero cómo mierda explicaba lo de Káiser?

    Inhalé con algo de fuerza, para luego estampar los labios sobre su flequillo a pesar de la forma en que me estaba enfrentando y cuando me separé traté de ordenar las palabras desperdigadas, todo lo que había hecho y cómo.

    —Papá lo llama Llave Maestra, aunque no es una como tal. Es... la telaraña, pero la que corre en las máquinas, en las computadoras, los móviles, las tabletas, la mierda que se te ocurra, en la web entera casi. Puedes pensar que, gracias al trabajo de mi padre, puedo llegar a ser una versión del estúpido de Google que te espía todo lo que publicas, la información que brindas y toda cosa que sueltes para jugar una tontería en Facebook o abrirte una cuenta en algún sitio. —Seguía hablando un poco como un mocoso atrapado con las manos en la masa—. Programas para instituciones, algunas redes sociales y tantas otras cosas, todo bajo la sombra de un solo Sonnen. Un imperio, si se quiere.

    Autoproclamado hijo del emperador.

    Hice una pausa algo más larga de nuevo buscando darle orden a todo, tratando de darle forma para que no sonara tan jodidamente extraño.

    —Usui no tenía vela en el entierro, ¿te diste cuenta? Es idiota, impulsivo y todo lo que quieras, pero mentiroso por deporte no parece, en general es transparente como un puto crío. La emoción que le cruce por el cerebro se le nota a leguas, sobre todo si tiene a Kurosawa cerca. No tengo idea ni me interesa el rol que cumplía en su momento en el desastre de Shibuya, pero ahora es la pieza floja de la estructura y con ella puedes arrastrarte a todos los demás con ayuda de la llave maestra y el conocimiento de la calle. Todos quieren algo en la vida, Anna, y si sabes dárselos puedes conseguir información importante y a veces, lo más importante, es la confirmación de algunos nombres. —Porque así funciona la guerra, así funciona la calle y así funcionamos los lobos, incluso los camuflados. Otra pausa, volví a tragar grueso, con la boca más seca que nunca y antes de continuar suspiré—. Conseguí varios, no interesa cuáles y ni siquiera les puse la suficiente atención para archivarlos en mi maldito cerebro con complejo de biblioteca universitaria, porque el importante parecía ser el de este jodido cabrón. Lo olvidé por completo luego de la mierda con Welsh el viernes en la noche y lo recordé de golpe antes en la enfermería, porque cuando dije lo de que Gotho era un jodido acosador los viste de nuevo... A los lobos.

    Me aparté el cabello de la frente con la mano derecha, pero lo cierto es que de repente estaba jodidamente tenso de nuevo. No había ira o terror, pero era tensión de todas maneras y empezaba a sentirlo en los músculos del cuello, en la base del cráneo y podía jurar que pronto iba a regresarme la migraña tensional.

    —En el mismo momento que lo recordé revisé algo que había dejado a medias el fin de semana, dónde se supone que estaba matriculado, suponiendo que estuviese recibiendo educación el imbécil y lo encontré... Justo debajo de mis narices, a la distancia perfecta para morder los tobillos y derribar a su presa. No contaba con verlo el mismo día en que descubrí eso.

    La solté, no lo hice de golpe, más bien fue gradual y me quedé allí frente a ella sin ser capaz de mirarla realmente porque sabía que toda esa mierda debía sonar terriblemente enferma y es que quizás lo era, estaba casi seguro. ¿Qué derecho tenía yo de buscarme a todos los jodidos de Shibuya por lo que le habían hecho? Ninguno, pero lo había terminado haciendo de todas maneras, enfrascado en eso y en la posibilidad remota de cobrar el daño terrible que habían causado los hijos de puta en algún momento. Quizás solo por el placer de tenerlos ubicados y tener la suerte de topar con alguno en un mal día, para írmeles encima con toda la intención.

    No importaba el motivo ya, el caso era que lo había hecho.

    —Anna, ya basta de hacer todo sola. —No tengo idea de por qué, pero fue casi un súplica—. Quisiste ayudar a Suzu, ¿me vas a dejar ayudarte a ti o tendré que irme por la misma puerta por la que entré?
     
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    Gigi Blanche

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    I don't fall slow like I used to, I fall straight down
    You've stolen my air catcher that kept me safe and sound

    My parachutes will guide me safely to ground
    But now the cord's not working and I see you staring me down

    Coso-de-Anna-GIF-6.gif
    Eso era lo que tenía la ira, ¿verdad? Puede que fuera su característica más peligrosa. Acaparaba y dominaba con tanta intensidad que se volvía rígida, imposible de moldear, como arcilla ya endurecida. La ira anulaba las posibilidades y sólo aceptaría lo que determinara valía la pena escuchar. No atendía a razones, no las que se escaparan a su propia lógica. Nunca.

    La risa que soltó Altan me aflojó un par de cables y fruncí aún más el ceño, aunque me mantuve en silencio. El otro problema con la ira era cuando se creía con el poder de engullir las demás emociones por una causa noble o qué se yo, casi como si me susurrara al oído este miedo, ¿no lo quieres? Puedo quitártelo de encima.

    Tenía razón, Kohaku no abriría la boca con tanta facilidad y lo sabía, pero en medio del pánico fue la única opción viable que cruzó mi mente. Él era a quien había arrastrado dentro de mi mierda, después de todo, cuando estaba demasiado asustada para salir sola al maldito pasillo. Por suerte Altan no indagó y se limitó a intentar explicarse. ¿Sería capaz de oírlo? ¿Las razones que me diera, que le escaparan a la lógica de mi ira? Solté el aire por la nariz como un toro cabreado, pero se inclinó para depositar un beso sobre mi flequillo y eso fue de bastante utilidad para mantenerme en eje.

    Escúchalo, Anna.

    No seas una puta cabeza dura por una vez en tu vida.

    Su explicación, por supuesto, no fue ni de cerca algo que esperara y, de hecho, era tan extraña y descabellada que anuló el cauce de la ira. Lo anuló por completo, pues tuve que lanzar todas mis neuronas al intento de seguirle el hilo. Esperaba cualquier mierda sobre Usui, de algún pandillero o lo que fuera, no... esto.

    Llave maestra.

    Una versión del estúpido de Google.
    Información.

    Redes sociales.

    Conocimiento de la calle.

    Confirmación de algunos nombres.

    Cuando dije lo de que Gotho era un jodido acosador los viste de nuevo... a los lobos.

    Me soltó lentamente, tampoco me sostenía ya la mirada y me pregunté si sería por vergüenza, resentimiento o qué. ¿Quizá sintiera que lo había obligado a vomitar un montón de mierdas que no le apetecían? Como fuera, eso había superado con creces mis expectativas y aunque aún no entendiera mucho, una simple palabra se alojó al frente de mi mente.

    Poder.

    No me miraba, por momentos se me asemejaba a un niño regañado y así y todo volvió a abrir la boca. Fue prácticamente un pedido disfrazado de queja, los cables habían vuelto a chispear y estuve a medio pelo de replicar cuando completó la idea con una lógica bastante... difícil de refutar. Si yo estaba dispuesta a hundirme en el barro con tal de salvar a Suzu, ¿qué diferencia haría él queriendo ayudarme a mí?

    Ninguna.

    Lo que ocurre es que no crees merecerlo.

    Y Altan no está solo, ¿verdad? Se quede contigo o te abandone.

    Tiene a Jez, a Kurosawa, las tenía desde antes.
    Deberías enfocarte en tus princesas, cariño.

    Yo no hice nada para merecerlo.

    El aire había comenzado a correr con fuerza hacia y desde mis pulmones, no fui consciente de ello hasta que separé los labios para decir algo y lo oí silbar como una cuchilla afilada. Retrocedí, no sé muy bien por qué, pero una mezcla insoportable de miedo, ira y quién sabe qué cosas mas se estaba presionando contra mis vías respiratorias y necesitaba calmarme. No quería otro maldito ataque. Retrocedí hasta dar con la mesa y me dejé caer sobre una silla, enterrando el rostro contra mi mano. Mi cerebro no se callaba, joder, no se callaba ni un maldito segundo. Cerré los ojos y me enfoqué en el mero acto de respirar hasta que pude normalizarme.

    —¿Por qué? —murmuré por fin, aún con la cara oculta—. ¿Por qué mierda hiciste todo eso? No tiene sentido.

    Tragué grueso, sentía la saliva pastosa y me pasé la mano por el rostro antes de finalmente descubrirlo y buscar sus ojos.

    —No hago las cosas sola, Al. Kohaku, Rei, Kakeru, no los conoces pero ya todos saben que el maldito hijo de puta está aquí. —Solté el aire de golpe y logré tragarme las lágrimas de pura rabia que quisieron salpicar—. Sólo no quería involucrarte a ti, o a Emi, o Suzu, Jez, cualquiera de los... amigos que hice aquí.

    Desvié la mirada hacia los canteros, pestañeando repetidas veces y regulando mi respiración para que la voz me saliera más compuesta, para que no fuera un hilo tenso, débil y patético de una niña asustada.

    —No quiero arrastrarlos a mi mierda, no tengo derecho ni ustedes la responsabilidad.
     
    Última edición: 17 Noviembre 2020
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    Zireael

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    So let me go,
    so let me die.
    'cause I'm to afraid to be alive.
    I'm giving up
    on everything.
    .
    I'm a junkie, I'm a monkey,
    I'm a panicked freak, and I'm over it.
    altan c2-1 (1).png
    Odiaba estar allí de repente, no por estar con ella ni nada, lo odiaba por la luz, el jodido atardecer que se había conseguido colar entre las nubes. Había luz y no había forma posible de que pudiese regresar a las sombras para fundirme con ellas, donde todo el poder al que podía ostentar seguía siendo invisible en su gran mayoría.

    Un poder que no se ajustaba a la luz.

    Jez lo sabía, obviamente, si encima su tío trabajaba para papá, luego Kurosawa también lo tenía claro pero no se lo había soltado realmente a nadie más nunca, mucho menos en esas condiciones.

    Egoísta.

    Posesivo.

    Acaparador.

    Rencoroso.

    Busqué a pesar de todo encogerme en mi lugar, allí a plena luz del atardecer, porque ya ni siquiera estaba logrando ajustarme para soportar el crepúsculo.

    Desajuste. Esa era la maldita palabra.

    Lo que había sentido toda la vida.

    ¿Lo había hecho pretendiendo tener la información para cobrar el daño que ella había recibido o sólo para tener objetivos claros sobre los que lanzar mi ira cuando tuviese oportunidad? Ahora no sabía, Anna estaba allí, le había soltado toda la mierda y me estaba haciendo trastabillar.

    ¿Por qué?

    Sí, Al, ¿por qué?

    ¿Por qué mierda hiciste todo eso?

    De nuevo busqué encogerme allí y arrugué los gestos sin siquiera darme cuenta, todavía con aquel aire de niño o más bien de perro regañado, incapaz de largarse nada más. Di un paso atrás de puro reflejo, que me acercó al centro del invernadero, donde estaba el estanque.

    —¿No te das cuenta? —murmuré y lo que sentí en la boca del estómago fue una mezcla de miedo visceral, rabia y dolor surgido de vete a saber dónde. Desvié la mirada de nuevo y lo solté, lo que llevaba todo el día arañándome la cabeza como un montón de insectos bajo la piel—. Soy un maldito acaparador.

    Fue un movimiento ansioso que no sentí como parte de mí, me hizo rascarme las raíces del cabello como solía haber Jez y creo, no tengo idea, que estuve a medio pelo de soltarme a llorar justo como ella. En el silencio de quien cree que no tiene derecho a hacerlo.

    —El conocimiento le arranca el color al mundo, todos y cada uno, hasta no dejar más que una plasta acromática. —Tenía que dejar esa manía de hablar así, con esas comparaciones, como si todo el mundo fuese a tomarlas en el aire—. Me soltaste parte de la mierda en la enfermería, ahora no puedes pretender que lo ignore. No puedo, este maldito cerebro, la máquina, corre por emoción cruda. Miedo, ira.

    Y eso fue lo que quedó.

    Eso era lo que había.

    —Si los tenía ubicados... ¿Qué me detenía de mover una manada invisible y cagarlos hasta las patas? ¿De cobrarme el daño que hicieron si, por vueltas de la vida, solo me encontraba a algún cabrón en la calle? —Tenía la saliva casi obstaculizándome la garganta.

    Enviar advertencias, mensajes, como los jodidos habían hecho con ella.

    Los nombres.

    Nombres de la gente que lo sabía.

    La puta pandilla de los cojones e Ishikawa ahí de colado.

    ¿Me ves cara de que me interese?

    Confiar en una bola de gente que no está aquí, donde está la jodida hiena.

    Solo está Ishikawa y el pobre chiquillo entró en absoluto distress antes, con lo de Gotho.

    —Me metí solo, lo hice y ya. ¿Tenía derecho? No. ¿Responsabilidad? Tampoco. Pero preferí decirte la verdad antes que seguir fingiendo demencia. —Jodida mierda, me ardían los ojos ya—. Puedo desaparecer si es lo que quieres.

    Las sombras están esperando después de todo.

    Desaparecer.

    Fundirme en las sombras.

    Fingir que no existí nunca.

    Ser invisible, como la telaraña del mundo.

    No era ni medio capaz ya de buscar su mirada, no creía de hecho poder decir una sola palabra más sin que todos mis fragmentos se esparcieran por el suelo. Volví a acuclillarme y volqué toda mi atención de nuevo en las plantas. En algunos insectos que andaban por allí, inofensivos en general, y me di cuenta entonces de lo que hacía.

    Mocoso retraído.

    Ensimismado.

    Alienado.
     
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    • Impaktado Impaktado x 1
  10.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Hey kid, you look much cooler on these drugs
    Fight kid, some motherfucker wants your blood
    And I'm not scared, I know this type of shit
    They want blood but they hate the taste of it
    And I know that everything's alright

    'Cause I'm alive
    But I'll kill myself when my worlds are coming down

    Coso-de-Anna-GIF-7.gif
    Ruido.

    Había muchísimo ruido, ¿verdad?

    Deslicé mi mirada hacia la figura de Altan, a la distancia, se veía de alguna manera pequeño y hasta indefenso. No lograba encontrar rastro alguno de la pantera, del lobo, de ningún depredador o, al menos, de la versión adulta de uno. Se asemejaba a un cachorro confundido e inexperto, que fue arrojado a un mundo cruel sin guía ni entendimiento y lleva años trastabillando.

    Sus palabras aún rebotaban en mi cerebro de acá para allá, activando diferentes circuitos y generando una interferencia homogénea, plana y grisácea. Como ruido blanco, o algo así. Era similar a los rastros de la tormenta que se había desatado en el preciso instante donde supe que tenía a la hiena frente a mis malditos ojos, era abrigo de pesadillas y era la madriguera del monstruo.

    ¿No te das cuenta?

    Soy un maldito acaparador.

    Acaparador.

    Ahí íbamos de vuelta. Nos desestabilizábamos, nos recomponíamos, danzábamos entre el agua y el fuego para centrarnos, respirar y volver a la realidad. Pero la primera corriente de aire podía sacudir nuestros cimientos y reiniciar la tormenta. Un incendio forestal o un maremoto, cargábamos una intensidad estúpida y en definitiva, como los acaparadores por excelencia que éramos, no hacíamos más que robar oxígeno.

    Yo para consumirlo.

    Él directamente no lo requería y lo ahogaba.

    El conocimiento le arranca el color al mundo, todos y cada uno, hasta no dejar más que una plasta acromática.

    Dios, Al, una parte de mí no quería creerlo pero... tú también, ¿verdad? A ti también se te escapan.

    Ahora no puedes pretender que lo ignore.

    Tienes razón, es mi culpa.

    Me metí solo, lo hice y ya.

    ¿Qué cojones, Al? ¿Por qué harías algo así por mí?

    Puedo desaparecer si es lo que quieres.

    Dios.

    No.

    Me incorporé casi de golpe, fue un efecto automático al escuchar sus últimas palabras prácticamente arrastradas por el espacio entre nosotros. Se había acuclillado junto a las plantas, me estaba dando la espalda y, Dios, no soy capaz de explicar el terror que me corrió por las venas. ¿Qué habría hecho si acababa empujándolo lejos, si Altan daba media vuelta y se retiraba del invernadero? ¿Cómo iba a buscarlo luego? ¿Con qué maldito derecho? Joder, me habría destrozado por completo, sentía que había estado a medio paso de ese abismo y, lo peor, que yo sola me había puesto ahí.

    Recorrí el invernadero casi al trote y prácticamente me lancé sobre su espalda. Lo rodeé con los brazos, enterré el rostro en su plumaje negro y meneé la cabeza una y otra, y otra vez, en absoluto silencio. Fue tocarlo y el maldito ruido blanco disminuyó.

    Dios, qué puto peligro.

    —No digas estupideces —le solté, un poco enfadada, aunque sonaba más como el reclamo de una niña enfurruñada—. No vuelvas a decir una estupidez así o me enojaré de verdad.

    ¿Querer que desapareciera? Por Dios, si mi único objetivo para clavarme las cagadas que me clavaba era precisamente mantenerlos a mi lado, cuidarlos, no ahuyentarlos. Quería ser su maldita fogata, quería que volvieran a mí cuando el mundo les arrojara demasiadas piedras para poder arrullarlos hasta dormirse.

    Quería cuidarlos.

    Era lo único que quería, maldita sea.

    ¿Por qué siempre me salía mal?

    —Ya no quiero estar sola —farfullé en voz baja, no sé cómo logré no partirme en mil pedazos, pero supuse que era porque el niño entre mis brazos se sentía frío y sólo quería devolverle la calidez perdida—. Ustedes son los primeros amigos de verdad que hago en muchos, muchos años, sin mierdas de por medio, sin intereses, sin nada. Son los primeros y quiero cuidarlos, y ahora los lobos también están aquí y yo... —Apreté los dientes, tragándome las lágrimas—. No sé muy bien qué hacer, Al. No quiero exponerlos a esta mierda, es peligrosa y no les corresponde y...

    ¿Y si se asquean?

    ¿Y si es demasiado y me abandonan?

    Lo apreté con fuerza, contra mí, y tomé aire lentamente para calmarme.

    —¿Pero desaparecer? —Se me coló una risa plana, sin gracia alguna, y corrí el rostro para frotarme contra su cabello o algo así; las plumas me hicieron cosquillas—. Mierda, no. No, y mil veces no. Te quiero aquí, conmigo, Al, ¿no puedes verlo?

    Aquí.

    Conmigo.

    Te quiero.
     
    Última edición: 17 Noviembre 2020
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    Zireael

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    I want to watch the universe expand.
    I want to break it into pieces small enough to understand,
    and put it all back together again in the quiet of my private collection.
    .
    My armor falls apart,
    as if I could let myself be seen, even deeply known.
    Like I was already brave enough to let go.
    And now I want to generously lose this energy that I’ve been hanging onto so desperately.
    altan c2-1.png
    No me había parado a pensarlo hasta después de que lo dije, allí con la atención absolutamente centrada en los colores de las plantas que mi cerebro no parecía poder procesar del todo, pero era la primera vez que lo soltaba así nada más, lo que sentía como una realidad, lo que le daba cuerda a todo lo demás. Aquel deseo de acaparar, de absorber, fuese para dominar o para proteger el hecho era que existía y lo había dicho por fin. Era tan terrible como tranquilizador de una forma extraña.

    Y también había dicho lo de desaparecer pero, ¿podía realmente hacerlo? Lo más terrible es que sabía que podía, que si ella lo decía iba a levantarme, ponerme la mejor cara de póker que tuviese, tomar mis cosas y largarme aún a costa de todo lo que había pasado. De su confianza ciega, de su calor prestado, de su capacidad para volver a centrarme.
    Si ella lo decía, saldría de allí y me regresaría a mi fragmento de infierno sin chistar siquiera, como al mocoso que castigan colocándolo en la esquina de la pared o al zurdo que obligan a aprender como diestro.

    Para mi propia sorpresa el archivo como tal había sido capaz de callarse, pero no pasaba lo mismo con el resto de cosas, con los pensamientos emocionales, las reacciones corporales y la ansiedad burbujeante, que me embotaba los oídos y me lanzaba aquella necesidad de soltarme a llorar como un jodido mocoso; fue tan abrumadora de repente que ni siquiera escuché los movimientos de Anna a mi espalda, cómo se había levantado y prácticamente puesto al trote por el invernadero.

    Solo la sentí cuando se me fue encima y estuve por irme de boca al cantero, comerme un montón de tierra y masticar más de una hoja; había tenido que apoyar una mano en el suelo para que no fuese así.

    No digas estupideces.

    Me detuvo el corazón en el pecho. Quizás estaba genuinamente molesta, pero sonaba como una chiquilla a mitad de un berrinche, así como quizás debí sonar yo todo el rato.
    Había hundido la cabeza en mi cabello, en las plumas de mirlo, el pelaje de pantera, de lobo, de gato doméstico o lo que fuese. Sus brazos eran cálidos, toda ella lo era en realidad y logró detener aquel tren descarrilado.

    No vuelvas a decir una estupidez así o me enojaré de verdad.

    Te quiero aquí, conmigo, Al, ¿no puedes verlo?

    El resto de sus palabras activaron las murallas, que se erigieron sin permiso de nadie y me hicieron reajustar la posición. Busqué aflojar el agarre de sus brazos, para que me dejara siquiera sentarme allí ahora que se me había arrojado encima, y prácticamente la arrastré a mi regazo, la apreté contra mí y le dejé otro beso en la frente, conciliador.

    —Ya cierra la boca y solo déjame cuidarte, ¿quieres? Qué tedioso, a ver cuando aprendes que los amigos de verdad hacen eso también, así signifique cuidarte de qué sé yo un bicho o de una puta pandilla de mierda. —No sé de dónde saqué al final las energías para de verdad no romperme ahí, de la puta nada—. Tú también estás diciendo puras estupideces.

    Inhalé aire con algo de fuerza, separándome apenas lo suficiente para poder tomarle el rostro con las manos y estamparle un beso en la mejilla, luego otro y otro, y terminé llenándole la cara de besos, como si fuese una chiquilla y pretendiera vacilarla. La dejé en paz entonces, atrayéndola de nuevo hacia mi pecho.

    El cerebro me lo gritaba, gritaba que me callara, que me encerrara.

    Retracción.

    Encierro.

    Desligue.

    Pero no me daba la maldita gana.

    —Aquí estoy, idiota. Aquí voy a estar hasta que me eches a patadas. —Dios, sentía la tensión en el cuerpo todavía, pero al menos había logrado arrojar lo demás al fondo para enfocarme en lo que importaba que, obviamente, en ese momento era ella—. Venga, ¿a que te cargo fuera de aquí como si fueras una princesa~?

    Había que ver, bastaba con que me dejara ver algo de su miedo, de lo que avivaba su fuego, para que lanzara todo por la borda y le volcara toda la atención encima, a pesar de las reacciones normales que buscaba enviarme la mente y el cuerpo enteros. Quizás, al final del día, no fuese tan diferente de las eternas cuidadoras como había pensado toda mi vida.
     
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    Gigi Blanche

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    Go ahead and laugh even if it hurts
    Go ahead and pull the pin


    What if we could risk everything we have
    and just let our walls cave in?

    Coso-de-Anna-GIF-6.gif
    Cuando sentí que buscaba mis brazos para aflojar el agarre, en combinación con su silencio, por un sólido segundo me bañé del terror más absoluto. Imaginé su tacto cálido deslizándose sobre mi piel con la mera intención de apartarme, incorporarse e irse. Me imaginé allí, arrodillada en el suelo, viendo su espalda cada vez más, y más, y más pequeña, hasta desaparecer entre las flores, el aroma de las lluvias pasadas y el rosado del atardecer. Lo imaginé o, no, en verdad lo vi. Dios, juro haberlo visto frente a mis malditos párpados cerrados.

    Y fue horrible.

    Pero no.

    Cuando quise acordar estaba sobre su regazo, había caído allí un poco de costado y mientras me acomodaba presionó los labios sobre mi flequillo. Todo se detuvo, así fuera por un sólido instante, el mundo se congeló a medio giro y con él, el ruido blanco, el miedo, los lobos y todo lo demás desapareció. Cerré los ojos, cristalizando esa delicada pero tan cálida sensación, y podría jurar que el tiempo discurrió más despacio. Su voz llegó a mí de una forma extraña, de todas partes y ninguna, con la fuerza impresa de un mantra, una oración, lo que fuera.

    Ya cierra la boca y solo déjame cuidarte, ¿quieres?

    Tú también estás diciendo puras estupideces.

    Había fruncido el ceño en un reflejo infantil y busqué mirarlo cuando sentí que se removía, aunque fue inútil. Volví a cerrar los ojos al recibir su beso en la mejilla, luego el pómulo, luego un párpado, y así como si fuera, no lo sé, un bebé. Lo dejé hacer, mantuve las manos sobre mi regazo y podría jurar que cada maldito beso se dedicó a desatar todos los nudos que me ahogaban la garganta, el pecho, la boca del estómago. Uno a uno, sin prisas y tampoco demoras. Las hebras cedieron, tintinearon y se deslizaron lejos, al compás de la brisa. Se apartó y abrí los ojos, pero mi atención viajó más allá de él, de nosotros, cuando me atrajo a su pecho.

    Motas de polvo.

    Aparecían a contraluz, el atardecer las realzaba y era increíble pensar que estaban siempre allí, suspendidas en el aire, deslizándose entre nosotros. Viajaban por el espacio con una pereza increíble y, de una forma u otra, una música salida de la nada empezó a sonar en mi cabeza al compás de su danza. La voz de Altan me alcanzó de la misma manera que antes y sonreí, irguiéndome para que mi mirada de cuarzo pudiera encontrar sus ojos oscuros.

    Dios.

    Aquí estoy, idiota.

    Sí, aquí estás.

    Aquí voy a estar hasta que me eches a patadas.

    Como si eso fuera posible.

    Venga, ¿a que te cargo fuera de aquí como si fueras una princesa~?

    Me arrancó una risa suave, que murió lentamente mientras alzaba un brazo para acariciar su cabello. Lo aplasté un poco, intentando colocarlo detrás de su oreja, sin correrme de sus ojos ni un maldito instante. No sé por qué lo estaba viendo tan fijamente, no sé si pretendía encontrar algo allí, una chispa de azul, quizá, o si sólo estaba haciendo lo que me diera la maldita gana y mirarlo, de repente, fuera una de mis cosas favoritas en el mundo. No sabía si lo incomodaría, si quedaría como una loca de mierda, aunque siendo justos ya le había demostrado que lo era. De la forma que fuera, los besos de Altan habían aflojado todos los nudos que llevaba encima, uno por cada atadura a la cual me aferré estúpidamente, y ahora... me sentía tan liviana.

    Como si pudiera remontar vuelo.

    Quizá sólo fuera una ilusión, quizá saliera de ese invernadero y las hebras encontraran el camino de vuelta para envolverse en torno a mi cuerpo, pero con un mero instante me bastaba. Me bastaba para saber e intentar recordar cómo podía sentirse ese tipo de libertad.

    Me bastaba para no olvidar qué manos los habían deshecho.

    —¿Como una princesa? ¿Yo? —repliqué, casi en un susurro, aunque la sonrisa de idiota me delataba por completo—. ¿Te busco unos lentes, cielo?

    Acuné su rostro entre mis manos y me incliné lo suficiente para unir nuestras frentes. Cerré los ojos, me cargué los pulmones de aire y lo liberé lentamente. Quizá no supiera mucho inglés en general, pero la lengua floja del español y el japonés mezclados me ayudaban bastante para tener una pronunciación más que decente; eso y todas las series que me había clavado durante la adolescencia.

    I'm short of breath standing next to you, I'm out of my depth at this altitude —susurré, la sonrisa se me coló en la voz y busqué aplacarla para controlar mejor la dicción. No abrí los ojos ni un instante y puede que las mejillas se me hubieran acalorado un poco, pero no me importaba lo suficiente. Él siempre me cantaba—. Like the world makes sense from your window seat.

    Entreabrí los párpados un instante, lo suficiente para ubicar sus facciones y presionar los labios sobre los suyos. Fue apenas eso, de lo más dulce e inocente, antes de susurrar allí mismo la última línea que había pretendido cantar desde el comienzo.

    You are beautiful like I've never seen.

    Estaba cagada, ¿no? Definitivamente.

    Como los grandes.

    Pero, Dios, en ese momento no me importaba.

     
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    Zireael

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    ¿Qué habría pasado si le hubiese hecho caso a la voz insistente, al pensamiento intrusivo, a lo que quedaba en mí del mocoso huraño y temperamental que había sido desde que tenía uso de razón? ¿No me hubiese movido, la hubiese apartado para que me dejara mi espacio o me habría levantado para largarme de una vez por todas? No tenía idea, porque lo que había terminado por hacer, la decisión de tomarla y volver a levantar las murallas a su alrededor, parecía de repente la única posible.
    Todo fuese por sacarla de su pesadilla, de su mundo de sombras y chasquidos de colmillos al cerrársele encima, del mundo donde temía que la gente la dejase. Si tenía el poder para adormecer todo eso, silenciarlo así fuese dos segundos, iba a usarlo.

    Cuando alzó la mirada hacia mí no pude hacer otra cosa que regresarle la sonrisa, ya era casi un reflejo y era difícil que mi cuerpo optara por hacer algo diferente. Cerré los ojos al sentir su caricia, otra cosa que empezaba a convertirse en rutina, pero fue un instante porque sentí su mirada todavía encima y aunque lo había notado en el jodido cuartucho, que se prendía a mis ojos de una manera que no era ni medio normal, allí solo... No me sentí en la capacidad de negarle lo que fuese que estuviese buscando en ellos.

    El chispazo azul.

    O rojo.

    O el reflejo de sus propios cuarzos, ni idea.


    ¿Te busco unos lentes, cielo?

    Ella era la estúpida que los necesitaba, porque empezaba a pensar que tenía una miopía combinada con astigmatismo que hasta que daba gusto para que no fuese capaz de verse a sí misma. Ojalá llegase el día en que fuese capaz de hacerlo, ojalá estuviese yo con ella cuando fuese así y, de repente, lo deseé con tanta fuerza que casi consiguió desarmarme mientras unía nuestras frentes.

    Déjame colocar el espejo frente a ti, Anna.
    Creí que iba a ser solo eso, que solo iba a unir nuestras frentes y quedarse allí, pero cuando se cargó los pulmones y luego liberó el aire entendí que no era ese el plan, pero tampoco pensé que fuese a ponerse cantar o en su defecto, pensé que lo haría en español como en la enfermería. Pero lo hizo en inglés y el maldito inglés siempre me recordaba mi hogar, a pesar de haber nacido en Japón.

    Sin aliento.

    Fuera de alcance.

    Como si el mundo tuviese sentido.

    Y me besó, fue dulce, inocente y asombrosamente cálido. Me envió una oleada de sangre tibia por el cuerpo, casi adormeciéndome en el proceso, y podría jurar que algo de color alcanzó a subirme al rostro cuando soltó lo último.

    You're beautiful like I've never seen.

    Deshice el agarre en torno a su cuerpo solo para llevar las manos a su rostro, acariciarla con un cariño que no sabía de dónde diablos me salía, y volver a besarla. No tenía la misma dulzura que su beso, pero tampoco era que me hubiese desatado de la nada, en realidad estaba en una suerte de punto extraño porque había sido un beso profundo, lento, pero no había volcado en él la chispa.

    Agua de nuevo.

    Hoy soy solo una gota de agua.

    El arrullo de las olas.

    Corriendo por las faldas de las montañas.

    Había agradecimiento allí, lo sentí en el centro del pecho, de dónde me había sacado el arpón hace horas.

    Ven mañana, estaré en el océano, y subiré junto a la marea de la mañana.

    Cuando me separé de ella la envolví de nuevo entre mis brazos, hundiendo el rostro en el hueco entre su cuello y su hombro; me quedé allí, con los ojos cerrados respirando con tal tranquilidad que si me descuidaba casi parecería que estaba dormido y aunque hubiese querido quedarme ahí toda la tarde, toda la noche y quién sabe cuánto más me obligué a separarla de mí para poder levantarme y como había hecho antes en la enfermería, levantarla a ella también. Presioné suavemente sus manos cuando estuvo de pie antes de dejarlas ir y acercarme para tomar mis cosas y las suyas.

    —¡Tómalo o déjalo, An! —solté con una energía que no calzaba conmigo de ninguna forma, era casi infantil, y posiblemente le dediqué la sonrisa más amplia que le había mostrado a cualquiera en toda mi vida—. Te saco en brazos, te llevo en la espalda o caminas como los mortales~ La última es aburrida como la mierda.

    Estaba jodidísimo, ¿no?

    Había tensado una cuerda floja sobre el vacío, para caminar sobre ella como si no temiese la caída.

    Caída.

    Caída.

    Las señales mezcladas que debía estar dando seguro daban hasta miedo, porque ella sabía lo de Jez.

    Maldito el idioma inglés que había pensado en decir aquello de esa manera.

    ¿A quién cojones se le ocurría usar el verbo caer para describir algo como el amor?
     
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    Gigi Blanche

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    Una parte de mí estuvo a medio pelo de arrepentirse por haberle cantado así, de la nada, y encima en inglés a un tipo que lo hablaba a la perfección. Era parte de las pequeñas y grandes cosas que surgían nacidas del más crudo impulso, un impulso nacido del corazón, quizá, del núcleo más primitivo y emocional de mi cerebro. Seguro él sabría decirlo más bonito, pero aún sin los términos específicos creía entenderlo. Una vez papá me lo había dicho, cuando era pequeña. Estábamos pasando la noche y al ritmo de cierta canción agarré una rama gruesa del fuego para usarla de antorcha. Mamá casi saltó de su lugar para evitarme el accidente, que la madera podía estar jodidamente caliente y quemarme, pero nada pasó y yo, dentro de toda mi inocencia, de nada me enteré. La viola siguió sonando y empecé a bailar, girar y balancearme en torno a la ronda. ¿Qué tendría, diez años? Detrás de mí empezaron a sumarse los demás y cuando reparé en ello, éramos un montón de fueguitos danzando alrededor del fuego madre. Esa misma noche papá me alcanzó, por alguna razón jamás olvidé el brillo dulce, color miel en su mirada, y cuán reconfortantes eran sus manos presionando mis brazos. Firmes, un poco ásperas y aún así tan suaves.

    Estás llena de pasión, Annita.

    Llena de pasión, había dicho, y luego de tantos años dormida... sentía que tenía energía, fuego y amor para dar como un jodido volcán en erupción. La lava se derramaba, estallaba y avanzaba. Podía resultar en catástrofe, arrebatar vidas y destruirlo todo, así como también fertilizar suelos, generar energía, acuíferos y manantiales ricos en azufre. ¿No sonaba increíble? ¿Que del fuego pudiera nacer agua? Era casi contradictorio, un chiste, una mera ilusión.

    Y, sin embargo, ahí estábamos.

    Como si mi fuego pudiera alimentar el cauce de los ríos del Inframundo,

    darle vida a la tierra,

    y crear la luz necesaria para reflejar los colores.

    El miedo seguía allí, y empezaba a asumir que probablemente siguiera conmigo durante mucho tiempo más; pero estaba bien, en tanto no me dominara. Temí al cantarle y besarlo, temí estar cruzando una línea y arrojarle aún más incertidumbre a nuestra relación, pues él no había vuelto a besarme desde que salimos del cuarto oscuro y fui repentina y crudamente consciente de ello. Busqué su mirada casi a tientas para leer su reacción, pero no tuve mucho tiempo de nada. Sentí sus manos en las mejillas y fue cálido, sentí sus labios sobre los míos y fue... fue como brisa de arcoiris.

    Bajé las manos al contorno de su cuello y me presioné contra él, y de alguna forma extraña aquel beso, mucho menos avasallante que todos los anteriores, estuvo a media uña de desarmarme por completo. Las lágrimas me ardieron tras los ojos cerrados pero me negué a dejarlas salir, y sin darme cuenta solté el aire por la nariz en una suerte de suspiro contenido. Dios, lo besé como si tuviera todo el tiempo del maldito mundo dentro del bolsillo.

    Cuando se acomodó en mi cuello lo rodeé con los brazos, ya casi era un acto reflejo, y acaricié su cabello lentamente. Cerré los ojos, recosté la mejilla entre su nicho de plumas y sonreí, pues había un silencio absoluto que no sólo pertenecía al mundo exterior; también había paz en mi mente. No más fantasmas, no más ruido blanco, risas de hiena o aullidos. Estaba el piar de las aves a lo lejos, el leve rumor de voces en la escuela, y la brisa del crepúsculo meciendo los árboles de tanto en tanto.

    Y estaba toda esa increíble calidez, allí, entre mis brazos.

    El niño asustado, el adolescente perdido y lleno de ira, con el cerebro de adulto y el corazón de un recién nacido.

    Estaba allí con toda su agua, su propio tipo de pasión y sus fantasmas.

    Y todo el maldito amor que era capaz de entregar.

    Lo dejé ir con la calma de quien no siente estar perdiendo nada, de quien comprende el flujo constante e irrefrenable de energía, y acepté sus manos. Lo vi alejarse, juntar las cosas y estuve a punto de reunirme con él cuando se giró hacia mí y, Dios, en serio lo vi. El sol lo bañaba en tonos cálidos y pese a su oscuridad inherente, toda esa maldita oscuridad bajo la cual él creía ser gobernado, lo vi y me arrancó una sonrisa capaz de fundirse en cientos de lágrimas, pues el corazón se me comprimió en el pecho de la más cruda emoción. No recordaba haber sentido algo así, alguna vez, y dudaba olvidar aquella imagen en algún momento de mi vida.

    Lo vi.

    Lleno de luz.

    Como si el sol estuviera saliendo.

    La emoción se convirtió de repente en una inyección de energía y troté hacia él para saltar y colgarme de su espalda, como un maldito koala. Al menos la agilidad me permitía hacer esa clase de locuras sin arriesgar, bueno, la integridad física de nadie, y benditas mis piernas que alcanzaron su metro ochenta y pico. Me aferré a su cuello, los muslos a cada lado de su cintura, y me hice espacio para pegar la mejilla al costado de su cabeza. Apenas me di cuenta que no había parado de reírme y me obligué a calmarme un poco para no hacer tanto ruido cerca de su oído. Solté el aire por la nariz y sonreí, entornando los ojos antes de cerrarlos un breve instante.

    —Esta es claramente la opción más divertida —murmuré—, ¿quién quiere ser cargada como princesa? Eso es anticuado y patriarcal.

    Le di un apretón cariñoso y finalmente relajé un poco mi culo inquieto. Su espalda era cálida y ya ni siquiera me molestaba el jodido olor a tabaco, aunque tampoco iba a quejarme si fumaba un poco menos. Había estampado la mejilla entre su hombro y mi propio brazo, y de repente sentí que podría dormirme allí mismo.

    —Al —lo llamé casi en un susurro, mientras íbamos con calma hacia la salida del invernadero—. No hagas ninguna locura, ¿sí?

    Era obvio a qué me refería, ¿verdad?

    —Quizá sea el alfa de los lobos, pero lo cierto es que... no lo recuerdo, aunque él me reconoció de inmediato. Llevo pensándolo desde el viernes como una obsesa y no, no logro acomodar su cara entre los recuerdos que tengo de los cabrones esos.

    Cuando me rodearon.

    Cuando uno casi se me fue encima.

    Cuando me hundí en el agua.

    Agua.

    Irónico, ¿verdad?

    Volví a frotar la mejilla contra su cabello, ya no sé cuántas veces llevaba haciéndolo pero era simplemente reconfortante. Suspiré.

    —Por eso quiero hablar con él antes de seguir perdiendo la cabeza, y prefiero... que lo sepas antes de hacerlo a tus espaldas. Pero estará todo bien, ¿sí? No quiero que te preocupes demasiado. —Me apreté contra él y presioné los labios en su cabello durante un par de segundos—. Va a estar todo bien.

    Se lo decía a él, aunque también pretendía grabarlo a fuego en mi propia mente y, Dios, ansiaba tanto que así fuera. Le eché un vistazo al invernadero, los canteros y las motas de polvo mientras lo abandonábamos. Me solté un momento para buscar la prímula que llevaba encima y la acomodé en su oreja, conteniendo una risita divertida.

    —Mira nada más, qué bonita te queda~

    Está bien.

    Está bien.

    Todo va a estar bien.
     
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    Zireael

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    ¿Había realmente una línea, la había trazado o todo estaba allí a la deriva en medio del océano? No tenía ni puta idea, sinceramente, como tampoco la había tenido tiempo atrás con la mierda de Kurosawa e incluso así, el asunto parecía abismalmente distinto.
    Comenzó más o menos con el mismo objetivo, siguió el mismo curso, y luego los caminos se bifurcaron. No podía ver el final de ninguno, porque como tales los hilos que podrían seguir cada camino estaban atados a nosotros y no había forma de que viera más allá de eso.

    En su defecto, la menos sabía de lo que carecía la cagada al menos de momento: la violencia o el resentimiento.

    Podíamos desatarnos, explotar, volvernos el más absoluto de los desastres pero aunque pudiera parecerlo no era realmente porque fuese pura ira desmedida volcándose del uno al otro, quizás era simplemente quiénes éramos. Un par de idiotas que disfrutaban de tensar cuerdas hasta romperlas, de ceder bajo nuestros términos o vete a saber qué mierda. Tampoco se me apetecía darle demasiadas vueltas y, quizás por primera vez, pude tomarme el privilegio de no pensarlo.

    Fue por eso que pude hacerlo, ¿no? Comportarme como un jodido crío una vez en la vida, lanzarle una tontería y sonreír como nunca antes. Fue tan involuntario, tan inconsciente que no lo noté hasta después de haberlo hecho.

    Sonnen. Sol.

    Altan. Rojo amanecer.

    Qué cosas.


    Decir que no esperaba que se me fuese encima era mentira, así que al menos pude prepararme para cuando la cabrona se me lanzó a la espalda, me incliné apenas hacia adelanté y le sujeté los muslos. Se estaba riendo como una chiquilla, así luego de haber estado al borde del colapso, y me alegraba de una manera que realmente no lograba poner en palabras que de nuevo hubiese conseguido regresar a su centro, donde se supone que pertenecía.

    —Yo solo doy las opciones~ —dije en respuesta su salida respecto a lo de ser cargada como princesa.

    La sentí prácticamente recostarse allí en mi espalda, cosa que me hizo volver a sonreír mientras comenzaba a caminar hacia la salida del invernadero. Su voz volvió a llamar mi atención, anclándome en la salida un momento.

    —Más respeto, por favor. Mis planes deben estar mil veces mejor pensados que los tuyos —murmuré con la vista clavada en la lluvia que se había negado a detenerse del todo todavía.

    ¿Qué iba a estar todo bien?

    No me mientas así, cielo, por favor.

    —Anna, solo llámame si necesitas ayudas, ¿puedes cederme eso tan siquiera? —añadí luego de haber soltado un suspiro.

    Me distrajo su movimiento, se había quitado la prímula para colocármela a mí. La dejé estar a la vez que se me escapaba una risa floja y reinicié la marcha, para cruzar el camino de piedra lo más rápido que me fue posible.
    No recordaba si había tenido la decencia de traer conmigo un paraguas, si tenía suerte mamá lo habría colado en la mochila y se habría ido al fondo.

    —Mañana regresa Jez. —Lo había soltado así sin más, no llevaba consigo intención alguna de romper ninguna ilusión, en realidad se lo había dicho para que cuando la viese no fuese a reclamarme por no habérselo contado—. Seguro debe estar ansiosa por verte, después de todo solo me pidió que te dijera a ti que no iba estar.

    Con sus intuiciones por delante, sin duda.

    Jez era capaz de crear los hilos que movían el mundo y ni siquiera lo sabía.

    estos finales de arco pls
     
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    Hygge

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    Las horas transcurrieron con lentitud desde que puse un pie dentro del aula. Los murmullos, las miradas clavadas en mi espalda, la cacofonía de voces y el intermitente parpadeo de la pantalla de mi teléfono me tenían al borde. Pensamientos intrusivos sembraron la duda y el remordimiento dentro de mí y de repente cuestioné mis acciones de una forma estúpida.

    Si contarle a Natsu había sido buena idea. Si salir de la burbuja protectora de Zuko y tener los ovarios de encararlo de verdad era posible. ¿Podía hacer algo? ¿Merecía la pena siquiera? Quizás solo debía dejarme llevar. Al menos bajo su ala estaba protegida, solo debía aguantar y...

    Apagué el móvil con más fuerza de la necesaria, dejándolo a un lado de la mesa boca abajo.

    Y una mierda.

    Ya había sido suficiente.

    Salí del aula con la cartera colgada al hombro a paso lento, divisando a Natsu en la puerta. Ignoré el revuelo que vernos juntos pareció causar en los más avispados y no esperé a ver que me siguiera para empezar a andar hacia las escaleras.

    —¿Al invernadero? Ese es el dominio de las princesitas, Gotho —comenté con cierta reticencia, mirándole de soslayo. No parecía ser del tipo que hablaba con las plantas, pero apenas reaccionó a mi comentario y supe que no sería negociable. Le dirigí una mirada de circunstancias antes de desviar la vista al frente—. Ugh, como sea. La próxima vez elegiré yo.

    ¿Aquel día podía volverse más extraño aún? La cosa prometía.


    ***

    Jamás había puesto un pie en aquel santuario naturalista, ni había tenido intención de hacerlo hasta ahora. Una extraña calma se respiraba con tan solo adentrarte en su interior y las diversas tonalidades de las flores atrajeron mi atención de alguna forma extraña. La gran mayoría parecían estar floreciendo y el aroma dulzón llegó hasta nosotros cuando nos adentramos en el invernadero.

    Solo entonces me permití alzar la voz y detuve mis pasos cuando lo creí necesario, echando un vistazo a mi alrededor antes de clavar la mirada en él, expectante.

    —¿Y bien? ¿Vas a decirme de una vez por qué me has traído hasta aquí? —le insté, frunciendo el ceño con notoria desconfianza. No ver a nadie durante el camino había crispado mis nervios lo suficiente como para exigir respuestas—. No daré un paso más hasta que esas misteriosas terceras personas aparezcan, idiota.

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    El caminar en silencio más allá del reproche del sitio escogido, me hizo mantenerme con ligereza. Ciertamente, disfrutaba más la soledad que cualquier otra cosa, pero al menos, la compañía que le hacía a la chica no era como si tuviese que forzarme a hablar, al menos, por ahora. Visualicé el invernadero y direccioné en base al punto establecido, frunciendo levemente el ceño ante los aromas dulces del lugar a causa de la flora. ¿Konoe mantenía ahí? Debía admintir que compenetraba perfectamente con el sitio a diferencia de mí.

    Pff, esperaba al menos poder sentarme a leer por ahí. Y en cuanto tuve la intención de sumergirme dentro su voz templada me detuvo, mirándola sobre el hombro como solía hacer, sin interés.

    <<¿Y bien? ¿Vas a decirme de una vez por qué me has traído hasta aquí?>>

    No le di vueltas al asunto, no tenía por qué.

    —Una chica me prestó un paraguas —señalé con el dedo pulgar la mochila negra que traía en los hombros—, debo devolvérselo.

    Y cerciorarme de que no esté enferma.

    <<No daré un paso más hasta que esas misteriosas terceras personas aparezcan, idiota.>>

    ¿Qué se creía la estúpida para estarme llamando idiota?

    —No son personas misteriosas, tonta —siseé buscando mi móvil en el bolsillo—. Konoe Suzumiya, ¿no la conoces? Es una niña tonta de cabello violáceo que se la pasa reprendiendo a todo lo que se mueve. Bueno, estaremos con ella hoy.

    La miró de nuevo, entre las pestañas.

    >>La esperaremos aquí fuera entonces.

    Yugen ;-; (?)
     
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    Konoe Suzumiya

    La respuesta que recibió por parte de Hiradaira no pudo leerla hasta el inicio del receso. Cuando finalmente la campana sonó y este dio comienzo lo primero que hizo fue revisar su celular. Suspiró. Realmente hubiera agradecido la presencia de Anna, tener a alguien con quien poder hablar. Tal parecía que no sería el caso.

    Estoy bien, no te preocupes. Solo... algo cansada. Disfruta del almuerzo con Hodges-san. 13:02

    Me encantaría vernos después de las clases de la tarde. 13:02


    Ni una coma o punto de menos. Envió el mensaje y bloqueó el teléfono regresándolo nuevamente al bolsillo de su falda. Su destino por supuesto fue el invernadero. Apenas necesitaba saber que se encaminaba hacia allí y recorrer el sendero de piedra para sentir como el peso sobre su pecho se aliviaba.

    Cerró los ojos e inspiró profundamente.

    El ligero trino de los pájaros, el rumor calmo del agua de la fuente, el aroma fragante de las flores en pleno florecimiento. La primavera implicaba vida, renacimiento, resiliencia y superación. Era una explosión de color tras el frío y crudo invierno.

    Ojalá pudiese extrapolar esa misma analogía al Sakura.

    Ellos eran las flores, pequeñas y frágiles, haciendo frente a las inclemencias inmisericordes del tiempo. ¿Les llegaría la primavera? ¿O se marchitarian y parecerían bajo un invierno perpetuo?

    Nada más adentrarse bajo las sombras que se mecían ligeras con la brisa y los ligeros haces de luz que se colaban entre las hojas, dos siluetas captaron inmediatamente su atención. Una de ellas la conocía. Alta, robusta, con gesto hosco. La otra era una jovencita de su edad con una larga melena castaña. Sus ojos verdes observaban el entorno con cierta desconfianza.

    La presión en el pecho regresó, al menos de forma momentánea, al no encontrar la típica cabellera dorada. La forma en que parecía reflejar los rayos del sol mientras calmadamente disfrutaba de una taza de té de melisa. Usualmente se encontraría allí.

    ¿Ai Mamiya no había llegado aún?

    —Ah, buenos días Gotho-kun—saludó de forma educada, deferente. Y se inclinó—. Buenos días... Lo lamento, no conozco tu nombre.

    Era... ciertamente extraño. Pero el invernadero estaba abierto a todo el mundo. Se incorporó y les dirigió una sonrisa gentil.

    >>Por favor, poneos cómodos. Preparé un poco de té.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    La sonrisa de Anna no me quitó mucha de la preocupación que llevaba ya encima pero al menos no me rechazó y eso fue más que suficiente para hacerme pensar que al menos había algo que podía hacer. Pues no pensaba desaprovechar la oportunidad, vaya que no.

    —¿En serio~? —murmuré, soltando una risilla ligera al observar la posición que tomaba.

    Moví la mano un par de veces delante de sus ojos cerrados, comprobando que no pudiese ver realmente nada, y me sonreí con algo más de diversión genuina.

    >>Muy bien, prepárate entonces~

    Colgué mi maletín de su brazo libre y guardé el bento junto al mío de nuevo, teniendo así las dos manos libres para poder colocarlas sobre los hombros contrarios y agarrar con fuerza. La guie así, con todo el cuidado del mundo por supuesto, hasta alcanzar la parte bajada de la Academia y posteriormente salir de la misma, comprobando de vez en cuando que no pretendía hacer trampas y abrir los ojos en algún momento.

    Tras una caminata relativamente larga, al fin alcanzamos el interior del invernadero, y realmente tenía que haber estado un poco más atenta a las figuras que había al final en lugar de prácticamente esconderme detrás de Anna.

    >>¡Tadá! —exclamé, dando un saltito hacia un lado y señalando hacia delante, esperando que abriese los ojos.

    Pero al girarme y enfocar mejor hacia el sitio que estaba indicando, toda posible alegría que había ganado desapareció por completo de mi rostro y fue sustituida por la más completa decepción. Logré recomponerme a tiempo, sin embargo, y aunque no mostré más que una sonrisa educada hacia el grupo que había reunido ahí al menos no se me notaba que se habían estropeado todos mis planes.

    >>Ah... perdonad la intromisión... —murmuré, haciendo un reverencia, antes de girarme un poco hasta mirar a Anna—. Lo siento, parece que no tenías que haber confiado tanto...

    Era una estupidez, si lo pensaba, ¿pero por qué me pesaba tanto?

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    —¿Ah? Repite eso —le insté de manera mecánica al escucharle hablarme en ese tono, irritada. En cualquier caso el desconcierto ganó a la molestia y entorné la mirada como toda respuesta—. ¿Konoe? No la conozco. No es como si me interesase la gente de esta jodida academia de por sí.

    ¿Y que se la pasaba reprendiendo a la gente? No parecía ser la clase de persona con la que me juntaría. Pero no podía decir nada sobre eso porque, bueno, solo había que ver a quién tenía a mi lado ahora mismo. Se me había ido la puta cabeza por juntarme con Astaroth, no había otra explicación posible.

    Intuí que se trataba de la recién nombrada cuando una suave voz saludó a Gotho a nuestras espaldas. Me giré junto a él y la observé en silencio; debía tratarse de una joven de mi edad y por sus ademanes, parecía ser sumamente educada y correcta. Desvié la mirada no sin cierta incomodidad. Estaba acostumbrada a tratar con pandilleros y gente de mala muerte, no con chicas femeninas como ella.

    Casi parecía verla a un mundo de distancia.

    —Sallow. Lena Sallow —respondí, escueta.

    Nos ofreció tomar asiento y algo de té y arrugué el gesto, confusa. Fue entonces cuando reparé en la mesa que adornaba el final del camino, casi salido de un cuento de hadas en mitad del paisaje, y arqueé una ceja hacia Gotho cuando esta se encaminó hacia la tetera. "¿A dónde mierdas me has traído?", casi parecía decirle, pero me limité a bufar y tomar asiento casi a regañadientes. Al menos, intenté disimular lo suficiente.

    Fue entonces cuando escuché las voces de otras dos personas acercarse al invernadero. Sí, definitivamente hoy era mi día de suerte.
     
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