Habíamos seguido hablando, que las flores, el dibujo y las artes, que su abuela y los bosques. En determinado momento se me quedó mirando y después preguntó, en inglés, qué hacía yo aquí. Entendí la pregunta, ya no era un "¿Qué haces en el invernadero?" era un directo "¿Qué haces en Japón?" y se me ocurrió que la chica en algo que no parecía inocente curiosidad, era un poco chismosa. Me daba lo mismo, tampoco era un secreto ni nada, así que le conté que nos habíamos mudado por el trabajo de mi padre y que llevaba ya años aquí, así que posiblemente volver a Estados Unidos no era algo que me interesara. Sin embargo, en casa estaba la pintura. La de nuestra propiedad original, en Washington. Si era verdad o mentira quedaba en ella juzgarlo, lo único que sí sabía es que extrañaba a las mujeres que, en paralelo a mi madre, me habían criado. Las mujeres afro y las latinas, que sabían cocinar con buen condimento y me mostraban más cariño que mi propio padre. Extrañaba donde no había aparecido el idiota a comprometerme con Sho y cuando no tenía que preocuparme por mantener las apariencias para no jodernos a ninguno de los dos. Ilana no me contestó, en su lugar apoyó el mentón en su mano y con la libre volvió a pasar las páginas del cuaderno de bocetos, distraída. Había algo preocupándola de más, todavía podía verlo y cómo no, si había aparecido aquí sin almuerzo o siquiera una botella de agua. En su defecto, no rompí el silencio y repasé su silueta con la vista. Era alta, bastante delgada, pero conservaba ciertas... cosas en su lugar. Era una lástima que pareciera tan correcta o por lo menos correcta en mis estándares o en vez de darle advertencias sería yo la que estaría divirtiéndose de verdad, suponiendo que me dejara. Estaba claro que le iban los bates, aunque también estaba el evento Morgan y la veía muy a gusto con ello. Estaba pensando en ello cuando una tercera figura apareció y alcé las cejas, ligeramente sorprendida. Ilana giró el rostro y de pronto su postura abandonó el tinte defensivo que, a pesar de todo, conservaba. La vi cruzar las piernas bajo la mesa y echar el cuerpo hacia adelante, en dirección a la niña, y le dedicó una sonrisa muy amplia. —Buenas tardes, Luna —corregí sutilmente, pronunciando su apellido silenciando bastante el acento. —¡Hola, Moony! —saludó la novata con entusiasmo y luego negó con la cabeza—. Katrina me estaba enseñando sus bocetos, nada más. Ven con nosotras, ¿quieres? Al decirlo arrastró una de las sillas hacia ella y luego dio unas palmaditas en el asiento. Vaya, era terriblemente confianzuda cuando no estaba refunfuñando. —Puedes ver el cuaderno también si gustas —dije como quien le ofrece comida a un gato asustado.
La sorpresa que se presentó en el semblante de Katrina me hizo dudar, por una errada sensación de que mi presencia, claramente inesperada, a lo mejor resultaba inoportuna. Su corrección a mi saludo elevó ligeramente el tono de mi piel, y poco me faltó para disculparme por tal desliz, que al final atajé por pensar que sería exagerado de mi parte. En ambio, el recibimiento de Ilana estuvo marcado para su afabilidad y entusiasmo tan característicos, y no supe si aquello calmó mis nervios o si, por el contrario, vibraron un poco más. Esta última sensación, si bien ambiguo, al menos me permitió relajar el cuerpo. N-no del todo, pero algo era algo, ¿tal vez? Ella me llamó, nombrándome por aquel dulce apodo que, sin darme cuenta, lo sentía como una cálida caricia al espíritu, una muestra de la conexión que tanto había deseado establecer con otras personas, fuera de casa. Ilana dijo que Katrina le enseñaba los bocetos de aquel cuaderno, trazados por su mano; la mención me hizo mirarla un instante, con una genuina e inocente curiosidad que se abrió paso a través de timidez que me rodeaba. Fue fugaz, porque no tardé en atender el pedido de que me sentara. Al hacerlo, no tardé en reparar en dos detalles: que habíamos quedado más cerca de la cuenta, ¿tal vez? Reparé en esto al girar el rostro para sonreírle a Ilana, encontrándome con mi propio reflejo en sus ojos; una silueta pequeña en un mar rosado. Al regresar la vista a la mesa para ver el cuaderno, noté, también, las manos vacías de las chicas, la soledad de los bocetos que reposaban sobre la mesa… ¿No habían traído sus bentos? Dejé sobre la mesa el mío, junto con el estuche de la Switch decorado con los stickers que Cay me regalo. Lucían como nuevos, pues los cuidaba con mimo, evitando roces bruscos o largas exposiciones al sol. Estaba acomodando todo con movimientos algo dubitativos, cuando el añadido de Kat me hizo alzar la cabeza hacia ella. Nuestros ojos de cielo, o de tormenta, se encontraron por un instante más largo. Logré sostener su mirada, hasta que, evidentemente, la timidez me fue ganando el pulso. Me encogí levemente en la silla, como una gatita; de haber tenido orejas de felino, sin dudas las habría bajado pronunciadamente. Su invitación me había sorprendido, pero también dejó en claro que mi curiosidad fue demasiado evidente, y eso me avergonzó un poco. —C-con permiso… —dije, con una inclinación que expresaba agradecimiento. Estiré las manos hacia el cuaderno, con la cabeza gacha. Cuando el tacto del objeto alcanzó la punta de mis dedos, lo tomé con extrema delicadeza, quizá con demasiado respeto. Volví a intercambiar una mirada con Katrina, como pidiéndole permiso, y finalmente me permití contemplar los dibujos allí bocetados. Eran hojas y flores. Imágenes bien logradas de cuanto nos rodeaba, que me hicieron tomar consciencia del perfume natural que impregnaba el ambiente, y del aroma de la tierra regada. El primer vistazo me hizo rememorar los cuadros que pendían en las paredes de la sala de arte, algunos de los cuales también habían surgido de la mano de Akaisa. De nuevo, sentí admiración. No miré los bocetos por más tiempo del necesario, pues sería grosero de mi parte ignorarlas. Intercambié una mirada con Ilana, no advertí la sonrisa sutil que se me escapó al encontrarme con su rostro. Mi expresión se conservó cuando miré a Katrina, con quien recobré parte de la timidez. —Son bonitos, están muy bien hechos… M-Me… Me gustan l-las flores… —dije torpemente, dejando al cuaderno a su alcance— ¿A… ti también… Katrina-senpai? ¿Por eso viniste aquí?
La niña era terriblemente nerviosa, pero la mejor manera que tenía para tratarla era como si no me diera cuenta de ello en absoluto y por eso mis respuestas eran como lo eran con todo el mundo. Rozaban la brusquedad, pero se notaba que no era algo intencional, simplemente se trataba de mi manera de hablar y punto. Beatriz, por su parte, acató la invitación a sentarse y la vi dejar su almuerzo y un estuche de Switch sobre la mesa, también noté los ojos de Ilana reparar en el segundo objeto, en las calcomanías que tenía encima. Me miró cuando le ofrecí mirar el cuaderno y ambos tonos de cielo colisionaron, regresándome la simpática imagen de un espejo estropeado. El instante de valentía le duró poco, claro, aunque terminó por alcanzar el cuaderno porque la curiosidad era una de las emociones más fuertes del ser humano si me lo preguntaban. Ilana a su lado se inclinó ligeramente hacia ella para mirar las páginas a pesar de haberlas visto ya y cuando la niña intercambió una mirada con ella, le sonrió. El gesto le achinó los ojos. Recibí el cuaderno de regreso, aunque lo dejé en el mismo lugar que ocupaba antes sobre la mesa y atendí a su pregunta con un encogimiento de hombros. Me gustaban las flores, quizás no tanto a como a las chicas promedio o por motivos distintos, pero no dejaban de ser parte de la natural y como tal, parte de las cosas que me gustaba dibujar o pintar. —Me apeteció, simplemente. Las flores son buenos modelos de dibujo —contesté echando la espalda en el respaldar, pues hasta entonces había estado con los brazos apoyados en la mesa y un poco echada hacia adelante—. Imagino que tú viniste a almorzar aquí porque te gustan las flores, ¿no, Luna? —¿Y a quién no? —soltó Ilana, sonriente, y ladeó la cabeza—. Bueno, algunas tienen aromas muy fuertes y eso no le gusta a todo el mundo, pero en sí las flores como algo que mirar son muy bonitas.
Si bien me había concentrado en la belleza de las flores de grafito, fui consciente del movimiento de Ilana. La chica estaba tan c-cerca de mí, que era difícil que cualquier ademán de su c-cuerpo pasara desapercibido; además, su cabello era un resplandor en mi visión periférica. En silenciosa respuesta, aproximé apenas mis manos e incliné el cuaderno para que los dos pudiésemos disfrutar de la visión de estos bocetos. Ilana dijo que Katrina ya se los había enseñado, pero me pareció comprensivo que quisiera mirarlos una vez más: eran dibujos lindos, o al menos a mí me parecía que merecían la pena ser apreciados. E-eran bocetos, q-quizás para Akaisa no fuesen la gran cosa; sin embargo, ver el arte de otros me emocionaba, ¿tal vez? Devolví el objeto a su lugar, como quien deposita una reliquia delicada. Antes de esto, recibí una sonrisa de Ilana que le entrecerró los ojos. Había algo en las sonrisas, que ejercía cierto poder sobre mí, ¿tal vez? Puede que me hiciesen sentir segura, o porque me daban la certeza de que no estaba incomodando o incordiando con mi actitud. Al recibir el gesto de Ilana, es esfumó otra buena parte de mi inseguridad, y eso me permitió dar un poco más de rienda suelta a mi curiosidad, ¿tal vez?, c-cuando le pregunté si le gustaban las flores. Aproveché esa oportunidad para saber un poco más de ella. Akaisa respondió con sencillez. Su voz era firme y proveída de cierta dureza; decir que no me intimidaba sería mentir, pero también percibía que ese tono era parte de su personalidad, que no estaba dirigido a mi figura en particular. De forma escueta, dijo que le había apetecido venir al invernadero y que las flores eran buenos modelos de dibujo, ante lo cual asentí con cierto convencimiento. La flora en general, contaba con una gran variedad de colores y una gama de formas, algunas sencillas y otras más complejas. Yo no entendía el arte, pero me pareció que era un terreno útil para la práctica de las bases, ¿tal vez? Parpadeé por su posterior pregunta, sobre si estaba aquí porque me gustaban las flores. Ilana intervino antes de que pudiese responder; o, mejor dicho, me dio el tiempo necesario para encontrar una respuesta. Agaché la cabeza pensativa, escuchando sus palabras, mientras jugueteaba con los pulgares sobre mi falda. Me sentí avergonzada de repente, esta vez sin un rubor que me delatara. —Q-quizás soy… de las que no les molestan… los aromas florales intensos… ¿tal vez? —alcé la cabeza tímidamente— E-Es lo que me gusta… del ambiente del invernadero... Las flores, los aromas, su silencio. Hice una pausa, para seguir pensando mi respuesta. Estuve en la disyuntiva de cuánto revelar y qué debería guardarme; duró un segundo, pero me resultó ciertamente agotador. Posé la mirada en el estuche de la Switch, sobre los stickers de Pokémon y Hollow Knight. —También vengo… porque este lugar es especial para mí —dije—. Aquí conocí personas que aprecio y pasé buenos momentos. Por eso me resulta agradable volver, ¿tal vez? Parpadeé de pronto. Supe que había hablado de más, ¡q-que ésta no había sido la r-respuesta planeada! Ay, no. Mi rostro amenazó con acalorarse una vez más, por lo que estiré las manos para desatar el nudo del bento. Ocupar la mente me ayudó a retroceder la horrible vergüenza que me mecía el corazón como en una marea, y fue cuando acomodé la botella de agua y el recipiente, que volví a anotar la ausencia de otros almuerzos. Intercambié una mirada entre Katrina e Ilana. —Eeeh… —titubeé tímidamente— ¿No…? ¿No trajeron almuerzo…?
Había algo dulce en este cuadro de ambas chicas mirando el cuaderno por mucho que fueran unos simples bocetos sin importancia. Hablaba del interés de Beatriz y también de la capacidad de adaptación de Ilana, la que tanto había alertado a Cayden. Se acoplaba a los otros sin dejar de ser ella misma y pensé que quizás, después de todo, la chica estaba recuperando unas alas que había perdido y quizás la mariposa estuviera en lo correcto al sentir cierto grado de miedo. Parecía tener fuerza. No compartí mis pensamientos, ¿por qué lo haría? Las dejé mirar los dibujos, respondí como me vino en gana y la novata picoteó entre mis palabras, dándole sin saberlo oportunidad de pensar a la más pequeña. Al final la chica se agarró de las palabras de la rubia, que asintió con la cabeza, como entusiasmada, pero también de acuerdo con que el invernadero era agradable, ni idea. Pareció dudar, miró el estuche de su consola y luego continuó. Sus palabras reiniciaron la sonrisa de Ilana, que balanceó la pierna cruzada sobre su rodilla, el gesto tuvo un aire un poco felino aunque nada más en su figura daba esas vibras. —Como el día que almorzamos juntos, ¿no, Bea? —intervino con suavidad. —¿Juntos? —Busqué saber y la rubita me miró con cierta cautela. —Vero, Cay, Bea y yo —aclaró. —¿Maxwell? —Ilana asintió a mi pregunta—. Qué grupo más... pintoresco. Ese fue todo mi comentario, pero aunque su sonrisa no titubeó, percibí la suerte de desdén en su mirada y me reí por lo bajo, como si nada. Había bastado eso para que las preguntas que de por sí no le haría se respondieran solas, de forma que dejé el asunto así y ambas atendimos a la voz de Beatriz de nuevo. —Comí en la cafetería antes de venir aquí —expliqué. —Yo también —soltó la otra detrás de mí y volví a verla, preguntándome si era verdad o mentira. Me inclinaba por la segunda—. Solo quise venir por aquí un rato antes de que tengamos que volver a clase. ¿Trajiste algo rico de almuerzo otra vez, Bea? ¿Quizás de la paella del otro día?
Ilana correspondía a mis planteos con marcados asentimientos, su cabello se mecía en el borde de mi visión, como llamas doradas que danzaban buscando mis ojos. Si bien fui yo la que había correspondido a su idea del gusto generalizado por las flores, estas devoluciones permitían que me sintiera mejor integrada a la mesa. S-seguía sin olvidar nuestro último encuentro, aquel intercambio de halagos que me había inundado el cuerpo con una vergüenza tal, que me mantuvo distraída hasta muy caída la tarde, luego de volver a casa tras las clases. Y su entusiasmo era como un resplandor envolvente, una luz intensa que, curiosamente, me llamaba y relajaba. Volteé a mirarla cuando me preguntó si nuestro almuerzo con Cayden y Verónica era uno de esos buenos momentos de los que me había referido. Miré de frente su rostro, me mantuve en sus ojos. Quizá los míos, con su color de cielo y tormenta, cobijaron el reflejo blanco y dorado de su figura. Le dediqué una sonrisa tímida, sí, pero en la que también se me escapó la dulzura. Asentí, dándole a entender que nuestro almuerzo era un bonito recuerdo, tanto con lo bueno como con lo triste. —La piscina también es especial… —me animé a decir. Bajé instantáneamente la mirada a mis manos, a mis dedos con los que empecé a distraerme en la tela de mi falda... En la piscina almorzamos por primera vez, en aquella ocasión acompañados por Melinda. Allí también le regalé el girasol que hice pensando en ella. Allí le concedí y recibí palabras vergonzosas, pero que igual habían sido bonitas, ¿tal vez? E-e-en todo caso… Quería pensar que mi respuesta, posiblemente inesperada, servía como una declaración de amistad para Ilana. O, al menos, que le dejara muy claro cuánto valoraba cada momento que compartimos. Katrina mostró interés en el plural, de modo que alcé la cabeza apenas lo suficiente para poder mirarla. Que estuviese más centrada en Ilana y el intercambio que mantuvieron, me ayudó a que mis ojos no escaparan de forma instantánea. Por un motivo que escapó a mi comprensión y por el que jamás preguntaría, Verónica fue centro de la conversación por unos segundos. No supe cómo tomarme el comentario de que éramos un grupo pintoresco, así como tampoco advertí lo que escondían los ojos de Ilana. En cambio, pregunté por sus almuerzos. Me había distraído tanto con el cuaderno, que se me escapó tal circunstancia, ni siquiera habían botellas de agua. Cuando las chicas me respondieron que habían almorzado antes de venir al invernadero, hubo un suspiro de mi parte que sugirió cierto alivio. Asentí cuando Ilana preguntó si había traído la paella de mi madre. También se me coló una sonrisita en el semblante, pues pensé en Cay, en cómo había disfrutado de esta comida. Con esa agradable memoria cruzándome la mente, destapé el bento. Ante la vista quedó una porción la paella que contenía calamar, mejillones y langostinos, sobre el arroz que había absorbido el color del azafran. —M-Mi madre… es española —dije para Katrina, sin mirarla directamente— Cocina recetas de su país y del resto de Europa… Gusta de enseñar la gastronomía occidental a sus personas —sonreí, para mí misma— Yo nací y me crie aquí, pero el español es mi lengua materna, ¿tal vez? A-antes las saludé e-en español sin darme cuenta, perdón… Recordar el rubor me avergonzó pero, de nuevo, el rubor no me alcanzó del todo. Dejé sobre la mesa un juego extra de palillos, que acompañaba los míos. —Suele hacer comida extra para compartir —mencioné tímidamente— N-no hay problema si quieren probar… S-si tienen curiosidad, ¿tal vez? —dudé— P-pero sólo tengo estos palillos extras… Lo siento…
Beatriz le sonrió con dulzura a Ilana antes de confirmar lo del almuerzo y trajo otro evento sobre la mesa, el de la piscina. Yo no tenía idea de un carajo, pero la nueva sonrisa de la novata fue amplia, genuina y quizás demasiado brillante. No pedí más detalles porque no me interesaba, la verdad fuese dicha, y tampoco quise interrumpir el momento tan bonito, quería decir, más de lo que lo hice con la pregunta posterior. La menor por suerte no reparó en el tinte detrás de mi curiosidad ni en lo que reposaba en la mirada de la rubia, así que todo pasó desapercibido y seguimos hacia otras cosas. De pronto tuve a Luna contándome de sus raíces españolas, aunque tampoco era difícil asumir que tuviera ascendencia hispana de alguna clase solo con el nombre, pero sobre todo con el apellido. A eso le sumábamos el saludo en español y ahora lo de la paella, que ya delataba todo. —I figured as much —contesté con el mismo tinte que respondía todo—. Da igual. Los saludos a la larga son lo mismo, los digas en japonés, español o mandarín. Ilana no hizo amago alguno de tomar los palillos, de verdad la criatura no tenía una pizca de apetito, así que me encogí de hombros y los tomé yo, pues porque una era oportunista. Con el mismo descaro estiré la mano, pesqué un poco de arroz aunque la misión probó ser algo compleja porque era un arroz algo más suelto que el que se comía aquí por montones. —En mi casa trabajaban mujeres de latinoamérica —dije para balancear la información que ella había compartido sin motivo—. Me gusta como suena el español en general. Comí el bocado y en ese lapso de tiempo vi que Ilana sacó el móvil del bolsillo, sus ojos siguieron la lectura de un mensaje y la noté respirar distinto, además de que se permitió una suerte de suspiró. Se puso a responder de inmediato, aunque lo hizo sin prisa, y luego de unos minutos llamó la atención de Beatriz con un codazo suave para enseñarle la pantalla. Esperó a que terminara de leer para dedicarle una sonrisa y después le tomó una foto a la paella. —Gracias por querer compartirla con nosotras. Yo estoy satisfecha, pero igual aprecio el gesto. Contenido oculto Por acá voy cerrando ofcourse, el destino eligió que narrara todo con Kat y fue medio gracioso. En fin, gracias por caerme Bru uwuwuwu