Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

    Leo
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    Seguro le había costado encontrar la canción solo con lo que recordaba, pero lo había logrado y con ello pudo colocar el recuerdo de ese día a mi alcance. Su murmuro me alcanzó el corazón y sin darme cuenta en realidad asentí con la cabeza, despacio. Era cierto que había cosas que escapaban de mi conocimiento, que seguía tratando de ver cómo iniciar el tema pendiente, pero procuraba estar para ella cuando me lo permitía y saber que lo percibía así, de alguna forma, me tranquilizaba un poco.

    Sin darme cuenta, casi al mismo tiempo, me estaba permitiendo a mí mismo sentir más cosas. Alegría, cariño, frustración o enojo, las sentía y no se acababa el mundo por ello, si acaso se tornaba más claro y así comprendía que no había tal cosa como una armonía perenne en este mundo y que mi anestesia no había servido para nada desde que tenía quince años. Con algo más de sobriedad emocional, sentía que podía caminar junto a Sasha y permanecer con ella.

    Ella recibió la caja, su sonrisa era sincera y suave, y en los intermedios no hice más que mirarla, mi repetición la hizo reír. Miré sus facciones, sus pestañas, los pómulos, los labios y la observé inspeccionar los dientes de león, su murmuro consecuente me sacó una nueva sonrisa y al oír su agradecimiento negué suavemente con la cabeza.

    —¡A la cuenta de tres! —confirmé alcanzando mi caja.

    De inmediato noté el corazón en un extremo, entre el resto de figuras, y me tragué una risa antes de tomar justamente ese como víctima para mi cata de bombones. No tuve intención de probarlo antes, pero eso no evitó que cuando ella volviera a besarme me tomara por sorpresa y se me escapara la risa en medio del asunto. Su reacción se me antojó dulce, un poco infantil, y la verdad era que yo también quería prensar este recuerdo. No quería perderlo nunca.

    —Tú también me encantas, cariño —le dije con suavidad y alcé el corazón que había extraído de la caja—. ¡Brindis de chocolate! Venga, tenemos que ver quién se lució más, ¡aunque seguro que fui yo!

    Lo solté más que nada para molestarla, obviamente, y esperé para llevarme el bombón a la boca al mismo tiempo que ella lo hiciera con uno de los que yo había preparado. ¿La verdad? Yo ya había ganado, no por los bombones, si no por poder tener a Sasha en mi vida.


    this is the beeeeest of both worlds *se muere de softness entre las lágrimas del otro dramón* muuuchas gracias, it was so pretty ;; los adoro, mis bebitos
     
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    Gigi Blanche

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    La campana sonó y tomé mucho aire, liberándolo lentamente. Conforme vaciaba mis pulmones, eché el torso sobre el pupitre y clavé los codos allí, estampando el rostro contra mis manos. Me enfoqué en respirar, ordené mis pensamientos y, transcurridos unos pocos minutos, me puse en pie. Emily me había pedido de vernos en el invernadero y no tenía motivos de peso para negarme, además... Estábamos a jueves, ¿verdad? Probablemente quisiera regalarme algo. Negarme siendo consciente de ello sólo acrecentaría el malestar que de por sí iba acumulando. No había juntado fuerzas para preparar los obsequios junto a Kakeru, lo menos que podía hacer era aceptar aquellos que hubiesen preparado para mí.

    Empecé a caminar, sin prisa. Dudé si pillar la guitarra del club, pero resolví no sentir el suficiente ánimo y continué mi camino, procurando no voltear hacia la 3-2 ni de casualidad. A media mañana había recibido los mensajes de Kakeru avisándome del encuentro que había pactado, con lugar, horario y todo. Se lo había tomado bastante en serio. Le agradecí y le respondí que más tarde vería si iba. Una parte de mí quería estar allí y la otra no. Una parte se empeñaba en cumplir las ventas pactadas, conservar una sonrisa, comer y dormir, y la otra se cansaba más y más.

    Aún me sentía embotado, lo suficiente para no haber pensado prácticamente nada del abrazo improvisado de la mañana. Emily había reaccionado como si el contacto le quemara y la idea fluyó, perdiéndose río abajo. O en las inmensidades del cielo. Ni siquiera habría querido regresar con Haru ayer o toparme a Kakeru, pero seguía sin poder negarme. La vida no se detenía para nadie, no lo haría nunca, y yo lo sabía bien. Mis pies debían continuar su camino.

    Tuve la decencia de comprar unas bebidas en la expendedora y, al salir, el viento me revolvió el cabello. Caminé contemplando el cielo, en silencio, buscando alguna clase de consuelo, y al ingresar en el invernadero intenté evocar la calma que siempre había sentido allí dentro. Había llegado antes que ella, por suerte. Recorrí el espacio, observé las flores, y me dejé caer en una de las sillas. Repetí las respiraciones controladas.

    Sólo era un almuerzo, ¿verdad? Sólo debía ser el Kohaku de siempre por una hora. Nada más que una hora.


     
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    Amane

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    Anna no pareció especialmente enfadada por mi pequeño exabrupto durante el abrazo, lo que me había aliviado mucho más de lo que podía expresar con palabras. Negué un poco con la cabeza cuando mencionó lo del abrazo y al final, aunque seguía sintiendo las mejillas calientes, me permití soltar una risilla ligera que, por otro lado, me ayudó bastante a relajar el cuerpo. Lo último que quería era crear incomodidad en nuestra relación, por eso me sentía tan estúpida por haber reaccionado así ante un simple abrazo; desde luego, tenía que seguir trabajando en ello.

    Ella me colocó la chaqueta, acepté el abrazo que me dio por la espalda y asentí apenas con la cabeza ante sus palabras, intentando centrarme en lo positivo. Después me llevó de la muñeca hasta los casilleros, el trayecto ayudándome a olvidar la tensión que había llegado a sentir, y una vez abrí el mío... la verdad es que necesité unos cuantos segundos extra para procesarlo. Colé las manos con cuidado, sacando primero la bolsa de bombones y después la de
    cupcakes, y cuando me giré de nuevo hacia la chica, me volví a sorprender al ver la cajita que tenía sobre sus manos.

    Sentí como todos los sentimientos posibles se me acumulaban en el pecho, y para cuando me quise dar cuenta, estaba abrazando a Anna mientras intentaba por todos los medios controlar las lágrimas; no lo conseguí, cabía aclarar. ¿Merecía todo aquello? No estaba segura, aunque tampoco importaba demasiado en ese momento. Me hacía feliz, me hacía muy feliz, y quería permitirme disfrutar de aquella sensación durante un tiempo. Me separé tras unos pocos minutos y abrí la que me entregó, viendo tanto los dulces como la pulsera de su interior, y no tardé en dejarlo todo dentro de mi casillero, extendiendo el brazo para pedirle que me ayudase a colocarme el accesorio.

    —Todo es precioso. Muchas gracias, Annie... —murmuré, con la voz todavía algo ahogada—. Que seas mi amiga es regalo más que suficiente, espero que lo sepas.

    Después de aquello, las clases fueron un absoluto paseo por el parque; la llegada del receso, sin embargo, volvió a disparar mis nervios de manera considerable. Me tomé un tiempo para recoger las cosas, procurando calmarme en el proceso, y tras unos pocos minutos, finalmente me dirigí hacia el exterior del aula. ¡No era para tanto! Había decidido prepararle aquello porque era mi amigo, nada más, y pensaba aclarárselo para que no hubiera ningún problema. Cuando llegué al invernadero, Kohaku ya estaba ahí, por lo que tomé una última bocanada de aire antes de cruzar el sendero para alcanzar la mesa del final.

    >>Buenas tardes, Ko. ¿Te he hecho esperar mucho? —pregunté con una pequeña sonrisa, empezando a dejar mis cosas sobre una de las sillas que había a su lado—. Perdona por haberte emboscado de esa manera esta mañana, por cierto... y gracias por venir.

    Esperé un tiempo prudencial para recibir cualquier clase de reacción y, tras ello, tomé asiento mientras dejaba escapar un suspiro de nada. Saqué la bolsa de bombones transparente que había preparado para él, con una buena cantidad de los mismos en su interior y un lazo de color ámbar a modo de cierre.

    >>Supongo que ya te lo imaginabas, así que no voy a dar muchos rodeos —murmuré, sonriendo con una chispa de diversión, antes de extender dicha bolsita en su dirección—. Te he preparado esto, espero que te guste. Y antes de nada, quiero decirte que lo he hecho porque, por encima de cualquier otra cosa, te aprecio mucho como amigo. Disfruto mucho estando contigo, ya sea cuidando de las flores que aquí dentro, tomando el té, hablando de lo que sea o incluso estando en silencio. A veces soy un desastre y me pongo nerviosa por un montón de tonterías, pero tu presencia me tranquiliza mucho y... bueno, solo quería darte las gracias por ser mi amigo, por querer seguir siéndolo y por aceptarme en tu espacio.

    like i said to you, por supuesto que iba a aprovechar este post para reaccionar a annie as well, HOW COULD I NOT???? y bueno, estoy lista para SUFRIR, pero antes de ello... estos son los bombones que Emi le preparó a Ko <3
     
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    Gigi Blanche

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    No transcurrió demasiado tiempo hasta que me alcanzaron sonidos de la entrada y enderecé el cuello, pues había echado la cabeza hacia atrás para perderme en el movimiento de las nubes. Seguí el recorrido de Emily y le sonreí apenas encontró mis ojos, meneando suavemente en respuesta a su pregunta. Se veía algo nerviosa, suponía que debía relacionarse a su exabrupto de la mañana. Quizá fue culpa mía sugerir la tontería del abrazo con Anna, no había calculado la posibilidad de que la enana se escapara tanto de la tangente. En el momento pretendió ser una broma inocente, una que me ayudara a forzarme cierta normalidad encima, y el tiro me salió por la culata. No era culpa de Emily, en absoluto, sólo... Seguía sintiéndome incómodo en mi cuerpo, seguía sin reconocer mis propias manos. Tocarla había empeorado la sensación.

    —No te preocupes. Planeaba venir, de todos modos —respondí de forma muy similar a la mañana y recorrí las flores con la vista—. Les vendría bien un poco de agua, ¿no crees? Puedo hacer té también, si quieres.

    Hasta empezar a hablar no había notado la ligera ansiedad que me provocaba la certeza de lo inevitable, de que estaba a punto de sentarse frente a mí y darme un obsequio. ¿Qué había pretendido? ¿Distraerla con lo del té? ¿Eludir lo ineludible? Ya daba igual. Inhalé por la nariz y me quedé quieto, siguiendo cada uno de sus movimientos. Tal y como había anticipado, se sentó, tomó su bolsa y extrajo los chocolates. En ese preciso instante recordé que Cay ayer había dicho tener intenciones similares y la angustia se me enredó al pecho. El lazo era de un tono similar al ámbar y esbocé una pequeña sonrisa. La escuché, sin moverme de sus ojos.

    Que me apreciaba como amigo, que mi presencia la tranquilizaba, que la aceptaba en mi espacio.

    El debate entre oír mis propias voces y valorar sus intenciones era inagotable y ruidoso. No quería recluirme en el espacio oscuro del cual surgían los fantasmas, me negaba a cederles la victoria, pero cargaban con fuerza y no sabía cuánto tiempo podría sostener esta resistencia. Quería oír las palabras de Emily, escucharlas de verdad. Bajé la vista a la bolsa y la atraje hacia mí, detallando la forma de los bombones.

    No importa si no los mereces.

    Importa que los trajo para ti.

    —¿Los hiciste tú? —murmuré, levemente sorprendido, y mi sonrisa se amplió un poco—. Están... están preciosos, de verdad. Gracias.

    "Gracias". La palabra me supo amarga, cruel y egoísta, y me tragué la sensación como una cucharada de remedio.

     
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    Amane

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    Me relajé un poco más tras confirmar que Kohaku no estaba molesto por lo de aquella mañana, aunque en sí tampoco era una gran sorpresa, pues no recordaba haberlo visto enfadado ni una sola vez desde que lo conocía. También escuché lo que me dijo después, aunque decidí aplazar mi respuesta a ello para poder entregarle los chocolates primero; había esperado casi toda la semana para hacerlo y quería quitarme ese peso de encima, para poder pasar el resto del receso tranquila.

    Que me mantuviera la mirada mientras soltaba todo el discurso me intimidó un poquito, a decir verdad, pero al final fui capaz de decirle todo lo que había ensayado sin perderme ni trabarme por el camino. Esperé con paciencia a recibir su reacción, sin poder evitar la sonrisa enternecida que me provocó el simple hecho de verlo acercándose la bolsa al cuerpo, y a los pocos segundos mi expresión se tornó algo orgullosa, sobre todo al asentir con la cabeza ante su pregunta.

    —¡Sí, señor! Mi plan inicial era hacértelos rellenos de limón, pero encontré esas formas cuando estaba comprando todo y no me pude resistir. ¡Espero que tu abuela lo apruebe! —bromeé, sonriendo con una leve chispa de diversión—. De todos modos, me lo pasé muy bien aprendiendo a hacer los chocolates, así que no descarto que en un futuro te los haga probar si decido prepararlos.

    Mantuve la sonrisa durante un par de segundos, aunque algo más suave al decir lo último, y también me permití mirarlo durante ese tiempo, sin poder evitar quedarme algo prendada de la imagen; la luz que se colaba en el invernadero le favorecía.

    >>¡Bueno! —dije tras ese rato, dando una pequeña palmada mientras me ponía en pie—. ¿Te encargas de hacer el té y yo riego un poco las flores? Así también me cuentas qué tal has estado estos días. Hace un tiempo que no hablamos, ¿cierto?
     
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    La mención del limón me recordó a los caramelos de Ilana y alcé levemente las cejas, palpando el bolsillo donde recordaba haberlos lanzado. Vaya, seguían allí. El recuerdo hizo eco, fresco y cercano, y lo reprimí. Oírla hablar de mi abuela me pilló con la guardia baja y sonreí, divertido. Era por ella y por evitar sus regaños que no había fumado ni una pitada desde ayer, probablemente a sabiendas de que si empezaba me sería difícil parar. La lucidez era brava, pero sobrevivía.

    —¿Tengo que convidarle a la abuela? —me quejé en voz baja, junto a una risa floja—. Y que si le doy a ella, por qué no le doy a los niños. Y si le doy a los niños, ¿por qué no a mis padres?

    Fui consciente en ese momento de lo contradictorio que era negarme a compartirlos con el rechazo que de por sí sentía a recibir regalos, y pensé que mi cabeza probablemente siguiera siendo una maraña imposible de desenredar. Dijo que me usaría de catador de chocolates a futuro y asentí, bajando la vista a los bombones. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nada. Nada en absoluto.

    Su exclamación me hizo parpadear y alzar la vista con cierto apremio, habiéndome vuelto a distraer en mis propios pensamientos. Accedí, imitando sus movimientos por inercia, y tuve que escarbar en mi memoria para evitar el "¿cómo has estado estos días?".

    —Como un mes, ¿cierto? Aunque en el medio te vi traerle un almuerzo a Haru —recordé de repente, y me reí, caminando hacia la mesilla—. También lo vi con tus chocolates, ayer. El pobre echaba humo por las orejas. Si sigues tratándolo bien vas a confundirlo, ¿sabes? No está acostumbrado a que le den tantas atenciones.

    En lo que hablaba, fui disponiendo de la pava para calentar el agua.

     
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    Amane

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    —Bueno, puedes no darles y que sea nuestro pequeño secreto —propuse en voz algo baja, con una sonrisa algo traviesa por la idea—. Yo me imagino que tu abuela me ha dicho que cocino muy bien y que me da las gracias por mimarte con tantos dulces ricos.

    Solo estaba diciendo tonterías para animarlo, obviamente; si decidía darle parte de los bombones a su familia o no era una decisión que solo le correspondía a él. A mí no me molestaría para nada que lo hiciera, pero tampoco lo juzgaría si prefería guardárselos por el motivo que fuera. En sí, estaba más que contenta y satisfecha por que le hubiesen gustado, incluso si ni siquiera sabía todavía si disfrutaría de comerlos o no.

    Mi palmada pareció sacarlo de una especie de ensimismamiento, y aunque no tenía motivos de peso para pensar nada sobre ello, no pude evitar fruncir un poco el ceño al verlo ponerse en pie, confundida. Relajé el semblante al instante, sonriendo con calma mientras él se alejaba hacia donde solíamos hacer el té, y esperé un par de segundos extra antes de moverme también, yendo en busca de la regadera. Era un poco raro de explicar, pero tenía el extraño presentimiento de que Kohaku no estaba actuando con naturalidad; había algo en sus silencios, o quizás en la forma en la que se movía... ¿o quizás estaba sobre-pensándolo?

    >>¿Tú crees? Pero le dije que quería ser su amiga... —contesté, no sin antes haber dejado salir una risilla entretenida ante la imagen de su reacción a mis chocolates—. Esta mañana me dio una caja de bombones como agradecimiento, ¿sabes? Fue muy lindo. Es... me recuerda un poco a Kashya, diría.

    La comparación me hizo sonreír enternecida. Había llevado la regadera a la fuente de agua mientras le respondía a Ko, por lo que me quedé otro rato en silencio en lo que la misma se llenaba, y cuando finalmente eso pasó, me giré con ella entre las manos para mirar al chico con una repentina expresión de preocupación.

    >>¿Piensas que le estoy agobiando? —cuestioné, frunciendo apenas el ceño—. No parece que coma especialmente bien y ahora dices que no recibe muchas atenciones, así que me preocupa un poco...
     
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    Gigi Blanche

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    —Gracias —murmuré, junto a una risilla; bromas a un lado, me aliviaba no tener que compartir absolutamente todo mi botín con mi familia numerosa—. Cocinas muy bien, Emi-chan. No necesitas que mi abuela te lo diga para que sea verdad.

    Habiendo colocado el agua al fuego, me dispuse a preparar las tazas yunomi y traer al centro de la mesada los envases de hierbas deshidratadas que mezclaría. Fui siguiendo sus movimientos en base a su sonido, y de tanto en tanto la veía de reojo. Que quisiera ser amiga de Haru excedía mi capacidad de comprensión, pero aún así me parecía un gesto bonito de su parte. Volteé el rostro por completo para alzar las cejas con sorpresa al descubrir que efectivamente había comprado y entregado una caja de bombones, ¿y tan rápido, además? Vaya, cómo crecían...

    —Puede que sea una comparación algo acertada —concluí, tras analizarlo varios segundos mientras preparaba las hierbas—. No conozco mucho a Thornton-san, pero sí parecen... no terminar de comprender ciertas cuestiones sociales, ¿verdad? Al menos a Haru hay muchas cosas que no le apetecen nada, o le cuestan más que al promedio.

    Con todo listo, giré sobre mis talones y apoyé las manos al borde de la mesada, relajando la postura. En lo que el agua terminara de hervir, permanecí así para conversar más cómodamente. A Emily le dio un ataque repentino de preocupación y sonreí, meneando la cabeza. Pobre Haru, me mataría si supiera que andaba soltando tanto la lengua sobre él, pero... charlar de cualquier cosa por fuera de mí mismo me ayudaba a tranquilizarme.

    —Si lo agobiaras te lo haría saber, créeme, y probablemente no de una forma muy bonita. —Suspiré, y mi sonrisa se tiñó de cierta... melancolía, quizá—. Haru vive solo. Bueno, tiene un compañero de piso, pero es casi lo mismo que nada. No sé mucho los detalles, sólo que tiene una relación muy complicada con su familia y que se fue de su casa siendo bastante pequeño. Trabaja, estudia y se ocupa de sus gastos. Tiene una vida de adulto en la que goza de muchísimas libertades, pero también... creo que tiene que sentirse solo. Sigue siendo un mocoso de nuestra edad, después de todo, ¿no? No me imagino volver a casa y que mamá no me salude, no oler la cena desde la cocina, o que los niños no estén poniendo la mesa.

    La pava empezó a pitar suavemente y apagué el fuego.

    —No te preocupes por agobiarlo o excederte, al menos ese es mi consejo —proseguí, vertiendo el agua en las tazas—. Si algo... Me pone contento y me alivia que quieras ser su amiga. Me gustaría que se rodee de algunas personas más. Su personalidad es complicada y suele andar con cara de culo, pero no es un mal chico para nada.
     
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    Amane

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    Que me agradeciera por algo como aquello me sacó una pequeña risa enternecida que no fui capaz de disimular y, a los pocos segundos, suavicé la expresión hasta poder devolverle el agradecimiento con una sonrisa amable. Una vez hecha su entrega de chocolates, y habiendo sido la misma un éxito, me sentí mucho más relajada en su presencia, lo que me permitió moverme y hablarle con la naturalidad que ya habíamos adquirido dentro del invernadero. Pude ver la sorpresa que le alcanzó cuando mencioné el regalo de Haru, haciendo que mi sonrisa se tornara bastante más divertida, y después fui asintiendo con la cabeza a medida que él hablaba.

    —Sí, Kashya igual. Solían meterse mucho con ella en el colegio, ¿sabes? Siempre fue muy directa rechazando a los otros niños cuando la invitaban a jugar y ellos no lo entendían muy bien. A ella tampoco parecía importarle mucho, pero a mí me molestaba tanto... —le conté, por el simple hecho de que me sentía cómoda, y mi tono algo melancólico se torno algo más divertido cuando volví a sonreírle—. Aquí donde me ves, tuve alguna que otra pelea por defenderla. Así que... si alguna vez alguien se mete contigo o te pone triste, dímelo y yo me encargaré de decirles un par de cositas.

    Moví el puño delante de mi rostro al decir aquello, pretendiendo parecer amenazante a pesar de que todo en mí gritaba justo lo contrario. Dejé salir una nueva risilla, rompiendo la ilusión que creía haber creado, y cuando el predecible ataque de preocupación me alcanzó, centré toda mi atención en las palabras de Kohaku. Mi suposición había resultado ser acertada, pues si el chico vivía solo, dudaba que prepararse comida casera todos los días estuviera entre sus preocupaciones, y no pude evitar hacer una mueca apenada hacia el final, mirando el movimiento del agua dentro de la regadera.

    >>Supongo que todos hemos pensado alguna vez lo genial que tiene que ser vivir solo y tener tanta libertad, pero si lo piensas, ahora también tenemos muchas libertades de las que no nos damos cuenta. Y aunque no siempre sea perfecta, yo tampoco puedo imaginarme mi vida ahora mismo sin mi familia. Lo siento por él... —murmuré, sin poder controlar el tono compasivo de mi voz, y levanté la vista hasta dar de nuevo con sus ojos—. Te aprecia mucho, ¿sabes? Estoy convencida que no me aguantaría ni un cuarto de lo que está haciendo si no fuera porque soy tu amiga —le dije después, con algo de gracia—. Y puedo ver que tú también lo haces, así que no te preocupes. ¡Prometo estar a la altura! Puedo ser muy obstinada cuando se trata de ayudar a alguien.

    Asentí con la cabeza, gesto que dirigí más bien hacía mí misma, y me alejé para empezar a regar las flores, tal y como había dicho que haría. Me tomé mi tiempo para cumplir con la tarea, queriendo así también darle algo más de tranquilidad a Ko, y volví a mi asiento tras terminar, recogiendo las manos sobre la mesa.

    >>Lo de antes iba en serio, por cierto —retomé, mirando al muchacho de reojo con una nueva cuota de timidez—. No lo de pelearme con alguien para defenderte, si no lo de que me puedes contar si alguna vez te pasa algo. Sé que... bueno, me dijiste que no se te da bien poner en palabras lo que sientes, y lo entiendo. No voy a obligarte a hablar de nada si no quieres, es solo que... pienso que a veces ayuda el contarlo, incluso si parece difícil o que no tiene sentido. Y no sé si quizás piensas que no puedes hablarme de ciertas cosas por... por lo que siento, pero te puedo asegurar que nada de eso importa si puedo serte de ayuda de alguna manera.

    Dejé salir un suspiro tembloroso, dándome cuenta en ese momento lo nerviosa que había estado por decir aquello, y tomé algo de aire un par de veces, tranquilizándome lo suficiente como para poder volver a buscar su mirada.

    >>También me dijiste que te gustaba que te trajera comida y habláramos con normalidad, así que podemos hacer eso sin ningún problema —acabé por proponer, mostrándole los bentos que había dejado sobre la mesa nada más llegar al invernadero.
     
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    No contuve la risa baja que se escapó de mi pecho al imaginarla, pequeñita y tan amenazante, intentando defender a Kashya de sus bullies. Acabó extendiéndome una oferta similar, blandiendo el puño y todo, y sentí una mezcla de ternura y amargura; pero, otra vez, antepuse lo que correspondía. No podía decirle que, en ese caso, debería reñirme a mí, pues era yo mismo el único imbécil que me jodía la vida.

    —Ahora que lo mencionas, un tipo de unos veintitantos el otro día me vio y me preguntó si me gustaba por detrás y que cuánto cobraba —comenté, como si nada—. Era de estos, ya sabes, motociclistas rudos, alto, fornido y lleno de tatuajes. Tenía un bigote gracioso. Pero nada que Emi-chan no pueda vencer, ¿verdad~?

    La anécdota era genuina, aunque sonara a broma improvisada en el momento y precisamente por eso se la había soltado. Andar tanto de noche tenía sus desventajas, en especial cuando empezaba a correrse la bola de cierta información. A algunos hombres, por algún motivo, les seguía pareciendo fascinante que uno no fuera heterosexual y salivara como perro al ver un par de tetas.

    Te aprecia mucho, ¿sabes?

    Me congelé al oír aquellas palabras, fue inevitable. Destrabé los músculos a tiempo y supe que pasaría desapercibido, pero el arpón ya se me había clavado en el pecho y no quise escuchar más. ¿Que me apreciaba, decía? Entonces, ¿qué? ¿También lo lastimaría a él? ¿Ya lo hacía, quizá, y sólo le faltaba decírmelo? Logré conservar mi semblante relajado y murmurar un sonido afirmativo en respuesta, pero mis dedos se presionaron al borde de la mesa y la solté, excusándome en el agua para darle la espalda a Emily. Allí, me quedé inmóvil un segundo y exhalé en silencio.

    Haru me apreciaba. No era imbécil, me daba cuenta de la paciencia y la suavidad que, muchas veces, parecía reservar sólo para mí. Lo sabía, sólo... yo sólo... no podía pensar en eso ahora mismo. Si me hacía a la idea, a la mínima posibilidad de causarle lo mismo que a Emily y que a Cayden, no podría. No podría seguir habitando este maldito cuerpo. A partir de ahí, la visión se tornaba borrosa y oscura.

    Preparé el té en piloto automático, y para cuando tocó regresar a la mesa logré apartar buena parte de esos pensamientos. Fue así, al menos, hasta que me senté, repartí las tazas y Emily empezó a hablar de nuevo. Me sentí ridículamente expuesto, incómodo y, una pequeña parte de mí, incluso molesto. Por la forma en que contraje el semblante y clavé la vista en la mesa supe que le estaba dando una respuesta, pero ya no me daba la vida para fingir tanta demencia. ¿Se había dado cuenta? ¿Habría estado actuando extraño, al fin y al cabo?

    Y no sé si quizás piensas que no puedes hablarme de ciertas cosas por... por lo que siento.

    Claro que no puedo.

    Pero te puedo asegurar que nada de eso importa si puedo serte de ayuda de alguna manera.

    Claro que importa.

    Era gracioso, ¿no? Y bastante absurdo. Estaba aquí, pretendiendo ser un buen amigo y anteponer sus emociones sobre las mías, hasta que expresaba algo inconveniente y entonces dejaba de escucharla. ¿Comer y hablar con normalidad? Sabía que no era así, que no debía, que Emily no tenía la culpa, sólo... ¿por qué tenían que presionarme tanto? ¿Por qué no me dejaban respirar? Esperaban, esperaban y esperaban cosas de mí cuando no podía darles nada. ¿No se daban cuenta?

    No vale la pena.

    No valgo la pena.

    —Pensé que lo estaba disimulando bien, la verdad —reconocí en un murmullo, y apenas lo verbalicé el mundo se me vino encima. Resoplé, extenuado, y me sacudí el cabello con una mano—. Lo siento, Emi, me pillaste en... en muy mal momento. Quizá tendría que haberte dicho que no, pero tengo la manía de creer que puedo seguir como si nada y... no pude. —Miré los bombones y sentí una amargura inmensa; mi voz se redujo a un susurro avergonzado—. Sabía que me traerías algo, no pude... decirte que no. Lo siento.

    Aplasté la palma contra parte de mi rostro, sobre uno de mis ojos, y presioné los párpados. Volví a respirar con fuerza. ¿Podíamos regresar de esto? ¿Estaba arruinando el almuerzo que había pensado para nosotros? La respuesta siempre era sí. Junté las manos sobre la mesa y las observé, sintiéndolas impropias una vez más. Quería irme. Era incómodo. Me molestaba.

    —No es sólo que me cueste poner en palabras lo que siento, es que tengo la mente absolutamente en blanco. —Suspiré; qué más daba—. Y aunque digas que no... Sí influye, sí importa. No hables de ti como si fueras mi saco de boxeo personal, ya bastante te jodí como para venir aquí a llorarte mis problemas. Agradezco que quieras seguir siendo mi amiga, pero no tiene sentido tapar el sol con un dedo. Hay cosas que inevitablemente cambian y no puedo... —Volví a rascarme el cabello, nervioso; ni siquiera sabía ordenar mis ideas—. Sí importa. Sí me importa. Por favor, no vuelvas a... Ya no digas eso.

    No sabía hacer esto.

    No tenía idea.

     
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    Amane

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    —¿E-eh?

    No exageraba al decir que mi rostro se iluminó de un rojo tan intenso que bien podía haber pasado por un semáforo. ¿¡Pero qué otra cosa podía haber hecho!? No había esperado para nada que Ko decidiera mencionar a un señor de veintitantos años que, al parecer, le había molestado por preguntarle aquello y proponerlo aquello otro. ¿Le había preguntado cuánto cobraba? ¿¡No era eso insinuar algo muy feo de alguien que no conoces de nada!? ¿Era normal para Kohaku recibir esa clase de cuestiones? Dios, sentía que todo el lugar estaba dando vueltas...

    >>¿No podías tener problemas con alguien de nuestra edad...? —acabé por murmurar, llevándome ambas manos a la cabeza.

    Logré tranquilizarme con el devenir de la conversación, especialmente cuando me centré en regar las flores, pero por supuesto que tenía que comportarme como una estúpida y abrir la boca cuando no debía. Si bien la primera contestación de Ko fue lo suficientemente escueta como para hacerme dudar, lo cierto es que no le di demasiada importancia, pensando que quizás estaba demasiado concentrado en la preparación del té como para extenderse en palabras; fue su posterior reacción la que me hizo dar cuenta de que no había tenido una buena idea, a pesar de mis intenciones.

    Centré toda mi atención en él cuando empezó a hablar, siguiendo con la mirada todos sus movimientos mientras lo hacía, y sentí como el corazón se me iba encogiendo con cada segundo que pasaba; no me gustaba verlo así, sobre todo sabiendo que había sido yo la que lo había provocado. Separé las manos del almuerzo, pues no había sido capaz de moverme mientras él hablaba, y las recogí con cierta tensión por encima de la mesa, escondiéndolas tras los bentos.

    >>Tienes razón, lo siento. Claro que importa —murmuré, teniendo que bajar la vista durante unos pocos segundo al notar que el ceño se me fruncía en contrariedad—. Sé que importa y sé que las cosas han cambiado, incluso si me empeño en negarlo porque me da miedo. Y también sé que he sido injusta contigo y lo siento mucho. Decidí contártelo cuando yo ya me había hecho a la idea y no te dejé espacio para nada. Me he seguido imponiendo todo el rato y... ¿es eso? —cuestioné al fin, buscando su mirada al hacerlo—. ¿Te he estado incomodando? Lo entiendo, es perfectamente comprensible. No tenía que... no quería...

    Me paré antes de continuar aquel hilo de conversación, tomando algo de aire para intentar tranquilizarme, y aunque quise evitarlo a toda cosa, supe que me fue imposible controlar la tristeza que me alcanzó los ojos. ¿Qué se suponía que había tenido de valiente confesarle nada? Sabía que no me iba a corresponder, así que lo único que había conseguido era hacerlo sentir mal, estropear nuestra relación y, lo que más me temía, que todo aquello acabase extendiéndose hacia Anna de alguna manera.

    >>Y no me has jodido —atajé, volviendo a centrar todos los nervios en los movimientos de mis dedos—. Si algo de tu malestar es porque crees eso, entonces te pido por favor que lo olvides. Si te he dicho que me puedes contar lo que te pasa es porque me preocupa que te lo guardes todo, Ko, porque sé lo fácil que es acabar centrándose solo en lo negativo y me da miedo que ya no puedas salir de ahí. No tiene que ser conmigo si no quieres, lo entiendo, pero por favor... no te quedes con la idea de que me has jodido, y tampoco quiero que te sientas nunca en la obligación de aceptarme cualquier cosa porque te creas culpable de alguna manera. No lo eres. Para bien o para mal, tú no puedes controlar lo que siento.

    ¿Cómo podía tan siquiera imaginar que me había jodido? Incluso con todo lo desastroso que estaba siendo, aquel también era uno de los sentimientos más bonitos que había tenido nunca.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    me sonó mientras hacía el post and it was such a nice mood, mree my beloved

    [​IMG]

    Tuve que ver la reacción de Emily, su rostro encendido como un árbol de Navidad, para darme cuenta de la mierda que había soltado sin ninguna clase de filtro. Me arrepentí al instante, por supuesto, y me reprendí mentalmente. ¿Qué demonios pasaba conmigo? Era obvio que... Ugh, en fin. Las intenciones se me enredaron en el cerebro y, al final, sólo atiné a dedicarle una sonrisa que, al menos desde mi perspectiva, pretendió fungir de disculpa.

    —Ya sabes, es más fácil envalentonarte con alguien que no sea de tu tamaño... —respondí vagamente, y pronto dejamos morir el tema.

    A partir de ahí intenté comportarme, o al menos eso habría querido que ocurriera. No me había preparado para recibir un discurso del calibre "puedes contarme lo que sea, para eso somos amigos" justo el día de hoy, que ante cualquier otra cosa necesitaba recuperar una pizca de normalidad. Era la secuencia de siempre. Me era imposible resolver los problemas al instante de que ocurrían, todo dentro de mi cabeza se daba vuelta y, primero, debía reacomodar los fragmentos de uno a la vez. Ojalá haber juntado la fuerza suficiente para sonreírle y evadir la cuestión, realmente era lo que habría querido que ocurriera.

    Pero en el apuro por acomodar todo, tropecé con la alfombra y me choqué la pared de lleno.

    Me arrepentí, de nuevo, prácticamente al instante de abrir la boca. Lo primero que hizo fue darme la razón, pedirme disculpas, y su figura se solapó con la de Cayden aquí mismo, en el invernadero. ¿Tenía derecho a sentirme frustrado? ¿Tenía razón al pensar que se moldeaban a sí mismos constantemente intentando no hallar ninguno de mis límites? Eso era... Parecía... Como si fuera un monstruo o algo parecido. Sabía que mi personalidad era algo particular y que tendía a no decir lo que pensaba, pero ¿eso realmente me convertía en una persona tan... inalcanzable?

    Me he seguido imponiendo todo el rato y... ¿es eso? ¿Te he estado incomodando?

    La miré y sacudí la cabeza en automático, con firmeza. Sentí el cabello cosquillearme en la nuca y mantuve el semblante comprimido. Lo negaba, sí, y estaba seguro que era verdad, pero al mismo tiempo... no sabría cómo explicarlo. ¿Por qué reaccionaba así si Emily no me incomodaba? ¿Qué de convincente tenía la afirmación? Aún así, no quería alojar esa idea en su mente.

    —No me incomodas —murmuré, regresando los ojos a mis propias manos—. Nunca lo hiciste.

    Por favor, créeme.

    Se instaló un silencio entre nosotros. Fue denso, incómodo y algo desesperante. Noté de refilón que alzaba a verme y le correspondí el gesto, aunque una parte de mí deseó no haberlo hecho. Había... tristeza en sus ojos. Se había armado de valor para abrazarme, invitarme a almorzar, incluso había hecho estos chocolates preciosos... y ahora había tristeza en sus ojos. Me sentía una auténtica mierda.

    ¿Era eso? ¿Estaba centrándome sólo en lo negativo? Pero... ¿qué había de positivo, para empezar? Necesitaba acomodar el desorden, sentarme con calma y pensar. Pensar, pensar y pensar las cosas. No veía nada entre todo este polvo, y estas lágrimas ajenas, y estos ecos de conversaciones pasadas. Había muchísimo ruido y sólo quería silencio.

    Volví a sacudir la cabeza, esta vez con lentitud.

    —No me atascaré —afirmé; si había algo en lo que confiaba, era eso—. No tengo idea cuánto tiempo me tomará, pero sé que no me atascaré. —Presioné mis manos entre sí—. Y sé que no puedo controlar lo que sientas, ni tú, ni nadie. Sé que esa responsabilidad no es mía, pero... al mismo tiempo... creo que es la excusa de la cual me he colgado para hacer y decir lo que me apetezca. Y cualquiera de los dos extremos está mal, ¿cierto?

    Esbocé una sonrisa sin gracia, repasándome los pulgares mutuamente.

    —Nunca quise lastimar a nadie —susurré, como si fuera más un pensamiento en voz alta, y entonces recuperé mi tono de voz inicial—, pero una vez lo haces, las intenciones ya no importan. Tengo un par de cosas claras, creo que las he tenido siempre en mayor o menor medida. Toda la vida me sentí diferente a los demás muchachos de mi edad; y, también a diferencia de los diferentes, realmente no me importaba. No... Me decían cosas, se reían de mí, a veces incluso me empujaban o me jugaban alguna "broma", pero no conseguían estropearme el ánimo. A veces eran momentos feos y alguna que otra vez volví a casa triste, lo recuerdo, sin embargo... nada duraba. Esas emociones negativas se desvanecían y la vida regresaba a su eje casi sin esfuerzo. Lo comprendía con facilidad, también. Entendía que se metían conmigo por el simple hecho de disfrutar otras cosas, de vestirme diferente o hablar más suave. Les molestaba, también, que las niñas se sintieran más cómodas conmigo. —Sonreí apenas—. Una vez regresé a casa con las rodillas raspadas, me habían empujado en el patio de juegos y mamá quiso sentarse conmigo, ya sabes, a tener "la charla". Aún recuerdo lo sorprendida que estaba de oírme explicarle todos y cada uno de los motivos por los cuales me estaban acosando.

    Me rasqué el cabello, interrumpiéndome pues había perdido el hilo. ¿Adónde quería llegar con todo esto...?

    —Otra cosa que tengo clara es que, en realidad, entiendo muchas cosas. Al menos, más de las que parece que entiendo. Creo que aprendí a moverme sin balancear cómo eso pueda afectar a los demás precisamente por haber considerado tan absurdas y tontas las maldades que me hacían a mí. En cierta forma, fue un tipo de resistencia; y cuando quise acordar, llevé esa resistencia a todos los aspectos de mi vida. Más tarde empezaron a acusarme de fingir mis intereses para poder acercarme a las chicas. Y, cuando quise acordar, esas mismas chicas, las que antes me aceptaban y se sentían cómodas conmigo, se ruborizaban al hablarme.

    Exhalé con lentitud, cerrando un par de segundos los ojos.

    —Nunca fui un buen receptor de sentimientos ajenos. Y pese a todas las cosas que entiendo, las cosas que veo y percibo, sigo dando asco en todo este asunto de... trazar límites. A una parte de mí... le molesta, ¿sabes? Es agotador estar atendiendo a las reacciones de los demás porque te sientes diferente, porque sabes que tu amor es diferente, y porque apenas te descuidas, la comodidad se transforma en nerviosismo. También sé que es jodidamente egocéntrico hablar así. Tantas cosas que sé, y aún así... no consigo evitarlo. No sé hasta dónde ser yo, y a partir de dónde convertirme en lo que otros necesitan.

    Recorrí la mesa con la vista. Los almuerzos, la bolsa de chocolates, y esbocé una muy pequeña sonrisa. Alcancé los bombones y los deslicé de regreso en mi dirección, y los mantuve allí, envueltos entre mis brazos.

    —Es complicado, ¿eh? Todo este asunto de las relaciones humanas... —Solté el aire con fuerza—. Para mí, es lo más difícil de todo.

     
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    Amane

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    No me había dado cuenta de lo tensa que me había quedado esperando la contestación de Kohaku hasta que me la dio, permitiendo así que mi cuerpo se relajara de una manera que fue demasiado evidente. Sabía que habría aceptado cualquier posible respuesta por su parte, pero eso no implicaba que no me aliviase haber recibido aquella negación tan certera; me alegraba, también. Después me confirmó que no se atascaría en los malos pensamientos y, a pesar de la situación en la que estábamos, me permití esbozar una sonrisa alegre al escuchar aquellas palabras.

    Me preocupaba su bienestar, y esa era una realidad que no cambiaría nunca, pasase lo que pasase.

    Su posterior comentario, sin embargo, sí que me hizo fruncir los labios en un gesto algo contrariado. Durante este tiempo me había convencido de que las acciones de Kohaku no pretendían tener ninguna intención hacia mí, que era yo la que las estaba interpretando de cierta manera por mis propios pensamientos, pero oírlo decir aquello hizo que me replantease alguna cosas. No quería darle la razón a eso, aun así, pero tampoco vi por donde negarlo, y al final solo dejé salir un "mhm" suave en afirmación de que cualquier extremo era malo.

    Continuó hablando después, por lo que mantuve mi atención puesta sobre él en todo momento. Me empezó a contar cómo había sido parte de su infancia, el hecho de que otros niños le molestaban por su forma de ser, y si bien le escuché decir que no solía afectarle, no pude evitar fruncir el ceño con algo de molestia; los niños podían llegar a ser muy crueles y eso era algo que nunca llegaría a entender. Aparté un poco la mirada cuando mencionó el cambio de actitud de las chicas, sintiéndome un poco expuesta y bastante avergonzada, pero me obligué a volver a su figura no mucho después, pues entendía que aquella conversación iba más allá de eso.

    No quería perderme ni una palabra de lo que me estaba contando.

    —Es muy complicado, desde luego —acabé por afirmar junto a una pequeña sonrisa, llevando mis manos a la taza de té—. Quizás también porque todavía estamos aprendiendo. Trazar límites no es una tarea tan sencilla, sobre todo si es algo que notas pero no te confirman... a lo mejor te resulta extraño, pero entiendo bien lo que dices. Sentir que un amigo con el que te sentías cómodo empieza a actuar diferente y saber el motivo, aunque esa persona no te lo haya dicho. ¿Cómo se supone que tenemos que actuar? Si seguimos con normalidad, la otra persona se hace ilusiones, pero si le dices algo al respecto, se puede enfadar o alegar que no es cierto... —comenté, suspirando con suavidad tras haber bajado la vista hacia el líquido en el interior de la taza—. Ahora entiendo un poco mejor a la otra parte, porque no pensé que se me notaría. Lo siento...

    No lo pude evitar, seguía sintiéndome un poco culpable al respecto. De todos modos, negué un par de veces con la cabeza y volví a levantar la mirada, procurando recuperar la tranquilidad de antes. Bajé la mirada hacia los bombones, sonriendo con ternura al ver cómo los abrazaba, y aquella misma expresión la trasladé hacia él a los pocos segundos.

    >>Pero lo estás intentando, y eso es lo que de verdad importa. Quiero decir, estás aquí contándome cómo te sientes, lo que se te complica y de dónde surge... ¡eso es un montón! Por desgracia, no sé muy bien cómo hacer que sea más sencillo. Creo que es injusto que acabes en esa posición, pero muchas veces nos encontramos en situaciones así y lo único que nos queda es confiar en nosotros mismos para intentar salir sin sufrir demasiado.

    Le di un trago al té al final, aprovechando que me sentía mucho más calmada al estar hablando así con él, y una nueva sonrisa me asomó los labios cuando terminé, porque la bebida estaba muy rica y el pensamiento anterior me caló por completo; no estábamos tan mal, ¿cierto?

    >>¿Te acuerdas lo que nos prometimos el otro día? Que si alguna vez nos poníamos demasiado negativos, teníamos que hacer recordar al otro algo alegre a cambio. No considero que esto califique de algo negativo per se, pero yo digo que lo podemos considerar un vacío legal —acoté con un poquito de gracia, levantando el dedo meñique de mi mano derecha en su dirección—. Así que... ahora te toca contarme otra recuerdo feliz que tengas.
     
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    Gigi Blanche

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    Verla fruncir el ceño al oír de mi infancia me dibujó una breve sonrisa en medio del relato, pues recordé que me había hablado de ella defendiendo a Kashya y comprendí el origen de su reacción. De habernos conocido de pequeños, ¿le habría echado la bronca al grupito de mocosos que me jodían? ¿O habría sido de las niñas que se sentaban a mi lado mientras leían sus libros de cuentos o pintaban sus dibujos? ¿Quizás ambas? Y transcurridos los años, ¿nuestra amistad habría perdurado o se habría arruinado? Sin importar la cantidad de tiempo que hubiésemos compartido, no me había molestado en mantener el contacto con nadie del preescolar ni de la media. Luego topé con los muchachos de Chiyoda, pero ante la muerte de Kaoru la secuencia se repitió. El reencuentro con Arata y Cayden había sido una mera y absurda coincidencia. ¿Por qué hacía promesas, entonces? ¿Por qué aseguraba mi presencia cuando nunca antes había cumplido esa regla? ¿Por qué reconocía en mí mismo la dualidad tan clara de necesitar y no necesitar a mis amigos?

    ¿Por qué los quería y los soltaba?

    ¿Por qué la ausencia no me pesaba como a los demás?

    Quizá no debiera, pero oír de su boca lo que me atenazaba el cuerpo fue un consuelo en sí mismo. Me permitió respirar diferente, relajar los brazos, y supe que era la tranquilidad tan predecible y ordinaria de, simplemente, sentirse comprendido. Era extraño y hasta bizarro estar aquí, hablándole de estas cosas, luego de también haberme confesado sentirse similar a Cayden; y si lo pensaba dos segundos de más, la culpa me devoraría la cabeza. Respiré hondo y meneé la cabeza, exhalando. No necesitaba sus disculpas, siquiera me las debía.

    —Aún así, agradezco que me lo hayas dicho cuando te lo pregunté. Lo agradezco... no sabes cuánto. —El pecho se me contrajo y me las arreglé para dedicarle una pequeña sonrisa—. No creo que hayas hecho nada mal, Em, e incluso ahora sigues aquí, escuchándome e intentando ayudarme. Eres... de las mejores personas que he conocido.

    Agaché la vista a mi taza de té, como ella, y esperé no haberme excedido. Intentaba no ser demasiado consciente de cada pequeña cosa que hiciera o dijera, pero a veces era difícil.

    ¿Lo... estaba intentando? Sí, suponía que sí. Quizá todo esto fuera parte de un enorme proceso de reestructuración. Quería sentir que crecía y aprendía, aunque, de tanto en tanto, el polvo no me dejara ver lo que había alrededor. Notaba a Emily más tranquila, lo cual me aliviaba enormemente, y repasé la sonrisa que esbozó tras beber del té. Su propuesta elevó mis cejas y una risilla brotó de mi pecho al comprender el significado. Sí, lo recordaba. Dejé ir los bombones con movimientos pausados y le di un sorbo a mi taza. El sabor y el aroma, cálidos y suaves, me siguieron calmando.

    A riesgo de pisar una baldosa floja, quise avanzar.

    —¿Recuerdas cuando me mostraste el invernadero por primera vez? Te hablé hasta el cansancio de cada flor que veía, de su significado, o sus propiedades, o alguna historia asociada a ellas, y tú me escuchaste de principio a fin como ahora. Luego nos agachamos frente al estanque y me confesaste que, a veces, le dabas cualquier comida a los peces. Para seguir probando tu teoría, los alimentamos con unas galletas de agua que traía en la mochila y eso, por algún motivo, me habilitó a unirme al club.

    Recordaba la flor en su cabello, y la imagen se solapó con varias otras.

    —O cuando nos echamos una manta encima en el patio, que parecía mortuoria, y, de nuevo, me puse a hablarte de lo que hacía, desde cuándo y por qué. Y cuando me escuchaste cantar, y cuando toqué la guitarra...

    Sonreí, pues ahora lo entendía. Finalmente había alcanzado una respuesta.

    —Te dije que no me incomodabas, pero si hubieses preguntado por qué no habría sabido explicarlo. Ahora sí lo sé. —Envolví la taza con ambas manos y le sonreí—. No es la primera vez que te hablo hasta por los codos, ¿verdad? Siempre me he sentido cómodo contigo. ¿Recuerdas la vez de la manta? Bromeábamos con que debíamos cuidar de Anna y Altan como si fueran niños, y que quién nos cuidaría a nosotros, entonces. Tú te ofreciste a hacerlo, a cuidarme, y en cierta forma lo estuviste haciendo. Todo este tiempo.

    Le di un sorbo al té y tracé el borde de la taza con el dedo, reflexionando si seguir hablando o no. Aún le temía a las baldosas flojas, pero flexioné las piernas y di un gran salto.

    —Hoy, también... Aún tengo mucho en lo que pensar, pero ya no se siente tan ruidoso o agobiante. Desde las acciones, las palabras o los silencios, siempre me has ayudado a tranquilizarme. No me creo capaz de grandes cosas, pero al menos me gustaría transmitirte una certeza similar. —Observé los bombones cerca de mi pecho y mi sonrisa se ensanchó—. Te traeré algo, lo prometo.

    Fue prácticamente un pensamiento en voz alta.

     
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  15.  
    Amane

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    Lo último que había esperado recibir por parte de Kohaku en esos momentos era un agradecimiento, sobre todo porque... ¿me estaba dando las gracias por habérselo dicho cuando me lo preguntó? No llegaba a entender del todo por qué me diría algo así y, muy a mi pesar, sentí que parte de la confusión se me trasladó al semblante tras oírlo; por suerte, me di cuenta de ello con la suficiente rapidez como para cambiar a una pequeña sonrisa amable a tiempo. Incluso sin entenderlo, sabía que debía ser importante para él si me lo había dicho, y por ello no dudé en aceptar sus palabras.

    Su comentario posterior me hizo pestañear un par de veces, sin embargo, pues volvió a tomarme completamente desprevenida. ¿Una de las mejores personas que había conocido...? La simple idea me encogió el pecho, aunque hice mi mejor esfuerzo por no darle demasiada importancia. Solo estaba intentando hacerme sentir bien después de lo que habíamos hablado, ¿cierto? Tenía que ser eso.

    Pero era mucho más que eso.

    Al preguntarle por un recuerdo feliz, asumí que me hablaría de algo parecido a lo que acababa de contarme, alguna anécdota de su infancia o algo similar, pero lo que recibí en su lugar fueron momentos que habíamos compartidos juntos. Había recogido los brazos sobre la mesa tras escuchar su risa y me quedé mirándolo con expectación hasta el momento en el que empezó a hablar, pues asentí con la cabeza ante su pregunta y después... escuché todas y cada una de sus palabras. Las escuché incluso cuando mis ojos empezaron a aguarse sobre la mitad del discurso, y seguí escuchándolas incluso cuando sentí que ya no podía acumular más las lágrimas, que empezaron a caer en contra de mi voluntad.

    —Oh.

    Agaché la cabeza en cuanto pude procesar que había empezado a llorar delante de Kohaku, y me llevé las manos a los ojos para intentar controlar de alguna manera el llanto, a pesar de que la tarea estaba siendo bastante complicada. Me tomó algo de tiempo calmarme un poco, al menos lo suficiente como para poder hablar de manera comprensible, y aunque me daba muchísima vergüenza, me obligué a levantar el rostro para que el chico pudiera entenderme de alguna manera.

    >>L-lo siento, es que... esta mañana Anna me ha dicho que merecía recibir regalos y ahora tú me estás diciendo todas estas cosas bonitas y no... no sé si de verdad me merezco nada de esto, pero me hace tan feliz —empecé a contarle, con la respiración algo acelerada y teniendo que sorber la nariz de vez en cuando—. Tenía tanto miedo de haberlo estropeado todo... pero suenas tan sincero y me alivia tanto saber que te sientes así conmigo. Estaba tan asustada pensando que me quedaría sola, que había sido tan egoísta que ya no me ibais a querer o que ya no podríamos tener estos momentos juntos y... sé que nos conocemos desde hace poco, pero os quiero mucho y... gracias. Gracias por decirme todo esto, en serio...
     
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    Gigi Blanche

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    Percibí su confusión al recibir mi agradecimiento, fue evidente, y me forzó a replantearme mis propias palabras. ¿Había sido... algo extraño de decir? A mis oídos no sonaba tan descabellado, pero claro, Emily desconocía la mitad de la historia. En cualquier caso no preguntó, moduló su semblante en una sonrisa y yo tampoco me molesté en escarbar la tierra que aún no sabía cómo tocar. Era complicado, pero no me parecía correcto contarle a Emi de Cayden ni viceversa. Era algo que debería mantener conmigo.

    Conforme enumeraba mis recuerdos y arribaba a las conclusiones pertinentes había lanzado la vista aquí y allá; de otra forma, me habría interrumpido apenas la viera llorar. Un pequeño sonido me alertó tras prometerle que le traería algo y elevé la mirada, dando de lleno con sus ojos cristalizados. Por un instante sólo parpadeé, en blanco, y removí las manos en torno a la taza con cierta indecisión. De alguna forma, sin embargo, supe que no era nada malo. Acabé aplastando las palmas contra el hierro para forzarme a quedarme quieto y aguardé, en silencio, hasta que ella empezó a calmarse.

    Sus palabras comenzaron a decantarse, sus emociones también, y me di cuenta que no era un torrente que me ahogara. Era... diferente, y podía ayudarla, ¿verdad? Intentarlo, al menos. Una sonrisa enternecida brotó en mis labios y, mientras seguía hablándome de lo que le ocurría, me incorporé con calma. Rodeé la mesa hasta acuclillarme a su lado y le sonreí desde abajo, clavando una rodilla en el suelo y apoyando un codo en la otra.

    ¿Qué podía decirle que tuviera peso? No tenía sentido simplemente negar las ideas instaladas en su cabeza pues regresarían a ella apenas se viera en un espejo. Combatir los fragmentos oscuros de nosotros mismos era una tarea que no dependía de los demás. Me había enfocado tanto en la culpabilidad de mis acciones que siquiera había considerado el miedo que habría sentido ella todo este tiempo. Haberle preguntado directamente sobre sus sentimientos... ¿la había forzado, en cierta manera, a enfrentar algo para lo cual aún no se creía lista? No quería pensar así. ¿Qué le decía, entonces? ¿Cómo la ayudaba? ¿Qué palabras lograrían alcanzarla?

    —Emi-chan —la llamé, con voz suave, y esperé a recibir sus ojos con una sonrisa—. Piensa en tus amigos. En Anna, en mí, en Thornton-san. ¿Qué piensas de nosotros? ¿Qué tipo de personas crees que somos? ¿Te gusta, por ejemplo, pasar tiempo con nosotros? ¿Te gustaría que nos fuéramos de vacaciones a alguna parte? ¿Seguir siendo amigos después de la graduación? ¿Ir al cine? ¿Salir a merendar? ¿Ir a la playa?

    Fui enumerando las preguntas despacio, brindándole el espacio suficiente para pensar la respuesta a cada una. Ya las sabía, de todos modos, sólo quería que ella recorriera los escenarios.

    —Y nos preparaste chocolates a todos, ¿verdad? ¿Por qué es eso? —Aguardé un momento—. ¿Sabes una cosa? Soy de la creencia de que aquello que vemos en el espejo sólo es una porción de nuestro reflejo, y que el resto lo completan los ojos ajenos. Piensa por un segundo en tus amigos, en lo que sientes y lo que piensas de ellos. Ahora, vuélcalo en el espejo, pues nosotros sentimos y pensamos lo mismo de ti. No eres merecedora de nada menor al amor que das; y tú, Em, das muchísimo amor. Siempre.

    Mi semblante perdió la sonrisa brevemente.

    —Agradezco que hayas sido honesta conmigo, pero aún así lo lamento si te forcé a enfrentar algo para lo cual no estabas lista. He sido algo impaciente últimamente. —Pensé en tocarla, buscar su mano, pero me frené a mí mismo—. Lo que sea que te haga feliz, te aseguro que lo mereces. Me pone muy contento haberte conocido, compartir este espacio, cuidar de las flores juntos.

    Lo dudé, se me anudó y tuve que repasarme los labios, pero me empujé a mí mismo y le concedí una sonrisa amplia, cargando mi tono de cierta jovialidad. ¿Se lo había dicho alguna vez? ¿Podía decírselo?

    —Yo también te quiero, Emi-chan.

    Sólo esperaba no equivocarme.


    MI BEBITA HERMOSA NOOOO

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    Amane

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    Emily 3.png

    Concentraba como estaba en intentar controlar mis propias emociones, no fui del todo consciente de que Kohaku se había arrodillado a mi lado hasta que lo escuché llamándome desde ahí. Giré la cabeza para poder mirarlo, notando como la respiración se me iba calmando al dar con sus ojos, y aunque en algún punto supuse que no hacía falta, fui asintiendo con la cabeza ante cada una de las preguntas que me hizo. Ni siquiera necesitaba escuchar al completo los planes que estaba mencionando para dar mi respuesta, pues quería hacer toda clase de cosas con ellos, desde la salida más común hasta un viaje a gran escala, si alguna vez se daba la oportunidad.

    Me mantuve en silencio mientras él seguía hablándome, queriendo absorber cada una de las palabras que estaba pronunciando, y ladeé apenas la cabeza cuando llegó hacia el final, sintiendo como las lágrimas amenazaban con volver a acumularse en mis ojos. Negué rápidamente con la cabeza cuando pidió perdón, procurando que viese el gesto para poder tranquilizarlo, y una pequeña sonrisa asomó en mis labios después. Creía con absoluta certeza lo que me había dicho hasta ese momento, incluso si había días en los que no me sentía merecedora de su amistad; era también gracias a ellos que estaba aprendiendo a valorarme mejor. Sabía que no era perfecta, pero lo más importante era que podía no serlo y que mis amigos me siguieran queriendo igual a pesar de ello.

    Oírle decir que me quería me estremeció el pecho y, una vez más, fui incapaz de controlarme cuando las lágrimas acabaron por desbordarse. No me importaba la manera en la que fuera, lo único que quería era que se quedara a mi lado, y escuchar aquellas palabras de su boca me hizo pensar que quizás sería posible; que no tenía por qué temer perderlo constantemente. No lo pensé para nada cuando me eché hacia delante para abrazarlo, permitiendo que su fragancia me embriagase durante unos pocos segundos, y tampoco lo pensé demasiado cuando, al separarme, le dejé un beso de nada sobre la fuente.

    —Te has olvidado de nombrar a Kakeru como mi amigo —susurré una vez terminé de erguirme de vuelta, permitiendo que una chispa de diversión se me colara en el rostro—. No le voy a decir nada, puedes estar tranquilo. Aunque... ¿quizás le diga a Anna que me has hecho llorar? —bromeé, llevándome la mano a la barbilla con aire pensativo.

    Dejé salir algo de aire al reírme un poco después, relajando también el cuerpo con ello, y bajé la misma mano que había estado en mi mentón hasta alcanzarle la sien, que acaricié suavemente con los nudillos. Le pasé un par de mechones detrás de la oreja y le sonreí tras depositar ambas manos sobre mi regazo. Ya no tenía ninguna duda al respecto: por encima de todo, lo que sentía por Kohaku era el más puro y genuino cariño. Quería seguir cuidándolo y, de ser posible, ayudar a que fuera feliz; nada más y nada menos.

    >>Deberíamos comer, ¿no crees?

    MIS BEBÉS PRECIOSOSSSSS
    bueno, con emi no creo que me dé tiempo a postear más, so cierro por aquí uwu muchas gracias por aceptarme la interacción, fue un poquito rollercoaster, pero al final ellos dos siempre acaban siendo unos softies y pues lo disfruté un montón <3
     
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  18.  
    Gigi Blanche

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    Pasado un instante, busqué la cintura de Emily con ambas manos y las posé allí con delicadeza, casi precaución. Ella se encontraba claramente conmovida por la situación y no decía que a mí no me moviera un pelo, sólo... seguía conflictuado ante la idea de tocarla. La acepté en mi espacio, pese a ello, y le correspondí el abrazo durante el tiempo que lo prolongara. Al separarse, presionó los labios en mi frente y yo parpadeé, con la mirada fija en algún punto desenfocado entre nosotros. No, no quería rechazarla. No lo haría.

    No podía arruinar esto.

    El gesto en sí mismo fue suave y agradable, más allá de mis dilemas. Era en esa dicotomía, de hecho, donde me atoraba y comenzaba a frustrarme. En cuanto Emily regresó por completo a su silla, yo ya había relajado las facciones y modulado una sonrisa, asegurándome de conservar la cara que ella había visto por última vez. La mención de Kakeru me hizo parpadear y una risa se me atoró en el pecho. Esta gente hacía amigos muy rápido.

    —¿Tú quieres que una pulga furiosa me torture hasta Año Nuevo, acaso? —critiqué, fingiendo ofensa.

    Había regresado mis manos a su posición inicial después del abrazo, y no hice amago de mover un solo músculo al percibir sus intenciones. Corrió el cabello detrás de mi oreja, me mantuve en sus ojos y aguardé a que hablara. Afirmé ante su sugerencia y, finalmente, me puse de pie. Había acabado arrodillado más tiempo del que pretendía y las articulaciones se me resintieron un poco, comprimiéndome las facciones y haciéndome reír.

    —Vaya, vaya, ya estoy hecho un anciano... —comenté al aire, regresando a mi asiento.


    EL TIEMPO ME PERSIGUE PERO YO SOY MÁS RÁPIDA kinda

    ayer me habría quedado más bonito, pero ayer no pudo ser unu Gracias por la interacción, bebita, estuvo preciosa
     
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