Verla sacarme la lengua me quitó brevemente de mis casillas, pues no lo esperaba en absoluto. Lo interpreté como el culmen de la discusión, el argumento más irrefutable de todos, y con una sonrisa danzando en mis labios y un suspiro alcé las manos, declarándome el perdedor de la contienda. Luego lancé la aclaración pertinente, una que obviamente sólo yo entendería, y su acusación arqueó mis cejas. —Eso es imposible —negué, muy convencido—, si la chismosa aquí eras tú. No veía ningún problema en concederle la libertad de pedirme algo. En cierta forma contaba con la casi certeza de que no me solicitaría un pastel de bodas de cinco pisos, y aún si era el caso... pues quizá me las apañaba, ¿no? Sólo eran un montón de bizcochuelos con rellenos. La decoración iba por otro carril, claro, pero otra vez: no iba a pedirme un pastel de bodas. Dejando eso a un lado, creía poder darme la maña suficiente para cocinarle lo que se le ocurriera. Al verla bajar la mirada a la comida supuse que había hecho una pregunta que quizá no debía, pero ella me respondió y asentí ligeramente, guardando silencio. No era ningún pecado reconocer que nos sentíamos mal, éramos humanos, al fin y al cabo, y dudaba que nadie en su sano juicio nos condenara o se burlara de nosotros por un simple "me siento mal". Diferente era preguntar por los motivos, claro, y por ello no respondí nada. Sólo le ofrecí una sonrisa a labios cerrados. El resumen que pidió me arrancó una risa baja, pues se asemejó a lo que yo mismo había solicitado sobre su procedencia y las razones que la trajeron a Japón. Preferí colgarme de eso para conservar una actitud relajada, pues lo cierto era que, en general, no me gustaba hablar de mí mismo. ¿Qué había de interesante, para empezar? No creía que hubiera algo en el mundo que me perteneciera, ninguna pasión que me caracterizara o definiera. Me había echado la vida adecuándome a los demás para transitar la escuela sin conflicto y cuando ostenté autoridad, cuando me cargaron de responsabilidades ajenas, todo se me fue a la mierda. Boté el aire por la nariz y me rasqué ligeramente la nuca, sin perder la pequeña sonrisa impresa en mis labios. —Me gusta jugar videojuegos, supongo —murmuré, habiendo perdido parte de la convicción y el entusiasmo de antes—. Me gusta cocinar, ver la tele con mi hermano, de esos programas tipo documental o de supervivencia, me gusta... quedar con mis amigos, aunque ¿a quién no le gusta quedar con sus amigos? Me gustaba jugar al baloncesto con ellos. Dejamos de hacerlo. Una marcada sensación de nostalgia se me ciñó al pecho conforme avanzaba en el relato, pues tanto había cambiado y yo... yo aún no sabía muy bien quién era, ni qué me definía, ni qué propósito podría cumplir. Me gustaba ver a Anna bailar, también, siempre lo había hecho, pero no era algo que pudiera decir. Me gustaba cuando papá no estaba en casa porque había calma, y me gustaba cuando mamá me abrazaba. Me gustaba cuando tenía un buen día y toda ella me saludaba por la mañana, no la versión lejana y distraída que fumaba en la ventana de la cocina. Me gustaba hablar con Frank, aún si nadie lo aprobaba, y me gustaba la extraña adrenalina que me inyectaba las venas cuando trabajaba junto a él. Me gustaba haberme ganado un apodo en la calle. Me gustaba ser de utilidad. —También leo mangas de vez en cuando, los que me presta Ko —agregué, y le concedí una sonrisa que me cerró los ojos brevemente—. ¿Viste que sí eras una chismosa?
Si bien dio la lucha por perdida, la negación que vino después me hizo soltar la cuchara y llevarme las manos al pecho, absolutamente escandalizada por ser llamada chismosa directamente. La ofensa fue exagerada de aquí al otro lado del mar, pero la manera en la que pretendí que el comentario me sacara el aire del pecho bien podría haber hecho que me nominaran a un Oscar o algo. Negué, decepcionada, luego crucé los brazos y volteé el rostro. —Una puñalada en la espalda me habría dolido menos —dije todavía terriblemente ofendida—. ¡Y nos estábamos llevando tan bonito! Claro que siempre terminé soltando la risa y volví a relajar la postura para volver a enfocarme en la comida y el resto de la conversación. Que discurrió hacia su respuesta a lo de los pedidos y a la mía de por qué había terminado en el salón de actos a oscuras, fui sincera y así como yo, él tampoco escarbó en los motivos. De todas formas, incluso si me hubiese preguntado, ¿qué iba a contestarle? Ni siquiera estaba segura. En todo caso, reflejé su sonrisa, pero cuando se dispuso a preguntarme temí había tirado con demasiado impulso del hilo que había arrojado hacia él desde el jueves. Algo de su entusiasmo y convicción se diluyeron, así que me mantuve atenta ya no sólo a su respuesta como tal, sino a él como un todo por raro que sonara. Fui terminando de comer, ya de paso, y sonreí ligeramente por el comentario de los amigos aunque el gesto se desvaneció un poco al escuchar que ya no jugaban baloncesto. La sensación de haber pisado una tabla incorrecta en el suelo me quedó en el cuerpo, eso era innegable, pero al menos el retroceso de Kakeru no se pareció tanto a un latigazo. Traté de ir marcando los elementos que me parecían más inofensivos, por decir algo, porque se me ocurrió otra oferta o promesa repentina y... esta vez sí la detuve, ni idea de por qué. Me agarré de lo más simple en su lugar. —¿Cuál es tu videojuego favorito? —pregunté cuando encontré espacio aunque no era ninguna experta en el tema, de hecho era un poco burra para eso. Si acaso habría jugado a los Sims, el Mario Bros y algunas tonterías más—. O género de videojuegos favorito, también. Que luego añadiera que leía los mangas que le prestaba Kohaku me estiró la sonrisa de nuevas cuentas, tampoco tenía mucho conocimiento en el ámbito, pero me pareció lindo el intercambio. Me recordó a cuando iba a casa de las Minami y las gemelas me dejaban leer sus libros o mangas, aunque casi todos eran shojo super empalagosos. —Te quedaste todo el receso con la chismosa, ¿eso cómo te deja a ti? —Me defendí luego de una pausa para beber—. Además, ¿cómo haría amigos sin ser aunque fuese un poquito chismosa? ¡Si no leo mentes tengo que hacer preguntas! Bebí un poco más, repasé mentalmente su respuesta y de nuevo pesqué elementos que desde mi muy humilde lectura parecían más sencillos. A fin de cuentas, había preguntado buscando gustos compartidos. —Me gusta mirar documentales también, aunque suelo mirar la tele sola. Mis padres están muy ocupados y pues no tengo hermanos. En realidad si lo pensaba mis pasatiempos y gustos eran entre aburridos e inexistentes. ¿Qué hacía más allá de reunirme varias veces la semana con mis amigas? Cantaba, sí, pero no era algo que contara como pasatiempo, era más una cosa que hacía sin darle muchas vueltas y desde que habíamos llegado aquí bailaba poco. Me echaba los días viendo la vida pasar y estando crónicamente en línea, suponía. Me sentía perdida casi todo el tiempo.
La forma en que soltó la cuchara fue absolutamente dramática, tanto, que su reacción absorbió mi atención por completo. Tuve que hacer un esfuerzo titánico por contener la risa, no logré evitar el pensamiento espontáneo de que se veía adorable y, mientras ella se empeñaba en evitar mi mirada, extendí el brazo sobre la mesa en su dirección, inclinando a su vez levemente el torso. No era que pretendiera tocarla, más bien intentaba demostrar mis intenciones. —Ya, lo siento —murmuré, en tono conciliador, y le sonreí—. ¿Me perdonas? Sabía que no había nada que disculpar, pero por la gracia y ante la pequeñísima, ínfima posibilidad de que hubiera una pizca de ofensa real en su broma. El resto de la charla fluyó hasta su solicitud de la hoja de personaje, y me ocupé tanto en filtrar debidamente la información inofensiva de la comprometedora que me olvidé de ir analizando sus reacciones. Ni siquiera tuve la decencia de regresarle la pregunta, vaya. ¿Mi juego favorito? Esa era difícil. Lo pensé un poco mientras masticaba, y al final me decanté por esa suerte de respuesta estándar que uno almacena en la memoria y que quizá no se actualiza con la debida constancia. —Podría decirte mi juego favorito histórico, que no forzosamente es mi juego favorito actual, aunque es difícil trazar ahí una distinción. —Con la introducción hecha, deposité los palillos sobre el bento vacío y lo deslicé a un lado, reemplazándolo por la botella de té. El recuerdo me dibujó una breve y amplia sonrisa en los labios, entre nostálgica y pudorosa—. ICO. Se llama así, te lo juro. En casa siempre hubieron consolas y videojuegos porque de por sí a mi hermano le gustan, entonces crecí con eso y fui heredando lo que él ya no usaba hasta que tuvimos la edad suficiente para jugar juntos. Tendría... ¿seis, siete años? Hayato ya estaba ahorrando para comprarse la Play 3 y yo aplastaba los botones del joystick de la 2 sin mucha noción de lo que hacía. En la estantería había un CD en un sobre blanco sin nada, ni una inscripción, ni un título, y cuando le pregunté a mi hermano al respecto me dijo que no tenía la menor idea de lo que era, que le había venido con la Play 2 pero que nunca lo había probado. Abrí la botella y le di un par de sorbos, ya de paso metiéndole algo de suspenso a la historia porque sí. —Pensarlo ahora me hace mucha gracia —retomé, riendo ligeramente—. Empieza con algunas cinemáticas peladas, sin diálogos ni explicaciones de ningún tipo. Ni siquiera tiene menú de inicio. Hay una isla, un castillo sombrío, y una especie de soldados o guardias cargando a un muchacho con cuernos en la cabeza. Entran al castillo y encierran al muchacho adentro de lo que parece un sarcófago de piedra, en una sala enorme llena, pero llena de esos sarcófagos. Un rato después ocurre un temblor y, tras forcejear un rato, el sarcófago se tambalea, cae y se rompe. Ahí empiezas a jugar. Recuerdo que era tan pequeño que ni siquiera podía salir de esa habitación y llegué a pensar que el juego sólo era eso. —Volví a reírme—. Hayato vino y me echó una mano, y cuando quisimos acordar estábamos los dos atrapados hasta la médula porque era... era diferente. El juego no te explicaba nada, los comandos eran absurdamente sencillos, ni siquiera había diálogos o escenas tradicionales. De repente nos encontramos un sofá en medio de un pasillo y por sentarnos descubrimos que así se guardaba la partida. Apoyé un codo en la mesa y recargué la mejilla en mi mano, distrayendo la mirada en las flores. —Es un juego lleno de silencios. Si me preguntas qué es lo que más recuerdo, te diría que el manejo de las luces y el aullido del viento. No sé explicarlo bien, si era un enano, pero por algún motivo eso se me pegó a la mente. Cuando cruzabas pasarelas externas en ese inmenso castillo, lo único que te envolvía era el aullido del viento. Era sobrecogedor y hermoso a su manera. —Regresé los ojos a Ilana—. Eventualmente te encuentras a una muchacha encerrada en una jaula, la liberas y se vuelve tu compañera. Es tan blanca, tan etérea, que parece incluso brillar y de pequeño eso me sorprendía mucho. Sin importar cuánto zoom le hicieras a su rostro, apenas alcanzabas a distinguir sus facciones. Su existencia es la contraposición de las sombras que de vez en cuando aparecen e intentan llevársela, y de la principal antagonista del juego que no te diré quién es. Sonreí, como si guardarme la información fuese alguna clase de travesura, aún si era consciente de que probablemente Ilana jamás jugara el juego. Tamborileé los dedos y liberé un suspiro ligero. —Lo he jugado tres o cuatro veces más a lo largo de mi vida, por eso lo recuerdo con tanto detalle. Es un lugar al que me gusta regresar, aún si es un juego viejísimo y los gráficos no son la gran cosa. Su creador tiene otro par de juegos, los tres comparten, digamos, el mismo universo cinematográfico, y de todos ellos me fascina la intensidad de las emociones que sabe transmitir con elementos tan simples. Un par de muchachos perdidos, un héroe y su caballo, o un niño y una criatura ancestral. Forjan vínculos profundos sin siquiera la necesidad de hablar el mismo idioma. Bueno, había hablado un huevo y medio. Notarlo, sin embargo, por algún motivo no logró avergonzarme. Volver a acusarla de chismosa no estaba entre mis planes, pero no pude evitarlo y su defensa me arrancó una risa divertida. Acabé apoyando la mano en la tapa de la botella y, sobre ella, mi barbilla. —Es verdad, me olvido que no todos tienen superpoderes —reconocí, tan tranquilo—. ¿Intentas hacerme tu amigo, entonces? Era obvio, pero otra vez me apeteció picarla a ver cómo reaccionaba. También compartió el gusto por los documentales y me habló de que sus padres solían estar ocupados y que no tenía hermanos. Varias veces había pensado que criarse sin hermanos debía ser aburridísimo, pero no era algo que pudiera decir en la cara de un hijo único. —¿A ti te pasa que te tragas los documentales y a los dos días ya no recuerdas nada de lo que viste? ¿O soy el único? Es como si estuviera agujereado como un rallador.
En medio de mi teatro percibí su movimiento y aunque mi intención era no verlo, lo miré extender el abrazo e inclinar un poco el torso. Fue la suerte de anticipo a sus palabras y como yo no me llevaba un trofeo a la fuerza de voluntad ni nada el show se me tambaleó porque una sonrisa que me quiso alcanzar el rostro. Al darme cuenta, eso sí, volví a girar la cabeza medio de golpe. No me duró más que un par de segundos, obvio, regresé la mirada a él y suavicé las facciones, cediendo sin problema. Ambos sabíamos que no había nada que perdonar ni por lo que pedir disculpas reales, porque la ofensa en sí misma no existía de verdad, pero habíamos empezado esta dinámica y ahora por nuestro honor debíamos seguirla. —Quedas perdonado —acordé con tono tranquilo—, porque viniste al invernadero conmigo. Le sonreí de la misma forma y seguimos la conversación, siquiera me di cuenta que no me devolvió la pregunta y me centré en ser chismosa de forma controlada, siguiendo la lógica de que para hacer amigos había que hacer preguntas. Le dejé tiempo para pensar la respuesta, ya con la primera parte de la contestación ladeé un poco la cabeza y me dediqué a oírlo mientras me bebía lo que me quedaba del jugo. —¿ICO? —Fue lo único que reboté entre sus palabras, un poco divertida con lo corto del nombre. Me hizo gracia que Hayato siquiera se hubiese molestado en revisar el disco misterioso y que al final quien tuviera que preguntar para resolver la duda fuese él, mini Kakeru. No lo dije, obvio, pero imaginarlo de niño me dio ternura y mi sonrisa se amplió, por suerte el gesto se podía camuflar entre la conversación. En su pausa para beber agua y suponía que para meter suspenso, me di cuenta que estaba hablando bastante y en lugar de molestarme o cualquier estupidez, me alegró. Encontraba cierto gusto en oír a las personas, en conocerlas aunque fuese un poco. Atendí con algo más de conciencia ante la mención de las luces y el aullido del viento, porque recordé las primeras veces que seguí los demás al bosque. Pensé en los reflejos de luz sobre los charcos y los rayos que se filtraban entre las hojas, en el silbido de la ventisca arriba en las copas de los árboles y cómo se diferenciaba del aullido entre las casas. Luego él desembocó en la muchacha blanquísima, la tontería que pensé me resultó un poco egocéntrica así que la deseché de inmediato y fruncí el ceño un poco después. —¿Vas a dejarme con el misterio de la antagonista luego de hacer toda la publicidad de un juego del...? —Alcé la mano, para tratar de sacar cuentas—. ¡Da igual, me vas a dejar con el misterio! Solté la risa y habría preguntado si lo había jugado varias veces, pero él se me adelantó con la respuesta y volvía enfocar la atención. El siguiente fragmento de información me estiró la sonrisa que había conservado en el rostro, se me ocurrió que a veces uno encontraba más interés o conexión en algunas cosas así, que carecían de ciertos elementos más... estándares de la comunicación, digamos. La falta de diálogos, por ejemplo, entonces lograba transmitir esa intensidad emocional de otras maneras. —No he jugado casi nada en la vida, pero una vez me salió un vídeo en Instagram de un juego que se veía muy bonito y al menos en ciertas cosas, me recordó un poco a la descripción de ICO —comencé a decir y apoyé los brazos en la mesa, descansando así la postura—. Visualmente puede que no se parezca en nada, si me pongo a recordar los gráficos de la única Play 2 que vi en mi vida, pero es como esta noción de la falta de diálogo, un héroe, animales y lo que todo eso transmite, yo qué sé. Parecía más como de plataformas, era animación 2D igual, pero los dibujos eran muy lindos y el movimiento fluido daba una sensación como mágica. Me acuerdo una parte en que conectaban estrellas o algo así. Bajé la vista a la mesa, moví con cuidado el tupper a un lado y usé el dedo índice para trazar una unión imaginaria entre puntos. —Pasa que no recuerdo cómo se llamaba, pero podría buscarlo. Como fuese, volví a ser acusada de chismosa y le pasé la pelota porque sí. Lo vi apoyar la mano en la botella, luego la barbilla y su pregunta de si intentaba hacerlo mi amigo me hizo mirarlo con las cejas ligeramente alzadas. Bueno, dicho en voz alta y a los cuatro vientos sí que daba un poco de vergüenza, pero al menos no me pasó del todo por el cuerpo y sonreí, aceptando mi destino. —Lo intento, ya dirás tú qué tal se me da —contesté y volví a trazar las estrellas imaginarias sobre la mesa, me sirvió para distraer los ojos allí unos cuantos segundos—. La estrategia hasta ahora ha sido arrastrarte en planes futuros, solicitarte pedidos culinarios y decirte de un juego del que no recuerdo el nombre. La pregunta de los documentales me hizo volver a mirarlo y se me escapó una risa, antes de contestar como tal, alcé la mano e hice un gesto de más o menos. No era que toda la información me cayera en un colador y se perdiera, era más bien que algunas piezas se quedaban y otras no. —Me acuerdo de cosas muy random de los documentales que veo y el resto se me olvida para siempre. Sé, por ejemplo, de una especie de ave del paraíso que estira una suerte de abanico de plumas negras y turquesa metálico para atraer pareja y así muchas otras, todo ese grupo a veces se considera dentro de la familia de los córvidos, ya sabes de los cuervos. Es un poco gracioso, porque los cuervos en los que uno piensa son simplemente... negros y de repente aparecen las aves del paraíso que tiene pinta de que van para un festival en Brasil. Los machos, I mean, el dimorfismo de las aves, las que lo poseen más marcado, siempre es en los machos. —Al pobre le arrojé el fun fact por la cara y por las risas pensé en algún otro—. También recuerdo que ciertas formaciones montañosas son muy antiguas y cordilleras en Escocia y los Apalaches en Estados Unidos alguna vez estuvieron conectadas en un grupo montañoso que surgió en los tiempos de Pangea, you know, el super continente. Se unían también con la cordillera del Atlas, en África. Contenido oculto el juego que dice Ila es Gris btw
Me hizo bastante gracia notar cómo mis movimientos la distraían lo suficiente para frustrarle los planes y, luego, la forma en que volvió a correr el rostro de golpe me estiró la sonrisa. No dije nada (aún), pues no planeaba arruinar mis disculpas incluso antes de que las aceptara, pero al oír su justificativo para perdonarme no me contuve de arquear las cejas, divertido. —Entonces ¿para que me sigas perdonando sólo tengo que acompañarte a lugares? —indagué, retirando el brazo. Luego me dispuse a hablarle largo y tendido de un videojuego que ya acumulaba veinte años de existencia, era hasta más grande que nosotros, y sólo me interrumpí para asentir ante su pregunta, confirmando su nombre. —No me preguntes a qué viene que se llame ICO porque no tengo la menor idea —agregué, y para su próxima acotación solté una risa breve—. Del 2000, sí. Y sí, claro, ¿cómo te lo vendo, si no? Sería aburridísimo que te cuente toda la historia. Es más... —Saqué el móvil de mi bolsillo y se lo puse enfrente—. Déjame tu número y te enviaré algo, otra de las cosas que siempre me gustaron mucho del juego. Junto a las luces y el viento, quiero decir. La escuché mientras me hablaba de un juego que recordaba y, en vistas de que ni ella sabía el nombre ni yo me ubicaba con su descripción, murmuré un sonido afirmativo. —Si lo encuentras, me avisas —murmuré, siguiendo de reojo el movimiento de su dedo. Tras descansar la barbilla sobre la botella le solté otra de las estupideces que no me estaba molestando en filtrar y me empeñé en conservar la sonrisa de niño bueno aún al verla alzar las cejas, pues una pequeñísima parte de mí se preocupó de que hubiera ido demasiado lejos. Su reacción, sin embargo, se adecuó una vez más y me las arreglé para asentir desde mi posición. La sonrisa se me estiró bastante, con alegría genuina. —Se te da bien —afirmé—. Me gusta que me arrastres y me pidas cosas. Después me erguí y me eché contra el espaldar mientras Ilana enumeraba algunos fun facts que su memoria había retenido. Mira, ya era más de lo que yo podía rescatar. Había abierto la botella de té y, entre sorbo y sorbo, entretuve los dedos jugueteando con la tapa plástica. No ubicaba al halcón peregrino, ¿se pensaba que sabía lo que eran las aves del paraíso? Rápidamente hice una búsqueda de imágenes en Google y solté una carcajada involuntaria, tapándome el rostro con una mano. Volteé el aparato hacia ella. Contenido oculto —No me digas que hablas de esto —dije, descubriéndome los ojos—. Parece... ¿qué es esa cosa? Ni siquiera le encuentro los ojos. ¿Son esas luces turquesa? Pero ¿ahí no tiene la cola? Pero ¿ese es el pico? —Volví a reírme, entre divertido e indignado con el bicho—. ¡Mira! Parece uno de los monstruos de mi juego. A mí me persigue eso de noche y me hago en los pantalones. De la clase de aves pasamos a una de geografía y, sumado a eso, recordé sus amenazas de la clase de botánica. Así fuesen datos desparramados, pensé que parecía saber de muchas cosas distintas. Haber sacado el móvil me permitió chequear la hora y, viendo que quedaba muy poco de receso, empecé a acomodar las cosas. Regresé todo a la bolsa, basura incluida. —Yo sé que te mueres de ganas de volver a clases, ni siquiera intentes mentirme, así que seré buen chico y te acompañaré —bromeé mientras me levantaba, y al empezar a caminar a su lado le lancé un vistazo muy breve; llevaba un rato dándole vueltas en el fondo de mi mente—. ¿Recuerdas que la semana pasada te pregunté si te había ocurrido algo desagradable aquí? Dejé la pregunta suspendida en el aire un par de segundos y giré el rostro hacia ella para sonreírle. No pretendía ser invasivo ni imprudente, sólo no quería... hacerme el loco, como si no hubiera visto nada. Me había echado demasiado tiempo equivocándome por esa clase de asunciones y quise creer, por lo poco que la conocía, que oír algo como esto le significaría un alivio antes que un peso. —No renovaré la pregunta, pero si algún día sientes que te hace falta por lo que sea, puedes contar conmigo —murmuré, y poco después agregué—: Soy tu senpai de transferidos, después de todo, ¿cómo podría ignorar las dificultades de mi querida kohai? Contenido oculto por las dudas hice post de cierre. Estuvo bien bonis la interacción <3 ah, y later on Kakeru le enviaría por mensaje estas dos canciones: here and here
—Si te lo digo no se vale, porque sabrás qué hacer para que te perdone —argumenté muy seria—, aunque lo sabrías igual, ¿o no, señorito Telepatía? Él me habló de ICO, yo atendí y me reí por lo del nombre, la gracia aumentó cuando empezó a decir que cómo me lo vendía si no era dejándome con el misterio y... Bueno, algo de razón tenía, ¡pero igual! Suspiré, rindiéndome, pero cuando me alcanzó su teléfono diciéndome que me enviaría algo de lo que le gustaba del juego se me renovó el ánimo. Alcancé el objeto, anoté mi número de lo más contenta y se lo regresé. —Me gustó oírte hablar de ICO, así que be my guest. Envíame lo que quieras de ese u otros juegos —dije con la sonrisa bien puesta en la cara. Luego de hablarle del otro juego, del que no recordaba el nombre, asentí con ánimo a avisarle. No creía que me costara tanto encontrarlo de nuevo, así que tal vez pudiera enviárselo también, así teníamos un pequeño intercambio. Por otro lado, suponía que podía enviarle música de juegos, a veces oía las bandas sonoras aunque no supiera ni de qué iban, sólo me aparecían y ya. También podía, qué sé yo, dejarlo tranquilo, pero eso ya lo veríamos más tarde. Admití estar intentando hacerme su amiga, me moví sin dificultad entre la dosis ligera de vergüenza y me adapté, su respuesta, por otro lado, desvaneció cualquier idea tonta que tuviera, de esas surgidas de la ansiedad. Me reí porque soltó tan pancho que le gustaba que lo arrastrara y le pidiera cosas, pues sonó genuino y se me ocurrió que tal vez fuésemos parecidos en otras cosas. —Me alegro —murmuré junto a una risa. No tardé en ponerme a parlotear, para variar, y lo vi buscar en su teléfono antes de soltar la carcajada. Al volver el móvil hacia mí también acabé soltando la risa, asentí con rapidez cuando preguntó si hablaba de eso y seguí riendo. —¡Son las luces turquesa! —apañé a la pregunta de los ojos entre risas—. En realidad creo que no son sus ojos ojos, no me acuerdo ahora si eran plumitas iguales a las de abajo que son como reflectivas y sus ojos estaban en otro lado. Nunca entendí bien la anatomía del pobre bicho, ¿sabes? Lo debí ver hace como dos años, creo que el arco negro es como una capucha de plumas que sale de su cuello, no es como la cola de un pavo real ni nada así y lo amarillo era el interior de su boca. Es todo muy raro, sí parece monstruo de juego, ¡y todas las aves del paraíso son así de extrañas! Después brinqué a la pequeña clase de geografía, él fue acomodando las cosas y supuse que el receso se nos estaba acabando. De todas formas, pretendí ofenderme cuando dijo lo de las clases, pero suavicé los gestos al oír que me acompañaría y le di las gracias en voz baja, aunque un poco sobraba porque íbamos a la misma clase. Me levanté, él pronto estuvo caminando a mi lado y su pregunta me hizo detener mis pasos un ínfimo instante. Asentí, recibí su sonrisa y esta vez regresarla me costó un poco más, pensé en lo de la mañana y sólo recién me pregunté si alguien habría visto algo, lo que fuese desde que Shimizu me llevó consigo hasta que yo salí de la piscina como quien vio un fantasma. Pude dedicarle una sonrisa suave a Kakeru, pero al volver la vista al frente me quedé pensando y pensé casi hasta que estuvimos afuera. No sabía qué hacer o no, mucho menos qué debía decir o hasta dónde, pero... ¿Qué había ganado en estos días en la academia? ¿Qué ganaba sola o confundida? No tenía idea. Respiré y luego de unos segundos de duda, estiré la mano hasta alcanzar el brazo del muchacho y me enredé allí sin más intención que, ni idea, sosegarme. No me detuve a pensar si el contacto lo incomodaría. —Esta mañana —le dije en voz baja, sin dejar de andar, mi tono fue el de quien cuenta un secreto o algo que espera que sea un secreto—. El muchacho rubio de los tatuajes, ¿lo ubicas? Da igual, me abordó temprano y me llevó consigo, fue todo... No entendía nada. Él estaba enojado, fue todo lo que tuve claro. Pasé saliva. —No me hizo nada. —Busqué aclarar de inmediato, pues sabía cómo podía sonar—. Sólo me tocó para llevarme y me asusté. Me preguntó un par de cosas que yo no supe responder y me dejó en paz después, eso fue lo que pasó. >>Es lo único feo de verdad que me ha pasado. Solté el aire de golpe por la nariz y aunque seguía confundida sobre si estaba bien, haberlo dicho me alivió un poco. Me sentí menos pesada y el caos de emociones que se había proyectado de Shimizu a mí también pareció bajar su intensidad, por extraño que sonara. Me dio algo de vergüenza de todas formas, pues era una suerte de confesión, y busqué los ojos de Kakeru con algo de dificultad para poder sonreírle. —Gracias por ser un senpai de transferidos tan atento. Contenido oculto yo: eh, pero se acaba el tiempo ilana: so what *suelta la sopa* estuvo muy lindo ;; <3 puedes asumir que cuando le envíe las canciones ella contesta que le gustaron mucho (están hermosas, im living) y le manda el tráiler de Gris ofcourse
—Absolutamente —afirmé muy fresco a las bondades de mi telepatía, y sólo por nutrir el chiste arrugué apenas el ceño al agregar, inquisitivo—: ¿O no? Era una buena chica, o al menos agradable y tranquila, fue lo que pensé en el momento que me avaló a seguir parloteándole de mis tonterías. El entusiasmo con el cual me había dejado su número me empujó a preguntarme si acaso no sería un poquito imprudente de su parte, quería decir, si tal vez no debiera andar con algo más de cuidado en torno a... ¿hombres que apenas conocía? No que tuviera ninguna intención rara con ella, claro, y quizá fuera yo quien debiera frenar ese tipo de pensamientos. En cualquier caso, su sonrisa era muy amplia y toda su reacción se me antojó sumamente honesta. Pude creerle sin complicaciones. Luego me espanté con los pájaros estos de ojos de farol y ella se rió. Fui reaccionando con más y más escándalo conforme hablaba, alternando la mirada entre Ilana y la foto. Sin importar cuánto me esforzara, no lograba encontrarle la forma al pobre bicho. —Después buscaré algún video, ahora necesito verlo en movimiento o tendré pesadillas —dramaticé, meciendo la cabeza. Era consciente de que estaba por arrojar una bomba, por pequeña que fuera, y de ahí que atendiera con mucha más precisión a sus reacciones. Noté el retraso en su andar y deseé, otra vez, no estar cagándola. Su sonrisa fue suave, aunque me supo un poco a automática y aguardé, mientras caminábamos e Ilana mantenía los ojos al frente. Oí su respiración, la percibí con claridad y, al sentirla enredándose a mi brazo, no pensé prácticamente nada del hecho. Nada malo, quería decir. Me concentré en su perfil, suponiendo que hablaría. Había asumido que comprendería el origen de mis palabras, pero oírla narrar el suceso me hizo preguntarme si quizá no fuera consciente de que los había visto. Le permití hablar, sin embargo, contármelo como viera necesario, y tras decirme que Shimizu estaba enojado yo murmuré un sonido afirmativo. La aclaración me vino en gracia, sólo que por los motivos incorrectos. Era precisamente ese tipo de asunciones lo que me había hecho pensar antes si debía darme su número tan fresca, aún si la comparativa sonaba ridícula. Entendía lo que podíamos significar para las mujeres, lo entendía desde que veía a Anna navegar las calles de noche, y a una parte de mí le cagaba que personas como Shimizu existieran; aún sabiendo que el pensamiento era reducido y sesgado, altamente prejuicioso. Murmuré otro par de sonidos afirmativos bajo su voz, caminando tranquilos, y al advertir de soslayo que buscaba mis ojos le correspondí el gesto. Me pareció notarla un poco cohibida y me detuve, girando ligeramente el cuerpo hacia ella. —Gracias por contármelo —contesté, sin alzar el tono, y alcé la mano libre para apoyarla con suavidad sobre su cabeza—. Esa clase de malos tragos siempre son bastante invasivos, es casi imposible no asustarse. Más allá de sus motivos para enfadarse, no es forma de tratar a nadie. No planeaba contarle que había ido con él y tenido unas palabras, en parte eso sí había sido inmiscuirme demasiado. Quizá más adelante, pero no ahora. —Si vuelve a molestarte puedes decírmelo, ¿sí? —ofrecí, bajando apenas el rostro para verla a los ojos, y deslicé la mano lejos de su cabello; en el movimiento, tal vez porque me apeteció, enganché y dejé caer un mechón color crema—. Cualquiera que te moleste, en realidad. Contenido oculto me pasé diecinueve minutos de la deadline pero *triple nyooom* la niña soltó la sopa y yo no me lo esperaba y necesitaba responderle JAJAJA
Una vez que la campana rasgó el aire , aguardé a que el primer aluvión de personas dejara el pasillo lo suficientemente despejado como para permitirme circular sin caer en el agobio . Abandoné mi salón abrazada a mi bento y al estuche de la Switch, donde los stickers de Cayden relucía, cuidados de toda suciedad. Seguía sin animarme a alzar la cabeza mientras caminaba, con tal de evitar miradas accidentales; lo cual, sin embargo, no significaba que me quedara por completo ajena a los intercambios de mi alrededor, los cuales oía involuntariamente, ¿tal vez? La gran mayoría… seguían girando en torno a lo de esta mañana. El anuncio del Club de Radio y… ¿Eh…? ¿Chocolates…? No supe darle un significado concreto a la última cuestión. Lo cierto es yo estuve en los casilleros cuando la voz de los altoparlantes surgió de imprevisto. Pero no lo hice, apresada por la insistente ansiedad de verme rodeada de gente, que no hizo más que profundizarse ante la conmoción generalizada que provocó el aviso del club. Mientras el grueso de estudiantes se aglomeró frente al tablón, me marché directo a mi aula. En esto seguía pensando, sin embargo, al bajar las escaleras. N-No es que me supusiera una honda distracción, p-presté atención a las lecciones matutinas como era debido, pero… La curiosidad no dejó de girar desde algún rincón de mi fuero interno. Como un pequeño remolino, ¿tal vez? S-s-si no había tanta gente como en la mañana, quizá podría ir a ver a qué se refería el anuncio del Club de Radio, ¿tal vez? Lastimosamente, volví a ser incapaz de realizar una misión tan sencilla. Cuando llegué al sitio, un grupo de chicas miraba algo en tablón, formando una suerte de cerco. Hablaban todas en voz baja, cuchicheos condimentados con sonrisas divertidas, o eso me pareció denotar en sus perfiles. Pasé detrás de ellas sin alzar la cabeza, sin animarme a hacer el intento por mirar encima de sus hombros. Terminé saliendo al patio norte sin saciar mi curiosidad, pero al menos con una botella de agua que compré en la expendedora que, por suerte, encontré desocupada. Suspiré bajo las caricias del sol, con la sensación de ser más pequeña que nunca. Estas dificultades del día a día me traían frustración. Era posible que, a estas alturas, gran parte de la academia conociera el contenido del tablón de anuncios, ¿cuán fuerte sería la vergüenza si era descubierto mi desconocimiento? ¿Qué tan normal era que una persona fuera incapaz de mirar un tablón, sólo porque ya había otras personas enfrente? Quizá no eran tan tímida como hace unas semanas, ¿tal vez?, e igual me causaba una terrible frustración. Para colmo… Todas esas chicas frente al tablón eran más lindas que yo… Detuve mis pasos de repente, siendo consciente de la comparativa. Me ruboricé yo sola en medio del patio, la vergüenza tuvo una considerable contundencia al alcanzar mi cuerpo. Terminé abrazada a mis pertenencias con más fuerza, con el corazón latiendo de nervios y confusión… ¡¿Q-q-qué estaba haciendo?! ¡¿P-p-por qué me estaba fijando en la lindura d-d-de… unas chicas?! ¿D-de dónde venía esta… necesidad de compararme? Sacudí la cabeza, un intento vano por erradicar mis escandalizadas ideas, hasta que no me quedó más remedio que retirarme del patio con tal de no seguir dando un espectáculo público lamentable. Arribé al camino de piedra que conducía el invernadero. Mi rostro ardía, sin que el sol fuese la causa. Pues de pronto fui consciente de que, últimamente, me miraba en el espejo de mi habitación. Q-quiero decir… Más de lo acostumbrado… The moon will sing song for me. I loved you like the sun. Me detuve, sorprendida por la voz cantante que pareció acariciar el aire del invernadero, rebosante de fragancias florales. Me faltaba un pequeño trecho para alcanzar la zona de la mesa donde almorcé con Rowan la primera vez, por lo que aún no lograba divisar a nadie desde mi posición. Pero la voz era suave, dulce, cantaba despacio esa letra que mencionaba la luna y el sol. Me sonó familiar. Igual que el canto de ave, fugaz, que le prosiguió. Bore the shadows that you made. With no light of my own. El abrazo sobre el bento, la Switch y mi botella; se pronunció, aunque no al punto de clavarme los objetos en mi pecho. Fue un gesto suave que expresaba inseguridad, mas no ansiedad. Atraída por el canto y la sensación de familiaridad, fue que me permití alcanzar el final del camino. Quien cantaba era Verónica, rodeada de flores. Con Copito sostenido en el nido que formaban sus manos, las cuales alzaba a la altura de su rostro para rozarle el piquito con la punta de la nariz. Sonreía con muchísima suavidad. Cargada de amor, ¿tal vez? I shine only with the light you gave me. I shine only with the light you gave me. Siguió cantando un instante más sin reparar en mi presencia. De haber conocido la canción original, me habría dado cuenta que ella ralentizaba el ritmo al vocalizarla, dándole un toque sereno, que rozaba lo dulce. Verónica, a su vez, se mecía suavemente como si bailara con el gorrión, el cual de vez en cuando se amoldaba a su canto. Toda vez que de su pecho emplumado brotaba un sonido, la sonrisa de la chica se llenaba de emoción, podía notarlo. Me quedé hipnotizada, ¿tal vez? De repente, Copito sacudió las alas, sacudiendo ligeramente el flequillo de Verónica. Cuando quise darme cuenta, chica y gorrión habían girado la cabeza en mi dirección. Al verme repentinamente enfrentada a las miradas rojas y azul, mi cuerpo se quedó rígido por la tensión. Mi rostro volvió a arder, pero antes de que pudiera disculparme, los ojos de Verónica parecieron brillar. —Beauty —dijo, “Belleza” en inglés; entre el apodo y que la noté muy encantada de verme, me encogí sobre mí misma por la vergüenza—. Qué lindo volver a verte. —¡B-b-buen día! —dije atropelladamente— Perdón… Eeh… Yo… Uh… N-no quería interrumpirlos… Lo siento… Sentí mi rubor incrementar un poco más. Antes de bajar la mirada para que no se notara demasiado, llegué a ver cómo Verónica se llevaba una mano a la mejilla mientras su sonrisa se suavizaba. Sentí sus pasos y supe que se había detenido enfrente mío. También percibí el aleteo, muy cercano, de Copito. —¿Y si te dijera que nos alegra tener tan buena compañía, seguirías pensando que es una interrupción? —preguntó con dulzura, lo que me hizo alzar la cabeza para encontrarme con una sonrisa del mismo tinte; sostenía a Copito contra su pecho, la cabecita del ave asomaba entre sus dedos— Una espectadora muy tierna, además. El comentario me arrojó otro brote de vergüenza, pero tal vez el tono conciliador de sus palabras me ayudó a no escapar de su mirada. Forcé como pude una pequeña sonrisa, sin saber que mi gesto estuvo a punto de derretirla por dentro. Fue Copito quien atajó cualquier comentario de su parte, ya que se posó sobre los dedos de la chica y pareció saludarme con un pequeño aleteo, que me hizo parpadear confundida. Al mismo tiempo amplió ligeramente mi sonrisa, que fue más relajada. —Oh —Verónica pareció darse cuenta— Se ve que ya conoces a este chiquitín, ¿puede ser? Respondí con un asentimiento quedo. La albina suspiró, complacida. —Entonces, ¿qué esperan para saludarse como corresponde? —preguntó en broma, acercándome al gorrión. Copito me observó, removiendo su cuerpo con su curiosidad instintiva. Tras intercambiar una mirada con Verónica, liberé una mano para pasar la yema de mis dedos sobre sus plumas. El ave infló las plumas, hasta el punto de parecer una pequeña bola. Era gracioso y muy tierno. Casi me hizo soltar una risa fugaz y solitaria. —Buen día para ti también… Copito. Contenido oculto Zireael
Me había pasado el resto de la mañana fantaseando con las posibilidades de los chocolates y pensé que tal vez, si el batch con Sasha salía bien, podía hacer uno más para regalarle a las gemelas, a Mei y a mis padres. No me concentré ni un poco en clase y cuando sonó la campana me di cuenta que tenía un montón de garabatos alrededor de los apuntes. No tardé en levantarme, buscar mi almuerzo y decidirme a salir de la clase para buscar un lugar donde almorzar sin morirme de calor. En mi camino a la salida el asiento de Cayden me quedaba medio de camino, así que lo bordeé y estampé la mano entre sus rizos, el gesto lo alertó pues estaba dormitando en su pupitre y alzó a mirarme, relajándose al notar que era yo, momento en que lo acaricié con mimo. Parpadeó, adormecido, y lo oí hablar en un murmuro. —The White Week thing, are you gonna buy me something? —Me dio risa lo directo de la pregunta, pero en sí evitó mis ojos al decirlo y creí que lo soltó justo por estar medio dormido. No le respondí, aparté la mano de su cabello y le eché un vistazo al retomar mi andar, encogiéndome de hombros con aparente desinterés. Debió ser consciente de lo que había preguntado en ese momento, porque se enderezó un poco de repente y frunció el ceño, ligeramente abochornado. Lo dejé con su embrollo mental de turno y salí al pasillo, donde elegí bajar por el ascensor. Ya en la planta baja me cuestioné dónde pasar el receso, no había querido molestar a nadie para que almorzara conmigo y no tenía problema en pasarlo sola, pero era más una cosa de que no quería comer dentro del edificio, pero tampoco se me apetecía insolarme. Crucé la cafetería, luego el patio y seguí el camino de piedra hacia el invernadero, en ese pequeño trayecto recordé una canción y para cuando ingresé al espacio había empezado a cantarla por lo bajo. —But I'll keep you close to me forever. Moonlight, I dream of you endlessly. —Hice una pausa—. Drowing in reverie, waiting for morning I'm drunk at the bar again. Holding a stranger's hand, a crowd with no faces. Guardé silencio cuando, habiendo avanzando un poco por el camino que me llevaría a la mesa, creí escuchar voces y afiné el oído para ver si las reconocía o no, fue muy breve y ocurrió casi a la vez que la niña terminaba de hablar, pero oí el nombre de Copito y creí reconocer la voz de Beatriz, lo que se confirmó apenas pude definir a las personas. Verónica y Beatriz, en efecto, junto al gorrión. Bueno al coincidencia era entre cómica e irónica, pero la chica me había hecho el dibujo y a fin de cuentas estaba la niña de primero, así que todo normal. —Moony —llamé a la menor usando el apodo con que la había presentado Cay, luego miré a la albina y bajé la vista al ave—. Vero y Copito, supongo que no importa si me quedo a almorzar con ustedes, ¿o sí?
Debí haber sido de las pocas personas que no escucharon el anuncio de la mañana, puesto que llegué a la academia muy, ¡muy! sobre la hora, al punto de que casi no había un alma entre los casilleros. Las prisas no le hicieron del todo bien a mi cuerpo, agarrotado como se encontraba debido al intenso entrenamiento de ayer, que se extendió hasta muy pasada la noche. Esto, claro está, derivó en un sueño pesado del que ni siquiera Vali pudo sacarme hasta que ya tuve el tiempo demasiado encima; agradecida estaba con su coche tan veloz y la destreza con la que manejaba. Así las cosas, alcancé mi salón con algunos músculos gimiendo de resentimiento y sin enterarme de la gran movida que se nos avecinaba. Cuando la campana anunció el receso y fui dejando atrás el aula, pesqué a mi alrededor algunos comentarios sueltos sobre un misterioso cartel y, uy, chocolates. Pero entre que seguía dolorida y que las clases matutinas me sumieron en un estado de desvergonzada pereza, la única conclusión que saqué fue que se me antojaba algo dulce para acompañar mi almuerzo. Paré un momentito en la cafetería para hacerme con un taiyaki bien cute, antes de dirigirme al invernadero en compañía de Copito. Las fragancias de tantas flores me embriagaron hasta relajar cada fibra de mi cuerpo. Recorrí el camino con calma, Copito acomodado en mi hombro; la quietud con la que reposaba su pequeño cuerpo me indicaba que éramos los únicos en el lugar, al menos por ahora. Mientras avanzaba, estiré una mano para rozar hojas y pétalos con la punta de mis dedos, sonriendo sin que pudiese evitarlo, hasta que al final del camino me detuve frente a unas flores blancas, de formas alargadas. Reconocí al instante de cuáles se trataban: eran las calas, esas hermosas flores junto a las que Jez eligió sentarse el día que estuvimos aquí, para hacer sus trencitas. En esta pequeña esfera privada que la soledad nos permitía, sólo Copito fue testigo del sentimiento que inundó mi sonrisa. Impulsada por las cálidas sensaciones e inspirada por las flores, fue que dejé mis cosas en la mesa para cantarle a mi gorrión, quien últimamente respondía más seguido a mis esfuerzos. Le canté la canción de nuestro leoncito, que el chiquitín no tardó en reconocer. La verdad es que su entusiasmo fue más visible que con otras canciones, seguramente porque le recordaba a Cay. Saber que lo quería tanto tanto al muchachito, que su cariño era tan grande como el que yo también depositaba en su figura; no hacía sino que incrementar la ternura que me derretía por dentro. ¡Y hablando de ternura…! Descubrir a Beauty me aceleró el corazoncito de la pura emoción. Y un poquito de preocupación también me alcanzó al ser consciente de su presencia porque… Ay, esta chica me parecía tan, pero tan adorable, con su carita rebosante de timidez y esos ojos de cielo; que no estaba segura de cuánto lograría resistirme a la tentación de estrujarla entre mis brazos o, en su defecto, caer en gestos más sutiles. Reconocía sus límites, su ansiedad, y justo por eso me daba temor espantarla. Sin embargo, de alguna manera, logré controlar cualquier impulso por el estilo, no así las palabras. Me dio penita que se disculpara, porque lo suyo estaba lejos de ser una interrupción o algo fuera de lugar. De hecho, considerando cómo era esta kohai tan tierna, me enterneció que se hubiese detenido a escucharnos cantar. En cualquier caso, regulé mi propia emoción para tranquilizarla, y en esto fue de mucha ayuda Copito, quien dio muestras de reconocerla de alguna parte. A través de él pude lograr algo de proximidad con Beauty, quien lo acarició sin titubear. ¡Pero eso sí…! Alguien debería decirle que no sonriera de la forma en que lo estaba haciendo ahora, con sus ojitos puestos en las blancas plumas del gorrión. Porque seguro terminaría haciendo que medio mundo se muriese de amor, o al menos algo así me provocó en lo personal. Casi al mismo tiempo, una cuarta voz se deslizó entre las flores, pronunciando un apodo lunar, “Moony”. El sobrenombre me hizo muy cute, tanto como el ligero respingo con el que Beauty se giró hacia la recién llegada, quien no era otra que mi lady, tan deslumbrante como siempre. Mi sonrisa se amplió nada más verla acercarse, y hasta me llevé una mano al pecho. Si ya me tenía enternecida volver a encontrarme frente a la dichosa Moony, la presencia de mi compañera de baile conformaba un combo demoledor. Al notarla, Beauty apartó la mano de Copito para volver a abrazarse a sus cositas, que noté que eran su bento, una botella de agua y una especie de estuche. —B-buenos d-días… Ilana-senpai —llegó a tartamudearle nuestra kohai, dedicándole una reverencia un poquito repentina y nerviosa. La atención de mi lady se volcó en Copito y yo, y su comentario me arrancó una risita encantada, que me cubrí con la punta de los dedos. Luego hice un gesto negativo con la cabeza, diciéndole así que no importaba que se quedara; al verme, Beatriz se apresuró en imitar el gesto, aunque para éste momento ya había agachado nuevamente la cabeza. —Mi lady, eso no se cuestiona —respondí, colocándome frente a ella; alcé ligeramente la cabeza para poder mirarla a los ojos y le sonreí—. Nada nos gustaría más que tenerte en nuestra mesa, acompañadas por la luz de la luna. Quizá me estaba tomando ciertas libertades, pero quería creer que a Beauty no le importaría, siendo que ambas se conocían. La menor no dijo nada, pero alzó la cabeza cuando Copito saltó desde mi mano hasta uno de mis hombros. El pequeño gorrión, al reconocer a Lanita, buscó esta posición para poder mirarla más de cerca, hacia su rostro. Entonces, cuando creyó captar la atención de la chica… abrió las alas, las estiró por espacio de algunos segundos, en los que fue un afable recibimiento de su parte. Sus plumas me rozaron la mejilla, arrancándome una risa ligera. —Copito te está saludando —le expliqué; me corrí el cabello del aquel lado y acomodé un poco el cuerpo, ofreciéndole el hombro desde donde el gorrión aguardaba—, y también te pide caricias.
La pobre niña por supuesto dio un respingo, por ello aunque me acerqué procuré no invadir demasiado su espacio y mantuve los ademanes hasta más suaves que de costumbre, como quien no quiere espantar a una libre en campo abierto. Eso sí, amplié la sonrisa al escucharla saludarme y también al notar la sonrisa de Verónica, en las manos de Beatriz estaba su almuerzo, una botella de agua y un estuche que reconocí como el de una Switch, pues tenía la misma forma y dimensiones que el que usaban las gemelas cuando llevaban la consola a mi casa. El suyo tenía unos stickers, eso sí, el de las gemelas sólo era rosado pastel. —Oh, vaya, muchas gracias entonces —apañé al comentario de Vero de que no se cuestionaba que mi presencia no sería una molestia y lo de la luna me sacó una risa suave. No dije nada por temor a avergonzar a la menor, pero la noté alzar la vista en el momento en que Copito saltaba al hombro de la albina y la forma en que se comportó la pude descifrar incluso antes de que ella dijera nada, pues era así como había saludado a Cayden el día de la piscina. Notarlo me ensanchó la sonrisa otro poco y Vero estaba a medio camino de decir lo de las caricias cuando yo ya había alzado la mano para hacerme mimos al ave, con cuidado. —Hola, Copito, es bueno verte de nuevo —dije sin dejar de acariciarlo—. Ah, hace poco encontramos a Copito con una muchacha de segundo... ¿Cómo era su nombre? ¿Melissa? No, Melinda. Ese día íbamos Bea, Jezebel, Cay y yo, fue en la piscina. Había ido contándole a la chica sin romper contacto con el gorrión, no mencioné lo del canto porque no se me ocurrió que fuese tan importante. El asunto fue que por estar acariciando a Copito noté el momento en que su cuerpo reaccionó, fue el mismo instante en que creí escuchar pasos dentro del invernadero y me quedé esperando, por si la persona que había llegado venía hasta aquí o no. Medio giré el cuerpo, esperando, y cuando la mata de cabello pelirrojo se asomó y creí escuchar a Cay decir para sí mismo un para nada discreto "¿Quién me tendrá a mí viniendo aquí?" que estuve segura nada tenía que ver con nosotras, pues fue previo a vernos, el gorrión echó a volar de inmediato, supuse que al reconocer su voz. Se alejó como un chispazo blanco y Cayden reaccionó al sonido de las alas, alzando la vista que traía puesta en el piso. Notó a Copito antes que a nosotras, pues casi lo había tacleado para acomodarse entre la mata de rizos, y lo escuché reírse. Fue una risa cristalina, casi infantil, y alzó la mano para acariciar al ave a tientas. —Little baby, hi —le dijo con mucho cariño y entonces reparó en nosotras por fin, todavía a algunos metros—. Oh, una comitiva de nuevo. Vero, Bea y Lana, estás muy bien acompañado, ¿no te parece, enano? Pedir más hasta es codicia. Lo último lo soltó con tono de broma, pero dejó de acariciar al gorrión y se acercó a nosotras, me dio un toquecito en el brazo y luego estiró la mano para posarla sobre la cabeza de Beatriz. Lo vi reparar en el estuche que la muchacha sostenía y sus facciones se suavizaron más, así que para cuando camino hacia Vero ya la criatura iba medio derretida. Le sonrió, por supuesto, y con la misma mano que había acariciado a Beatriz le picó la mejilla a la muchacha a modo de saludo.
Que mi lady alzara la mano con tanta presteza se me hizo tan chistoso como adorable. Sus dedos ya estaban recorriendo el plumaje tan suavecito de Copito para cuando terminé de hablarle, ni siquiera me había dado tiempo a completar la invitación a acariciarlo. Esta acción en sí misma me hizo apreciar de un modo más especial a Lanita, y en eso también contribuyeron la ternura de sus caricias, el cuidado que demostraba al tocar a Copito, su sonrisa y también las palabras, dulces a mis oídos, que le dedicó. Valoraba mucho este tipo de cosas cuando iban dirigidas a mi gorrión, dado lo importante que era este chiquitín en mi vida; La luz de mi corazón. Me alegraba que consiguieran llevarse bien tan rápido. Mi sonrisa se amplió a la par de la de Lanita, a un punto que me entrecerró los ojos. Mientras tanto, Beauty continuaba mirándonos con discreción y en silencio. Noté de soslayo que se estaba enfocando también en Copito y que parte de su expresión parecía algo más relajada, aunque no desprovista de una ternura que procuraba contener, seguramente por vergüenza. Se ve que, a diferencia suya, lo mío fue de todo menos discreto, pues nuestra kohai enseguida notó que la observaba y... se sonrojó y agachó la cabeza, escapando de mis ojos. Creí en ese momento que el corazoncito me iba a explotar, porque… Porque… No podía con tanta cuteness! Poco me faltó para que lo confianzuda se me escapara en forma de algún comentario que la alteraría del puro bochorno, pero Lanita fue su salvadora sin saberlo. Una enorme curiosidad me embargó cuando mi lady mencionó a la muchachita de segundo año, lo que me llevó a regresarle mi entera atención. Su nombre se le escapó al principio, pero no tardó en asegurar que esta personita se llamaba Melinda, y que la habían hallado en la piscina junto con Jez y Cay. De más está decir (o no, mejor dicho) que mi sonrisa se suavizó con cariño al escuchar los nombres de mi lucecita y mi leoncito; pero mi interés, claro está, se volcó en la misteriosa Melinda. —¿De verdad? —respondí, de lo más curiosa, mientras dirigía una miradita a Copito en mi hombro— Siempre tan aventurero tú, mi querido chiquitín —le dije con una risilla; intercambié una mirada con las chicas— Melinda no me suena de nada; apenas me hablo con dos kohais de segundo. ¿Cómo es ella? ¿La conocían de antes? —Eeeh… —intervino Beatriz con cierta premura, sobresaltándose al notar que había elevado un poquito la voz; no fue nada grave, pero volvió a avergonzarse, tan adorable ella— Uh… N-no la conocía… tampoco… —miró tímidamente a Lanita, como para asegurarse que su situación era parecida, entonces siguió hablando— T-tiene el cabello rubio oscuro, r-rozando el castaño, ¿tal vez?, l-lo llevaba recogido. Y sus ojos son… eh… C-como… ¿Como la miel? —se ruborizó—. P-perdón, no soy buena… describiendo… —¿Ojitos de miel? —dije, obligándome a contenerme ante su rubor— Suena a que tiene una mirada dulce. Beatriz se apresuró en negar. —Es muy… muy seria… ¡P-pero…! Parecía muy… Eeeh, ¿educada? ¿Tal vez? Me sonreí. Como primera referencia servía, ahora tenía más curiosidad por la dichosa Melinda, a quien Copito se había acercado. Miré a Ilanita por si tenía algo que añadir y, pasado el debido intercambio, Copito se alzó en un repentino vuelo que hizo que Beauty diera un sobresalto muy adorable. Me giré justo a tiempo para disfrutar de las vistas. Por empezar, porque se trataba de mi leoncito, con su cabello de fuego resplandeciendo con la luz que se colaba en el invernadero; por no mencionar esa carita tan suave que me hacía sentir cositas. ¡Pero además de eso…! Debí reprimir una leve carcajada de ternura al notar la precisión con la que Copito se acomodaba sobre sus cabellos y la naturalidad con la que Cay lo recibió, se ve que era algo a lo que estaban acostumbrados. Y escucharlo reírse así , con tanta pureza, me llenó de calorcito el pecho. Su comentario sobre la codicia de pedir más acompañantes además de nosotras me hizo reír, a pesar de todo. Beauty, por su parte, se removió en otro brote de vergüenza al saberse incluida en la broma, pareció querer decir algo pero las palabras no le salieron. Con todo, había relajado la postura al ver al chico. La manito de Cay sobre su cabello la pilló desprevenida en principio, cerró los ojos un instante. Y… Mira que yo no era una observadora del calibre de Hubby, pero sí pude constatar cómo al muchachito se le suavizó la carita al notar los sticker del estuche, y cómo Beatriz le dirigió una sonrisa igual de suavecita al saber para dónde estaba mirando. ¡Ay, mi corazoncito no podía más…! Para cuando Cay se me acercó, no era el único que andaba derretido. Yo me había llevado una mano a la mejilla para contener mis reacciones, de modo que le quedó la otra libre para que me la picara con el dedo. Parpadeé con ternura el sentir el contacto sobre mi piel... y debo admitir que me hubiese gustado sentir su mano completa. Estaba tan, tan ablandada... que me dejé llevar. Alcé una mano para tomar la suya, la que me picaba la mejilla, y lentamente la bajé. Mi mano contraria atravesó la pequeña distancia que nos separaba, se deslizó con gentileza para tomarlo suavemente del antebrazo. Valiéndome de estos agarres, tironeé muy ligeramente de su brazo, aunque era más justo decir que lo estaba invitando a inclinarse hacia mí. Al mismo tiempo, me puse en puntitas de pie, para que no tuviera que hacer toda la labor él solito. Copito aleteó entre sus cabellos, haciendo equilibrio. Mis labios dieron calor a su mejilla, en un beso suave. —Bienvenido, leoncito —le dije al regresarle su espacio; sonreí ampliamente—. Llegas justo tiempo, las chicas y yo estábamos por empezar a almorzar. No sé quién te tiene viniendo hasta aquí, pero tendrás que darle las gracias luego, con tanta buena compañía, ¿eh? —le guiñé un ojo; había escuchado el para nada discreto comentario que hizo mientras se acercaba. No me estaba dando cuenta que Moony nos miraba con los ojos muy abiertos, aunque pronto desvió la mirada con las mejillas encendidas. —T-T-también v-v-venías a a-almorzar, ¿verdad…? —preguntó; no estuve segura, pero creí que en su vocecita hubo una chispa de esperanza.
Al menos la aparición de Paimon había cortado mi línea de pensamiento un rato, pero cuando estuve afuera y elegir seguir el camino de piedra al invernadero volví en redondo al asunto. Estaba atascado en el hacer o no, como siempre, aunque era más el hasta dónde era correcto por mi integridad y toda esa mierda. Incluso si me frenaba tanto, si dudaba y daba vueltas como imbécil, quería creer que era fiel a mí mismo... A todas las versiones de mí que, año tras año, se habían quedado en ciertas emociones. Cada cosa que elegía hacer, que hacía de verdad, era porque me nacía de lo profundo del corazón. Y nadie se había muerto por hacerle regalos a las personas importantes de su vida. Con todo, en el momento en que me metí al invernadero comencé a dudar si había sido la mejor manera de alinear ideas y por eso, ajeno al hecho de que había personas, solté aquel comentario casi derrotado. Me arrepentí de decirlo casi de inmediato, porque entre el aleteo noté a las tres chicas y supe que me habrían oído, pero pues era culpa mía por venir sumido en mi cabeza. Lo mejor que pude hacer fue fingir demencia y en esa tarea me ayudó Copito, al que se veía que la mata de pelo le gustaba como nido. El gorrión me ayudó a regular las ansiedades y me sentí mucho más liviano, por lo que pude moverme con más soltura. Le di el toquecito a Ilana y no lo pensé al acariciar a Bea, que aunque cerró los ojos, como un gatito, luego me sonrió cuando me vio notar los stickers de la Switch y recordé que le había dicho a Ko que pillaría un llavero para él, pero que ocupaba que se hiciera el sorprendido. Ese recuerdo, aunque mezclado con los demás de ese día, también me tranquilizó y redireccionó mis ideas de la mañana. Para cuando llegué a Vero me di cuenta que la criatura estaba muerta de softness, pues tenía la mano en la mejilla, y por eso tuve que picarle la otra. Debí anticiparme por eso, pero de todas formas me pescó en frío cuando tomó mi mano y luego usó la otra para sujetarme también el antebrazo, haciendo que me agachara en resumidas cuentas. Era... bueno, era un poco contrastante, estaba más acostumbrado a los varones y me olvidaba lo pequeñas que eran algunas niñas en comparación. Bastó ese recordatorio para que relajara la espalda y me doblara a la altura que ella necesitaba, incluso así ella se había puesto de puntillas y sentí a Copito hacer equilibrio en mi cabeza. Vero me besó la mejilla y aunque fui terriblemente consciente de la presencia de Ilana, parte del cuerpo y cerebro me actuaron en automático. Aproveché la cercanía que ese saludo estableció para murmurar un "Hi, birdie" que sólo ella alcanzaría a escuchar y me solté del agarre de sus manos para poder tocarle el brazo con delicadeza, pues tenía la otra mano ocupada sosteniendo el bento. Mantuve el contacto nada más hasta que ella volvió a su espacio y me limité a escucharla, evitando a conciencia mirar demasiado a Ilana, que estaba mortalmente callada. Lo que dijo la albina en referencia a mi comentario me quiso dar vergüenza, pero el sentimiento no me alcanzó el cuerpo y le sonreí, sin decir nada al respecto. Había sentido la mirada de Beatriz, pues la pobre se había comido la película también, y cuando busqué mirarla me di cuenta que estaba ahogada en vergüenza e iba a decirle algo para alivianar el ambiente cuando fue ella quien habló y aunque tartamudeó muchísimo, creí reconocer el chispazo de esperanza. Se sentiría más tranquila si me quedaba, ¿verdad? —Claro —dije sin pensarlo medio segundo y alcé el almuerzo a la altura de mi rostro, dedicándole una sonrisa suave—. Más si mi estimada kōhai es quien lo pregunta. Los ojos de Ilana seguían sobre mí, lo sentía, y no podía distinguir la naturaleza del gesto. De hecho no pude discernirla ni siquiera cuando habló de nuevo, tranquila y puede que hasta con un dejo de ternura; giré la cabeza para mirarla, pero en el rosado de sus ojos no creía encontrar tanto de lo que oía en su voz. No podía culpara, debía ser incómodo que te cagas. Era terriblemente irresponsable, sobre todo por lo que le había preguntado. —No me acuerdo si te pregunté, ¿tienes hermanos, Cay? —No. Soy hijo único —respondí con la sonrisa inocente pintada en la cara y me acerqué a Bea, tomándola por los hombros con cuidado con la mano libre para guiarla a la mesa—. ¿Quieres sentarte junto a mí, Bea? ¡A mí me gustaría sentarme contigo! Oh, y a Copito también... Come on, come on, let's sit. —¿Pero de dónde sacas entonces las big bro vibes? —Me cuestionó, divertida ahora sí. —Hmh, pues que me gusta acompañar a Moony y ya está. Somos parecidos y nos gustan cosas parecidas, también. Al decirlo me asomé por un costado de Beatriz para dedicarle una sonrisa de ojos cerrados y le solté los hombros, para que se sentara en la silla que prefiriera. Cuando ella eligiera, pues me sentaría a su lado. Contenido oculto como hice el pov de cay no pude narrar respuestas de ilana y me di cuenta cuando llevaba medio tochaco, pero ten en cuenta que sobre Meli comentó que "Es muy seria, pero Cay se puso contento al verla y nos presentó con ella, entonces debe ser buena chica"
Copito… me daba una ternura que era difícil poner en palabras, ¿tal vez? Sería necio de mi parte, además de un esfuerzo inútil, negar que su pequeña presencia me causaba una emoción rayante en lo infantil. Me había quedado mirándolo en el lapso que le llevó a Verónica e Ilana dirigirse unas palabras, y hasta podría asegurar que el gorrión ayudaba, con sólo estar aquí, a que mis nervios quedaran sepultados bajo la tierna fascinación que me despertaba. Fue así, al menos, hasta que los ojos azules de su compañera me sorprendieron en plena contemplación y me vi obligada a agachar la cabeza, siendo nuevamente consciente de la ligera tensión de mi cuerpo. No desconfiaba de la amabilidad de estas chicas, ¡d-de ninguna manera! Pero como era apenas la segunda vez que nos veíamos, por no mencionar que nuestros intercambios previos fueron fugaces y escuetos; no sentía que las conocía lo suficiente, lo que derivaba en que la timidez fuese ganando terreno. M-me veía capaz de compartir la mesa con ellas, ¿tal vez? El problema era el miedo, latente en fondo de mis latidos, de que la mente se me quedara en blanco. Que las palabras se me atoraran en el pecho. O que los rubores y tartamudeos fuesen demasiados. Temía incomodarlas. Arruinar la oportunidad de conocernos mejor. Por este motivo, me embargó un inmenso alivio al ver llegar a Cay. También sentí algo muy parecido a lo que me alcanzaba cada vez que me encontraba con Rowan y con Jez. Una emoción igualmente tierna, de paz… Algo que podía definirse como alegría, ¿tal vez? Que Copito se posara entre sus rizos me dejó tan desconcertada como cuando lo vi en el hombro de Jez, la tarde de la piscina. La risa de Cayden, cristalina y ligera, hizo que me despreocupara por un momento de la frase que pronunció mientras caminaba entre las flores, la cual yo también había escuchado. Sin embargo, luego hizo un comentario sobre la codicia de pedir más compañía además de nosotras, lo cual me reactivó la timidez, los hormigueos de vergüenza. Pese a lo cual, su caricia entre mis cabellos no me incomodó; el hecho de que cerrara los ojos sólo fue un reflejo venido de la sorpresa, la de quien es tomada desprevenida. Pero lo dejé ser, dispuesta a acostumbrarme a este gesto que, entendía, era su vía para expresar afecto; como las caricias de Jez, como el abrazo de Rowan. Además, cuando percibí cómo se puso al notar los sticker en el estuche de mis Switch… una sonrisa involuntaria de la que no fui consciente, me estiró los labios. Este regalo seguía haciéndome feliz, y era lindo saber que algo de esto lo alcanzaba a él también. No dije nada, sino que me limité a seguirlo con la mirada mientras le ofreció su respectivo saludo a Verónica. Fue así como presencié el… e-e-el b-beso?! Abrí mucho los ojos, con el corazón brincando. Al instante me forcé a recordarme que esta escuela era internacional y que, por tanto, no debía de extrañarme ver algo así, que se apartaba de las etiquetas japonesas con las que había crecido. P-porque se trataba de un s-s-saludo, ¿v-v-verdad? Era algo común entre amigos más cercanos, ¿tal vez? Pero entonces… ¿P-por qué Verónica cerró los ojos de aquella forma al llegar a la mejilla de Cay, como si lo disfrutara con creces? A-al menos esa sensación me quedó, y a-además… Cuando se separaron, vi que los labios del chico se movieron un instante, pronunciando una palabra que sólo Vero escuchó. Fue algo que suavizó la sonrisa de la chica de una manera más... Eeeh… uh… ¿Diferente, tal vez? Me sentí avergonzada de pronto, como quien ha visto algo que no debería, por lo que aparté la mirada hacia unas flores. Estaba exagerando, ¿tal vez? Es que… no podía imaginarme a mí misma dando un beso en la escuela, así fuese en la mejilla. ¡Y a un chico, además…! Pero aunque me hallaba confundida por el significado de aquel beso, no pude evitar preguntar a Cayden si se quedaría con nosotras. Verónica me secundó con un asentimiento enérgico, tan deseosa como yo de que el chico nos acompañara. Rogué en mi interior que fuese el caso. Estar con él me ayudaba a sentirme tranquila, pero además… no obviaba todo lo que había hecho por mí, desde el incidente de la sala de arte. Y en particular, seguía teniendo muy presente lo mucho que veló por mí en el almuerzo de la piscina, el cariño con el que me habló y su pedido de que no me presionara. Comenzaba a tenerle afecto. Germinaba desde una pequeña semilla, hecha de buenas acciones. Cay confirmó que se iba quedar. Sonreí, justo al mismo tiempo que añadió el comentario de que almorzaría aquí, sobre todo, porque yo lo preguntaba. Por lo que ahora me hallaba sonriente y ruborizada, no hubo tiempo de que una cosa dejara lugar a la otra. Sentí la mirada de Verónica a mi lado, así como el nuevo suspiro que escapó de su pecho. Ilana también miraba con fijeza, pero lo hacía sobre Cayden, sin decir nada. No tuve tiempo de otorgarle un significado o hacerme ideas, pues el chico me tomó de los hombros. Me estremecí un poco, mas no tardé en dejarme llevar mientras le respondía. Claro que me quería sentar a su lado. —A… A m-mí también me gustaría —secundé con torpeza mientras caminábamos, intercambiando una mirada una mirada entre él y sus intensos rizos, desde donde Copito observaba; había inflado las plumas, lo que debía significar que se sentía a gusto. La realización me hizo sonreír. Ilana había preguntado a Cay si tenía hermanos, y sólo comprendí la pregunta cuando dijo lo de las big bro vibes. Aquel apunte me dejó un poco pensativa, porque hasta entonces no se me había ocurrido pensar nuestra dinámica de este modo. Llegué a evocar la sonrisas de Rowan, antes de que Cay le contestase, lo que me hizo regresar a la conversación. Le escuché decir que simplemente le gustaba acompañarme y señaló nuestro parecido, que abarcaba diversos aspectos. Asentí ligeramente, como para que no se quedara respondiendo él sólo. —Gracias, Cay-senpai —dije por lo bajo, cuando recibí su rostro desde uno de mis costados. En mi voz se notó que estaba conmovida: por sus palabras y por la noción del “hermano mayor”—. Disfruto mucho… tu compañía. Y acompañarte.... Gracias. A nuestas espaldas, sin que lo supiéramos, Verónica le había llamado la atención de Ilana con un toque en el hombro, para susurrarle algo al oído: —Son tan adorables que estoy a nada de desmayarme por sobredosis de dulzura. Una vez en la mesa, Cayden ocupó la silla contigua a la mía, mientras que Verónica se acomodó en su lado contrario. Acomodamos nuestros almuerzos y bebidas sobre la mesa, quedando el estuche de mis Switch a un costado, con los stickers expuestos. Me había puesto a desenvolver mi almuerzo, cuando volví a notar los ojos azules en mí. Alcé la vista lentamente, para devolverme la mirada a Vero. La chica me sonreía con inmensa dulzura. —Eres una kohai muy afortunada, ¿sabías? —dije, acto seguido empezó a deslizar un índice por el hombro de Cay— Te tocó el big bro más tierno que podrías pedir, ¿no lo crees? —rió por lo bajo, lo que dejó claro que era un comentario en broma. No supe muy bien qué decir en principio. Miré a al chico como timidez, asimismo pensativa, hasta que tras unos segundos esquivé su mirada por pura vergüenza. Porque en lugar de adaptarme a la broma, se me escapó una respuesta sincera. —Lo es...—dije, frotándome las manos sobre la falda; entonces, con tal de no dejar el intercambio en este punto, logré seguir con la conversación— Eeeh... ¿T-Tú tienes he-hermanos, Vero-senpai? ¿Y q-qué hay de tí, Ilana-senpai? ¡Yo... tengo dos, son mayores! S-Se... Se llaman Walter y Daniel... —Qué nombre tan lindos tienen los Luna, eh —suspiró Vero, haciéndome sonrojar nuevamente; entonces, su sonrisa se iluminó con creces— Y sí, tengo una hermana mayor a la que admiro y quiero con todo mi corazón. Se llama Valeria, es albina como yo, y también mayor. Por ocho añitos. Y casi a la par, miramos a Ilana en espera de su respuesta.
Contenido oculto: pues ni modo Si la lectura peligrosamente similar a la mía que hacía de la ansiedad de Beatriz no me fallaba, de su miedo y la intensidad de sus emociones, estaba casi seguro de que una de sus preocupaciones ahora era de alguna forma atascarse con las chicas, incomodarlas o volver todo raro siendo... Pues ella. La manera en que nos habíamos conocido había sido caótica y fuera de lo normal, pero justo por eso creía que habíamos desarrollado una rápida tendencia a la complicidad. De la misma forma, quería pensar que mi presencia la ayudaba a sentirse un poco más tranquila y era un recordatorio de lo que le había dicho el otro día: el esfuerzo es bueno, pero también respetar los límites propios. Debíamos reconocer hasta dónde podíamos llegar sin colapsar. ¿Pero dónde estaban mis límites cuando accedía a tomar aquello que me lastimaba con tal de no quedarme con las manos vacías? La pregunta rondaba y rondaba, pero elegía ignorarla, elegía ignorar mi propia voz y las respuestas que sabía eran correctas. Ignoraba también las voces a mi alrededor, la de Yuzu, la de Sonnen y la de Akaisa. Los ignoraba porque no quería ser the bigger person, no para ciertas cosas porque acabaría desmoronándome. Como fuese, pasando de esas ideas ocurrió todo lo demás, desde el beso de Vero, mi saludo en secreto y luego ofrecerle a Bea sentarnos juntos. A su pregunta de si venía a almorzar Vero también asintió, ¡pero ella no contaba! Obviamente iba a querer que me quedara, aquí la opinión importante era la de Moony. Apenas confirmé que me quedaría noté que sonrió y el corazón se me hizo pequeñito de ternura, en parte por eso no medí más mis acciones y seguí en modo extrovertido y con el contacto físico. Además no era por presumir, ¿pero el combo de mi cara de borrego degollado y Copito? El mejor de todos. No había alma en el mundo que nos negara algo. Recibí la voz de Beatriz cuando me asomé por uno de sus costados con la intención de sonreírle, pero lo que me mantuvo con los ojos en ella fue oír la claridad de sus palabras a pesar de que hablaba bajo. Algo se me removió en el pecho, una sensación de calidez y nervios parecida a cuando las personas que quería resaltaban mis buenas cualidades, y por un segundo la emoción me quiso aguar los ojos. Tardé en darme cuenta que lo sentí se podía traducir en gratitud. Quería ser siempre esta persona, esta versión de mí mismo. Una donde existía el amor que Ko señalaba, ese que parecía tan sencillo y natural visto desde fuera, donde no se anudaba y perdía forma. Donde no mutaba y se volvía un amor posesivo y consumidor, donde el fuego permanecía en la fogata en vez de volverse un incendio que llenaba todo de humo y me ahogaba. Quería dejar de conducir un coche buscando estrellarme, pero me daba terror saber que para ello debía permitirme sentir todo y confiar en que no cedería al peso. —Para mí es un honor saber que merezco tu confianza —dije a un volumen parecido, suavicé bastante la voz y la sonrisa corrió el mismo cauce. Sin darme cuenta le dediqué una caricia en el hombro—. Estoy para lo que necesites, Bea, en cualquier momento. Lo que dije fue sincero de principio a fin y por un instante, en ese lapso de lucidez y madurez, creí que Akaisa tenía razón. Que podía pretender seguir haciendo lo que hacía, pero debía ser claro con Verónica e Ilana, la primera dudaba que fuese un problema, pero la segunda... Estábamos atados el uno al otro de una forma distinta, más pesada y menos amable, incluso si no lo parecía. Batallábamos por el mismo reflector, por la misma luz cegadora y yo le había pedido complicidad para mantener mi fachada con Hubert. A nuestra espalda creí percibir que las muchachas cuchilleaban, pero claro que elegí ignorarlas mientras pensaba en cómo diablos uno tenía una conversación de esa índole. La verdad es que mejor lo dejaba para después, aunque sabía que terminaría acobardándome. —Cuando siente que lo necesitan se vuelve más hablador y cálido, incluso si parece infantil en sus ademanes, la decisión de serlo viene de un lugar más maduro —murmuró de forma que nosotros no oyéramos, aunque sí que la oí soltar una risilla—. Bea parece activarlo mucho más, eso sí. Ella necesita seguridad y él parece hecho para cuidar de otros, supongo que es una buena combinación. Una vez estuvimos sentados dejé el almuerzo en la mesa, lo fui desenvolviendo y cualquier imbécil se habría dado cuenta que Vero estaba en plena muerte por softness, por la manera en que miraba a Beatriz. El asunto era que yo iba a salir rascando por defecto, eso también lo habría notado cualquier idiota y como se sentó a mi otro lado, con Ilana en la otra silla libre que básicamente me la dejaba en frente, pues era todo un poco raro. Como fuese, sentí el contacto de Vero en el hombro y lo que dijo consiguió que el color me subiera al rostro contra mi voluntad. —No digas tonterías, Vero —atajé en voz baja y sentí a Copito medio acomodarse en mi cabello, seguro por el movimiento de antes. Suspiré esperando que el bochorno se me bajara, aunque no ayudó que Ilana se riera del asunto y tampoco que Beatriz, con toda la sinceridad que cabía en su cuerpo chiquito, afirmara que era el big bro más tierno. Me centré en abrir la comida como si fuera la cosa más emocionante del mundo y sólo atendí cuando Bea habló de sus hermanos, ya menos avergonzado. Luego miré a la rubia esperando su respuesta y vi que también estaba abriendo su bento. —Soy como Cay, hija única —respondió luego de haber negado con la cabeza—. ¡Aunque me habría gustado tener una hermana! Mayor o menor, no importa. ¿Y a ti, Cay? ¿Te habría gustado? Era una pregunta de respuesta complicada. —No —dije casi de inmediato y busqué corregir el hecho de que podía sonar grosero eligiendo el camino del más absoluto de los sincericidios, fue más que todo por la comparación del hermano mayor de antes. Temí hacer sentir mal a Beatriz al decir que no había querido hermanos, pero seguro sólo fui yo sobrepensándolo—. No digo que no quisiera hermanos, seguro los habría querido muchísimo y los hubiera cuidado como lo más sagrado del mundo y sé que mi madre los habría amado tanto como a mí, es solo... Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño, tenía tres años, y mi padre es un hombre muy desapegado. Me haría sentir muy mal saber que un hermano o hermana tiene que lidiar con esa indiferencia, así que prefiero haber sido hijo único. —Perdona por haber preguntado —murmuró Ilana, avergonzada. —No pasa nada. Son cosas que los amigos saben tarde o temprano, ¿o no? And I have the best mom! Y dos tíos que siempre están presentes, mamá se llama Neve y mis tíos son Finnian y Devan, son sus hermanos menores —conté para quitarle peso a la historia depresiva de antes y no angustiar a Ilana de más—. Ah, tío Dev me hizo la comida. ¿Quieres probar, Bea? Al preguntarlo le ofrecí del bento a la niña, que... Ahora me daba cuenta era una porción algo monstruosa, tío Dev había puesto muchísimo arroz, incluso más carne y un montón de verduras preparadas en el sartén, se veía que les había puesto mantequilla porque me gustaban bañadas en mantequilla con sal. Hombre, para no hablarme recordaba muy bien que comía como si no tuviera fondo y qué me gustaba y qué no. Lo de siempre, no creía merecer este amor. —Valeria entonces tiene... ¿Veinticinco años? ¿Cuántos años te llevan Walter y Daniel, Bea? ¿Tienen mucha diferencia de edad? —Quiso saber Ilana—. ¿Te llevas bien con ellos como Vero con Valeria? Esta chica era buena para entrar en modo entrevista. Contenido oculto lpm sentí que no iba a terminar nunca, perdona el tochaco me caigo de sueño, pero el cine exige producción (?)
Quise que el beso en la mejilla de Cay fuese algo fugaz, un saludo rapidito de nada. Pero me pudieron más las tentaciones que me embargaron al sentirlo bajo mis manos, y terminé por imprimirle mis labios más de la cuenta. Lo suavecito de su piel hizo caer mis párpados del puro disfrute, de modo que no llegué a notar la forma en que Bea nos miraba, así como tampoco fui consciente de Lanita. Mi leoncito recibió con cierta naturalidad este saludo, lo cual era una suerte considerando que era la primera vez que lo recibía de este modo en la academia; no sólo me dio un toquecito en al brazo, sino que pronunció ese apodo cerca de mi oído, en voz lo suficientemente baja para que siguiera siendo nuestro secreto. Se me escapó una sonrisa algo pícara, otras tentaciones me hormiguearon en la piel, y sin más nos separamos. Me conocía un par de cosas extras sobre la personalidad de este muchachito. Pero esta faceta que había descubierto en las escalinatas del dojo (y esa misma noche en Minato, ejem), no anulaba su lado adorable, ese que me provocaba tantas ganas de hacerle mimitos más inocentes. ¡Encima…! No tardé nada en descubrir lo bien que se complementaba con la cuteness que brotaba por cada poro de nuestra linda kohai, pues entraron en una dinámica inmensamente dulce que me fue derritiendo el corazoncito a cada segundo. Beauty sonrió al saber que se quedaba, Cay la llevó por los hombros y, aunque luego hablaron en voz baja, su breve conversación me llegó con la claridad suficiente para dejarme al borde de un colapso por softness. No podía estar más de acuerdo con la idea con la que había bromeado Lanita: en serio parecían hermanitos que se apreciaban mutuamente. Como el leoncito y la lunita se nos habían adelantado, me urgió cuchichearle a mi lady al respecto. Porque si me guardaba toda esta softness para mí sola, terminaría explotando, ups. ¡El punto es que…! La chica se adaptó al volumen de mi voz para comentarme que Cay tendía a volverse más parlanchín y cálido ante aquellos que necesitaban cuidado, remarcando particularmente el caso de Beauty. Asentí levemente para hacerle saber que la había escuchado, mirando las espaldas de los mencionados. Mi sonrisa se suavizó cuando me centré, especialmente, en mi leoncito. Si había un tipo de persona que valoraba mucho, eran aquellas que buscaban cuidar de los demás. Era algo bien sabido por mí, principalmente por cómo me protegió durante la noche del Maharaja. Pero escucharlo de parte de alguien más reafirmaba mi certeza. Todo esto fue lo que me llevó a decirle a Beauty, ya en la mesa, que le había tocado el Big bro más tierno de todos. Un poquito me pilló desprevenida el color que alcanzó el rostro de Cay, pues no creía que volvería a causar este efecto en vistas de las cositas que habíamos hecho últimamente. Obviamente me puse super-suavecita, debido a mi ya conocido gusto por contemplar rubores ajenos. Su réplica me arrancó una pequeña risa que dejó claro que no me arrepentía de lo que dije. Igual no añadí nada para no ir a empeorarle el bochorno. Me limité a apoyar los codos en la mesa, reposar mentón en las palmas de mis manos y quedarme así, admirando con una sonrisita su semblante encendido mientras balanceaba las piernas. Beauty, encima, estuvo de acuerdo con lo que dije, tan linda ella. Llegué a dedicarle una sonrisa antes de recibir su preguntita, que nos llevó a entrar a una charla sobre hermanos. Beauty tenía dos hermanos mayores, mientras que Lanita también era hija única. Sonreí con ternura cuando mi lady afirmó que le habría gustado tener una hermana, hasta un ligero asentimiento se me escapó; no conocía tanto a mi lady, pero me daba motivos suficientes para pensar que habría sido una buena hermana, ya fuese menor o mayor. Entonces le preguntó a Cay, el otro hijo único de la mesa, si le habría gustado tener hermanos. La rapidez de su negativa llevó a que tanto Beauty como yo nos quedáramos mirándole; Lunita, según me pareció, fue la que quedó ligeramente más impresionada por su respuesta. Mi leoncito no tardó en matizar con una aclaración. Escucharle decir cuánto habría amado a sus hermanos de haberlo tenido suavizó mi sonrisa, y conforme hablaba fui adoptando una postura más erguida sobre mi silla, quedando mis manos reposando sobre la mesa, los dedos entrelazados. Me pareció una postura más madura para ser su oyente, principalmente cuando tocó un tema complicado como lo era el divorcio de sus padres y la distancia de su figura paterna. Fue la primera vez que escuché sobre la historia familiar de Cayden. Mi sonrisa se había desvanecido mientras lo escuchaba con la debida atención y Bea… Estaba con la cabeza agachada, su cuerpo pareció comprimirse al oír sobre el divorcio de los padres del chico; se veía más pequeña de lo que era, en su silla, y algo me decía que había cerrado los puños sobre su regazo. Cay concluyó con una idea que sonaba tan noble como dolorosa: no habría querido que sus hermanos vivieran la indiferencia sobre la que él pasaba. —Lionheart… —musité conmovida, con una mano en el pecho. Beatriz entonces alzó la cabeza. Noté en su carita que apretaba los labios, como si contuviera un montón de emociones juntas que buscaban romper sus barreras. Se quedó mirando a Cayden y… su mano se alzó sobre la mesa. La acercó a una de la suyas. Se dedos retrocedieron un momento, manifestando sus dudas; le llevó unos largos segundos juntar el coraje que le hizo falta para finalmente apoyar su palma en el dorso del muchacho. Le dio una caricia rápida, luego de la cual retiró la mano con la rapidez de un latigazo y mantuvo la cabeza nuevamente baja, para evitar la mirada de todos. Suspiré, decidida a fingir que no la había visto por su bien, pese a que su gesto fue tan dulce. Ella también cuidaba de los demás, eso me quedó claro. Lanita se disculpó por su pregunta, se la notó afectada. No pude evitar el impulso de estirar el brazo sobre la mesa para darle un toquecito en la mano, como había hecho Bea con Cay. Fue mi intento por darle calma, a sabiendas de que mi leoncito también se ocuparía de hacer lo propio. En efecto, luego habló de su madre, que tenía un nombre precioso, y mencionó a un par de tíos suyos. Le dediqué una sonrisa a la chica antes de dejar ir su mano y observé, no sin gracia, cómo Cay le ofrecía a Lunita una porción de comida extremadamente generosa. Nuestra kohai finalmente alzó la cabeza, algo más recobrada, y parpadeó con confusión al ver semejante contenido en el bento. Tuve que hacer fuerza para que no se me escapara una risita. —G-gracias… —dijo, mientras buscaba sus palillos; otra vez, en sus ojos circularon pequeñas dudas, y cuando habló retomó parte de lo que Cay había contado— Tu… Tu madre tiene un nombre muy bonito —alzó la cabeza para mirar a Copito, que dormitaba en su nidito rojo—. Suena a Nieve —ladeé la cabeza, pues no reconocì la palabra en idioma extranjero; Beauty esclareció todo enseguida— ¡E-E-En japonés se traduce como “Nieve”! Es u-una palabra del español. E-es que yo s-sé e-español, uh. La pobre se puso nerviosa solita, no supe bien por qué. Fue consciente de cómo se le encendieron las mejillas, así que se puso a comer en un intento por regularse. Qué bien por ella, porque yo no tenía manera de lidiar con esta softness. Qué ganas me daban de estrecharla entre mis brazos como si fuera la hermanita chiquita que nunca tuve, ay. Comenzamos a dar un par de bocados, y en eso mi lady volvió a hablar. Asentí cuando me preguntó si Valeria tenía veinticinco, pero el centro de la entrevista recayó en Beauty. Ella estaba comiendo algo lento, pero igual se vio cómo detuvo abruptamente el movimiento de los palillos, al saber que era el centro de la conversación. Tragó con rapidez y carraspeó, antes de responder. —W-Walter es e-el mayor, t-tiene veintiún años; y Daniel c-cumplirá diecinueve pronto... —se puso a acomodar verduritas sobre el arroz del bento, en un claro intento por ordenar sus ideas— Nos llevamos bien, s-siempre buscan... Lo mejor para mí —una sonrisita involuntaria se le escapó— Yo... Los quiero muchísimo. Walter es un poco temperamental, ¿tal vez?, p-pero conmigo siempre se portó bien, m-me ha protegido muchas veces... Y Daniel es muy maduro, ¿tal vez?, o más centrado con las cosas; está estudiando para ser médico. S-Solemos estudiar juntos. Comió otro poquito, y entonces pareció pensar en algo. Paseó la mirada por nosotros, siendo especialmente tímida conmigo y con mi lady. —U-ustedes están en tercer año... —dijo— ¿S-saben qué van hacer c-cuando... cuando se gradúen? Su voz tornó entristecida al final de la frase. Era obvio el por qué: cuando el año pasara, ni Cay, ni Lanita ni yo seguiríamos viniendo, y Beauty se quedaría.
Ver aparecer a Cayden de toda la gente posible era casi tragicómico si debía ser honesta, sobre todo cuando al saludar a Verónica la criatura lo hizo con un beso en la mejilla y él se acopló al acercamiento con una fluidez que rozó lo ridículo. Me quedé observándolos, a él en realidad, y aunque lo que sentía se parecía a la molestia lo cierto es que tampoco era tan intenso. La atracción que sentía era bastante... física y plana en cierta medida, incluso bajo aquel golpe tan horrible el amarillo cálido de sus ojos, ambarino, había resaltado y yo me había quedado atorada. Habían fracciones de su personalidad que empezaban a parecerme buenas y agradables, también, pero no era que estuviese perdidamente enamorada del chico ni nada. Me jodía lo resistente que parecía a dejarme entrar, pero era porque más allá de lo otro, quería que fuésemos capaces de llevarnos bien. De todas formas, mi molestia acabó diluida cuando empecé a verlo enfocarse en Beatriz y volví a pensar las cosas que había pensado en la piscina. Parecía centrado y compuesto apenas alguien lucía más perdido que él, se levantaba como una muralla y creaba una suerte de refugio para quien lo necesitara. En ese búnker imaginario nadie pasaba frío ni tenía por qué sentir miedo. Darme cuenta de esas cosas, además de la ternura que me estaba generando verlo en modo big bro con Copito en el cabello, hicieron que incluso me pusiera a cuchichear con Vero. La disposición de los asientos no me importó mucho tampoco, aunque Cayden me daba la sensación de estar demasiado consciente de su entorno. De la manera que fuese, la conversación pronto viró al asunto de los hermanos y resultó que los hijos únicos éramos él y yo. Cuando pretendí continuar la charla por esa vía, eso sí, el tiro me rebotó y la negativa vibró en una sintonía distinta que él mismo buscó reordenar rápidamente, sobre todo por Beatriz. Su padre era desapegado y no quería que otra persona tuviera que lidiar con eso. Me sentó mal haberlo forzado a entrar en ese terreno, con lo reservado que podía ser con cuestiones personales, pero como estábamos con las otras dos muchachas en vez de hacerme retroceder pretendió adaptarse o la menos lo intentó. Creí percibirlo incómodo por la atención de Verónica, ya más seria, pero en sí noté que sus ojos o al menos el rabillo de su mirada seguía puesto en Beatriz, de repente agazapada. Lucía más pequeña y algo compungida, por lo que supuse que algo habría tocado terreno sensible también para ella y me sentí peor. Lo conmovida que pareció Vero seguía sin darme la sensación de ser algo que le gustara a Cay, que siquiera la miró, y puede que la decisión final de Beatriz de tocar a Cay fuese la distracción perfecta. Él buscó mirarla directamente entonces, recibió el contacto y a pesar de que fue brevísimo, una sonrisa le estiró los labios y creí notar que su incomodidad se desvanecía. Sin embargo, ella retrocedió muy rápido y noté que el pelirrojo había pretendido voltear la mano para regresarle el contacto, pero la niña se había echado atrás demasiado pronto. Ni Verónica ni yo dijimos nada. Que hablando de incomodidades, tampoco me esperé que Vero me tocara y aunque no me moví, esperé a que retrocediera para apartar la mano de donde la había tenido y dejarla reposar en mi regazo, usando la otra para comer. Quería decir, me había dado pena y todo haber puesto la conversación así, pero tampoco me parecía para tanto. Creí comprender su intención, pero entonces entendí que Cayden debía haber tenido dificultades para separar el apoyo y la contención de la lástima. Una lástima que era imaginaria, percibida nada más. Igual él redireccionó el asunto mencionando a la familia que sí tenía cerca y ofreciéndole comida a Beatriz, que aceptó dándole las gracias y eso lo dejó de lo más contento. Resultó que Beatriz sabía español, lo que supuse parecía normal en vistas de que creía recordar lo que significaba su apellido. De paso me acordé de la frase en español que me había dicho Kakeru y sonreí un poco sin ser consciente de ello. —Lo es —secundó junto a una risa suave al comentario del nombre de su madre—. Es la forma inglesa del irlandés... Bueno, suena igual, hold up. Sacó el móvil, escribió en las notas y lo dejó en el centro de la mesa para que las tres alcanzáramos a leer. Niamh arriba, Neve abajo y señaló el primero indicando que esa era la versión en irlandés. —Se pronuncia igual, pero el nombre de mamá se escribe de la otra manera. La forma inglesa sí significa nieve, porque toma raíces de otro lado también, aunque el irlandés significa brillante o radiante. Mientras Bea nos contaba sobre la edad de sus hermanos y cómo se llevaba con ellos, Cay regresó el teléfono al bolsillo y aprovechando el movimiento hizo algo que no pudimos ver nosotras dos. Le dio un toquecito disimulado en la pierna a Bea, usó el móvil para hacerlo de hecho, y entonces sí guardó el objeto para ofrecerle su mano en una clara señal de que la tomara. Debió ser su forma de agradecerle y de hacerle saber que no se había sentido incómodo por su gesto. La pregunta que llegó después me hizo distraerme del comentario que habría podido elaborar respecto a lo otro y creí notar que el pelirrojo respiraba con algo de pesadez. Era una duda complicada en general, Bea estaba preguntando qué haríamos luego de esto, cuando ya no estuviéramos aquí y de pronto recordé la conversación del tren y la manera en que la voz de este muchacho había querido quebrarse al preguntarme si iba a irme. Porque Hubert se iría y él permanecería aquí. Iba a caerle como una patada, ¿cierto? —A mí me gustaría volver a Estados Unidos —admití pues porque mejor ahora que nunca. Entonces caí en que debía brindar algo de contexto, al menos para Beatriz—. Me mudé poco después de haber cumplido quince, pero soy de un pequeño pueblo de Pennsilvania. Me gustaría hacer la universidad en Estados Unidos, creo que sería mejor para mí. Seguramente estudie artes dramáticas o algo parecido. Silencio, Cayden había seguido comiendo sin decir una palabra. Seguro percibió mi mirada, porque entonces habló. —Yo no tengo idea. No sé qué estudiar ni nada, por un lado me gustaría tomarme un sabático, pero no sé si sea buena idea siquiera. Es complicado, no siento, digamos, vocación por nada en particular ni me veo haciendo algo específico. Era el vicio de las criaturas aladas, se elevaban lejos de nosotros. —¿Y no te interesan las artes o algo así, Cay? Ya que te gustan la música, la fotografía y los videojuegos —tanteé al verlo tan confundido, pero negó con la cabeza—. ¿Algo emparentado a ingeniería de software? De Ciencias de la Computación. It can lead to video game development, la parte de programación. —Yeah, maybe —murmuró, fue una respuesta escueta y quizás algo brusca. Luego de respirar habló de nuevo, ya habiendo regulado el tono para suavizarlo a conciencia y soltó una risa baja—. Aunque tendría que quemarme las pestañas, siempre me cuesta trabajo sacar buenas notas. No quería hablar de eso, estaba comenzando a cerrarse. Una tabla rechinaba, así que había que retroceder. —¿Y tú, Vero? ¿Tienes alguna idea de qué harás? —pregunté desviando el foco. —¿Vas a seguir con las artes marciales? —Quiso saber Cayden antes de comer otra vez.
No habría querido profundizar la vergüenza de Cayden tras oírlo atajarse ante el comentario de Verónica; sobre todo cuando, al dedicarle una breve mirada, me encontré con el tono ruborizado de su rostro. Hubo algo de contagioso en ello, ¿tal vez?, ya que me dio vergüenza a mí el hallarlo avergonzado, al punto de que sentí mis mejillas encenderse para cuando regresé la vista a mis manos, las cuales froté mientras meditaba sobre qué responder. “El big bro más tierno que podría pedir", había dicho ella… No habría querido decir nada, al conocer de primera mano la horrible incomodidad que me invadía cuando mis bochornos se manifestaban ante la gente. Pero pensé que no sería justo negar la realidad con mi silencio. Así que estuve de acuerdo con Verónica, muy segura de lo tierno que era este chico. Era demasiado pronto para considerarlo un hermano mayor, ¿tal vez?, p-pero la idea no me molestaba. D-de todos m-modos, intenté conducir la charla para correr el foco de mi big bro… ¡Q-q-q-quiero decir, de… d-de Cayden! Logré hacerlo, escuchando así de Valeria, a quien Vero mencionó con un amor puro y transparente en sus palabras; mientras que Ilana dijo ser hija única pero que le habría gustado tener una hermana. Llegué a preguntarme, un poco nerviosa, si lo estaba diciendo por mí; aún así, me pareció enternecedor. Entonces preguntó a Cayden si poseía un anhelo similar. Él respondió con una negativa contundente, que me hizo girarme hacia él, con la sorpresa removiéndose detrás de mi mirada. Se apresuró en aclararse, sin que yo pudiera advertir que se estaba preocupando por lo que yo pudiera pensar de su negativa. No es que hubiera considerado lo suyo alguna suerte de rechazo hacia algo que tuviera que ver conmigo, e-es sólo que quedé impactada por el tono con el que habló, ¿tal vez? Dijo que habría querido y cuidado a sus hermanos de haberlos tenido, pero que… que… no habría querido que pasaran lo mismo que… ¿no… nosotros? Un divorcio. La indiferencia de su padre. Mi garganta amenazó con cerrarse, mientras la voz de Verónica, conmovida, se elevaba sobre la mesa. Luché. No quise dejar que esta otra tormenta, más cruel... volcara mis frágiles barreras. Y perdí. Perdí, como tantas veces. La tristeza se elevó desde cada rincón de mi corazón y cerró finalmente el nudo dentro de mi garganta, el cual no tardó en empezar a doler por la fuerza que debí hacer para nadie lo notara. Los recuerdos me golpearon como relámpagos, una vez más. De repente, me aterrorizaba arruinarlo todo aquí, en esta mesa a la que tan amablemente me habían invitado, por lo que me obligué a encogerme en mi silla para nada saliera, apretando los puños. Vi, en mis recuerdos, con nitidez agobiante... Las primeras veces que presencié el llanto de mamá, en mis años de primaria. Vi la silla vacía de papá en la mesa, durante las cenas, la cual Walter terminó por arrojar a la calle en un arrebato. Reencontré en mis memorias más recientes la falta de respuestas de papá a mis últimos mensajes, donde decía que lo extrañaba y le preguntaba cuándo vendría a visitarnos. "Ha pasado mucho tiempo, ¿tal vez?". Y aquí mismo, en la mesa, encontraba este dolor que latía en el fondo de mi alma. Todo empeoraba cuando me preguntaba si Cayden vivía su situación de la misma manera que la mía. Me dolía pensarlo, porque mi cariño por él era más grande de lo que creía.. Alcé la cabeza, apretando los labios. Si abría la boca, lloraría. Evité mirar a las chicas, consciente de que todo estaba expuesto de mí, y sólo busqué la mano de Cayden. Quise dejar la mía allí, sobre sus dedos, en un acompañamiento que no precisaba palabras. Lo habría hecho de no estar ante dos personas que conocía poco, de modo que todo quedó en una fugaz caricia. Y seguí librando mi propia batalla interior. No presencié, atrapada estaba en mi vorágine, los comportamientos Copito sobre los cabellos de Cay. El gorrión se había puesto alerta en el instante que Verónica, conmovida, pronunció su apodo; hasta amagó con volar. Pero pareció relajarse cuando nuestras manos se tocaron, poniendo freno a algo de lo que yo no lograba ver por la angustia. Para cuando acepté la comida que me ofrecían, ya recuperada, el ave dormitaba plácidamente entre sus rizos. Un fragmento de conversación que logré recuperar fue el nombre de su madre, porque me había gustado la pronunciación y su similitud con Nieve. Fue lo que apunté, aunque debí explicarme con rapidez al darme cuenta que aquí nadie entendía español, ¿tal vez? Comí para tragarme mi propia vergüenza, aunque seguía prestando atención. Ni falta hace remarcar que fui la que menos se inclinó sobre su móvil, compungida por la cercanía de Ilana y Verónica, pero sí llegué a ver las diferencias de escritura del nombre de la madre de Cay. Me resultó interesante la diferencia con el idioma irlandés, y me pareció notar que Verónica pestañeaba con curiosidad, tal vez, por el mismo tema. Noté que buscó la mirada de Cayden con la clara intención de preguntarle algo… No estuve segura de si conectaron miradas al final, ya que volví a comer otro poco del bento del chico. La charla continuó. Me puse nerviosa al ser el centro de esta pequeña reunión, así fuese para contestar una simple pregunta. Hablé atropelladamente de mis hermanos, y hacerlo también me ayudó a relajarme, al centrarme más en el amor fraternal que nos unía. Sentí el toque en mi pierna, no se notó que respingué porque mi actitud nerviosa cubría todo gesto de estas índoles. Cuando hube terminado de hablar, miré de reojo hacia mi pierna, allí donde sentí un toque que interpreté como un llamado de atención. Parpadeé, viendo que Cay me estaba… ¿Me estaba ofreciendo su mano? ¿Era por el toque que le había dado hace un momento, en mi escueta contención? Inspiré, ahora sintiéndome conmovida. Agradecí el disimulo que guardó, por eso no lo miré directamente, sino que deslicé mi mano con sutileza. Al tomar la suya, lo miré de reojo. Un fino cristal de lágrimas recubrió el gris y el celeste, para luego desaparecer tras un parpadeo. Le sonreí como pude, porque otro nudo se me había formado en la garganta, y todo cuanto hice fue darle un apretón en su mano. Sentí que lo hice tal vez con demasiada fuerza, pero no era algo de lo que preocuparse considerando que tenía un cuerpo delgado y débil. Luego, cuando la conversación siguió avanzando, quise saber qué harían después de graduarse. Mi pregunta surgió porque había pensado en la carrera que Daniel estudiaba, y porque la graduación era un momento aún lejano para mí, una estudiante de primero. Tuve curiosidad, ¿tal vez? E-estuve a punto de arrepentirme cuando escuché a Cayden suspirar, pero luego debí prestar atención a Ilana. Mi confusión debió ser vergonzosamente evidente al escucharle decir que volvería a Estados Unidos, entonces explicó que provenía de un pueblo de Pensilvania, y que su intención era estudiar artes dramáticas. Me quedé mirándola, pues despertó mi interés y curiosidad. Me habría gustado hacerle preguntas, pero entonces le tocó a Cayden contestar y, en este punto, fui consciente de que la conversación se estaba tornando ligeramente incómoda. Y Verónica estaba, repentinamente, callada. Cayden no tenía claro qué quería estudiar, aunque Ilana pareció querer orientarlo en alguna dirección, ¿tal vez? Cuando mencionaron un posible interés por las artes, que además incluía videojuegos, tal vez puse especial atención. En cierto punto, hubo una contestación brusca que me hizo estremecerme por lo sorpresivo, y terminé arrepintiéndome por completo. Ilana entonces giró su atención a Vero, momento que aproveché para darle un toque en el hombro. Cuando recibí sus ojos ámbar, Copito saltó hasta su hombro para mirarme de igual forma. Se me escapó una sonrisa que barrió mi inicial incomodidad, y entonces le extendí a Cayden mi propio bento. —¿I… Intercambio de bentos? —propuse— Mi madre hizo paella, es otra receta española. A-Aunque tiene arroz japonés, así que es una mezcla de culturas, ¿tal vez? —esperé a que lo recibiera, y entonces volví a apoyar mi mano en la suya, buscando sus ojos— N… No tiene nada de malo si no sabes qué hacer… Descuida, Cay-senpai. P-perdón por preguntar... algo así... Dejé ir sus manos, ruborizada por mi atrevimiento y temiendo haber trastocado algo más. No quería que se molestara conmigo, pero pudimos distraernos cuando Ilana le preguntó a Verónica qué haría tras la graduación, con Cayden apuntando a algo de… ¿Eh? ¿Artes marciales? La albina sonrió. Fue como si algo en ella volviera a encenderse, ¿o eso me pareció a mí, tal vez? Pareció pensar un momento su respuesta, mientras masticada un pequeño bocado. —Quiero afianzar una carrera como atleta olímpica de judo —reveló, haciéndome parpadear con inmensa curiosidad—. Y también me gustaría seguir desempeñándome en karate kyokushin y abrir mi propio dojo. ¡Ah! Es que son dos disciplinas que practico, Moony, más o menos desde que era una peque de seis o siete añitos —hubo una pausa, mientras seguía pensando—. Es por eso que estoy aquí, en Japón; vine desde Vancouver, hace menos de un año. Gracias a unos contactos de mi sensei de judo de Canadá, me concedieron una beca para el Instituto Kodokan, la sede mundial de la comunidad de judo. Allí estoy recibiendo una instrucción ejemplar, que me ha permitido mejorar muchísimo. Mi objetivo es conquistar los Juegos Olímpicos de París, en 2024. Y todos los que vengan por delante, por supuesto. >>Y recientemente retomé las competiciones de karate. El próximo sábado tengo un torneo. —E-e-entonces… ¿Por eso… tus manos…? Lo había notado hace rato. Vero en ese momento sostenía sus palillos y el bento. Tenían la piel muy blanca, por lo que sus nudillos enrojecidos resaltaban. Algunos se hallaban ligeramente lastimado, y también había manchas en la zona donde sus dedos se doblaban. ¿P-productos de puñetazos?! —No te preocupes, linda —me dijo; como estaba más concentrada en sus pequeñas heridas, el apelativo no me avergonzó lo suficiente— Son los gajes del entrenamiento —rio, aunque hubo un quedo suspiro—. Duele un poquito, pero… Este esfuerzo merece la pena, cada día que pasa…
¿Cómo habíamos terminado cayendo en estos dos temas de mierda tan rápido? Me lo pregunté cuando a Bea se le ocurrió preguntar lo que haríamos luego de graduarnos y otra de las cosas que llevaba postergando me había caído encima aunque llevaba meses y meses sin pensar en ello. No sentía interés por nada en particular, mucho menos vocación, y el contador sobre mi cabeza corría sin pausa. ¿Qué haría con los exámenes de ingreso? ¿Qué haría antes o después de eso? ¿Seguiría viviendo del dinero de Liam? Me lo debía de por sí, por ser tremendo hijo de puta. Apartando el embrollo de que no tenía ni puta idea de qué haría con mi futuro, haber soltado la sopa de lo de Liam a este grupo de chicas no salió como habría querido. A mi lado sentí el desorden de emociones de Bea crecer como un obelisco por más que ella pretendió que nadie se diera cuenta. Creció y creció y por un momento, incluso entre mi propia incomodidad, temí que sus emociones la sobrepasaran. Vislumbré la posibilidad de excusarme con las otras dos y llevármela, la iniciativa colisionó con el resto de mis emociones y tuve que hacer malabares mentales, para variar. Solo pude asumir que mi historia familiar había triggereado algo relacionado a la suya, pero ir más allá era asumir demasiado. No sabía que esta chica vivía un escenario parecido al mío, tampoco iría a preguntar justamente ahora, pero a pesar de todo no vivíamos el evento de formas parecidas. Yo no extrañaba a Liam porque no guardaba un solo recuerdo de él en mi hogar, pero lo resentía por haberme extraído como un tumor. Lo aborrecía por la manera en que había admitido no amarme y luego como ese caos había hecho que me quebrara. Odiaba las emociones que desataba en las personas que sí me querían, que sentían el dolor que a mí me estaqueaba el pecho. Y me envenenaba la sangre cada día. Beatriz estaba empapada de tristeza. Yo estaba manchado de sangre podrida. Hubo algo, un quiebre, una suerte de fractura. Cuando Vero se puso más seria para escucharme y me prestó más atención comencé a sentirme incómodo, me sentía como un animal amarrado, y cuando se llevó la mano al pecho y llamó al apodo su intención, que asumía no era mala, me inyectó un terrible impulso por revolverme y arrojar un mordisco. Quise forzarme a darle vuelta al sentimiento, comprender que lo que había pretendido era mostrar empatía porque me guardaba cariño, pero que pudiera intelectualizar la cosa no cambiaba el hecho de que la cucharada que tuve que tragarme supo a lástima y la molestia me repicó en el cuerpo con violencia, irracional. Odiaba esto. Odiaba señalar la herida y sentirme tan asquerosamente vulnerable, aborrecía los ojos que me miraban y pensaban que sabían cómo podía sentirse. Un recuerdo borroso y lejano me alcanzó, había roto una tarjeta del Día del Padre cuando tenía diez años y todos los niños me miraron con sus ojos grandes en una mezcla de confusión y pena, el resto se había reído. Mi profesora había citado a mamá a la salida, claro, porque yo había montado todo un numerito luego de años de ser un alumno tranquilo y disciplinado. No puedes desahogarte con los demás si no les dices por qué estás molesto para empezar. Fue una de las primeras señales. El primer disparo al cielo. Años más tarde entonces empezaría a huir para no desahogar sobre ella todo aquello que no podía nombrar y que no quería reconocer. Por eso ocho años después seguía corriendo, por eso escapaba de Yuzu y no podía confesarme ni ser sincero. Por eso elegía guardar mis verdades y desbocarme lejos de los ojos de las personas que preguntarían, por eso elegía cabezas de turco y vaciaba todo allí. Lo inquieto que se puso Copito de repente tampoco ayudó, no hizo falta unir demasiados puntos para saber que lo que sea que yo sentía se había proyectado... y Verónica lo había entendido. Su silencio se me antojó denso y se me ocurrió que estas cosas, de hecho, pasaban por no ponerle límites, por haberlos borrado desde que se me voló la pinza en el dojo. El toque de Bea, sin embargo, reguló parte de lo que sentía y eso también calmó a Copito. Además que aceptara la comida y también mi mano ayudó a bajar mis revoluciones, porque había pisado el acelerador hasta el fondo. Ya entrados en la otra conversación incómoda, que se puso peor todavía cuando la rubia admitió querer regresar a América, tuve que cortarla antes de que siguiera, mi respuesta fue brusca y ella, que ya me leía bastante mejor, viró el foco a Verónica, dándome espacio. Ilana manejaba con una fluidez casi descarada los tiempos, reaccionaba con velocidad ante el primer chirrido del suelo y retrocedía, buscando una tabla que no se quejara. En ese espacio de tiempo Bea me dio un toque en el hombro, Copito saltó allí y yo estiré la mano para que el ave se posara en ella, así aproveché para instarlo a quedarse en la mesa. Reflejé la sonrisa de Bea, acepté el intercambio de bentos y le robé un bocado. El contacto de su mano me hizo mirarla y sus palabras no detonaron la misma sección de mi cerebro que la reacción de Vero, porque era mucho más flexible con las personas que me regresaban un reflejo similar. Negué con la cabeza despacio y tomé más paella. Estaba rica. —No tenías por qué saber que yo no sé qué haré con mi vida, así que no te preocupes —respondí en voz baja, algo más sereno, y le di un apretón suave a su mano antes de que ella me soltara—. No es como que sepa qué haré la semana siguiente siquiera. Oye, esto está muy rico, ¿dijiste que es paella con arroz japonés? Me gusta. Ilana le había regresado la pregunta a Vero y yo colé lo de las artes marciales, que pareció regresarle el brillo al semblante. Solo entonces se me ocurrió que esta era la primera vez que me veía o me escuchaba ser tajante con alguien, era la primera muestra real que recibía de la manera en que trazaba límites y lo importante que era el espacio para mí, ya no por vergüenza que era lo que había visto desde que me conoció, sino por simple autopreservación, era mortalmente reservado y eso alteraba la manera en que leía las buenas acciones ajenas. Las aceptaba a ambas en mi espacio físico, pero era evidente que todavía no las dejaba ir más allá. No quería permitírselos. —¿Las Olimpiadas? Girl, imagina poder decir que tengo una amiga medallista olímpica —apañé junto a una risilla luego de robarle más paella a Bea—. Ten suerte en tu torneo, escríbeme cuando ganes. Porque vas a ganar, obvio. Lo dije con una seguridad absoluta, como si nada. Mientras tanto Ilana deslizó la vista a las manos de la albina cuando Bea lo señaló y alzó un poco las cejas al notar a lo que se refería, aunque sonrió al oír lo que Vero contestaba. Suponía que la señorita "Siempre busco más" comprendía que el esfuerzo implicaba cierto grado de dolor, no había crecimiento que no requiriera de incomodidad. —¿De casualidad ubicas a Matsuo, Lana? —pregunté y ella negó con la cabeza, gracias a Dios. Con esa respuesta, entonces di la explicación para toda la clase—. Bah, es un nuevo de la clase de Vero, es de la altura de Ilana, pero el cabrón puede resistir. Como sea, que Jez me contó que Vero lo mandó a volar un día. —¿Qué dices? —rebotó la rubia un poco escandalizada. —¡Lo que oyes! Shit was hilarious, me partí el culo al menos cinco minutos cuando me lo contó.
Además de no ser lo suficientemente avispada, era a mí vez una chica que no reprimía sus emociones ni su querer, que abría sus alas entre las personas a sabiendas de todos los riesgos que conllevaba esta libertad de carácter. Por eso, a ojos de ciertas personas, lo mío era visto como valentía… la cual podía ser fácilmente emparentaba con una irresponsable temeridad. Ser así había traído personas maravillosas a mi vida, pero también me llevaba al rechazo de otras. Y a veces, de forma inesperada, descubría que mi actitud, siempre centrada en la amabilidad y el amor; llegaba a tomar una fuerza menos amable con el primer grupo. Cuando extiendes tus alas con tanta soltura, en algún momento golpearán involuntariamente a quienes están cerca. El único momento en que me daba cuenta de esto, era aquel en el que era ya tarde, cuando el impacto dejaba una marca. Y ni siquiera podía saberlo yo sola, porque… ¿Cuánto habría advertido en esta mesa, de no ser por Copito? Cuando el chiquitín alzó la cabeza y comenzó a removerse sobre la melena roja, asustado por lo que percibía bajo sus garritas… supe que mi sentir había viajado por la vía equivocada, que algo falló. No hubo respuesta por parte de Cayden, no hubo siquiera una mirada. Sólo prevaleció la consciencia, cruda, de que yo acababa de empeorar sus emociones. Todo cuanto me quedó fue una persistente incertidumbre, en torno a la cual supe guardar la calma, valiéndome de la fortaleza de mi espíritu. No quitaba que la sensación quedase repiqueteando a lo largo de los siguientes minutos, y más cuando Ilana retiró su mano luego de que la tocase, con su silencio menos pesados pero igual de claro. En el momento que ésto pasó, me pregunté si no estaría pretendiendo alcanzar más de lo que se me permitía en realidad. Pero, por otro lado, quise creer que no podía ser culpada por la reacción que había tenido al oír la postura de Cayden sobre lo de no tener hermanos. Ni de lejos se había tratado de lástima, un sentimiento que yo aborrecía tanto como él; y me iba a doler saber que mi leoncito pudo haberlo sentido, en algún punto, de esa manera. El punto es que… Mi cariño por él era grande, fue tal vez la persona que más rápidamente se hizo querer, después de Jez. ¿Cómo podía sentirme entonces, cuando una persona tan preciada planteaba algo de esa índole, el no querer hermanos porque de lo contrario vivirían la indiferencia del padre desapegado que podrían haber compartido? Era fuerte, y no pude evitar reaccionar como lo hice, movida más por la empatía. Era una chica que no contenía sus emociones. Pero aprendería que había momentos donde era mejor guardarlas. Y recordaría que las buenas intenciones lastimaban. Mantuve una actitud algo más moderada en lo que el almuerzo continuó, donde se tocaron diversos temas de charla. Hasta que terminé parpadeando con desconcierto cuando Cay tuvo un arranque con Ilana mientras evaluaban opciones paras su futuro profesional. No me había esperado aquella pequeña brusquedad con la que intentó cortar el hilo de la conversación, manifestándose incómodo. Se trató de un límite trazado con más contundencia y vigor... Bea nos permitió una pausa al ofrecerle su bento con paella, que vino acompañado unas palabras comprensivas, dulces, que él asimismo le correspondió antes de ponerse a disfrutar la comida. Verlos me hizo sonreír otra vez, con más amplitud. Pese a mi actitud quizá algo más contenida ahora, seguía sin ser inmune a la ternura que esos dos me provocaban; era hermoso verlos, y pensé que podrían sanar todos los corazones del mundo entero. Entonces tocó hablar de mi futuro. No tenía claro qué sería de mí a nivel universitario, puesto que no me había detenido a pensar qué tipo de carrera estudiaría. Distinto era en el plano de lo deportivo, terreno en el que mi pasión me reactivó el cuerpo porque implicaba, justamente, artes marciales. Fue un poco chistoso, ya que di una versión “resumida” de la respuesta que me habría gustado ofrecerles en realidad. Cuando Cay medio se vanaglorió con la posibilidad de tener una amiga olímpica y luego expresó una completa fe en que ganaría el sábado; me animé un poquito más, mi sonrisa se amplió ligeramente. Frente a su pedido de que le escribiera, estuve a punto de contestarle con una de mis típicas y atrevidas tonterías, como decirle que mi leoncito sería el primero en enterarse de todo… Pero me la guardé. Quise darle una caricia en el hombro… y ese deseo tampoco se manifestó físicamente. Pero mi sonrisa hacia él fue sincera, llena de gratitud. —Daré lo mejor de mí —dije—. Te lo prometo. Extendí mi mano hacia Copito, al que había dejado gentilmente en la mesa. El gorrión me picoteó los dedos con cariño, para luego trepar a lo largo de mi brazo hasta acomodarse en mi hombro. Le acaricié la cabecita con mimo, de modo que mis nudillos quedaron otra vez a la vista. Beatriz, quien no había apartado los ojos de mí tras notar mis pequeñas heridas, reaccionó al verlas nuevamente. La noté dudar, hasta que finalmente escarbó algo en un bolsillo de su falda. Con una timidez extremadamente tierna, su manito se desplazó sobre la mesa, ofreciéndome algo. Parpadeé, con una sonrisita de curiosidad en los labios, y dejé mi palma a su alcance. En mi mano dejó caer… tres curitas adhesivas, en sus paquetes. —P-para tus lastimaduras —dijo nuestra kohai, ruborizándose; luchaba entre la indecisión de mirarme a los ojos o agachar la cabeza— N-no son muchas, p-pero te ayudarán, ¿tal vez? Copito, en mi hombros, estiró sus alitas. Fue en reacción a la oleada de calidez que me hizo explotar el corazón. Cerré el puño en torno las tiritas, cuidando de no arrugarlas, y volví a llevarme la mano al pecho contra mi voluntad mientras le dirigía a Beauty una sonrisa enternecida, que me entrecerró los ojos. Ella se me quedó mirando, y por un instante pareció olvidarse de su propio recato. Me dirigió un leve asentimiento, como animándome a colocármelas... La verdad sea dicha: daban ganas de llenarle las mejillas de besitos, ¿no? Era un crimen ser así de adorable, ay. Comencé a colocarme las curitas en los raspones más profundos, y en torno a un dedo donde se me había roto la uña; no era grave, pero sangraría al menor descuido, mejor dejarla cubierta. Mientras tanto, Cay le contó a mi lady sobre el enfrentamiento que mantuve Ryuu-kun, ante lo cual tanto la chica como Bea reaccionaron con una efusividad frente a la que no pude evitar una risilla. —Tuvimos un enfrentamiento amistoso en el dojo, que consistía en sumar puntos arrojando al otro al suelo; estuvo Jez como espectadora, además de una amiga de la 3-1 llamada Laila y otra kohai de segundo, Koemi —expliqué para las chicas— Ryuu-kun (o sea, Matsuo) y yo hicimos un Best of 3, donde vencí con un limpio 2 a 0. No fue fácil, eh, porque es bastante musculoso y pesado de cuerpo. No había una regla sobre qué estilo de lucha usar, sólo estaban prohibidos los golpes. Le gané con técnicas de judo, precisamente. Al hablar de mi victoria, lo hice con humildad, sin presumir en lo absoluto; mientras terminaba de colocarme la tercera curita a lo largo de mis nudillos lastimados. Admiré una de mis manos, ahora protegida de posibles sangrados o infecciones, y entonces dirigí mi atención a Beatriz. Ella, me pareció, me estaba mirando con cierta admiración cuando la pillé, de modo que se ruborizó al encontrar mis ojos, consciente de que se había quedado un poqutito obnubilada. —Gracias, Moony, ya no me duele nada —le dije; seguía doliendo, pero por qué no permitirme una pequeña broma— ¿Siempre traes curitas en el bolsillo? Ella, tímida… dio un bocadito a su bento. Supuse que para asimilar la inesperada pregunta. —E-E-es por mi madre —se explicó—. Ella siempre nos sugiere tener curitas a mano… p-por si llegan a hacer falta… Ya sea para nosotros —alzó la cabeza, para intercambiar una tímida mirada con todos, aunque en el caso de Cay se le escapó una sonrisita—, o para las personas con las que estamos. Walter y Daniel también las llevan en sus bolsillos… Sonreí, ablandada. Saber esa pequeña historia volvió reconfortante la sensación de las curitas protegiendo mis heridas. —Qué hermosa persona es tu mamá, de verdad —dije, haciendo que Bea me mirara— ¿Cómo se llama? —Lu… Lucía —respondió, sin dudar tanto esta vez—. Lucía Castillo. Eeeh… Su apellido es español, como el mío. Se escribe con el kanji de “castillo” o “fortaleza”, y en inglés significa "Castle"… Hubo una pequeña pausa de su parte, en la que miró a Cayden, y luego descendió los ojos al bento de la paella. Fue aquí cuando en los labios de Beatriz afloró una sonrisa hermosa, porque allí se vio todo el amor que su cuerpito guardaba. Comprendí que la comida la había preparado su madre. —Es tan fuerte como uno… —siguió hablando, en referencia al castillo, sin perder esa sonrisa— Cuida muy bien de todos. Estuvo claro que hablaba de ella y sus hermanos, ¿no es así? Pero eso también podía extenderse a esta mesa, quizá: en la forma que Cay disfrutaba la comida de Lucía, así como en las tiritas que Bea me pudo dar gracias a que ella la educó con la idea de llevarlas consigo. Intercambié una mira enternecida con mi lady y mi leoncito, antes de seguir comiendo de mi propio bento. Había muchas, muchísimas cosas que me habría gustado decir, pero dejé que ellos hablaran.