Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Fui advirtiendo sus reacciones una a una, aún si eran sutiles o no hablaba en absoluto. Percibí la aparente calma, esa que bien podía ser resignación, también la sonrisa amarga que le cruzó el rostro y todo lo demás. Intentaba darle sentido al caos, al huracán de emociones girando violentamente. Intentaba convertir el ruido en palabras, pero mucho se me escapaba. No estaba seguro cuánto era verdad y cuánto producto de mis propios fantasmas. Algo había, sin embargo. Algo creía haber presionado.

    Quería y no quería tener razón.

    Cedí a sus intenciones, me alcé sobre mis rodillas y me senté con cuidado entre sus piernas. Primero apoyé las manos en sus hombros y lo miré, pero el abrazo me atrajo a su cuerpo y le rodeé el cuello, descansando allí la barbilla. Respiré profundamente, pestañeé con cierta pesadez y aguardé. Tenía un montón de cuestiones que atender y sentía la neurona espesa. ¿Por dónde debía empezar? Le había prometido respuestas, pero ¿cuánto estaba dispuesto a darle? La maldita cuestión del llavero rebotó y pasé saliva, retrocediendo lentamente. Una mano permaneció en su hombro, la otra se distrajo en los botones de su camisa y exhalé. No lo miré.

    —No sé bien cuándo empezó, fue como una bola de nieve —murmuré, una parte de mí se sentía un crío regañado desde ayer—. Las cosas fueron pasando una a una y supongo que quise hacerme el loco, pero no pude manejarlas y acabé cometiendo errores peores y peores. No se trata de las cosas que le he hecho directamente a la gente, ¿entiendes? Es más bien... lo que mis acciones provocaron, como una cadena, porque me cuesta poner límites, porque mi forma de ser, de comportarme y de relacionarme no... no es muy compatible con la de los demás.

    Arrugué el ceño, intentando e intentando darle sentido al huracán.

    —No quiero lastimar a nadie, pero lo acabo haciendo porque... porque digo esto, o hago aquello, o recibo atenciones que quizá no debería, y al final provoco cosas que no pretendía... o tal vez sí, pero que para mí no habrían sido un problema. —Suspiré con pesadez—. El domingo la abuela me echó de casa porque caí a almorzar puesto que te cagas, desde entonces no he regresado. —Lo miré, anticipando lo que pensaría—. Hoy voy a volver, ya hablé con ellos. El punto es que... me pasé la semana, e incluso desde antes, brincando de piso en piso. No lo hablé con ninguno de mis amigos porque sabía que estaba huyendo de algo inevitable y... me daba vergüenza.

    Volví a suspirar. Hablar de estas cosas me ponía nervioso, me hacía sentir incómodo. Me tomé un momento y subí la manga de mi camisa, echándole un vistazo al moretón.

    —No recuerdo del todo bien cómo fue —confesé—. Había fumado mucho y me descompensé en la cocina, creo, entonces supongo que me jaló hacia alguna parte. —Esbocé una sonrisa amarga—. Haru fue a buscarme y en realidad fue por eso que falté ayer. Me eché toda la madrugada del miércoles convertido en un lastre por mis decisiones de mierda. Sé que no fui honesto contigo cuando nos mensajeamos, lo lamento por eso. La única verdad es que me daba vergüenza y me la sigue dando.

    Pero le había prometido que respondería sus preguntas, después de todo. Tomé mucho aire y paseé la vista por la comida desparramada. Recordarnos hace apenas quince minutos, bromeando y degustando, me arrancó una sonrisa más liviana.

    —Sé que fue repentino, pero no creo que haya ningún motivo complicado detrás. Ayer tuve un día de mierda, pero hoy al despertarme me di cuenta que me sentía mejor, más animado, menos nervioso. Por eso pensé en comprar todo esto, porque quería hacer algo por ti. Quería compensar de alguna manera el almuerzo que habías preparado para mí.

    Sabía que me estaba guardando información, pero eran cuestiones más sensibles que aún no sabía cómo afrontar y temía... temía que contárselas a nadie derivara en errores todavía peores. Sus caricias en mi cabello me relajaron las facciones y volví a rodear su cuello, abrazándolo. Permanecí quieto, con los ojos cerrados, y el susurro que brotó de su pecho bastó para congelar el mío por lo que me pareció una eternidad. No sentía... ¿Qué sentía? Ya me lo había dicho en inglés antes, pero esto era diferente. En mi corazón vibraba diferente. El eco permaneció, insistente, y sentí muchísimas cosas a la vez.

    —¿Qué se siente? —musité, sin despegarme de él—. Tú... sabes lo que es el amor, lo reconoces en ti mismo. Suena tan natural de tu voz, tan... sencillo.

    Me deslicé hacia atrás, lentamente. Le dejé un beso entre el cabello, tras la oreja, luego en la mejilla, cerca de su mandíbula, en la comisura de los labios. Volví a sostener su rostro con ambas manos, rocé su boca y me presioné suavemente contra ella. Busqué sus ojos.

    —¿Acaso yo puedo decirlo? —inquirí, aunque ya sabía la respuesta; la llevaba grabada como hierro caliente en el corazón—. ¿De verdad mi amor es tan diferente del tuyo?

    Del de todos, siempre.
     
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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    Mi error fue el silencio de la vez anterior porque fue anormal, porque yo nunca tomaba distancia de él si no todo lo contrario e incluso ahora, con el desorden que sentía dentro del pecho, esto me parecía más orgánico que escapar. Sus manos se quedaron en mis hombros, me miró, pero con el abrazo me rodeó el cuello y lo sentí respirar entre mis brazos hasta que retrocedió, no me miró y una de sus manos se distrajo con mi camisa. Lo dejé, le di tiempo a que eligiera cómo y qué decirme, pero apenas empezó volqué toda mi atención en él.

    Asentí cuando me preguntó si entendía, pues en verdad yo tampoco estaba muy orgulloso de mi versión del último mes o de los últimos años. No éramos iguales, pero tampoco tan distintos y sabía, porque sí, era parte de los que acababan metidos en el embrollo, que la forma de ser de Ko era complicada y distinta a lo ordinario, por decir algo. Eso no lo volvía una mala persona ni nada parecido.

    Fruncí el ceño al oír que llevaba fuera de casa desde el domingo, lo que sentí fue un poco similar a la molestia, pero apenas me miró aflojé los gestos y le di espacio a explicarse, supuse que anticipándose a mi regaño. No lo interrumpí como tal, pero murmuré un "Gracias" muy quedo y mis manos, que seguían ancladas a su cuerpo, le dedicaron caricias livianas. Puestos en el asunto, a saber cuántos sermones llevaba ya, no era la idea darle otro.

    La molestia acabó transformándose en otra cosa, volví a sentir ganas de llorar y, de nuevo, las contuve. Lo vi alzarse la manga, vislumbré el moretón y el teatro de ser the bigger person se me quiso caer al escuchar lo demás, pero yo había preguntado. Además, un poco sí estaba hasta los huevos de oír el nombre de Haru, fuese de él o de otras personas, pero eso no importaba ahora. Entre un random que lo movía como si fuese de trapo mientras estaba descompensado y Haru, prefería mil veces al segundo porque sabía con una certeza casi estúpida que sí lo cuidaría. De nuevo, no era yo, pero me valía.

    Me valía en tanto lo cuidara de verdad.

    Tomé aire, parpadeé y usé una mano para alzar su brazo con cuidado, el del moretón, y le dejé su beso liviano allí. Retrocedí, relajé su extremidad y lo abracé una vez más, acariciando su espalda y sus costados. Me quedé así un rato hasta que aflojé un poco el agarre, ya más tranquilo, y pude mirarlo.

    —No te llevas un máster en el manejo de emociones y creo que lo sabemos todos. Es normal que dé vergüenza todo el caos y parezco un porfiado, pero puedes acudir a mí, a nosotros, y ni siquiera debes darnos explicaciones. Además, todos nos metemos en cagadas por lo que decimos o no, lo que hacemos o dejamos suceder incluso si no deberíamos y sé que es... Bueno, no se siente bien y todo se apila entre sí. Tampoco hace falta que me expliques por qué no fuiste sincero conmigo, al final no estaba en mi momento más brillante tampoco, estaba preocupado y no sabía muy bien cómo administrarlo. Gracias por responderme ahora y por decidirte a volver a casa de una vez, necesitas dejar de dar vueltas como loco. Come, descansa, respira —dije en voz baja y después suspiré, batallé con mis ideas ilógicas e hice una última pregunta—. Hay más, ¿verdad? No tienes que decirme qué, es respuesta de sí o no, cariño, nada más eso. Es para luego no quedarme trepando por las paredes.

    Siquiera filtré el apelativo, se me resbaló de la nada y de la misma forma se perdió, porque no me presté la suficiente atención a mí mismo. Lo abracé de nuevas cuentas, él regresó los brazos a mi cuello y una de mis manos navegó el espacio hasta el cabello de nuca, donde lo acaricié.

    —Me gusta que hagas cosas por mí —admití un poco avergonzado, pero pues tampoco podía ser tan unidireccional, y de por sí era verdad.

    Guardé silencio entonces y luego dejé caer la bomba, cansado de pelearme con mis propias emociones como un estúpido. Sabía que posiblemente no implicara o cambiara nada en lo más mínimo, pero soltarlo sin la ambigüedad del inglés, que de por sí no había sido la idea del otro día, al menos me permitió liberarme. Algo seguía doliendo, pero también dejó de pesar, dejó de aplastarme y de envenenarme la sangre. Su pregunta llegó después y sonreí, algo divertido con el asunto.

    A veces parecía que no terminaba de conocerse a sí mismo.

    —Que suene sencillo no implica que lo sea, ¿o te parece que estaríamos en este cuadro de ser así? —apañé junto a una risa floja, no cargó malicia alguna y seguí acariciándolo antes de contestar la primera pregunta—. Es un desastre o el desastre soy yo, a la larga es igual. Amar es complicado en todas sus formas, te preocupas con o sin motivo, te sientes pequeño y frágil, pero en compensación energiza o sosiega. Es difícil amar a las personas, porque lo que les pasa te alcanza a ti y te enoja o te entristece o lo que sea, pero es difícil sentirse digno de ser amado también y todo eso acaba revuelto. Es una misión que no termina nunca y a veces me sienta como una patada, ¿sabes? Porque siento que amo de una forma caótica que no se parece a la de los demás, que no es tan altruista o tranquilizadora y debo hacer las paces con ella, conmigo, pero cuando puedo detenerme y pensar en frío... Es un sentimiento muy lindo, es tibio, agradable y al menos yo siento que me ayuda a madurar, me ayuda a olvidar lo frágil que puedo ser. Es la unión de la vulnerabilidad y la fuerza, el amor te permite ser diminuto o inmenso, por eso a veces también asusta.

    Lo dejé retroceder, recibí su beso detrás de la oreja, en la mandíbula y en la comisura de los labios. Cada uno se me antojó dulce y parpadeé, un poco adormecido, antes de que alcanzara a presionar sus labios contra los míos. No respondí de inmediato, lo besé de nuevo y después busqué sus ojos para sonreírle, a la vez encontré su rostro con las manos y lo insté a bajar la cabeza para dejarle un beso en la frente.

    —¿Por qué no podrías, Ko? —Me reí por lo bajo y seguí hablando en un murmullo—. Que yo sepa no hay reglamento para eso.

    Tomé otra pausa en la que simplemente volví a mirarlo, sostuve su rostro y le dejé un beso en cada mejilla. No tenía remedio.

    —A mí tu amor nunca me ha parecido diferente incluso si no sueles usar palabras para decirme lo que sientes —comencé con la paciencia de siempre, atrayéndolo de nuevo en un abrazo. Al él le daban vergüenza sus cagadas, a mí este nivel de sinceridad—. Está en la manera en que me miras, a veces en silencio, y en cómo te das cuenta que voy a abrazarte incluso antes de que acabe de mover un brazo, en lo que sentiste cuando te conté lo que me había dicho el imbécil de Liam y te pedí que no te enfadaras, porque sé que lo que me pase te afecta. También lo encuentro cada vez que dices que no te irás a ninguna parte porque no quieres hacerlo, en cada abrazo que me das y cuando me dejas escucharte cantar. Es el mismo amor con que yo te sostuve cuando me contaste de Chiasa, cuando te dije que podías tomar de mí el fuego que necesitaras. No encuentro las diferencias, sólo lo que es imposible de separar.
     

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