Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —¡No me digas que aún lo dudabas! —exclamé, exagerando tanto la ofensa que acabé alzando la voz y todo—. La edad da sabiduría (supuestamente) y yo soy un anciano, era hacer dos más dos, Cay Cay.

    Su respuesta a la tontería de los laureles se apiló con las señales ambiguas que iba recolectando aún sin pretenderlo, pasé de darle forma y me dediqué a secarle el pelo. No quería pensarlo demasiado, pues si lo hacía alguna flecha seguro acababa apuntando en mi dirección y temía que la información volviera a anularme. No me gustaba sentirme parte del malestar ajeno, me costaba mucho tolerarlo y últimamente mi vida parecía basarse en eso, en joder a los demás.

    El abrazo fue un capricho, uno de tantos, y cerré los ojos conforme me acariciaba la espalda. Escuché su respuesta, solté una risa nasal y no respondí nada, no lo vi necesario y tampoco me apeteció seguir molestándolo con el descaro que había usado en el pasillo. No ahora, al menos. Al notar que intentaba secarme el cabello me reí en voz baja y me separé de su cuerpo. Lo miré con las cejas alzadas y finalmente regresé las manos a mi espacio.

    —¿Por qué preguntabas lo de los llaveros? —indagué para seguir la conversación, girándome.

    Me llevé el repasador conmigo, lo colgué de una silla a la pasada y fui a buscar un mantel. Lo desplegué en el suelo, le pedí que me ayudara a estirarlo y, mientras él hacía eso, yo fui a buscar la bolsa. Por la gracia también pillé el florero y lo coloqué en el centro del cuadrado, sobre uno de los bordes.

    —Los mimos tendrán que esperar, o te me vas a desmayar —bromeé, colgándome de su tontería de recién, y me senté; fui enumerando lo que había comprado conforme lo sacaba—. Muy bien, tenemos... cuatro onigiris, dos de atún y dos de salmón; dos panes de jamón y huevo; un sándwich de pollo teriyaki; un bento del día; una bandeja de mochis de fresa y dos daifukus de frijol dulce; y para beber...

    Subidos al barco del despilfarro no iba a cortarme ahí. Le mostré un zumo y una botella de té helado, y las balanceé a cada lado, riendo. Sabía que era un montón de comida, era la gracia de la compra.

    —¿Cuál quieres, Cay Cay?
     
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    Zireael

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    Por un momento me dio pena molestarlo tanto dudando de su capacidad de ser un genio o lo que fuese, ¿pero me podían culpar? Era graciosísimo. Lo ofendido que quiso sonar lo hizo alzar la voz y me reí antes de que siquiera terminara de defender su honor valiéndose de la carta de que tenía alma de viejo. No me quedé con las ganas de seguirlo picando, qué va, y hablé de nuevo.

    —Pero un anciano pequeñito —dije juntando los dedos frente a mí, como para indicar lo pequeño que era en verdad, y volví a reírme.

    Quizás la respuesta que di después acabó saliéndome más ambigua de lo que habría pretendido, pero no creía que fuese tan importante. En realidad la manera en que actuaba no era culpa de nadie más que mía por las cosas a las que accedía en pleno uso de mis facultades o, si queríamos ponernos a hablar de maldiciones generacionales, del viejo hijo de puta, pero puede que hasta eso fuese mentira. Todo lo que sabía es que no quería direccionar nada de lo que sentía últimamente, no se sentía correcto y tampoco aliviaba a nadie.

    Puesto en perspectiva no me importaba acceder a los caprichos de Ko, si acaso a veces habría querido que fuese más caprichoso conmigo, que me dejara hacer más cosas, pero tampoco era algo que uno forzara. No era más que una idea necia, egoísta también, e intentaba ahogarla para que no pesara demasiado. Noté que cuando dije la otra estupidez no respondió aunque se río y no se pareció a lo que esperaba, pero tampoco insistí sobre la cosa y me limité a mantener el abrazo hasta que pretendí secarle el cabello.

    Cuando se separó de mí entonces me enfoqué de lleno en la tarea de secarlo, suavicé las facciones sin darme cuenta y lo miré cuando preguntó lo de los llaveros antes de girarse, llevándose el repasador consigo. Era yo el que había preguntado, así que ahora no iba a inventarme una mentira.

    —Se me ocurrió comprarte alguno, pero soy un poco duro de dirección, ya lo sabes —admití pues porque ocultarlo no tenía sentido—. Así que ahora tendrás que hacerte el sorprendido en otro momento.

    Como fuese, lo ayudé a estirar el mantel como me pidió, me hizo algo de gracia que pusiera el florero y me quedé mirando las flores un momento, recordando la manera en que Sasha parecía querer quitárselas de encima. No dije nada, claro, y cuando lo oí decir que los mimos tendrían que esperar arrugué un poco las cejas, enfurruñado, aunque se me pasó de inmediato.

    —Ah, espera es cierto. ¡Yo estaba en medio de un desmayo! —apañé ante el recordatorio y me senté también, de lo más obediente. Todo fuera por no desmayarme.

    Total que por fin acabó con el tremendo suspenso y empezó a sacar cosas, enumerándolas, en algún momento temí que no se fuesen a acabar y todo. Que los onigiri, el pan, el bento, todo lo demás y en verdad hasta había pedido el postre. El despilfarro resultante era hasta hilarante, pero más que darme risa me quedé mirando todo y no fui consciente de la sonrisa que me alcanzó le rostro. Se veía que no habíamos terminado, sacó las opciones de bebida y no le contesté de inmediato, el cuadro me dio ternura. Saqué el móvil, abrí la cámara a la carrera y antes de escuchar quejas le tomé una foto, fue ahí que solté la risa por fin.

    That's for me, I'm sorry —dije sin molestarme en ocultar el motivo y señalé con la mano el zumo, porque la decisión seguía pendiente—. Aunque, ¿de verdad piensas que nos vamos a comer todo esto? ¿Tengo cara de tarro sin fondo? ¡Es comida para una legión, Ishikawa!

    Lo dije por la tontería, mismo motivo por el que él había despilfarrado de esa manera seguramente, y volví a mirar todo. Sentí que algo se me quiso quedar atascado, de esas cosas que dudaba antes de decirlas, y esta vez no entendí muy bien por qué, no me pareció que fuese algo que debiera limitar. Logré deshacer la atadura y hablé bajito, tal vez un poco avergonzado.

    Ayer había sentido envidia al ver a Emily pensando en una comida para Haru.

    Tal vez no merecía esto.

    —Muchas gracias. Yo... —Sentí que iba a hacerme bolas si pensaba en muchas palabras, por eso acabé repitiéndome—. Gracias, me hace muy feliz ver este montón de cosas.
     
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    Gigi Blanche

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    Me había compenetrado tanto en mi supuestamente imbatible argumento de anciano que la réplica de Cayden, tan cruel como rápida, logró dejarme sin palabras. Tuve que cerrar la boca que había abierto dispuesto a quejarme, soltar el aire de golpe y ponerme a caminar con el ceño fruncido. Mi molestia duró lo que un suspiro, claro, pero por esos... dos segundos fue real, muy real. ¡Todo el respeto se había perdido! ¡Todo!

    Mientras buscaba el mantel me alcanzó su respuesta respecto al llavero, bastante evidente si se me permitía la asunción, y una sonrisa me estiró los labios cuando aún le daba la espalda. ¿Era justa o exagerada esta sensación de que Cayden últimamente se comportaba más precavido de lo usual a mi alrededor? Sabía que me había hecho el loco una semana y que nuestro intercambio de mensajes ayer no había sido precisamente liviano, pero... ¿estaba mal pretender que los demás me trataran como siempre? ¿O era pedir demasiado? En sus audios había parecido aterrado de romperme u ofenderme cada dos palabras que decía.

    ¿Realmente le daba esa impresión?

    Al girar hacia él, dejé caer el ancla con todas mis dudas apiñadas y empecé a caminar. La idea de fingir la sorpresa me ensanchó la sonrisa.

    —Creo que tengo algunas dotes actorales escondidas por ahí —bromeé—, así que no esperaré a ponerlas a prueba porque definitivamente no espero ninguna clase de regalo.

    Tras vaciar la bolsa y ofrecerle las bebidas, verlo agarrar su móvil me confundió bastante. Acabé ladeando la cabeza, inquisitivo, y llegué a alzar las cejas en el instante que le tomó alzar el aparato en mi dirección y claramente sacar una foto. La sorpresa se tiñó con cierta incredulidad y solté una risa nasal. No me molestaba, la verdad, sólo me hacía gracia la desfachatez. Un minuto se ponía rojo por hablarle cerca del oído y al otro gatillaba como si nada.

    —¿Y piensas que te saldrá gratis? —lo amenacé sin sonar ni remotamente amenazante, alcanzándole el zumo; ante su próximo cuestionamiento me hice el loco y volví a ladear la cabeza, fingiendo la confusión—. Cara no sé, pero estómago seguro.

    Desde que lo conocía comía mucho más que yo y ya me había resignado a comprender adónde se iba todo lo que ingería. Giré el rostro para buscar mi botella de té helado de la bolsa y, al volver a mirarlo, noté que repasaba el picnic en silencio. Eso sí lo llevaba escrito en la cara, la verdad, y aguardé con calma a que encontrara las palabras. Sabía que querría decirme algo, que querría... agradecerme sin más.

    Era un poco contradictorio de su parte, ¿cierto? Se negaba a detenerse hasta no haber alcanzado el cielo pero, al mismo tiempo, esta clase de gestos tan simples le llenaban el alma.

    Shibumi. ¿Has oído hablar del concepto? —comencé a hablar con tranquilidad, escribiendo los kanji con trazos invisibles sobre el mantel—. Shibu, algo discreto o refinado, y mi, un sufijo de cualidad. Recuerdo algo que leí una vez en casa. "En la conducta, es modestia sin pudor. En el arte, es simplicidad elegante, brevedad articulada. En filosofía, es tranquilidad espiritual que no es pasiva. Es comprensión, más que conocimiento. Es ser sin la angustia de llegar a ser". Refleja una idea de perfección sin esfuerzo, habla de la belleza que existe en la simplicidad. El sabor de un té, la gracia de un pájaro en vuelo, el viento que se levanta en las colinas o incluso los patrones armónicos de un kimono. La delicadeza de los haiku. O un picnic improvisado con comida de la cafetería.

    Me reí en voz baja, consciente de que me había puesto a hablar de cosas extrañas. Bueno, de algo tenía que servir todo lo que me hacía leer la abuela, ¿no?

    —De vez en cuando pienso en eso. Cuando huelo una flor dulce, o cuando me agrada el sonido de mi propia guitarra, cuando puedo oír la risa de mis amigos o cuando se me permite abrazarte. Shibumi, sólo esa palabra aparece en mi mente. Y con eso me basta. —Alcé los dos onigiris de salmón y le extendí uno, riéndome—. O cuando le hinco el diente a algo que está muy rico, claro. ¿Vamos juntos? Tendremos que catar y rankear toda esta comida.
     
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    Zireael

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    La manera en que mi suerte de comeback sobre el asunto de su vejez le cerró la boca me estiró la sonrisa, siquiera me molesté en disimularlo, y lo vi ponerse a caminar luego de fruncir el ceño en lo que debía ser el berrinche más grande hasta el momento. No le duró mucho, obvio, pero parecía verdaderamente ofendido y no ayudaba mucho a que se me pasaran las ganas de seguirlo fastidiando aunque por ahora elegí dejarlo tranquilo.

    Luego estuvo la suerte de confesión del llavero, puede que el mismo Ko estuviera filtrando mejor algunas de las asunciones que podían hacerse respecto a mi comportamiento, pero no hacía lo que hacía con ninguna mala intención. Dudaba de mi propia resistencia, de hecho, no de la de los demás, pero la noción acababa revuelta y diferenciar una cosa de la otra no era lo más sencillo del mundo.

    Lo de las dotes actorales me hizo alzar las cejas, se me escapó una risa nasal y aunque fui yo el que le había pedido hacerse el sorprendido, igual me hizo gracia que se comprometiera tanto con la causa. En otro momento habría dicho que no era más que una pequeñez, pero acabábamos de tener la conversación de "no es lo que recibo, es el gesto en sí mismo" y no tenía sentido.

    —¿Y quién lo llamó regalo? —atajé en la misma línea de broma, haciéndome el tonto.

    Con la decisión de las bebidas, que sacara el teléfono pareció confundirlo, así que al final le quedó esa cara en la foto y me reí un poco. Era siempre lo mismo, para unas cosas era una bola de vergüenza y para las otras ni me detenía a pensarlas, ¿quise una foto? Una foto conseguí asumiendo que no le molestaría.

    —¿Me vas a cobrar? ¿A mí? —Lo encaré medio ofendido, recibí el jugo y la ofensa empeoró cuando siguió hablando—. ¿Es porque te dije viejo pequeñito y ahora tú me llamas glotón?

    A mí tampoco me duró demasiado la molestia, acabé distraído con el picnic y él... Pues lo de siempre, me dio tiempo, tiempo a que encontrara las palabras que buscaba aunque eran simples. La manera en que avanzaba por el mundo era agotadora, consumía el oxígeno que me rodeaba y acababa noqueado habiendo rozado un fragmento del cielo, pero luego estaba esto. Me hacía feliz un montón de comida de la cafetería porque él la había comprado para pasar el rato conmigo o me quedaba contento con poder abrazarlo.

    No era difícil complacerme, más bien todo lo contrario.

    No aparté la vista de las cosas hasta que me habló, dijo una palabra y preguntó si había oído del concepto ante lo que negué con la cabeza. Le puse más atención a su explicación que la que le había puesto a los profes en los últimos días y al intuir por dónde iban los tiros, volví a sonreír. El gesto fue calmado y suave, ni siquiera me importó que se hubiese puesto a hablar de cosas raras porque puso de ejemplo el picnic y más que comprender el concepto, creía que podía sentirlo.

    Suaimhneas, la palabra gaélica que le había dicho el día que en los baños todo se fue un poco de las manos, albergaba una idea muy parecida. Me había puesto a darle vueltas al zumo en la mano mientras lo escuchaba y siguió hablando, que pensaba en eso de vez en cuando, y en los ejemplos acabaron metidos nuestro abrazos. Algo me vibró en el pecho en una frecuencia distinta, menos caótica y mucho menos nociva que lo que llevaba sintiendo hace días, y estiré la sonrisa sin darme cuenta. Creí alcanzarme a mí mismo en esa pequeña verdad, en la simpleza que albergaba.

    Recibí el onigiri, me reí por lo de rankear toda la comida y asentí a lo de ir juntos, aunque me detuve un momento sólo a pensar, a tratar de hacer las paces con mis propios embrollos. No fue un tren de pensamiento muy complejo ni nada, todo lo que hice fue centrarme en cómo se sentía estar incluido en el ejemplo con otras cosas que parecían igual de simples, pero permitían vivir de otra manera. Era agradable.

    —Ser sin la angustia de llegar a ser —repetí, desenvolviendo el onigiri y luego terminé en tremenda asociación libre—. El tiempo que paso contigo, sea mucho o poco, sea hablando de cosas complejas o no, me ayuda a recordar que existe calma en lo más sencillo y si piensas en el concepto de shibumi al poder abrazarme, me hace sentir que puedo hacer algo parecido por ti. Reflejar la calidez que existe en esas pequeñas cosas.

    Bueno, ¿y el sincericidio así tan de gratis? Ni idea, así como no decía todo, a veces simplemente era ridículamente honesto con él porque me parecía natural. Me desinflé los pulmones como si eso me librara de todo lo que había dicho y entonces alcé el onigiri.

    —Y ahora poner toda esta comida en un ranking va ser nuestra misión. —Me quedé esperando para que diéramos el primer bocado juntos. Los onigiri eran una comida medio apta para tontos, había que hacerlo mal a conciencia para cagarla de verdad y un poco por eso me volví a subir al tren de las estupideces de antes—. Siempre me gustó más el salmón que el atún, pero qué sé yo si tengo estómago de basurero, ¿no? It's a solid eight anyway, ¿a ti qué te parece?

    Me había dejado el móvil fuera, así que lo busqué para regresarlo al bolsillo aunque antes abrí la foto sólo por la gracia de ver cómo había quedado. Medio le hice zoom sin que fuese mi intención y fue cuando lo vi, entre las doscientas distracciones lo había pasado por alto hasta ahora. La marca violácea que asomaba por la manga de la camisa se quiso parecer bastante a una sombra sin más, pero a mí se me aplastó el corazón contra las costillas y sólo Dios sabría cómo pude mantener la compostura. Busqué a Ko con la vista para sonreírle, le di un bocado inmenso al onigiri y lo estudié con la mirada de nuevo para confirmar lo que había visto, procuré que fuese más disimulado que antes.

    —Entiendo que te compraste media cafetería, ¿pero hubo algo detrás de cada decisión o fue puro "tiene pinta de que nos podemos comer esto"? —pregunté para que mi silencio no se suspendiera por mucho tiempo.
     
    Elegir, al azar, de una lista

    De las opciones:

    • Harina
    • Arroz

    Ha salido: Harina

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Este muchacho de repente se la estaba pasando en grande buscándome las cosquillas, ¿eh? Si lo había llamado "regalo" era porque claramente se trataba de un obsequio, pero por supuesto que el señor aquí iba a utilizarlo para seguir picándome. Lo miré, repentinamente serio, y repliqué una sola cosa:

    —¿Y cómo lo llamarías tú? —Y al rato, pues esta misión de defensa parecía no tener fin, tuve que responder a su ofensa por pretender cobrarle—. ¿Y quién eres tú?

    Para esa altura ya una sonrisa me había bailado en los labios, pero me esforcé por mitigarla y mantener intacto el papel. Acababa de hablar de mis dotes actorales, ¿o no? Más tarde le solté el discurso de anciano de turno y finalmente nos repartimos los onigiri. Le quité el film plástico con calma, mientras Cayden formulaba su propia idea. Noté que resaltó una de las frases que me había llamado la atención a mí y sonreí, alzando la vista hacia él. No dudaba que se sintiera así en mi presencia, ¿el problema no venía después? ¿En los intermedios? No podía vivir pendiente suyo, ¿o sí? La idea me resultó un poco amarga y pretenciosa e intenté borrarla de mi cabeza.

    Alzamos los onigiri a la vez, le di un buen mordisco e intenté barrer las sensaciones alojándose en mi pecho. Estaba muy rico, la verdad fuese dicha, y sólo por no estar cien por ciento de acuerdo con él respondí:

    —Yo le doy... un nueve sobre diez. El salmón es fresco y el arroz está muy bien cocinado, ¿no crees? Además, mira la textura de este alga...

    Me puse a hablar como si supiese algo de gastronomía y, entre mordisco y mordisco, me lo fui acabando. Cayden se había colgado un poco en su móvil y yo no le di importancia, no vi la necesidad. Pasé la bola de arroz con un buen trago de té y su pregunta me alcanzó cuando pillaba los otros dos onigiris, inspeccionándolos de cerca.

    —Nah, los fui escogiendo a dedo, como llegué primero a la cafetería pude elegir a gusto. Sólo tenía ya en mente los mochi de fresa, que los había probado el otro día y me gustaron mucho —confesé, junto a una risa, y me estiré para husmear los panes; como antes, le ofrecí las dos opciones—. ¿Con cuál seguimos, Cay Cay? ¿Más arroz o harina?
     
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    Zireael

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    Pobre niño, llevaba días sin que nos viéramos y yo elegía el camino de la violencia. Por una defensa suya yo le ponía una réplica y no le quedó más que entrar en modo serio, ante lo que yo pretendí hacer lo mismo. Preguntó que cómo llamaría yo al evidente regalo y luego, ante mi ofensa, que quién era y abrí la boca antes de volver a cerrarla. Ojo, ahora sí se había defendido bien.

    —Bueno, sí lo llamaría regalo —admití, derrotado, antes de mirarlo y ponerle ojos de cachorro mojado aunque quizás no sirviera de nada—. Y la última vez que alguien me llamó, meaning hace algunos minutos, era Cay Cay. Eso tiene que valer algo, digo yo.

    No esperé la gran cosa de mi asociación libre, tampoco me anticipé a generar algo en particular y por eso la dejé ir. Creía en la existencia de los espacios seguros sin necesidad de estar encima de la gente, pero incluso eso era contradictorio en vista de que me echaba más tiempo huyendo que acercándome. O pedía todo o no pedía nada, era siempre una cagada al final del día, pero prefería no darle tanta cabeza. Al menos no hoy.

    Total, que Ko le dio un nueve al onigiri y me pregunté hasta dónde era para llevarme la contraria porque se puso a echarse un discurso digno de un chef. Hasta miré el onigiri por donde lo había mordido, para ver el relleno, y luego le di vuelta para ver el alga.

    —¿Pero tú qué sabes de gastronomía? —cuestioné repentinamente confundido.

    Fue mi última duda más o menos coherente. El primer bocado se me atascó un poco después de lo que vi, pretendí bajarlo con el segundo y lo mismo con el tercero. Al final guardé el móvil, respiré y oxigené mi neurona para tan siquiera pausar la suerte de pánico. El moratón se apiló con lo demás, con la preocupación que ya cargaba de antes y batallé con algunas ideas que chocaron entre sí.

    Me acabé el onigiri en modo aspiradora, para variar, y fui abriendo el zumo luego de dejarle ir la pregunta mientras lo veía inspeccionar los otros onigiris y me contestaba. Me quedé mirándolo en lo que hablaba, sólo eso, el celeste de su cabello que había sustituido el castaño y como otras veces pensé en lo delgadito que era y lo pequeño que me parecía de vez en cuando al abrazarlo.

    La cabeza se me había ido a Jupiter ya, así que cuando me preguntó con cuál seguíamos tuve que procesar qué era lo que me había dicho por unos segundos. Intercambié la vista de una cosa a la otra y en un impulso me levanté de donde estaba y me fui a sentar a su lado.

    —Harina. —Elegí estirando la mano para hacerme con uno de los panes, lo desenvolví y se lo extendí—. Para ti, Ko-chan. ¿Podías hacerlo tú? Sí, pero calla y disfruta.

    Haber repetido lo que me había dicho él me estiró una sonrisa mientras me encargaba del que era para mí y de nuevo lo esperé para probarlo. El veredicto de antes lo di primero yo, así que era su turno. De todas formas mientras masticaba eché algo de peso en su dirección antes de hablarle.

    —A ver, Master Chef, ¿ahora qué opinas? Ilumíname, por favor, no puedo esperar para escuchar tu sabiduría.

    ¿Qué diablos había preguntado Craig el día que me lo encontré hecho un desastre? Algo de detener el tiempo, ya tenía la conversación licuada por los días que le siguieron, pero recordaba el egoísmo de mi respuesta.

    Porque eran estos los momentos que deseaba congelar en el tiempo.

    Si el tiempo se suspendía, nada más pasaría.
     
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    Con mi pequeña victoria en torno al debate de los llaveros pude darme por satisfecho, asentí muy convencido y entonces, al blandir su apodo en mi contra, solté una risa breve mientras meneaba la cabeza. Usando mis palabras en mi contra, ¿eh? Qué bajo, qué bajo.

    —Vale, ¿tregua? —propuse, alzando las manos a ambos lados, considerando que el marcador había quedado 1-1.

    Pasamos a la clasificación de la comida y tras mi elocuente soliloquio gastronómico Cayden hizo lo de todo el rato: cuestionarme. Lo miré con los ojos entrecerrados y me tragué la gracia con tal de responderle seriamente. Seriedad que no sentía en absoluto, por supuesto.

    —Probablemente lo mismo que tú, así que nada de criticarme, señorito —lo amenacé, señalándolo con el onigiri casi terminado.

    Al ofrecerle las alternativas del segundo plato noté que parecía reconectar como si hubiese dejado de prestarme atención, y lo único que hice fue volver a balancear mis manos en una oferta silenciosa; otra, más bien. Él, sin embargo, se sentó a mi lado y bajé los brazos hasta apoyarlos en mis rodillas, siguiendo sus movimientos con la mirada. Se hizo con uno de los panes y me lo ofreció fuera de su envoltorio, detalle que me arrancó una risa baja.

    —Igual no iba a quejarme —me defendí porque sí, aceptando la comida.

    Alcé mi pan, esperando a chocarlo con el suyo, y entonces me lo llevé a la boca. Cay se inclinó en mi dirección y yo estiré el brazo libre, el de su lado, tras mi espalda, sirviéndome de apoyo. Me tocaba otro discurso, ¿eh? Al menos la comida venía estando realmente rica, aunque... sería más fácil criticarla, ¿no? Siempre lo era.

    —Esto es un sólido diez sobre diez —proclamé, alzando el pan a medio comer en el aire—. La textura del panificado es suave y esponjosa, fresca, y el equilibrio entre la cremosidad del huevo y la fibrosidad del jamón se encuentra en su punto justo. Una obra de arte de la gastronomía escolar.

    Le di otra mordida, bastante contento, y le toqué el hombro con el propio, girando el rostro hacia Cay. Quería conversar más con él, pero no estaba seguro de qué. Nada de los eventos recientes me parecía apropiado para una charla casual y tampoco creía que sacarle el tema del chisme sirviera de algo en vistas de su reacción inicial. Lo seguí mirando aún así, y al recibir sus ojos le sonreí.

    —¿En serio no te dio frío? —inquirí, algo sorprendido, y alcé las cejas de repente—. Ah, mi camisa, ¿se mojó mucho? No se transparentan los tatuajes, ¿o sí?

    Me giré un poco para que pudiera echarle un vistazo a mi espalda, repentinamente preocupado. No me apetecía que me echaran la bronca por esto al volver adentro.
     
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    Zireael

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    A veces había que ponerse un poco rastrero, ¿no? Sobre todo para ganar tonterías como esta, por eso cuando llamó a tregua se me escapó una risa y asentí con la cabeza, cediendo a dejar el marcador en empate por ahora. Eso nos dejó con la ponencia sobre la comida de la cafetería y mi cuestionamiento hasta fue un poco cierto, pero él seguía metido en el papel de lo más serio.

    —¡Eso quiere decir que tampoco sabes nada! —repliqué y aunque quise conservar la seriedad del caso, acabé soltando la risa.

    Después de mi reconexión, algo forzada por supuesto, le di el pan y escuché su risa antes de que me dijera que no iba a quejarse. No creía que fuese el caso, pero como estábamos en este intercambio de cuestionamientos, era mejor prevenir aunque Ko no rechazaba mis aproximaciones en general.

    —Nunca se sabe, a veces te gusta llevarme la contraria —lo molesté porque de por sí llevábamos en eso ya un rato.

    Chocamos el pan, le di el mordisco y me quedé esperando la cátedra aunque yo ya tenía mi veredicto. No estaba mal, pero me había gustado bastante más el onigiri, a veces la textura de estos panes era un poco una ruleta rusa, había días que me gustaba y otras que no tanto, el pan y el huevo como que no me convencían juntos. Hoy parecía que era la segunda, aunque el jamón estaba bueno.

    —¿Pero de qué estás hablando? Ya estás usando frases complicadas, te recuerdo que tengo una neurona y ahora mismo la comparto contigo —dije con la vista clavada en el pan con el ceño medio fruncido—. El sabor no está mal, pero la textura del huevo... Not a fan, that's for sure. El jamón sí me gusta. Le voy a poner un dos, no me juzgues porque igual me lo voy a comer.

    También le di otro mordisco, sentí el toque de su hombro y dejé caer la cabeza en su dirección un momento. Percibí su mirada, así que me erguí un poco y al alcanzar sus ojos lo vi sonreírme. Era cálido, como siempre, y un poco sin querer me quedé mirando al pobre algo más de la cuenta, pero cuando me habló negué suavemente con la cabeza.

    —Mamá se molesta porque suelo salir desabrigado algunas veces, pero es que no me da tanto frío en general —expliqué con calma y al añadir lo otro una sonrisa me bailó en los labios—. El friolento eres tú, hasta cuando te quedas en casa.

    Atendí a su pregunta de la camisa y luego de dejar el bocado de pan que me quedaba a un lado, lo revisé cuando se giró para que pudiera ver su espalda. Fue un impulso que no filtré y estiré la mano para trazar algunas de las líneas del tatuaje que alcanzaba su hombro, como había hecho en casa la otra vez, luego hice lo mismo con el de las grullas. No se notaba tanto, fui más yo recordando por dónde discurría la tinta.

    —Un poco —le dije en voz baja—. De hecho te iba a ofrecer una camisa seca, tengo algo de ropa en el casillero. ¿La quieres? Debe estar ahí desde el martes o yo qué sé, pero está limpia. Así no te arman la bronca y no te quedas frío tanto rato, me preocupa un poco eso.

    Dejé su espalda quieta, aunque me incliné ligeramente en su dirección para poder buscar sus ojos y sonreírle. Al retroceder le hice otro mimo en el cabello de la nuca, luego desvié la vista de nuevo al tatuaje del hombro y le di un toquecito.

    —¿Te dolió mucho? —pregunté entonces, quizás sólo yo notara la ambigüedad de la cosa y en parte por eso hablé otra vez, para barrer la sensación de que estaba hablando en código—. Me gustan, creo que no te lo había dicho.

    Habiendo dicho eso regresé la vista a la comida, todavía nos quedaba prácticamente todo. ¿Y ahora? ¿Los onigiris restantes? ¿El sándwich? Al final me decanté por el segundo, lo alcancé y básicamente le pregunté con la mirada si seguíamos con ese.
     
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    Gigi Blanche

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    Quizá le había echado muchas flores al pan, eso no quitaba que me pareciera rico y por ello, oír la clasificación de Cay genuinamente me rompió un poquito el corazón. Lo miré, desilusionado, y luego bajé la vista a la comida. ¿Tan poco le había gustado? Me apenaba tanto que se lo comiera sin ganas como haber comprado algo que no pudiera disfrutar, y solté el aire por la nariz en una especie de suspiro.

    —Igual no te lo comas si no te gusta —llegué a decir, aún si no me hizo nada de caso.

    Luego le pregunté si tenía frío y él, por supuesto, aprovechó la ocasión para seguir molestándome. Llegados a este punto necesitaba ponerme creativo con los comeback y por eso, quizá, no lo reflexioné lo suficiente.

    —Será que te gustan los friolentos, entonces —lo piqué, pensando en la historia de la niña y la chaqueta prestada.

    Me arrepentí un poco apenas decirlo, pero había sido tan ambiguo que fingí demencia bajo la posibilidad de que mis intenciones no quedaran expuestas. Era una frase con varias interpretaciones, después de todo. También, para desviar los tiros, me giré y consulté respecto a mis tatuajes. Me quedé quieto, paseando la vista por las flores y sin perder detalle al recorrido de su mano. No había sido mi intención, vaya, pero el contacto me cosquilleó un poco y no pude negar que, en cierta medida, me resultó placentero.

    Lo miré de reojo al ofrecerme la ropa seca, sin girarme aún, y sonreí, asintiendo.

    —Me vendría bien, la verdad. Gracias, Cay Cay.

    Él se inclinó, lo que me permitió verlo con claridad y mi sonrisa acabó reflejándose en la suya. Cerré los ojos un par de segundos al sentir la caricia en el cabello y regresé a mi posición inicial, esta vez usando ambos brazos de soporte. Me miré el hombro, intentando rememorar con mayor claridad el día que me lo había hecho. Fue posterior a las grullas, había sido una decisión un poco impulsiva y Rei lloraba más que yo, que si estaba seguro, que si iba a arrepentirme, que si la abuela no me desheredaría al verme. Amenazó con hacerlo, de hecho, pero después de un tiempo se le pasó y entonces aproveché para confesarle el tatuaje de la espalda y ya quedar limpio. Su cara había sido un poema.

    —Cuando se acerca al hueso duele más —le conté, aunque dudaba que no lo supiera ya—. Así que sí, alrededor del hombro me dolió. En general era un dolor tolerable por las pausas que el tatuador hacía y fueron un par de sesiones, pero... —Me reí, entretenido con el recuerdo—. La primera fue peor de lo que había imaginado, la verdad, y para la segunda tenía un poco de miedo y fumé bastante antes de salir. Fue... fue una buena estrategia, de hecho, aunque nadie lo sabe. Todos creen que me la banqué como un campeón. Tendrás que guardar mi secreto, Cay Cay~

    Lo miré hacia lo último, divertido, y luego asentí para aceptar su idea de continuar con el sándwich.

    —Come la mitad y me lo dejas luego —sugerí, considerando que había solo uno, y agregué—: ¿Tú has pensado en tatuarte algo?
     
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    Zireael

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    La manera en que me miró cuando le di la calificación al pan dio la sensación de que le había roto un poquito el corazón y me dio pena, pero la decepción en sí me causó un poco de ternura aunque quizás no debía. Mucho bromear con que comía mucho y luego yo dije que tenía estómago de basurero, pero en la forma en que se preocupó por haber traído algo que no me había gustado tanto hablaba de él como persona y el cariño del picnic improvisado incluso si visto de afuera parecía un despilfarro sin orden alguno. Me había dicho que no me lo comiera si no me gustaba, pero no le hice ni una pizca de caso y le dediqué una sonrisa algo más amplia que me entrecerró un poco los ojos. Me había gustado menos, no era que fuese a morirme

    Además, él lo había comprado para mí y yo tenía corazón de pollo.

    Su respuesta a mi tontería, a pesar de lo peligrosamente acertada, esta vez sí consiguió hacerme reír. Estaba con un bocado del pan a medio camino y casi se me va por la vía incorrecta, pero entre que me pasaba arropándolo cuando se quedaba conmigo y le había dejado la chaqueta a Vero, pues el chiste se contaba solo. Igual se suponía que el señor aquí presente se había ausentado ayer, ¿cómo iba a yo a asumir que había un chismoso pasándole la data?

    —¿Sabes qué? Cuando tienes razón, tienes razón —admití sin detenerme a pensarlo—. Desempatas el marcador, Mr. I'm Cold.

    Puede que mi respuesta fuese tan ambigua como lo que él había dicho, lo pensé después, pero lo dejé como estaba y me enfoqué en mi micro-tarea de revisar si se le veían los tatuajes. Al mismo tiempo pensé en que el impulso con que decidí tocarlo fue, quizás, algo egoísta, pero ya lo había hecho y pues ni modo. Tal vez debía dejar las manos quietas aunque no sabía muy bien cómo, pues no era algo que pasara por un filtro, me involucraba menos pensamiento y como tal lo controlaba mucho menos que otras cosas.

    —No hacen falta las gracias, cloudy baby —murmuré pues incluso si parecía una pequeñez, eso me dejaba una pizca más tranquilo a pesar de que hubiese sido su idea esto de mojarnos.

    Se acomodó como estaba antes, yo me pegué un poquito más y me comí lo que quedaba del pan en lo que esperaba su respuesta. A ver, tenía a Arata disponible para esa clase de dudas, pero en verdad hablábamos de puras cosas sin importancia y a mí me sonaba que el cabrón tenía la percepción del dolor alteradísima o de lo contrario no comprendía cómo se había metido tantas agujas en la piel por tantas horas y tantas veces. Escuché a Ko, arrugué un poco los gestos antes la idea de las agujas golpeando cerca del hueso y luego fingí hacerme el sorprendido cuando confesó que haberse ahumado la cabeza para la segunda sesión fue una buena estrategia.

    —Bueno, era volver o dejarlo incompleto y ahí no te habrían dejado en paz por llorón. Aunque ahora me queda la duda, ¿entonces dolió más el del hombro o el de la espalda? Digo, por el ratio de hueso y tal. —Balanceé la tontería con la pregunta, pero se me escapó una risa por la nariz por lo del secreto—. Me llevaré tu secreto a la tumba, claro, así conservas tu orgullo... Y yo tengo con qué molestarte después, todos ganamos.

    Lo solté con el descaro usual y desenvolví el sándwich, estos ya los habría comido algunas veces y me gustaban bastante, así que le di dos mordiscos un poco en modo piraña antes de siquiera atender a su pregunta. A saber si ahora me estaba atiborrando para no pensar, ni yo mismo sabía, pero el cuerpo agradecía que le estuviera echando un almuerzo que sustentara.

    —A veces porque me gustan como se ven —confesé a lo de tatuarme una vez no tuve la boca llena y medio giré el sándwich para calcular el siguiente mordisco—, pero nunca sé muy bien el qué y me da un poco de miedo. Una hipocresía en vistas de que me perforé la oreja, pero es una aguja un segundo, no varias por más rato. Aunque supongo que puedo aplicar la gran Ishikawa y fumar antes.

    Al decirlo me reí, pegué el mordisco y noté que estaba bastante enfrascado en la comida, como el glotón que podía ser. Le acerqué el restante como había hecho la vez que me aparecí y él estaba con Morgan.

    —Este es mi diez, lo admito. ¿Mis criterios? Me gusta el pollo teriyaki, tiene que ser una genialidad gastronómica universal. —Otra vez había hablado luego de bajar el bocado—. ¿El que dijo pongámosle dulce a la salsa de soya? No domina el mundo porque no quiere.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La risa que soltó ante mi comentario fue bastante más despreocupada que sus reacciones previas y no supe si atribuírselo a un malentendido o no; por el mismo motivo dejé de darle importancia. No tenía sentido girar en torno a una cosa tan laxa y ambigua. Eventualmente pasamos a mis tatuajes, lo había aceptado en mi espacio sin concederle pensamiento y alcé la vista al techo, sosteniendo una vibración baja en mi garganta. ¿Cuál había dolido más? Era difícil definirlo.

    —Supongo que tengo el hombro más huesudo —definí, riendo en voz baja—. El de la espalda me lo hice de más pequeño, y como era el primero y estaba en esa edad había como... como todo un asunto de hombría, ¿no? Tal vez me mentalicé tanto a que lo pasaría sin problemas que efectivamente lo pasé sin problemas. Al segundo llegué más gallinita y los Dioses me castigaron.

    Exageré el suspiro y cuando amenazó con usar esta valiosa información para molestarme tracé un límite. Aproveché el brazo que había extendido detrás nuestro, lo alcé y le rodeé el cuello, arrastrándolo en mi dirección. Con la otra mano me aferré a mi muñeca, apresándolo, y me acerqué a su rostro como pude. Toda la movida había sido bastante repentina.

    —¿No estarás un poco osado, Cay Cay? —murmuré, tragándome la gracia para sonar lo más amenazante posible—. ¿Los días sin verme sólo te acumularon las ganas de molestarme? ¿A ti te parece bonito?

    Mantuve la posición un rato más y eventualmente lo liberé para que pudiera seguir comiendo, pero como acababa de darle un miserable dos al pan sentí la necesidad de vigilar el proceso paso a paso. Mira si había alguna clase de... fraude. Mi brazo permaneció sobre sus hombros y me lo quedé mirando muy, muy fijamente en lo que probaba el sándwich. Su calificación no llegó, al menos no de inmediato, y en su lugar respondió mi pregunta. Con el cambio de conversación relajé el semblante, aunque no puse distancia, y comencé a distraerme golpeteando la yema de los dedos en su hombro.

    Al final le puso un diez al pobre sándwich y di mi trabajo de vigilancia (o de coerción) por finalizado. Le regresé su espacio, acepté la comida y, echándole un vistazo al relleno, sonreí. Bueno, me alegraba que le hubiera gustado.

    —¿Eso significa que me redimí? —bromeé, aunque por la gracia le imprimí una cuota de ilusión a la pregunta al buscar sus ojos.

    Le di un mordisco pequeñito, mi sensación de hambre había empezado a menguar, y luego de tragar seguí hablando.

    —¿Te lo conté alguna vez? El motivo de los tatuajes —murmuré, habiendo hecho memoria hace un rato—. Bueno, del primero, más bien. ¿Has oído hablar de Sadako Sasaki? La niña que tenía dos años cuando bombardearon Hiroshima. Ella y su madre se expusieron a la lluvia negra intentando huir, y diez años después empezó a enfermar. Estando hospitalizada, su compañera de cuarto, otra niña que había contraído cáncer, le contó que doblando mil grullas de papel se le concedería cualquier deseo; o al menos esa era la creencia, claro. Sadako lo hizo. Dobló mil grullas, incluso más, con cualquier papel que tuviera a la mano, y apenas dos meses después... falleció.

    Había dejado de comer, claro, y relajado el brazo sobre mi pierna. Una sonrisa permaneció en mi rostro y busqué mirar a Cayden. La historia de Sadako y el tatuaje de las grullas habían ocurrido previo a la muerte de mi hermana, pero al pensarlo en retrospectiva no podía evitar sentir ligeros escalofríos. Las mil grullas de Sadako y los mil amaneceres de Chiasa, se sentía... Era como si una parte de mí lo hubiese anticipado.

    —Aún recuerdo la noche que leí su historia, lloré como un mocoso —confesé, riendo en voz baja—. Y un tiempo después... decidí hacerme el tatuaje.

    Volví a comer del sándwich y ya puse mis neuronas a su disposición para dar mi calificación.

    —Ocho sobre diez —definí, tranquilo—. No soy extremadamente fan de lo agridulce, pero no está nada mal.
     
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    Zireael

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    Que me dijera que tenía el hombro más huesudo me hizo reír, además de la confesión de que con el primero estaba el asunto de la hombría y ya para el segundo se le había pasado, resultando en el castigo divino. Suponía que pasaba un poco con estas cosas, te sentabas la primera vez en modo "Yo puedo con esto" y a la segunda te acordabas que, la verdad, había dolido.

    —Los Dioses se lo tomaron personal, me parece —le dije con la risa algo colada en la frase.

    Llevaba todo el rato molestándolo, pero no anticipé lo que vino después, percibí el movimiento cuando ya había movido el brazo que estaba detrás nuestro y cuando volví a ser consciente de él lo sentí rodeando mi cuello, arrastrándome en su dirección, para terminar de hacerla básicamente en encadenó consigo al cerrar el círculo sujetando su muñeca. El cuerpo me chispeó sin permiso en realidad, sentí algo de calor en el rostro de nuevo y la gracia fue que en vez de tensarme, que habría sido lo normal, se me aflojó el cuerpo y pudo hacer lo que le vino en gana.

    Repasé su rostro un momento, esperando, y lo que dijo finalmente quiso hacerme sonreír aunque noté que había intentado sonar amenazante. Por el bien del cuadro medio agaché la mirada, en apariencia terriblemente arrepentido por mi comportamiento.

    —¿Me perdonas, baby? —pregunté suavizando la voz a posta y busqué sus ojos de nuevo—. Te estaba molestando con cariño, nada más.

    Me quedé allí sosteniendo mi teatro de arrepentimiento, un poco más tarde me liberó a medias y al pretender seguir comiendo se me quedó viendo demasiado fijamente, me habría hasta dado vergüenza de no ser porque el sándwich me gustaba mucho. Al rato se me ocurrió que fue por el dos que le puse al pobre pan que ahora lo tenía asegurándose de la calidad de lo siguiente... o coaccionándome, ni idea. La calificación llegó tarde, sentí sus dedos golpetear mi hombro y cuando por fin le pasé la comida me devolvió el espacio que había consumido aunque no me habría molestado que se quedara así.

    Estaba tomando del jugo cuando me preguntó del motivo de los tatuajes, así que negué con la cabeza y lo miré para ponerle atención de nuevo. Volví a negar cuando mencionó un nombre, empezó a hablar y recordé que lo de las mil grullas y el deseo propiamente sí lo había oído en alguna parte, no sabía de dónde provenía hasta ahora. Quizás fui yo tirando de otras cuerdas, pero inevitablemente pensé en Chiasa y el corazón se me encogió en el pecho.

    Recibí su mirada, le sonreí de vuelta y su confesión, de cierta forma, también se solapó allí. Lo vi comer de nuevo, calificó el sándwich y aunque negué con la cabeza, en apariencia decepcionado porque no le gustara mucho lo agridulce, tenía una intención rebotándome en el cuerpo. Dejé el jugo a un lado y le eché los brazos encima por incontable vez, la posición era un poco rara, pero lo estreché con firmeza y la retroceder acuné su mejilla para depositarle un beso en la contraria. Al regresarle el espacio le hice un mimo en la carita, allí donde había anclado la mano.

    —Algunos mitos irlandeses consideran a las grullas guardianas del Tech Duinn —empecé con los ojos puestos en lo que nos quedaba de comida—, guardianas de los tesoros del Otherworld en general, tiene como veinte nombres para diferentes planos, en fin. Se dice que son guías en este camino que hacen las almas, me acordé de eso hace tiempo, por los tatuajes. Tal vez mil grullas no cumplan un deseo y quizás sea una forma exageradamente sensible de verlo, pero no nos dejarán hacer el viaje solos. Puesto así, suena como la clase de cosa por la que yo también terminaría llorando como un crío.

    Lo suerte de broma de cierre me hizo reír un poco, pero era cierto. Igual ahora no sabía si había puesto la conversación muy pesada de repente, la duda me cayó un poco después, pero opté por esperar en vez de paniquearme de gratis. Unos segundos más tarde busqué a Ko con la vista de nuevo, había notado que el mordisco que dio cuando le alcancé la comida fue más bien pequeño.

    —¿Ya estás lleno? —Busqué saber, ladeando un poco la cabeza—. Podríamos probar los mochis o los daifuku, así no te quedas sin probar el postre, o podemos seguir con el bento y tú avisas cuando ya no te alcance el estómago.
     
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  13.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Su estrategia, obviamente, fue poner ojos de cachorro mojado y hacerse el niño bueno. ¡Y venía a querer usarlo conmigo, el fundador de la cara de ángel! Bueno, eso era una exageración, pero se entendía el punto. Lo miré fijamente, fingí pensarlo y me solté la muñeca para agarrarle el rostro como una pinza y zamarreárselo un poquito. Aproveché la tontería, le apreté las mejillas y me acerqué un par de centímetros más, paseando los ojos por su teatro poco convincente.

    —¿Qué haré contigo? —susurré, y una sonrisa me danzó en los labios.

    Le había notado el sonrojo, así que quise creer que serviría para que aprendiera la lección. Al menos momentáneamente, claro. Luego le conté de mi primer tatuaje, comí el sándwich y detuve mis movimientos al notar sus intenciones de abrazarme; llegados a este punto era natural y orgánico, casi como si pudiera leerle la mente apenas alzaba un dedo. Dejé la comida sobre el mantel y viré el torso en su dirección, envolviendo su espalda con suavidad. Comprendí la intención del gesto, saltaba a la vista, y me permití recibirla. Apoyé la mejilla en su hombro, tomé mucho aire y cerré los ojos. Exhalé profundamente.

    No fue extenso. Erguí el cuello en cuanto retrocedió, parpadeé y encontré sus ojos. Pensé que nuestra amistad era en absoluto ordinaria, me pregunté si estaba haciendo las cosas bien y, cuando regresó a su espacio, bajé la vista al espacio entre nosotros. Me tomó pocos segundos inclinarme hacia él y apoyar la cabeza sobre su hombro, en silencio. Un abrazo cálido, una caricia. Si debía ser franco, una parte de mí había necesitado algo como esto durante toda la semana. Lo que había hecho no me enorgullecía y los colchones de muchas personas habían estado fríos. Tal vez mis amistades no fueran ordinarias y quizá no hiciera las cosas bien.

    Pero los necesitaba.

    Lo escuché con atención, aún si siempre me costaba memorizar los términos irlandeses que me nombraba. Me quedé callado, procesando las imágenes, y sacudí la cabeza en automático ante su pregunta. No tenía mucha hambre, pero había comprado esto para él y no quería... ¿renunciar tan pronto? ¿Algo así?

    —Estoy bien, elige tú la próxima comida, ¿o quieres terminarte el sándwich primero? —murmuré desde mi posición, no me molestaría nada cedérselo si le había gustado tanto. Luego busqué verlo desde abajo—. ¿Qué deseo le pedirías a las mil grullas, Cay Cay?

     
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  14.  
    Zireael

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    Subido como estaba al bote de darme una lección, me pescó la cara, me apretó las mejillas y se acercó algo más. Si me había olvidado de la definición de gay panic, pues la sentí en todo el cuerpo y la estupidez que dijo después me empeoró un poco el sonrojo, hasta entonces todavía entre los límites aceptables, ni siquiera me carburó la neurona para pensar en una réplica. Al menos tuve tiempo para recuperar la compostura después, entre la comida, la conversación de los tatuajes y en lo que desembocó.

    Por demás, así como yo, Ko parecía anticiparse a algunas de mis intenciones, era el movimiento ínfimo de un dedo al alzarse el que anunciaba lo siguiente, lo percibí cuando giró el torso hacia mí y me envolvió también. Sentí su mejilla en el hombro, lo oí tomar un montón de aire y luego soltarlo.

    No lo decía, ¿verdad? Que necesitaba estas cosas.

    Pero yo lo sabía.

    Lo estreché con un poco más de fuerza, como si en el gesto buscara imprimirle que estaba allí con él, y al retroceder luego del beso en la mejilla me detuve a mirarlo, él había bajado la vista al espacio entre nosotros, aunque no tardó casi nada en inclinarse para apoyar la cabeza en mi hombro. Estiré la mano una vez más, le acaricié la mejilla contraria y lo dejé allí, en el lugar que le pertenecía de por sí. No sabía qué palabras usar ya o qué decirle para transmitir la idea que estaba bien necesitarme... Necesitarnos, a cualquiera de nosotros, no tenía por qué ser yo. Por eso acudía a otras cosas, por eso había pensado en el almuerzo y por eso ahora lo había abrazado.

    El día en que dejara de intentarlo con este muchacho era porque me habían arrancado el corazón del pecho, así de simple. No repetiría un error como ese otra vez, ya no, era lo que me había prometido a mí mismo hace semanas.

    En el cuerpo me repicaban las emociones de haberle notado el moratón, tardé mucho en darme cuenta que era molestia, no hacia él, sino a quien fuese que le había puesto las manos encima y la sensación se me anudó en la garganta así como cuando soltó lo de Shinomiya. Era un revoltijo de ira, impotencia y frustración, pero mi prioridad era él y luego el resto de gente. Si algún día debía zambullirme en el fango para sacarlo, lo iba a hacer, así como lo esperaba para extenderle los brazos y envolverlo de nuevo.

    Lo segundo parecía ser lo único que tenía al alcance, pero era mejor que nada.

    Creí que me diría que no quería comer más, pero se veía que el despilfarrador quería defender su honor. Ya de paso me ofreció el sándwich, supuse que porque vio que me había gustado y eso, pero negué suavemente con la cabeza y le dije que lo podía dejar para luego. Quería probar un poco de todo, así que alcancé el bento y lo fui abriendo, estaba en eso cuando lo noté mirarme desde su lugar en mi hombro y la pregunta me pescó un poco en frío.

    Pensé en varias posibilidades, deseos para el propio Ko, para mamá, para mis tíos o hasta el hijo de puta de Liam y durante algunos segundos me quedé mirando al niño, al final suspiré y doblé un poco más el cuello para alcanzar a dejarle un beso en la frente. El deseo que en verdad era mío era infantil y egoísta, pero en su base se había cumplido, quizás debía quedarme contento con eso.

    —En alguna parte deben estar las mil grullas que hice en otra vida —murmuré al regresar la atención a la comida, dejé la tapa delante de mí y sonreí buscando los palillos para preparar un bocado con varias de las cosas que traía el bento—, porque mi deseo parece el de un mocoso de cinco años, pero creo que se cumplió. Tengo al mejor amigo del mundo mundial que me hace sentir querido con un montón de tonterías, un montón de comida para empezar.

    Al decirlo se me coló una risa, todo lo que dije fue sincero como siempre y lo dejé allí suspendido. Al terminar de recoger comida con los palillos, los acerqué a él, ya que estaba tan cómodo, y se la ofrecí. Lo pensé un momento, pero me di cuenta que no esperaba nada equivalente y que, tal vez, mi otro único deseo habría sido que Ko pudiera verse a sí mismo a través de mis ojos.

    —¿Quieres que hagamos grullas? Mil grullas y pedimos el deseo que tú quieras.
     
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    Gigi Blanche

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    Le tomó algo de tiempo responder mi pregunta, cosa comprensible siendo que era una cuestión bastante abstracta. Era mucho más simple tomar decisiones entre opciones acotadas, pero cuando los límites se extendían hacia el infinito... no sabíamos qué hacer. Permanecí en sus ojos mientras él pensaba y rumié en torno a mi propia idea, en silencio. El cielo daba esa impresión, ¿cierto? Cuando las nubes se retiraban y quedaba un eterno manto azul. Cuando, sin importar las veces que el ave aleteara, no parecía encontrar un final. Se mezclaron imágenes, conceptos y trozos de canciones.

    ¿Correré hasta el fin del mundo?

    Sólo el viento cambiará mi pensar.

    ¿Quién te cantará desde las alturas?

    Sólo el cielo romperá mi corazón.

    Bajé la vista al recibir su beso en la frente, el gesto me regresó a la realidad y busqué sus ojos, suponiendo que estaba listo para responderme. Él desvió la mirada a la comida, sin embargo, pero yo permanecí en su perfil. No creí que su deseo de las mil grullas sería yo, tal vez una parte de mí siquiera quería que fuese yo. Sentí algo removerse en mi pecho, entre las costillas, me cosquilleó en la punta de la nariz y arrugué levemente el ceño. El monte de su pómulo, la curva de su nariz, sus pestañas y los mechones de cabello rojizo, sólo lo miré e intenté definir si esto que me había provocado era agradable o no, si me hacía bien o me hacía mal. ¿Por qué era yo? ¿Por qué no podía ser alguien más? Alguien que no rechazara sus almuerzos, que no desapareciera entre el humo. Alguien que pudiera corresponderle plenamente.

    Que lo quisiera mejor.

    La risa vibró en su pecho y pasé un poco de saliva, intentando recomponerme. Miré la comida que me ofreció y abrí la boca, aceptándola en silencio. ¿Mi deseo? Mis deseos... ¿Qué era lo que deseaba, para empezar? ¿Qué albergaba mi corazón? ¿Prosperidad y salud para mi familia? ¿Evitar la tragedia de Chiasa? Podría anhelarlo en momentos de debilidad, lo anhelaba, de hecho, cuando atravesaba el pasillo y de repente recordaba que esa puerta a la izquierda alguna vez se había abierto y cerrado todos los días. Esa puerta, convertida en un santuario silencioso. Pesaba, pero ¿revivirla? Era tan extraño como su accidente.

    Los deseos implicaban transformación, anhelo o ambición, y yo... yo sólo aleteaba y seguía aleteando, sin temerle a la infinidad del cielo.

    Tragué la comida, quieto, y solté el aire por la nariz. Volví a mirarlo, su rostro, sus ojos. Aún no conseguía ponerle un nombre a la emoción que su deseo había sembrado en mi pecho. Sólo sabía que era intensa, que demandaba mi atención, que abarcaba y se expandía. Alcé una mano, recogí su rostro con ella, y me estiré hasta presionarme contra sus labios. Cerré los ojos poco después, inhalé por la nariz y permanecí allí, quieto. No tenía idea qué decir o qué hacer, siquiera podía afirmar que esto se sintiera correcto. Sólo lo quise.

    No me separé, sólo dejé que algunos milímetros me despegaran de sus labios y exhalé por la nariz. Su cabello me cosquilleó entre la punta de los dedos y deslicé la mano levemente. No deseaba cuestionar sus sentimientos, no a viva voz, por mucho que las dudas me apretaran el pecho. Sabía que no había nada que entender. Lo sabía, y aún así...

    —¿Estás seguro de esto? —musité, alejándome un poco más para encontrar sus ojos—. ¿Lo estarás mañana, cuando no me veas? ¿Y pasado, cuando no responda tus mensajes?

    Fruncí el ceño, el cúmulo de emociones me confundía y, sin saber bien por qué, sentí las lágrimas humedecerme los ojos. Pero era intenso, demandaba mi atención, abarcaba y se expandía.

    —¿Por qué?


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    Zireael

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    No había sido mi intención que la cosa se quebrara así, en lo absoluto, jamás lo habría querido, pero al sentir la suerte de interferencia pensé que por esto encerraba ciertas cosas. Era más fácil que yo bajara el amasijo de emociones que obligar a otro a tragarse una cucharada de algo que, de hecho, carecía de forma o coherencia, pero en la mentira... ¿Qué existía en verdad en la mentira? ¿Qué nos hacía más daño? Hace mucho no lo tenía claro.

    Ko se había mantenido observando mi perfil, lo noté, vi la forma en que aceptó la comida y supe que había cruzado una línea que no planeaba tocar sin quererlo, que había sido demasiado sincero. Había censurado el deseo porque temía que al destaparlo acabara perdiéndolo todo, cada pequeña pieza que conservaba y valoraba más que cualquier cosa, y aún así aquí estábamos. Pensarlo de nuevo me aterró y una parte de mí quiso que lo dejara correr, que no nos quedáramos allí, pero era injusto, ¿verdad? Era injusta la forma en que sólo le había dejado ir mis emociones sin siquiera una advertencia previa y no soportaba la idea de ser un ingrato con él incluso si podía serlo con el resto del mundo.

    Volví a usar los palillos, pero más que recoger una porción lo que hice fue revolver el arroz y por un momento estuve por abrir la boca para pedirle perdón, para decirle que era una tontería infantil y nada más que eso. Sin embargo, su mano alcanzó mi rostro, el tacto hizo crepitar algo aunque no supe bien el qué y recibí sus labios. Aflojé el cuerpo, cerré los ojos también y trataté de borrar el remedo de ilusión que me rebotó en el cuerpo. No sabía si estaba bien, si era correcto, si debía dejarlo o no. Llevaba días sin saber qué hacer, porque no parecía haber opciones correctas.

    ¿Pero no era esto todo lo que tenía una vez regresaba a la cueva y él se perdía en el cielo?

    Relajé los brazos, dejé la comida a un lado y liberé el aire despacio cuando retrocedió algunos milímetros. Sus dedos me hicieron cosquillas cerca del cabello y el movimiento de su mano me hizo parpadear, atontado; las mías navegaron el espacio, se aferraron con cuidado a sus muñecas y me quedé allí. Incluso si quizás debía, no había un músculo del cuerpo que me dijera que lo alejara. No podía y no quería.

    Pero, ¿yo? ¿Sabía algo de querer en realidad?

    Mientras huía de las manos que podían sujetarme.

    Cuando los mordía y me retiraba a sangrar en soledad.


    La amalgama de emociones que yo mismo había iniciado aún sin quererlo me quemaba, me consumía el cuerpo, me hacía creer en que había una ínfima esperanza en algún lugar y una parte de mí ansiaba borrarlo, porque no quería recibir el corte real. Porque podía hacerlo, lo llevaba pensando tantos días y sabía que podía soltarlo, pero que me despedazaría el corazón. Si debía aflojar las manos y dejarlo volar mientras yo permanecía en el suelo, con las alas vueltas cenizas, lloraría como un niño hasta vaciarme los pulmones, pero podía hacerlo, porque... Entendía si la respuesta no era yo, si nunca lo era.

    ¿Por qué debía serlo siquiera?

    Era demandante e intenso.

    Era necio y asfixiante.


    —¿Recuerdas lo que hice al volver a verte? —pregunté en voz baja, alcancé su rostro con las manos y temí... temí habernos hecho daño a los dos, pero ya era tarde. Me tragué mi propia saliva, lo miré y vi que tenía los ojos humedecidos. Este era mi niño, ¿cómo podía lastimarlo?—. Te saludé como si nada, porque fui yo el que te dejó alejarte la primera vez. Te dejé ir sin mover un dedo. ¿Qué ha cambiado cuando no te veo? ¿Cuando no me respondes un mensaje? ¿Qué ha cambiado cuando he sido yo el que huye y luego detona, llevándose a todos puestos? Cuando me desquito, me escondo y me desconecto, ¿me has mirado diferente alguna vez?

    Tal vez sí y yo soñaba que no.

    Tal vez sí y yo vivía un idilio, uno que me partiría el corazón.

    —No es sencillo —admití un poco contra mi voluntad—. No es fácil ni divertido todo el tiempo, ¿y qué? Si sólo me rindiera, si me dijera que debo quererte de forma distinta por cosas que yo mismo he hecho... ¿Qué sentido tendría? ¿Cuál sería el punto de querer a alguien sólo porque es sencillo?

    Solté sus muñecas, llevé las manos a su rostro e incapaz de entender ya lo que debía hacer o no, busqué sus labios como él había hecho conmigo. El beso fue delicado, cuidadoso, y al retroceder sin separarme busqué pegar mi mejilla a la suya, luego medio giré el rostro y la punta de mi nariz le rozó la piel.

    No quería lastimarlo. No quería que cediera bajo el peso de unas emociones que ni yo podía regular, no quería ser la bomba de relojero que todos anticipaban que era, incluso si llevaba lastimando a las personas que amaba tanto tiempo. Tenía un nudo pegado en la garganta, me dolía el pecho y estaba aterrado. Odiaba la idea de encerrarlo, de cortarle las alas y meterlo en una jaula.

    ¿Entonces por qué?

    ¿Por qué no podía dejar de sentir esto?

    Acaricié sus mejillas, respiré y me obligué a parpadear para barrer las lágrimas que se me habían agalopado a los ojos. Despegué una mano de su rostro y le aparté algunas hebras de cabello del rostro.

    —¿Por qué, preguntas? Porque eres mi niño —murmuré cuando pude encontrar mi voz otra vez, pero se me quiso quebrar a medio camino—. Mi niño de las nubes. ¿Tienes que volar? Vuela. ¿Quieres volver a casa?

    Me dolió el corazón, allí donde Arata me había dejado caer el tajo. Vuelve, pensé, incluso si no es conmigo.

    —Vuelve, el camino está siempre marcado. La luz está siempre encendida.

    Podía liberarla, a mi ave más preciada.

    ¿De verdad? ¿Sí podía?

    —Cuando lloré y lloré te quedaste. Te quedaste y sujetaste lo que no habías roto, me dijiste que estabas allí conmigo. Estás conmigo incluso cuando no puedo verte, cuando no puedo tocarte ni protegerte del mundo. Estás de formas que no creo que entiendas. —Le besé la mejilla con delicadeza y me quedé acariciándole el rostro—. Estoy seguro, Ko, es lo único de lo que estoy seguro a veces en el caos de emociones que siento.

    Ese que quemaba y consumía.

    —Perdona si alguna vez... Si ha sido demasiado.


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  17.  
    Gigi Blanche

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    Su primera pregunta me desconcertó un poco, no supe si hablaba de hoy o de cuando nos habíamos reencontrado aquí luego de varios años, pero suponía que, salvando las distancias, no había tanta diferencia. Cayden nunca se me lanzaba encima apenas me alejaba, eso lo sabía. Siempre me había permitido irme y regresar a mi ritmo y no por ello dudaba de su cariño. ¿Cómo podría, con la forma en que me miraba? No lo pensaba con frecuencia, de hecho la mayor parte del tiempo me esforzaba por obviarlo adrede, pero los eventos recientes se seguían apilando y ya no sabía cómo vivir según mis reglas del pasado. Sentía la obligación, la responsabilidad de atender ciertos detalles, ciertos silencios y ciertas acciones. Por eso cuidaba mis movimientos alrededor de Emily, había hablado con Haru y no me había quedado a dormir la última vez que fui donde Cay. Pero Emi me había dicho la verdad, Haru se había enfadado.

    Cay jamás me decía nada.

    Y aún desquitándose, aún escondiéndose como proclamaba hacer, jamás había huido de mí. Jamás me había pedido distancia o espacio. ¿Cómo podría comprender su situación desde mi posición, entonces? Si cuando me alejaba se peleaba con Arata, la pasaba mal, y luego, frente a mis ojos, se comportaba como si no existiera un solo problema en el mundo. Ayer lo había pensado mientras oía sus mensajes de voz, que me trataba como si fuera de porcelana. Quizá tuviera sus motivos para pensarlo, pero no lo era. No era tan frágil ni tan volátil. Llevaba años queriéndolo con todo mi corazón y eso no había flaqueado ni un solo día.

    Y decía que lo alcanzaba, que le alcanzaba, pero ¿era verdad?

    Que no era sencillo, decía, y me besó. Suspendí las manos en la tela de su camisa, a la altura del pecho, y las dejé allí. Cerré los ojos al recibir su mejilla contra la mía, inhalé, y observé los surcos de sus lágrimas apenas pude. Todo lo que me decía era agradable y tranquilizador, entonces... ¿por qué? ¿Por qué tenía esta ansiedad pegada en el pecho? ¿Por qué me frustraba escucharlo? ¿Qué esperaba de él, exactamente?

    Guardé silencio hasta que pidió disculpas. Paseé la vista por su rostro, regulando mi respiración, y subí una mano. Le sequé una mejilla con el pulgar lentamente, después la otra, y me esforcé muchísimo por ordenar mis pensamientos.

    —Nunca fue demasiado. Siempre me has tratado con cariño y paciencia, nunca me has pedido que vuelva y siempre me recibes como si el tiempo no hubiese pasado. Todo eso es cierto. —Lo miré a los ojos—. Pero nada me dice qué es lo que sientes tú.

    Quizá fuera culpa de los fantasmas que me rondaban últimamente. Lastimar a Emi, pagarle a Haru, costear mi cobardía con mi propio cuerpo. Todo lo que hacía lastimaba, fuese a mí o a quienes quería. Cada palabra que escupiera, cada beso que diera, quemaba y se convertía en ácido. Me sentía podrido.

    —¿Estás bien con esto? —pregunté con cierto apremio, reajustando la posición frente a él para recoger su rostro con ambas manos.

    Y lo besé, y aún así reconocí el gusto y la satisfacción que el contacto me generaba. Me presioné contra sus labios, arrastré los dedos por su cabello y me hundí en su boca, en su aliento, y las lágrimas me ardieron tras los ojos y me separé lentamente. Cada beso que daba lastimaba y mi propia voz rebotó en todas direcciones.

    ¿Y qué si noto algo? Igual no lo sabré hasta que lo digan.

    ¿No es injusto también para nosotros? La constante sensación en la nuca de que lo que hacemos y lo que sentimos no es suficiente.

    Soy malo poniendo límites, Akkun.

    No quiero lastimar a nadie, de veras que no, pero a veces parece que estoy... programado para hacerlo.
    Las personas suelen callar mucho de lo que sienten, eso tampoco ayuda a los tontos como yo.

    Soy consciente de que debo algunas honestidades.

    Te lo dije una vez, ¿verdad? No soy muy bueno poniendo mis pensamientos en palabras.

    Llevo un rato siendo un imbécil, contigo y con todo el mundo.

    Mírame.
    —¿No te lastima?

    Porque no entiendo.

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    Zireael

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    En la manera en que le permitía a las personas irse estaba condensado mi miedo, el miedo a agobiarlos, a exigirles y así acabar alejándolos incluso más, estaba también la necesidad distante de que, cuando fuese yo el que huyera, me dejaran irme y sanar a mi tiempo. Era un mal hábito vestido de blanco, un remedo de solución que no arreglaba nada. No dejaba de discutir con unos y no me atrevía a abrir la boca con otros, los dejaba a ciegas.

    ¿Podía culparlos por no entender nada? No, no podía, pero tampoco sabía de qué otra manera hacer las cosas. Era el imbécil de Liam diciéndome que confiara en Kohaku, eran Yuzu, Arata y mamá, todos al borde de mandarme a hablar con él y yo cortándoles las frases o fingiendo no oírlos. El cilindro estaba agujereado hace mucho y yo había pretendido no oler la fuga, porque era más fácil así.

    Porque no pensar era siempre más sencillo, pero desde el exterior de la roca que según yo me separaba del mundo no dejaban de alcanzarme las voces ajenas. Eran más coherentes que la mía, más compasivas e incluso a veces más estrictas, no en el mal sentido, pero yo seguía congelado. Extendía las manos para crear un nido donde sostener a las personas, pero nunca las cerraba sobre ellos.

    Me borraba de sus vidas con tal de no obligarlos a tomar decisiones.

    Aparecía y retrocedía, era posible que ni siquiera notaran que lo hacía.

    Al besarlo sentí sus manos a la altura del pecho, la sensación que me transmitía su presencia no conectaba con lo demás, con el miedo y las lágrimas, pero la reconocía con una nitidez rídicula. Estaba en el calor de su cuerpo, en el sonido de su voz y el celeste que había sustituido el castaño; me sosegaba, me ayudaba a saber qué era lo que no quería perder sin importar el costo.

    Parpadeé cuando me secó el rostro y por un momento me centré en respirar, así logré retener las lágrimas. Lo escuché, que nunca fue demasiado, que siempre lo había tratado con cariño y paciencia, que lo recibía... Que, ¿nada decía lo que yo sentía? Me quedé prendado de sus ojos, pero no dije nada, al buscar una respuesta no pude encontrar algo claro y simplemente volví a pensar que no me quedaban fuerzas para luchar conmigo mismo.

    Escuché su siguiente pregunta, él recogió mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo. El corazón se me descontroló en el pecho, la sensación de sus dedos en el cabello agitó el fuego, las ansias, y deformaron mis ilusiones no supe si alimentándolas o apagándolas. Busqué su boca a conciencia y me fundí allí aunque al retroceder sentí las lágrimas arderme tras los ojos de nuevo; logré retenerlas una vez más y busqué sus manos con movimientos algo torpes. Lo separé de mí y deposité un beso sobre el dorso de cada una, pero seguía sin responderle.

    ¿No te lastima?

    Deslicé el contacto por sus brazos, subí y me congelé a la altura del moratón hasta seguir a sus hombros y repetí el camino hacia abajo. Al reencontrar sus manos lo guié de vuelta a mi cuerpo, necio, y lo insté a acunar mi rostro una vez más, sosteniendo sus manos contra mí. Allí relajé algo de peso, cerré los ojos y pasé saliva no sin cierta dificultad.

    El fuego que poseía era moribundo y aún así lo tomaba, giraba en redondo y se lo arrojaba a alguien encima. Los elegía a dedo, era terriblemente cruel, pescaba a aquellos ya demasiado quemados como para que hiciera diferencia, como para no sentirme tan sucio después. Arata, Liam, Nozomu y solo Dios sabría a quiénes más en episodios previos, elegía y elegía sin parar, hasta que mis cálculos fallaban y elegía mal.

    Entre el humo y el exceso, entre la ausencia de límites y la amabilidad, parchaba todas las faltas. Abusaba del amor de mi familia, de la lealtad de Arata, de la maternidad de Yuzu, del silencio en que Hikari dormía a mi lado y de la paciencia de Verónica. Sin embargo, uno a uno los iba agotando, los iba quemando incluso cuando pretendía evitarlo a toda costa. Llevaba años así, desde que Shimizu tuvo que llevarme a casa de nuevo, lo único que variaba eran las intensidades y la fuerza del coletazo que todos recibían tarde o temprano.

    —¿Por qué habría de tener un problema con lo único que no quiero perder? —murmuré todavía con los ojos cerrados—. ¿Por qué me lastimaría lo único que quisiera recibir? Un beso, un abrazo, que me toques...

    Abrí los ojos, parpadeé para enfocar su silueta frente a mí y bajé sus manos para simplemente sostenerlas. Este niño me quería, lo sentía, ¿entonces por qué ansiaba más? ¿Por qué era tan acaparador?

    Además no te estoy pidiendo amor, idiota, ¿de qué estás hablando?

    A mí no, pero puedes pedírselo a otro.

    ¿Y si mejor dejas de resistirte, Cay?

    No pido amor.

    Por supuesto que era mentira.


    —¿Qué esperas de mí, Ko? —pregunté con suavidad, la vista clavada en nuestras manos, y luego de preguntarlo supuse que le debía cierto grado de honestidad, a él y a todos—. A veces me pone triste no poder verte o me siento inseguro cuando me doy cuenta de que quisiera verte más, por eso... Es una estupidez, ¿no? Por eso pido permiso o espero una invitación para venir a tus lugares, lo que yo percibo como tus lugares. Por eso me congelo y a veces no sé qué hacer y termino por no hacer nada, pero ese es un miedo antiguo, se traslapa en muchísimas cosas. Se me enreda al cuerpo más de lo que quisiera admitir.

    Tomé una bocanada de aire en un intento por retener las lágrimas una vez más. Se suponía que estaba aquí porque estaba preocupado por él, ¿por qué nos habíamos atorado de esta manera? ¿Por qué no pude mentir y librarnos? ¿Por qué él insistía, si no daba la sensación de saber qué quería que le respondiera? Ni siquiera sabía qué quería de mí o si quería algo para empezar.

    —Me duele ver que te ocurren cosas y no... No me buscas, que haces todo solo, que no te dejas cuidar ni parece que te cuides tú mismo. —Otro temblor en la voz, tuve que carraspear para ajustar mis piezas—. No es que debas buscarme para todo o contarme hasta la última cosa, ¿por qué deberías? Y entiendo que también debo buscarte yo de tanto en tanto, era lo que pretendía, no te estoy pasando la pelota a ti y haciéndome el tonto. Sólo es angustiante a veces, pero te quiero muchísimo y si te pido más, ¿no me vuelve eso un ingrato? ¿Un malagradecido? Te quiero muchísimo y no quiero que te alejes por lo que yo diga.

    ¿Pero qué debía hacer con el amor que se me quedaba en las manos?

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    No respondió de inmediato, consiguiendo que, al menos, mi apremio retrocediera levemente. Seguí sus movimientos en silencio y ver su mano deslizarse encima del moretón me congeló el aliento un instante. Lo había olvidado por completo, pero estaba allí y era imposible que Cay no lo notara. ¿Le habría atribuido alguna causa particular o no le habría dado importancia? La marca en sí misma era compleja de disfrazar, y al menos en esos segundos no se me ocurrió ninguna excusa alternativa que justificara su forma y tamaño.

    Aguardé, creyéndome estar preparado para lo que saliera de su boca, y cedí a sus intenciones. Apreté los labios, tomé aire y recogí su rostro entre ambas manos, delicadamente. Él cerró los ojos y yo lo acaricié apenas, siquiera lo pensé. Sus preguntas iniciales tenían tanto sentido como carecían de él. En un universo ideal, quizá, no podría replicarle nada, pero aquí...

    —A veces lo que nos lastima es lo que más queremos —respondí en un murmullo. Era una obviedad—. Y lo sabes.

    Una maldita obviedad.

    Seguía con la sensación acuciante atorada en la garganta, esa que me susurraba que no era honesto conmigo. No plenamente, al menos, como si hablara sólo a media voz. Recogió mis manos, las sostuvo y agachó la mirada allí. Me mantuve en su rostro y fruncí el ceño, exhalando con cierta pesadez. ¿Que qué esperaba de él, preguntaba? Una palabra, simple y letal, quiso escapar de mi boca y la atajé a tiempo. Debía darle la vuelta a parte de mis emociones.

    —No espero nada de ti —musité, un poco confundido, y cerré los ojos un instante—. No, no me refiero a eso. Quiero decir que no espero nada concreto de ti. ¿Por qué lo haría, para empezar? Jamás he esperado nada puntual de nadie, ¿no lo sabes ya?

    Ese es precisamente el problema.

    Siguió hablando, y sus palabras se me antojaron tristes y serenas. Que le dolía, que lo angustiaba, ¿pedir más? ¿Podía pedir más? ¿Se trataba de pedirlo o ya le pertenecía en un primer lugar? Y al final regresaba al miedo, ¿cierto? El eterno miedo, no sabía a qué.

    —Le temes a tu voz, pero ¿no fue el silencio lo único que me empujó la única vez que intenté alejarme de ti? —murmuré, soltándome de su mano para levantar suavemente su barbilla—. En los baños, ¿te acuerdas? Tus palabras nunca me han lastimado, sólo la ausencia de ellas. Y a ti te ocurre lo mismo conmigo, ¿verdad? Acabas de decirlo.

    Volví a tomar su mano y le di a ambas un apretón firme.

    —No tengo el derecho a reclamarte nada, ni siquiera querría hacerlo. Lo único que me gustaría es que seas honesto conmigo —le pedí, sintiendo rebotar mi conversación con Haru de ayer—. ¿Por qué, te preguntarás? ¿Por qué insisto tanto? —Me removí ligeramente y mi voz tembló—. Porque molesté a Kakeru y me enfadé con él, porque lastimé a Emi, y todo eso se lo hice también a Haru. Porque me la pasé jodiendo a quienes quiero y ¿tú qué? ¿Por qué contigo sería diferente? Cuando eres tan sensible, cuando tienes tanto miedo y me quieres tanto. ¿Por qué no te lastimaría a ti también? No tiene sentido.

    No lo tiene.

    Sacudí la cabeza y agaché la vista, apretando los labios con fuerza. Me concedí varios segundos para recobrar la compostura.

    —Pregúntame. Pregúntame lo que quieras y te responderé. No puedes ser un ingrato al pedirme cosas cuando de por sí no te doy nada, así que pregunta, o dime, o haz lo que quieras. —Lo miré a los ojos—. No me iré a ninguna parte. No quiero hacerlo.
     
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  20.  
    Zireael

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    La claridad con que noté que su aliento se detuvo cuando alcancé la marca violácea fue entre ridícula y patética, supuse que la habría olvidado hasta ahora, pero era imposible que yo lo dejara pasar aunque me hubiese tardado en notarla. No había podido sacarme de la cabeza la forma en que había cruzado el pasillo con Alisha, no podía sacarme el color de este moratón de la mente y no soportaba la existencia de Shinomiya. Por esta clase de cosas era que Arata sabía dónde dejarme ir el corte y por eso yo lo había mirado absolutamente aterrorizado.

    Aceptó mi capricho, me sostuvo como lo insté a hacer y me acarició, lo que dijo finalmente resultó en una de las obviedades más grandes del mundo. Parecía un desenlace inevitable, una suerte de muerte destinada y por eso a veces, en momentos de debilidad, ansiaba quedarme solo y no tener que preocuparme por nada de eso nunca más.

    —Lo sé y no cambia nada —susurré y en la paciencia con que lo solté se filtró algo de resignación.

    La pregunta que hice fue una estupidez, la respuesta que me dio en otro momento quizás me habría tranquilizado, pero ahora me tenía allí mirando el corte en mi pecho y sentí que sangraba a borbotones. Era la sangre con que los estaba manchando, no servía de nada ni cambiaba las certezas que yo sabía que existían. Apenas oírlo una sonrisa sin gracia me descompuso las facciones y me distraje acariciando sus manos. No habían respuestas u opciones correctas, eso lo sabía, pero tampoco cambiaba nada.

    La libertad que me otorgaba era dolorosa.

    Me hacía sentir que si algún día elegía largarme, siquiera notaría mi ausencia.

    Me oí a mí mismo esta mañana diciéndole a Verónica que no importaba lo que hiciera, y tuve que tragarme un montón de lágrimas que tenía pegadas en la garganta. No me creí capaz de decir algo y no lo hice, de forma que continué escuchándolo y lo miré cuando me hizo alzar la barbilla, asentí para que supiera que lo escuchaba. Que no lo olvidaba, ¿cómo podría, si había estado por cagarla como nunca antes?

    Era un ejemplo de mierda, pero el escenario quiso empujar la idea sin sentido anterior, la de que si elegía irme a la mierda no importaría, porque era una estupidez. Este muchacho llevaba años queriéndome sin condiciones, mi silencio lo había lastimado y a mí me lastimaba el suyo. Estábamos atados por obviedades y parecíamos empeñados en ignorarlas.

    Pedía honestidad, ¿y para qué?

    La energía se agitó, la sentí rebotar en los barrotes de la jaula que, incapaz de colocar sobre él, finalmente había dejado caer sobre mí mismo. Oír el nombre de Haru me supo amargo y me pregunté por un mísero instante si el de Emi debía saberme igual y si de hecho los nombres de todos nos sabían de esa manera en todas direcciones, exceptuando quizás a Fujiwara. Si no estaríamos todos subidos en este bote que no nos llevaría a ninguna parte. Arrugué las facciones sin darme cuenta y allí sentí el impulso lejano de apartarme, de irme y encerrarme. De revolverme, morder y terminar esta conversación, fue más bien un instinto que algo que pensara yo mismo.

    No puedes ser un ingrato al pedirme cosas cuando de por sí no te doy nada.

    Es cierto, no hago nada.

    No hago nada por ti y mereces que alguien te entregue todo, ¿no crees, Cay?

    No.

    Lo había notado removerse, el temblor de su voz y la forma en que agitó la cabeza, tuvo que detenerse para regularse y allí, como siempre, los fragmentos de mi espejo reajustaron sus posiciones. Sostuve su mirada unos segundos, luego solté sus manos para enjuagarme los ojos, pero estiré los brazos en su dirección y luego de envolverlo medio lo atraje a mi regazo con cuidado de no tirar nada si parte del mantel se arrastraba. No era la primera vez que hacía esto, así que lo insté a rodearme con los brazos y lo estreché como si así pudiera esconderlo de todo, quizás hasta de mí mismo.

    —¿Vas a decirme qué te pasa? —pregunté en voz baja, repentinamente compuesto y aunque dejé ir un montón de preguntas, lo hice despacio—. ¿Por qué hablas como si no hicieras otra cosa que lastimar a las personas? ¿Por qué pasaste drogadísimo por el pasillo? ¿Por qué apareces con moretones? ¿Por qué rechazas un almuerzo y luego apareces con media cafetería?

    Respiré con pesadez, hundí una mano en su cabello y empecé a dedicarle caricias livianas. Tuve que usar algunos segundos para respirar y controlar el llanto que tenía atascado hace días, pues nunca me lo permitía por completo.

    —Me importas tú, sólo tú. Si me cuentas algo no voy a quebrarme ni a volverme loco... No soy así, no contigo. El resto puede esperar, siempre puede esperar.

    Pedía sinceridad y una parte de mí, sin querer, ya se la había brindado. ¿Y ahora? ¿Hacía más daño que bien? No tenía idea y aún así el susurro me abandonó el pecho, de nuevo inespecífico y hasta inconexo como en la azotea.

    —Te amo.

    No esperaba nada a cambio.
     
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