Quizás lo mejor fuese que ninguno notara demasiado por dónde patinaba la mente del otro, sobre todo viendo cómo habíamos terminado en la sala de arte, y es que en verdad tampoco le estaba poniendo especial atención. No cuando la seguí por el camino de piedra, ni cuando entramos y mucho menos cuándo mi ansiedad giró sobre sí hacia lugares donde no le había permitido entrar, no seriamente. Puede que lo supiera todo Dios menos yo, porque era terco y pretendía borrarlo, no por de verdad fuese así de imbécil. Si no noté el sonrojo de Beatriz igual fue porque casi era parte de su estado natural, pero yo qué sabía, tampoco se me podía pedir tanto ahora mismo. Lo que sí noté fue la sorpresa en su rostro cuando mencioné los girasoles y luego seguí hablando, puede que un poco para distraerme. Cuando me callé ella dijo que también le gustaban los girasoles y que le gustaría visitar un campo lleno, pues sería como caminar entre un montón de pequeños soles. Sonreí sin darme cuenta, la idea me dio un poco de ternura y de puro milagro pude limitar escenarios que, ilusorios, puede que nunca pudiera alcanzar. Recordé algo que había pensado en el observatorio, por el tono de ámbar frío, y llegué a la conclusión que no tenía remedio. Lo dicho, era yo el que me montaba películas en la cabeza y el que luego se llevaba el fiasco, por eso lo mejor era mantenerme pegado al suelo. No había que darme alas y si era necesario, yo mismo podía quemarlas. Si no alcanzaba el sol entonces solo yo me consumiría. No me llevaría a los demás en banda. —Pero algunos tipos de girasol son grandotes —dije y sujeté todas las cosas con un brazo para liberarme el otro, alzándolo más allá de mi cabeza y... mucho más allá de la de ella, claro. Si venía en tamaño tanuki—. Like this big! Ve acompañada, no vaya a ser que te pierdas entre los soles. La tontería la había dicho con algo más de ánimo del que sentía y pude sonreírle, a pesar de que sentía la cabeza como un bombo. Volví a sujetar las cosas con ambos brazos, la sonrisa se me desvaneció cuando dejé de sentir sus ojos encima y solté el aire por la nariz al divisar la mesa y las sillas, hasta ahora ni me había preguntado dónde iríamos a sentarnos a comer. Como si le pintaba decirme que nos sentáramos en un montón de barro, daba igual. Su respuesta sobre la música fue... extrañamente insegura, ¿cómo creía uno que le gustaba la música? No lo dije en voz alta, solo esperé, y entendí que era porque la música que estaba a su alcance era la de su pasatiempo principal, la de videojuegos. De allí que tuviera sentido que lo que escuchara se quedara dentro de ese esquema, aunque a mí me parecía un poco descabellado no oír nada más. —Hay gente en YouTube que hace remixes de música de videojuegos, a veces me gusta escucharlos —contesté para no sentir que le hacía el vacío, fue parecido a lo que le dije a Kaia Hattori de los instrumentos tradicionales en mezclas modernas. Al llegar a la mesa me invitó a sentarme, pero antes de hacerlo dejé en la mesa la botella, las galletas y el dorayaki. Una vez me senté me sentí un poco como un alienígena, como si no perteneciera a este lugar, y no supe muy bien qué hacer con el cuerpo mientras ella separaba la comida. Al final descansé las manos en el regazo y pensé que en realidad no tenía hambre, pero ahora no podía despreciarle la comida y que por mi propio bien tampoco debería. Ya la excusa de que el peso me fluctuaba en ciertas épocas del año iba a ser pura mierda, lo que tenía era un desorden de comidas de puta madre. —¿Lo que tarareé? —pregunté un poco confundido y fue porque parte de la acción fue inconsciente, cuando recordé la escena desvié los ojos a lo que ella hacía—. Ah... ¿Te has visto la peli del Laberinto del Fauno? De hecho está setteada en la España de 1944, durante la dictadura franquista. Es de fantasía oscura, rollo los Dark Souls, Bloodborne y el Elden Ring, que te dije el otro día que sale el año que viene. En verdad no sé si te gusta ese estilo de fantasía en sí es más... cruel y sombría. ¿Tal vez prefieres la fantasía sin más o la alta fantasía? Aunque la alta fantasía de repente también se pone pesadísima, ahí está el cabrón de Sapkowski con The Witcher... Me di cuenta de que me había ido por las ramas, así que sacudí la cabeza como si eso me fuese a ordenar las ideas. —Anyway, lo que tarareé es una canción de cuna de esa película. Sale en un par de escenas, pero creo que es en la primera donde la protagonista es quien pregunta: ¿Te sabes alguna canción de cuna? Lo que recibe de respuesta es: Solo una, pero no recuerdo la letra. La niña pide escucharla aún así y esta mujer entonces la tararea para ella. Es reconfortante aunque también bastante triste luego de haber visto la peli. Lo dije, sí, y es que era cierto. No iba a largarle el spoiler de la peli así por las risas, pero al final cuando la nana volvía a escucharse, igual era mejor no haberla oído nunca, pero algo en ella sabía a casa de todas formas y calmaba. No tenía idea de por qué Vero le habría tarareado una canción así a Copito, eso tenía que admitirlo. Como fuese, tomé aire un momento y volví a tararear suavemente, la melodía se perdió en el invernadero y guardé silencio al terminar. En última instancia, ¿ya qué más daba? —Estoy muy cansado —solté de repente, con la vista suspendida en la mesa, y me enjuagué los ojos una vez más—. Sabes lo que es, ¿no? Quiero decir, se nota desde la otra cuadra que piensas a una velocidad estrepitosa, por eso digo que sabes lo que es. Una vez leí algo de que no todas las personas tienen un monólogo interno y seguro debe ser una maravilla, porque a mí la cabeza no se me calla un segundo, holy fuck. Antes escarbé en la memoria por una canción para poder poner un freno o algo así y fue como acabé llegando a la canción de cuna. Ni siquiera sé muy bien qué función tiene pensar tanto si ni siquiera encuentro respuestas a las cosas que me preocupan, la estupidez ni tiene función adaptativa, ¿cuál es el punto de gastarme la energía pensando puras cosas sin fundamento? Suspiré, agotado, y puse las manos en la mesa para derretirme sobre su superficie aunque tuve el cuidado suficiente de no ir a tirar nada. Una vez allí recostado arrugué un poco las facciones, enfurruñado sin darme cuenta, y aplasté la mejilla contra mi brazo. Contenido oculto debí ir buscando darle forma de cierre? sí pude hacerlo? no
Contenido oculto Mi visualización de los pequeños soles le sacó una sonrisa enternecida de la que no fue consciente. Me tomó algo desprevenida, aunque no quiso arrojarme a la timidez como usualmente sucedía. Más bien, la calidez del gesto me trajo un fugaz segundo de paz mental e, incluso, una sensación de unión por estar pensando juntos en la caminata entre girasoles. Cayden me advirtió que algunos adquirían gran tamaño, detalle en el que no había pensado. Se valió de uno de sus brazos para medirse por encima de su estatura y, con otro movimiento, ilustrar por cuánto me superarían esas flores. Que pusiera su mano sobre mi cabeza no me incomodó, al no tratarse de un contacto directo. En cambio, parpadeé al mirar sus dedos desde mi metro cincuenta y cinco de altura, como un animalito curioso… hasta que su sugerencia quiso hacerme reír. Mis labios se curvaron fugazmente. —No me molestaría… perderme entre girasoles… —admití, tratando de seguirle la broma. Al continuar nuestro avance, él quedó momentáneamente fuera de mi mirada. Ignoré involuntariamente otro tipo de gestos que no me habría gustado pasar por alto. Nuestro intercambio de palabras entró en el derrotero la música, sobre la cual tropecé por ser consciente de que, b-bueno, no escuchaba tanta, y q-que mi repertorio era monotemático, ¿tal vez? Como tampoco se me ocurrió algo que añadir tras contestarle. Un asentimiento silencioso fue todo lo que respondí cuando Cayden me refirió los remixes de videojuegos, aunque consideré buscarlos por Youtube esta misma tarde. Ya en la mesa debimos detenernos con los preparativos de la comida, pero la conversación no perdió el cauce. Me ruboricé otro poco luego de decirle que su tarareo me había resultado relajante, pero no quise dejar de ser sincera sobre la cuestión. En un principio, Cayden no pareció recordar en qué momento había tarareado y por un momento me sentí en una posición incómoda. Pero lo recordó. Y cuando lo hizo… comenzó a explayarse con cierto desenfreno. Negué con la cabeza cuando me preguntó si había visto la película del Laberinto de Fauno, de donde provenían sus melodías. Era una película ambientada en una de las épocas más crueles de España, con una temática de fantasía oscura. Dado el ritmo con el que se hallaba soltando sus ideas, no encontré el espacio para decirle que ese tipo de fantasía no me incomodaba (del todo) y que hasta me gustaba el arte de los Souls de From Software. Lo que había tarareado era una canción de cuna que salía en esa película, causando mi curiosidad. No lo estaba mirando mientras hablaba, muy centrada en traspasar la comida sin que se me cayera, pero asentía para instarlo a proseguir. Concluyó con la afirmación de que era una melodía reconfortante, pero que se tornaba muy triste tras ver la película. Y se puso a tararearla. Alcé la cabeza lentamente, para escuchar con suma atención la entonación de su voz. Era justo como él decía, una melodía reconfortante en la que se notaban gotas de melancolía, algo que hacía pensar en lágrimas. Pero me relajaba mucho escucharla, al punto de que me permití cerrar los ojos en lo que duró. Fue entonces cuando Cayden dijo, súbitamente, que sentía cansancio. Lo vi enjugarse los ojos y comprendí que su agotamiento iba ms allá de su cuerpo. Que la necesidad que había tenido de saltarse las clases matutinas provino, precisamente, de una tormenta mental que reconocía bien. Pese a todo me ruboricé cuando remarcó lo mucho que se me notaba la velocidad de mis pensamientos, p-pero no desvié la mirada de su rostro; incluso afirmé, un poco inconscientemente. Su cabeza, como la mía, no encontraba la paz del vacío. Siempre activa, siempre ruidosa, en una vorágine a la que no le podíamos encontrar sentido, propósito ni fundamento. Sin darme tiempo a modular un gesto siquiera, Cayden terminó recostándose sobre la mesa, con la mejilla apoyada sobre uno de sus antebrazos… Como derrotado… Al verlo así, mi corazón se comprimió con una fuerza que me obligó a apretar los labios. Comprendía a la perfección lo que decía, porque estábamos hecho de esa clase de vivencia. Nos construíamos a través de un exceso de pensamientos bajo el cual terminábamos asfixiándonos, atrapados. Me angustié por un momento… al ser consciente de que no sabía si algún día lograríamos ver, por nuestra cuenta, nuestros campos de pequeños soles. Inspiré largamente por la nariz. Despacio… Por mí… Por él… Quería hacer algo por él… Pausa la cabeza y respira un segundo, ¿puedes hacer eso por mí? Acomodé nuestras porciones de almuerzo a un costado de la mesa, posicionándolas en una zona segura. En ese movimiento volví a inspirar. Ahora, además de angustiada por Cayden y por mí, me estaba dando muchos nervios… por lo que iba a hacer en este preciso momento. Observé un instante a Cayden, con su cabeza posada en el antebrazo, y mis ojos se desviaron hacia sus rizos. Sentí el impulso de retroceder en la intención que tenía… pero no le permití dominarme. Ya no retrocedía tanto como antes. Estiré un brazo sobre la mesa, muy lentamente, hasta alcanzar su cabello con la punta de mis dedos. La respiración se me entrecortó un instante. La mente me quiso gritar que era mala idea, pero su voz quedó acallada por mi voluntad de consolar a Cayden. Acaricié con dudas al principio, apenas un roce; pero lentamente me animé a apoyar los dedos tímidamente, para potenciar mi débil caricia. Cuando en mi casa no lograba soportar el peso de mi tristeza o de mi angustia, mi madre o mis hermanos me acariciaban el cabello, con la suavidad que yo lo hacía ahora. Eso lograba que me calmara. Cayden y yo éramos personas diferentes y lo nuestro en nada se podía comparar al afecto de la familia, era algo que estaba empezando y que no sabíamos hacia dónde iría, si en el futuro seríamos amigos… Pero quise creer que esto valdría para lograrle un poco da paz, aunque sea por un instante ínfimo… —Entiendo tanto… Cuán agotador es… —suspiré con tristeza— Hay días que no lo soporto... y sólo quiero escapar de mí misma… Pero… —Hubo una pausa; me animé a seguir acariciando sus rizos con cuidado— No debemos obviar los otros pensamientos… Los que son… como pequeños soles en la tormenta… Retiré la mano despacio y, con la misma, moví el estuche de la Switch que había quedado sobre la mesa. Lo puse cerca del brazo de Cayden, porque si quería alzar la cabeza para apreciar los stickers que, igualmente, ya debió haber visto en el pasillo. En este punto, sonreí de nuevo. Un poco más ampliamente. —Pensaste en regalarme estos stickers cuando los viste y yo… no dejé pensar en lo que bonito que fue tu regalo, tu gesto. Y en cuánto quería poder agradecerte en persona. Por eso te invité a almorzar. Mi sonrisa se amplió un poco más. —Gracias, Cayden —agradecí de corazón—. Tu regalo... me hizo feliz. Piensa en eso... Pensemos que... podemos hacer sonreír a los demás... Con el correr de mis palabras, me fue ganando la timidez y la pregunta de si me estaría dando a entender. Acomodé el almuerzo como pude sobre la mesa, con tal de regularme un poco. Pero fue cuando alcé la cabeza que, sorprendentemente, logré volver a sonreírle. Una muy pequeña sonrisa, que igual valía. —Espero... que disfrutes la comida. Contenido oculto Overthinkers For The Win <3 Los quiero mucho Este fue mi cierre con Bea, muchísimas gracias por cederme al Cay para rolearlos, lo disfruté mucho uvu
Contenido oculto no sé cuánto llevo con esta canción ESPERANDO Mi comentario del tamaño de los girasoles estuvo por hacerla reír, pero al final se quedó en eso, una mera posibilidad. Dijo que no le molestaría perderse entre girasoles y supuse que tenía sentido, ¿quién se quejaba por perderse en algo que le gustaba? La idea supo un poco amarga, pero jamás iría a desviar la charla causal a semejante cosa, no cuando ella casi se había reído. Ya en la mesa fue que preguntó por la canción de cuna y a mí me pasó lo que solía ocurrirme a veces, cuando sentía la pizca de confianza para hablar de las cosas que me gustaban, me había pasado con trece años y seguía pasando con dieciocho. A la pobre la ametrallé, si quiso contestarme algo la verdad fue que no le di tiempo y empezó a darme algo de vergüenza, pero ya ni modo. Volver a tararear la nana fue la excusa para regularme de nuevo, la melodía me distrajo, me calmó también y quizás por eso solté la lengua, más o menos. Comenzaba a quedarme sin fuerza para luchar contra mí mismo. No la miré mientras hablaba aunque percibí que ella sí me estaba mirando a mí y al terminar la idea simplemente me callé, lo dejé así y no esperé nada. Ni una devolución, validación o cualquier mierda, aunque fue un poco ingenuo de mi parte ya que esta chica era la misma de la sala de arte. La vi dejar la comida a un costado, donde no corriera riesgo de salir volando, y antes de hacer algo cerré unos segundos los ojos, fue en ese espacio de tiempo en que ella encontró su propio impulso, como el otro día. Sentí sus dedos en el cabello y entreabrí los ojos, sin moverme, fue mi confirmación de que tenía permiso para tocarme y no provocarle un infarto. Fue apenas un roce, pequeño y dubitativo como ella misma, pero terminó convirtiéndose en una débil caricia que me hizo parpadear despacio. Era arisco y lo que quisieras, pero como le había dicho a Anna, un par de mimos solían bastar. Era ridículo y patético, pero en las muestras físicas de afecto encontraba muchísimo consuelo y por eso a veces las rechazaba, porque implicaban cederle poder a otra persona. ¿Los pensamientos que eran como pequeños soles? Suspiré, nada más que eso, y me limité a seguir escuchándola. Ahora mismo y después de haberme comido las amenazas de Liam, de huir de Yuzu y de impedirle a mi familia tocarme, ¿dónde quedaban en realidad mis pequeños soles? Parecía que los había tomado todos y los había obligado a extinguirse, como las estrellas que eran. En cierta medida fue como si ella se anticipara a esa suerte de cuestionamiento, retiró la mano y en mi campo de visión apareció la Switch con los stickers y erguí un poco la cabeza, todavía incapaz de verla a ella aunque creí notar por el rabillo del ojo que sonreía, al menos esa sensación me dio. Dijo que no había dejado de pensar en lo bonito del gesto y que quería agradecerme en persona. Las ideas me derraparon de nuevo al silencio que había recibido en el final de una de las hebras que había tejido hace días, con la repartija de galletas, y traté de salirme de ahí porque me hacía sentir muy mal de repente. Porque no quería tomar eso y convertirlo en un resentimiento, en lo más mínimo, porque había cariño en muchas otras cosas y lo reconocía, podía verlo. Porque me sentía amado a pesar de que estuviera tontísimo y me hiciera embrollos en la cabeza por nada. Gracias, Cayden. Tu regalo... me hizo feliz. Volví a enjuagarme los ojos, esta vez fue un intento por disimular la ligera vergüenza y también para que no se notara tanto, ni idea, que su agradecimiento me había ablandado más de la cuenta. Tenía corazón de pollo, que supiera disculparme, incluso si no pedía nada... Si me daba miedo pedirlo, cuando recibía algo lo que sentía en consecuencia se proyectaba mucho. Estiré la otra mano hacia el estuche de la consola, deslicé los dedos sobre las calcomanías y tomé aire. —Supongo que por eso termino agotado, por intentar como imbécil escapar de mí mismo, de encontrar el remedio mágico que desaparezca el eco constante —murmuré todavía con los dedos ocupados en el relieve sutil de los stickers. Por eso me largaba de casa, por eso bebía y fumaba, por eso iba pelearme con Mad Wolf y con Liam—. Pero dónde quedan mis pequeños soles, ¿no? Quería poder sostener a mis personas, nada más que eso. A mis aves y mis soles. Dejé salir un suspiro extenso, me desinfló el pecho y sentí la garganta quemada una vez más, quemado como estaba yo mismo. Era un bicho frágil con alas de papel, era natural que alzaran fuego y me desplomara, el detalle yacía en reconstruir la estructura perdida. Por eso debía ir a casa hoy. —Gracias a ti por escuchar y por invitarme al almuerzo, se ve muy rico —resolví unos segundos después dejando el estuche de la consola para estirar la mano y arrastrar hacia mí la que supuse era mi porción—. Y me alegra que te gustara el regalo. Nos quedaba poquísimo tiempo para almorzar, me hice a la idea, pero no tendría mucho problema con eso pues comía rápido de por sí. Cuando nos tocó levantar campamento para volver al edificio, antes de abandonar el invernadero, me quedé suspendido junto a la mesa un momento y antes que nada volví a darle gracias a Beatriz por la comida, también le pedí que le diera las gracias a su mamá. Dudé mucho, pero llevaba recordando esa canción algunos días aunque la había escuchado hace al menos un año. Creí que de alguna manera englobaba un poco de nuestro embrollo, por esto del caos interno. —And I know that you tried to stay but my awful ways you will never overlook —recité en voz baja, con la mirada suspendida en un grupo de flores a un costado—. And all the things that hurt me they got no remedy and they'll start hurting you too. Estoy dañado, no me queda nada. Me gasté todo el amor tratando de olvidar. Ignoré tus llamadas y tiré el teléfono. Por favor, créeme cuanto te digo... —Don't hold on to me, I got nothing left to give —continué luego de haberme saltado esos versos y comencé a caminar, esperando que Beatriz hiciera lo mismo—. Es una canción bonita, triste, pero bonita. Creo que el contexto es más complicado que sobrepensar, pero igual, en cierta medida podemos leerla desde nuestra experiencia, como todo. Es complicado si pensamos que nuestras manías y vicios pueden lastimar a los demás, pero creo que a veces es incluso más triste cuando... No causan nada. Cuando estás tan desligado del mundo que el colapso de tus paredes no despierta a una sola alma en el mundo y no creo que nadie merezca saberse tan solo, pero lidiar con la gente y con uno mismo es una misión complicada. La suerte de reflexión me sacó una risa algo sin gracia. Venía cargando los dulces contra el pecho de nuevo porque no nos dio tiempo a comer todo junto a la botella vacía, pero estiré la mano libre y le revolví suavemente el cabello a Beatriz, aunque luego le acomodé las hebras. Ella me había tocado el cabello ahora se aguantaba. —Sobre todo para los que tenemos incendios y tormentas en el centro del pecho. Parece más un obstáculo que una virtud, ya lo sé, pero no siempre es así y a veces necesitamos ayuda para no olvidarlo. Yo lo sabía mejor que nadie. Porque había otro que me reconocía y había evitado mi caída. Contenido oculto nah, tremenda biblia largué xdd son las consecuencias de tus propias acciones y por acá también, gracias por esto uvu overthinkers for the wiiiin
Llevé la vista al cielo un par de segundos antes de adentrarme al invernadero, comprobando que el sol seguía brillando con la misma intensidad que cuando había salido del edificio principal. Suponía que la mayoría de los alumnos iban a preferir almorzar en el patio, considerando el buen tiempo que hacía, por lo que decidí aprovechar para pasar mi receso en el lugar que me hacía sentir más cómoda. Dejé salir un suspiro de nada cuando alcancé el final del camino, en un extraña mezcla de alivio y decepción, y dejé mi bento sobre la mesa tras comprobar que, efectivamente, me encontraba del todo sola ahí dentro. Quería aclararme con todo lo relacionado a Kohaku, pero la realidad era que cuanto más pensaba en el chico y en lo que sentía hacia él, más confundida me sentía; tampoco sabía que lo más sensato era buscarlo para hablar o simplemente dejarlo pasar hasta que el destino quisiera cruzarnos de nuevo... Negué ligeramente con la cabeza, despachando todos aquellos pensamientos con el gesto, y me acerqué a un grupo de flores que había a medio camino, agachándome para mirarlas con una sonrisa leve. —Vosotras queréis un poco de agua, ¿verdad? —murmuré, pasando apenas la yema de los dedos por los pétalos—. Y, uhm... parece que os tengo que poner al día con mis aventuras. Bueno, no hay mucho que contar, pero os tengo que hablar, así que habrá que ir improvisando... —añadí, junto a una risilla ligera, antes de ponerme en pie para recoger la regadera y cumplir con lo que les había prometido.
Venía atravesando el pasillo del invernadero a un ritmo tan calmado que apenas tuve que modificar la velocidad para detenerme al notar el movimiento dentro. De primera mano asumí que sería Emily, por supuesto, y sólo confirmó mi sospecha la cortina de cabello negro y la regadera que llevaba entre manos. A decir verdad, ni siquiera supe por qué me frené. Permanecí bajo el umbral arqueado, a un paso de acceder al sector principal, y desde allí la observé un par de segundos mientras la lluvia de agua caía sobre la tierra. No era que sopesara la idea de marcharme, tampoco, sólo... sólo necesité ese pequeño instante por los motivos que fueran. Albergaba la sensación de que en la sala de música podía cruzarme más personas y por ello buscaba pasar los recesos aquí casi sin darme cuenta. Este lugar era amplio, luminoso y sereno, y contenía una vida que me ayudaba a relajarme. Me consolaba, también, pues era vida que yo mismo había asistido. Inhalé pausado y avancé, conservando el ritmo lento del principio. No pretendía asustarla, por lo que consideré algunas opciones que anunciaran mi llegada; claro que ninguna de ellas garantizaba librarla del susto si estaba tan abstraída en su tarea como parecía. Al final, me desvié hacia las regaderas y agarré una, girando el grifo para llenarla. Desde mi posición esperé a recibir su atención para sonreírle y cerré el agua. No dije nada, sólo avancé hasta acuclillarme a su lado, a pocos metros, e imitar su labor. —Están creciendo bien —murmuré, observando los jazmines, y al regarlos su aroma danzó a nuestro alrededor con fuerzas renovadas—. Me pone muy contento.
Con la tontería, había acabado bastante abstraída en la tarea de regar las plantas e ir hablándoles de vez en cuando, y por ello mismo no noté la nueva presencia en el invernadero hasta un buen rato más tarde. Podía haber sido cualquier otro alumno, a decir verdad, pero que sus pasos se dirigieran hacia la zona de las regaderas lo delató como alguien del club, y eso redujo las posibilidades de manera considerable. Giré la cabeza en su dirección, dedicándole una sonrisa ligera que me correspondió, y seguí su camino con la mirada, hasta que se colocó a mi lado y pude desviar la vista hacia los jazmines que había empezado a regar. —Sí, a mí también —acordé, ladeando apenas la cabeza, y dejé mi regadera en el suelo para poder apoyar las manos sobre ella—. Les estaba contando que mi hermano salió el sábado por la noche y que el domingo por la mañana todavía no llegaba a casa, así que cuando mis padres me preguntaron me tuve que inventar que lo había mandado a por huevos porque quería hacer un bizcocho. Y luego tuve que llamarlo para que viniera a casa con huevos, ¡y encima tuve que hacer un bizcocho que no había planeado hacer en ningún momento! —solté una risilla cuando terminé de resumir mi anécdota, aunque no pude evitar que se me escapara un suspiro derrotado a los pocos segundos—. Bueno, mi vida no es muy apasionante, ni modo... ¿quizás tú tengas algo más emocionante que contarles? Al hacer aquella última petición, giré de nuevo la cabeza en dirección al chico, pudiendo así mostrarle la expresión de curiosidad que me había alcanzado el rostro.
Cuando Emily concordó conmigo mantuve la vista sobre las flores, por algún motivo convencido de que no diría más nada. Su voz, sin embargo, comenzó a narrarme una pequeña historia y bajé la regadera, girando el rostro en su dirección. Era una tontería, una que genuinamente me alegró, y parte de esa emoción contribuyó a mis reacciones. Una sonrisa se me plantó en los labios, la cual se ensanchó al oír que había tenido que cubrir a su hermano, y luego alcé las cejas con un dejo de diversión. Entre el pobre hermano comprando huevos y ella con su bizcochuelo obligado armaban un cuadro bastante gracioso. —¿Y quedó rico? —indagué en un murmullo, y mi semblante se suavizó tras oírla decir que su vida no era muy apasionante; retomé mi labor de riego—. Yo creo que hay una belleza bastante particular en la serenidad, una que pocos saben apreciar. La vida, incluso la más ordinaria, carece de valor sin verdadera calma. —Detuve mis movimientos y la miré—. Aunque entiendo tu punto, claro. Hacer cosas locas también vale la pena. ¿Una anécdota más emocionante? Hombre, por dónde empezar. Me había desmayado en medio de la escuela y prácticamente me habían echado de casa, seguía saltando de cama en cama según me convenía y aún me salía la de evitar a Haru por la personalidad del chico, pero no sabía cuándo se me agotarían las excusas. No había aparecido en las quedadas con los chicos, ignoraba los chats grupales y llevaba días sin hablar con, bueno, nadie. Emily era, de hecho, la primera con quien conversaba de mis círculos frecuentes y notarlo me generó una mezcla algo contradictoria de emociones. Me alegraba poder hablar con ella, pero también me daba miedo volver a cagarla. —Ayer pillé a un alumno... bueno, técnicamente no estaba robando medicamentos, pero su actitud sí que era sospechosa —le conté tras pensarlo un poco, sentándome en el suelo al cansarme de estar acuclillado. Dejé la regadera entre mis piernas—. Luego apareció otra chica y se pusieron a ligar bien descaradamente ahí, frente a mis narices, ¿puedes creerlo? Le imposté un dejo de indignación que no había sentido en ningún momento y me reí con ligereza, meneando la cabeza. —Les recordé que había cámaras y se fueron, supongo que el resto es imaginable. —Me encogí ligeramente de hombros—. Mi vida tampoco es muy emocionante. Se me ocurren muchas cosas que ocurren frente a mí, que me cuentan los demás, que conversan en mi presencia, pero esas son sus vidas, no la mía. Mi vida es... indefinida, tal vez. Golpeteé los dedos en la superficie metálica y le sonreí a Emily. A decir verdad, no sentía pesadez al decir esas cosas, no ahora. Aún me alegraba la idea de pasar tiempo con ella. —¿Tienes que ocuparte mucho de tu hermano? Me refiero a cubrirlo y esas cosas.
Kohaku me escuchó hablar con una atención digna de elogio, debía admitir; sus reacciones no fueron exageradas, pero sí acertadas para cada momento clave de la historia y solo con aquellos detalles consiguió que me sintiera más cómoda contándoselo. Dejé salir un 'ah' en voz baja en cuanto recibí su pregunta, haciéndole una señal de espera con la mano antes de levantarme para ir a recoger la segunda caja de mi bento de la mesa central. Me senté con las piernas cruzadas cuando llegué a su lado de nuevo y abrí la cajita en cuestión para dejarla en medio de ambos, invitándole a tomar algo del bizcocho que por supuesto había traído conmigo. —Supongo que tienes razón —retomé, cogiendo un cuadradito del dulce para llevármelo a los labios—. Prefiero una vida tranquila en la que poder hacer alguna cosa loca de vez en cuando que lo contrario. ¡Ya no volveré a quejarme de mi vida sin incidentes! —sentencié con total convicción, antes de dejar salir una risilla y empezar a comer el postre de verdad. Después de eso le tocó a Kohaku contar algo interesante, por lo que me quedé a la expectativa de lo que decidía relatarme; le escuché con atención mientras comía el bizcocho, pues, sin tampoco pretender disimular mis reacciones a sus palabras en ningún momento. La expresión predominante de mi rostro, sin embargo, fue la más pura y genuina sorpresa: sorpresa por el chico de actitud sospechosa, sorpresa por la chica que se había puesto a ligar con él delante de Kohaku y sorpresa por... bueno, lo que se suponía que debía imaginarme que pasó después. En un principio muté a algo de diversión cuando pretendió hacerse el ofendido por haberse comido la escena del ligoteo, bastante convencida de que en el fondo no le había molestado tanto, pero no tardé en sentirme algo avergonzada por las implicaciones posteriores. Era cierto que no era ningún secreto que algunos alumnos usaban los espacios sin cámaras para ese tipo de cosas, pero aun así... >>Ser espectador de los demás tampoco es algo tan malo... —opiné al rato, una vez hube controlado mis nervios—. En tanto estés satisfecho con la vida que lleves, quiero decir. Hay personas que están hechas para vivir ese tipo de vidas y hay personas que están hechas para verlas desde fuera, ¿no? Así nos equilibramos, supongo. Alcé apenas las cejas cuando el chico volvió a hablarme, recuperando parte de la sorpresa que había estado demostrando hacia el momento, aunque no tardé en suavizar la expresión una vez me aclaró la intención de su pregunta. >>Qué va. Es muy bueno escaqueándose y mis padres no suelen ser muy estrictos, en realidad. Son pocas veces las que he tenido que improvisar algo para salvarle el pellejo, pero él también me ha tenido que ayudar en otras ocasiones, ¡así que estamos en paz! —contesté, manteniendo una sonrisa suave en todo momento—. ¿Has seguido dándole clase de guitarra a Annie? Hemos estado hablando, pero hace un tiempo que no la veo así que no estoy muy puesta...
Mi pregunta pareció aceitarle la memoria, ante lo cual alcé ligeramente las cejas y seguí su recorrido con un dejo de curiosidad; aunque, siendo honestos, eran bastante evidentes sus intenciones. Tal vez no me correspondiera o fuera hipócrita de mi parte, pero la repentina idea de probar un postre de Emily me puso contento. Llevaba un tiempo sin comer con ella y siempre me había gustado cómo cocinaba. La esperé, pues, sentado y con la sonrisa de niño bueno, aunque en este caso no fue adrede ni premeditada. En cuanto se acomodó frente a mí bajé la vista a la caja abierta y pillé un cuadradito de bizcocho entre dos dedos, murmurando un leve "permiso". La textura era sumamente esponjosa y sonreí al instante, aún más contento que antes. —Efectivamente, quedó muy rico —afirmé, y dudé un poco antes de agregar—: ¿Puedo agarrar otro? Era plenamente consciente, quizá demasiado, de que mi comportamiento típico habría sido abusar de las confianzas y ya, pero no quería... no quería arruinarlo, suponía, aún si eso implicaba andar con un poco más de cuidado. Entre tanto, su resolución de no volver a quejarse de su vida sonó tan firme y convincente que me arrancó una risa breve, una que tapé con el dorso de mi mano ya que seguía comiendo. —No quejarse siempre es buena idea —convine, asintiendo—. La queja es un mal hábito, ¿no crees? Cuando te quejas de algo que te molesta es como avalarlo y darle entidad, en cierta forma... —Arrugué el ceño, intentando darle cuerpo a mi idea. Un cuerpo coherente, quería decir—. Al quejarte de algo le permites a ese algo molestarte, y no al revés. Salir a la calle con la abuela a veces era un poco estresante porque se quejaba de todo, del que cruzaba mal, del que la encerraba, del que tocaba la bocina, del que pasaba gritando, del perro que ladraba. Una vez le dije que al quejarse de todo eso le daba más importancia de la que realmente tenía, y que si sólo intentaba ignorarlo el enfado se le olvidaría más rápido. —Sonreí—. Y funcionó. Me había ido bastante por las ramas y retomé el cauce con la anécdota de los tórtolos desvergonzados. Emily reflexionó en torno a mis palabras y yo lo pensé un rato, paseando la vista por las flores a nuestro lado. Noté que un jazmín blanco permanecía caído sobre la tierra y lo recogí con cuidado, girándolo entre mis dedos del pequeño tallo que había conservado. —Lo importante es estar satisfecho —compartí con ella, esbozando una sonrisa serena—, en eso tienes razón. Da igual lo que hagas o cómo lo hagas en tanto tú estés bien con eso... y en tanto no mates a nadie, claro. —Mi sonrisa se ensanchó un poco ante el remedo de broma—. Ser un espectador tiene su sentido también, porque luego puedes usar toda esa información que guardaste para hacer mejor una cosa, o tratar mejor a los demás, o ser más considerado. Siempre habrá un observador para cada actor, ¿no? Yo no era el mejor ejemplo de eso, pero creía que Emily sí. Escuché sobre la relación con su hermano y luego recibí su pregunta, ante la cual me debatí internamente hasta dónde debía serle honesto. —Hmm, últimamente no, ahora que lo dices. Nosotros tampoco hemos hablado mucho —murmuré, en buena parte fingiendo demencia, y alcé el jazmín entre nosotros para distraer su foco de atención—. Está bonito, ¿no?
No me había dado cuenta hasta el momento, pero me había quedado esperando con cierta expectativa el juicio de Kohaku con respecto a mi bizcocho. No había sido un postre muy elaborado, considerando las circunstancias de las cuales surgió, pero le había puesto el mismo esmero que a cualquier otro y... bueno, la realidad era que su opinión me importaba. Se me escapó un suspiro de alivio cuando me dio el visto bueno, con el que también acabé relajando el cuerpo, y asentí con la cabeza, sonriente, cuando me preguntó si podía tomar otro trozo. Después de aquello, mi convicción de no quejarme pareció recordarle algo en relación a su abuela, pues me empezó a contar que ella solía quejarse por varias cosas y él fue quien le aconsejó que no lo hiciera tanto. No pude evitar soltar una risilla divertida al imaginarme a la mujer paseando y encontrándole motivo de queja a todo lo que se le cruzase por el camino; aun así, cuando Kohaku finalizó de hablar, mi expresión recuperó la normalidad y acabé por encogerme de hombros. —Supongo, aunque yo creo que tampoco pasa nada por quejarse de vez en cuando. Lo que quiero decir es que... a veces es bueno verbalizar algunos pensamientos negativos que tengamos, ¿no? Puede ser una tontería insignificante, pero si te lo guardas mucho tiempo y le acabas dando muchas vueltas, ¡pues es peor! Pero luego quizás te quejas con alguien, te das cuenta que no era para tanto y se te pasa... —argumenté, dando algunos golpecitos con el dedo índice en la caja del bizcocho, pensativa—. ¡Igual depende de cada caso, claro! Me alegra que a tu abuela le haya funcionado, eso sí. ¿No te da la sensación que los adultos se quejan más a medida que envejecen? Supongo que tiene sentido... han vivido tantas cosas que se vuelven menos tolerantes, o algo así —acoté al final, sonriendo un poquito más ante aquella reflexión repentina. Seguí con la mirada el camino que su mano hizo hacia un costado, viendo como recogía un jazmín que había caído al suelo, y poco después volví a centrar la mirada en él, pudiendo así prestarle atención a sus siguientes palabras. Me dio la razón en que lo más importante era estar bien con un mismo y yo fui asintiendo con la cabeza cada vez, completamente de acuerdo con todo lo que él iba diciendo. Creía, además, que las personas tendían a juntarse bastante en base a esa misma observación, así que no podía refutarle en nada de nada. >>O traerle chisme a tu amiga... —añadí como si nada a su lista, antes de permitirme sonreír de nuevo y levantar las cejas en un gesto pseudo-acusador. En cuanto a Annie, parecía que él tampoco había hablado con ella últimamente, por lo que su respuesta con respecto a las clases fue bastante simple. Me encogí apenas de hombros, sin sorprenderme demasiado por aquella información, y poco después desvié la vista hacia el jazmín que levantó entre nosotros. Sin poder evitarlo, mi vista se deslizó durante un breve segundo a su rostro al recibir la pregunta que me hizo, volviendo a centrarme de manera apresurada en la flor mientras dejaba salir un 'mhm' en voz baja. >>¿Cómo has estado, Ko? —aventuré a preguntar tras unos segundos en silencio, sin apartar la vista del jazmín y levantando la mano para rozar un pétalo con el índice—. No me tienes que contar nada que no quieras, por supuesto, pero... sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿cierto? Me da miedo haber estropeado nuestra amistad de alguna manera, incluso si tú me dices que no... Contenido oculto perdón por la tardanza, estas fechas están locassss
Tomé otro cuadradito de torta apenas Emily me lo permitió, y luego escuché su reflexión en torno a lo que yo mismo había planteado mientras masticaba. —Me refería a la queja espontánea —especifiqué, tranquilo—. Si verbalizas algo luego de darle un par de vueltas no creo que califique como queja, sino más bien... pues eso, una expresión de algo que se te atoró en la cabeza, y yo también creo que está bien decir ese tipo de cosas. Algo descarado viniendo de mi parte, pero en la teoría sabía que era lo correcto y que, de una u otra manera, ella llevaba razón. Su apunte de los adultos poniéndose más quejosos conforme crecían me hizo reír y asentir. —Es una pena, no me gustaría convertirme en un ancianito quejoso. Tiene que haber algún ancianito ahí fuera que aún disfrute de la vida, ¿verdad? —Suspiré quedo—. Aunque entiendo que sea complejo aprender a sobrellevar... una vida, con todo lo que implica. Las personas tienden a darle más espacio a lo negativo, y temo que eventualmente, con el paso de los años, olvidemos por completo los momentos felices. No me gustaría que me ocurriera. Mi abuela en líneas generales era una mujer que aún poseía vitalidad y mucho carácter, pero no sabía si podía calificarla de anciana buena onda. Era bastante rígida y estricta, dirigía bien el santuario a costa de algunos gritos y varios escobazos. Sabía que era algo hipócrita de mi parte considerando que la señora fingía demencia respecto a literalmente mi plantación en el patio trasero, pero con muchas otras cosas se tornaba intransigente. Tenía que ser difícil arrancarse a sí mismo de la crianza y los tiempos donde uno creció. Tras recoger el jazmín, Emily coló una broma entre mis opciones de observador y el detalle me ensanchó la sonrisa. —¿Chisme para Emi-chan? Siempre —convine, en el mismo tono liviano que había utilizado ella. Mi plan de desviar su atención pareció obtener resultado... o algo así. Noté en cuanto me miró a mí y le correspondí el gesto, sin darle mayor importancia al asunto. Su afirmación fue breve, escueta, y mientras giraba lentamente el tallo del jazmín entre mis dedos, regresé a sus ojos. Relajé un poco el brazo, en silencio, y deslicé la mirada a su mano apenas se aproximó a rozar un pétalo. La pregunta no me sorprendió, a decir verdad, tampoco la aclaración que vio pertinente. Conforme hablaba regresé mi atención a su rostro y aguardé a que cerrara su idea, pues no pretendía interrumpirla ni sabotear sus intenciones. Tomé aire por la nariz. Suponía que... algo de honestidad no mataría a nadie. —He estado mejor —admití, mirando el jazmín—. No puedo hablarte mucho de ello, es algo complicado y aún no sé bien... cómo enfrentarlo. Me ha traído algunos problemas y todo se siente similar a... a un efecto dominó, tal vez. —Sonreí, resignado—. Te lo dije una vez, ¿verdad? No soy muy bueno poniendo mis pensamientos en palabras, así que estoy un poco enredado ahora mismo. Alcé la vista a ella y mi sonrisa se suavizó. Eso era la respuesta a su pregunta, lo que faltaba se me daba un poco mejor. Me estiré en su dirección y, con cuidado, alcancé el cabello que enmarcaba su rostro para correrlo tras su oreja. Con eso hecho, acerqué el jazmín y lo acomodé allí mismo, procurando que no se cayera. —No tienes nada de qué preocuparte —murmuré, buscando sus ojos con la plena intención de tranquilizarla—. Agradezco que hables así conmigo, que me convides de las cosas ricas que preparas y podamos compartir aún el tiempo en el invernadero. Es importante para mí y temía que... se hubiera perdido. Podría haberle aventado encima el discurso sobre las culpas, que quien debía preocuparse era yo, que ella no había hecho nada malo y que todo se resumía en el exceso de libertades que se me iba de las manos; pero ¿de qué habría servido? Conociendo a Emily, eso sólo la habría empujado a consolarme cuando no debía ser así. No necesitaba ni quería que me consolaran, aún menos que ella lo hiciera luego de haberla lastimado. Repasé su rostro, su cabello y cómo la decoraba el jazmín sobre la oreja, y mi sonrisa se ensanchó apenas. Exhalé por la nariz, también, y relajé los hombros. ¿Seguía siendo egoísta? La duda latía, insistente, y aún no encontraba respuesta. —Te queda muy bonito. Contenido oculto no pasa nada, bebi <3
Asentí un par de veces con la cabeza ante la aclaración de Ko, no sin antes haberme quedado en silencio un par de segundos para sopesar sus palabras y decidir que sí, tenía sentido lo que decía. Seguía creyendo que una queja de vez en cuando para desahogar no tenía que ser del todo malo, pero en definitiva era cierto que no merecía la pena gastar tanta energía y tiempo en constantes pensamientos negativos. Esa misma idea fue la que él acabó desarrollando al responderme a la siguiente pregunta que le hice, haciendo que volviese a asentir ligeramente con la cabeza a medida que él hablaba, pues también creía que parecía inevitable caer en esa mala costumbre con los años, aunque siempre hubiera excepciones. —Vamos a hacer una promesa, entonces —propuse en cuanto terminó de hablar, levantando una mano con todos los dedos bajados a excepción del meñique—. Cuando seamos mayores, y si seguimos siendo amigos, prometo regañarte si veo que te pones demasiado negativo y te obligaré a recordar un momento feliz de tu vida. ¿Estás de acuerdo? Esperé pacientemente a que aceptara cerrar la promesa conmigo y, una vez finalizado el pequeño ritual, le sonreí con evidente entusiasmo; gesto que incluso se intensificó cuando confirmó que traerme chisme también era algo bien importante. A eso lo siguió la leve vergüenza que sentí al distraerme con su rostro cuando en realidad me preguntó por el jazmín, y no mucho después, la seriedad tras mi propia pregunta. No había estado del todo segura de que el chico me fuera a contestar, pero no dudé en prestarle toda mi atención una vez me di cuenta de que sí tenía intenciones de hacerlo. Me preocupaba bastante saber que estaba en una situación desagradable, sobre todo teniendo en cuenta que no me había dado demasiado detalles y, por lo tanto, saber que no podía hacer nada para ayudarlo de ninguna manera. Sabía que si no me lo decía era porque no me correspondía, y por supuesto no iba a insistir, pero aun así... De todos modos, me dijo que estaba feliz por poder compartir el tiempo conmigo y no pude evitar volver a sonreír con cierta emoción, asumiendo que no tenía motivos para mentirme con algo así. La alegría tan genuina por aquello me permitió tomarme su cercanía con mucha más calma de la esperada, aceptando que me colocara la flor sobre la oreja sin ninguna muestra de nervio de por medio, y ladeé apenas la cabeza hacia el lado contrario, permitiendo que aquellas emociones se filtrasen en la sonrisa que le seguí dedicando. >>Gracias —murmuré, tanto por el halago como por sus palabras de antes. Dudé un segundo, pero al final decidí ignorar mi timidez y acorté la distancia que nos separaba para poder abrazarlo. Lo hice con suavidad, pues no quería agobiarlo ni incomodarlo, aunque no negaría que quizás me permití alargar la unión un par de segundos más de lo necesario. Quería decirle que todo iba a estar bien, que confiaba en que sería capaz de solucionarlo todo, que podía seguir contando conmigo pasara lo que pasara y que haría lo que fuera por mantener nuestra amistad por encima de todo, pero consideré que aquel abrazo serviría para transmitirle aquello y más sin necesidad de palabras. Cuando me separé al fin, busqué sus ojos para sonreírle con suavidad una vez más y, quizás demasiado pillada en el momento, no pude reprimir el impulso de levantar una mano para apartarle con cuidado algo del cabello que le caía por la frente. >>¿No has traído comida? Siento que tu abuela me regañaría mucho si supiera que solo te he dado bizcocho para almorzar... sobre todo teniendo un bento tan bien preparado unos metros más allá... —acabé por decirle, señalando con la vista la mesa donde había dejado el resto de mi almuerzo.
La mención de la promesa me hizo alzar las cejas con curiosidad, y conforme desarrollaba la idea mi sonrisa no hizo más que suavizarse. ¿Si seguíamos siendo amigos de ancianitos? Hombre, la planificación a largo plazo jamás me daría para tanto y de por sí me costaba un huevo y medio proyectar mi futuro en cualquier dirección. Lo único que conocía era el presente. Comprendía las intenciones de Emily, sin embargo, y no me daba el corazón para ponerme amargado, por lo que alcé mi meñique y lo entrelacé con el suyo firmemente. En el movimiento aproveché a inclinarme un par de centímetros en su dirección, dispuesto a contarle una confidencia. —¿Qué te parece si lo hacemos desde ahora? Digo, ¿para qué esperar tantos años? Podemos agarrarnos el meñique así —destaqué, alzando nuestras manos—, y ya sabremos lo que significa. ¿Trato? Era una niña harto transparente. Pude seguir al hilo las emociones que sentía conforme yo hablaba, y la alegría que demostró fue tan genuina que me la quedé mirando, bastante enternecido, con el jazmín sobre la oreja. Al retirar la mano tracé apenas la línea de su mandíbula y entonces la recibí en mi espacio con naturalidad, colando los brazos bajo los suyos para estrechar su cintura. La afirmé contra mí con movimientos suaves pero decididos y cerré los ojos un momento, relajando el rostro en su hombro. Olía a ella, a su cabello y cual fuera el perfume que utilizaba, y sólo me quedaba agradecer no haberla perdido por mis estupideces. Recorrí su espalda con caricias amplias y entonces le permití regresar a su espacio, aflojando el agarre. Mis manos quedaron a los costados de su cintura cuando encontré su mirada y cerré brevemente los ojos, sonriendo divertido, al sentir su tacto en el cabello que caía por mi frente. —No me digas que me presenté ante Emi-chan todo despeinado —bromeé en voz baja. Luego me preguntó si traía comida, ante lo que parpadeé y noté que había olvidado pasar por la cafetería en mi camino hacia aquí. Siguió hablando de mi abuela, que iba a regañarla por darme el postre primero, y señaló el bento que descansaba sobre la mesa. Lo detecté a lo lejos y mi sonrisa se estiró con un dejo de diversión. —Cierto, probablemente te amenazaría con la escoba —admití, junto a una risa breve, y me rasqué la nuca—. La verdad que iba a pasar por la cafetería y se me olvidó, pero... ¿confío que hay suficiente para dos en ese bento tan bien preparado que veo allá~? Ahí iban de nuevo las confianzas, ¿eh? Me incorporé del suelo, recogí la regadera con una mano y la otra la extendí hacia Emily, sonriéndole desde arriba. —Esta vez prometo compensártelo —agregué, en un intento personal, quizá, por hacer las cosas levemente diferentes a lo usual.
Kohaku aceptó hacer la promesa conmigo sin demasiado problema, levantando su mano para entrelazar nuestros meñiques con firmeza, y yo me quedé mirando la unión con una sonrisa ligera, hasta que me di cuenta que el chico también se había inclinado en mi dirección y levanté la vista para mirarlo con curiosidad. La propuesta que me hizo de empezar a hacerlo antes me pareció una muy buena idea, así que no dudé ni un poquito antes de asentir con la cabeza y permitir que la sonrisa se me ensanchase, volviendo a mirar nuestros dedos entrelazados durante unos segundos. —Trato~ A pesar de que inicialmente había dudado un poco de si era buena idea abrazarlo o no, la realidad era que en ningún momento pensé que llegaría a rechazarme si lo hacía. Aun así, decidí aprovechar el momento lo máximo posible y lo apreté con fuerza contra mi cuerpo, acoplándome a la intensidad que él mismo inicio en el gesto. Fui plenamente consciente de las caricias que me propinó a lo largo de la espalda, pero más allá de cualquier cosa, lo cierto es que el contacto me resultó aliviador. La presencia de Ko siempre me había resultado tranquilizadora, incluso cuando me había llegado a poner nerviosa por según qué situaciones, y saber que de verdad podríamos seguir pasando el tiempo juntos, incluso abrazarnos de esa manera, sin resultar incómodo, me había quitado un gran peso de encima. >>Solo un poquito... —murmuré en respuesta a su broma, levantando una mano para mostrarle un pequeño espacio entre mis dedos índice y pulgar, y poco después le sonreí divertida tras guiñarle el ojo—. Pero no te preocupes, que voy a mantenerte el secreto~ También se me escapó una risilla fugaz ante la imagen de su abuela amenazándome con una escoba, aunque si debía ser honesta... no sabía qué tan sensato era tomarme aquella posibilidad a broma. Sea como fuere, Ko admitió que, efectivamente, se había olvidado de comprarse el almuerzo y yo no pude esconder la emoción renovada de mi semblante, asintiendo un par de veces con la cabeza antes de aceptar la regadera que me extendió y ponerme en pie con ella entre las manos. >>No hace falta... La verdad es que siempre acabo trayendo comida de más, así que me viene bien poder compartirla —confesé a medida que nos acercábamos a la mesa. Tuvimos que desviarnos ligeramente del camino para dejar las regaderas en su lugar, pero después de ello pudimos al fin tomar asiento para almorzar. Abrí el bento y lo coloqué entre ambos, pasándole también los palillos de repuesto que siempre acababa metiendo en la caja. >>Ha estado haciendo bastante calor estos días, pero aquí se está bien... —comenté, removiendo apenas el arroz con la punta de mis palillos—. ¿Recibís muchos visitantes en el templo en verano? Muchos turistas suelen venir por esta época, ¿cierto?
Mi pequeña corrección de la promesa pareció gustarle a Emily y yo moví nuestros meñiques entrelazados en un vaivén suave de lado a lado, como sellando la promesa. Luego se inclinó para abrazarme y me esforcé por no darle demasiadas vueltas al asunto, que en tanto naciera de ella y yo simplemente lo aceptara no debería haber problemas. Además, no se trataba sólo de eso. Ahora que por fin teníamos el tiempo de hablar a solas me daba cuenta lo mucho que me aliviaba poder hacerlo, conversar, regar las flores y comer algo juntos. Me reí con ligereza al saber que estaba un poco despeinado pero que guardaría mi secreto, y tras ayudarla a incorporarse me retrasé sólo un instante. La vi empezar a caminar, su espalda, y de ahí repasé el resto del invernadero. La cúpula vidriada tintineaba en reflejos fugaces y a mi alrededor se respiraba el aroma de las flores y la tierra húmeda. Este pequeño espacio, este lugar que cuidaba con ella, era importante para mí. Probablemente me habría negado a perderlo. Regresamos las regaderas y finalmente nos sentamos a la mesa. Acepté los palillos con un agradecimiento en voz baja y husmeé el contenido del bento, sopesando si combinar el arroz primero con las verduras o la carne. La indecisión de todos modos me ponía contento pues la comida tenía buena pinta, prueba de ello era la sonrisa que se me había pegado al rostro. —Diría que el turismo religioso es bastante constante, pero sí hay un incremento en las estaciones cálidas. La gente prefiere pasar el invierno en otro tipo de lugares, por lo general alejados de la capital. —Me decidí por la carne y me dediqué a masticar antes de seguir hablando—. Sí es cierto que en verano aumenta el turismo internacional, lo cual es divertido. El Sakura me ha ayudado a habituarme a los extranjeros, pero me sigue llamando la atención oír tantos idiomas extraños al pasar. Me ha dado consciencia de que debería mejorar mi inglés, también. Papá me lo ha dicho, que todos deberíamos estudiarlo. Entendía más de lo que hablaba, pero así y todo seguía siendo bastante deficiente y mi pronunciación dejaba mucho que desear. —¿A ti cómo te va en inglés? —pregunté un poco de repente, recordando que Emily, bueno, tenía pinta de ser buena estudiante.
Me di cuenta como Kohaku se tomaba su tiempo en tomar el primer bocado, aparentemente indeciso en cómo hacerlo de la manera más óptima, y no pude evitar sonreír con algo de ternura ante la imagen, antes de que se me ocurriera sacar el templo como tema de conversación. Fui asintiendo con la cabeza a medida que escuchaba su respuesta, atenta a la información que me iba proporcionando, y al mismo tiempo seguí comiendo, hasta que el chico trajo a colación el asunto de los idiomas y decidí tomar una pausa, sonriendo con una pequeña chispa de diversión. —Es cierto... debe ser especialmente importante para vosotros, que podéis recibir turistas de todos lados... —reflexioné, más para mí misma siendo que en realidad solo estaba repitiendo lo que él mismo había dicho segundos atrás. Poco después recibí su pregunta sobre cómo me iba a mí en inglés y alcé un poco las cejas, algo sorprendida. Dejé los palillos sobre la mesa tras relajar el semblante, eso sí, y apoyé la barbilla sobre la mano que se me había quedado libre, echando la vista hacia el techo en un gesto pensativo. >>Bien, creo —contesté al final, aun sabiendo que no soné del todo convencida, y volví a mirarlo con una sonrisa algo tímida—. Kashya me ayuda bastante cuando tengo dudas y la verdad es que lo entiendo bastante mejor desde que me obligué a ver todas las series en versión original, pero... bueno, no me siento nada cómoda hablándolo. Supongo que debería pedirle a Kashya practicar así también e ir perdiéndole el miedo, pero no sé si soy capaz todavía —confesé, y aunque sí me avergonzaba un poquito todo el asunto, decidí no darle demasiada importancia en ese momento y me encogí de hombros, retomando la tarea de comer inmediatamente después—. ¿Y tú? ¿Practicas con O'Connor-senpai, quizás...? Contenido oculto por aquí voy cerrando con la niña uwu lo vuelvo a decir por séptima vez pero adoro a estos bebitos, son tan adorables y me sanan el alma de una manera difícil de explicar ;; soooo gracias por caerme, it was really, really nice <3
—En mi familia hay un pequeño debate más frecuente de lo necesario sobre el turista extranjero —inicié tras su reflexión, para ampliar mi anécdota antes que nada—. Mi abuela, por ejemplo, sostiene que cualquiera debería preocuparse, aunque sea, por aprender lo básico del idioma de un país antes de viajar. Tiene su cuota de razón, pero también pienso en esas personas que pillan una mochila y recorren siete países en dos meses, ¿sabes? Entiendo que aprender el idioma local es una forma de respeto hacia la cultura a la cual te acercas, pero también creo que no pasa nada si no cazas una palabra y te tienes que comunicar con señas o un diccionario de bolsillo. Puede ser hasta divertido. Mi sonrisa se amplió. Desde mi experiencia, al menos, era harto evidente la diferencia entre los turistas itinerantes y los que venían aquí con el viaje planificado de principio a fin. Había una vibra distintiva, espontánea y liviana que me gustaba mucho de los viajeros ambulantes, con sus grandes sonrisas, el cabello ligeramente desalineado y las mochilas a la espalda. —Creo que es algo que me gustaría hacer, ¿sabes? Viajar un tiempo, luego de la graduación, quizá. —Había acabado apoyando el rostro en mi mano y me quedé pensando unos segundos; tras eso volví a mirar a Emily—. Sería divertido. Luego me comentó que Thornton la ayudaba con el inglés, pues tenía todo el sentido del mundo. Y hablando de sentido... Su mención de Morgan me amplió los ojos y parpadeé, para luego soltar una risa divertida. Fue involuntaria y me surgió del centro del pecho. —¿Cuán idiota sueno si te digo que jamás consideré esa posibilidad? —admití, divertido por lo obvio que era, y solté el aire de golpe—. A veces... ¿como que me olvido que Morgan existe? No se lo digas, por favor, o tal vez me echa una maldición encima... bah, o quizá le halaga, pero el asunto es que... no lo sé, sólo pasa. Me encogí de hombros y comí, meneando la cabeza aún tan sorprendido como indignado por mi desliz. ¿Cómo nunca se me había ocurrido pedirle ayuda a Morgan con el inglés? Era literalmente su lengua natal. Bueno, suponía que eso evidenciaba lo poco que me preocupaba la escuela. —Igual no sé cuán buena profesora sea, supongo que depende de cuánto le divierta ese día. Thornton-san se ve mucho más responsable y... constante. —Sonreí, recordando que las dos muchachas eran amigas, y golpeteé los palillos entre sí—. Algún día podríamos hacer una sesión de estudio grupal y ver cómo sale. Después de comer un rato más, relajé el brazo en la mesa y le sonreí a Emily. Me sentía más liviano, ¿verdad? Al menos por ahora, al menos por un rato, me había despejado de los demás problemas. —Gracias por compartir tu comida conmigo —murmuré, sincero—, y gracias por la conversación. Me hizo muy bien. Contenido oculto yo también lo digo por décimo quinta vez JAJAJA pero lo disfruté un montón, me hizo super bien volver a rolear a los bebitos <33 Con este post cierro, ofc. Muchas gracias por la interacción, bebi, estuvo prechiocha