Emily dijo el apellido de la chica y no sabía si lo lograría, pero al menos intentaría recordarlo. Quizá, de no haber topado con ella, me habría echado el receso entero en la enfermería, tirada sobre una cama y dándole vueltas, vueltas y vueltas a la estupidez de turno. Pensarla en mi lugar, hundida en sus apuntes en silencio, mientras yo me divertía aquí era... bueno, se sentía extraño. No era un problema que me correspondiera, pero de una forma u otra me lo había encontrado de frente y ahora ocupaba parte de mis pensamientos. —Sí... —murmuré, algo abstraída—. También dijo que no lo podía hablar con sus amigos, que no quería preocupar a nadie. Fue todo muy ambiguo, pero me dejó una sensación un poco fea. Parecía... serio, sí. Igual sólo éramos dos niñas arrojando piedras al aire y no ganaríamos nada hablando de ella, no nos correspondía. Retomé el teatro, entonces, pero Emily me decepcionó ampliamente al no tener ningún chismecito para mí. Fruncí el ceño y los labios, y comí con un poco más de ganas, en una mezcla de enfado y orgullo. ¿A quiénes debería acercarse para vivir una vida más caótica, decía? —¡Lady Emily, si ya me tiene a mí! —me quejé, estirando los brazos, y luego intenté pensar en serio—. Creo que ya se encuentra lo suficientemente cerca de las fuentes de escándalo. Sucede que, y no se ofenda, por favor, pero... para experimentarlos debe lanzarse a ellos con un poquito más de ímpetu, ¿no lo piensa? ¡O mantener los ojos bien abiertos! Muchas veces los escándalos ocurren justo frente a nosotros, pero si no prestamos atención, no los veremos. Igual la tenía difícil, pobrecilla. Mini Ishi era bastante escandaloso pero se mandaba las cagadas en silencio, y Kakeru llevaba varios meses siendo un cacho de pan. De Kashya no opinaría pero ya me imaginaba la situación, y luego estaba yo: como había bien afirmado, su fuente principal de chismecito.
La evidente preocupación de Anna me hizo sonreír con algo de ternura, siendo la única motivación del gesto el hecho de saber que su corazón era tan amable como para afligirse por alguien que apenas conocía, y no dudé ni un segundo en estirar el brazo en su dirección, buscando acariciarle ligeramente el dorso de la mano con el pulgar. Quise transmitirle que creía que todo iba a estar bien con la mirada, incluso si no tenía ninguna certeza de ello; bueno... tampoco la tenía de que iba a estar mal, así que prefería ponerme en el lado más positivo. Después seguimos con nuestra tontería, la sonrisa de mi rostro ensanchándose de manera considerable ante todo el acto de ofendida de Anna, y hasta se me escapó una risilla cuando empezó a "regañarme" por no estar atenta a los escándalos que seguro me rodeaban. Hombre, me gustaba el chisme como a cualquier persona, pero no negaría que prefería mantenerme fuera de él si se daba el caso. Un segundo... ¿chisme? Yo había mencionado esa palabra antes... —¡Ah! ¡Creo que sí tengo algo! —exclamé, de manera algo repentina, dejando los palillos sobre el mantel tras haber tragado la comida que me había llevado a la boca—. Bueno, no sé cuánto de interesante sea, pero... esta mañana he visto a Ken, el hermano de Kashya, dejándole una flor de papel a O'Connor-senpai... la amiga de Ko, ¿la ubicas? Me pareció que se iban juntos a la biblioteca después, aunque no quise ser demasiado descarada mirando. Me sorprendió un poco, ¿sabes? Porque sé que tuvo un pícnic con Pierce-senpai durante el campamento... los dos solos, quiero decir. Había tenido que dejar el teatro de lado para contarle aquello, porque mis pobres neuronas no daban para tanto, y menos a aquellas alturas del receso ya. Dejé salir un suspiro de nada, también, y retomé mis palillos para seguir comiendo algo de arroz. >>Es decir, Kashya ya me había contado que su hermano era... así, pero no sé. También Pierce-senpai y O'Connor-senpai parecen diametralmente opuestas...
Emily se estiró para dejarme una caricia ligera y yo le sonreí, agradeciendo en silencio sus intenciones. Era su forma de decirme que no me preocupara demasiado, que todo iba a estar bien, e incluso si no poseíamos certeza de ello... lo importante era la actitud, ¿verdad? Que alguien nos lo recordara de vez en cuando, también. Emi siempre estaba para hacerlo. Mi regaño, al parecer, cumplió su propósito mucho mejor de lo que había pretendido, pues Emily recordó algo de repente y yo me quedé muy quieta, a la espera del poderosísimo chisme. El hermano de Kashya le había dejado una flor ¿de papel? a Morgan, la amiga rara de mini Ishi. Fruncí el ceño, intentando imaginarme a esos dos juntos, y la historia se puso aún mejor cuando apareció en escena nada más y nada menos que Pierce, la chica de la enfermería. Vaya, vaya. A eso le llamaría yo líos de senpai. —¿De papel, igual? —retomé, frunciendo ligeramente el ceño—. Suena raro... ¿La habrá hecho él? ¡Eso sería super cute! Me lo había imaginado de repente en su escritorio con las tijeras, alambres, cinta y papel crepe, y me pareció muy tierno. Luego Emi dijo que Kenneth era así, y la tontería me ensanchó la sonrisa con diversión. ¿Así cómo? ¿Así picaflor? ¿Así casanova? ¿Así fucker de Wattpad? —En aspecto, supongo, pero quizá le gusten... ¿las chicas maduras? —arriesgué al aire, siendo la primera pseudo similitud que se me ocurría de lo poco que conocía a ambas, pero al final me encogí de hombros—. Las personas no siempre tienen un tipo, o al menos no saben que lo tienen. ¿Cuál dirías que es tu tipo, por ejemplo? El mío me quedaba bastante claro y era de hilarante a deprimente, así que mejor lo dejábamos ahí. Estaba acabando mi último bocado de comida cuando se me dio por ver la hora y di un respingo, muy alarmada. —¡Querida! ¡Están a punto de sonar las campanadas! —exclamé, incorporándome, y comencé a ordenar todo lo más rápido posible—. ¡Vamos, vamos! ¡O se romperá el hechizo! Contenido oculto cierre, kinda JAJAJA. Gracias por esta interacción bebi, la disfruté mucho uwuwu
Tuve que contener una risilla cuando nuestros planes para el receso acabaron truncados por el capricho repentino del profesor y a Haru se le notó el hartazgo de acá hasta Estados Unidos. Y "truncados" era bastante exagerado, si acaso representaba un leve atraso, pero en su cara se leía eso. A veces era bastante adorable. Con el repiqueteo de la campana me acerqué a él, que ya estaba cargando la enorme caja de papeles, y me incliné sobre uno de sus hombros. —Hmm, qué pesada se ve... ¿Te doy una mano~? Me miró de soslayo, de arriba abajo, y finalmente despegó la caja de la mesa. —Acabaré rápido —afirmó. —Tranqui, tranqui, el invernadero no se irá a ningún lado. No te apresures mucho, mira si te tropiezas y te caes por las escaleras y te mueres, ¿cómo seguiré jugando al The Last of Us II? —A esta altura hasta Frank te daría llave del piso. —Resopló, aunque una ligera sonrisa danzó en sus labios al girarse hacia mí—. ¿Compras las bebidas? Asentí, risueño, y me incliné para dejarle un beso en la mejilla. Antes de que pudiera retroceder, sin embargo, Haru giró el rostro y se presionó contra mis labios. Abrí los ojos, sorprendido, y mi sonrisa se ensanchó conforme él desviaba la mirada, no sabía si avergonzado o renegado por su propio acto. —¿Me extrañaste, Haru? —Nos vemos allá. Se fue con cierta prisa y yo seguí su silueta hasta que desapareció en el pasillo, de lo más contento. Siempre había sido él quien se negaba a hacer cualquier cosa en público, así que verlo avanzando en esa dirección me generaba una mezcla de alegría y orgullo. Salí del aula, pues, y me reuní con Morgan frente a la 3-1. Estaba pegada a su móvil, apoyada en la pared, y se adecuó a mi ritmo prácticamente sin alzar la mirada. —Tienes carita de feliz cumpleaños —anotó, dejando el aparato y sonriendo con cierta curiosidad. —Yo siempre tengo carita de feliz cumpleaños. No siguió indagando, y con la parada obligatoria en la expendedora finalmente llegamos al invernadero. —Es casi criminal que mi mejor amiga venga tan poco aquí —recriminé al aire, dejando las cosas sobre la mesa. —Tú no pisas la biblioteca ni aunque se te vaya la vida en ello, ¿o sí? —replicó, serena. Solté una risilla y le eché un vistazo breve a la cúpula cristalina. Hacía calor hoy, pero aquí adentro era... soportable. Ahora que lo pensaba, gracias debía dar que Morgan hubiera accedido salir del edificio. Me estaba poniendo codicioso... —Tienes razón, somos un par de pésimos amigos. —Y por eso somos los mejores. Me sonrió al decirlo, le correspondí el gesto y, mientras yo apoyaba las caderas en la mesa, ella la utilizó para sentarse a mi lado. Ambos nos quedamos de cara a la entrada del invernadero. —¿Y tu novio? —No es mi novio —corregí, más que nada porque si lo decía frente a Haru probablemente se le atorara la comida. —Lo que sea, ¿dónde está? —El profesor le pidió que llevara unas cosas a la sala de profesores, pero no debería tardar. Morgan murmuró un sonido que me sonó pensativo y una sonrisilla le curvó los labios. —No debería tardar, indeed, pero ¿quién sabe? Contenido oculto ahí dejo a los mushashos
Retirarme de la vista de Markus y Anna fue una acción lógica que no involucraba rechazo ni hostilidad. Mi aporte a la conversación se completó desde el momento que les indiqué los datos claves del proyecto, por lo que no consideré que mi presencia continuase siendo necesaria tras ver que se ponían a planificar frente a mí. Como era una completa desconocida por mucho que supiesen mi nombre, dudaba que mi retirada los afectara de alguna forma. Por esa razón, no esperé que Anna se acercara a mi pupitre antes de clases para, risa mediante, hacerme llegar unos saludos de Markus. —Gracias por tomarte la molestia, Anna —respondí, antes de que terminara de deslizarse por mi costado; pasé por alto la broma del ninja. No hubo ningún añadido ni consideración de mi parte, y la mañana tuvo un cauce normal, sin sobresaltos. Con la campana que sonó horas después, surgió la pregunta de siempre. ¿Hacia qué rincón dejaré que me lleven mis pasos? Jamás había un plan concreto para los recesos, salvo cuando se trataba de visitar la biblioteca. Todo se volvía un misterio desde que atravesaba el umbral del salón de clases: el lugar donde me detendría, las personas que cruzaría, la carga de las palabras. Tanta intriga se veía potenciada en el Sakura, que para mí seguía siendo un espacio por descubrir. Lo cual podía extenderse a Tokio en su totalidad. El clima se prestaba para almorzar en un espacio abierto, por lo que me dirigí al patio norte con el bento y una botella de agua que compré en la expendedora. Pero, al notar que todas las sombras estaban ocupadas, me desvié a un camino que, hasta ese momento, no había caminado. A pesar de la firmeza de la piedra, mis pasos no emitieron sonido, como siempre. En un momento me pareció ver una torre a la distancia, que pronto se vio cubierta por un repentino follaje que se extendió, reflejándose en la miel de mis ojos. El camino de piedra me había llevado a un invernadero. Aminoré mi caminata, profundizando el silencio ahora anegado de un aroma floral. El verde conquistaba todo lugar hacia donde mi mirada apuntaba, como un gran brazo que no terminaba de cerrarse sobre mí. Aquí y allá, como salpicaduras de intenso color, las flores hacían galas de sus pétalos. Las observé con cierto detenimiento. Su disposición, las formas, el aroma; con algunas, me permití sentir el tacto. Hasta que, por el rabillo del ojo, noté que el espacio parecía abrirse en una cúpula amplia, con una mesa y sus sillas. La presencia de dos personas me hizo girar la cabeza hacia ellas, con lentitud, siendo ésta mi única reacción notoria. El ritmo calmado de mis pasos no se alteró, tan sólo paseé mis ojos sobre ellos. De fondo, se oía el agua brotando de una fuente. —Hola —los saludé con serenidad, tras detenerme a una respetuosa distancia; luego, me detuve particularmente en los iris violetas— Nos volvemos a encontrar. ¿Se podría pensar como coincidencia? Contenido oculto
Ko me había empezado a contar de un videojuego nuevo jugueteando con la botella entre sus manos, y yo le presté atención hasta que noté una silueta en el pasillo de ingreso, una que no coincidía precisamente con la de su amigo. Llevaba falda, para empezar. A la debida distancia me resultó familiar y, absorbiéndome en el repaso mental de asociarla con alguien conocido, dejé de escuchar a la pobre criatura por completo. La reconocí casi al mismo tiempo que ella notó nuestra presencia y giró el rostro. Era la niña de la biblioteca. —¿Otra vez dejaste de darme b-? —Tenemos visitas~ —interrumpí a Kohaku, agarrando su rostro y girándolo hacia el pasillo. La chica se acercó, tan serena e impasible como la recordaba, y sus palabras me ensancharon la sonrisa con una suavidad que denotaba mi encanto con la situación. —¿Crees en las coincidencias, lass? —Hola —murmuró Kohaku en respuesta, con su sonrisa amable de siempre—. Creo que es la primera vez que te veo aquí, ¿cierto? Bienvenida al invernadero~ ¿Viniste a pasar el receso? Contenido oculto meli-chan a
Nos reconocimos en el mismo instante, en un segundo preciso del tiempo, como vinculadas por una extraña sincronización. Fueron sus ojos, de color nocturno, el primer sitio donde posé la mirada cuando alcé la cabeza, para darle forma a las siluetas que había vislumbrado de soslayo. La chica de la biblioteca se encontraba acompañada por alguien más, un joven que me dio la impresión de ser mayor. Al deslizar mis pupilas en él, reparé principalmente en el tono de su cabello y la claridad de sus iris; demoró en advertirme, a tal punto que la mano ajena debió forzarlo a girar el rostro, conformando así un cuadro peculiar. Nada de esto detuvo mi andar, como antes mencioné. Los saludé con mi tono desprovisto de dirección alguna, pero siempre manteniendo la cordialidad. Cuando interpelé a la misteriosa chica de la biblioteca, mis palabras desataron una sonrisa en semblante blanco, suave, que denotó el encanto que la embargaba. Si bien me mantuve tranquila, a la espera de su respuesta, no se podía negar que hallarla aquí superaba cualquier expectativa. —No creo en las coincidencias, y sobre el destino no estoy segura —respondí, mirándola—. Pero es un hecho que algo nos condujo a un mismo punto en poco tiempo, otra vez. Un misterio al que habrá que buscarle nombre en algún momento. Mis palabras se elevaron, tenues, como una aseveración de que no sería la última vez que nos veríamos, sea por intuición o por un deliberado interés. Entonces deslicé los ojos hacia el muchacho cuando escuché su saludo, así como la pregunta con la que finalizó su comentario. Asentí. —Quería conocer este lugar y sentir su silencio, con sus hojas, sus flores —dije—. Aclaro que sus voces también serán buena compañía, si no les incomoda que me quede.
Ya no me preguntaba de dónde sacaba Morgan a las niñas, a veces parecía que las coleccionaba como un mero pasatiempo. Tampoco me extrañaba que conociera personas nuevas aquí y allá, en ese sentido nos parecíamos de una forma algo peculiar. Tenía su cuota de gracia y entretenimiento. Me pinzó las mejillas y di con una muchacha que nunca había visto antes, seria pero muy cordial. Morgan le preguntó si creía en las coincidencias y su respuesta fue concienzuda y desarrollada, lo que mantuvo la sonrisa en el rostro de mi amiga. —Dos pueden ser casualidad, tres ya no —respondió—. Así que mantendré los ojos bien abiertos. La saludé, dándole la bienvenida al invernadero, y sus ojos se posaron en mí. Meneé la cabeza hacia el final. Si era su primera vez aquí probablemente fuera nueva en la institución. —Para nada, siéntete libre de recorrerlo y de unirte a nosotros, si quieres. ¿Te gusta alguna flor en particular?
Con mi respuesta prevaleció la sonrisa de ella, sus labios estirados con sedosidad. Habló; mantuvo la posibilidad de que la casualidad era el sustento de nuestro segundo encuentro, aunque no rechazó la oportunidad de ver las cosas de una manera diferente, si es que nuestras miradas volvían a cruzarse en otro tiempo y lugar, sin planificación. —Si los cierras, también lograrás percibir —invité, cuando dijo que mantendría los ojos abiertos. El intercambio se desvaneció en este punto, lo que me dio paso a observar a su acompañante. En el ámbar de sus ojos hallé la amabilidad que su voz transmitía, lo que me llevó a considerar unirme a ellos. Si bien iba aceptar, sin pestañear, cualquier dirección que su respuesta tomara; no me extrañó en absoluto su recibimiento, la libertad que me dio para formar parte de su receso. Si es que quería. —No veo por qué no —respondí con calma. Recorté algo más de distancia, en unos pocos pasos, para dejar mi bento y la botella de agua en la mesa. En ese breve lapso me alcanzó su pregunta, una que imaginé era habitual en jardines e invernaderos. Intercambié una mirada escueta con ambos, silenciosa. —Edelweiss —pronuncié hacia el chico, el acento germánico escabulléndose en la palabra—. Conocida como “la flor de las nieves”, crece en las alturas de Los Alpes. No sé si me gustan, pero destaco su fortaleza para florecer en las extremas condiciones de las montañas. Deslicé la atención hacia las flores cercanas, entre las que vislumbré una rosa. Me detuve en ella un segundo de más en comparación al resto de los pétalos, que continué contemplando en silencio. —Este sitio… ¿Lo cuidan los estudiantes? —observé.
Fue un poco gracioso. Su idea de percibir con los ojos cerrados sonaba descabellada y silencié mi réplica al evocar los rastros de nuestra conversación de aquella vez. La niña había hablado de magia como si fuese algo tangible, adquirible, y pensé que ambas nociones se asemejaban. ¿Podría privarme de la vista y distinguirla de entre una multitud? Lo dudaba, pero ¿a que sonaba romántico? —Sí que te gusta tener la última palabra —la molesté con suavidad. Pese a lo estoico e impasible que parecía su carácter, creía reconocer cierta testarudez, resistencia, o eterna búsqueda. ¿Por qué? Vete a saber. Mero instinto de perro viejo, si se quiere. Kohaku intervino, entonces, le dio la bienvenida y ella aceptó, acercándose para dejar sus cosas en la mesa que usaba de asiento. Seguí sus movimientos en silencio, al detalle. La flor que nos otorgó no se veía por aquí y dudaba ampliamente que la tuvieran en el invernadero, Kohaku aún así asintió. —Una flor muy bonita. ¿Crecía en tu tierra natal? —inquirió. —Una belleza distante y salvaje —aporté, balanceando las piernas—. Cobró popularidad gracias a los jóvenes enamorados que se aventuraban en las montañas con la esperanza de llevar una a sus amadas. Un riesgo tan innecesario como encantador. Al parecer ambos asumimos que la niña no era nacida aquí, a juzgar por su acento. La niña preguntó quién se encargaba de este lugar y dejé que Kohaku respondiera. —Sí, es tarea del club de jardinería... aunque, más que club, ahora quedamos una amiga y yo a cargo. —Soltó una risa breve—. Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo soy Ishikawa, Kohaku. Suspiré con cierto pesar. Había llegado a gustarme el pequeño juego de no saber nuestros nombres, pero no veía motivos para detener la predecible curiosidad de Kohaku.
Era evidentemente imposible detectar a alguien con los ojos cerrados. Al menos, así lo era si teníamos en consideración los lugares concurridos. Se diferenciaban de los otros escenarios en los que había pensado; esos donde el silencio predominaba, como la biblioteca o este pequeño santuario de flores. Al moverme por el mundo, lo hacía sin ruido y sin llamar la atención, por lo que afilar la mirada era la vía más lógica para dar conmigo. Pero había adoptado la idea de que, al privarnos de la mirada, la percepción del entorno incrementaba. Quizás así mi presencia podría sentirse. Como un susurro. No dije nada cuando Morgan replicó con que me gustaba tener la última palabra, aunque pensé que no le faltaba razón al respecto. Me consideraba alguien que no daba el brazo a torcer, lo que parecía verse reflejado en cosas como la que acaba de apuntar esta chica. La intención de mis palabras, con todo, no iba por ese lado: solamente le demostraba mi interés, por nuestro encuentro en la biblioteca y por su aura misteriosa. No fui ajena al modo en que me miró cuando dejé mi almuerzo sobre la mesa. Miré al chico cuando preguntó por mi tierra natal. —Crecen en los Alpes, que limitan con mi lugar de origen: Alemania —le respondí; luego presté atención a la historia de Morgan, frente a la que asentí como una suerte de confirmación—. Y así, las personas erigieron a la Edelweiss como un símbolo de amor verdadero y duradero. Una ilusión. La flor en cuestión no se encontraba en este invernadero, como había supuesto. Acepté su ausencia sin darle mayor pensamiento y, en cambio, me interesé por el resto de las flores, por el lugar. Había notado, por el color de los pétalos y otros detalles, que no parecían haber sido tratadas por un jardinero profesional. Se veían libres y cálidas, en comparación a las del viejo jardín de los Frenerich. Aquel que quedó repentinamente atrás, en Kioto. Que el muchacho fuese uno de los responsables de mantener el sitio me hizo mirarlo con algo de interés, uno que no se manifestaba con claridad debido a la imperturbable calma de mi semblante. Hubo un leve asentimiento como mucho. —Hacen un buen trabajo. Fue lo que llegué a apuntar antes de que preguntara por mi nombre y se presentara como Kohaku Ishikawa. Al mismo tiempo, alcanzó mis oídos el suspiro que brotó de los labios de ella. Tampoco me molestaba el misterio mutuo de nuestras identidades, pero eso tendría que cambiar. Sólo daba mi nombre a quienes lo preguntaban, no era algo que ofreciese por voluntad propia. Además, habría sido descortés ante la curiosidad de Kohaku, y quise corresponder su amabilidad. —Melinda Frenerich. Lo pronuncié mirando hacia Kohaku, pero pronto mis iris se deslizaron hacia la chica de la biblioteca, a la espera de que revelara el suyo. Aunque la posibilidad de que no lo hiciera… también era una certeza. Y no iba a renegar de ese misterio.
Escuché a las chicas con atención y sin ánimos de interrumpir, de por sí no tenía nada que agregar al asunto de las edelweiss. No conocía mucho al respecto de flores que no crecieran aquí, entre lo amplio que era el asunto y la pereza que me daba leer en general. Además, aunque me las quisiera dar de sabiondo, la memoria me duraba poco. Para esas cosas estaba Morgan, era el cerebro de la operación y yo... ¿yo sólo existía? La chica apreció el trabajo que Emily y yo hacíamos aquí, y oírla me ensanchó la sonrisa con genuina alegría, gratitud también. Nos concedió su nombre y noté el suspiro de Morgan, pero no le di importancia ni dirección. Estaba acostumbrado a que sus trenes de pensamiento la llevaran en direcciones espontáneas o azarosas, y llegados a este punto no siempre preguntaba. Digamos que había aprendido a diferenciar cuándo valía la pena interesarme y cuándo no. Le eché un vistazo disimulado al móvil, comprobé la hora y la ausencia de mensajes, y me pregunté dónde rayos se habría metido Haru. Tenía el hábito de llegar tarde, pero a esta altura dudaba que viniera en absoluto. —Es un gusto, Frenerich-san —respondí, riéndome con ligereza—. Perdona mi pronunciación, tengo un eterno karma con el apellido de los estudiantes extranjeros. Mientras hablaba había estirado el brazo tras mi espalda y agarré la bebida que se suponía sería para Haru. —Si disfrutas de este espacio, puedes venir las veces que quieras. De tanto en tanto nos organizamos y preparo té durante el receso. Y hablando de té, ¿te gusta el té verde? —inquirí, extendiéndole la bebida con una sonrisa suave. Morgan se había llamado al silencio, entre tanto. Contenido oculto intento de cierre JAJAJA gracias por caerme, Brunito <3
La imagen de Kohaku con un lazo en la cabeza me estiró la sonrisa, era tan hilarante como tierna, y regresé la vista a Emily conforme ampliaba su respuesta. No sabía si no le concedía el pensamiento que merecía o si, al fin y al cabo, no era tan terrible, pero en los momentos donde la oía decir explícitamente que mini Ishi le gustaba... me sentía extraña. Como si hubiese una parte de Emi que estuviera descuidando, una que no se atrevía a expresar con frecuencia y que acababa conteniendo a presión dentro de sí misma. Además... era Kohaku de quien hablábamos. Verlo de cualquier forma que excediera a la amistad sonaba bastante complicado. Eso ella lo sabía, de todos modos, así que no tenía sentido traerlo a colación. —Al menos Ko se toma con bastante... ¿calma? estas cosas —reflexioné, un poco dubitativa conforme desarrollaba la idea, y a mitad de camino me pregunté si era buena idea estar diciendo algo como esto—. Si lo que te importa es que sigan siendo amigos, estoy segura que no habrá problemas. Era optimista y pesimista al mismo tiempo, ¿cierto? No decía que a Kohaku le diéramos igual, pero... a veces parecía que las personas y lo que ocurriera a su alrededor sí le resultaban un poco indiferentes. Sería egoísta de nuestra parte verlo como un defecto, y al mismo tiempo, también era egoísta de su parte seguir fluyendo sin detenerse a pensar las cosas. En fin, que era un balance complejo. No quise enredarme de más en mis propios pensamientos, Emi me sonrió y yo reflejé su gesto. —¿Te imaginas? ¡Sería una catástrofe! —dramaticé, envolviendo su mano con la mía—. We must make haste! Las bromas de Bridgerton jamás iban a agotarse y tampoco me preocupé por el acento británico horrible que debía haber imitado. Atravesamos el patio hasta alcanzar el camino de piedras, de ahí recorrimos el pasillo inicial del invernadero y vimos a Kohaku apoyando el estuche de su guitarra contra el borde de la mesa; al lado había otra. Giró el rostro en nuestra dirección al escucharnos y alzó las cejas, esbozando una amplia sonrisa un segundo después. —¿Hoy tendremos público o a una nueva alumna? —bromeó, un poco más entusiasmado que de costumbre. —Eso es decisión suya~ —Solté a Emily y me posicioné entre ambos, extendiendo los brazos con una gran sonrisa—. ¡Sorpresa doble!
Podía imaginarme que aquel tema todavía era algo espinoso para Anna, pero había sido consciente de sus primeros intentos por normalizar la situación y yo también quería aportar a la causa. Con todo este asunto de Ko, me había dado cuenta que lo peor había sido tener que guardarle el secreto a Anna durante tanto tiempo y no estaba dispuesta a volver a pasar por algo parecido; no pretendía agobiarla con todo lo que estaba sintiendo al respecto, claro, pero al menos quería ser capaz de contarle un parte de ello sin problemas de por medio. Sea como fuere, ella intentó animarme diciendo que seguro podríamos seguir siendo amigos y yo asentí con la cabeza, manteniendo la sonrisa en todo momento. ¿Podíamos seguir siendo amigos como si nada cuando ambos sabíamos lo que yo sentía? No tenía ni idea. Quizás a él no le importaba tanto... tampoco tenía idea. Pero todo aquello daba igual, porque lo importante era que Anna no tuviera que cuestionarse si era o no buena idea almorzar con los dos juntos, y haría lo que estuviera en mi mano para asegurarle que no era ningún problema. —No hay lacito a la vista, qué pena... —murmuré cerca del oído de Anna una vez ingresamos en el invernadero, aprovechando nuestra cercanía para seguir con la broma sin que el chico tuviese oportunidad de escucharnos. Mantuve mi mano entrelazada a la de Anna hasta el momento en el que ella decidió separarse para mostrarme la supuesta doble sorpresa. Me tomó algo de tiempo entender a qué se había referido Ko con su pregunta anterior, haciéndome intercalar un par de miradas entre los estuches que tenía delante y mis dos amigos, pero cuando finalmente lo hice, mi reacción fue negar rápidamente con la cabeza mientras dejaba salir una risilla avergonzada. >>Oh, no, no... no tengo nada de oído musical. Me encantaría poder escucharos, eso sí —contesté, pasando a una sonrisa entusiasmada ante la idea final, y poco después me imposté algo de seriedad al volver a centrarme en Kohaku—. Sensei, dígame la verdad. ¿Progresa adecuadamente la niña con sus clases?
Luego de aceptar las llaves de Haru, lo vi retirarse y acabé de organizar mis cosas. Mientras hacía eso se me ocurrió una idea bastante espontánea y, considerando que era miércoles, me atuve a ella sin darle más vueltas. En mi camino hacia la puerta noté a Arata, pero parecía bastante entretenido hablando con el amigo de Maxwell y lo dejé estar. La imagen, eso sí, me recordó los comentarios de Morgan y salí al pasillo con una sonrisa divertida plantada en los labios. Pillé las guitarras de la sala de música y, antes de cargármelas encima, le escribí a Anna. Bajé por el ascensor porque masoquista no era y finalmente alcancé el invernadero. Acababa de apoyar ambos instrumentos contra la mesa cuando las voces me alcanzaron; incluso sin mirar supe que se trataba de ella y Emily, y tomé aire por la nariz. No me sentía incómodo en presencia de Emily, para nada. Creía que se trataba más bien de un estado, una suerte de introspección forzada, que llevaba arrastrando en las últimas semanas desde que el proyecto me cayó encima, Shinomiya me encontró en los baños y Emily me confesó, aquí mismo, que en alguna medida mi beso con Haru la había perturbado. Era más consciente de lo que decía y lo que callaba, lo que hacía o deshacía. Intentaba comportarme igual que siempre, pero la semilla de la duda ya estaba ahí y me cosquilleaba en la nuca. ¿Estaba haciendo las cosas bien? Por eso les concedí una sonrisa amplia y bromeé, como siempre, aún si me sentía diferente por dentro. No quería estropear aún más lo que de por sí había dañado. Se acercaron a mí, Anna presentó su sorpresa doble y desvié la mirada a Emily. Cuando por fin entendió a lo que me refería negó con cierto apremio y a mí la sonrisa me cerró los ojos un instante. Al final cuestionó el progreso de Anna y me equiparé a su seriedad. —Absolutamente, señora Hodges, no hay nada de lo que preocuparse. Anna se toma las clases muy en serio y hace la tarea que le dejo para su casa. Está siendo una alumna muy responsable. Anna, a nuestro costado, había rodado los ojos y empezado a alejarse apenas iniciamos la tontería. Noté de soslayo que se acercaba a su guitarra y también que apoyaba su comida sobre la mesa. —Les aviso que no planeo tener dos madres —anunció, alzando la voz y abriendo su estuche—. Con una me alcanza y sobra, muchas gracias. No se me ocurrió nada que agregar a su comentario, y como Anna ya se estaba sentando me giré y abrí una silla, sonriéndole a Emily. Era para ella, claro, puesto que me mantuve detrás y con las manos apoyadas en el espaldar. —Público será, entonces —resolví, y sobre la marcha se me ocurrió agregar—: Es más que bienvenida a presenciar la clase de su hija. Escuché a Anna bufar y mi sonrisa se ensanchó.
Tal y como había esperado, Kohaku se acopló a mi tontería con una facilidad envidiable, ¡y hasta se lo tomó bien en serio! Quise mantener la seriedad en todo momento, pero fue muy difícil controlar la sonrisa divertida que quiso asomarme por los labios por toda la escenita. Asentí con la cabeza ante los apuntes del experto profesor, intentando modular la sonrisa a una de orgullo, pero al final todo el teatro se cayó cuando dirigí la atención hacia Anna y vi la reacción que estaba teniendo. Se me escapó una risilla ligera y me acerqué a ella, echándole el brazo por encima para poder atraerla en mi dirección y darle un beso en la mejilla. —No pienses en mí como tu madre, Annie, si no como una hermana mayor~ —acoté, aprovechando la cercanía para tironear apenas de su mejilla, y poco después la dejé libre para que se acomodara sobre la silla. Kohaku se había mantenido en silencio y, una vez me volví a centrar mi atención en él, me di cuenta que había movido otra de las sillas para ofrecerme asiento. Le sonreí algo avergonzada por el gesto, fue inevitable, y acepté sentarme en la silla que me había preparado, murmurando un tímido gracias mientras terminaba de acomodarme en el asiento. Tomé algo de aire, relajándome sobre el respaldo en el proceso, y recuperé la sonrisilla divertida cuando alcé la vista para mirar al chico. >>Si lo hace bien, le voy a subir la paga —le dije, llevándome la mano hacia un lado de la boca para que Anna no me escuchase, y le guiñé el ojo antes de recuperar la postura inicial—. Y ahora en serio... ¿cuánto tiempo lleváis con las clases? ¿Ya os sabéis alguna canción juntos o algo? ¿Me vais a tocar una serenata~?
Oh, por supuesto que iban a molestarme apenas respiráramos el mismo aire, si los que más buenitos parecían eran los peores. Los dejé que se montaran el show y me dispuse a sacar mi guitarra, la que era de papá. Pretendí ir a sentarme, pero Emily me estampó un beso en la mejilla y yo me quedé quieta, abrazada al mástil y con el ceño muy fruncido, enfurruñada. Sabía que era una simbiosis, la verdad. Ellos me picaban y yo sentía la libertad de montarme el berrinche de turno. —¡Tampoco quiero una hermana mayor! —declaré, quitándome apenas se puso a jalarme el cachete. Me alejé de ella y me senté, acomodando la guitarra en mi regazo y empezando a probar la afinación de las cuerdas. Distraje mi vista por el invernadero y por ellos, siguiendo la conversación desde una distancia segura. Ko invitó a Emi a sentarse, la chica aceptó con cierta vergüenza y entonces él hizo lo propio entre ambas tras tomar su instrumento. —Nah, poquito —respondí, mientras mini Ishi se acomodaba—. Desde la semana pasada recién, así que sigo con cosas básicas. Si quieres una serenata, se la tendrás que pedir al profesor. Mientras hablaba, estiré las manos hacia la mesa y me dispuse a abrir mi bento y dejarlo en medio, para que pudiera picar quien quisiera. Me llevé un rollito de omelette a la boca y arrugué el ceño, evidenciando que planeaba seguir hablando luego de tragar. —Ah, no, sí tocamos algo juntos, pero yo no toqué la guitarra. Ahora estábamos chusmeando el opening de un anime. Mis pedidos eran bastante arbitrarios, lo sabía, pero a Kohaku no parecían molestarle. Él asintió, confirmando mis palabras, y miró a Emily. —El primero de Jujutsu Kaisen. ¿Lo ubicas?
De manera bastante predecible, Annie alegó que tampoco quería una hermana mayor y, al mismo tiempo, se libró de mi agarre antes de que pudiera tironearla de verdad del moflete. Todo su berrinche me sacó una risa liviana, completamente desenfadada, y la dejé ser antes de que Kohaku me ofreciera asiento y yo aceptara la invitación. Era pique inofensivo entre amigos, y aunque pudiera parecer algo tonto, para mí significaba mucho tener un grupo de personas con las que me sintiera cómoda para bromear de esa manera, sin tener miedo de que se pudiera malinterpretar y acabar enfadados de verdad. Escuché a Anna responderme mientras mi vista paseaba por el bento que estaba abriendo, asintiendo un poco con la cabeza para hacerle saber que la estaba escuchando. Para sorpresa de nadie, la idea que ella lanzó de Kohaku tocándome una canción hizo que la mente me fuera a mil por hora, pero tuve la suficiente lucidez como para distraerme cogiendo algo de comida y así poder calmarme antes de tener que hablarles de nuevo. —Uhm... no estoy segura, no soy muy fan de los shonen... —admití en voz algo baja, antes de recuperar un poco la sonrisa—. ¿Vais a practicar eso, entonces? ¿Y qué fue lo que tocasteis juntos? Y, lo más importante, ¿cuál fue tu aportación si no la guitarra, Annie? —añadí eso último inclinándome sobre la mesa, pudiendo así mirar directamente a la chica—. ¿Estáis seguros de que es buena idea que me quede? Siento que os voy a interrumpir constantemente con mis preguntas...
Cuando por fin me estaba sentando, Anna abrió su almuerzo y aproveché para robarle algo de comida mientras ella y Emily hablaban. Trajeron a colación la canción que estábamos practicando actualmente, le pregunté a nuestra invitada estrella si la ubicaba y ella lo negó. Ignoré, por supuesto, el ligero pinchazo que me provocó oír a Anna ofreciéndole una serenata de mi parte. —Estamos con eso, sí —afirmé—. Antes tocamos una canción que me mostró Anna, que estaba en español, así que yo toqué y ella la cantó. ¡Y le agregó percusión! —Recuerdo muchas canciones de cuando vivía en Argentina —compartió, entre los bocados de comida—. Son relativamente sencillas y mini Ishi tiene buen oído, así que salen rápido. Mientras Anna hablaba, había acomodado las manos en la guitarra y empezado a rasgar las cuerdas en un gesto distraído, casi inconsciente, evocando acordes aleatorios. Emily preguntó si su presencia no nos interrumpiría demasiado, a lo que compartí un vistazo rápido con Anna y volvimos a mirarla. Yo le sonreí y la voz de la enana resonó a mi lado. —No te preocupes, Em, no tenemos por qué tener una clase intensiva ni nada. Más importante, ¡¿cómo no ubicas el primer opening de Jujutsu Kaisen?! Se oía indignada y a mí se me aflojó una risa. Había empezado a tocar la dichosa canción sin darme cuenta, Anna sonrió y cantó las primeras líneas para volver a preguntarle si no le sonaba. Me había adecuado a ella, tarareando bajo su voz, y en cierto modo sentí que me estaba pasando la posta. Retomé la canción donde Anna la dejó y, esta vez, fue ella quien intentó acompañarme a mí con la guitarra. Contenido oculto este es el cover con la voz oficial de Kohaku (??
Escuché las respuesta que ambos me dieron con toda mi atención puesta sobre ellos, asintiendo de vez en cuando con la cabeza ante sus palabras y hasta abriendo un poco la boca por la sorpresa cuando Anna reveló que la canción en cuestión había sido una que conocía de Argentina. Me quedé sonriendo con suavidad tras aquel descubrimiento, intentando imaginar lo que sería escuchar una canción extranjera de parte de ambos, y no fue hasta que la chica intentó recriminarme por no conocer el bendito opening que volví a reaccionar de manera evidente. —¡Ya he dicho que no me gustan los shonen! —me quejé, alzando apenas la voz en respuesta a su indignación—. Si fuera el de Sakura o el de Madoka... —añadí, dejando caer la idea como si nada. Sea como fuere, Kohaku no tardó en empezar a tocar la guitarra y Anna le acompañó con la voz en lo que, supuse, era la canción en cuestión. Negué con la cabeza cuando ella volvió a preguntarme si me sonaba, aunque estaría mintiendo si negase que en aquella ocasión más bien lo hice para molestarla, y justo después me llevé el dedo índice a los labios, indicándole que se callara para permitirme disfrutar del espectáculo; todo en buena fe, claro. Me mantuve en silencio durante todo el rato que estuvieron con la canción y, cuando acabaron, no dudé ni un segundo en empezar a aplaudirles con entusiasmo. >>Ay, ¡eso estuvo muy bien, chicos! —exclamé, sin pretender disimular el tono de orgullo de mi voz—. Me encantaría saber tocar algún instrumento... ¿Tú aprendiste a toca la guitarra solo, Ko? Tiene que ser muy guay poder hacer música en cualquier momento que te apetezca, ¿no?